CANDY CANDY Fan Fiction ❯ Cruce de Caminos ❯ Recuerdos ( Chapter 2 )
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CAPITULO 2: RECUERDOS
El viento jugueteaba con sus dorados cabellos mientras ascendía
corriendo por la colina. El sol estaba alto en cielo y había tostado
ligeramente sus mejillas. Sintió que pequeñas gotas de sudor perlaban
su frente y se detuvo un momento a descansar. Desató los cordones de
sus sandalias y se descalzó para disfrutar del frescor de la hierba
bajo sus pies. Levantó la mirada hacia el cielo y se maravilló de la
belleza que la rodeaba. La colina de Pony extasiaba sus sentidos.
Cerró los ojos un instante, intentando saborear el momento... Cuando
volvió a abrirlos, Terry estaba contemplándola, tumbado junto a ella
despreocupadamente, con una sonrisa sensual en los labios. Sus
intensos ojos la devoraban con pasión mientras sus dedos rozaban con
delicadeza sus mejillas; sin embargo su expresión irradiaba una
profunda tristeza que encontró eco en el alma femenina. Ella retuvo un
mechón de cabello castaño entre sus manos intentando evocar un
recuerdo pasado. ¿Qué pasa Terry? Estamos juntos, como siempre
soñamos, en la colina de Pony... El no le contestó con palabras. La
cogió por los hombros y la atrajo posesivamente hacia sí, mientras
imprimía en su boca un profundo beso que a Candy le supo amargo. Sus
labios aún no habían abandonado los de él cuando ella notó que el
rostro de su amado se anegaba de lágrimas. Intentó secárselas, pero
sus manos la inmovilizaban al tiempo que recorrían todo su cuerpo,
como intentando imprimir en ella una marca física de su amor. Entonces
ella tuvo miedo. Cerró los ojos y cuando volvió a abrirlos él había
desaparecido. Notaba cómo su corazón latía a un ritmo frenético...
La colina de Pony había cambiado, en su lugar se encontraba una
habitación decorada con elegancia, con una balconada que daba a un
jardín poblado de rosaledas. Apoyada en la baranda, una figura esbelta
de larga melena rubia, leía un libro. Albert, reconoció ella. La
figura se volvió y le dedicó una sonrisa cargada de afecto aunque sus
ojos mostraban un inconmensurable dolor. Su inmaculada camisa blanca
estaba manchada, advirtió ella. Acércate por favor, le pidió. El así
lo hizo y ella pudo advertir una huella roja en la zona izquierda de
su torso. Estas herido, Albert, le dijo. Él asintió y se encogió de
hombros, restándole importancia. Déjame curarte, suplicó ella. El
joven volvió a negarse mientras se arrodillaba junto a su lecho y
besaba su mano con gentileza. Entonces ella pudo ver que la herida la
producía una gran espina que atravesaba su pecho. Intentó
arrancársela, pero sus manos no la obedecieron, presas de un extraño
embrujo. Albert volvió a sonreírle. No importa, pareció decirle
mientras se alejaba. Ella trató de seguirle pero no pudo. Se debatió
con furia pero no conseguía liberarse, su cuerpo no le respondía. Fue
entonces cuando él desapareció tras el horizonte. Y una sensación de
total angustia invadió todos sus sentidos...
* Señorita Candy... Señorita Candy... Tranquila... No pasa nada...
Shhhh!
Candy sintió que una mano amorosa la devolvía de nuevo a la realidad.
La habitación de la balconada fue haciéndose cada vez más etérea;
volvió a recobrar el dominio de su cuerpo y consiguió abrir sus ojos.
Un amable rostro le estaba sonriendo. Intentó incorporarse.
* No, quédese ahí quieta, señorita -le advirtió Hannah mientras
colocaba una compresa fría sobre su frente-. ¿No ve que está
ardiendo de fiebre?
Los ojos de la muchacha revelaron su incredulidad. Sin embargo, su
analítica mente de enfermera comenzó a valorar algunos síntomas
corporales que antes le habían pasado inadvertidos. Tenía la boca seca
y notaba la garganta inflamada, sus articulaciones estaban ligeramente
anquilosadas y la cabeza le pesaba como nunca. El ama de llaves mulló
sus almohadones y recolocó las desordenadas sábanas en su sitio.
* Pero ayer me encontraba bien, Hannah -le dijo la muchacha mientras
se dejaba cuidar con toda docilidad -. Y en el hospital me estarán
echando de menos.
La mujer le acercó un líquido caliente a la boca. Pese al desagradable
sabor, Candy lo bebió sin rechistar.
* El señor Albert se encargó de llamar al hospital para decirles que
estaba enferma. El doctor Petersen ha prometido pasarse a
reconocerla cuando acabe su guardia de la mañana.
Candy sintió que su cuerpo se estremecía presa de escalofríos
provocados por la fiebre.
* ¿Se me ve muy mal, Hannah? No puedo permitirme el lujo de darme de
baja durante mucho tiempo. El hospital está atestado de enfermos
últimamente.
Hannah la miró con seriedad.
* Trabaja usted demasiado, señorita Candy. El señor Albert estaba
muy preocupado por usted hoy. Se extrañó de que no bajara a
desayunar a la hora acostumbrada y me pidió que subiera a
avisarla. Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba usted
consumida por la fiebre. Eso le pasa por no alimentarse bien y no
tener suficientes reservas. Ahora lo único en lo que tiene que
pensar es en curarse.
Candy intentó sonreírle.
* Tienes razón, Hannah. Y Albert también... A propósito, gracias por
la estupenda ensalada de anoche...
La mujer azorada, le dio la espalda y continuó acomodando el
dormitorio.
* ¿Sabes una cosa? Cuando me has despertado, estaba soñando... No
recuerdo muy bien lo que pasaba pero sí me acuerdo de que Albert
estaba herido. Yo intentaba ayudarle y no podía. ¿Qué crees que
puede significar?
Hannah se inclinó sobre ella.
* Ahora debe dejar de pensar en sueños y volver a dormirse. Aquí a
su lado hay un vaso con zumo y otro con agua. Tiene que beber
mucho y estar calentita hasta que se cure.
Candy cerró los ojos mientras la buena mujer arreglaba sus cabellos.
No sabía qué mejunje le había dado Hannah a beber, pero le parecía que
la cabeza le dolía menos. Cuando aquella salió de la habitación, la
joven volvía a estar sumida en sus sueños.
(...)
Era media tarde cuando un coche se detuvo delante de la puerta
principal de la mansión Andrew y de él descendieron dos jóvenes que
charlaban animadamente.
* Nunca podría haber imaginado que mi querida Patty aprendería a
conducir. Y lo cierto es que lo haces muy bien.
Annie dio un beso a su amiga en la mejilla cuando subían las
escaleras. Su rostro estaba arrebolado por la excitación. Si Patty
había aprendido a conducir, también podría hacerlo ella y sorprender a
Archie. Estaba cansada de que él la considerara una muñequita temerosa
y complaciente.
* Yo tampoco lo creía antes, Annie -contestó Patty.- Ha sido gracias
a Marge, mi prima de Nueva York. Me llevó a una reunión hace año y
medio donde conocí a unas mujeres extraordinarias. Luchan por la
igualdad de derechos de nuestro sexo y cuando las escuchas sientes
que podrías hacer cualquier cosa.
Annie abrió muchos los ojos mientras imponía silencio a su amiga.
* No alardees mucho de eso, Patty - le contestó casi en un susurro-.
Ya sabes que ese tipo de reuniones no está muy bien visto en
Chicago.
Patty no pudo evitar una carcajada.
* No me importa Annie. Me he dado cuenta de que tengo muchas cosas
en común con ellas. Me da igual lo que digan los demás...
Annie se mordió el labio inferior revelando su nerviosismo. No podía
creer que Patty hubiera cambiado tanto en los últimos años. Había sido
casi más tímida que ella cuando la conoció, pero la muerte de Alistair
la había afectado profundamente. Ahora no sólo era más decidida en
todo sino que su manera de pensar era más liberal y su carácter más
seguro de sí. Si antes se había sentido acomplejada por no tener un
físico demasiado llamativo, ahora despertaba curiosidad en todos los
hombres que la conocían, atraídos por su extroversión y simpatía.
Annie sonrió al recordar las calabazas que había dado a su último
pretendiente, un inglés llamado Rupert Beauchamp.
* ... Además es necesario que las mujeres empiecen a influir más en
política - continuaba Patty ajena a los pensamientos de su amiga.
Annie cambió radicalmente de tema. Ni estaba ni deseaba estar
interesada en política. Ese siempre había sido un asunto de hombres.
Suficiente tenía ella con ocuparse de Archie y de su hogar. Desde que
se habían casado, hacía medio año, se sentía radiante de felicidad. Él
era tan caballeroso, atento... Si pudiera darle un hijo pronto, su
éxtasis sería completo.
* Pobre Rupert, querida. ¡Cómo fuiste capaz de hacerle sufrir así!
Patty frunció el ceño ligeramente al comprender que Annie no estaba
interesada en escuchar nada que pusiera en duda el organizado mundo en
el que vivía; un mundo en el que mujeres y hombres tenían roles
perfectamente diferenciados, un mundo en el que las hembras estaban
destinadas a cuidar del hogar y de los hijos, y los varones de dirigir
las cuestiones del mundo. Patty estaba segura de que a Alistair le
hubiese encantado que ella desarrollara su inteligencia más allá de lo
que la estrecha sociedad en la que vivía parecía permitirle. Alistair,
su nombre aún provocaba en ella estremecimientos.
* No me interesa ni Rupert ni ningún otro -le contestó Patty
mientras apartaba a un lado todos sus recuerdos.
Habían llegado a lo alto de la escalinata cuando el señor Madsen, el
mayordomo, salió a recibirlas.
* Señora Cornwell, señorita O'Brien. Es un placer verlas por aquí -
dijo mientras inclinaba la cabeza a modo de saludo.
Annie y Patty le sonrieron al entrar en el magnífico hall de la
mansión.
* Venimos a ver a la señorita Andrew, señor Madsen. ¿Está en casa?
Profesional como siempre, su rostro permaneció imperturbable mientras
les comunicaba la noticia de la enfermedad de Candy.
* ¿Está el señor Andrew, entonces? -preguntó Patty sin que su tono
de voz tradujera su preocupación.
El señor Madsen las acompañó al estudio de Albert. Cuando las anunció,
éste se levantó de su mesa de trabajo y acudió a su encuentro
presuroso.
* Patty, Annie... ¡Qué sorpresa veros por aquí! - les dijo mientras
las besaba.
Ambas se sentaron en el gran sofá estilo imperio que ocupaba el
lateral derecho del gran despacho. Aunque no era la primera vez que
entraban allí, se dejaron subyugar por el exotismo de la decoración.
Todas las paredes estaban adornadas con cuadros de algunos de los más
bellos animales de todo el mundo, en una de las esquinas había una
reproducción en madera a tamaño natural de un gorila africano y del
techo colgaba una gran lámpara japonesa con reproducciones origami de
bellos pájaros orientales. Como siempre, el balcón estaba abierto y la
luminosidad invadía todo el cuarto.
* Me gustaría que alguna vez me enseñaras a hacer figuritas de
papel, Albert -comentó Patty mientras contemplaba extasiada las
pequeñas aves en el interior de la tulipa.
* Cuando tú quieras -respondió él mientras les ofrecía algo de
beber.
Annie miró su reloj. Era casi la hora del té.
* Albert, ¿qué te parece un té? Es casi la hora -le preguntó con
expectación.
Aunque él no solía respetar esa tradición inglesa, sabía que a ella le
encantaba representar el papel de señora de la casa, por lo que
solicitó de Berta, la cocinera, un juego de té.
* Gracias Albert -le dijo ella y cambió de tema.- Nos hemos enterado
de que Candy está enferma, ¿qué le pasa?
* Nada grave, menos mal - le respondió mientras se le escapaba un
leve suspiro.- El doctor Petersen la ha visitado esta mañana y nos
ha dicho que tiene una manifestación benigna de gripe, pero que
necesita descansar. En cuatro o cinco días estará como nueva.
Ambas le sonrieron revelándole su alegría ante la noticia.
* De todas maneras es una suerte que nos hayamos dado cuenta a
tiempo. Es tan testaruda...
Annie observó a Albert con detenimiento mientras él continuaba
hablando de su protegida. Estaba tan claro para ella que Albert era la
pareja ideal para Candy. Era indudable que estaba enamorado de ella.
Exceptuando a Archie, no conocía a hombre más atento ni encantador.
¿Cómo no podía verlo Candy? ¿Cómo estaba tan ciega? Sintió que la
cólera la embargaba. Candy sigue obsesionada por Terry. Y Albert... No
sé cómo puede seguir viviendo con ella, ocultándole sus sentimientos.
Estos últimos cuatro años deben haber sido una tortura para él, sobre
todo cuando Candy lo pasó tan mal al enterarse de la boda de Terry. El
nunca le confesará sus verdaderos sentimientos porque está convencido
de que ella nunca olvidará a Grandchester.
El sonido de una campanilla anunció la llegada de Martha, la doncella.
Annie se apresuró a indicarle donde debía colocar las cosas, asumiendo
inmediatamente sus funciones de anfitriona. Albert la contemplaba
divertido mientras le preguntaba cortésmente sobre su vida de casada.
Mientras tanto, Patty vagabundeaba por la habitación. Siempre le
habían fascinado los animales. Recordó a Huly, su tortuga. Albert la
había cuidado cuando quisieron arrebatársela en el Colegio St. Paul.
Revivió el momento en que Candy la defendió de la Hermana Grey y fue
castigada por su culpa. Todo por que no perdiera a su dulce Huly.
Patty dirigió su mirada hacia el joven. No se podía negar su atractivo
ni sus grandes cualidades personales. Su amor por la vida, su
generosidad... Patty cerró sus ojos e intentó aplacar los latidos de
su corazón. Llevaba mucho tiempo intentando ocultarse a sí misma la
verdad, pero había empezado a enamorarse de Albert. Sabía incluso el
momento en que su actitud hacia él había comenzado a cambiar, hacía ya
un año.
Estabas sentado en un bar... Ocultabas tus facciones tras un sombrero,
pero yo te reconocí nada más verte. Marge me había llevado a una
reunión electoralista que tenía lugar en un barrio poco recomendable,
y por lo tanto seguro para nosotras. Pasábamos cerca de esa taberna
cuando te reconocí. Allí sentado, solo, borracho. Le pedí a Marge que
se adelantase y yo te observé durante bastante rato. Bebías como si
quisieras secar el local, esclavo de un ansia brutal que fueras
incapaz de saciar. Me conmoviste como sólo Alistair pudo en el pasado,
porque yo sabía porqué te sentías así. Rabioso de celos. Candy se
ahogaba en su pena al enterarse de la boda de Terry y Susanna. Tú la
escuchabas y consolabas. Pero ¿quién te consolaba a tí? Tus ojos me
dijeron esa noche más que los seis años que hace que te conozco.
Porque eres un gran desconocido, Albert. Bajo tu aparente tranquilidad
y sosiego, late una personalidad fogosa y apasionada. Pude ver cómo
aceptabas las caricias de la meretriz, cómo intentabas saciar en ella
tu apetito, cómo tu ojos derramaban lágrimas ardientes sobre sus
pechos antes de que la razón se adueñase de nuevo de tus sentidos. Fui
testigo del sufrimiento de tu alma, de su llanto silencioso, de su
generosa negación... Te disculpaste con la mujer, pagaste y
abandonaste el local. Ni siquiera te diste cuenta de que alguien te
observaba, de que mi corazón estaba tan cerca del tuyo...
Patty estaba sumida en sus pensamientos y no reparó en que Albert la
miraba con curiosidad. De repente sintió sus ojos fijos en ella y bajó
su rostro hacia los papeles que había en la mesa cercana para
disimular su azoramiento. Observó que habían desplegado un mapa del
Zaire y que sobre él aparecía dibujada una ruta. Comprendió todo sin
necesidad de ninguna explicación. Albert se va a marchar...
* Patty -oyó la voz de Annie-, ¿cuándo vas a venir a tomar tu taza
de té? Se está enfriando...
La muchacha se acercó hacia ellos, su cabeza un remolino de confusión.
No puedes dejar que nadie se dé cuenta de tu turbación, tonta, se
dijo.
* ... aprovechando que estáis las dos aquí quería pediros un favor
-empezaba a decir Albert cuando Patty estuvo junto a ellos.-
Necesito vuestro consejo y vuestra ayuda.
Calló unos instantes mientras pensaba en cuál sería la mejor manera de
plantearlo. Ellas lo contemplaban con expectación.
* El mes que viene es el cumpleaños de Candy. Como sabéis cumplirá
veintiún años y deseaba organizar una fiesta en su honor. Una
especie de puesta de largo para presentarla formalmente a la
sociedad de Chicago. Ya sé que lo normal es que este tipo de
celebraciones tengan lugar cuando la dama en cuestión cumple
dieciocho años, pero, por cuestiones varias, en aquel entonces no
pudo ser. Ahora quiero compensar a Candy por ese error. ¿Me
ayudaréis a preparar su fiesta?
Patty y Annie se miraron con complicidad. No dijeron nada pero sus
miradas ilusionadas y gozosas fueron respuesta suficiente para él.
* Yo me encargaré de organizar el servicio y de comprar los adornos
necesarios -dijo Annie.
* No repararé en gastos, Annie. Siéntete libre para despilfarrar si
es necesario, deseo que sea una velada memorable - le apuntó él.
Annie rió entusiasmada ante la perspectiva de organizar para su amiga
una fiesta inolvidable.
* Entonces yo puedo ayudar con el envío de las invitaciones, los
músicos y el jardín - propuso Patty.
Albert le dedicó una mirada llena de afecto. Patty sintió que su pulso
se aceleraba pero consiguió que él no notara su embarazo.
* Muchas gracias, mis damas. Deseo que todo sea una sorpresa para
ella. Incluso le he encargado un vestido por anticipado. Mi sastre
me recomendó una modista recién llegada de Nueva York, parece que
sus diseños están revolucionando la moda de Chicago.
Patty le sonrió con admiración.
* Es cierto, Albert. Mme Bradley tiene un gusto excelente. Gracias a
sus modelos, los años 20 van a ser recordados en Chicago durante
mucho tiempo.
Albert le guiñó un ojo.
* Por supuesto, me tomé la molestia de avisar a Mme Bradley de que
dos amigas mías acudirían a su estudio para elegir su atuendo para
la ocasión. Deseaba agradecerles su ayuda por adelantado.
Ninguna de ellas pudo ahogar sus gritos de júbilo.
* Gracias Albert. Pero no sé si podría ponerme alguno de los
atrevidos modelos de Mme Bradley -dijo Annie.
El la miró incrédulo.
* Seguro que estarás encantadora con cualquiera de ellos, querida.
¿Me vas a privar del placer de verte imponiendo la moda de todas
las jóvenes de Chicago?
Annie sonrió de placer.
* Por supuesto que no.
Albert se giró hacia Patty.
* ¿Y qué me dices de tí, Patty? ¿Me permitirás darte las gracias?
Ella le miró con toda la franqueza de sus límpidos ojos castaños.
* No puedo imaginar mejor regalo de tu parte, Albert. Gracias.
El sonrió satisfecho. Deseaba con todo su corazón que las tres
muchachas se divirtieran al máximo en la fiesta.
* ¿Crees que podríamos ver ahora a Candy, Albert? -inquirió Annie.
El joven les indicó que le aguardaran mientras iba a consultarlo con
Hannah, quien se ocupaba personalmente de la enferma. La puerta se
cerró a sus espaldas y los pasos de él se alejaron por el pasillo.
Annie bajó la voz para hablar a su amiga.
* Puede ser una ocasión estupenda para hacer de Cupido, mi querida
Patty.
Patty se encogió de hombros incapaz de entender las insinuaciones de
su amiga.
* ¿No te has dado cuenta de que Albert está profundamente enamorado
de Candy? Sería una ocasión perfecta para que consiguiéramos que
ella se diera cuenta de sus sentimientos.
Patty sintió que su corazón se encogía.
* Tendremos que invitar a jóvenes solteros, por supuesto -continuó
Annie-, si no nadie creería que se trata de una puesta de largo;
pero también deberíamos traer a los mejores partidos femeninos de
Chicago. A ver si conseguimos que nuestra Candy se sienta celosa,
al ser testigo de la cantidad de admiradoras que tiene Albert.
Patty asintió, su mirada perdida en los pliegues de su falda.
* Tenemos que conseguir que Candy y Albert se casen, Patty. Esos dos
tontos no podrían ser felices con nadie más -concluyó Annie.
Patty le apretó fuertemente la mano mientras recordaba algo.
* ¿Tendríamos que invitar a Terry y Susanna? Creo que han vuelto
hace poco de su gira por Europa. Al fin y al cabo Terry es ahora
el Duque de Grandchester, uno de los pocos nobles que viven en
Chicago.
Annie se mordisqueó el labio inferior con dureza. Sus ojos reflejaban
indecisión.
* No había pensado en eso, Patty. ¿Qué podemos hacer? Si Candy ve a
Terry de nuevo, todas nuestras esperanzas se desvanecerán.
Durante unos instantes el silencio reinó entre ellas. Ninguna sabía
cuál sería la mejor decisión para todos.
* Tendremos que preguntárselo a Albert - resolvió Patty.- El sabrá
lo que hacer.
Annie la miró con fijeza.
* Creo que tomar una decisión de ese tipo será para Albert más
difícil que para nadie. Tiene que pensar en las reacciones de
cuatro personas: Candy, Terry, Susanna y la suya propia. Será
difícil, muy difícil, especialmente para él.
En ese momento la puerta del salón se abrió dando paso a su anfitrión.
* Creo señoritas, que Candy se encuentra mucho mejor y está deseando
recibirlas.
Ellas se incorporaron y salieron presurosas del estudio.
* Hannah os acompañará a su habitación. Procurad no cansarla
demasiado. Aún tiene que recuperar fuerzas.
Las dos muchachas se despidieron de él, que volvió a encerrarse en el
cuarto.
¿Qué piensas hacer Albert? Se preguntó Patty mientras dedicaba una
última mirada a la puerta que se cerraba. ¿Cómo acabará todo esto?