Fullmetal Alchemist Fan Fiction ❯ Sinfonía de Fuego y Pólvora en 30 Movimientos ❯ 1er Movimiento: La Dama del Rey ( Chapter 1 )
¡Hola! Éste es mi primer intento en el fandom de Full Metal Alchemist. Serán treinta fanfics, uno por cada tema de la comunidad de LJ 30 Vicios. Hay cinco temas con asterisco, que son libres. Y mis víctimas... digoooo, mis personajes protagonistas son Roy Mustang y Liza Hawkeye. Sí, lo aclaro: tanto en éste como en los demás fanfics encontraréis el nombre de Hawkeye escrito como Liza en vez de Riza. ¿Por qué? Muy sencillo, el fansub del cual leo el manga lo ha traducido así, y se me ha pegado. Además, a veces utilizo "Elizabeth" como su nombre completo. No digo más porque puedo "spoilear" a alguien... :) ¡Espero que os guste!
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Copyright: Full Metal Alchemist pertenece a Arakawa Hiromu. Yo sólo cojo sus personajes para dar rienda suelta a mis locuras.
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Título: La Dama del Rey
Fandom: Full Metal Alchemist
Claim: Roy Mustang/Liza Hawkeye
Tema: #5. * Reina
Notas: No contiene spoilers.... a menos que no sepas quién es el general Grumman, y, si prestas mucha, mucha, mucha atención, algo sobre Maes Hughes.
Resumen: Roy Mustang reflexiona sobre la importancia de la reina en el ajedrez y en su vida.
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LA DAMA DEL REY
El sol comenzó a asomar tímidamente por encima de las casas de Ciudad Este y la bruma que hasta esos momentos había invadido las calles empezó a retroceder perezosamente, dejando a la vista lugares y colores que poco a poco iban recuperando su brillo con la luz. El coronel Roy Mustang dio la espalda a la ventana de su oficina del Cuartel General, en la que se encontraba desde hacía algo más de una hora, y dejó la taza de café que tenía en la mano sobre la mesa, recorriendo la habitación con la mirada. Aquel era su último día allí y había ido a recoger sus pertenencias, que se amontonaban más o menos ordenadas en tres cajas precintadas a su lado. Sólo quedaban las cosas de su escritorio, que había comenzado a meter en otra algo más pequeña, y todo estaría listo. Bueno no, todo no. Seguramente aún había documentos que firmar. Al recordar aquello resopló levemente e hizo un gesto de disgusto, mientras decidía dónde colocar los dos últimos libros que había cogido de la estantería. La noche anterior lo habían tenido revisando documentos hasta bien pasada su hora de salida, ya que algunos asuntos no habían podido esperar hasta que su sustituto, el general de brigada Halcrow, ocupase su puesto, y otros habían sido derivados hacia él por el general Grumman, que sabía que no podría disfrutar de tanto tiempo libre a partir de su marcha.
Tras vaciar la superficie de la mesa, se sentó en su silla con la intención de desocupar los cajones. El primer compartimento contenía sobre todo material de oficina. Plumas, lápices, una agenda, clips... y más clips, de todas las formas posibles, triángulos, minúsculos rectángulos, e incluso alguna estrella, todos obras propias hechas en momentos de aburrimiento, desperdigados por el fondo del cajón y sobre sus cosas. Sacó la caja de clips y comenzó a meterlos todos, aunque los que se había esmerado en cambiar de forma no cabían y tuvo que ponerlos aparte.
No tuvo tanta suerte con el segundo cajón. Llegado a un punto se atascaba con el de arriba y salían ambos. Y si volvía a cerrar el primero, arrastraba al de abajo. Tratar de meter la mano y buscar a tientas qué estaba causando el problema era una opción, pero el hueco era algo pequeño para su mano y tenía la sensación de que si lo intentaba, tendría que esperar a que llegaran sus subordinados a ayudarle a sacarla. La postura no tenía aspecto de ser demasiado cómoda, por no mencionar lo ridícula que se le antojaba la escena en su cabeza, sus cinco subordinados forcejeando junto a él para librarle de las fauces del escritorio. Decidió esperar a que alguno de los que tenían las manos más pequeñas, Kain Fuery o Liza Hawkeye, llegase y lo ayudase.
El último compartimento se deslizó sin problemas cuando tiró levemente de él. Estaba casi vacío. Sólo contenía el ajedrez plegable que le había regalado el General Grumman tras la última partida que habían jugado. Lo cogió con delicadeza y lo depositó suavemente sobre la superficie pulida del escritorio. Una leve sonrisa se dibujó en sus labios mientras posaba la mano sobre el estuche. Realmente apreciaba a aquel anciano. Era amable, servicial y, aunque muchos lo calificaban de excéntrico, un soldado íntegro tras la máscara de complacencia que llevaba. Le había enseñado mucho a lo largo de los años en que había permanecido en Ciudad Este, aunque también había delegado en él parte de su trabajo y ello había aumentado considerablemente las montañas de papeles en su escritorio, algo que le había dado más de un dolor de cabeza. Después de unos segundos mirando el ajedrez reflexivamente lo abrió. Vació el estuche y le dio la vuelta, comenzando a colocar las piezas negras lentamente frente a él. Siempre había jugado con blancas, no sabía si por deferencia del general o porque tenía preferencia por las negras.
Una vez que terminó, comenzó con las suyas. Puso los peones en fila y luego siguió con las piezas mayores, las torres, los caballos, los alfiles, la reina y el rey. Cada uno tenía su papel y su importancia dentro del tablero. Era curioso que la pieza fundamental, sin la cual se terminaba el juego, fuera también la más inútil. El rey se movía lentamente, paso a paso, capaz sólo de eliminar a los adversarios que se ponían a su alcance. Únicamente al final, si se conseguía llevarla al centro, lograba desplegar un poder ofensivo mayor, pero seguía sin ser capaz de atacar a distancia.
De todas las piezas, su favorita era la reina. Podía moverse en todas direcciones y avanzar sin más límites que los del tablero, o de las piezas contrarias en su camino. Era la más temida, exterminaba a sus contrarios sin piedad, y era la protectora del rey. Su pérdida significaba casi siempre inclinar la balanza del lado enemigo.
Tomó la reina blanca y la giró en sus dedos, observándola detenidamente. Una ligera sonrisa se formó en sus labios. Era irónico que su cruzada se pareciese tanto a una partida de ajedrez. Los reyes podían ser King Bradley y él, eliminar a uno significaba el fin del juego. Alrededor de ellos había un pequeño ejército que se movía para protegerlos. El Capitán General tenía a los Homúnculos; él a su brigada. Havoc, Breda, Falman, Fuery... Cada uno podía representar cualquiera de las piezas restantes, el alfil, el caballo, la torre, el peón... excepto una. Sólo una pieza tenía rostro y nombre. La reina. Aquel papel no podía ser representado por otra persona más que por Liza Hawkeye. Era su guardiana y protectora, el único ser humano en el que confiaba plenamente, tanto como para darle la espalda sin reservas. Y tan dispuesta estaba a defenderle como a destruir a quien supusiera una amenaza para él. A menudo pensaba que había depositado sobre ella la carga más pesada de todas, pidiéndole que siguiera manchando sus manos de sangre, humana o no, mientras él seguía ascendiendo hacia la cima.
Apretó la figura entre sus dedos y sus cejas se fruncieron. No eran pocas las veces que se preguntaba si debería haber cortado las ataduras que lo unían a él, si todavía estaba a tiempo de hacerlo. Pero sabía que era imposible. Sin ella no podría avanzar en su camino. Y ella no consentiría que siguiera solo. Parecía que sus vidas estaban fuertemente enlazadas, y que sólo la pérdida de alguno de los dos en aquel tablero que era Amestris lograría separarlos. Y algo le decía que no por mucho tiempo.
Las palabras de Hughes sobre buscar a alguien más que lo apoyara sin reservas resonaron claramente en su cabeza y sus labios volvieron a curvarse en una suave, aunque amarga sonrisa. Seguramente sería feliz al saber que contaba con ese alguien, aunque no en la forma que su amigo hubiese deseado, la de una esposa. Probablemente, la relación entre Liza Hawkeye y él era aún más profunda que la de un matrimonio, porque ambos conocían los pasos que daba el otro, su fe mutua era ciega y habían compartido demasiadas experiencias que los habían llevado a ver al otro en sus momentos más bajos. Además, si tuviese una familia, ésta se convertiría en el punto débil que sus enemigos no dudarían en atacar, y jamás podría conseguir su meta si tenía que volver la cabeza a cada paso para asegurarse de su bienestar.
El general Grumman, tal vez por experiencia, tal vez por observación, había sabido acercar ambas posiciones al ofrecerle la mano de su nieta en matrimonio. "Será la esposa del futuro presidente" había dicho. Volvió a coger la pieza con dos dedos y la contempló con expresión divertida. Se preguntó qué pensaría Liza de aquello. No había dado muestras de conocer la oferta de su abuelo ni su respuesta a ella. Podía imaginarla moviendo la cabeza mientras se encogía de hombros, preguntándose qué había hecho para que los dos hombres con los que le había tocado compartir su vida estuviesen locos.
-¿Otra vez perdiendo el tiempo, coronel?
No la había oído entrar, tan ensimismado estaba en sus pensamientos. La teniente estaba delante de él, mirándolo seriamente, con dos carpetas y un libro en los brazos. Tras ella, sobre su escritorio, había una caja para sus cosas y su bolso. Black Hayate estaba sentado junto a la mesa, con los ojos fijos en la escena ante él. Sonrió como un niño al que han cogido con la mano en el tarro de las galletas y, con cuidado, dejó la reina blanca en su posición.
-Estaba esperándola, Hawkeye – ella ladeó la cabeza levemente mientras él se levantaba de la silla y le hacía un gesto para que se acercara -. Los cajones de mi escritorio se han atascado – ella llegó a su lado y, dejando lo que llevaba en las manos sobre la mesa, se inclinó mientras él tiraba del segundo compartimento y éste avanzaba unos centímetros antes de arrastrar al primero -. Mis manos no caben por ese hueco.
Liza se arrodilló frente a la cajonera e introdujo sus dedos con cuidado, palpando y avanzando hasta que tropezaron con una masa informe de puntas, papel y tela.
-Señor, ¿qué tiene aquí?
-Ya ni lo recuerdo. Saque lo que pueda, y si tiene que romper algo, no se preocupe.
Hawkeye no dijo nada más y se concentró en tocar algo para poder arrastrarlo hacia fuera y hacer su trabajo más fácil. Lo primero que consiguió sacar fue una bola de papel y luego varios lápices, a uno de los cuales se le había roto la punta.
-¿Sabe jugar al ajedrez, teniente? – preguntó el coronel mientras la veía extraer objetos de su cajón, a algunos de los cuales dedicaba extrañas miradas.
-Un poco. Mi abuelo me enseñó cuando era pequeña, pero hace mucho de mi última partida –respondió ella mientras depositaba a su lado un guante con un círculo de alquimia trazado en rojo sobre el dorso -. Señor, debería cuidar un poco dónde pone sus cosas...
-Algún día podríamos jugar una – sugirió él mientras cogía la prenda del suelo y jugueteaba con ella
La joven no dijo nada. Había vaciado todo el cajón, sólo quedaba lo que parecía una carpeta con folios, pero estaba atascada. Se arremangó un poco y metió algo más el brazo. Sus dedos tocaron algo pegajoso en la base del cajón de arriba y no pudo evitar hacer una mueca que atrajo la mirada de su superior. Respirando hondo, cogió bien el archivador y tiró con algo de fuerza para desprenderlo. Una vez que lo tuvo fuera abrió los ojos, sorprendida, para entrecerrarlos inmediatamente apretando los labios en un gesto de desaprobación, al leer las palabras escritas por ella misma en la cubierta, y ojear con desconfianza el montoncito de algo desconocido que había casi en el centro, rodeado de lo que parecía una mancha de grasa.
-Señor, éste es el informe que tuvimos que rehacer el mes pasado porque se perdió, y esto... ¿es un trozo de un dulce de almendra? – dijo en tono severo mientras le daba un par de golpecitos con el dedo a la masa informe que ensuciaba la carpeta.
Como única respuesta, Roy Mustang puso la cara más inocente que pudo mientras se encogía de hombros. Liza Hawkeye suspiró resignada y dejó el dossier en el suelo para limpiarse los dedos con un pañuelo. Mientras lo hacía, notó los ojos del coronel fijos en ella y trató de ignorar que su corazón se había parado por un momento. Después de invertir unos segundos de más en eliminar la viscosidad de sus manos, se volvió con la expresión más neutral que podía conseguir en aquel momento.
-¿Señor?
-Sólo trataba de imaginar qué tal le sentaría una corona...
Ella lo miró incrédula por un momento y después suspiró moviendo la cabeza.
Justo la reacción que él esperaba.
FIN
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Notas:
- Arakawa Hiromu confirmó que el general Grumman era el abuelo de Liza Hawkeye el el artbook "Full Metal Alchemist Perfect Guide 2".
- A King Bradley lo he llamado por su rango en el ejército ya que, al parecer, la palabra Fuhrer no se menciona ni en el anime ni en el manga. Aquí en España lo tradujeron como Capitán General, que es el máximo rango en el ejército, el manga todavía no ha llegado a mencionarlo, y en la versión que yo estoy leyendo del fansub "Zomg Fruit Tree Alchemists", lo llaman Presidente. Hay para todos los gustos. ^^