InuYasha Fan Fiction ❯ A la sombra de tus ojos ❯ A la luz del atardecer ( Chapter 1 )

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 El viento mecía suavemente sus cabellos, mientras que el automóvil avanzaba rápidamente por esa hermosa carretera que conducía a las afueras de la ciudad, rodeada de árboles y naturaleza. Llevaban ya seis horas de camino, pero para Kagome, solo había sido muy poco tiempo. Estaba feliz de poder escapar de los estereotipos de la ciudad, de las personas analizadoras y entrometidas, de su trabajo tan tedioso y aburrido, del cual había renunciado hacia solo un par de dias, y viajar con su mejor amiga de la infancia, la dulce y extrovertida Sango, una joven con un carácter fuerte que le permitía ponerse a la altura de un hombre en una pelea, que no le tenia miedo a nada y odiaba pensar que en algún momento pudiera ser el reflejo de su madre: una mujer sumisa, pulcra, que creía que el lugar de una mujer era estar en la casa, servir a un hombre  y hacerlo feliz.
Esta era el ejemplo de Kagome. Siempre la había defendido, aun cuando ella se consideraba una mujer fuerte, en el fondo la vencía esa sensibilidad que la caracterizaba como individuo.

Iban rumbo a una hermosa posada de retiro después de valorar los lugares más geniales para pasar sus vacaciones. Y es que siendo totalmente  honestas, quien no querría pasas unas vacaciones en un bosque que prácticamente se apartaba de la civilización como por arte de magia?  Sus anchos campos lo convertían en un lugar increíble, una experiencia unica. Sango había visitado la posada una vez, cuando, de regreso de un viaje con uno de sus ex novios, se habían perdido y llegaron ahí.

Tardaron casi 2 horas más en llegar, pero el viaje valió la pena. Era un lugar que solo en nuestros sueños podríamos imaginarlo: los verdes prados, teñidos de colores por las pequeñas flores silvestres, se mecían lentamente con la brisa calida de la tarde. Al fondo, los grandes pinos contrarrestaban con un monte cubierto en su punta de nieve, y el cielo azul violeta de la tarde que cae, con reflejos naranja de un increíble ocaso. Y en medio de todo eso, la casa, grande y fuerte, con sus ventanales adornados con contraventanas color café, y su pequeña chimenea emitiendo un débil humo….

Kagome estaba simplemente sin palabras… Cuando Sango le comento que ahí encontraria paz interior, jamas se imagino algo asi. De repente, todo lo que le había preocupado hasta ahora, le pareció sin sentido, y se sintio en un estado de relajación que nunca había sentido…

El joven que apareció al lado de la posada la distrajo de inmediato. Venia a paso lento, su cabello inusualmente largo cayendo sobre sus hombros, y su piel ligeramente bronceada brillaba con los últimos destellos del día.

Al pasar frente al automóvil, el joven levanto la vista, y ella pudo ver en ese momento ella pudo notar la carateristica mas llamativa que poseía el chico: no era el echo de que el fuera el chico mas atractivo que hubiera visto en su vida, ni que el color rubio platino de su cabello fuera idéntico al color de la plata… Eran sus ojos. Esos ojos color oro, fríos como glaciares, pero con el poder de hipnotizar la mas temible de las bestias. Esa mirada ambarina que las veía con un toque de desden, y al mismo tiempo indiferencia.

Sin embargo, un minuto después, el se había ido, dejando un destello ambar en la mente de la chica.

La voz de Sango la devolvió a la realidad, y ruborizándose un poco, siguió a su amiga hacia el interior de la posada.  En el vestíbulo las esperaba la dueña del lugar, una amable anciana que les recordó a las abuelitas de los cuentos infantiles. Esa sonrisa calida confirmo una vez mas la buena decisión que habían tomado.

-bienvenidas a mi humilde posada, mi nombre es Kaede- les dijo alegremente- me complace mucho tenerlas aquí… en que les puedo ayudar?
--quisiéramos 2 habitaciones por favor-le respondió Sango, sonriendo levemente.

Las habitaciones estaban en el segundo piso. En esa época del año no habían muchos clientes, por lo cual pudieron tomar habitaciones relativamente cerca. La de Sango estaba ubicada al final del pasillo, y la de Kagome justo al lado, aunque estaban divididas por el cuarto de servicio. Los pasillos, cuyas paredes estaban remachadas con roble barnizado para guardar el calor en invierno, mostraban retratos familiares. En uno de ellos, una hermosa mujer, junto a un hombre de cabellos rubios, sostenía a un bebe y a un niño enfadado que habían heredado los rasgos de su padre.

-Es mi hija, con su esposo Inutashio- le dijo Kaede, que había notado como le llamaba la atención el retrato a las chicas- ellos son shesshoumaru, el  mayor, e Inuyasha, el pequeño, mis nietos.

-Viven aquí todos ellos?- le pregunto Sango fijándose en el retrato

-OH, no!- respondió la anciana con falsa ligereza-ellos murieron en un accidente hace mucho tiempo, cuando Inuyasha y Shesshoumaru eran solo unos niños. Ellos viven conmigo, así como el hijo del mejor amigo de Inutashio, el cual también quedo huérfano por ese accidente, sus padres acompañaban a mi hija.- la nota de tristeza en su voz demostraba como a pesar del paso del tiempo ( si el chico que habían visto al llegar era el mayor se podía decir que había pasado ya mucho tiempo) le era difícil hablar del tema.

Momentos después se encontraban cada una en su respectivo dormitorio, y luego de agradecerle a Kaede una vez mas, quedaron solas con la expectativa de lo que serian estas vacaciones.

La tarde cálida y perfecta invitaba a pasear por esos hermosos prados y sin perder mas tiempo, Kagome se dirigio a la habitación de su amiga, con la intención de llevarla como compañía en su excursión. Pero al salir al pasillo se topo de frente con una pared de musculos que la saco de balance. Unos fuertes brazos la sostuvieron firme por la cintura, quedando frente a frente con unos abrazantes ojos ámbar, y paralizada por ese agarre, que la hacia sentir indefensa y protegida al mismo tiempo.

-Disculpa. Fue mi culpa- le dijo suavemente una voz profunda, sedosa y segura, devolviéndola a la realidad. En ese momento fue consciente de lo cerca que estaban el uno del otro. Al retroceder pudo ver a quien le pertenecían esas joya ambar. En un principio creyo estar en brazos del chico que habían visto en la mañana, pero estaba equivocada. El chico que estaba frente a ella era mas joven, pero poseía varios de los rasgos que había visto en el nieto mayor de Kaede: cabello largo y plateado, gran estatura, ojos irresistibles…

Sacudió esos pensamientos de inmediato, lo ultimo que necesitaba en ese momento era estar fantasiando con alguien que ni siquiera conocía.

Pero no tuvo que preocuparse mas, porque en ese momento otra voz llamo su atención.

-Inuyasha, aquí estas! Al fin te encuentro- Tenia que admitirlo, ese joven era muy apuesto también. Su cabello negro, recogido en una pequeña cola, sus ojos castaños que destellaban de picardía, su sonrisa hechizante y su cara perfilada y fina lo hacían ver muy bien- quien es esta joven?

-no tengo la menor idea- respondió este mirándola fijamente- es una huésped nueva.

-permítame presentarme- le dijo entonces tomándola de la mano y besándosela suavemente mientras le sonreía- mi nombre es Miroku, vivo en esta humilde morada… Sera que puedo saber el nombre de tan bella dama?

-eh… Mi nombre es Kagome- respondió ella mirándolo sorprendida, ya que nunca la habían tratado así.

-este es mi amigo Inuyasha- le dijo entonces señalando sobre su hombro.- lo que pasa es que no le gusta presentarse el mismo, es tímido- le dijo cerrando un ojo.

-Inuyasha-repitió ella mirándolo fijamente.

En ese momento, apareció Sango detrás de ella. Miro a Inuyasha, que estaba cerca de Kagome, y a Miroku, que sostenía todavía su mano.

-Kagome que ocurre?

-Sango! Estaba a punto de ir a buscarte…- dijo la pelinegra con una sonrisa, y mirando sobre su hombro agrego:

-Mucho gusto chicos, y discúlpame, joven Inuyasha, fue mi culpa el haber tropezado asi contigo, tendre mas cuidado la próxima vez.

El la miro fijamente, y luego de un murmurar un “ vámonos Miroku”, se dirigio hacia las escaleras.

-Discúlpenlo señoritas, ese es su carácter. Por cierto- dijo tomándole la mano a Sango- mi nombre es Miroku, si en algún momento se les ofrece algo, con gusto estaré para servirles. Señorita Sango, señorita Kagome….

Y diciendo esto, siguió a su amigo.

-Eso fue extraño.
-Y que lo digas… Sango, acompañame a caminar afuera un rato si?- la expresión de esperanza de su amiga no le dio mas remedio que asentir.

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Esa mujer lo había dejado impresionado.  Y no era el echo de que esa sonrisa fuera la mas pura e inocente que había visto hace tiempo. Tampoco era ese perfume que le pareció exquisito, su piel tersa y calida al contacto, ni esos ojos tan expresivos, en los cuales estaba seguro podía ver el fondo de su alma si miraba detenidamente. Era el parecido que tenían físicamente lo que mas lo había afectado.

Nada lo hacia sentir mejor que caminar por los solitarios prados de noche, el aire fresco llenándole los pulmones, despejándole la mente de la ola de recuerdos que se acumulaban como remolinos desde hacia varias horas.

Se acomodo entre las raíces del viejo árbol que ocupaba el centro del gran jardín trasero, mirando fijamente a las estrellas, mientras que de reojo veía a su amigo acercarse lentamente.

Miroku se sentó junto ha el, y suspirando le dijo:

-notaste su parecido verdad?

-keh…-fue la única repuesta que recibió de su compañero mientras cerraba los  ojos y apoyaba su cabeza al árbol.

Había pasado tanto tiempo y todavía sentía que era ayer cuando, en el instituto, conoció a esa joven. Su largo cabello azabache, sus ojos tristes y misteriosos, ocultos bajo esa mirada de indiferencia, su piel blanca como la nieve… era una de las chicas más populares, aunque no hablara con nadie.

Como olvidar la tarde en que se conocieron? Estaban el y Miroku hablando, cuando la vieron venir del segundo piso. Era hermosa, pero muy tímida. No miraba a nadie a los ojos, y rehuia de la gente. Paso velozmente al lado de los jóvenes, pero al llegar a las escaleras, su cuerpo involuntariamente fallo, y estuvo a punto de rodar por ellas, de no ser por la rápida acción de Inuyasha, quien la sostuvo en el aire, quedando sus rostros a escasos centímetros. Desde ese momento, el se convirtió en su amigo y protector, y tiempo después, en su pareja.

Podia recordarla como si fuera ayer. Se sentía orgulloso de ser la única persona en la que ella confiaba, con a que podía ser el mismo sin temor de sufrir rechazo. Era comprensiva, dulce, y amable. El único problema fue que siempre tuvo el sentimiento de que ella no le era totalmente sincera, era muy reservada en sus cosas y solía lidiar sola con sus problemas.

Misteriosamente, poco tiempo después de salir del instituto y de que ella hubiera accedido a casarse con él, la joven desapareció. Poco tiempo después, le informaron que Kikyo, su joven prometida, había muerto de un extraño padecimiento, y que le dejaba dicho que buscara la felicidad que ella no podía darle.

-Kikyo…- suspiro involuntariamente. Que coincidencias de la vida. Una mujer realmente parecida a la que fue una vez su amor había aparecido de la nada, para atormentarlo.
-No es Kikyo, Inuyasha- dijo Miroku, e Inuyasha se percato que este lo había oído.

-ya lo se… - en ese momento escucharon risas, y al voltear al prado, pudieron ver, como dos angeles juguetones, a las chicas que corrían como pequeñas niñas por entre las flores. La luz de la luna llena se reflejaba en sus cabellos, y por un momento, los dos jóvenes quedaron deslumbrados con su belleza.

Pero esa ilusión fue rota casi al instante, cuando las chicas se percataron de que no estaban solas.

–Parece que nuestros caminos estan destinados a cruzarse-

Miroku saludo a las chicas con un leve movimiento de su mano, y estas se acercaron mientras sonreia abiertamente. Y era preciso ser honestos, no eran muchas las chicas que visitaban ese lugar, y menos unas tan agradables a la vista.

Inuyasha, sin embargo, no tenia deseos de estar cerca de la pelinegra. El parecido que compartian ella y Kikyo lo incomodaba de gran manera.

Sango por su lado, hizo una nota mental con respecto a los chicos. Si, era cierto que eran muy bien parecidos; y si, era cierto que el ojiaaul se las traia a la hora de querer atraer la atencion, pero ellas no eran tontas. Sabian lo que el estaba tramando, y planeaban divertirse a costa de ellos.


-gustan sentarse con nosotros?- pregunto Miroku mirando fijamente a Sango. La chica sonrio coquetamente, mientras que su amiga no perdia detalle de la extraña chispa que habia aparecido en sus ojos. Oh Kami, Sango andaba detras de algo, y por experiencia sabia wue no era nada bueno. Inuyasha se movió un poco para que las chicas se sentaran, y luego de diez minutos,  se entendían perfectamente.

Era extraño lo facil que les resultaba interactuar entre ellos, era como si se conocieran a un nivel muy profundo. Kagome solo pudo relacionarlo con alguna vida pasada.

Al regresar a sus habitaciones, las chicas se detuvieron unos momentos en el pasillo, todavia comentando lo bien que lo pasaan con los chicos, y lo llevaderos que estos resultaron ser.

No se percataron de su presencia hasta que estuvo justo a su lado. Se movia como una sombra, sigilosamente por el lugar, con su rostro totalmente inexpresivo y orgulloso, lo cual generaba un poco de temor hacia su persona.

Su voz fue fuerte, segura, y fria en el momento que se dirigio a ellas, sin siquiera dirigirles una mirada:

–Si lo que quieren es comportarse como cualquieras, busquen otro lugar. Aunque mi hermano y su libidinoso amigo no les importe, no voy a permitir que corrompan este lugar.

Ninguno lo vio venir. En un abrir y cerrar de ojos Kagome estaba frente al ojidorado, con las mejillas sonrosadas de ira y la respiración pesada. Una marca roja se formaba en el rostro del hombre mientras que su mirada se clavaba como dagas sobre ella.

–No me importa que tan dueño de este lugar seas, o que tan correcto e intocable te creas para poder venir a decirle a cualquiera semejantes cosas. Pero no voy a permitir que nadie, ni siquiera tu, digas algo asi. Controla tu lengua un poco mas, y metete en tus propios asuntos.
Y sin decir mas, la pelinegra se dirigio con paso seguro a su habitación, mientras que Sango cerraba la puerta de la suya, en un intento desesperado de escapar de la furia de hombre.

Al parecer, iban a ser unas muy largas vacaciones.



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