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El callejón del beso
One-shot
Universo Alterno
Cuantas y cuantas veces oró doña Anna ante aquel milagroso San Antonio de su alcoba.
¡Con que infinidad de lágrimas empapaba sus finas batistas!
La dura intransigencia de su padre la aterraba, y las ternuras de doña Tamao, su dama de compañía desde la muerte de su madre, eran débiles para acallar su desesperación.
Por que su desgracia era muy honda: en contra la voluntad de su padre, había aceptado las insinuaciones de aquel apuesto galán: aún saboreaba con dulzura el recuerdo del día en que don Yoh se había apresado a ofrecerle el agua de la pila bendita del pueblo.
Descubiertos aquello amores disimulados, con que furia se abatió sobre ella al enojo de su padre. Se vino el encierro la amenaza de enviarla a un convento lejano donde murieran sus ilusiones...
Pero las últimas fechas había cambiado la resolución: tenía el proyecto de casarla en la Península con un hombre y acaudalado noble llamado Len Tao. Así acrecentaría la herencia de la esposa, cuya fortuna mermaba a grandes pasos.
Fueron inútiles los ruegos; el padre exigía la sumisión a sus mandatos, y ya Tamao tenía instrucciones de arreglar la ropa y vestidos de doña Anna para iniciar el viaje de regreso a la Península.
Juntas lloraron mucho tiempo en espera del milagro. Pero este no venía.
Y el tiempo acercaba implacable la fecha de la partida.
Al fin pudo Tamao salir para llevar a hurtadillas a don Yoh la infausta nueva.
Este, rápido, urdió mil planes: primeramente pensó en obligar al padre a consentir en su boda y hacerlo desistir de su propósito de casarla con un desconocido; luego, ante la seguridad del fracaso, pensó en el duelo: lo retaría a singular combate, y ya huérfana, se casaría con ella. Pero ¿aceptaría casarse con el matador de su padre? No, indudablemente que no aceptaría. Entonces... ¡El rapto! La raptaría y... ¿Y la sociedad? ¿Sería bien aceptada por la sociedad, la esposa de don Yoh, después del escándalo que se originaría con el rapto?
Aquí su imaginación no acertó a discurrir más. Tan solo tobo una idea que se dispuso a poner en práctica.
Una de las ventanas de la casa de doña Anna daba a un callejón muy estrecho, tan estrecho que se podía tocar la pared frontera sacando la mano.
Y la casa de enfrente, precisamente a la altura de la ventana de su amada, tenía un pequeño postigo. Si consiguiera entrar en tal casa bien podría don Yoh escuchar las palabras de la propia boca de doña Anna y pedirle que le ayudara a resolver tan grave problema.
Informase con el notario quién era el dueño de aquella casa. La hizo pagar a precio de oro y fuese a esperar a Tamao para transmitirle la cita a doña Anna.
Muy grandes abrió lo ojos, asombrada, Tamao. Pero con verdadero regocijo acogió el plan de don Yoh y llevó el recado a su destino.
Por la noche, con cuanta impaciencia aguardaba don Yoh en su reducto.
De pronto la ventana se abría. Una sombra se asomó y una mano blanca y perfumada salió ofreciéndosela.
Don Yoh sintió su corazón darle vuelcos, y se apresuró a tocar aquella tersa mano.
-Doña Anna
-Don Yoh
-Sois mi vida, doña Anna
-Y vos la mía, don Yoh
Pero de improviso se escucharon voces en la casa de doña Anna. El padre se había levantado y luchaba con Tamao que trataba de contenerlo.
Atónita, doña Anna no tuvo tiempo de quitarse del lugar en que se encontraba, y habiendo el padre sorprendido el ardid, enfureciese y sacando su daga la clavó en el pecho de su hija.
Mudo testigo fue don Yoh de la tragedia.
Quedó el brazo de ella colgando sobre el callejón, y en el silencio don Yoh depositó un beso en la mano yerta de doña Anna.
Fin