Yu-Gi-Oh! Fan Fiction ❯ El Amor Después ❯ Resplandor ( Chapter 17 )

[ Y - Young Adult: Not suitable for readers under 16 ]

Disclaimer: al César lo que es del César, YGO no es mío.
Pairings: JxS
Warnings: yaoi y derivados
 
Si del cielo te caen LEMONes, aprende a hacer LEMONadas.
 
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EL AMOR DESPUES.
 
Love is real, real is love.
Love is feeling, feeling love.
Love is wanting to be loved.
Love is touch, touch is love.
Love is reaching, reaching love.
Love is asking to be loved.
 
Love is you, you and me.
Love is knowing, we can be.
Love is free, free is love.
Love is living, living love.
Love is needing to be loved.
...................................................Love, John Lennon.
 
 
 
Capítulo 17. Resplandor.
 
 
El ruido del motor le llegaba muy apagado a través del caso junto con el zumbido del viento al rozar éste. Había girado su cabeza para recostarse en la espalda a la que se sujetaba con fuerza. La vibración de la motocicleta era como un rugido suave que el recordaba a un dragón.
 
Una vez Mokuba le confesó de un sueño donde él llegaba en el Dragón Blanco de Ojos Azules para llevarlo lejos de la Mansión de Gozaburo hacia un lugar donde estaba su hogar verdadero. Ahora imaginaba que él mismo montaba un dragón y que era llevado lejos de ahí a un sitio seguro donde el Faraón no le hiciera daño.
 
En su mente abrazaba a Joey sobre el lomo del Dragón Negro de Ojos Rojos.
 
Joey notó como los brazos de Seto se aferraron a su cintura mientras su cabeza se apoyaba sobre su espalda. Por el espejo retrovisor notaba el vuelo de su gabardina blanca. Estaban dando un paseo con una de las motocicletas que Joey tomó “prestada” de Tristán para que el ojiazul experimentara la sensación de vuelo que provocaba el ir a toda velocidad sobre la autopista. Esperaba darle una emoción lo suficientemente llamativa que la apartara de ese estado de ánimo que le había visto los últimos días.
 
Algo preocupaba a Kaiba. No era Mokuba, ni la Corporación. Siempre tenía la mirada desconsolada y constantemente se distraía. Al rubio le partía el corazón verlo con esos ojos azules llenos de tristeza. Además, en sus últimas citas, Seto había querido acercársele, pero se detenía como temeroso de su movimiento.
 
El dragón ojiazul tenía las alas rotas.
 
La motocicleta se desvió tomando un sendero en el bosque hasta detenerse cerca de un río. Joey paró el motor, mirando de reojo a Seto, que parecía despertar. Quitándose el casco, bajó de la moto y le hizo una seña al ojiazul para que hiciera lo mismo, guiándolo hacia la ribera, donde se sentaron en silencio.
 
-Aquí, en este lugar -comenzó Joey, mirando el río- hace tiempo me di cuenta de que perdí algo importante por una muy mala decisión.
-¿Qué fue?
-Algo demasiado precioso -el rubio miró a Seto- que se quebró en mil pedazos.
Se miraron largo tiempo. Kaiba entrecerró sus ojos.
-Dime que era.
-Mi corazón.
Seto regresó la vista a las aguas tranquilas del río, abrazando sus piernas y recargando su mentón sobre sus rodillas.
-Yo también perdí el mío -susurró.
-¿Puedo acercarme?
-Cachorro -el ojiazul cerró sus ojos con gesto enfadado- no tienes…
-Quedamos en un trato, koneko, y estuviste de acuerdo. Tú puedes hacer lo que quieras pero yo tengo que pedir tu permiso. ¿Puedo acercarme?
-Sí.
 
El rubio se sentó al lado de Seto pero sin tocarlo, éste giró su cabeza y lo observó en silencio. Aunque no quería aceptarlo, ese convenio le había dado más confianza para estar con Joey, era una forma de sentirse en control y seguro de que le respetaría. Adelantando una mano, rozó la mejilla del rubio.
 
-¿Has recuperado tu corazón, Joey?
-Sí, Seto. Y lo tienes tú.
Aquél par de ojos azules se rozaron. La mano que acariciaba a Joey, cayó.
-No lo quiero.
-Es tuyo de todas maneras. Siempre lo será, koneko. ¿Guau?
-Miau -contestó tristemente Kaiba. Era lo más cercano que podía decirle de cariño sin sentir esa temible oleada de dolor.
-¿Puedo darte un beso?
-Sí -Seto levantó su rostro para recibir un beso tierno en la frente.
-Todo lo que quiero de este mundo eres tú, koneko.
Kaiba recostó su cabeza en el hombro de Joey.
-¿Aún si soy de lo más despreciable? -preguntó con voz apagada- ¿Aún si no tengo nada de mí que darte?
-Aún así. ¿Puedo abrazarte?
 
El ojiazul asintió y Joey lo abrazó meciéndolo. La tarde ya caía con los últimos rayos del sol sobre las colinas en el horizonte. El río corría apenas y su murmullo suave los acompañó en su largo silencio, tranquilizando a Seto. El calor de los brazos rodeándole le proporcionaba confianza y descanso, probablemente como lo era con sus padres. No lo recordaba bien. Percibió el aroma del rubio, masculino y exótico. Lleno de peligro y aventuras. Joey había estado en los lugares más peligrosos, arriesgando su vida para capturar un momento de la historia, plasmándolo en fotografías únicas. Siempre había sido así: temerario, estúpido y confianzudo, pero noble y fuerte, sacrificando todo por su ideal. Seto levantó un brazo para abrazar a Joey.
 
/¿También lo harías por mí? ¿Darías tu vida ciegamente sólo por mí?/
 
Recordaba las veces en que Joey se aventuraba a un duelo para ponerle alto a cierta situación, salvar a sus amigos o rescatar al mundo. No medía el peligro ni las artimañas de sus enemigos. Como un ingenuo, confiaba en tener la carta correcta en el momento preciso. Siempre apoyándose en su corazón. Un corazón que le estaba entregando ahora. A él. Sólo a él. Quería ser su cachorro por siempre.
 
-Puedo hacer todo lo que quiera ¿verdad?
-Todo, koneko. No tengas miedo. Estoy aquí para ti.
 
Seto se separó de él. Cepillando con sus dedos los mechones en el rostro de Joey, lo besó recostándolo en el pasto seco. Rozando apenas con sus labios su cuello, empezó a recorrer el pecho del rubio con sus manos, sintiendo como respiraba profundamente. Despacio, bajó el cierre de la chamarra, serpenteando sus dedos por debajo de la camisa, buscando. Joey cerró sus ojos, cruzando sus brazos antes de colocarlos bajo su cabeza como una almohada. El ojiazul encontró un pezón y lo acarició, observando el rostro complacido del rubio. Quitó unos botones, dando pequeños besos y mordiscos en la piel que encontraba. Cortos jadeos se dejaron escuchar por parte de Joey. La mano de Kaiba corrió hasta su entre pierna para dar un apretón a un bulto sobresaliente, perfilando una naciente erección con sus dedos, ganándose un gemido ronco del rubio.
 
Unos ojos dorados se abrieron, brillando de deseo. Seto sonrió. Sabía que si se detenía, Joey lo aceptaría aunque muriera por tocarlo. Su obediencia tan leal era de admirarse. Agradecía esa sensación. Sentándose sobre éste a horcajadas, empezó a moverse, rozando su miembro, al par que estimulaba aquellos pezones. Una risa mueca se dibujó en su rostro al ver al rubio retorcerse de placer. Sacando sus manos de la camisa, trajo las de Joey a su rostro para besarlas, chupando algunas puntas de sus dedos, sin parar con el movimiento de su pelvis. El ya duro órgano debajo de él le excitaba deliciosamente. Seto guió las manos del rubio a sus costados.
 
-Koneko -jadeó el otro- ¿Puedo…
-Hazlo.
 
Joey desabrochó la hebilla del pantalón del ojiazul, metiendo sus manos para recorrer la piel escondida debajo de su camiseta negra. Cuando encontraron un par de tetillas, las atrapó entre sus dedos ligeramente. El sonrojo de Kaiba aumentó al tiempo que jadeaba. Tomando su cadera con una mano para animarlo a seguir, el rubio introdujo la otra en su pantalón, atrapando su erección. Seto dejó escapar un pequeño grito, clavando sus manos en el suelo y echando su cabeza hacia atrás.
 
Deseo nunca experimentado, caricias que nunca había sentido. Placer que no soñó jamás. Un momento de éxtasis desconocido, sin cabida al dolor o a la humillación. Solo el goce del juego sexual. El castaño se inclinó sobre Joey para besarlo con ansiedad. Aquellas manos que le tocaban retiraron su rostro.
 
-¿Puedo hacerte el amor?
 
Una pregunta nunca antes hecha.
 
-Sí.
 
Ante la sorpresa de Kaiba, Joey se levantó, jalándolo consigo.
 
-No me mires así, koneko. Voy a hacerte el amor, pero no aquí -explicó Joey poniendo en su lugar su camiseta negra y abrochando su cinturón antes de arreglar su ropa.
 
La verdad era que el rubio no podía resistir más, pero quería un primer encuentro más “tradicional” y menos exótico que una noche en el bosque. Un deseo simple.
 
El viaje de regreso se les hizo interminable. Seto, de manera juguetona, estuvo rozando la ingle de Joey durante el camino. El rubio lo veía de reojo a través del visor a modo de regaño, aunque le encantaba enormemente la tentación. Cuando pro fin pararon frente a la bodega, el ojiazul le arrebató el casco a Joey para besarlo con fuerza y recorrer su cuerpo con sus manos. El rubio notaba la necesidad en los labios demandantes de Kaiba. Correspondiendo a sus caricias, fueron caminando a ciegas hacia la puerta que abrió entre quejidos de desesperación de Seto, que la cerró con un portazo de su pie. Con una amplia sonrisa, Joey levantó al ojiazul de modo que lo obligó a rodear sus caderas con las piernas para sostenerse, abrazándolo por los hombros. Seto miró molesto a Joey.
 
-No soy una chica -refunfuñó.
-No, de eso estoy seguro -replicó el rubio besando su cuello- Eres mi koneko.
 
Así subieron las escaleras hasta la cama donde recostó a Kaiba como si fuera la pieza de cristal más frágil del mundo. Sin embargo, el otro no compartía su paciencia y con un gruñido lo jaló hacia él, tumbándolo sobre su cuerpo. Joey rió bajito entre besos, pero consiguió levantarse de nuevo. Abriendo un cajón, sacó el lubricante que puso debajo de una almohada. Con una seña le pidió al ojiazul que observara quieto. Lenta y sensualmente se desnudó, contemplando el rubor en Seto oscurecerse al recorrer con su mirada su cuerpo, sus ojos azules brillando de lujuria al caer en su vientre bajo. Gateando hasta quedar sobre el castaño, Joey habló suavemente.
 
-Te deseo, Seto.
 
El corazón de éste se aceleró al escucharlo. Todo era como hubiera sido su primera vez. Y tal vez lo era.
 
Los labios del rubio se posaron sobre los suyos y una lengua pidió entrar en su boca. Cediendo el paso, saboreó el encuentro de sus lenguas enredándose. Las manos de Joey jalaron su gabardina que cayó al suelo. Seto jadeó con fuerza en la pausa del beso, trayendo de vuelta esos labios, sujetando al rubio por el cuello mientras éste ya retiraba su cinturón y levantaba su camiseta, tocando su torso con deseo. Joey bajó su cabeza para besar esa piel y chupar los pezones, sintiendo los dedos del ojiazul enredarse en su cabellera al morder esa zona lo suficiente para que un gemido naciera de la garganta de Seto. Terminó de quitar la prenda, alborotando los mechones castaños, buscando acomodarse mejor entre sus piernas. Tanto Joey como Kaiba lanzaron un quejido cuando sus erecciones se encontraron por medio de la tela del pantalón del último. Lamiendo su cuello, el rubio se dio a la tarea de quitarle las botas mientras el ojiazul acariciaba su vientre, rozando a propósito su miembro.
 
Una vez que Joey terminó, volvió a besar al castaño hasta que la necesidad de respirar se hizo imperante. Buscando la curva de su cuello, la besó y lamió antes de succionarla hasta dejar su marca ahí. Seto respiró con dificultad. Haciendo un recorrido con sus labios desde el cuello del ojiazul hasta su cintura, desabrochó su pantalón, bajándolo solo un poco para besar su cadera y su ombligo. Joey introdujo sus manos para retirar todo el resto, deslizándolo por las piernas de Kaiba tranquilamente. La punta de su dedo índice delineó el contorno de sus muslos, enviando cosquilleos cálidos a la piel del ojiazul que dejó de respirar cuando una mano firme tomó su pene erecto. Mientras continuaba la estimulación, Joey se inclinó para volverlo a besar, buscando el lubricante. Kaiba acarició los costados del rubio, moviendo sus caderas al ritmo de la masturbación. Una boca tomó su erección entre lamidas y chupetones lo que le hizo arquear su espalda de goce. Seto respingó al sentir un dedo lubricado buscar entrar en él. Su cuerpo se tensó automáticamente. El trato del Faraón pesaba mucho en su memoria.
 
-Relájate, koneko -murmuró Joey antes de volver con su preparación.
 
El ojiazul hizo un esfuerzo por relajarse y dejarse llevar por el deseo pero su cuerpo parecía no obedecerle. El rubio se detuvo al percibir su estrés y le miró atento. Sus ojos notaron viejos golpes en la piel del castaño, producto de los abusos de Atemu.
 
-No… no los veas -pidió Seto, tratando de cubrirlos.
-Tranquilo -Joey retiró sus manos- No me importan.
 
Con delicados besos, fue cubriendo cada huella en su cuerpo, como borrándolas.
 
-¿Por qué?
-Porque te amo -contestó el rubio, siguiendo con las caricias. El ojiazul quiso llorar.
 
Joey llegó hasta el interior de sus piernas, rozándolas con sus mejillas. Entonces tomó con ambas manos sus caderas, levantándolas. Seto lo miró confundido, hasta que dio con su intención. El pudor brotó en su rostro.
 
-Joey, no…
 
Pero no pudo replicar, la lengua del rubio le probó. Se aferró a las sábanas, jadeando pesadamente. Eso era algo que jamás imaginó que de vedad pudieran hacerle y además se sintiera tan exquisito. Su vergüenza se menguaba ante el placer del estímulo, estrujando la tela entre sus dedos cuando esa lengua entró con un hormigueo por toda su espalda. Su cuerpo danzó al ritmo de la boca de Joey. Era una caricia tan íntima que hacía a un lado sus temores. Su sudor se hizo más evidente al igual que sus gemidos. El rubio le dejó de nuevo en la cama para posa su frente sobre la suya.
 
-Te amo.
 
Sintiendo el cuerpo del ojiazul mucho más relajado, regresó a la tarea de prepararlo. Seto le abrazó al sentir de nuevo su índice tocar su entrada. Lentamente lo introdujo, observando el rostro del ojiazul buscando alguna señal de dolor que no encontró. Con la misma calma, insertó un segundo y por último un tercero. Los ojos de Kaiba se cerraron concentrados en la manera gentil en que Joey le excitaba tanto en su interior como con su erección, masajeándola. Un latigazo de placer le hizo gritar al contacto de esos dedos con un punto dentro de él. Complacido, Joey repitió el toque.
 
-Cachorro -el castaño respiraba entrecortadamente.
 
Retirando su mano, Joey buscó a tientas el lubricante, besando ligeramente a Seto que rodeó con las piernas su cintura, arrebatándole el tubo.
 
-Yo lo haré.
 
El rubio casi pierde la razón cuando los dedos dinos de Kaiba lubricaron entre masajes eróticos su hinchado miembro, sonriéndole con travesura.
 
-Suficiente, koneko -suplicó sin aire- o voy a terminar antes de haber comenzado.
 
Recostándose sobre el ojiazul, capturó sus labios empujando su lengua dentro de su boca. Inmediatamente una mano subió para tomar su cabello evitando que se alejara. La propia lengua de Seto batalló con la suya. Joey llevó una mano a la mejilla del otro para acariciarla. Colocando la punta de su pene, se preparó para comenzar a introducirse, rozándole antes de empujar suavemente.
 
Seto se aferró a los hombros del rubio cuando el glande de éste traspasó su entrada, dejándole cierto dolor y ardor. Sentía los ojos húmedos pero contuvo las lágrimas mordiéndose su labio inferior. Había pasado algo de tiempo desde que Atemu le dejó en paz. Joey empujó con fuerza, clavándose profundamente. Un grito ahogado brotó del ojiazul con un par de lágrimas que fueron besadas con ternura, mientras cerraba sus ojos, dándose tiempo para relajarse de nuevo. El rubio respiraba hondo al tiempo que se mantenía quieto, esperando a que Seto se ajustara a él. Un cálido y estrecho interior envolvía su miembro de manera única. Nada se comparaba al momento. Eran uno solo ahora. Sosteniéndose con una mano al lado de la cabeza del castaño, usó la otra para retirar algunos mechones húmedos de aquél, admirando su rostro: tenía las mejillas ruborizadas y sus labios aún brillaban por la saliva de sus besos. Kaiba abrió sus ojos, revelándole una mirada azulada que jamás le había visto.
 
Entrega.
 
Usando los hombros del rubio como soporte, Seto se irguió lo suficiente para besarlo, primero tímidamente y luego con ferocidad, animando a sus cuerpos a elevar su calor. Cortando el contacto, el ojiazul sonrió maliciosos y movió un poco su cadera. Un gruñido de Joey fue su respuesta.
 
-Koneko, no hagas eso.
-Muévete, entonces.
 
Otro nuevo gruñido y el rubio se retiró un poco para volver a entrar muy despacio. Un gemido sereno salió de los labios del ojiazul. Joey repitió el movimiento con un poco de fuerza esta vez. La respiración de Seto volvió a agitarse soltando sus hombros para dejar caer sus brazos por encima de su cabeza. Con un impulso mayor, el rubio dio una profunda embestida. La espalda de Kaiba se arqueó. Encontrando el ritmo adecuado, Joey empezó a moverse, pasando una mano por debajo de la cintura del castaño, hundiendo su rostro en su cuello.
 
-Mi koneko.
 
Éste rodeó su espalda, cerrando sus ojos, gozando de la manera calmada pero profunda en que Joey se movía dentro de él. El sudor de sus cuerpos ya los empapaba al igual que las sábanas revueltas. El ojiazul besó el hombro frente a él.
 
El sueño en el Parque de Ciudad Domino vino a su mente.
 
Era ese sueño otra vez, pero él estaba consciente.
 
Tenía esa imagen viva ahora.
 
La figura que venía hacia él se aclaraba. Portaba un uniforme azul, su cabello estaba desordenado, tal vez era la luz del ambiente, pero aparentaba ser rubio. Era un chico, no cabía duda y ahora podía ver que llevaba desabotonada la chaqueta y las manos en los bolsillos de su pantalón.
 
Con su brazo libre, Joey se irguió un poco y tomó una de las piernas del castaño, colocándola sobre su hombro, permitiéndole dar unas embestidas más profundas que aceleraron su vaivén azuzadas por los jadeos y gemidos de Seto.
 
El muchacho venía directamente hacia él. Sus ojos dorados y fijos en los suyos. Por alguna razón eso le causaba enorme alegría.
 
Se acercó aún más.
 
Reconoció de quien se trataba.
 
Era Joey.
 
Todo este tiempo había soñado con él. Su cachorro.
 
 
La cadera de Joey cambió su ángulo y presionó certero la próstata de Seto que gritó sorprendido y extasiado, clavando sus uñas en la espalda del rubio. El ojiazul miró el rostro encima del suyo, aquellas facciones que tanto esperó ver en sueños. Sus labios sonrieron como quien ríe a alguien perdido por largo tiempo. El corazón de Joey retumbaba por el placer del momento pero también al ver la felicidad dibujada en la faz de Kaiba. Gimiendo al sentir los músculos interiores del castaño apretar su erección, soltó su pierna para tomarle por detrás del cuello y besarlo con todas las fuerzas que pudo, al tiempo que empujó de nuevo hacia el mismo punto, bebiendo el segundo grito de Seto. Ese cuerpo debajo suyo se estremeció, anunciando su próximo clímax. Una mano buscó el miembro atrapado entre sus cuerpos, envolviéndolo y estimulándolo al ritmo de las embestidas. Eso fue todo lo que el ojiazul necesitó. Gritando el nombre de Joey, terminó en la mano de éste y sobre su vientre, con una oleada de placer sacudiendo su cuerpo que se arqueó.
 
Al mismo tiempo, Joey jadeó al sentir su órgano ser aprisionado por una deliciosa estrechez. No pudiendo contener más ya su propio orgasmo, dio una última embestida para vaciarse dentro del castaño, en un grito silenciosos. Agotado, cayó sobre el ojiazul, tratando de calmar su respiración.
 
La mente de Seto flotaba en las nubes, perdida por el placer. Aquél vacío en su corazón se había llenado con el cariño de Joey; ese trozo faltante en su memoria se completaba con el sueño del Parque. Sentía una plenitud que creyó perdida. La recién experiencia consumía las amargas, dejando sólo él júbilo y el éxtasis.
 
Unos dedos rozaron su frente y su mejilla, y una voz lejana le habló. Con dificultad, Kaiba volvió en sí. Joey le llamaba preocupado. Parpadeó varias veces para enfocar su vista en él. Un rostro aliviado se inclinó sobre el suyo.
 
-No me asustes, koneko.
-Gracias, Joey.
-¿Eh? ¿Y eso por qué?
-Eras tú.
-¿Era? Seto que… -unos labios lo callaron.
-¿Por qué te asusté? -preguntó el ojiazul sonriéndole satisfecho.
-Te desmayaste por unos segundos.
-¿En serio?
-Sip. Creí que se me había pasado la mano contigo, koneko.
Seto rió despectivo.
-¡Ah! ¿No lo crees?
-Pues yo me siento absolutamente bien -afirmó Kaiba acomodando algunos mechones rebeldes de la frente de Joey.
-Tengo que corregir eso.
El castaño levantó una ceja. Entonces sus ojos se abrieron de par en par cuando algo en su interior comenzaba a endurecerse.
-Cachorro, no puedes hablar en serio.
-Te dije que te haría el amor, pero olvidé mencionar que lo haría hasta que ya no podamos más.
-… pero….
-Y yo siempre cumplo mis promesas ¿cierto? Como que me llamo Joey Wheeler.
-… tú no… -el rubio flexionó su cadera para dar un pequeño empujón- ¡Joey!
-Oh sí, koneko. Vas a gritar mi nombre el resto de la noche.