Dragon Ball/Z/GT Fan Fiction ❯ Punto sin retorno ❯ Cara a cara ( Chapter 9 )
Punto sin retorno
Capítulo nueve
Cara a cara
Debió matar al maldito mestizo cuando tuvo la oportunidad.
Vegeta fulminó con la mirada al muchacho tendido en el suelo usando su ojo izquierdo, el derecho lo tenía cerrado por la quemadura. El príncipe estaba sentado contra una pared de piedra, su respiración era agitada. El dolor que sentía le parecía apenas soportable, pero no tenía nada que ver con las quemaduras graves en la mitad derecha de su cuerpo o con el veneno en su sangre que hacía que cada respiración fuera difícil.
Su dolor tenía más que ver con el collar metálico sujetado con firmeza alrededor de su cuello. Instintivamente había intentado arrancar la cosa humillante tan pronto como se despertó, solo para ser recompensado con una descarga de electricidad que estalló a través de todo su cuerpo. La conmoción lo llevó a convulsionar de tal forma que casi lo hicieron anhelar una de las palizas de Frízer. Demasiado tarde, se dio cuenta de que también había unos grilletes de metal alrededor de sus muñecas y de sus tobillos.
Resuelto a escapar, lo siguiente que trató de hacer fue disparar una ráfaga de energía para salir de la prisión, solo para descubrir que el metal en su cuerpo le drenaba el ki. Enfurecido por la rigurosidad de sus enemigos, hizo un último intento: como todo lo demás falló, había decidido usar sus manos desnudas para golpear una de las paredes de piedra que lo rodeaban a fin de hacerla polvo. Ese enfoque dio como resultado tres nudillos destrozados en su mano ya dañada y en otra descarga de electricidad que lo hizo caer al suelo sin que pudiera hacer nada.
Para añadir sal a la herida, ni siquiera había hecho mella en la pared. No parecía ser de piedra después de todo.
Demasiado débil para volver a intentarlo y sin saber qué más hacer, ahora estaba sentado supurando el odio que sentía por el muchacho que tenía delante.
El orgulloso príncipe se negaba a creer que hubiera fallado, pero no había otra explicación. El muchacho se parecía a él y su edad no dejaba dudas. A fin de cuentas, solo existían tres —tal vez cuatro— saiyayíns de sangre pura vivos en el momento en que fue concebido. ¡Cómo no lo había descubierto antes! ¿Y cómo pudo haber fallado? Siempre había tenido mucho cuidado en no dejar descendencia, pero ahora...
Ahora tenía un hijo, ahora había un heredero al trono saiyayín. Era alucinante, increíble, imposible...
…exasperante.
Su hijo o no, iba a hacer que el muchacho pagara caro por poner su vida en peligro. Él fue el misericordioso idiota que casi los mató a los dos. Pagaría no solo por eso, sino también por entrar en su vida. Si pensaba por un segundo que solo porque había follado a una puta una vez y era el resultado final, iba a darle la bienvenida con los brazos abiertos, entonces al pequeño pedazo de mierda le esperaba una sorpresa...
Trunks gimió, se sentía como si estuviera nadando en un océano de agua negra a medida que regresaba a la conciencia. Levantó una mano con mucha dificultad, la llevó a su pecho y buscó el consuelo de su cadena. Frunció el ceño cuando no la palpó. Abrió los ojos a la fuerza, se quedó mirando desorientado al techo y se preguntó dónde se hallaba. Lentamente giró hacia un costado, sin darse cuenta de que su padre lo vigilaba todo el tiempo. Trunks se obligó a levantarse e hizo una mueca por el intenso dolor que le dio la bienvenida. Finalmente se quitó su sudoroso cabello de la cara y se miró el pecho con los ojos nublados. Tan pronto como lo hizo, sintió que su corazón se congelaba.
La armadura, la cadena, el antídoto.
Todo había desaparecido.
Un débil sonido de asombro y desesperación escapó de su garganta al ver su piel desnuda. Lo habían desnudado y dejado solo con la parte inferior de su malla negra desgarrada y sus botas blancas. Levantó ambas manos, miró los gruesos grilletes de metal alrededor de sus muñecas y desesperado, intentó agarrar uno para arrancarlo.
Trunks volvió a caer al suelo, sus ojos se cerraron con fuerza, ya que los grilletes dispararon una descarga eléctrica tan potente que estaba seguro de que iba a matarlo. Era incapaz de detener los espasmos que se apoderaron de su cuerpo. El adolescente abrió la boca para gritar, pero no pudo.
Por primera vez en su vida, deseaba morir. Cualquier cosa para escapar de esta tortura, cualquier cosa para escapar de este fracaso.
Vegeta llevó su rodilla derecha hacia su pecho, apoyó su antebrazo sobre esta, descansó la cabeza contra la pared y vio con su ojo sano como Trunks se retorcía con fría indiferencia. Sabía que esto sucedería y, a pesar de eso, no le interesó advertírselo. Ya antes había tratado de mostrarle al joven mestizo cómo sobrevivir en este brutal mundo, pero no quiso escucharlo.
En lo que a él se refería, podía aprender por las malas.
Finalmente, la descarga se detuvo. Trunks jadeó en busca de aire, rodó y puso una mano sobre su corazón como para asegurarse de que todavía siguiera latiendo. Sus dientes castañeaban mientras temblaba de forma involuntaria. Había unos grilletes de metal alrededor de su cuello y de sus tobillos, y cada uno liberó una descarga eléctrica que debería haberlo matado.
Una risa cruel llenó el aire.
—Parecías un pez fuera del agua, muchacho —comentó Vegeta, su voz era más áspera de lo normal—. Le doy a tu fracaso un nueve de diez.
Al instante, Trunks lo miró con una expresión de clara sorpresa en su rostro. ¿Cómo no había notado que su padre estaba en la habitación con él?
—Es… está vivo —dijo. De repente, un aluvión de emociones recorrió al adolescente mientras miraba abiertamente a Vegeta. Alivio, admiración, euforia y al final una profunda preocupación. Apenas podía sentir a su padre y estaban en la misma habitación separados por no más de tres metros. Esa no era una buena señal...
Vegeta gruñó y giró la cabeza hacia la izquierda, lo que le dio a Trunks una vista de su perfil. Él se estremeció al ver la piel del rostro de su padre llena de ampollas. Vegeta escupió una bocanada de sangre y su mandíbula se tensó por la cólera.
—No, gracias a ti, mestizo. —respondió el príncipe con desprecio.
Trunks se arrastró hasta la pared opuesta, era incapaz de doblar la rodilla derecha debido al fragmento que estuvo incrustado en esta. Terminó de avanzar y se sentó con la espalda apoyada contra la pared frente a Vegeta. Al igual que él, su padre también había sido despojado de todo salvo la parte inferior de su malla azul oscura y sus botas blancas. El saiyayín mayor parecía un completo desastre, su cuerpo era un lienzo desfigurado de quemaduras y sangre.
Pero si Vegeta tenía algún dolor, no lo mostraba.
Y tampoco lo haría él. Luego de respirar profundamente en un esfuerzo por calmar su cuerpo tembloroso, Trunks miró a su alrededor para revisar su entorno. No necesitaba ser un soldado experimentado para darse cuenta de que se hallaban encarcelados. No sabía si era por la comprensión de su situación o por el frío en la celda, pero se le puso la piel de gallina. A la derecha y a la izquierda de Vegeta había barrotes metálicos en lugar de pared. Venían desde el piso hasta el techo y se fusionaban con la piedra.
Vegeta vio lo que Trunks estaba mirando y resopló.
—Adelante, inténtalo. Termina tú mismo con tu miseria —gruñó con puro odio en su voz. Como para acentuar su amenaza, una corriente azul visible recorrió varios barrotes, lo que produjo un zumbido mortal.
Trunks se devanó el cerebro en busca de algo antes de decir:
—Podríamos intentar explotar...
—Absorben el ki —lo interrumpió Vegeta mientras levantaba una mano para mostrar el grillete en su muñeca—. Si no fuera así, me habría asegurado de que nunca despertaras —gruñó—. Imbécil, te dije explícitamente que mataras a cualquiera con el que te encontraras, pero no lo hiciste, ¿verdad? —preguntó. Trunks frunció el ceño y bajó la cabeza avergonzado, luego la sacudió en silencio, sentía una pesada desazón en el pecho. Vegeta se burló de él—. Ser misericordioso y suave te mata. Eres patético, muchacho, una desgracia para nuestra herencia y el linaje real.
Trunks parpadeó y levantó lentamente la cabeza. ¿Vegeta lo sabía? ¿Cómo?
—... linaje real? —susurró.
Los labios de Vegeta hicieron una mueca de disgusto.
—No te hagas el tonto —dijo entre dientes—. Soy consciente de nuestra... relación —escupió la palabra con amargura y le dio a Trunks una mirada de puro desprecio. Gruñó y vio como otra corriente de electricidad zumbaba a su paso por varios barrotes—. Cómo naciste es el mayor misterio de nuestros tiempos, muchacho. Nunca quise tener descendencia... y menos que nada, a un mestizo indeciso, bondadoso y sin cola como tú.
Sus duras palabras quedaron suspendidas en el aire y Trunks sintió que eran ensordecedoras a pesar de que Vegeta no había alzado la voz. El adolescente había experimentado bastante dolor en su devastadora línea de tiempo, pero nada comparado con escuchar el frío y flagrante rechazo de su padre hacia él. Bajó la mirada de nuevo para asegurarse de que el nudo en su garganta no se manifestara como lágrimas en sus ojos. Estaría condenado si dejara que Vegeta tuviera un concepto aún peor de él, pero nunca se había sentido tan devastado y tan avergonzado de sí mismo. Incluso la muerte de Gohan no fue tan desmoralizadora como la situación que ahora enfrentaba. Trunks no tuvo nada que ver con la muerte de su mentor; aquí, sin embargo, él había fallado en proteger su máquina del tiempo, el antídoto contra la enfermedad del corazón de Goku, y ahora, su propio nacimiento en esta línea de tiempo.
Y luego, para poner la guinda al pastel, Vegeta sabía quién era y lo odiaba igual. Había crecido idolatrando a un hombre que pensaba que él era una desgracia para su sangre real.
En este momento, Trunks no podía evitar estar más de acuerdo. ¿Por qué, por qué no acabó con los tsufurus cuando los encontró? ¿Cómo pudo haber sido tan estúpido para pensar que cambiarían para mejor?
—Padre, lo sien…
—No me llames así —gruñó Vegeta atando cada sílaba con una amenaza silenciosa y mortal.
—Lo siento. —Terminó de decir Trunks sin levantar los ojos del suelo.
Vegeta no se molestó en responder. Su pecho albergaba una intensa presión que le hacía difícil hablar. Tenía cosas más importantes entre manos que el muchacho con el que lo habían encerrado, por ejemplo, cómo diablos se suponía que iba a salir de este lío con los tsufurus. Había subestimado su inteligencia y ahora estaba atrapado. El tiempo era en esta circunstancia lo esencial. Cada momento que pasaba, se sentía más débil. Su fuerza se iba diluyendo y no sabía cómo detener el problema. Su cuerpo estaba destrozado por fuera y el interior se iba poniendo a la par a toda prisa gracias al veneno en su sangre.
Maldijo al muchacho por estar ahí. Vegeta quería acercarse a los barrotes para ver qué tan intensa era la electricidad. Si no era debilitante, podría usar la poca fuerza que le quedaba y los arrancaría de inmediato. Sin embargo, tal como se encontraba, no estaba seguro de si siquiera lograría ponerse de pie. Esa duda lo mantuvo sentado allí. Aunque a él no le importaba una mierda el muchacho, los hechos eran los hechos: su hijo era más fuerte y su orgullo se negaba a arriesgarse a mostrar debilidad frente a él.
Vio algo moverse por el rabillo del ojo y frunció el ceño al notar que Trunks levantaba una palma hacia los barrotes. ¿Qué pensaba el idiota, que le mintió cuando le dijo que el metal drenaba el ki? Si fuera tan fácil, ya lo habría hecho.
Mocoso estúpido, pensó enojado mientras Trunks cerraba los ojos y se concentraba. ¿Qué creía él que esta...
El ojo sano de Vegeta se amplió cuando vio un débil resplandor amarillo rodeando la mano de su hijo. ¿Qué tan poderoso era? Observó estupefacto cómo Trunks apretaba la mandíbula con fuerza, pero la energía se disipó antes de que pudiera reunir la cantidad necesaria. El adolescente siseó frustrado, bajó la mano y golpeó su puño contra el suelo.
—¡Maldita sea, casi! —gruñó.
Vegeta resopló.
—No tienes disciplina ni enfoque... que patético.
Trunks se volvió y miró a su padre a los ojos. Muy rápidamente estaba aprendiendo lo que respetaba: poder y fuerza y él tenía ambos en abundancia. Tal vez nunca podría ganarse su amor, pero estaría condenado si no se ganaba su respeto. Y no había mejor tiempo como el presente.
—No soy patético, pa...dre, Vegeta. De hecho… —Respiró hondo antes de admitir—. Bien podría ser la persona más poderosa del universo.
Desinteresado e incrédulo, Vegeta levantó una ceja.
—¿En serio?
—En serio.
Vegeta abrió la boca para responder, pero en cambio tosió de un modo brusco. Las facciones de Trunks se suavizaron por la preocupación cuando lo vio escupir sangre. El príncipe se la limpió y exhaló exasperado ante su propia debilidad. Trunks quería preguntarle si estaba bien, pero ¿para qué? Claramente no era así y él no podía hacer nada para ayudarlo.
E incluso si así fuera, dudaba que alguna vez lo dejaría.
—Aún si eso fuese cierto —dijo Vegeta finalmente con desprecio, su voz sonaba áspera—. Tu fuerza no te salvará aquí. —Apoyó la cabeza contra la pared y cerró su ojo sano cuando le entró sudor. Estaba traspirando con profusión, ya que su cuerpo trabajaba sin tregua para curarse a sí mismo. Por más que no fuera la primera vez que sentía que la muerte se arrastra lentamente hacia él, no era algo a lo que pudiera acostumbrarse.
Con la cabeza martilleándole, trató de idear un plan. Tenía que pensar. Estrategia, necesitaba una estrategia. Frunciendo el ceño, reflexionó sobre la última vez que Frízer lo arrojó a las mazmorras de su nave. ¿Cuántos días estuvo encerrado? ¿Veinte?, ¿treinta?
—Ya que no podemos salir de aquí, ¿qué vamos a hacer? —preguntó Trunks rompiendo el silencio. Seguramente, su padre podría idear un plan para escapar de esto.
Vegeta gruñó al tener que interrumpir su línea de pensamiento.
—Eso es lo que estoy tratando de pensar, muchacho.
Por desgracia para el príncipe saiyayín, Trunks era un adolescente y el hijo de su madre. Aunque maduro para su edad, el silencio en la celda era insoportable para él. Sin inmutarse dijo con aire pensativo.
—Tal vez podríamos llamarlos.
—¿Llamar a quién, muchacho? ¿A las malditas Fuerzas Especiales Ginyu? —dijo Vegeta completamente enojado mientras abría su ojo sano para mirar a Trunks. El adolescente frunció el ceño cuando Vegeta escupió otra bocanada de sangre, eso solo empeoró su preocupación.
—No, me refiero a llamar a los tsufurus. Si pudiéramos traerlos aquí, podríamos matarlos y largarnos.
Vegeta miró a Trunks y se preguntó si su castigo por sus actos crueles era haber sido maldecido con un idiota por hijo. Después de algún tiempo suspiró y se levantó poco a poco. Luego se frotó los ojos con dos de sus dedos, aunque le dolía horrores tocar el que estaba quemado. Ahora mismo, estar encerrado con él hacía que la muerte pareciera una alternativa atractiva.
—Primero que nada, muchacho, todo lo que ellos tienen que hacer es pasar electricidad por estos grilletes y ambos estaremos incapacitados. Y segundo, incluso si huimos... —Su voz se fue apagando. Se volvió hacia los barrotes y un músculo cerca de su mandíbula comenzó a contraerse rítmicamente.
A pesar de que no expresaría sus preocupaciones, Vegeta no estaba muy seguro de ser capaz de convencer a Frízer para que no lo matara, ya que se dejó capturar por unos débiles como los tsufurus. Después de todo, él había respaldado y visto como la maldita lagartija mataba sin piedad a sus soldados "favoritos" a lo largo de los años por los fracasos más triviales. El fracaso era lo único completamente inaceptable a los ojos del tirano.
En el mejor de los casos, perdería el rango que ganó con tanto esfuerzo en el ejército de Frízer y lo enviarían a ser "endurecido", es decir, lo arrojarían a una mazmorra durante semanas, la tortura y el hambre serían su única compañía.
En el peor de los casos, el bastardo finalmente le daría la paliza que acabaría con su miserable existencia, la que él llamaba vida.
Pero eso solo sucedería si los tsufurus y el veneno no lo mataban primero.
La oscuridad comenzó a abrirse camino en su visión justo cuando los primeros fragmentos de la desesperanza se deslizaban en su alma. Parpadeó obstinadamente para deshacerse de ambas contrariedades mientras Trunks hablaba en voz baja.
—Es Frízer, ¿verdad? —le preguntó observando con atención a su padre. Vegeta no respondió, su rostro no mostraba ninguna expresión, solo contemplaba los barrotes de su nueva celda. Trunks frunció el ceño—. Puedo destruirlo, sé que puedo. Soy mucho más fuerte que él.
Vegeta puso los ojos en blanco.
—Tonto, tienes la fuerza, pero eso no significa nada si careces de experiencia en tácticas de combate. Además, no tienes instinto asesino. No eres rival para Frízer ahora, muchacho —dijo intentando sonar indiferente, en su lugar se oyó exhausto.
—No sabes lo fuerte que soy. —Trunks se jactó con arrogancia—. Te lo aseguro, Frízer es el que sería vencido.
Vegeta puso mala cara. ¿Por qué demonios se estaba molestando? El muchacho era un idiota arrogante empecinado en aprender todo de la manera más difícil. Se encogió de hombros con indiferencia.
—Que te mate entonces, a mí me tiene sin cuidado. Me ahorrará la molestia de hacerlo yo mismo.
Un pesado silencio se instaló entre los dos después de eso para alivio de Vegeta. El único sonido era el zumbido ocasional de la corriente eléctrica cuando recorría los barrotes de la prisión. Trunks se quedó mirando al suelo con el cabello lavanda en la cara mientras se preguntaba dónde fue que las cosas se pusieron tan mal. De vez en cuando le echaba un vistazo a su padre. Vegeta estaba mirando los barrotes con una determinación que hacía que su debilidad física pareciera casi irrelevante.
Trunks volvió a bajar la mirada y examinó la muñeca que Vegeta le había roto. Estaba descolorida, pero todavía no sentía dolor. La tocó suavemente teniendo cuidado de no rozar el grillete. Su ceño fruncido se marcó.
—¿Tienes alguna idea sobre cómo podemos salir de aquí?
Vegeta exhaló y dejó que sus ojos se cerraran. El dolor le estaba provocando una migraña, no le permitía pensar con claridad. La incesante conversación del muchacho no ayudaba tampoco. En este instante, todo lo que quería era dormir. Por supuesto, eso estaba completamente fuera de discusión. Sacudió la cabeza y obligó a su ojo sano a entrecerrarse. El enfoque era la clave. Alguien vendría en algún momento, él lo sabía. Según su experiencia, los captores hallaban un placer malsano en ver a sus cautivos indefensos. Solo tenía que esperar.
Y cuando lo hicieran, estaría listo.
—Quiero decir, tal vez si intercambiamos ideas…
—Hmm, “intercambio de ideas”. —Vegeta se burló—. Esta no es tu casa donde te miman, muchacho. Déjame las ideas a mí.
Trunks gruñó indignado por la insinuación que su padre estaba haciendo.
—Mi vida no fue mimada, fue difícil, había unos monstruos que destruyeron todo y me perseguían siempre.
—Oh, pobrecito, tuvo que enfrentar dificultades en su vida —le dijo Vegeta con desdén.
Trunks exhaló frustrado. ¿Por qué su padre era tan difícil? ¿Y cómo demonios su madre, de entre todas las personas, logró atravesar los gruesos muros que protegían al hombre que realmente era?
—Solo digo que tampoco lo tuve fácil, eso es todo.
—Ahórrame tu historia de sollozos, muchacho, no quiero escucharla.
—¿No tienes ni un poco de curiosidad sobre mí?
Vegeta estaba a punto de golpear al muchacho cuando se dio cuenta de que, en efecto, tenía cierta curiosidad por algo. Se volvió para mirar al adolescente y lo estudió más a fondo, tenía unos colores muy extraños que debían provenir de su madre. Sin embargo, juraría por su vida que no podía recordar haberse acostado con una mujer que tuviera los colores que veía en él. Especialmente esos penetrantes ojos azules... no había forma de que el color viniera de su lado.
Padre e hijo se contemplaron el uno al otro durante unos silenciosos y tensos minutos, sus duras miradas se reflejan entre sí.
Vegeta gruñó y apartó el rostro primero, volvió a mirar a los barrotes mientras otro zumbido de electricidad los recorría.
—La cadena que llevabas puesta —dijo, su tono era cauteloso—. Nunca le he mostrado el escudo de mi familia a ninguna mujer, ¿cómo lo adquiriste, muchacho?
Trunks se quedó sin aliento mientras pensaba en cómo responder. Por supuesto, solo fue suerte que Bulma hubiera sido la primera en excavar en las profundidades de la compleja personalidad de su padre. ¿Realmente importaría si Vegeta conocía la verdad? Él ya sabía que era su hijo y tenía pocas esperanzas de que bajara la guardia con Bulma en esta línea de tiempo.
—Mi madre me lo dio —respondió eligiendo sus palabras con mucho cuidado—. Lo mandó a hacer para ti... ella te amó.
Vegeta se rio en voz alta antes de que se pusiera a toser. Escupió una bocanada de sangre al piso y luego resopló.
—Así que me “amó”... dame un jodido descanso.
—¿Qué? Ella lo hizo. —discutió Trunks y frunció el ceño antes de murmurar en voz baja—. Probablemente fue la única también.
—Hmm, entonces tu madre era una mujer estúpida.
El ceño de Trunks aumentó. Estaba a punto de responder cuando algo más llamó su atención.
—¿Sientes eso? —preguntó mientras se sentaba derecho contra la pared. Sus ojos azules se entrecerraron y miró a través de los barrotes, sus sentidos detectaron que un nivel de poder sustancial se acercaba—. Alguien viene.
—No hay forma de que puedas detectar una cosa así sin un rastreador —dijo Vegeta con desdén y lo miró con recelo. Si el muchacho estaba enloqueciendo, eso significaba que tendría que ponerse en acción antes de lo esperado.
Estaba evaluando si había descansado lo suficiente como para atacar y eliminarlo de una vez por todas cuando el adolescente susurró:
—Ahí está, ¿puedes oírlo ahora? —preguntó mirando a su padre con interés.
—Yo no... —Las palabras de Vegeta se detuvieron. A pesar de que había sangre saliendo de su oído derecho por la explosión, su audición era aún más sensible que la de la mayoría. Oyó los pasos y captó el olor un momento después. Su mente evaluó la situación de forma automática.
Metal, armas, varias personas. Al menos cinco por el ritmo de los pasos, quizás seis.
Trunks se sorprendió cuando Vegeta se puso de pie en un instante exhibiendo una fuerza que él había asumido que desapareció hace mucho. De hecho, el único signo de la angustia física de Vegeta eran los dedos quemados en su mano derecha que se contraían mientras se acercaba sin miedo a los barrotes.
Por supuesto, lo que Trunks no sabía —y nunca sabría— era que su mera presencia explicaba gran parte de esa fuerza. Aunque Vegeta lo hacía ver como si no le tomara ningún esfuerzo, la verdad era que solo su fenomenal fuerza de voluntad lo mantenía en pie. El príncipe frunció el ceño mientras observaba cómo la corriente azul recorría los barrotes, su mente analizaba la situación a toda velocidad.
Volvió la cabeza. Tal vez el muchacho podría ser útil después de todo...
Trunks apretó los dientes e intentó levantarse, no quería parecer débil delante de su padre. Estaba luchando para mover su rodilla destrozada cuando de pronto la voz de Vegeta sonó en su mente.
No te levantes, quiero que de nuevo intentes un ataque de ki ni bien te lo diga. Conserva tu fuerza por ahora y no te atrevas a fallar otra vez, muchacho.
Trunks se volvió a sentar en el suelo con un ruido sordo como si Vegeta lo hubiera golpeado, el asombro por la sorpresa se mostraba en su rostro. Antes de que pudiera asimilar el hecho de que su padre quería que trabajaran juntos para escapar, escuchó que se abría una pesada puerta seguido de unos pasos. Vegeta apretó los puños a los costados y envolvió su cola firmemente alrededor de su cintura justo cuando Ares apareció vestido de pies a cabeza con una armadura metálica que parecía cinco veces más poderosa que la de los hombres que lo seguían. Al ver al líder de los tsufurus, Trunks apretó los dientes con tanta fuerza que pensó que los aplastaría.
Estrechó los ojos, ya que notó que el poder que estaba sintiendo emanaba de Ares. Y tanto con Vegeta como con él mismo debilitados, se dio cuenta de que esto podría no ser tan fácil como pensaba...
—Bueno, mira lo que tenemos aquí, los cobardes finalmente aparecieron. —Vegeta se burló haciendo todo lo posible por controlar su ira. Esta amenazaba con desbordarse en cualquier segundo, pero tenía que ser paciente, tenía que esperar el momento adecuado.
—Así que tú eres Vegeta, el último príncipe de los saiyayíns —dijo Ares con una sonrisa burlona y caminó hacia Vegeta hasta que estuvo a unos centímetros de los barrotes—. Al fin nos conocemos.
—El placer es mío —gruñó Vegeta, la vena en su sien palpitó peligrosamente cuando el tsufuru lo miró de arriba abajo.
—Hmm, debo decir que pensé que serías más alto —dijo Ares, su sonrisa creció mientras alzaba una ceja con curiosidad.
Vegeta casi pierde la paciencia justo en ese instante. Cualquier indicio de una muerte honorable para sus adversarios había desaparecido. Nadie ridiculizaba su altura y vivía para contarlo. El saiyayín respiró hondo y miró los ojos verdes de su enemigo.
—Te lo aseguro, debilucho, mi altura es más que suficiente para lo que planeo hacerte.
—¿Debilucho? —Ares se rio—. Lo siento, saiyayín, pero me parece que el único débil aquí eres tú.
—Ven y dime eso en mi cara sin estos juguetes, cobarde. —Vegeta se enfureció, su voz se oía en carne viva por la amenaza de derramamiento de sangre en cada sílaba. Trunks soltó un suspiro cuando sintió el ki de su padre por primera vez desde que se despertó preso. Era extremadamente débil, pero aun así podía captarlo y por eso, se sintió aliviado.
—¿Qué pasa?, ¿no te gusta que la gente no juegue limpio? —dijo Ares, sus ojos se habían oscurecido por el odio—. ¿A cuántos has asesinado sin piedad, saiyayín?, ¿cuántos nunca tuvieron una oportunidad contra ti y tus hombres?
—Ah, entonces has venido para liberar al universo de los malvados, ¿verdad? —preguntó Vegeta con una voz peligrosamente tranquila, su cola ahora se agitaba de un modo rítmico detrás de él—. Bueno, entonces estás en el lugar correcto.
—Parece que sí —Ares se rio—. Tú vas por ahí causando destrucción y quitando la vida a tu antojo como si fueras un dios cuando en realidad no eres nada más que un monstruo.
Una sonrisa siniestra y ligeramente loca se deslizó sobre el rostro de Vegeta como si acabara de recibir un cumplido de primera categoría.
—Tienes razón, amigo mío. Cuando todo esto termine, le daré de comer tu cadáver decapitado a la primera bestia que encuentre.
—Saiyayín, acabaré con toda tu raza antes de que mueras por el veneno en tu sangre. Luego tendrás el privilegio de ser el último saiyayín en el universo antes de que te mate —lo amenazó Ares. Sus ojos verdes se dirigieron a Trunks, quien lo miró con desprecio—. Tal vez empiece con tu hijo, ¿qué opinas de eso?
—Aunque me encantaría verte intentarlo, no morirás a manos del muchacho. Seré yo el que pisará tu sangre.
—Nadie derramará sangre, excepto yo, saiyayín —gruñó Ares y se inclinó para estar más cerca de los barrotes—. Tú, tu hijo y tus hombres pagarán por lo que han hecho tus antepasados.
—Tus antepasados eran débiles y por lo tanto se merecían hasta la última cosa que le pasó —replicó Vegeta y apretó los dientes luchando contra una mueca de sufrimiento por el dolor que estalló en todo su pecho. Uno de los hombres detrás de Ares gruñó ante esas palabras, levantó su rifle y apuntó al saiyayín. Los otros cuatro hombres hicieron lo mismo de inmediato.
Prepárate, muchacho, Vegeta se comunicó en silencio con un Trunks ligeramente alarmado. El adolescente había sentido que el ki de Vegeta caía casi a cero, pero aun así no mostraba signos de debilidad física. El príncipe llevaba sus graves heridas externas con tanta facilidad como si fueran ropa y Trunks no pudo evitar sentir admiración por el hombre. Respiró hondo y comenzó a concentrarse en reunir la cantidad exacta de energía. Si la reunía toda de golpe antes de que los grilletes la drenaran, podría ser capaz de escapar lanzando una ráfaga.
—¡Mis antepasados no eran débiles! —gritó Ares, su rostro se tornó rojo por la furia—. En todo caso fueron generosos con la basura de monos que eran tus antepasados al permitirles vivir en nuestro planeta.
Vegeta soltó una risa amarga.
—¿Así es cómo lo llamas?, ¿generosidad? Tu pueblo siempre pensó que era superiores a los saiyayíns. Los forzaron a vivir en la periferia de la civilización como si fueran unos salvajes. Como dije, consiguieron lo que se merecían.
—El único que conseguirá lo que se merece eres tú — lo amenazó Ares mirando a Vegeta con un odio como Trunks nunca había visto en su vida.
—Al menos tus ancestros lucharon honorablemente. —La voz de Vegeta estaba llena de desprecio—. No recurrieron a estos trucos baratos para obtener una ventaja.
—Y es por eso que perdieron. Te aseguro, saiyayín, que no repetiré ese error. Después de todo, si no puedes vencerlos... —Ares sonrió de satisfacción—. Neutralízalos.
La voz de Vegeta resonó en la mente de Trunks.
¡AHORA!
Empapado en sudor, Trunks alzó al instante una mano hacia los barrotes, todo su brazo temblaba mientras su mano comenzaba a brillar. Antes de que Ares pudiera parpadear, Vegeta despidió su brazo derecho a través de los barrotes y lo sujetó por la garganta en un agarre de acero. Con un gruñido, jaló la cara de Ares hacia los barrotes eléctricos justo cuando los soldados y Trunks dispararon.
Fuego abierto, una explosión, cuerpos cayendo.
Finalmente, después de unos segundos, hubo silencio.
Trunks dejó escapar una increíble carcajada de alivio cuando el humo por fin se despejó. Su cuerpo temblaba; le había costado toda su energía atravesar el metal que drenaba el ki, pero funcionó, logró arrancar parte de los barrotes de su prisión temporal. Mientras tanto, Ares estaba convulsionando en el piso con la boca abierta en un grito silencioso. Sus hombres todavía sostenían sus rifles ahora humeantes, no obstante, la mirada en sus ojos a través de los cascos era de miedo. Se murmuraban el uno a los otros en su lengua nativa que Trunks no podía entender sin su rastreador, pero eso ya no importaba.
¡Lo hicimos! El adolescente pensó para sí mismo, la sonrisa de suficiencia que se extendió por su rostro lo convirtió casi en la imagen especular de su padre. Vamos a escapar, vamos a...
Vegeta repentinamente cayó de rodillas haciendo que Trunks volviera a la realidad. El príncipe levantó una mano temblorosa hacia su pecho desnudo donde una aguja estaba incrustada con firmeza. Usó su mano izquierda y su antebrazo para bloquear los disparos de los hombres de Ares, pero no vio la aguja que Ares escondía. El bastardo había anticipado el movimiento de Vegeta y le hundió la aguja al mismo tiempo que su cara se estrellaba contra los barrotes.
Vegeta sacó la aguja de su pecho. La poca fuerza que le quedaba desapareció tan pronto como lo hizo y se desplomó en el suelo.
—¡Padre! —gritó Trunks alarmado. Con una determinación obstinada que solo podía heredarse cuando tus padres eran el Príncipe de todos los Saiyayíns y Bulma Briefs, se obligó a moverse. Al carajo con su pierna. Se arrastró hasta Vegeta que estaba echado de costado y puso una mano en su espalda para tratar de ver cuál era el problema—. ¿Qué pasó, dónde te han herido? —le preguntó desesperado.
¿Qué diablos estás haciendo, muchacho? ¿Por qué no aprovechas la oportunidad para escapar?
—Lárgate, idiota —gruñó Vegeta débilmente, sentía que se estaba desvaneciendo a toda prisa.
—¡No sin ti! —siseó Trunks. Había fracasado demasiado y asegurar la supervivencia de su padre era todo lo que le quedaba.
—No lo creo —dijo una voz furiosa. Trunks levantó la vista justo a tiempo para ver a todos los tsufurus apuntándole con rifles. Sus ojos se posaron en el furioso líder que era sostenido por uno de sus hombres. Él le dio una sonrisa cruel—. No vas a ninguna parte.
Presionó un botón en un dispositivo de mano y provocó otra descarga de electricidad que hizo que el adolescente cayera al piso. Trunks se preguntó por un instante qué demonios había hecho para merecerse esto cuando los tsufurus los rodearon. Solo enfocado en el dolor insoportable en el que estaba y sin poder hacer ningún sonido, fue vagamente consciente de las manos sobre él mientras su visión se desvanecía poco a poco y se volvía negra.
—Así que quieren jugar rudo, ¿eh? Bueno, que así sea...
**********
Algún tiempo después, Vegeta hizo una mueca de dolor antes de abrir lentamente su ojo sano. Le dolía el cuerpo y sabía que había agotado todas sus reservas de energía en su fallido intento de fuga. En particular, las muñecas le dolían muchísimo. Levantó poco a poco la cabeza y se dio cuenta de que estaba colgando de ellas, eso lo dejaba a medio metro del piso. Los grilletes alrededor de sus muñecas fueron cerrados con llave y luego colgados en el techo. Había estado en esa misma posición innumerables veces antes, pero eso siempre fue por orden de Frízer cuando quería que lo azotaran. Las palizas eran dadas a capricho y sin provocación alguna. La intención había sido "endurecerlo".
Viendo que apenas podía moverse unos centímetros y que se sentía más débil a cada segundo, ansiaba que el "entrenamiento" de Frízer hubiera valido la pena.
Trunks levantó la vista cuando sintió que Vegeta se movía. A diferencia de su padre, lo habían dejado en el suelo contra la pared con las muñecas inmovilizadas sobre la cabeza. Los grilletes fueron sujetados a la pared y no pudo evitar preguntarse qué demonios estaban usando. A pesar de que se encontraba sumamente débil, él todavía era más fuerte que la mayoría de todos en el universo, pero no era suficiente.
—Creo que volverán pronto —murmuró Trunks, todo lo que recibió como respuesta fue un silencio sepulcral, el príncipe miraba furioso la maldita salida que se estaba burlando de él. Habían estado tan cerca...
Trunks suspiró al ver que su padre lo ignoraba otra vez y bajó la mirada.
—Lo siento —dijo finalmente en voz baja. Un músculo se contrajo cerca de la mandíbula de Vegeta por la molestia—, por meternos en este lío —aclaró.
Hubo un silencio incómodo por unos minutos antes de que Vegeta terminara por romperlo.
—No es tu culpa, muchacho —murmuró con una voz ronca—. Tú no eres el que engendró a un debilucho.
Trunks estaba tan frustrado que soltó sus siguientes palabras sin pensar.
—¿Por qué me odias tanto? No es como si hubiera elegido tenerte como... —Se contuvo y paró al darse cuenta de lo que estaba diciendo. La vergüenza y el arrepentimiento de inmediato inundaron su pecho y deseó más que nada que su padre lo mirara—. Eso no es lo que quise decir…
—Por supuesto que es lo que quisiste decir —gruñó Vegeta dejando que su ojo sano se cerrara. Estaba completamente agotado y el muchacho no ayudaba—. Mira, esto es lo que soy. No soy un padre y el hecho de que existas no lo cambia. Discúlpame si no estoy a la altura de alguna ridícula fantasía de padre ideal que hayas podido tener.
—Sé que esto es lo que eres, pero no tienes que ser así siempre —insistió Trunks—. Podrías ser mucho mejor.
—Sí, un mejor guerrero.
—No, un mejor hombre.
Vegeta resopló.
—Tu código moral de mierda casi nos mata a los dos, muchacho, así que ahórrame la lección.
Trunks abrió la boca para responder, pero no tenía nada que decir.
Ambos olieron el humo un rato después. Vegeta y Trunks volvieron el rostro para ver que los tsufurus habían regresado. Trunks inconscientemente se estremeció al ver a Ares. El tsufuru ahora lucía una quemadura grande y visible que atravesaba un lado de su cara. Vegeta sonrió de un modo burlón al verlo.
—Me gusta tu nueva apariencia, te queda bien —dijo con una risa oscura antes de escupir una bocanada de sangre.
—Dos pueden jugar este juego, saiyayín —gruñó Ares mientras atravesaba la gran abertura que Trunks había creado. Lo siguieron tres soldados tsufurus, uno llevaba algo que llamó la atención del adolescente al instante: un gran hierro para marcar con el símbolo de los tsufurus en la punta. Ares se detuvo frente a Vegeta e hizo un ademán para que se lo acercaran. Al ver que el hierro brillada al rojo vivo por el calor, Vegeta frunció el ceño e instintivamente echó la cabeza hacia atrás cuando Ares acercó el metal a unos centímetros de su rostro—. Si me marcas, te marcó, creo que es lo justo.
—Si me marcas con esa cosa, te juro que buscaré a todos los que hayas conocido y los quemaré vivos —lo amenazó Vegeta, su único ojo sano mostraba que era capaz y estaba más que dispuesto a llevarlo a cabo.
—Para cuando el tranquilizante termine de penetrar en sus sistemas, ambos estarán muertos. Nunca tendrás la oportunidad.
Los ojos de Trunks pasaron del metal caliente cerca del rostro de Vegeta al soldado que avanzaba hacia él. Gruñó en advertencia cuando él le puso su rifle contra la sien. Vegeta apretó la mandíbula con fuerza ante la vista.
—Los tengo a ti y a tu hijo completamente neutralizados. Eso es lo que sucede cuando se envía a un niño a hacer el trabajo de un hombre, saiyayín. Ahora, tengo una curiosidad... ¿este chico es tu único hijo?
¡Maldito sea el muchacho! No había pasado ni un solo día sabiendo que tenía un hijo y sus enemigos ya estaban tratando de usarlo en su contra. Esa era exactamente una de las razones por las que nunca quiso tener descendencia en primer lugar...
Vegeta gruñó y miró de nuevo a los triunfantes ojos verdes de Ares.
—¿Dices que has oído hablar de mí y aun así piensas que me importa ese mestizo? Si el muchacho muere, muere. No me importa.
Trunks apretó los dientes al sentir que el rifle se presionaba con más fuerza contra su sien. Intentó tanto como pudo liberarse, pero los grilletes que tenía en sus muñecas no se movían. Se sentía lento, letárgico y los brazos le pesaban anormalmente. Ares solo se rio de los dos.
—Un hijo que defiende a un padre que lo odia, ¿es a esto a lo que se ha reducido la familia real de los saiyayíns? —preguntó, la expresión de su rostro era de desinterés.
—Te voy a arrancar todas las extremidades —le juró Vegeta con un siseo furioso.
—Tenemos a miles de nuestro lado si es así como quieres jugar. Hay muchos en el universo a quienes les encantaría verte morir de una muerte lenta y dolorosa. Estamos listos para ganar la guerra, si es necesario.
—Tonto, tus juguetes y juegos cobardes no te salvarán para siempre...
—¿Juguetes y juegos? —Ares lo interrumpió con una carcajada e hizo un gesto hacia la celda en la que estaban—. Hemos sometido a uno de los guerreros más feroces del universo. Mis hombres han encontrado una solución química que reacciona específicamente con la sangre de los saiyayíns, drena lo que es más precioso para ellos: su ki. Una vez que el ki se drena, se consume la energía dejándote débil e indefenso. Los grilletes liberaron la solución en tu piel sin que te des cuenta. Y como si eso no fuera suficiente... —Golpeó el pectoral de su armadura—. Hemos diseñado un metal que romperá a un saiyayín antes de que un saiyayín lo rompa. Es impenetrable, hace que tu armadura se parezca a un juguete de niños para ser sinceros.
—Impenetrable, ¿eh? Bueno, ya lo veremos.
—Es realmente impenetrable, saiyayín, nuestras habilidades tecnológicas han evolucionado desde los tiempos de antaño. Estamos bien preparados para enfrentar a guerreros de tu calibre, Vegeta. Somos bastante brillantes.
—Hmm, no tan brillantes. —Se burló Trunks. Ares y Vegeta interrumpieron su feroz mirada para volver sus rostros sorprendidos hacia adolescente, ninguno de los dos esperaba la interrupción—. Me criaron con una verdadera genio y esto es de aficionados comparado con lo que ella podía hacer. —Se jactó con una sonrisa de suficiencia.
—¡Aficionados! —Ares se quedó boquiabierto e incrédulo, amplió los ojos por el descaro que tenía este chico. A pesar de las terribles circunstancias, Vegeta se encontraba ligeramente impresionado. Había esperado que el muchacho se desmoronara debido a su edad y lo sensible que era, pero estaba demostrando ser un bastardo bastante resistente.
—Sí, me escuchaste bien. Rompí tus brillantes grilletes una vez y lo haré de nuevo —juró Trunks con confianza.
El tsufuru que se hallaba de pie junto a él siseó enojado y presionó su rifle aún más fuerte contra la sien del adolescente. Trunks frunció el ceño y trató de alejar su cabeza mientras Ares levantaba una mano para calmarlo.
—Basta, el chico es tan arrogante como su padre y va a obtener lo que se merece. Tú y tú —dijo señalando a otros dos de sus hombres. Trunks se enderezó agradecido por no tener más presión sobre su cabeza antes de mirar con desprecio al soldado que había puesto el rifle contra su sien—. Ustedes vengan conmigo. Quiero fortalecer nuestros... grilletes... de “aficionados” —añadió sarcásticamente lanzándole al adolescente una mirada feroz.
Trunks le sostuvo la mirada sin un atisbo de temor. Vegeta no pudo evitar dejar escapar una pequeña sonrisa.
Ares se volvió hacia el tercer soldado de su grupo y le devolvió el hierro.
—Tú, muchacho, guárdame esto y asegúrate de que Vegeta no se pase de la raya. Protege la llave con tu vida, ya regresamos. Vamos.
Trunks los vio salir de la celda a pasos rápidos con Ares a la cabeza. El líder de los tsufurus gruñía en un idioma alienígena. No tenía ninguna esperanza de comprenderlo sin su rastreador, sin embargo, sí reconoció el tono y podía decir que Ares estaba soltando palabrotas.
—Supongo que lo hice enojar, ¿eh? —comentó Trunks con una risita.
Vegeta resopló y se frotó la cara con el brazo usando el movimiento para mantenerse alerta.
—Está enojado porque alguien no pudo obtener un informe adecuado sobre ti —dijo finalmente.
Trunks parpadeó sorprendido.
—¿Quieres decir que puedes entender su idioma?
—Claro que puedo. —Vegeta se burló, su tono hacia ver que debería ser obvio. Él resopló de nuevo, escupió una bocanada de sangre y miró fríamente al soldado que tenía delante. El sujeto dio un paso cauteloso hacia atrás y soltó el hierro que Ares le había dado para alzar su rifle. Sus manos temblaron un poco cuando le apuntó a Vegeta. El príncipe levantó una ceja con interés.
—Parece que nuestro invitado también entiende nuestro idioma...
Las manos del soldado temblaron un poco más haciendo que una sonrisa siniestra se extendiera sobre los rasgos de Vegeta. Aunque llevaba un casco, se podía ver sus ojos. Era joven, de la edad de Trunks, y había una emoción en sus ojos, una que el príncipe saiyayín conocía demasiado bien. Si existía una emoción en la que estaba bien versado que no fuera el odio, era el miedo.
Como un tiburón en el agua, Vegeta olió la sangre.
Y pertenecía a un corazón puro.
—Cuéntame, ¿qué te hizo unirte a los tsufurus, muchacho? —le preguntó con indiferencia. Trunks frunció el ceño mientras observaba todo esto en silencio. Reconoció el tono que su padre usaba, era el mismo que había usado cuando cruzaron aquel desierto oscuro en lo que se sentía hacía siglos. Él tramaba algo, pero ¿qué? Ambos estaban demasiado débiles como para hacer cualquier cosa.
—Cállate, saiyayín, o disparo —le advirtió el soldado usando un acento duro y levantó más el rifle para darle énfasis a sus palabras.
—Tú no estuviste aquí antes, muchacho. De hecho, me atrevo a decir que esta es la primera vez que tienes un arma de ese calibre —reflexionó Vegeta en voz alta.
—¡Voy a disparar, así que cállate! —le advirtió el soldado enfurecido y obligó a que sus manos se estabilizaran.
—Un tsufuru con agallas. La vida está llena de sorpresas.
Trunks frunció el ceño.
—¿Qué estás hacien…
Cállate, muchacho, la voz enfadada de Vegeta se oyó en su mente. El ceño de Trunks se profundizó, un músculo cerca de su mandíbula se contrajo por la ansiedad, pero hizo lo que le dijeron.
El joven soldado gruñó furioso.
—No soy un tsufuru. Estoy trabajando para Ares porque mataste a mi familia, bastardo, y quiero verte pagar.
Vegeta sonrió.
—Yo hice eso, ¿verdad? ¿De qué planeta eran, muchacho? A ver si puedo recordar específicamente a tu familia, luego podremos averiguar si murieron como cobardes.
Con un grito de indignación, el joven soldado recogió el hierro candente del suelo y atacó a Vegeta.
Un segundo después, el príncipe lo tenía donde quería. Trunks se quedó boquiabierto por lo que vio. Si hubiera pestañeado, seguramente se lo habría perdido. Estuvo a punto de gritarle al muchacho que no marcara a su padre si sabía lo que le convenía, pero ahora todo había terminado.
Usando una fuerza bruta que solo podía ser convocada en casos de vida o muerte, Vegeta había elevado su peso corporal empleando solo sus brazos para alzar las piernas. Una patada y la barra de hierro salió volando de la mano del joven. Otra patada y el casco también lo hizo. Antes de que el soldado tuviera alguna idea de en qué se metió, Vegeta ya había puesto los pies alrededor de su cuello. El príncipe sonrió con superioridad ante la mirada de sorpresa en los ojos del joven mientras Trunks sacudía la cabeza con admiración y un toque de lástima. De todos los prisioneros con los que pudo haber elegido meterse, el soldado había elegido al equivocado en el momento equivocado.
—Bueno, eso no fue muy amable de tu parte, muchacho. Aquí estoy tratando de hablar contigo, ¿y me atacas así? —preguntó Vegeta inclinando la cabeza con curiosidad a la vez que aplicaba una presión paralizante en el cuello del joven. Él solo podía hacer sonidos ahogados como gorgoteos mientras arañaba las piernas de Vegeta para que lo dejara ir—. Creo que si te disculpas conmigo, podría aliviar la presión...
Una vez, Trunks se habría opuesto rotundamente a esta violencia. Ahora solo observaba en silencio rechinando los dientes con ansiedad.
—Lo… sien…en… to —jadeó el soldado que tenía un visible color púrpura. Sus venas se habían pronunciado más en su rostro mientras apretaba los dientes por la agonía. Para gran consternación de Trunks, su padre no se veía mucho mejor. La vena en su sien latía con fuerza, Vegeta hizo un esfuerzo visible para apretar su agarre en el cuello del soldado.
—Bájame ahora o te mato —gruñó Vegeta respirando con dificultad, resistía a base de pura adrenalina y fuerza de voluntad—. A menos que pienses que vale la pena morir por el idiota de Ares.
No necesitó que se lo dijeran dos veces, el soldado soltó las piernas de Vegeta y sacó al instante una llave de sus pantalones. Vegeta levantó una ceja con interés antes de mirar hacia arriba para examinar los grilletes en sus muñecas. De hecho, su fuerza era inútil para romperlas, sin embargo, había una ranura para una llave. La llave no le quitaría los grilletes, pero al menos los separaría del resto de la cadena. Él resopló divertido.
—Parece que mi hijo tenía razón. Los tsufurus son aficionados —dijo bajando la mirada para ver la llave, él la alcanzó con su cola y la agarró antes de sonreír triunfante—. Ahora, no te muevas, muchacho. Te necesito como punto de apoyo. No me decepciones, estás haciendo un gran trabajo —lo alentó, sonaba casi genuino. Sin embargo, Trunks sabía lo que iba a pasar y volvió a negar con la cabeza. El soldado era prácticamente un cadáver, pero con suerte, esto funcionaría.
Dos segundos después, Vegeta aterrizó en el piso sobre sus pies. El joven soldado cayó de rodillas frente a él, le faltaba aire y se apoyó en el piso con las manos. La sonrisa de Vegeta se volvió cruel.
—Hazme un favor cuando veas a Ares en la siguiente dimensión, muchacho. Dile que debería haber seguido su propio consejo y no dejar que un niño haga el trabajo de un hombre.
Trunks hizo una mueca de dolor y miró hacia otro lado justo antes de que Vegeta agarrara la cabeza del soldado y se la torciera de un modo brutal matándolo al instante. Con la experiencia que solo podía venir de haber hecho eso miles de veces, agarró el cuerpo del soldado antes de que cayera al suelo. Levantó la vista, miró a través de los barrotes e intentó escuchar si alguien se acercaba.
Rememorando y dándose cuenta de lo que Vegeta estaba haciendo, Trunks susurró:
—No hay nadie aquí abajo.
Vegeta lo miró y entrecerró los ojos.
—¿De verdad puedes detectar eso sin un rastreador? —preguntó con incredulidad mientras bajaba silenciosamente el cuerpo sin vida al piso. Se apoyó en una rodilla tratando de ocultar su propio dolor, pero ahora era casi imposible.
—Sí puedo —dijo Trunks mirando hacia arriba a sus propios grilletes. Volvió a mirar a su padre, que ahora se hallaba de rodillas temblando frente al soldado que acababa de matar. A través de la tenue luz, pudo ver que Vegeta estaba empapado en una sucia combinación de sudor y sangre. Algunas de las quemaduras en sus costillas se habían infectado considerablemente y Trunks se sintió enfermo al verlo—. Padre, por favor, suéltame para que pueda ayudarte —le suplicó—. Podemos salir de aquí juntos.
Respirando con dificultad, Vegeta miró a Trunks con los ojos entrecerrados. Una gran parte de él quería decir al diablo con el muchacho y dejarlo allí para que se pudriera. Tal vez él hubiera hecho eso si no hubieran sido los tsufurus con los que se enfrentaban. Independientemente de la situación entre los dos, a fin de cuentas, el muchacho tenía sangre saiyayín en sus venas.
Tomó la llave y se arrastró hasta Trunks lentamente. Una vez que estuvo frente a él, con mucho dolor se obligó a ponerse de pie al mismo tiempo que evitaba los ojos agradecidos del muchacho.
—Gracias —le dijo Trunks con sinceridad.
Vegeta gruñó mientras trabajaba para liberar a su hijo. Sus manos seguían temblando, lo que dificultaba la tarea.
—Soy el Príncipe de todos los Saiyayíns. No tendría honor si permitiera que los tsufurus maten a alguien con sangre saiyayín. No creas que esto cambia algo entre nosotros —gruñó Vegeta—. Aún pagarás por meterme en este lío.
Finalmente, Trunks fue capaz de bajar los brazos. Miró hacia abajo y examinó sus muñecas teniendo cuidado de no tocar los grilletes de nuevo. El adolescente frunció el ceño cuando vio las botas blancas de su padre frente a él manchadas de sangre, luego lo miró.
—¿Y ahora qué?
—Ahora vamos a tomar un baño relajante. ¿Qué crees, muchacho? Ahora saldremos de este infierno.
—¿Pero cómo? Tienen un ejército listo y ninguno de nosotros puede manejar esto ahora...
Vegeta sonrió.
—Mira y aprende.