Dragon Ball/Z/GT Fan Fiction ❯ Punto sin retorno ❯ Hacia una salida ( Chapter 10 )

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Punto sin retorno

Capítulo diez

Hacia una salida

 

 

Un solitario y pequeño soldado tsufuru estaba de pie vigilando la puerta que conducía a los prisioneros saiyayíns. Permanecía quieto como una piedra sosteniendo su rifle y mirando al frente mientras los otros soldados y algunos científicos pasaban delante de él sin prestarle atención. El ambiente era tenso, se olía la guerra en el aire. Las historias sobre la fuerza y ​​el ingenio de Vegeta eran legendarias, así que se habían tomado todas las precauciones para garantizar una venganza adecuada.

El soldado no pudo evitar sonreír ante la idea.

De pronto sintió algo a sus espaldas y se volvió para mirar a la puerta cerrada detrás de él. Dudó antes de llamar al primer soldado que vio venir por su camino.

—Hey, tú, ven aquí —dijo haciéndole un ademán con la mano al otro tsufuru.

—¿Qué pasa? —El segundo soldado, un hombre más alto le preguntó bruscamente cuando se acercó trayendo consigo su propio rifle.

—Creo que oí algo allí adentro —contestó el primer soldado y señaló con la barbilla hacia la puerta—. ¿Por qué Ares está tardando tanto?

—Hay reportes de otra vaina espacial no muy lejos de aquí. Definitivamente es uno de los hombres de Frízer —le informó el segundo soldado—. Todavía no se sabe si es un saiyayín o no y mucho menos que intención trae.

—Mierda —juró el soldado más pequeño bajando la mirada—. ¿Qué vamos a hacer?

—Ares está tratando de usar los sensores que tenemos para rastrear a quien quiera que sea. Ha puesto a Vegeta y a su cría en segundo plano por ahora.

El primer soldado asintió con una expresión solemne y miró hacia la puerta. 

Hablando de eso, tengo un mal presentimiento sobre estos dos. Quiero asegurarme de que todo esté bien, pero no quiero entrar solo. Necesito algo de respaldo.

El tsufuru alto resopló y puso los ojos en blanco. 

Ambos están esposados y debilitados. Lo más probable es que solo hayas oído rumores, ¿eres nuevo aquí?, ¿por qué tienes tanto miedo?

—He escuchado historias sobre Vegeta, idiota. No tengo miedo, simplemente no soy estúpido —gruñó el primer soldado que ya se había enojado y abrió la puerta él mismo—. Solo ven conmigo a revisar las cosas, ¿quieres?

El más alto de los dos exhaló con impaciencia. 

Bien, pero hagámoslo rápido. —Acto seguido pasó rozando al soldado más pequeño haciendo que el último casi perdiera el equilibrio y bajó por la oscura escalera.

—Hmm —gruñó el soldado más pequeño antes de cerrar la puerta detrás de los dos, luego siguió a su camarada con una sonrisa de satisfacción.

—No puedo creer que esté haciendo esto —murmuró el soldado más alto para sí mismo mientras seguía bajando—. Maldito nuevo reclut…

De pronto, dos manos salieron de la vuelta de la esquina en el sector final de la escalera, agarraron la cabeza del soldado más alto y le rompieron el cuello matándolo al instante. El soldado más pequeño retrocedió sobresaltado cuando el cuerpo sin vida de su camarada cayó desplomado en el suelo. Su asesino salió lentamente de la esquina y avanzó hasta que quedó ante él.

Se miraron el uno al otro en silencio por unos tensos momentos. Finalmente, el soldado más pequeño echó un vistazo hacia la puerta y luego volvió a mirar al magullado y ensangrentado adolescente de cabello lavanda que estaba frente a él. Con un gruñido de aprobación, alzó la mano y se quitó el casco, lo que liberó su cabello oscuro, este al instante se levantó como una llamarada.

—Pensé que carecías de lo necesario para matar —dijo Vegeta, su voz cruda y ronca sonó indiferente mientras arrojaba su casco a un lado. Trunks captó un ligero indicio de sorpresa en sus ojos negros, el quemado estaba ahora abierto, pero completamente inyectado de sangre.

Luego miró el cuerpo que yacía entre ellos, sus ojos azules se oscurecieron.

Los cinco minutos que tuvo que esperar a Vegeta habían sido los más largos de su vida. En ese corto período, la ansiedad de no saber si su padre sería encontrado husmeando y asesinado era peor que cualquier cosa que hubiera experimentado en su línea de tiempo. Él se tuvo que quedar sentado solo en la prisión, rodeado de sangre y con un soldado muerto sin ropa frente a él. Había presenciado tanto dolor y el que vivía en ese momento lo retrataba la mirada muerta y vacía del joven soldado asesinado por Vegeta que parecía estar viéndolo directo a los ojos...

Como Gohan...

En ese instante, algo dentro de él empezó a romperse.

—Soy por encima de todo un sobreviviente —respondió finalmente con un tono más áspero de lo habitual. Alzó la mirada para encontrarse con la de su padre y esbozó una sonrisa de suficiencia que hizo sentir a Vegeta como si se estuviera mirando en un espejo—. Matas o te matan, ¿verdad?

Vegeta contempló al adolescente. Había planeado encargarse de quienquiera que fuera el desafortunado bastardo que vino con él, pero se sorprendió cuando en su lugar apareció el muchacho para controlar la situación. Al examinar la mirada en esos ojos azules, pudo notar tan claro como el día que por fin estaba comenzando a romperse. Era justo lo que esperaba, lo que quiso ver desde que se tropezaron por primera vez.

Y, sin embargo, de forma inexplicable, no sentía ni emoción ni orgullo por ello. No había sensación de victoria ni satisfacción. De pronto necesitó apartar los ojos de la mirada sorprendentemente fría del muchacho. Vegeta frunció el ceño y se inclinó para agarrar uno de los pies del soldado muerto.

—Hmm... los tsufurus están ocupados en este momento, así que tenemos un poco de tiempo —gruñó el príncipe saiyayín, luego arrastró el cuerpo por la esquina para llevarlo a la celda mientras su hijo cojeaba lentamente detrás de él.

—¿Ocupados? —preguntó Trunks con curiosidad.

—Parece que tenemos compañía —dijo Vegeta haciendo una mueca de dolor después de soltar el cuerpo—. A trabajar, muchacho —le ordenó antes de darse la vuelta y lo dejó solo otra vez sin molestarse en mirarlo cuando se fue.

Con mucho cuidado, Trunks se dejó caer en el piso frente a este nuevo cadáver. Sin perder el tiempo, se quitó el casco. Evitó conscientemente la fría mirada de muerte y empezó a quitarle el uniforme blanco.

Vegeta entró unos momentos después por el forado que había quedado en la pared llevando el casco puesto, este hacía que ocultar su dolor fuera mucho más fácil. Traía dos rifles, uno permaneció en su mano agarrado de forma experta y el otro lo dejo caer al lado de su hijo. Cruzó la celda ignorándolo y se apoyó contra la pared. Consideró por un momento sentarse y descansar, pero sabía que tenía que permanecer de pie de ahora en adelante. Si se sentaba, no estaba seguro de poder volver a levantarse. Miró a través de los barrotes y agudizó el oído para captar cualquier señal de que se acercara alguien.

—Date prisa, muchacho —gruñó disparándole una mirada impaciente.

—¿A qué te referías cuando dijiste que tenemos compañía? —preguntó Trunks mientras Vegeta miraba el rifle en sus manos.

—Los tsufurus encontraron una vaina espacial que no es nuestra —respondió Vegeta antes de levantar el rifle para apuntarle al cadáver frente a su hijo. Apretó el gatillo, pero no pasó nada. Gruñó y lo miró con frustración.

—¿Crees que Nappa o Raditz regresaron por nosotros? —preguntó Trunks mientras le quitaba una bota al soldado.

—Ese sería el mejor escenario —admitió Vegeta de mala gana, en el fondo esperaba que fuera uno de ellos y no alguien de las Fuerzas Especiales Ginyu. Había perdido la noción del tiempo y no sabía cuantos días llevaban encarcelados. Después de un cierto periodo establecido, si no te reportabas a la base, eras clasificado como un desertor... Las manos de Vegeta temblaron involuntariamente. Frunció el ceño y agarró su rifle con más fuerza deseando que se detuvieran—. Estoy seguro de que lo sabremos pronto —agregó mirando de nuevo a través de los barrotes.

—Sí, pero si no es Nappa ni Raditz, entonces quién…

—¡Maldita sea, muchacho! —exclamó Vegeta lleno de furia—. ¡Solo cierra la boca y continúa con lo que estás haciendo!

Trunks al instante se movió más rápido, tan rápido como le permitían sus heridas. Vegeta volvió el rostro hacia los barrotes y cerró los ojos con fuerza, ya que una ola de náuseas y mareos lo recorrieron. Si no estuviera apoyado contra la pared de piedra, no estaba seguro de que hubiera permanecido de pie. Podía escuchar el latido de su corazón y sentía que un frío sudor bajaba por su espalda.

—Oye, ¿estás bien? —le preguntó Trunks tratando de no sonar alarmado, pero parecía que Vegeta estaba a unos minutos de desplomarse.

—¿Ah? —Vegeta se obligó a abrir los ojos, parpadeó un par de veces y sacudió la cabeza. Tenía que resistir. Volvió a mirar a Trunks y rápidamente recuperó la compostura—. Puedo cuidar de mí mismo, mestizo —añadió enojado.

Trunks frunció el ceño. 

—Es Trunks.

—¿De qué estás hablando ahora, maldito muchacho?

—Trunks, mi nombre es Trunks —dijo y se puso el casco prestado para completar su uniforme del ejército de los tsufurus.

Vegeta lo miró incrédulo y negó con la cabeza. 

—Tengo un hijo mestizo llamado Trunks —escupió las palabras con disgusto y miró de nuevo a través de los barrotes—. Mi humillación no tiene límites.

—Solo pensé que deberías saberlo —murmuró el adolescente mientras revisaba su uniforme metálico color blanco para asegurarse de que no tuviera manchas de sangre.

En caso de que no salgamos vivos de aquí, agregó en silencio. Él se agachó con cautela para recoger el rifle que Vegeta había dejado caer a su lado y lo examinó con interés: era grande, pero sorprendentemente ligero.

—No funcionan —dijo Vegeta, el saiyayín se empujó de la pared y caminó hacia su hijo.

—Pero tienen que funcionar, de lo contrario, ¿por qué los llevarían? —preguntó Trunks.

Lo levantó y apuntó a la pared opuesta a la que Vegeta usó para apoyarse hacia unos momentos. El príncipe gruñó molesto. ¿Por qué este muchacho era tan terco?

—Tenemos cosas más importantes que… —Su voz se apagó cuando Trunks apretó el gatillo. Algo que parecía un láser rojo salió disparado del rifle y atravesó la pared de piedra supuestamente impenetrable como si fuera mantequilla.

El impacto fue silencioso, rápido y mortal. Vegeta y Trunks miraron el agujero que dejó a su paso.

—Bien, cambiemos entonces —dijo Vegeta mientras empujaba bruscamente su rifle en el pecho de Trunks y tomó el de él.

—¿Qué le pasa al tuyo? —le preguntó el adolescente mirando el nuevo rifle que sostenía entre sus manos con el ceño fruncido.

—No funciona —gruñó Vegeta, ahora notaba que sudor frío le cubría el torso. Sus manos involuntariamente comenzaron a temblar de nuevo haciéndolo sisear de frustración mientras salía de la celda. Sentía que su cabeza iba a explotar en cualquier momento.

Ya había subido dos escalones cuando se dio cuenta de que Trunks no lo seguía. Cerró los ojos y se tronó el cuello para evitar gritar de frustración. Giró con un ojo cerrado por la dolorosa migraña contra la que luchaba y regresó ignorando lo agotador que era esa simple acción para su cuerpo debilitado.

—¿Qué demonios estás haciendo, muchacho? —dijo entre dientes tan pronto como el adolescente apareció a la vista—. Tenemos que irnos ahora.

—Lo sé, lo sé, ya casi termino —le contestó Trunks mientras Vegeta se acercaba. El príncipe ladeó la cabeza con curiosidad cuando vio que su hijo había desarmado el rifle—. He visto este diseño antes, solo dame unos segundos más.

Vegeta frunció el ceño y levantó la vista del rifle hacia Trunks.

—¿Sabes de armas?

—Sí, mi madre fabricó una tonelada de ellas para ayudarnos a sobrevivir —le confesó Trunks moviendo las manos de un modo experto mientras Vegeta lo miraba—. Tuve que aprender a usarlas y le enseñé a otros a hacer lo mismo. He estado haciendo esto desde que tuve la edad suficiente para hablar. Por supuesto, cuando crecí, dejé de usarlas, pero ella siguió fabricando más armas para ayudar a los demás a defenderse... aunque no sirvió de mucho —admitió con amargura.

—... ¿Tu madre fabricaba armas? —preguntó Vegeta completamente sorprendido. Su mente comenzó a buscar en sus recuerdos mientras se preguntaba quién demonios sería la madre de este muchacho. No calificaría a ninguna de las mujeres con las que se había acostado como, bueno, inteligente.

—Sí, es una genio. He visto algo así antes cuando era un niño —dijo Trunks y cerró el rifle de un golpe, luego lo llevó hasta la altura de su hombro, apuntó a la pared y disparó. Efectivamente, esta vez funcionó. Vegeta miró el agujero que el láser dejó en la pared mientras oía a Trunks reírse—. Como dije, esto es de aficionados —añadió con arrogancia.

Vegeta miró a su hijo por unos segundos, su intensa mirada era ilegible. Finalmente resopló divertido. 

—Bueno, parece que tu madre fue buena para más de una cosa —dijo y una sonrisa sarcástica apareció en su rostro. Trunks se sonrojó detrás de su casco ante la declaración, lo que hizo que Vegeta soltara una carcajada en respuesta.

—Vamos, muchacho, salgamos de aquí.

El príncipe se volvió para dirigirse hacia las escaleras, todavía iba riendo disimuladamente debido a la respuesta del muchacho cuando echó un vistazo por encima de su hombro: Trunks se esforzaba por subir las escaleras detrás de él. Desaparecida la risa, Vegeta se sorprendió en silencio por la forma en que el adolescente se obligaba a avanzar a pesar de su claro dolor sin dejar escapar ni una palabra o sonido de queja. Frunció el ceño, miró hacia adelante y continuó subiendo.

Parecía que el muchacho era más resistente de lo que creía.

Pero, por otro lado... él era su hijo.

Finalmente, Vegeta salió por la puerta, sus ojos se encontraban abiertos y alertas aparentando ante todo el mundo ser un soldado aburrido sin dolencias físicas que comentar. No le venía mal que el cristal teñido de su casco ayudara a disfrazar cuán inyectado de sangre estaba uno de sus ojos. A menos que alguien se plantara frente a su cara para ver sus quemaduras, estaría a salvo.

Trunks surgió un segundo después de su padre. El adolescente parpadeó un par de veces y entrecerró los ojos ante la repentina luz brillante que lo saludó. Esto era muy diferente al oscuro calabozo donde los habían encerrado.

Continuemos, muchacho, Vegeta se comunicó en silencio, luego se dio la vuelta y se alejó. Trunks caminó tras él, su cara se enrojeció por el dolor insoportable que sentía mientras hacía su mejor esfuerzo para caminar normalmente. A pesar de su valor, tenía una cojera sutil, solo visible para cualquiera que prestara mucha atención. Muy consciente de las heridas de su hijo, Vegeta caminaba lo más rápido posible, pero a un ritmo que le permitía al adolescente seguirle el paso. Todo el tiempo, Trunks no podía creer lo fácil que Vegeta lo hacía parecer.

Tratando de distraerse de su incomodidad física, Trunks echó un vistazo a la enorme base de estilo militar en la que se encontraban. Debía haber cientos de soldados caminando, todos ellos con los mismos trajes metálicos blancos que él y Vegeta estaban usando ahora. Su mente quedó atónica al ver que tantos hombres se habían unido a Ares para derrotar a solo tres saiyayíns. ¿De verdad se requería de un todo un ejército para eliminarlos?

Después de unos segundos de reflexión, concluyó que sí, que eso era lo más probable.

Vegeta de pronto dejó de caminar, lo que hizo que su hijo casi chocara con él por detrás. 

—Mira, muchacho —le ordenó el príncipe señalando con la cabeza para que mirara a la izquierda.

—¿Qué debo ver? —susurró Trunks mientras trataba de detectar algo fuera de lo común, pero nadie les prestaba atención en ese momento.

—A ti. —Fue la respuesta fría y simple.

—Que…

Antes de que Trunks se diera cuenta de lo que estaba sucediendo, Vegeta lo pateó tan fuerte como pudo con la punta de su bota en la rodilla ya dañada, que le rompió los huesos de la articulación en el proceso. Tomado por sorpresa, Trunks cayó desplomado y fue incapaz de reprimir el aullido de agonía y traición que estalló en él.

Con la habilidad de un mentiroso consumado, Vegeta se arrodilló al lado de su hijo con los ojos muy abiertos por la sorpresa, como si no tuviera idea de lo que le pasaba. Luego de poner una mano compasiva sobre su hombro, se volvió completamente desesperado hacia la audiencia que ahora tenían.

—¡Necesitamos un médico! —les gritó. Para Trunks, que no entendía el idioma tsufuru y hacía mucho tiempo que había perdido su rastreador con el traductor incorporado, las palabras sonaban como un total disparate. El adolescente exhaló a través de sus dientes apretados, cerró los ojos con fuerza mientras se agarraba la rodilla y rodó hacia un costado. Vegeta dio unas ligeras palmaditas de aparente consuelo al lado del casco de su hijo cuando vio que un equipo médico corría hacia ellos.

—¿Qué pasó? —preguntó alguien mientras Vegeta se levantaba sosteniendo su rifle con fuerza.

—La pierna del muchacho se rompió de la nada —le explicó Vegeta con una voz preocupada, luego se apartó un poco y observó cómo trataban de atender a Trunks, que lo permitía de muy mala gana. El príncipe frunció el ceño mientras los analizaba a todos. Comenzó a caerle sudor por los ojos y los entrecerró, uno le temblaba por el estrés. Si daba un movimiento en falso, serían impulsados a la acción aquí. Mirando hacia un lado por el rabillo del ojo, supo que no sobrevivirían, aún no.

—La rodilla de este muchacho está casi destruida. Tenemos que llevarlo a la enfermería —dijo uno de los paramédicos. Las palabras atrajeron la atención de Vegeta y asintió.

Todos comenzaron a coger a Trunks para levantarlo. Ante eso, el adolescente siseó a la defensiva. Mantenido al margen de la situación y sin la ayuda de su rastreador para que le tradujera las conversaciones, la única conclusión a la que pudo llegar fue que su padre lo había traicionado y tirado a los lobos para salvarse. Desesperado, comenzó a acumular todos los restos de la energía que le quedaban. Era difícil con los grilletes de metal que drenaban el ki debajo de su uniforme, pero consiguió arreglárselas.

Deja que te ayuden, muchacho, le ordenó Vegeta en silencio, El adolescente se sorprendió, miró a todos lados, hizo contacto visual con su padre y lo vio ofrecerle un sutil asentimiento. Trunks apretó los dientes, no estaba seguro de poder confiar en él. Finalmente, sin embargo, le dio el beneficio de la duda. Muy a regañadientes, dejó de luchar, a pesar de que seguía tenso. Solo se relajó un poco cuando se dio cuenta de que los tsufurus que lo rodeaban parecían estar en verdad preocupados por su rodilla.

—Traigo a alguien nuevo —anunció el líder del equipo médico mientras entraba a la enfermería, su personal lo siguió y colocó al incómodo adolescente en una mesa de examen. Vegeta entró en silencio después de ellos y miró a su alrededor: en la pared del fondo había una gran cantidad de medicamentos. Volvió el rostro hacia un lado y frunció el ceño cuando sus ojos se posaron en el médico de la habitación. Era un hombre anciano de cabello blanco y ojos azules afilados vestido con una simple túnica blanca.

—Bueno, ¿qué tenemos aquí? —preguntó el doctor en tono jovial, él se acercó a Trunks, que lo miraba incómodo—. ¿Otro accidente de entrenamiento?

—Su rodilla está destrozada —le explicó uno de los tsufurus que permaneció en la habitación para ayudar mientras los otros dos se retiraba, ya que no consideraron la situación como terriblemente grave. Trunks se estremeció y siseó cuando comenzaron a examinar su rodilla, pero intentó tanto como pudo no mostrar su enorme desconfianza. Agobiado, echó un vistazo por encima de la tranquila tercera persona en la habitación y gruñó para sí mismo al ver que Vegeta no les prestaba ni un poco de atención.

De hecho, él los estaba ignorando por completo mientras caminaba hacia la pared con los medicamentos. Sus ojos oscuros e inyectados de sangre examinaron rápidamente lo que tenían: una sustancia para el alivio del dolor, vitaminas, anestésicos... frustrado, su ceño se profundizó. Ya iba a dejarlo todo por completo cuando miró hacia el estante superior y vio justo lo que estaba buscando.

Se dio la vuelta, caminó en silencio hacia la puerta y la cerró.

—Muy bien, hijo, ayúdame a quitarle el uniforme a este chico para que pueda examinar la lesión directamente —indicó el médico, él giró hacia un lado y sacudió una jeringa con un anestésico—. Esta inyección calmará su dolor, así podré arreglar esa rodilla sin causarle molestias.

—Claro —dijo el otro tsufufu que veía el intenso sufrimiento de Trunks. El rostro del adolescente se había tornado de un color rojo por la agonía que soportaba y respiraba entre dientes. El tsufuru frunció el ceño—. Oye, relájate, te ayudaremos. ¿Cómo te llamas?

—Su nombre es Trunks —contestó una voz ronca por detrás. El tsufuru que sintió la inconfundible sensación de un rifle presionando la parte posterior de su cabeza, amplió los ojos y abrió la boca para hablar, pero fue asesinado antes de que tuviera la oportunidad de hacerlo. Él simplemente cayó sin vida después de que Vegeta disparó un rayo láser que le atravesó el cerebro. Trunks observó el desalmado asesinato sin inmutarse, una inusual indiferencia coloreaba el azul de sus ojos mientras el médico se daba la vuelta para hacerles frente.

Los ojos del anciano se ampliaron horrorizados ante el cadáver en el suelo y jadeó. 

¿Qué demo... —Las palabras se ahogaron en su garganta cuando Vegeta giró el rifle hacia él. Antes de que se diera cuenta, la punta del arma quedó presionada contra su cabeza. La acción lo hizo temblar de terror.

—Serás el próximo cadáver en esta habitación si no haces EXACTAMENTE lo que te digo. No me pongas a prueba, viejo —gruñó Vegeta en un tono peligroso. Incapaz de soportar el calor un segundo más, el príncipe saiyayín se quitó el casco y lo dejó caer al suelo, su cabello se levantó al instante una vez liberado. Esta vez, Trunks se estremeció al ver los ojos vidriosos e inyectados de sangre de su padre.

Los temblores del médico empeoraron cuando vio la muerte en unos ojos enrojecidos. Había escuchado historias sobre la reputación violenta de Vegeta, pero nunca sospechó que se encontraría cara a cara con el hombre. De pronto, lamentó mucho haber tomado este trabajo. 

¿Qué…qué qui… quieres? —tartamudeó.

—Dime dónde está el antídoto para el veneno que me dieron —le ordenó Vegeta con dureza.

—No sé qué veneno es. —Vegeta cerró los ojos y se tronó el cuello, sus venas palpitaron visiblemente allí y en sus sienes. Por alguna razón, esto aterrorizó al anciano más que cualquier palabra que el saiyayín pudiera decir—. Pe… pero si me dice los síntomas...

—Padre —lo interrumpió Trunks. Vegeta abrió los ojos haciendo un visible esfuerzo y volvió su mirada delirante hacia él—. Saben que nos hemos ido, puedo escucharlos. No tenemos mucho tiempo.

Vegeta gruñó y presionó el rifle con más fuerza contra la piel del médico. 

No tengo tiempo para tus juegos, viejo —siseó el príncipe, sus manos temblaban—. Dime dónde está el antídoto o te arrancaré los ojos, ¿entiendes?

—¿Cómo lo envenenaron?

—Ares me envió una prostituta tsufuru y ella me envenenó.

El doctor levantó un dedo tembloroso hacia el estante superior. 

Si es lo que estoy pensando, debe estar en el pequeño frasco amarillo en la parte superior, es el segundo desde la izquierda.

Vegeta gruñó y le quitó la jeringa al médico.

—Toma, muchacho, esto ayudará a tu rodilla —dijo y empujó la jeringa hacia Trunks. Él adolescente parpadeó sorprendido antes de retirar el anestésico de la mano de su padre—. Vigílalo —le ordenó y le clavó al anciano una mirada fría que no dejaba necesidad de una advertencia verbal.

Trunks miró a su padre por un momento antes de ver la jeringa en su mano. ¿Dónde demonios se suponía que debía inyectarla? ¿Directo en su rodilla?

Como si notara su indecisión, el médico señaló en silencio la rodilla del adolescente. El pequeño gesto de ayuda sorprendió a Trunks e hizo que sintiera una horrible punzada de culpa en el corazón por la inevitable muerte del hombre. Al ver al tsurufu muerto en el piso, al ver sus ojos muertos y vacíos —¿por qué siempre tenían que mirarlo—, esa sensación enfermiza y volátil que lo había invadido antes cuando Vegeta lo dejó solo, regresó recrudecida. Era como si hubiera una lenta combustión de odio y violencia siniestra ardiendo en el fondo de su pecho: odio hacia los tsufurus, hacia Frízer, hacia el universo entero y hacia la maldita injusticia de todo esto.

Y, por supuesto, una gran cantidad de ese odio estaba reservado para sí mismo.

La mano con la que sostenía la jeringa temblaba cuando el médico posó la suya sobre la de él. Trunks se estremeció ante el contacto y la alejó.

Vegeta, muy bajo para llegar al estante superior y demasiado débil para levitar, en su desesperación lo golpeó con la culata de su rifle, cogió el frasco amarillo que cayó y frunció el ceño mientras intentaba leer lo que decía. Tuvo que parpadear un par de veces para aclarar su visión lo suficiente, pero en efecto, era el antídoto para el veneno. Calculando que era una confirmación lo suficientemente buena, lo abrió y se tomó todo el contenido de un trago.

—Ahora, muchacho —dijo mientras arrojaba el frasco a un lado—. Salgamos de aquí.

Trunks desplazó su peso sobre la mesa hasta que logró sacar las piernas. Luego se paró con cautela sin poner mucha presión en su pierna mala e ignoró el hecho de que su bota derecha estaba a centímetros del cadáver. Podía sentir que una explosión de calor se extendía por su rodilla y por su pierna adormeciendo el dolor. Mientras tanto, Vegeta se puso otra vez el casco y se dirigió hacia el anciano.

—¿Cuánto tiempo hay que esperar hasta que el antídoto funcione? —le preguntó.

Todavía visiblemente aterrorizado, el médico miró al príncipe e hizo todo lo posible por no tartamudear. 

Comenzará a actuar de inmediato, pero los efectos son lentos.

—Hmm —gruñó Vegeta y se volvió hacia Trunks, le arrojó su rifle e hizo un gesto con la cabeza en dirección al médico—. Hazte cargo de él ahora mismo —le ordenó antes dirigirse a la puerta.

La sensación enfermiza en el pecho de Trunks se profundizó aún más ante la despiadada orden, hasta el punto de sentir que iba a quemarlo vivo. La pequeña y débil voz de la razón lo hizo dudar solo un momento, esta trató con valor de hacerse oír en un rincón oscuro de su mente, pero fue reprimida por el puro terror que lo consumió cuando creyó que había causado la muerte de su padre al ser misericordioso. Sus ojos azules, por lo general claros, se tornaron más oscuros e insensibles mientras alzaba el rifle hasta la altura de su hombro para apuntar con manos firmes como rocas directo al espacio entre los horrorizados ojos del anciano.

Comenzó a apretar el gatillo cuando de repente sonó una alarma. Vegeta maldijo por lo bajo al ver que el adolescente lo miraba por encima del hombro.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó Trunks mientras levantaba la vista hacia una alarma roja que parpadeaba en el techo. Vegeta lo ignoró por varios segundos antes de abrir un poco la puerta. Todos corrían ahora en la misma dirección, pero ¿para qué?, ¿para seguirles la pista o para luchar contra alguien más?

Como si leyera su mente, el anciano habló: 

Ares está llamando a una reunión de emergencia.

Vegeta volvió su atención hacia él y entrecerró los ojos con desconfianza. 

¿Con qué propósito?

El pobre doctor desplazó su mirada de Vegeta al muchacho que todavía le apuntaba con el rifle y luego la regreso a Vegeta. Deseó poder inventar una mentira en el acto, pero no se le ocurría ninguna. Optando por confesar la verdad en lugar de quedar atrapado en una mentira, respondió de forma sumisa un:

Yo... no sé.

Padre e hijo intercambiaron una silenciosa mirada de entendimiento mutuo.

Acto seguido, Trunks se volvió y disparó.

El ojo derecho del adolescente se contrajo involuntariamente mientras bajaba el rifle y miraba al doctor tsufuru caído sin ningún remordimiento. Vegeta revisó la violencia con un desinterés familiar y asintió complacido antes de regresar a la puerta. Se asomó otra vez y Trunks se dio cuenta vagamente de que él le decía algo que no podía registrar del todo, solo atinó a inclinar la cabeza con una morbosa curiosidad cuando vio el charco de sangre que se extendía debajo del cuerpo. Vaya, era roja como la suya...

—Oye, muchacho, apúrate —le siseó Vegeta a unos oídos sordos—. Tenemos que formar fila con ellos antes de que nos encuentren aquí y descubran nuestra identidad.

Trunks frunció el ceño y apretó la mandíbula con fuerza mientras se recordaba que el hombre tenía que morir.

—¿Me estás oyendo, muchacho? ¡Te dejaré aquí para que los tsufurus te destrocen si no te mueves, ahora!

Todos aquí, todos tenían que morir.

—¡TRUNKS!

Trunks parpadeó y salió del trance, al fin se daba cuenta de lo que estaba haciendo. Tragó saliva con dificultad y se apartó del cadáver solo para prácticamente pisar al otro en la habitación. Se estremeció tanto al tener que caminar sobre la sangre que estuvo a punto de perder el equilibrio y casi cayó sobre esta. Apretó los dientes mientras se obligaba a cojear hacia su padre, el dolor había disminuido, pero seguía presente.

—Lo siento —murmuró avergonzado. Vegeta apartó la mirada de la apertura en la puerta y observó a su hijo en silencio: parecía estoico y para nada afectado con lo sucedido, pero Vegeta perfeccionó esa fachada cuando era un niño y pudo ver a través de esta. El muchacho era tan transparente como el cristal: su moral y su cordura se desmoronaban minuto a minuto. Demonios, unos años más de esto y sería igual a él.

Al pensarlo, un músculo de su mandíbula se contrajo y apartó la mirada otra vez.

—Vámonos, muchacho. Los tsufurus quieren guerra, es hora de que les demos una.

************

Trunks nunca había sentido tanto calor en su vida. Levantó la vista un poco para ver los dos soles brillando en el cielo. Era apropiado que estuvieran parados en la arena en este momento, porque se sentía como si se hallaran en un desierto.

Al mirar a su derecha, a unos cinco hombres de distancia de él, vio a su padre. Todos se habían alineado en una cuadrícula perfecta, de pie en posición de atención como si fueran máquinas en lugar de hombres, con él y Vegeta formados de la parte posterior. Trunks entrecerró los ojos cuando el sudor cayó por sus párpados y miró de nuevo a su padre, pero él lo estaba ignorando.

Más que nada, deseaba haberle preguntado cómo demonios podría hablarle usando solo su mente. Intentó trasmitirle sus pensamientos tanto como pudo, pero Vegeta no lo escuchaba o solo lo ignoraba. Ambas cosas eran igual de probables. Lo que Trunks en verdad quería saber era por qué estaban allí afuera. Todo lo que podía hacer era confiar en el plan que él tuviera.

Al menos, estaba completamente seguro de que tendría uno.

El corazón de Trunks latía con fuerza por la ansiedad cuando de pronto un rugido atravesó al ejército de los tsufurus haciéndole dirigir su atención hacia el frente. Bastante lejos pudo ver que Ares caminaba delante de sus hombres en la cima de una plataforma elevada. A su derecha, sintió que aumentaba el ki de Vegeta.

—Hermanos. —La voz de Ares resonó con fuerza, lo que tranquilizó al instante a todos—. Estamos aquí para librar una guerra contra el mal en el universo, los despiadados saiyayíns... ¿están preparados para ganar la buena batalla?

Entusiasmados y listos para morir por él, todos —excepto dos— rugieron su aprobación.

—Pero antes de vengarnos de Vegeta y de su despreciable raza, debemos enfrentar un mal aún mayor... parece que uno o quizás más de los hombres de Frízer están aquí. Les pregunto, ¿están listos para la guerra y para vengar la sangre inocente de nuestras familias y de nuestros amigos derramada por esos monstruos?

Los oídos de Vegeta zumbaron cuando todos rugieron de nuevo en una frenética afirmación. Él se burló ante eso, ya que pensaba que estos tontos estaban delirando si imaginaban que tenían una oportunidad contra quien sea que hubiera llegado. Incluso los soldados de menor rango en el ejército de Frízer podrían destruir a esta patética excusa de fuerza militar. Si Frízer envió a uno de sus tenientes de alto rango —o peor aún, a un miembro de las Fuerzas Especiales Ginyu—, entonces todos los que se encontraban allí estarían muertos.

Incluyéndolo, aceptó de mala gana.

En especial él.

Ares examinó fríamente a sus hombres a través de su casco mientras recibía una lluvia de vítores y rugidos. Sé que estás aquí, Vegeta, pensó furioso y trató de elegir a dos soldados que se vieran en las peores condiciones. Había cometido el error de suponer que todo lo que los saiyayíns sabían hacer era purgar planetas y seguir las órdenes de Frízer. Subestimó la inteligencia del príncipe y ahora tenía las manos manchadas de sangre por ese error. ¿Dónde estás, cobarde?

Ares se quitó el casco y lo alzó frente a sus hombres.

—Todos, levanten sus cascos y repitan después de mí...

Trunks apretó los dientes cuando los soldados a su alrededor siguieron el ejemplo de su líder. Ni él ni Vegeta movieron un músculo. Los de Vegeta estaban tan contraídos por la tensión que los huesos le dolían. Como sabía que no les quedaba tiempo, el príncipe cerró los ojos y juró en silencio por el honor de su familia que no perdería esta pelea. Él iba a terminar lo que sus antepasados ​​comenzaron así sea lo último que hiciera en su vida.

—Hey —dijo el soldado parado a la derecha de Vegeta y lo empujó con su rifle. Vegeta abrió lentamente sus ojos inyectados de sangre con una intensión asesina—, ordenó que levantemos nuestros cas…

Vegeta jaló por el rifle al sorprendido y despistado soldado, luego hizo girar el arma de tal manera que la boca del cañón quedó bien colocada debajo de la barbilla del hombre y disparó. Nadie se dio cuenta de lo que estaba sucediendo hasta que el cuerpo sin vida cayó desplomado y, para entonces, él ya había detenido al soldado que estuvo parado a sus espaldas, le había roto el cuello de una forma tan brutal que casi le arrancó la cabeza.

Vegeta se enderezó poco a poco mientras los soldados a su alrededor retrocedían en estado de pánico con los rifles apuntándole. Ellos comenzaron a proferir insultos y muy pronto, la atención de todos se dirigió hacia él. El orgulloso príncipe los miró con desprecio, alzó la mano, se quitó el casco y lo dejó caer en la arena. Arrojó su rifle a un lado, no estaba dispuesto a usarlo por más tiempo. Todavía inadvertido, Trunks se quedó quieto, solo observaba. Bajó la mano derecha e hizo un puño para tratar de reunir su ki.

Vegeta se dio la vuelta y miró la forma en la que Ares se acercaba con una expresión tal en sus ojos oscuros, que lo hacía ver como si hubiera terminado por caer en la locura con la que había estado coqueteando toda su vida. Sonrió y cruzó los brazos tranquilamente como si fueran los dos únicos allí y no se encontrara superado en número.

—Al fin te muestras, asesino —gruñó Ares.

—Pelea como un hombre, muéstrales lo débil que eres. —Se burló Vegeta, su sonrisa se volvió siniestra—. O puedes rendirte ahora, inclinarte a mis pies y llamarme Gran Vegeta. Podría perdonar a uno o dos de tus hombres si me brindas ese respeto.

Ares soltó una risa de desprecio cuando estuvo a un metro y medio del príncipe saiyayín. 

—¿Rendirme? ¿Por qué me rendiría ante un hombre muerto?

Vegeta abrió la boca para responder justo en el momento en que la poca energía que quedaba en su cuerpo terminó por desaparecer. Sin poder hacer nada, cayó de rodillas, se apoyó en el piso con ambas manos y su visión se nubló. Ares sonrió mientras Trunks respiraba con dificultad en su casco, su cara se tornó roja por el dolor y el agotamiento cuando de pronto un tenue resplandor amarillo rodeó su puño. Si no fuera por los malditos grilletes de metal que drenaban su ki, habría convertido a todos los que estaban allí en cenizas.

—No te queda mucho tiempo, saiyayín, ¿por qué no te rindes? —Ares lo miró con desdén. Vegeta se rio por lo bajo antes de que esa risa se transformara poco a poco en una ruidosa y maniática carcajada. Echó la cabeza hacia atrás y siguió riendo como un loco mientras Trunks lo miraba con los ojos muy abiertos, estaba convencido de que su padre finalmente había perdido la razón. Todos los tsufurus que lo rodeaban se miraron con temor, sus rifles todavía lo apuntaban cuando Ares dio un amenazador paso para acercarse más—. ¿Qué te causa gracia? —Demando saber.

—Todos los que están aquí van a morir —dijo Vegeta entre risas.

Trunks frunció el ceño, su corazón latía con fuerza por la preocupación cuando de repente sintió un nivel de poder diferente. Miró hacia arriba. De pie donde Ares había estado dirigiéndose a su ejército, estaba un saiyayín enfurecido. En su mano derecha levitaba una esfera blanca de energía que palpitaba.

—¡Oigan, fenómenos! —gritó Nappa llamando la atención de todos. El saiyayín gruñó, la vena en su sien latía con intensidad mientras la esfera de energía se hacía más fuerte—. ¡Alcen la vista!

Nappa se echó hacia atrás para lanzar la esfera de energía al cielo donde explotó en una cegadora luz blanca.

Todos los que miraron directo a la luz se quemaron las retinas en el acto, a excepción de un adolescente mestizo que quedó completamente hipnotizado por esta. Sin aliento por el profundo y primitivo llamado en su sangre que nunca había sentido antes, Trunks dio un tambaleante paso hacia atrás.

Todavía de rodillas e ignorando a los hombres cegados que gritaban a su alrededor, Vegeta miró la luz. Sus caninos se agrandaron y sus pupilas parecieron desaparecer por completo, todo su cuerpo palpitó involuntariamente al ritmo de los latidos de su corazón. Ares, que se había olvidado del príncipe, se volvió y al instante supo lo que estaba sucediendo.

—¡Atrápenlo! ¡No permitan que haga la transformación! —gritó señalando a Vegeta. Los soldados que todavía tenían los medios para escucharlo se volvieron para dispararle a Vegeta justo cuando el pelaje rompía su piel. Ellos fueron incinerados al instante por una violenta ráfaga de energía de Trunks antes de que tuvieran la oportunidad de hacer algo. Con una habilidad excepcional, controló la ráfaga para que Vegeta quedara ileso. Ares retrocedió y miró a Trunks completamente atónito. El adolescente levantó la mano, se quitó el casco y tomó una bocanada de aire fresco, su cabello lavanda estaba oscurecido por el sudor y pegado a su frente.

Esa fue toda la distracción que el príncipe necesitaba.

Vegeta liberó un grito furioso que en pocos segundos se convirtió en un rugido crudo y animal. Creció desproporcionadamente mientras todos a su alrededor se mostraban como lo que en realidad eran y huyeron aterrorizados. El uniforme tsufuru de Vegeta se hizo trizas en el acto, los grilletes de metal que había estado usando se rompieron como si fueran de plástico y se quedó solo con su pantalón azul oscuro original y sus botas blancas. Trunks dejó caer su casco a un lado antes de perder la fuerza de su pierna menos dañada y cayó hacia atrás. Sus ojos se ampliaron cuando vio como los ojos de Vegeta se ponían rojos como la sangre y el pelaje lo cubría por completo. Nunca había sido testigo de algo así en su vida, solo recordaba las historias que escuchó de Gohan. Volvió la vista, Nappa también estaba haciendo la misma transformación, su uniforme saiyayín se expandió fácilmente con su tamaño.

Nappa y Vegeta se miraron a la cara antes de que lanzaran unos rugidos poderosos al unísono.

La mitad del ejército tsufuru perdió de inmediato todo su deseo de pelear "la buena batalla" y salió corriendo para salvarse mientras la histeria llenaba el aire. El resto comenzó a disparar sus rifles con desesperación cuando los dos saiyayíns comenzaron a aplastar a todos los que se movían. Trunks estaba completamente impresionado por la facilidad con la que tanto Vegeta como Nappa caminaban a pesar de su tamaño. Ninguno de los dos tuvo ninguna dificultad para esquivar los rayos láser disparados por los rifles tsufurus. Podría haber jurado que escuchó a Vegeta reír mientras pisaba con su enorme pie a un grupo de tsufurus que huían, matándolos al instante.

De repente, en medio de un respiro, una enorme y poderosa mano se acercó a él y lo agarró con fuerza. La sangre se le heló. Impresionado y aterrorizado, solo atinó a luchar en vano mientras Vegeta lo levantaba para ponerlo a la altura de sus ojos.

—¡Qué estás haciendo, padre! —le gritó Trunks mirando a unos ojos rojos que nunca tendría la oportunidad de interpretar—. ¡Estoy de tu lado!

Vegeta miró al adolescente que estaba seguro de que esta vez, su padre cumpliría con la amenaza de matarlo. Trunks apretó los dientes cuando Vegeta llevó su otra enorme mano hacia él y colocó dos dedos a los lados de su cuello para aplicar presión. El adolescente cerró los ojos y se dijo que no debería sentirse traicionado, su padre le había dicho que le haría pagar por ponerlo en esta situación. Demasiado agotado para defenderse, esperó la presión aplastante que lo mataría.

No hace falta decir que quedó estupefacto cuando Vegeta aplicó solo la presión necesaria para romper el grillete en su cuello que le drenaba el ki. Sorprendido, miró a la criatura que lo sostenía y podría haber jurado que vio una sonrisa.

—No me eres útil con esas cosas sobre ti, muchacho —retumbó la criatura con una voz profunda. Trunks no pudo evitar el alivio que lo recorrió, ya sentía la diferencia de no tener esa cosa alrededor de su cuello. A Vegeta le tomó solo unos segundos más romper los grilletes en las manos de su hijo como si no fueran nada, solo percibió unas leves cosquillas al contacto con su pelaje.

—Ayuda a Nappa a limpiar este desastre —le ordenó el príncipe mientras lo bajaba hasta que lo soltó en el suelo.

—¿Que vas a hacer? —preguntó Trunks, pero el Vegeta ya se había alejado. Suponiendo que su padre era capaz de cuidarse solo, Trunks bajó la mirada hacia su mano derecha. Con poco esfuerzo, formó una poderosa esfera azul de ki. Sonrió satisfecho.

¡Así estaba mejor!

Mientras tanto, después de haber visto la legendaria transformación ózaru de cerca, Ares decidió que no quería ser parte de todo esto. En algún punto, su plan maestro de venganza le estalló en el rostro. No tenía idea de cómo sucedido, había pasado años planeando la caída de Vegeta y todo salió según lo previsto. Incluso su hijo, el heredero al trono y un muchacho que nunca supo que existía, se vio completamente envuelto en su venganza. Las estrellas se habían alineado a la perfección y era solo cuestión de tiempo.

Ahora, al escuchar los gritos angustiados de sus hombres siendo masacrados por unas implacables ráfagas de ki y aplastados por monstruos que parecían simios, Ares decidió tomar su última opción: la retirada.

Irrumpió en uno de los departamentos científicos de su base militar y se dirigió lo más rápido que pudo hacia el ordenador en el centro de la sala. Sin perder el tiempo, abrió uno de los paneles de control y dio la orden de salida de una nave espacial.

Eso fue lo más lejos que llegó, ya que una pared explotó de repente y cayó hecha pedazos. Más rápido de lo que pudo reaccionar, una gigantesca mano lo alcanzó y lo agarró.

—Vaya, vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —gruñó Vegeta mientras sacaba a Ares del edificio y lo levantaba. Lo apretó con fuerza y se rio cuando sintió que la armadura se rompía bajo el poder de su agarre—. Puedo oler tu miedo a kilómetros de distancia, tsufuru.

—Te maldigo, saiyayín. —Ares escupió las palabras antes de sentir que el agarre de Vegeta aumentaba despiadadamente. El tsufuru tosió sangre en respuesta, su armadura cedió y ejerció una presión extraordinaria sobre sus costillas.

—Oye, ¿no se suponía que tu armadura era impenetrable? Estoy decepcionado. —La voz de Vegeta retumbó. El príncipe levantó la otra mano, le quitó el casco como si fuera un juguete y se rio a carcajadas.

—Cobarde —dijo Ares con un ojo cerrado por un dolor insoportable—. ¡Lucha conmigo sin esa transformación!

—¿A quién llamas cobarde, idiota? —gruñó Vegeta apretándolo aún más fuerte—. ¡Me encerraste como a un animal y me envenenaste!

—¿Qué, tienes miedo de perder? Deberías. —Ares se burló para empujarlo. Si Vegeta era conocido por algo más que por su crueldad, era por su orgullo. Al saber que estaba cerca de ser aplastado hasta la muerte, siguió empujándolo por la desesperación—. Me entrenaron en… —escupió sangre mientras Vegeta aplicaba una fuerza de trituración de huesos—… técnicas de energía. No eres rival para mí.

Era una mentira descarada, pero era un hombre desesperado.

Enfurecido por el descarado desafío y peligrosamente cerca de perder la razón, Vegeta liberó a Ares, que cayó desde casi siete metros de altura. El príncipe se volvió hacia la luz del cielo y rugió con furia llamando la atención de Trunks y de Nappa. Los dos detuvieron sus ataques despiadados para ver al príncipe. Vegeta extendió una mano hacia la luz con la palma extendida y la cerró en un puño. La luz explotó y, esta vez, Trunks tuvo que mirar hacia otro lado o habría quedado ciego en el acto.

Ares hizo una mueca de dolor cuando rodó en la arena y se agarró las costillas. No muy lejos de él se hallaban los restos aplastados del una vez orgulloso ejército que construyó desde cero. Tosió sangre, no tenía fuerzas para pararse.

—¿Qué estabas diciendo?

Los ojos de Ares se ampliaron cuando vio que Vegeta se aproximaba a él. Había perdido la transformación, el saiyayín que parecía indestructible hace solo unos momentos, ahora se veía como un completo desastre. Se había quedado sin energía, caminaba a fuerza de puro odio, pero Vegeta nunca había rechazado un desafío en su vida. Respirando pesadamente, con solo un ojo abierto y agarrándose el costado del torso que ahora estaba horriblemente ampollado por las quemaduras, se tambaleó hacia su enemigo.

Ares se obligó a ponerse de pie con mucho dolor y asumió poco a poco una inestable postura de lucha. En el fondo, sabía que no tenía ninguna posibilidad contra un Vegeta en su máxima potencia, pero el príncipe herido frente a él estaba lejos del cien por ciento. Un golpe de suerte por aquí o por allá y podría tener una oportunidad.

Vegeta escupió una bocanada de sangre en la arena y sonrió. 

—Espero que estés listo para morir, tsufuru. Te lo juro, haré que tus últimos momentos sean lo más dolorosos posible.

—Cuando estés listo, sai…

Vegeta desapareció y reapareció detrás de Ares, lo agarró de su cabello rojo y lo dobló hacia atrás dejándolo con media palabra en la boca. Antes de que Ares pudiera darse cuenta de que Vegeta estaba detrás de él, el príncipe le dio un puñetazo directo en el esternón y se rio por la forma en que su enemigo cayó y se retorció en la arena.

—Pensé que serías un desafío —resopló—. Qué desperdicio de tiempo.

Vegeta se inclinó con una mueca de dolor y agarró a Ares por el cabello nuevamente para forzarlo a levantarse. No le quedaba mucha energía, así que pensó hacerlo más rápido de lo habitual. Tan pronto como decidió sacar a Ares de su miseria de una vez por todas, se encontró con un puñado de arena tirado directo a sus ojos. Soltó a Ares, se llevó las manos a la cara gritando maldiciones y retrocedió un par de pasos. Como había comprado unos preciosos segundos, Ares abrió un compartimento en la armadura que cubría su antebrazo y presionó el botón que estaba allí.

—¡Basura inmunda, voy a molerte a golpes hasta que quedes irreconocible! —gritó Vegeta con una rabia aterradora y se tambaleó hacia Ares. Completamente lívido ahora, se agachó para levantar a su enemigo por el cabello. Ares solo se rio de él de la misma manera que Vegeta se había reído antes.

—Vamos, —Ares se burló de él hablando con la boca llena de sangre, el príncipe retiró su mano—, mátame, eso no te salvará.

Vegeta vaciló ante eso, sus ojos rojos como la sangre se entrecerraron.

—¿Qué?

Ares le sonrió y Vegeta ya sabía que no le gustaría lo que iba a oír. 

—Imaginé que había una posibilidad de que esto pasara. Mis hombres colocaron una bomba en el manto interno de este planeta. Ya la activé, este planeta va a explotar. —Se rio—. Al final gano yo.

Los labios de Vegeta se contrajeron por una esquina y soltó a Ares que cayó en la arena riendo todo el camino. El príncipe levantó una mano temblorosa hacia su enemigo, convocó toda la energía que le quedaba y comenzó a descargar una ráfaga de ki tras otra y tras otra, una y otra y otra vez más. Incluso cuando la risa de Ares había muerto hace mucho, Vegeta siguió disparando con los dientes apretados todo el tiempo. Haber llegado tan lejos solo para ser superado al final hizo que algo dentro de él se rompiera.

No dejó de disparar hasta que una mano lo sujetó por la muñeca.

—Hey, ya fue suficiente —dijo Trunks—. Guarda tu fuerza.

—Tenemos que irnos, Vegeta —agregó Nappa.

Como si fuera una señal, el suelo debajo de ellos comenzó a temblar con violencia como si fuera un terremoto. La fuerza de la onda derribó a los tres saiyayíns.

—¡El planeta va a explotar, tenemos que salir de aquí! ¿Dónde diablos están las vainas espaciales? —le gritó Vegeta a Nappa.

—¡Ya vienen!

Finalmente, los temblores cesaron. El alivio duró solo unos segundos antes de que los tres pudieran distinguir una explosión a la distancia. Trunks se obligó a ponerse de pie, todavía tenía la pierna entumecida y con todo, su fuerza estaba volviendo a paso lento. Se giró y le ofreció una mano a su padre, pero Vegeta la apartó obstinadamente. Él levantó la cabeza y le dio a Trunks una mirada fría a través de su ojo bueno.

—No vas a volver con nosotros, muchacho.

—¿Qué? —preguntó Trunks muy sorprendido—. Pero…

Fueron interrumpidos por tres vainas espaciales que se estrellaron contra la arena a unos diez metros de ellos. Vegeta no podía creer lo mucho que extrañaba a esas cosas.

—Tenemos que salir de este planeta —insistió Nappa mientras giraba para levantar a Vegeta sin pedirle permiso. El príncipe gruñó molesto, pero estaba demasiado débil para hacerlo por sí mismo. Él se volvió e hizo contacto visual con Trunks.

—Quiero que te vayas, muchacho —le dijo sin rodeos, sus rasgos formaron su familiar ceño fruncido—. Solo da la orden verbal y dile a la computadora a qué planeta quieres ir. No me importa a dónde vayas, pero asegúrate de que nunca te vuelva a ver, porque si lo hago, te juro que te mataré yo mismo, ¿entendiste?

Trunks miró con el rostro inexpresivo a Vegeta, no podía creer lo que oía. Después de todo lo que habían pasado juntos, su padre todavía lo odiaba. Veía ese odio tan claro como el día y no pudo evitar que la decepción se instalara en su interior. Había tenido la impresión de que Vegeta, al menos, llegó a tolerar su existencia en lugar de despreciarla, pero parecía que estaba más que equivocado...

Nappa le lanzó a Trunks una mirada de disculpa antes de empujar al príncipe completamente exhausto que sostenía. 

—Tenemos que irnos, Vegeta. Tú también, muchacho, a menos que quieras freírte en este planeta.

—Sí —murmuró Trunks y comenzó a cojear detrás de ellos tan rápido como pudo mientras se oía otra explosión. En realidad, debería haber estado contento con esto, al fin podría ir a la Tierra. ¿Acaso importaba lo que Vegeta pensara de él?

Trunks se subió a su vaina espacial e instintivamente miró a su alrededor para asegurarse de que no hubiera explosivos plantados. Las luces parpadearon tan pronto como la puerta se aseguró detrás de él. Se produjo otra explosión y el suelo comenzó a temblar de nuevo. Trunks cerró los ojos con fuerza, ​​los frotó con dos de sus dedos y trató de recordar la orden.

¿Destino?

—Este… —tartamudeó con cansancio. Fuera de su vaina, escuchó que las vainas de Vegeta y Nappa despegaban. Perdió su línea de pensamiento por completo cuando su mente volvió a su padre. ¿Se metería en problemas con Frízer si el planeta fuera destruido? La preocupación le oprimió el pecho ante la idea.

¿Destino? lo incitó la computadora de nuevo.

—Oh, claro. Mmm, establece el destino al planeta Tierra.

Destino establecido hacia el planeta Tierra, galaxia número siete, sector sur. Confirmar o negar.

—Sí, está bien, vámonos —siseó Trunks con impaciencia. Al instante su cuerpo fue impulsado hacia atrás en su asiento cuando la vaina espacial despegó.

Destino establecido. La duración del viaje califica para sueño inducido si el usuario lo desea.

Fue justo en ese momento. Ni bien la oscuridad del universo apareció por su ventana circular, un brillante destello de luz estalló haciendo que Trunks levantara la mano para protegerse los ojos. Agotado, se echó hacia atrás y finalmente dejó escapar un suspiro profundo. Estaba a punto de cerrar los ojos y descansar cuando vio un botón familiar en el panel de control. Era el botón que había usado para desconectar las comunicaciones antes.

Lo miró por unos segundos, tentado. Sería un error escuchar a Nappa y a Vegeta sin una invitación. ¿Qué haría su madre si estuviera aquí?

Trunks presionó el botón.

—… sabias y no me lo dijiste? —La voz iracunda de su padre apareció. Su tono agresivo hizo que Trunks se estremeciera.

—Lo siento, Vegeta, le prometí a tu padre que haría lo posible por cuidar de su linaje.

Todo quedó en silencio durante unos diez minutos. Trunks se estaba quedando dormido cuando la voz de Nappa lo despertó abruptamente.

—¿Crees que fue una buena idea dejar ir al muchacho, Vegeta? Era muy poderoso.

Un muy despierto Trunks esperó la respuesta. Finalmente, después de unos cinco minutos, la voz exhausta de Vegeta se escuchó.

—No importa. Mi carne y sangre no servirá a Frízer, no mientras viva.

—Sí, bueno, el bastardo no debe estar muy contento con nosotros en este momento.

—Qué novedad. —Fue la respuesta entre dientes.

—Sí, pero están diciendo que desertamos, ¿qué vamos a…

—Nappa, cállate y déjame dormir —respondió Vegeta, su voz se oía cansada.

Ese fue el fin de la conversación. Trunks se inclinó y presionó el botón para apagar el intercomunicador. Unos segundos después, se frotó los ojos cuando su mente se llenó con un sinfín de pensamientos. El que su padre le pidiera que se fuera y que no regresara, no parecía ser producto del odio, al menos, no del todo. Si bien normalmente hubiera estado emocionado, en cambio, ahora se sentía muy preocupado. Era probable que Vegeta sería reprendido otra vez por Frízer debido a algo que fue principalmente su culpa. El estómago se le revolvió ante la idea de que la lagartija pudiera mandar todo al diablo en esta ocasión y lo matara como si no fuera nada. ¿Podría vivir sin saber lo que le esperaba a su padre?

En un simple momento de claridad, se dio cuenta de que no, no podía.

Trunks en ese instante cambió de rumbo y regresó.