Dragon Ball/Z/GT Fan Fiction ❯ Un día alegre ❯ Capítulo I ( Chapter 1 )
1ra nota de la Traductora: Llevo relativamente poco tiempo leyendo fics, comencé el año pasado y esta fue una de las primeras historias que leí, la encontré en una página web de formato muy, muy antiguo. Tiempo después me di con la sorpresa de encontrarla en fanfiction, un usuario la subió para evitar que se pierda. Lamentablemente no me he podido comunicar con la autora, leí en algunos foros que lleva desaparecida del famdom más de una década, aun así me atreví a traducir su historia, si Lisalu alguna vez lee esto, quiero decirle que he hecho esta traducción con el mayor respeto y cuidado posible.
Como siempre quiero dejar en claro que esta historia no me pertenece, su autora es Lisalu y pueden encontrar su historia en adimra-100megs6-com (cambien los guiones por puntos).
08/06/2017 2da Nota de la traductora: Mientras traducía esta historia me he percatado de algunos errores en el texto original, son poquitísimos, pero allí están, y he tenido un dilema moral sobre si debía corregirlos o no, primero he buscado en internet alguna forma de comunicarme con la autora para comentarle estos hallazgos pero no encuentro ningún correo ni nada donde escribirle, lo pensé mucho y dado que son errores lo que se tocaría decidí hacer la corrección. Como decía son pequeñas cosas, daré dos ejemplo: En el capítulo 2 Bulma dice que Romayna está estacionada en Asousei, y dos capítulos después en exactamente la misma frase y en la misma escena dice que está en Arbatsu, y todo el resto de la historia se toma a Arbatsu como el lugar donde ocurrió el ataque de los Demonios Rojos (el contrastar los dos capítulos a la vez me hizo ver que efectivamente era un error y no una alucinación mía), lo que hice fue colocar Arbatsu en el capítulo 2; en otro capítulo se dice que Yaro se fractura esternón, pero capítulos después donde se repite exactamente la misma escena se dice que es Baka, lo que hice fue corregirlo como Yaro, ya que es el que se menciona al principio. También hay errores en el tiempo en que ocurren los hechos, en un capítulo se dice que pasan meses en un evento y en el otro sobre el mismo hecho se dice que pasan años, y revisando en toda la novela según la línea de tiempo que la misma autora escribe, es el segundo que menciona lo correcto. Y así hay más, son cosas pequeñas y gracias a Dios pocas. Cuando comencé a traducir esta historia jamás pensé que me iba a enfrentar a este tipo de dilema, y si me atreví a hacer estas correcciones es por que no alteran absolutamente en nada la historia y como lector siempre se aprecia no tener estos detalles incomodando la lectura. El resto de la historia que es el 99,999% (periódico puro) es la traducción e interpretación tal cual de la historia y me he esmerado en que la cadencia del estilo de escritura se pueda sentir también en español. Espero que en algún momento Lisalu regrese y pueda ella misma corregir estos inconvenientes, así que les ofrezco esta traducción como una hecha con correcciones de los poquitísimos errores que hay. Espero no ofender a Lisalu por esto y que sepa perdonar mi osadía.
__________________________________________________________________
ADVERTENCIA: ¡TODOS USTEDES MENORES DE 18 AÑOS VÁYANSE AHORA! Este fic contiene violencia, temas adultos, sexo y malas palabras. Este no es mi usual drama de romance / aventura y tiene algunas muy oscuras imágenes inquietantes y temas relacionados con violación. Si esto no es lo tuyo, no lo leas.
AVANCE: Este es un escenario Y QUE TAL SI que Toshiba y yo debatimos en un inicio y de esas conversaciones nació esta oscura, oscura historia. Se me ha acusado, en ocasiones, de tener una imaginación muy malvada, puede que me haya superado a mí misma aquí. Para todos aquellos que disfrutan del tema utilizado con frecuencia "Bulma es llevada a Vegetasei como esclava y llama la atención del Saiyayín no Ouji, aquí está mi versión de la historia.
Un día alegre
(A Glad Day)
Autora: Lisalu
Traductora: Chicamarioneta
Fecha en que se publicó la obra original: del 2001 al 2003
Capítulo I
Vegeta se despertó en el momento en que un rayo de luz naranja del amanecer cayó sobre sus ojos y sintió el calor del suave cuerpo acurrucado contra él. Sus manos vagaron por las curvas envueltas con la sedosa piel color crema de su mujer, su boca encontró la hondonada de su cuello y saboreó el dulce brillo de su sudor. Debido a que Vegetasei era mucho más caluroso y húmedo que el planeta donde ella nació, siempre parecía estar cubierta por un resplandor de tenue transpiración, incluso cuando se mantenía en reposo. Eso hacía que saborearla fuera mucho mejor, pensó con una sonrisa somnolienta. Ella despertó al sentir el contacto de sus manos y se tensó como un animal salvaje atrapado por un segundo o dos. Después de más de un año en la cama del príncipe, todavía se levantaba sobresaltada algunos días. La angustia, así como un vergonzoso terror revolotearon un instante por su bello rostro antes de que ajustara la mente al presente; luego le sonrió con esa enigmática sonrisa, curvó los labios de manera maliciosa, envolvió los brazos en torno a él y lo aceptó con entusiasmo y alegría. Él entró en ella para sumergirse dentro de ese cálido abrazo interno que siempre, no importaba cuantas veces la tuviera, reducía a cenizas su orgullo y autocontrol. Ella se movió debajo de él con las piernas entrelazadas a su alrededor, haciendo suaves sonidos de aves en su oído. Él se movió dentro de ella, de forma lenta al principio, luego más fuerte y más rápido; al final, perdió todo el control junto con cualquier atisbo de pensamiento y la tomó con tal furia de creciente necesidad prácticamente demencial, que lo hizo embestirla una y otra vez hasta que los suaves jadeos se elevaron a gritos en una intoxicante mezcla de placer y dolor. Él se vino conteniendo un rugido, cada nervio y sinapsis en su cuerpo y su cerebro quedaron bañados en un oleaje de fuego que nunca dejaba de llevarlo al más aterrador precipicio de emociones. Jamás había querido dar un nombre a lo que le hacía sentir. Su dependencia de ella resultaba tan poderosa y poco natural, esto era lo único que lo hacía no romperle el cuello a veces, cuando el control finalmente se imponía de nuevo. Todo a causa del poder que tenía sobre él por solo existir. Y ahora yacía sobre y dentro de ella, acariciándole los senos y la garganta, temblando como un árbol juvenil en una tormenta. Sin ningún tipo de control...
Si lograra dominarse algo en lo que a su mujer concernía, podría haberla matado por ejercer una influencia tan soporífera en él. Ella era un pasivo de muchas otras maneras, pensó acariciándole el rostro, sintiendo que su corazón seguía palpitando debajo suyo y que su aliento disminuía a pequeñas capturas de aire en su pecho. Ella estaba indefensa y frágil, y desamparada en todos los sentidos que en verdad importaban. Y la valoraba. Enormemente. Tanto que a veces lo aterrorizaba, lo que significaba que podía ser usada en su contra por algún enemigo, pero no la perdería ni la vería muerta por su mano o la de cualquier otro. En momentos en que era honesto consigo mismo, sabía que se volvería loco si se la arrebataban, se la robaban o la amenazaban de alguna manera. Perdía toda la objetividad y la fría quietud guerrera por la que había trabajado una vida entera en alcanzar dentro del campo de batalla. Las salvajes rabietas y berrinches de su infancia fueron canalizados hacia propósitos y direcciones en su edad adulta, pero todavía quedaban situaciones en las que apenas se mantenía bajo control. Y existían gatillos que siempre parecían romper ese control. Su mujer de Chikyuu era uno de esos gatillos. Era el más fuerte y quizás el más mortal, porque parecía perforarle el esternón y el corazón que estaba debajo cada vez que la tocaba, cada vez que sus ojos se posaban en ella.
Un príncipe, un príncipe de la corona del imperio más poderoso que la galaxia hubiera conocido tenía enemigos por todos lados y no verdaderos amigos en quien confiar. Y cualquier cosa en su vida que... atesorara era un peligro para él. Esto no habría importado tanto si nadie se hubiera percatado de la consideración que sentía por una simple esclava de placer. Si nadie lo hubiese sabido...
Sin embargo, debido a la manera en que la adquirió como su propiedad, todo el mundo lo sabía en la capital. Había sido tema de chismes y especulaciones, y un poco más que de indignación en la corte de su padre. También fue objeto del extremo desagrado de este en los últimos tiempos. No disgustaba que el príncipe heredero del imperio saiyayín tuviera una cortesana a la que consintiera. Su padre, él estaba al corriente, había tomado muchas amantes en el pasado, tanto esclavas como concubinas libres. Pero como le dijo severamente hace menos de una semana, el Saiyayín no Ou siempre las había dejado a un lado después de una cantidad adecuada de tiempo para no parecer embelesado por una mujer de una forma indecorosa. Cuando él no quería poner a su amante en peligro, si le guardaba un cierto grado de afecto y si lo hubiera complacido muchísimo, le concedía riquezas y la libertad al desecharla. Eso era lo justo y lo más apropiado.
Luego, su padre le dijo con altiva ira, que un príncipe de la corona del imperio "no" conserva la misma amante durante más de un sólido año y la mantiene en su cama solo a ella tan fielmente como si fuera su novia con la que tuviera un vínculo lunar. Y más, que él "no" ponía en peligro la reputación del trono y el honor de la casa real por el bien de una moza tonta. De nuevo, Ottoussama insistió en el espectro de cómo la adquirió en primer lugar. Su padre nunca lo olvidó ni de verdad se lo perdonó. Sabía que había dañado la confianza de los guerreros destinados a él como príncipe, aunque no de un modo irreparable. También sabía que la única forma de recuperar esa confianza por completo, la única forma de que su padre alguna vez lo perdonara por lo que hizo, sería si sacrificaba a su mujer. Él se apoyó en los codos por encima de ella y rozó sus labios. Había llegado el momento, su padre se lo ordenó en la última tensa entrevista, que se deshaga de ella antes de que los susurros de la élite, que al parecer llegaron a oídos del rey por su ejército de informantes en la capital, se transformaran en burlas. Un príncipe podría sobrevivir a un escándalo con bastante facilidad si era fuerte y carismático, pero no podía elevarse en el caso de convertirse en un hazmerreír.
—Encárgate de ella, muchacho. —Ottoussama había dicho de forma rotunda—. Rápido y sin dolor, mientras duerme.
Él no debería sentir nada más que una abrazadora y suprema irritación de que su padre viniera a entrometerse en sus asuntos privados de nuevo. Tendría que haberse quejado y maldecido a Ottoussama furiosamente durante unos días, y luego llevado a cabo la acción. Sin embargo, su pecho y el corazón en el interior comenzaron a ceñirse ante el mero pensamiento de no tenerla, de no sostenerla otra vez, de ella tendida en la cama, fría y sin vida, muerta por su mano.
Sacudió la cabeza muy irritado, nada llegaría a un punto crítico hoy entre él y su padre en este asunto, tampoco en el corto plazo; el trono tenía y tendría demasiados asuntos que atender en los próximos meses para que Ottoussama encontrara el tiempo de quejarse sobre un tema tan menor. Hoy…
—Hoy será un buen día —murmuró él.
—Sí. —Ella estuvo de acuerdo—. Escuché los motores de las naves que aterrizaron en el puerto espacial la noche entera. Todo el que es alguien en el imperio llegará para el inicio de los preparativos del centenario de su padre.
Él gruñó cuando lo mencionó. Ella no tenía idea de los muchos pensamientos que su padre le había regalado y menos del tema de su muerte. Esto era una fuente constante de fricciones entre el rey y su heredero desde hace más de un año.
—No entres a la ciudad hoy —le dijo sin dar explicaciones. Ella asintió en obediencia y sus ojos azules se ensombrecieron. Tal vez sabía o había oído más de lo que él pensaba de su propia situación.
—¿Puedo ir al centro médico? —preguntó ella en voz baja, su pequeña mano le acariciaba el rostro—. Hay algunas cosas de las que debo encargarme y que deberán ser abandonadas debido a la fiesta.
Él frunció el ceño mientras lo consideraba.
—Voy a estar de vuelta a la puesta del sol —respondió finalmente—. Procura regresar antes de mí.
Sus ojos se estrecharon y sus labios se curvaron.
—¿Ah, sí? ¿Tiene planes para mí, Oujisama? —La suave mano que acariciaba su mejilla bajó por su espalda para rozar la base de su cola en un ligero gesto de burla. Él la rodeó con los brazos otra vez y se movió en su interior, despacio, muy despacio y con gentileza. Esta vez sería para ella. Había una inexplicable sensación de poder en esto, en darle su cuerpo, en tomarla de la forma en que ella quería, haciéndola gritar de placer en lugar de dolor. Era una habilidad que aprendió casi demasiado tarde, pensó temblando con una especie de febril sufrimiento por el deseo creciente. Y entonces ya no podía pensar en lo absoluto.
Después de que colapsaron de nuevo, enredados y sudorosos, y esforzándose por respirar, la llevó a la alberca de agua natural en la habitación contigua. Las esclavas de la casa habían preparado el baño al amanecer, pero el agua todavía estaba más que tibia. Ella se sentó detrás de él para bañarlo con suaves barridos de esponja; la delicada y relajante cadencia de la canción chikyuuyín que tarareaba lo adormeció en una reflexión meditativa. Él conocía la melodía que entonaba, la había oído cantarla antes. ¿Dónde?
Abrió los ojos de golpe cuando lo impactó el recuerdo. Ella estuvo cantando eso la primera vez que la vio, hace más de un año, en la casa de Raditz...
Había luchado junto a Raditz en una serie de misiones de purga antes de llevarlo oficialmente a su escuadrón real, una distinción que ningún hijo de plebeyo jamás recibió por lo que Vegeta sabía. Tomó interés en el hombre debido a que su sangre de clase baja estaba muy en desacuerdo con su inusual alto poder de pelea. Y aunque el rey y su viejo sensei Nappa le informaron sin rodeos que los soldados comunes eran compañeros inadecuados para un príncipe, fue atraído por el honesto sentido del honor del hombre y la simplicidad con la que apreciaba el mundo. Era algo nuevo tener a alguien en su entorno que ni conocía ni le importaban ninguna de las intrigas de la corte, que veía el arco de la vida como todos los saiyayíns deberían si se mantuvieran fieles a su naturaleza básica, como una búsqueda interminable de la siguiente batalla, del siguiente desafío para poner a prueba la fuerza de un guerrero; la próxima oportunidad para hacerse más fuerte. Estas cosas eran puras y sin manchar por la codicia o la extremada solicitud en Raditz. Y el hombre realmente no quiso nada de su príncipe, salvo luchar a su lado. Él era el heredero, Vegeta había razonado al final y haría sus propias reglas, y tendría en su escuadrón personal a todo aquel que quisiera.
Fue solo la falta de sofisticación lo que llevó a Raditz a pedirle a su príncipe que cenara en el corazón de su antigua residencia campestre, como si los dos fueran verdaderos hermanos de armas y no amo y sirviente. Nappa montó en cólera y amenazó con matarlo a él y a toda su casa por tal presunción. Pero Nappa, Vegeta llegó a aprender hace mucho tiempo, tenía la inclinación de desarrollar un furioso odio por cualquier persona o cosa que pareciera amenazar su lugar al lado de su príncipe. Vegeta encontró la invitación encantadora e intrigante. Nunca había cenado en la casa de un simple soldado. Era la oportunidad de disfrutar de su compañía y ver un pedazo del estilo de vida del hombre común, aunque solo brevemente. Por lo tanto, aceptó el ofrecimiento y por hacerlo, muchas cosas cambiaron.
La casa de Raditz estaba ubicada en las montañas escalonadas de Turrasht, en las selvas del continente sur, a cientos de kilómetros de la ciudad más cercana. Era sencilla y rústica, pero, para su sorpresa, de buen gusto. Se extendía a través de la llanura cubierta de hierba de una meseta que daba a un panorama impresionante de los picos Spired. Y los esclavos de la cocina eran alguna especie de genios prodigiosos.
Vegeta se decidía por su tercer platillo. Los manjares que trajeron a la mesa eran sabrosos y exquisitos; incluso Nappa se calmó y comenzó a disfrutar a medida que la cena transcurría. La comida y el vino solo se detuvieron cuando todo el mundo quedó saciado. La conversación se extendió hasta altas horas de la noche, ya que los hombres se sentaron alrededor del pozo de fuego, que era el corazón de cada casa saiyayín, para hablar de batallas luchadas y ganadas mientras uno después del otro, a su turno, contaba una historia de guerra o sobre contiendas de siglos pasados.
—Siempre son historias de alguna guerra de antaño lo que debemos contar ahora. —Vegeta murmuró muy solemne en algún momento de la noche, su cabeza giraba gratamente con demasiado vino—. No hay más galaxias que queden por conquistar. No habrá más guerras... —Él frunció el ceño pensativo.
Nappa gruñó en respuesta.
—Naciste tarde, Oujisama. En los días de juventud de su padre habían batallas por todos lados y fuertes enemigos que se oponían al ascenso de Vegetasei. Siempre quedaba una guerra que librar. Ahora, purgar sistemas rebeldes que ya hemos conquistado no es un sustituto apropiado. Me pone triste por los jóvenes como ustedes, que nunca conocerán la alegría de una batalla por todo lo alto. Hemos matado a todos nuestros enemigos más fuertes... y eso no tiene por qué ser una buena cosa.
Raditz asintió.
—Necesitamos verdaderas batallas para sobrevivir como lo que somos. Sin ellas, caeremos en la decadencia dentro de unas pocas generaciones. Si no las tenemos, no nos fortaleceremos y podríamos vernos obligados a cambiar en algo distinto en su ausencia.
—El cambio es una cosa peligrosa —retumbó Nappa mirando furioso al hombre más joven, como si hubiera sugerido alta traición.
—Los tsiruyíns eran fuertes —murmuró uno de los servidores de Vegeta—. Si no hubieran muerto todos prematuramente hubiéramos luchado contra ellos en algún momento.
—Esa habría sido una guerra para poner fin a todas las guerras —observó Vegeta—. Mi señor padre dice que eran demasiado poderosos. Raditz... me contaste una vez que fuiste a Tsirusei en una misión con tu padre hace cinco años, ¿verdad? —Él sonrió de modo arrogante—. ¿Es tan estéril la vida como dicen los hombres?, ¿no hay uno o dos sobrevivientes de la raza que podamos cazar o contra los cuales luchar?
Raditz sacudió la cabeza con amargura.
—Nunca en toda mi vida he tenido cuatro días tan aburridos como en esa pequeña expedición. Mi padre me pidió como si fuera su amigo, que lo acompañara en la misión "científica" —pronunció las palabras disgustado—. Él le solicitó permiso a vuestro padre para ir con el objetivo de tratar de descubrir la causa de su muerte durante la noche. Bardock es un hombre extraño, piensa que el conocimiento por sí mismo puede producir cosas buenas. Si averiguamos que error cometieron o que silencioso enemigo invisible pudo matar a los lagartos en el trascurso de un día, eso haría que no repitamos su insensatez o que podamos protegernos contra ese mismo enemigo. Vuestro padre rompió la cuarentena alrededor de Tsirusei y permitió nuestra misión. Hacía cuarenta años que nadie se había atrevido a aventurarse a ese planeta para averiguar lo que realmente ocurrió. Así que fuimos. Mi padre encontró el registro de los experimentos que uno de sus científicos había conservado, un tipo llamado Hayull; estuvo trabajando en un proyecto para hacer a su pueblo inmortal, dijo Bardock. No conozco todos los detalles del meollo científico en el que estaban involucrados, pero al parecer, se suponía que era un virus diseñado para hacer que el ADN tsiuryín no... se desmoronara a medida que envejecían. Esa, mi padre explicó, es la razón de que los seres vivos envejezcan y mueran; pero les salió todo mal. Hizo que sus células se replican a la perfección, sin envejecimiento, durante unos veinte días, luego comenzaron a destrozarlos porque su sistema inmunológico se activó y provocó que mutaran, y… —Raditz se detuvo con el fin de mirar al círculo de rostros en blanco—. En resumen... los mató en tan solo unas horas cuando todo salió mal. Ellos murieron expectorando sus propios corazones mientras sus entrañas se volvían líquidas. Una mala muerte para una raza de guerreros.
Hubo un estruendo de aprobación de todo el mundo y Vegeta ocultó una sonrisa al ver la expresión de alivio en el rostro de Raditz, cuando la mirada interrogante que los otros habían estado dándole desapareció y sus pensamientos se dirigieron al horror de extinguirse como raza por una muerte tan cobarde, derribados por un virus. Bardock, Vegeta se dio cuenta, no era el único en su línea de sangre que tenía un intelecto muy rápido. Raditz lo ocultaba bien, pero el hombre había entendido los principios de todo lo que acababa de decir, tanto en ciencia como en medicina, lo cual era probablemente el porqué su padre pidió su ayuda. Existía un acuerdo general de que un soldado de nacimiento común solo necesitaba conocer los fundamentos de la aritmética y como leer. Aprender más e incluso expresar curiosidad por cosas que sobrepasaran ese estrecho ámbito, era presuntuoso. Y así el hombre escondía su buena mente de los demás, a pesar de que quizás era un poco académico de armario al igual que su padre. El tipo seguía sorprendiéndolo.
—Fueron, como he dicho antes, unos miserable cuatro días —prosiguió Raditz—. Estuvimos limitados en trajes de biopeligro madrani día y noche, ni siquiera podíamos sacárnoslos para dormir; incluso cuando mi padre y los esclavos médicos descubrieron que el virus solo afectaba a los tsiruyíns, todavía debíamos usarlos. Luego tuvimos tres putas semanas de cuarentena antes de poder volver a casa, en las que fuimos pinchados y cortados para muestras de sangre por uno de los débiles madranis de mi padre cada tres horas. ¡Y todo lo que trajimos de la "misión" fue un par de cadáveres tsiruyíns para que los esclavos médicos los estudiaran y una pila de notas científicas!
Alguien soltó una risa burlona.
—¡Tu padre debió quedarse debiéndote la piel de su espalda por ese pequeño favor!
Raditz sonrió entonces y había algo claramente extraño en esa expresión. Su rostro se veía como el de un hombre a medio caer en uno de los mejores recuerdos de su vida mientras hablaba.
—Oh, él me lo recompensó. —No dio más detalles.
La noche avanzó y la charla se abrió paso hacia esto y aquello hasta el amanecer. Justo cuando los primeros rayos de luz comenzaron a empujarse a lo largo de los picos occidentales de Turrasht, Raditz de repente se sentó de golpe en la silla en la que había estado cayendo dormido, sus ojos se afilaron y se despertó por completo. Saltó de su asiento, dejó el salón junto al pozo de fuego y atravesó las grandes puertas de madera que conducían al enorme acantilado de la meseta, con solo un apresurado «disculpe, Oujisama» como explicación.
Pero la curiosidad de Vegeta se desató. Dirigió sus sentidos hacia borde de la pequeña propiedad y capturó... algo. La presencia de alguien que caminaba fuera de la casa a lo largo del acantilado, el débil sonido de una voz femenina llamando gentil y persuasivamente, seguido de un chillido indignado. Un momento más tarde, Raditz aterrizó en el patio llevando una carga que se movía en sus brazos. Vegeta observó en silencio a través de las puertas entreabiertas que conducían desde el salón al jardín en el patio central, que los esclavos habían dejado sin cerrar para permitir que la suave brisa ingrese. Raditz puso su carga de pie y comenzó a regañar. Era…
Su corazón quedó atrapado en su garganta y se dio cuenta después de un momento que se había olvidado de respirar. Oh, Dioses, ¡era preciosa! Él oyó un leve gruñido de comprensión tras su hombro y vio que los otros de su séquito lo siguieron y estaban mirando la extraña escena.
—... ni siquiera puedes obedecerme en una cosa tan simple por doce horas! —Raditz bajó la mirada hacia la joven delante de él mientras hablaba en voz baja.
—Salió por la ventana abierta. —La muchacha alienígena susurró sosteniendo algo cerca a su pecho envuelto en una pequeña manta. Vegeta entrecerró los ojos y aun así no pudo ver desde ese ángulo que tipo de mascota la chica estaba acunando. Sonaba como un gato hop, uno muy joven—. Iba a esperar para ir a buscarlo, pero debe haberse quedado atrapado en el acantilado. No podía permanecer aquí escuchándolo gritar pidiendo ayuda. ¡Yo… yo tuve que ir a traerlo!
Raditz bajó una mirada amenazadora hacia ese rostro de porcelana por un momento, antes de gruñir ligeramente.
—La caída no lo habría lastimado, pequeña tonta. —Sus labios se esforzaron por no curvarse y su indulgencia fue recompensada con una sonrisa tan cálida y radiante como el amanecer en pleno verano. Y Vegeta quedó paralizado cuando el alto guerrero se inclinó y apartó un mechón de ese brillante cabello azul exótico del rostro de la mujer para tocar sus labios con los de ella. La muchacha sonrió y desapareció en silencio por una puerta lateral hacia el otro lado de la casa. Un suave gruñido de risitas ahogadas de uno de los otros hombres atrapó sus oídos mientras la veía irse, Raditz se volvió y vio a su audiencia con el rostro enrojecido. Él entró en el salón a través del patio, cerró las puertas detrás suyo, giró y se acercó a los otros hombres. Consideró el semblante divertido de Vegeta con una extraña expresión de alivio.
—Esa chica —comentó Nappa usando un acento poco amable—, tiene aspecto de contrabando, Raditz. ¿Desde cuándo los soldados comunes poseen una belleza cómo esa sin ni siquiera pedir permiso a sus superiores?
Raditz, que por lo general no respondía a la manifiesta antipatía del noble mayor, lo miró con el rostro endurecido.
—¡Un soldado tiene derecho a cualquier tipo de frutos de sus propias conquistas, Nappa-san!
—¿Dónde la encontraste? —preguntó Vegeta lleno de curiosidad—. No he visto una coloración como la de ella antes.
—Ni lo hará otra vez, Oujisama —respondió Raditz ya calmado, luego sonrió apenas—. Ella es un regalo de mi padre. Le dije que hizo más que recompensarme después de ese viaje a Tsirusei. —Él se desvió hacia el pozo de fuego y se sentó en la silla que dejó vacante un momento antes. Los demás lo siguieron, sintiendo que había una historia aquí.
—Aproximadamente un mes después de que fuimos a Tsirusei, mi padre y su escuadrón fueron en una misión de recuperación para recoger a mi pequeño hermano Kakaroto de su purga infantil. Algunos de ustedes pueden haber escuchado parte de esa historia. Bardock encontró el planeta todavía lleno de vida y cuando localizó a Kakaroto... el mocoso había sido herido en sus primeros días en Chikyuu, su cordura quedó revuelta por un golpe en la cabeza. ¡Él pensaba que era uno de los nativos! —Raditz sacudió la cabeza apesadumbrado—. Un gran desperdicio, comentó mi padre, porque se había vuelto muy, muy fuerte para su edad. Kakaroto tenía alrededor de unos trece años, creo. De todos modos, Toussan sacrificó al mocoso rápida y misericordiosamente. Fue lo más piadoso para el pobre pequeño subnormal y luego él y su equipo terminaron la misión del chico y purgaron el planeta, pero tomó a esta muchacha con vida. Toussan dijo que le disparó con una pistola de su propia construcción que puso un agujero limpio a través de su hombro y supo en ese segundo que era un regalo perfecto para mí. Su familia había cuidado de Kakaroto, lo adoptaron como su propio mocoso, me parece. Así, Toussan pensó que le debía algo a su casa. —Raditz tomó otro sorbo profundo de vino y Vegeta de repente se dio cuenta de que el hombre estaba, de una manera muy tenue, más pasado de copas de lo que nunca lo había visto y hablaba de cosas que jamás habría dicho sobrio—. Ella tenía diecisiete años y... parecía un animal salvaje cuando me la trajeron y estaba completamente intacta. Mi padre y todo su escuadrón estaban apareados, así que nadie puso sus manos sobre ella antes de mí...
—Todavía parece a medio domar —opinó Nappa, el timbre de su voz era pastoso, se hallaba a solo instantes de desmayarse en su silla—. Necesita ser... llevada de las riendas un poco más.
—Las esclavas cortesanas son mejores cuando no están rotas —aseguró Raditz—. De lo contrario, es como acostarse con una muñeca que respira. Me gustan las mujeres con vida y espíritu; eso las hace más problemáticas, pero el... el resultado final es más de lo que puedes imaginar. —Tomo otro sorbo de vino, drenó la copa y la dejó bajar gradualmente—. Puse a los esclavos a preparar un banquete, un muy buen banquete, cuando Toussan la trajo a mí. Ella no había comido en tiempo. Me senté y cené con ella toda la noche, y la escuché hablar, la escuché llorar por su casa y por su familia. Y seguí vertiendo el vino. Y después, la recosté frente al fuego y... —Él sonrió un poco, con los ojos cada vez más pesados, con una voz más baja—. La seduje. Muy lentamente y con mucha suavidad. Me llevó toda la noche hacerlo. —Los ojos de Raditz se cerraron y habló las últimas palabras en un leve susurro que Vegeta apenas pudo oír por encima de los ronquidos de los demás hombres—. Ella es lo más valioso que tengo, Oujisama...
El sonido de una delicada voz cantando en un extraño idioma cadencioso, trajo a Vegeta de su sueño a la luz una o dos horas más tarde. Se puso de pie, vio a las formas inertes de Raditz y Nappa con un poco de envidia, y se abrió paso a través de los cuerpos tendidos de los otros hombres, siguiendo el sonido de la música. Venía del patio y mientras cruzaba el vaivén de las puertas con bisagras fue saludado por un suave sobresalto, cuando la joven que estaba regando las brillantes flores del jardín se volvió y lo miró a los ojos con una falta de miedo que era increíble en una esclava. Tenía que reconocer que Raditz la había malcriado escandalosamente por lo que decía su historia. Al verla otra vez, Vegeta no pudo culparlo.
Ella estaba pintada en crema y azul de mar, esos descarados ojos coincidían con el azul de su cabello. Y era absolutamente hermosa, incluso más de lo que había pensado desde una distancia de varios metros. Él se le aproximó en silencio, su mirada se arrastró sobre ella, deteniéndose en los detalles de ese precioso rostro y en cada curva de su cuerpo, subiendo de nuevo para encontrarse con unas pálidas mejillas que se enrojecían y sus ojos azules llameando de ira.
—¿Conseguiste un buen vistazo? —preguntó ella en tono mordaz y durante unos segundos, solo pudo mirarla en estado de shock con la boca abierta. ¡Qué una esclava tuviera la extrema audacia de hablar de manera brusca con él! Luego sonrió, Raditz no había exagerado cuando dijo que no rompía a sus amantes. Al parecer, el sobreindulgente tonto no creía en reinar sobre estas en lo absoluto. Y ella no tenía ninguna idea de quien era, a no ser otro de los invitados de su amo. Su mano se disparó a la velocidad del rayo, tomó su mentón y la mantuvo en su lugar. Ella se quedó sin aliento, tensa de miedo y furiosa otra vez ante su toque. Él se acercó más aún, su mano libre se arrastró a través de su suave cabello y saboreó su olor. Olía a las flores que la rodeaban.
—Quítame las manos de encima, hijo de puta —siseó ella en su cara y él casi se rio en voz alta—. ¡No eres mi dueño y estás insultando la hospitalidad de tu anfitrión imperdonablemente al tocar lo que no es tuyo!
—Raditz es mi vasallo, mujer —dijo Vegeta de un modo amable mientras su mano recorría el pálido rostro y vio esos brillantes ojos ensancharse al comprenderlo todo—. Él no va a negarme el uso de una de sus esclavas. —Una parte en su interior sabía, le estaba gritando, que la mujer tenía razón, que abusaba de la hospitalidad de Raditz al poner las manos sobre su favorita sin preguntar; pero no era capaz de apartarlas de encima de ella, parecía que no podía siquiera pensar con claridad cuando rozó su seno y vio, sintió, un involuntario destello de terror mezclado con deseo extenderse a través de la muchacha.
Iba a ser algo exquisitamente entretenido.
—¿Usted… usted es el príncipe? —susurró ella.
—Soy Vegeta —le respondió—. Y tú... —sonrió de lado, se apartó de ella y recuperó cierto grado de control—. Tú eres algo que no debería precipitarse en un jardín al aire libre. Voy a hacer las cosas bien. —Se dio la vuelta y se dirigió de nuevo al salón para encontrar que Raditz y los otros despertaban aturdidos. Raditz comenzó a hablar y se mordió la lengua de repente, sus ojos se ampliaron conmocionados. Lo más probable era que podía oler a la mujer en la ropa y las manos de Vegeta.
—Oujisama… —comenzó. El rostro del hombre más grande parecía haber perdido todo su color.
—Te daré a elegir entre una veintena de las cortesanas profesionales pertenecientes a la casa real de Vegetasei —le dijo Vegeta y observó que el rostro del otro hombre comenzaba a funcionar de una manera extraña, vio a Raditz tragar saliva—. Véndemela. —No era una petición. Raditz tragó saliva de nuevo y Vegeta esperó expectante a que él tomara su más que generosa oferta. Entonces…
—Muchas gracias, Oujisama... me siento muy halagado por su oferta, pero... debo rechazarla.
—¡¿Tú qué?! —Nappa amenazó—. ¡Tonto campesino! No puedes negarle a tu príncipe la menor cosa que…
—Quise decir —continuó Raditz a toda prisa—, que debo rechazarla por el momento. Yo… yo se la prometí a mi amigo Kyouka por una semana. Él… él me salvó la vida en esa purga de Corsaris que salió tan mal hace unos años. La ha admirado desde hace algún tiempo y por una cuestión de honor le he dado mi palabra de que la puede tomar prestada. Pero, si no lo ofende, mi príncipe, se la entregaré a usted con alegría en el plazo de una semana.
—No me ofendes, Raditz —contestó Vegeta—. La anticipación hace que la posesión sea más dulce, como dice mi padre. Una semana entonces.
—Una semana, Oujisama. —Raditz asintió de acuerdo. No obstante, algo... algo estaba mal en la mirada del hombre y Nappa lo había visto también.
—Está totalmente embobado con la pequeña mujerzuela. —Su antiguo sensei le aseguró sin rodeos durante su vuelo de regreso a la capital—. ¡No me extrañaría que el tonto la esconda y trate de decir que murió en un oportuno accidente!
Vegeta observó al hombre mayor pensativo. Nappa odiaba Raditz por muchos motivos, era cierto, pero la mirada extraña y lejana en los ojos de Raditz cuando ellos lo dejaron le dio en que pensar. El hecho de que él hubiera declinado una invitación para regresar a la capital con su príncipe por varios días, alegando que su finca necesitaba atención, tampoco le gustó. Sin embargo, Vegeta no había estado fuera de la legalidad al pedir cualquier cosa que el hombre poseyera. Él era el príncipe y un día sería el rey, y todo en el imperio saiyayín, todos y todo lo que yacía dentro de este estaban a sus órdenes. Y cualquier cosa que Raditz o sus súbditos tuvieran eran de Vegeta por derecho, si así lo deseaba. Cualquier cosa. Tal vez, esto era una prueba de lealtad, pedirle lo que valoraba por encima de todas sus otras posesiones. Pero Raditz había demostrado que su devoción hacia su príncipe era superior a su amor por todo lo que le pertenecía y Vegeta nunca conoció a un hombre que resistiera a su juramento.
—Él me ha dado su palabra, Nappa. No renegará de su fe en mí. —Y no hablaron más de lo mismo.
Luego, cuatro días más tarde, el hombre grande vino a él al atardecer, sus ojos brillaban en la débil luz con malicioso deleite y Vegeta supo antes de que su antiguo entrenador siquiera abriera la boca que había sido traicionado en su confianza por el hijo de Bardock.
—Te ves como un felino con un pájaro en la boca, sensei —dijo Vegeta en un tono sombrío—. Dime lo que has descubierto.
—Es mejor que se lo muestre, Oujisama —retumbó Nappa—, pero hay que ser rápidos.
Vegeta lo siguió en silencio a uno de los puertos espaciales más aislados en el sur del continente, una base de flujo secundario que recibía el exceso de los cargamentos importados de las seis bases de aterrizaje de la capital. Naves y grandes portatropas de todos los rincones del imperio cubrían el puerto. Había una que llamaba la atención, situada aislada en el ala occidental de la plataforma de lanzamiento, una pequeña y rápida nave madrani, tan austera que parecía la de un contrabandista. Y de pie bajo los reflectores de esta, sosteniendo a su pequeño gato hop metido debajo de una envoltura, estrechándolo como si fuera un saco de piedras preciosas, estaba la mujer de Raditz.
Todo fue horriblemente mal desde entonces. Vegeta observó a Raditz llegar corriendo a la nave con el rostro cubierto de una máscara de pánico y supo que el hombre debió haber detectado su constante aumento de ki en su rastreador. Vegeta se trasladó a la rampa de acceso donde Raditz se hallaba de pie en un santiamén, su energía voló de la rabia. El bastardo estuvo a punto de salir de Vegetasei ¡Lo más probable para nunca volver! ¡Había mentido dejándolo de lado deliberadamente y así poder tener el tiempo de hacer un buen escape con la mujer!
Vegeta ni siquiera le dio a Raditz la cortesía de una palabra. Él tan solo estrelló su mano a través del traicionero y perjuro pecho, agarró el corazón que había dentro parándolo para siempre. Y la mujer… la mujer estaba profiriendo un alto lamento ensordecedor, como si ella hubiera sido la asesinada, mientras forcejeaba como una cosa loca en los brazos de Nappa. Pero ella no lloraba por la pérdida de su hombre. Vegeta volvió su cabeza justo a tiempo para ver a Nappa aplastar la vida de lo que la mujer había estado sosteniendo en sus brazos. No era un gato hop, era un niño; un niño de menos de un año de edad, con el negro cabello saiyayín en picos... y brillantes ojos azules.
Vegeta se dio la vuelta en la bañera, tomó a la mujer entre sus brazos, la colocó delante de él y lentamente comenzó a bañarla; su rostro en blanco de cualquier expresión pensaba de nuevo en esa escena. Eso había sido mal hecho. El mocoso híbrido tendría que ser sacrificado, por supuesto. No existía ninguna otra opción, incluso para un príncipe, aunque no tenía que retorcérsele el cuello justo en frente de ella. Él no lo entendía, pero había visto ese tipo de cosas innumerables veces en el calor de una purga. Las razas menores valoraban a sus crías por encima de sus propias vidas, lanzarían sus cuerpos en el camino de una explosión por venir para salvar a sus mocosos. Ella todavía soñaba con eso, todavía se despertaba gritando el nombre del niño, aún después de más de un año. Si pudiera, levantaría a Raditz de entre los muertos y lo mataría otra vez por permitir que el niño nazca en primer lugar. Por darle a ella ese dolor que habría tenido que llegar tarde o temprano y que estuvo a punto de romper su mente. Él había golpeado a Nappa hasta casi matarlo mientras la mujer se sentaba cerca, sosteniendo el cuerpo del bebé, meciéndolo, cantándole. Cantando la misma canción que tarareaba ahora, pensó con escalofríos.
La primera noche en su palacio de verano, en las bajas islas montañosas fuera de las costas de la capital, ella se sentó como una muñeca, sin responder ni reaccionar a cualquier cosa mientras las esclavas de la casa la bañaban y la preparaban para su arribo. Él llegó temprano... y se fue después de unos momentos muy disgustado, ya que ella simplemente permaneció como un cuerpo viviente al que algún súcubo había drenado su alma cuando la tocaba. Desertó de la villa en la isla, su furia ardió y se dirigió hacia el continente para entrenar hasta el amanecer, superó a sus cuatro más fuertes compañeros de batalla matándolos en su rabia, golpeándolos incluso después de muertos. Y ni bien vio a Nappa de nuevo por la mañana, con los ojos somnolientos y tembloroso venir del tanque de regeneración, Vegeta golpeó al hombre como a un animal callejero otra vez por el mal gusto y la estupidez del acto que había, más que probable, robado los sentidos de la mujer.
Entonces su padre descendió sobre él. Vegeta no estaba consciente de que la noticia de la forma en que detuvo la deserción de Raditz había sido tan mal recibida en la corte, hasta que el rey avanzó hacia él con una incontenible ira en su sala privada de audiencias.
—¡Has deshonrado la casa real por el bien de una puta, muchacho! ¡El hombre era un miembro de tu escuadrón personal! ¡Se supone que eso significa algo, pequeño bastardo traicionero! Y no me digas que se retractó de su palabra o que había engendrado un híbrido con la mujer alienígena. Sí, su vida habría sido sacrificada en virtud de la ley, pero nunca debiste haberle exigido lo que era suyo sabiendo que la apreciaba tanto. ¡¿Quién va a confiar en ti ahora, "Oujisama"?! ¡¿Quién va a confiar o seguir a un rey que traicionaría y engañaría a su propio hermano de escuadrón en aras de una esclava de placer?!
—Ellos me siguen porque soy fuerte, Ottoussama —dijo Vegeta entre dientes—. ¡Porque yo soy el guerrero más grande, el más poderoso que nuestra raza ha visto en mil años! ¡Soy fuerte, anciano!, ¡¿no es el fundamento de la ley saiyayín que los fuertes pueden tomar de los débiles cualquier cosa que deseen?! ¡Nuestro pueblo me temerá y obedecerá o morirá!
—Eres un joven idiota si tu razón no puede discernir la diferencia entre gobernar con mano dura y la tiranía —declaró Ottoussama fríamente—. Los saiyayíns no se doblegan bajo el látigo como las razas inferiores. ¿A quién gobernarás cuando todo tu pueblo sea asesinado por tu mano, muchacho?, ¿a quién gobernarás cuando ellos deserten del tirano al cual ya no le tengan ningún respeto y se dispersen por las cuatro esquinas de la galaxia desgarrando en pedazos el imperio que me he pasado la vida construyendo? —Su padre sacudió la cabeza lleno de disgusto—. Tienes tu premio robado ahora. Me dicen que ha perdido el juicio. Ella es inútil para ti, a menos que tengas el gusto enfermo de acostarte con muertos vivientes del que no conocía. Sacrifícala y págale al padre de Raditz un precio de sangre, hazlo en público y el imperio verá que has sido un joven con sangre caliente y que como todo hombre joven has sido apasionado, pero que has lamentado tus acciones y te has vuelto más sabio por tu locura. No retes mi voluntad en esto, muchacho. No, a menos que estés listo para gobernar en mi lugar.
Vegeta se detuvo un largo y escalofriante momento con las manos apretadas por la ira y luchando por el control. No estaba preparado para ser rey. No deseaba ser rey por muchos años. Y sabía que si iba en contra de la voluntad de su padre, él lo obligaría a entrar en una confrontación que terminaría en una pelea a muerte. Una pelea a muerte muy corta, que dejaría a Vegeta sosteniendo las riendas de un imperio para el que no tenía ni los veteranos años de experiencia ni el deseo de gobernar ahora. Y así, lentamente, se obligó a relajarse, dejando de lado su furia. Incluso un príncipe de la Corona, ni siquiera un rey, podía tener todo lo que deseara, su padre le dijo más de una vez. Fue una amarga lección, pero no había nada que hacer. Él inclinó la cabeza en un acuerdo conciso y fue a atender el precio de sangre a Bardock.
Tres días más tarde, volaba de regreso a través de la extensión del mar hasta el santuario de su isla, casi gruñendo en voz alta por la rabia hirviente. La ceremonia pública del precio de sangre temprano ese día fueron las horas más humillantes de su vida. Y Bardock... ¡El bastardo de baja cuna había tenido el descaro de mirarlo a los ojos con un plano reproche que rayaba en la insolencia! Era una mirada por la que lo habría matado alegremente si no hubieran estado parados en el centro del gran salón del trono, con la atención de toda la corte fija en los dos. Y en el instante en que todo terminó, su padre había sugerido sin rodeos que sería prudente que él se ausentara de la capital por unos meses. Y así, Vegeta los dejó para volver a su casa de verano y asegurar la muerte de la joven enloquecida. El último y lamentable pequeño inconveniente pendiente en todo el sórdido asunto. Y encontró, para su sorpresa, que ella había salido de su estupor, dispuesta a vengarse.
Las esclavas de la casa la prepararon para él días atrás como preparaban a todas las esclavas de placer sin romper: silenciándolas. Un simple relajante muscular local que trabajaba solo en las cuerdas vocales, silenciaba al receptor. Hacía las cosas mucho menos ruidosas. Por supuesto, ella no lo había necesitado hasta ahora. En el instante en que él abrió la puerta de su habitación, ella lo atacó y él recordó la historia de Raditz de cómo fabricó un arma que hizo un agujero en el escudo ki de Bardock y atravesó su hombro. Lo golpeó con una sacudida de algún tipo de corriente eléctrica, de un arma improvisada compuesta de piezas de aparatos destrozados esparcidos por el lugar, que lo tomó por sorpresa y lo puso de rodillas. Luego saltó sobre él blandiendo un cuchillo de cocina y cortó su garganta con crueldad. Fue una batalla un poco estrepitosa para todo el minuto que duró, lapso suficiente en el que sus sentidos se recuperaron de la conmoción que le había dado. Entonces capturó su brazo birlante con una mano firme, le dio una sonrisa de sincera admiración mientras ella movía su boca gritándole silenciosas maldiciones y la atrajo hacia él.
Y fue... Dioses, fue más dulce de lo que podía haber imaginado, sobre todo tras esa pequeña batalla vigorizante. Al mismo tiempo que ella se resistía en su contra con cada golpe, él se conducía dentro de ella, que mordía y arañaba como una mujer saiyayín en celo presa de la atracción lunar, y su corazón se sintió como si amenazara con estallar en su pecho al final.
Y después de eso, se convirtió en una especie de adicción, su necesidad parecía crecer con cada probada que tenía de ella. No había cadenas ni ataduras de ningún tipo, le dio libertad en la villa de la isla durante el día y siempre era una sorpresa ver si lo atacaría con algún nuevo juguete de su propia creación a su llegada, o si solo había huido de los jardines y de la isla. En una o dos ocasiones, mientras el sofocante verano se prolongaba perezosamente, ella de verdad logró herirlo usando sus ingeniosos pequeños dispositivos malvados que había construido a lo largo del día de cosas tan inocuas como artefactos de cocina y lámparas de pie. Poco a poco, a medida que pasaban las semanas, despojó por completo toda la finca de cada artefacto más complejo que una tostadora de pan en su incansable búsqueda para derrotarlo. Cada tarde, cuando volaba de regreso de la capital, él se unía a la batalla. Excepto, por supuesto, en los días en que le notificaban que huyó. Comenzó a disfrutar de los intentos de fuga y las cacerías que le seguían mucho más que de sus emboscadas, pero independientemente de cual sea el juego que ella optara por jugar, sin importar que la duración de la pelea de precalentamiento se alargara, siempre era el vencedor en última instancia. Al final, él nunca dejaba de saciarse dentro de ese cuerpo de piel de seda hasta que el apremio del sueño lo vencía mientras ella se resistía hasta que lo último de su frágil fuerza la abandonaba. Las semanas se fueron prolongando a través de los meses de ese verano demasiado largo, que avanzó en silencio de esa manera.
El final llegó el día en que la encontró naufragando en un botecito de mar, a pocos segundos de ser devorada viva por los depredadores marinos de dientes afilados que rodearon su pequeño barco que se hundía. Ella lo miró cuando volaba llevándola de regreso a la isla, con el rostro tranquilo y reflexivo estremeciéndose contra él, calada hasta los huesos. Fue una de las pocas veces desde la primera visión de ella en el jardín de Raditz, que vio en su rostro algo más que una máscara de miedo, dolor o rabia. Y era impresionante. Fijó esos enormes ojos azules en él, que brillaban con lágrimas rebosantes como el mar por debajo de ellos. Las primeras lágrimas que la había visto derramar en varias semanas. De pronto, ella hizo algún tipo de gesto, tratando de articular una pregunta: ¿por qué?, ¿por qué no solo la dejaba morir? Él negó con la cabeza y la sostuvo contra su cuerpo un poco más firmemente mientras volaba.
—No quiero que mueras —dijo de manera brusca y una mano se desvió, casi por su propia decisión, para apartar los húmedos cabellos azules de su rostro y la acarició. Ella lo miró con el semblante bañado en una mezcla de emociones por un largo momento. Luego... suspiró contra él y pareció marchitarse. Y supo que las luchas que siempre acompañaban a sus juegos de cama habían terminado. Ella corrió una larga carrera desesperada, pero el hecho frío era que si montas el periodo necesario y lo suficientemente duro cada día, incluso la más salvaje de las potras se romperá en poco tiempo. Aunque sospechaba que la cosa que dobló su voluntad no fue su constante uso duro de ella ni su espíritu desfallecido. Había sido esa pequeña chispa de dulzura lo que la derrotó al final.
Tenía razón. Cuando la acostó en su cama y le retiró la ropa empapada, ella no luchó. Y a causa de eso, se tomó su tiempo; trabajó sobre su cuerpo como un hombre confeccionando una preciosa obra de arte, haciendo todas las cosas que había estado esperando hacerle una vez que por fin se rompiera. Utilizó cada habilidad, cada truco que pudo recordar, obtenidos a partir de años de instrucción del criado de la casa real encargado de las cortesanas maiyoshyíns, las mejores en la galaxia. La hizo arquearse y tensarse, y sacudirse debajo de él con gritos silenciosos de placer cuando ella se vino una y otra vez bajo sus esfuerzos.
Y si había encontrado que ella era una obsesión antes, fue una locura en su sangre después de esa noche, después de que comenzara a recibirlo por su propia voluntad. Poco a poco, empezó a darse cuenta en algún escaso nivel compasivo, por que Raditz había hecho las cosas que hizo, incluso el niño. Un hombre inferior como él probablemente quedó tan embelesado por esta mujer que no le negaría nada, ni siquiera un hijo mestizo.
El verano se abrió paso hasta caer y aun así no pensó en regresar a la capital, en trasladar su hogar de nuevo al palacio. Cada día, durante los últimos meses, había volado a la gran ciudad, cruzando el mar, para atender sus deberes y entrenamiento. Había evitado todas las apariciones públicas, evitado la compañía de los miembros de su escuadrón y de sus sirvientes; de todo el mundo. Reparó poco a poco la brecha entre él y su padre, y dejó de lado su ira hacia Nappa. El hombre grande resultó un espectáculo lamentable todos esos meses de distanciamiento, nunca había sido excluido del servicio y la compañía de su príncipe por tal cantidad de tiempo. No desde el día del nacimiento de Vegeta. Y la verdad sea dicha, Nappa solo hizo lo que se tenía que hacer, a pesar de que lo realizó a su característica manera brutal y torpe. La expresión mal disimulada de agradecido alivio y afecto de su antiguo sensei cuando Vegeta lo recibió formalmente una vez más a su servicio, la presencia familiar de la sombra en ciernes del hombre asomando por su hombro derecho de nuevo, dio a Vegeta una extraña sensación de calidez. Era como si algo hubiera estado ausente en esos meses que le había dado la espalda al hombre grande. Algo que era estable y seguro, y siempre presente durante toda su vida. Y en esto, su padre asintió su aprobación mientras cenaban juntos esa noche.
—Es bueno que lo hayas reincorporado —dijo de un modo firme Ottoussama—. Tu madre me contó una vez que en el día de su nacimiento, su padre asignó a su joven pariente Nappa para atenderla y protegerla, al saber que pronto ella se comprometería con el heredero de Vegetasei debido a su extraordinario alto ki al nacer, junto con su sangre noble. Él tenía siete años y por más de cien, le sirvió como ayudante, teniente de escuadrón y vasallo, era su mano derecha en todas las cosas. Incluso después de que tomé el trono y me casé con ella, lo mantuvo cerca, lo cual muchos de la élite en la corte encontraron escandaloso; pero ella no lo pondría a un lado ni por toda la riqueza del imperio y yo la complací en eso, sobre todo porque llegó a mi cama todavía virgen y por lo tanto supe que nunca había sido su amante. —Vegeta luchó por mantener su rostro cuidadosamente inexpresivo cuando una imagen mental de Nappa y la madre que nunca conoció parpadeó un instante a través de su cabeza. El pensamiento de Nappa como amante de alguien era algo con lo que no podía lidiar sin un ataque de risa—. Cuando ella murió dándote a luz. —Su padre estaba diciendo—. Pensé que iba a quitarse la vida por el dolor, así que lo puse a servir al hijo como lo había hecho con la madre. ¡No debes menospreciarlo, muchacho!, él es un siervo incorruptible en quien puedes confiar, aunque seré el primero en decir que no es rápido de mente. Pero un hombre a quien un rey puede encomendar su vida debe ser valorado por encima de las riquezas.
La noche terminó con su padre cursando una invitación puntual a Vegeta para retornar a la capital.
—Fuiste sabio al escuchar mi orden de mantener un perfil bajo en estos últimos meses y dejar que la comidilla se extinga, mocoso, pero es hora de volver.
Por tanto, regresó y reaperturó su residencia preferida en las colinas a las afueras de la capital, la villa que prefería a los fríos salones de piedra del palacio real. Tenía veintitrés años estándar ese invierno. Le dijo al rey que dos hombres de carácter fuerte no debían habitar bajo el mismo techo si iban a mantener la paz entre ellos, especialmente si eran padre e hijo. Ottoussama rio con aspereza ante eso y el asunto fue resuelto.
Sin embargo, una semana más tarde, su padre le informó que el hecho de que la mujer de Chikyuu todavía viviera era una novedad para él.
—¡Te ordené que la sacrificaras, muchacho!
—Me dijo que matara a una mujer loca y yo estuve de acuerdo —explicó Vegeta—. Cuando fui a hacer precisamente eso, me di con la sorpresa de que había vuelto a la cordura. ¡No la ha visto, Ottoussama! Ella haría que las más grandes cortesanas de Maiyoshsei y Serulia oculten la cara de vergüenza. Pasé el verano rompiéndola y ahora es un premio por el que un hombre pagaría la riqueza de planetas enteros por poseer.
Su padre lo miró en silencio durante un largo momento, su rostro se veía duro y reflexivo.
—Has lo que quieras, muchacho —declaró al fin—. No puedo frenarte con mayor fuerza o forzarte a hacer algo que no deseas. —Vegeta casi se quedó boquiabierto ante esas palabras. Era una verdad que los dos hombres habían conocido durante años y que él nunca imaginó que escucharía a su padre admitirlo o pronunciarlo en voz alta—. Cuando eras un bebé, Nappa me contó una vez que no oías que el fuego te quemaría la mano hasta que trataste de agarrarlo y te chamuscaste la carne de los dedos. Dejaré que aprendas la lección de otra manera. El festival de invierno estará sobre nosotros en otros dos meses con sus banquetes y torneos. No me culpes si encuentras tu agenda social un poco vacía este año.
Y Dioses, pronto se dio cuenta de que su padre nunca había hablado palabras más verdaderas. Vegeta se encontró en el apogeo de la temporada de banquetes, torneos y alegría, como un virtual paria. Recibió menos de dos docenas de invitaciones durante el mes del festival y solo de los más antiguos, los más fieles consejeros de su padre, cuando debería haber tenido que elegir entre muchísimas veladas para una sola noche. Y aparte de los aplausos de adoración de las multitudes mientras martilleaba a sus oponentes en el polvo empapado con sangre de la arena en cada duelo de fuerza celebrado, su recepción en los festivales de las pocas casas nobles de Vegetasei que no hallaban de pronto su compañía desagradable, era fría en el mejor de los casos. Aunque nadie tenía las suficientes tendencias suicidas para decir una palabra a su rostro, las miradas vigilantes y especulativas, los chismes que a veces se iniciaban incluso antes de que él estuviera fuera del alcance del oído, casi lo enviaban a una furia homicida que amargaba su disfrute de las pocas fiestas a las que asistió. Gran parte de esto, debería haberlo esperado. Se había ausentado desde el incidente con Raditz y su regreso a la capital fue objeto de muchas conversaciones. Los rumores de que la mujer de Chikyuu aún vivía, que Vegeta, en efecto, cosechó los frutos de lo que todos en el maldito imperio parecían ver como la muerte injusta de su hermano de escuadrón, solo había añadido un condimento especial al escándalo. Parecía que esto le sentaba mal a un gran número de personas. El aspecto más revelador de todo el asunto era el hecho de que ninguno de los miembros de su propio escuadrón, a excepción de Nappa, por supuesto, le ofreció su hospitalidad esta temporada. Como si quisieran decir que temían que codiciara algo de sus propios hogares y los mataría como hizo con Raditz.
Su ira continuó aumentando, creciendo a algo mortal y casi tangible con cada desaire conforme el mes avanzaba, hasta la noche en que la primer ministro de estrategia de su padre, Articha, lo detuvo un instante antes de que él saliera furioso de la gran sala de su residencia en la capital, lejos de los cientos de susurros de los huéspedes, lejos de la creciente tentación de liberar su rabia reprimida para arrasar con todos los insensatos en el pasillo, en una tormenta de fuego y muerte.
—Ningún solo tema puede presumir de hacer que un príncipe de explicaciones. —La mujer de la cicatriz en la cara le dijo en voz baja. Ella lo llevó de vuelta a sus salones fuera de la planta principal del banquete, cuando los invitados comenzaron a hacer su camino a la arena para ver y participar en lo que sería el segundo mayor torneo de la temporada—. Pero todo un reino puede manifestar su descontento al unísono. Esto habría sucedido si usted conservaba a la chica o no, Oujisama. Manténgase en paz y no deje que lo provoquen, eso solo añadirá más leña al fuego. Su padre, estoy segura, hizo mucho de eso. Pero él no quiere ver que el proceder que ha escogido en este asunto se vuelva una costumbre que ponga en peligro la estabilidad del imperio cuando tome su lugar. La verdad es que no es un asunto grave, ya verá que las cosas serán como antes en la primavera. Para entonces, todos estos tontos indolentes tendrán algún nuevo escándalo del que hablar. Pero... si quiere ver esta tontería terminar cuanto antes, deles un brillante espectáculo esta noche cuando luche y saldrán por la mañana susurrando la leyenda del super saiyayín y no pensaran más en esclavas robadas.
La asesora de su padre resultó ser tan hábil en sus tácticas políticas como lo era en el campo de batalla. Vegeta hizo una nota mental para recompensarla de una manera conveniente en algún momento en un futuro próximo. Él luchó como un enloquecido demonio esa noche y en cada ocasión que se le presentó en las siguientes semanas, lo que envió a las multitudes a un éxtasis de sed de sangre y reverentes aullidos de adoración. Y para el final del festival de invierno, su popularidad entre las casas nobles y la gente común fue mayor de lo que nunca había sido. E incluso su padre asintió con la cabeza en reticente admiración.
—Fue una forma inteligente de desviar su atención de tus indiscreciones sin tener que descender a decir una palabra en tu propia defensa —retumbó Ottoussama—. Siempre he gobernado por el pragmatismo, el código del guerrero y la letra de las leyes antiguas, pero... te pareces más a mi padre cada año, muchacho. Él hizo la ley y la quebrantó a su antojo, pero tenía el tipo de carisma que hacía que los hombres lo adoraran incluso cuando los estaba matando. Tal vez, todavía podamos hacer un rey de ti.
A lo largo de los días de invierno y en esa primavera luchó en cada exhibición que encontró, encendiendo la adoración de aquellos que lo veían asesinar más alto todavía; su poder de pelea atravesó el techo de sus limitaciones anteriores gracias a las batallas constantes y llegó más lejos incluso de lo que Nappa alguna vez lo empujó a lograr. Mientras los días se hacían más largos y cálidos a medida que se desvanecía el invierno, se ejercitó como un capataz de esclavos y llevó a su cuerpo al punto de ruptura. Había aprendido una lección muy valiosa en los últimos meses. La adoración, no solo la fuerza, le daba licencia a un hombre para hacer lo que quisiera y tener todas las cosas que uno deseaba era la única verdadera libertad; si su pueblo adoraba la fuerza, él se volvería fuerte más allá del alcance de su imaginación y ellos no le negarían nada.
Y después de golpear su cuerpo a una destrozada pulpa todos los días, ganando poder con cada nuevo conjunto de lesiones más y más complejas y peligrosas que el entrenamiento con guantes madrani le daban, volvía a su mujer y conducía su cuerpo a sus límites de una forma diferente, muy a menudo hasta el amanecer.
Casi se sobresaltó visiblemente una noche, a principios de la primavera, cuando entró en las habitaciones privadas de su villa y ella lo recibió con una sonrisa y una copa de vino.
—Se ve un poco más cansado de lo habitual, Oujisama —le dijo.
En los meses transcurridos desde el final de su guerra de voluntades, él la colmó de todos los lujos y regalos al alcance de su imaginación; y su comportamiento, a su vez, había sido ejemplar. Nunca hubiera imaginado que una criatura viviente lo agradara tan bien y por completo. Y, de repente, se encontró queriendo hablar con ella, deseaba escuchar el sonido de su voz gritando de placer mientras la tomaba. Se había olvidado de que le mandó al médico esclavo de la casa que interrumpiera el relajante silenciador hace una semana. Fueron necesarios varios días para que las cuerdas vocales se reafirmaran cuando habían sido acalladas por un largo período de tiempo. Tomó el vino de ella y lo vació de un trago.
—Tu voz es tan encantadora como el resto de tu persona —contestó tirando la copa a un lado y agarrándola—. Vamos a ver si puedo hacerte gritar. —Y así lo hizo. Una y otra vez, provocándole clímax tras clímax hasta que ella lloró su nombre, hasta que ella gritó a su oído de placer... hasta que se derrumbó por debajo suyo al final, estremeciéndose en una tormenta de lágrimas que él se dio cuenta algo tarde que eran desconsoladas y casi histéricas. La abrazó y le acarició el cabello, completamente consternado para saber lo que le pasaba.
—Habla —ordenó él con gentileza.
—Guau, guau —respondió ella. Sus sollozos rotos se habían reducido a pequeños jadeos y ahora ella se rio en voz baja al ver la expresión de confusión en su rostro.
—Las cocineras me dijeron hoy que ha desafiado a su padre y a toda la nobleza de Vegetasei por mantenerme viva, ¿es eso cierto?
No había pensado en ello de esa manera.
—Supongo. —Él dejó reposar su boca sobre su mejilla húmeda para saborear la sal de sus lágrimas en un leve beso. Le gustaba ese gesto alienígena muchísimo, era como saborear su boca—. No temas, no dejaré que nadie te haga daño. —E inexplicablemente, ella comenzó a llorar de nuevo, esta vez de un modo más suave y las lágrimas rodaron por su cara bonita.
—Maldito seas, Vegeta —susurró ella apartando su rostro del suyo—. ¿Por qué no puedes seguir haciéndome daño?
Él se quedó en silencio durante unos segundos antes de contestar con un leve ceño fruncido.
—Nunca lo quise. Yo solo te lastimé tanto como me obligaste, mujer.
Sus ojos azules buscaron los suyos y se ampliaron de asombro.
—Kamisama... —dijo en voz baja—. ¿De verdad crees eso, ¿no es así?
Su control sobre ella se apretó por la rabia y fue recompensado con un débil grito. ¡La perra ingrata! ¡¿Acaso tenía cualquier concepto del infierno que había soportado durante todo el invierno por su causa, de la abyecta humillación que nació de su propia gente y solo porque la mantuvo con vida?!
—¡Nunca te até en mi ausencia! ¡Si realmente te hubieras opuesto a mis atenciones, podrías haber tomado tu propia vida cien veces el verano pasado!
—Mi pueblo cree que el suicidio es... renunciar —murmuró ella—. Que mientras hay vida, siempre hay esperanza. La única manera en que nunca puedes ser vencido es si no renuncias y quitarse la vida es hacerlo.
—Esa es una idea muy saiyayín —comentó mirándola de un modo frío. Tal vez la había complacido demasiado en las últimas semanas. Ella necesitaba un firme recordatorio de su posición en la vida—, pero has sido derrotada, mujer. Y te he echado a perder, al parecer, con demasiados privilegios últimamente. Me equivoqué al devolverte tu voz. ¡Haré que mi personal médico repare ese error en la mañana! ¡Y si deseas que te lastime, puedo más que obligarte! —Entonces la volteó sobre su vientre, tiró de las caderas de ella más o menos hasta su cintura, con la cara presionada hacia abajo contra la cama y la usó más duro de lo que había hecho desde que el calor cesó el pasado verano. Y… ella no gritó ni una vez, excepto cuando se vino al final; arqueando la espalda como un felino, se levantó del colchón para satisfacer sus últimos golpes con una fuerza sorprendente. Y mientras ella se empujaba hacia atrás durante las últimas embestidas febriles, él fue quien gritó como un esclavo adolorido, no ella. Él se retiró de su interior, cada nervio de su cuerpo temblaba y sintió de alguna manera aturdida que ella le había arrebatado el control, incluso cuando la lastimaba. Se tambaleó fuera de la cama y buscó la jarra de vino en la mesa junto a la ventana abierta que miraba desde lo alto hacia la capital, todavía mareado por los efectos después de tenerla así, todavía furioso con ella. Se quedó contemplando las luces, tratando de calmarse lenta y gradualmente, hasta que sintió unos suaves brazos envolverse alrededor de su cintura por detrás.
—Lo siento —dijo ella y rozó su tenso hombro con los labios—. Hablé de más. Es solo... que había un montón de cosas que le habría gritado hace meses si hubiera sido capaz de hablar, aún están algo así como suspendidas en mis labios, o lo estaban. —Ella lo rodeó para pararse delante de él y lo besó lentamente y saboreando, hasta que él pensó que sus rodillas se doblarían por el deseo—. Lo siento, mi dulce príncipe. Por favor, no me quite mi voz, voy a portarme bien.
Dioses lo ayuden, si él se embelesaba más, sería incapaz de negarle nada de lo que le pidiera; al menos mientras ella lo tocara, en todo caso.
—Será mejor que lo cumplas, mujer. —Al contestar le tembló la voz—. Si lo haces... te echaré a perder más allá de toda razón.
Ella lo besó de nuevo, despacio y profundamente, y entonces... lo tenía. No existía otra palabra para eso. Y por segunda vez, era como si fuera el ama y él el esclavo. Ella empujó su cuerpo sin resistencia por debajo suyo, exhibiendo una ferocidad y habilidad en el juego del amor que nunca había mostrado antes, lo tocó como a las cuerdas de un lyrt finamente sintonizado mientras se movía por encima. Y otra vez, él fue quien gritó como si hubiera sido perforado a través del esternón. Más tarde, mucho más tarde esa noche, cuando yacía envuelto alrededor de ella para protegerla del frío aún fresco de la primavera, miró hacia abajo a la peculiar pequeña sonrisa que jugaba en sus labios al dormir y un extraño pensamiento se le ocurrió. En cierto modo, acababa de rebelársele una vez más, tomando control sobre él y haciéndolo doblegarse a su voluntad de la única manera que era capaz. Sonrió con suficiencia ante la idea, podía rebelarse así todo lo que le apeteciera en lo que a él respecta.
Ella probó ser fiel a su palabra y se comportó sin incidentes hasta un día a finales de la primavera, cuando él le ordeno a las cocineras que sirvieran una cena especial, que decoraran el pequeño pozo de fuego del salón de su villa con flores frescas recién cortadas y que la vistieran con las sedas más finas que el imperio podía suministrar, a la espera de su llegada. Volvió después de un día agotador de entrenamiento para encontrarla sentada a la mesa, con la mirada perdida en la nada. Ella no respondió a su voz o incluso al sonido de su propio nombre y un escalofrío de temor comenzó a deslizarse por su espalda cuando reconoció la desconectada mirada de locura. La levantó de la silla de manera brusca y la sacudió mientras gritaba su nombre con voz inestable. Ella parpadeó y de repente pareció verlo. Entonces se inclinó hacia él para abrazarse con fuerza a su cuerpo como si pensara que podría ahogarse si lo soltaba. Él no le había dicho el motivo de esta noche, pero ella no era una tonta y sabía contar los días en el calendario. Hoy era un año desde que la convirtió en suya, ¿cómo no pensó en lo que significaría esta fecha para ella?
—Casi me perdí otra vez... —susurró contra su cuello. Sin pensarlo dos veces, él la levantó, la llevó de la cena sin tocar a la ventana abierta, dio un salto hacia el cielo y se precipitó más allá del resplandor anaranjado de la puesta de sol que bordeaba el extremo oeste del planeta como un anillo de fuego, y de las mullidas nubes brillando rojas y radiantes a la luz del sol que se desvanecía. Él se cruzó de piernas, se sentó en un halo gigante, la puso en su regazo y le acarició el cabello perezosamente. Ella alzó la cabeza y miró a su alrededor y hacia abajo maravillada por completo—. Mis Dioses... es precioso.
—Siempre vengo a sentarme sobre las nubes al atardecer desde que era un niño cada vez que algo me preocupa.
—Hace que nosotros y nuestras pequeñas vidas parezcan insignificantes, ¿no es cierto? —dijo ella en voz baja. Él gruñó algo en respuesta y ella se dio la vuelta en sus brazos para mirarlo a los ojos—. ¿Fue mi culpa?
—¿Qué?
—La primera vez que nos conocimos... en mi jardín de flores. Casi... casi me mata del susto y me molesté, pero cuando me tocó... fue como... si mi cuerpo reaccionara a usted contra su voluntad. Y sé que lo sintió, lo podía ver en sus ojos. —Ella apretó los dientes, su mirada era brillante y salvaje—. ¿Fue mi culpa qué me deseara tanto? Si... si no hubiera reaccionado a usted, ¿Raditz aún estaría con vida?, ¿estaría mi be… bebé…? —Sus pequeñas manos se sujetaron de sus brazos con tanta fuerza que sus dedos se pusieron blancos, todo su cuerpo estaba temblando de la emoción. ¿Era eso lo que la condujo cerca a la locura? ¿No era solo la muerte de su hombre y su hijo, sino el pensamiento que podría haber sido culpable de llamar su atención sobre ella?
—Desde el primer instante en que te vi —respondió él de un modo honesto—, creo que hubiera puesto a arder la mitad de la galaxia por tenerte. —Y ella se derrumbó de nuevo en otra ronda de lágrimas mientras él la sostenía, sintiéndose como un tonto por fomentar este tipo de histeria, pero sin poder hacer otra cosa que mecerla. Un sigiloso miedo que no había sido capaz de definir al fin tomó un nombre esa noche. En un año, él llegó a adorarla como... como a ninguna otra posesión en su vida. Raditz la mantuvo como su mujer por cinco años, ¿estaría Vegeta tan completamente en su poder cuándo ella estuviera con él por ese lapso de tiempo?, ¿estaría dispuesto a enfrentar la muerte y el deshonor, estaría dispuesto a abandonar su planeta y a su pueblo por conservarla para siempre si era necesario? No, era un pensamiento absurdo, nunca lo tendría que hacer. Él era el heredero del imperio más grande que la galaxia había conocido, el más fuerte hijo de la raza más grande que alguna vez haya respirado. ¡Y haría lo que quisiera! Nadie tenía la autoridad ni la fuerza para alejarla de su lado.
Pasaron un largo espacio de tiempo en silencio mirando como el cielo y las nubes esparcidas sobre y debajo de ellos se desvanecían al color del humo oscuro, mirando las estrellas encenderse en el cielo nocturno, una por una. La sensación de ella, cálida y dormitando en sus brazos, aquí, en su lugar privado de paz, era… no tenía una palabra para ese tipo de satisfacción.
—Gracias. —Ella respiró suavemente, justo antes de que el sueño la tomara—. Gracias por traerme aquí. —Era tan extraño... la forma en que dijo esas palabras en un momento de descuido. Hablando con él como un guerrero a otro, en agradecimiento por un regalo recibido de un igual. O como uno se dirigiría a un acérrimo enemigo que acabara de mostrar algún fragmento inesperado de honor. Había, él estaba empezando a creer, una pieza integral de ella que no logró tocar, que no tocaría, que solo alcanzaba a ver unos pocos instantes. Se preguntó con el ceño fruncido si alguna vez la había roto y, de hecho, incluso si aún deseaba hacerlo.
Ese pensamiento comenzó a plagarlo cuando entrenaba por el día y mientras la sostenía en la oscuridad de la noche, para el tiempo en que el verano se presentó de nuevo. Recordó las palabras de Raditz esa vez que le contó la historia de cómo adquirió su devoción y no su obediencia, explicando por qué no le había puesto freno a la muchacha o embridado de alguna manera. El resultado es más de lo que puedes imaginar... Esa sonrisa que ella le dio a Raditz en aquella ocasión que estaban juntos en su jardín, era porque lo adoraba como hombre en lugar de como amo, él llegó a esa verdad. Lo profundo de ella solo se mostró unas cuantas veces desde ese primer verano. Y en cada una de esas ocasiones... tomó rápidas y brutales medidas para entrenarla a ocultar a la verdadera mujer que había debajo de la máscara de esclava obediente.
¿Qué es lo que quiero? Él se preguntó un par de semanas más tarde, mirando por la ventana arqueada de la cámara del consejo privado de su padre, mientras el consejero Turna con ojos vidriosos y voz monótona leía una lista de datos y cifras, un recuento de la estimación de riquezas y tributos que el imperio perdería del planeta Shikaji cuando fuera sumariamente purgado por el delito de dar abrigo a los insurgentes. Él podía tener una «muñeca que respira», como las había llamado Raditz, con solo pedirlo. El ala de las cortesanas en el palacio real estaba lleno de ellas, las más bellas y expertas que existían en el imperio. Las había usado desde que creció lo necesario como para desear tales cosas y ellas le enseñaron todo lo que conocían sobre las artes del juego amoroso, con el fin de que la próxima reina de Vegetasei pudiera estar complacida cuando viniera a la cama de su señor. Pero ahora encontraba el mero pensamiento de ellas... de mal gusto. Siempre fue así, en algún nivel. Tal vez fue su innata repulsión por las prostitutas, criaturas sin orgullo ni amor propio, lo que lo estaba tentando a probar un nuevo desafío. Alargarle las riendas a su mujer y permitirle correr, pero sin malcriarla ni mimarla aún. Tratar de convencer a esa salvaje criatura indomable, a quien había intentado más veces de las que podía contar tomar su vida durante los primeros meses como su propiedad, volver a la luz del día. Y luego ganar su adoración. Conseguir que se entregue libremente, no tomarla ni que lo hiciera entrenada a la mera obediencia. ¿Qué haría falta? Una correa larga, pensó; con bastante holgura para que ella comenzara a sentir una cierta apariencia de libertad. Y la paciencia de una deidad para dejarla decir lo que piense, aunque solo en secreto. Pero la sola idea de tenerla volviendo esos ojos de zafiro hacia él con la misma mirada de... de verdadero profundo afecto que le había mostrado a Raditz, fue suficiente para hacerl…
—¡¿Quieres una almohada, muchacho?! —La voz de su padre lo sacó de sus pensamientos y su rostro enrojeció al ver que todos los ojos en la habitación estaban sobre él—. ¡Si estás demasiado desinteresado en los asuntos del imperio para permanecer despierto en el consejo, tal vez envíe a otra persona para dirigir la purga de Shikaji!
—¡Voy a ir, Ottoussama! —Vegeta se enderezó en su silla, los ojos le brillaban de la emoción, todos los pensamientos sobre su mujer huyeron por el momento. Shikaji era un planeta poblado casi solo por maiyoshyíns, una raza con un anormalmente alto poder de pelea. La purga no sería otra aburrida barbacoa de lloriqueos de ganado semiconsciente, ¡sería una verdadera batalla!
—Es bueno tener tu atención, mocoso —dijo su padre, su mirada todavía era sombría—. Tendrás un completo número de seis escuadrones de élite especialistas en purgas para comandar y otras tantas esferas de luz de luna artificiales.
—¿Luz de luna? —Vegeta frunció el ceño irritado—. ¡No pueden estar tan bien organizado o ser tan fuertes como para justificar eso!
—Ellos pueden y lo son —afirmó Articha rápidamente, antes de que su padre pudiera expresar en voz alta una refutación—. Ahora tenemos una prueba positiva de que, dado que Vegetasei purgó Maiyosh Prime hace más de treinta y cinco años, los refugiados que habitan en Shikaji han estado pagando su diezmo al imperio con una mano y prestando ayuda y consuelo a tropas terroristas como los Demonios Rojos con la otra. De hecho, hemos descubierto que los Demonios Rojos han estado acuartelados en Shikaji por más de un año a la fecha. Esta incursión es una oportunidad para poner fin al movimiento clandestino maiyoshyín de una vez por todas y para atar cabos sueltos —murmuró mirando a Nappa.
—¡No es mi culpa que el pequeño bastardo escapara, zorra viciosa! —gritó Nappa—. Yo había contado a todos los de la casa real cuando volamos el núcleo del planeta. ¡¿Se suponía que debía pasar una puta pantalla de ADN sobre los cadáveres para asegurarme de que el bebé que Garida Maiyosh abrazaba era el verdadero príncipe maiyoshyín?!
—Nos pudiste haber ahorrado una gran cantidad de problemas si lo hubieras hecho —dijo Turna esbozando una sonrisa amarga—. Ese bebé que permitiste escapar de tus manos ha dado al imperio más dolor que toda su raza junta.
—¿Qué informa Inteligencia del paradero de Jeiyce de Maiyosh? —preguntó muy impaciente Vegeta—. ¡¿Va a estar en Shikaji cuándo ataquemos?!
—Eso nos han dicho —retumbó Ottoussama mirándolo de una manera extraña, como si tratara de llegar a una decisión—. No tomes al príncipe rojo a la ligera, muchacho. Si te encuentras con él en el campo de batalla, no será una victoria fácil, tal vez ni siquiera para ti. Él es muy, muy fuerte, saiyayín fuerte; pero nunca nadie se ha enfrentado a un hijo de Vegetasei en combate cuerpo a cuerpo que viviera para contarlo.
—No lo tomo a la ligera, Ottoussama —exclamó Vegeta casi temblando de alegría—. Lo tomo como un regalo de los Dioses, algo que nunca he tenido en toda mi vida, ¡un enemigo que pondrá a prueba toda mi fuerza!
Los guerreros de más edad sentados alrededor de la mesa gruñeron risas suaves ante esas palabras e inclinaron sus cabezas en señal de aprobación. Su padre sonrió abiertamente.
—Que así sea, sales mañana.
Él se precipitó a su villa una hora más tarde sintiéndose como un niño que había recibido su mayor deseo. Atrapó a su mujer entre sus brazos y la hizo girar mientras la levantaba del piso, al tiempo que daba vueltas con ella.
—Jeiyce de Maiyosh... —dijo ella e hizo una pausa—. ¿No es el príncipe rebelde que mató a tantos saiyayíns en la batalla de Corsaris hace aproximadamente tres años y medio?
Vegeta asintió sonriendo de oreja a oreja.
—Él es el único superviviente de la casa real de Maiyosh Prime. El planeta fue purgado en los años cuando mi padre todavía estaba forjando el imperio, pero Jeiyce escapó siendo un bebé y fue criado por el regente de Corsaris. Es el más grande y más fuerte enemigo del imperio, ¡y mañana lo enfrentaré!
—Será una gloriosa victoria para usted, Oujisama —le aseguró ella sonriendo con esa sonrisa dulce que él se dio cuenta, de repente, que no tocaba sus ojos. La miró pensativo por un momento y su euforia se atenuó un poco. No había tiempo como el presente para comenzar su plan de esclavizar su corazón.
—Cuando vuelva —declaró él—. Te daré un regalo de tu elección. Dime, mujer, ¿qué es lo que realmente quieres? La verdad.
—Solo quiero complacerlo, mi… —Él puso un dedo sobre sus labios para silenciar las mentiras. Dioses, ¿cómo pudo siquiera haber encontrado esta ... esta mascarada atractiva? Y no tenía a nadie a quien culpar sino a sí mismo por entrenarla tan perfecta y brutalmente.
—Háblame como Bulma de Chikyuu, no como una esclava de mi hogar. Dime de verdad, ¿qué quieres?
Ella lo miró cautelosa, la fachada de su sonrisa se deslizó un poco.
—¿La verdad?, ¿la... la verdad? —Le frunció el ceño con desconfianza y él tuvo que ocultar una sonrisa de superioridad, aunque solo fuera en caso de ser una expresión completamente inafectada. Y en ese momento, su mente se adhirió a una definición exacta de lo que quería de ella. Él quería ver a la verdadera mujer que ahora sostenía entre sus brazos, quería ver el brillo de su aguda y feroz inteligencia destellando en sus ojos, que lo recibiera por su propia voluntad y que lo adorara tan enormemente... no, que lo adorara más que a ese tonto de Raditz.
—Un tiempo atrás, durante mi primer año en Vegetasei —continuó y ahora parecía tranquila—, yo le habría pedido la cabeza de Bardock en bandeja de plata. Él purgó mi planeta natal y mató a Son-Gokú... su propio hijo, como si pusiera a un potro cojo a dormir.
—Eso te daría una gran alegría, mujer —dijo Vegeta descendiendo de manera gradual hasta el suelo con ella, después se sentó en el gran sillón frente a la ventana que daba a la capital y la colocó en su regazo. La cálida brisa tiró de su cabello, agitándolo apenas—, ¿pero ya no deseas eso?
Ella sonrió fríamente y miró por la ventana, su rostro estaba perdido en sus pensamientos.
—Su compañera Romayna es una persona interesante, no es la típica mujer saiyayín, tiene un fuerte sentido maternal y estuvo resentida con Bardock por poner a Son-Gokú en la capsula de siembra unitaria en primer lugar. Estaba furiosa con él por el asesinato de Son-Gokú-Kakaroto. Le gritó que por qué diablos el hijo de un soldado necesitaría un conjunto completo de cerebros de todos modos. Era fuerte y valiente, y si hubiera olvidado su condición infantil, él pudo haberle enseñado su herencia. Ella... ella nunca lo perdonará por haber matado a su hijo y él la amará hasta el día de su muerte, y vive en agonía porque dudo que alguna vez vuelva a su lado. Por lo tanto, es mejor que viva en lo que a mí respecta.
—Mujer cruel —murmuró y luego sonrió abiertamente—. Así que, entonces... —dijo Vegeta mirando de cerca su rostro—. Si no es Bardock, ¿qué?
—Creo que una nave rápida y mi libertad están fuera de cuestión, ¿no? —Ella palideció al darse cuenta de lo que había dicho sin pensar. Pero él solo negó con la cabeza, obligándose a no reaccionar en lo absoluto, forzando hacia abajo a la ira y el impulso de recompensarla brutalmente por la sorpresa que esas palabras le habían dado—. Lo siento, mi príncipe... yo… —Él puso su dedo sobre sus labios de nuevo y habló en un tono calmado.
—No lo hagas, te ordené que me digas la verdad, pero no te perderé; cualquier otra cosa que pidas es tuya.
—¿Incluso si le pido que mate a Nappa por mí? —susurró ella. La mano que había estado trazando su rostro se congeló. Ella lo contempló con una firme mirada helada en un escalofriante silencio repentino mientras sonreía de manera extraña—. Él es su teniente de escuadrón ahora y su asistente, pero solía ser su institutriz, ¿verdad?
—¿Institutriz?
—Su cuidador cuando era un bebé.
—Sí, mujer…
Esta vez ella puso un delicado dedo sobre sus labios.
—Está bien, no le voy a pedir lo que sea. No quiero que nadie en la galaxia lo mate, salvo yo. —Ella hizo una pausa como un cho-ciervo olfateando el peligro, al mirar su perturbado ceño enojado—. Entonces... déjeme pensar en un presente que no involucre matar a nadie más, ¿puedo tener tiempo para analizarlo o tengo que decidirlo ahora mismo?
Él lo consideró.
—Dímelo cuando regrese de Shikaji.
Shikaji era un planeta de monumentales bosques del tamaño de Dios y todos estaban en llamas. Los seis escuadrones se habían repartido el planeta por sectores y se dejaron caer de sus naves, cada uno en una parte separada del globo. ¡Y fue una batalla por todo lo alto! Los maiyoshyíns, por regla general, tenían un promedio de poder de pelea de setecientos u ochocientos; peligrosamente fuerte para una raza de esclavos. Shakaji, con sus casi dos millones de habitantes maiyoshyíns, se salvó por mucho tiempo debido a que la gente que habitaba allí nunca había mostrado interés en otra cosa que no sea agradar a cualquier amo que tuviera la sartén por el mango. Pero la antigua reputación de esa raza traicionera demostró ser cierta una vez más y Vegetasei pagaría por su indulgencia con una enorme pérdida en los ingresos que este planeta rico traía, y más que unas pocas bajas. Cada hijo e hija de Maiyosh Prime con edad suficiente para volar se levantaron al aire cuando las sirenas de ataque aéreo comenzaron a sonar y ahora Vegeta veía la sabiduría en la insistencia de su padre de llevar con ellos las esferas de luz de luna artificiales. El tamaño y la fuerza ózaru añadido era lo único que le impedía a su escuadrón terminar superado por las cifras. Dio un puñetazo al tronco de un gran árbol de cerca de tres mil metros de altura y cantó con aliento de fuego ante la avalancha de defensores, y su sangre se elevó con la emoción de un combate real. El árbol titánico comenzó a inclinarse y a caer, destrozando la tierra debajo de este al estrellarse y la mitad de las construcciones terrestres de la ciudad a sus pies. El aire estaba lleno de fuego y olor a sangre, y él gritó de alegría loca.
¡Oujisama! La voz mental de Nappa pareció originarse a su derecha y él se volvió y gruñó una feroz sonrisa al monstruo que se cernía justo a su lado. ¡Hemos perdido el contacto con los tres escuadrones debajo del ecuador! ¡Ellos no tie…! Una mancha roja voló a través de la esfera lunar directamente por encima de sus cabezas, rompiéndola y el mundo se tornó enorme de nuevo. Mientras observaba a Nappa encogerse a su costado, metamorfoseándose, un rayo de ki golpeó al hombre grande a través de su pecho y Vegeta tuvo un momento de horror congelado al ver el rostro de Nappa ponerse gris e incruento cuando él lanzó una mirada hacia abajo en estado de shock para ver el agujero que le atravesaba el corazón. Luego, un puño se estrelló contra la mandíbula de Vegeta, él voló hacia atrás escupiendo sangre y rugió como si todavía estuviera en las garras de la locura ózaru. El guerrero maiyoshyín ardió hacia él... y por los Dioses, ¡lucharon! Hubiera sido como una canción alegre de sangre y violencia resonando en sus oídos, pulsando a través de todos los nervios de su cuerpo por luchar con cada gramo de la fuerza que poseía en contra de este oponente que le devolvía golpe por golpe. Pero la visión de Nappa, la muerte ya blanqueando la enrojecida lividez de su rostro mientras caía del cielo, era como un cuchillo en su estómago que lo retorció en un tipo de dolor que no podía comprender. Y se convirtió rápidamente en furia asesina.
—¡Morirás hoy, hijo de Maiyosh! —grito—. ¡Y cuando estés muerto, me aseguraré de buscar a cada miembro de tu despreciable raza débil para construir la pira de mi sensei con todos los cadáveres asesinados!
El hombre sonrió de manera grosera y sorprendió a Vegeta con un puñetazo a traición en las bolas que lo dobló. Momentos después, se encontró siendo arrojado a la ardiente tierra; el cuerpo del otro hombre lo llevó hacia abajo para aplastarlo contra el humeante suelo con el impacto. Vegeta se tragó un grito cuando sintió los huesos de ambas piernas romperse al aterrizar con ellas dobladas debajo de su cuerpo. Luego fue arrastrado hacia arriba por la piel del cuello y luchó contra el control de un sangriento puño rojo que se trababa alrededor de su garganta en un agarre que no conseguía romper. ¡Esto no estaba pasando!, ¡no era posible!, ¡este hijo de una raza bastarda de cobardes y traidores no podía ser más fuerte que él!, ¡no podía!
—¿Príncipe Vegeta, supongo? —dijo el príncipe rojo de un modo amable, como si fuera un invitado del imperio en algún festival de torneo. Un puño se dirigió a la caja torácica de Vegeta y estalló los huesos en fragmentos—. ¡Maldita sea!, estoy decepcionado, pensé que serías un poco más fuerte que esto. —Vegeta aulló, escupió sangre y trató desesperadamente de liberarse.
—... te mataré... me debes una deuda de sangre y honor, maiyoshyín de mierda...
—¿Qué?, ¿por matar al hombre grande? —La rodilla del hombre se levantó, conectó con las costillas de Vegeta una vez más y condujo los huesos astillados a sus pulmones—. Una deuda de sangre y honor, ¿eh? Me gusta como suena. Llévale un mensaje a tu papi de mi parte, pequeño príncipe. Yo le pagaré a Vegetasei, a su rey y a todos sus hijos por la destrucción de Maiyosh Prime. Y les pagaré por el asesinato de mi padre adoptivo, el señor de Corsaris. —Otro golpe a las costillas. Vegeta se asfixiaba, ahogándose en espuma roja con cada respiración profunda ahora—. Yo les pagaré por el asesinato de mi esposa, Jula. Y la próxima vez que nos encontremos, muchachito, ¡le pagaré a Vegeta-ou con la misma moneda por la muerte de mi hijo Jehan tomando tu vida! —Una suave risa burlona atravesó el agobiante dolor y la bruma gris lo comenzó a tirar lentamente hacia abajo, lejos de las costas de la conciencia—. Entrena más fuerte, chico. Tal vez dures un poco más contra mí la próxima vez. —La oscuridad se cerró.
Se despertó con el sonido de la voz de su padre gruñendo en voz baja al médico esclavo madrani. Se centró en la cara del hombre que flotaba con ansiedad sobre él y frunció el ceño. El madrani era parte del personal de esclavos de la casa de Vegeta. Estaba en su propia cama, en su casa de la ladera.
—... no está en peligro en lo absoluto? —Su padre preguntaba usando una voz amenazante.
—Él está fuera de peligro, Ousama —respondió el médico con humildad, todavía ajustaba algunas piezas de un dispositivo de vigilancia que parecía estar conectado con el cuerpo de Vegeta—. Hemos tenido que quitar los trozos de huesos de las costillas mediante cirugía manual debido a que los tanques curan, pero no extraen fragmentos de huesos incrustados en otros órganos. Después de eso, fuimos capaces de reparar la mayor parte de los traumas físicos con el tanque de regeneración, pero de nuevo, la neumonía causada por las lesiones en sus pulmones debe curarse de forma natural. Un tanque no puede hacer eso. Estamos extrayendo los fluidos a intervalos regulares para acortar la duración. Comenzará a retomar su fuerza en un día o dos, aunque no se recuperará por completo durante una semana. Lo que necesita ahora es permanecer quieto y no moverse mientras se sana.
—Tienes tu libertad por esto, muchacho —retumbó el rey—. Los médicos de palacio en mi nómina lo dieron por perdido. Infórmame sobre su estado cada tres horas, yo estaré en el consejo de guerra si hay algún cambio. —El sonido de su voz se desvaneció y los ojos de Vegeta se hicieron demasiado pesados para mantenerlos abiertos por más tiempo.
Después de lo que parecía solo un momento, aunque sabía que debía haber transcurrido cierto lapso de tiempo, la voz de su mujer habló despacio, justo al lado de su cama.
—¿Qué vas a hacer con tu libertad, Scopa?
El médico madrani no respondió de inmediato.
—El palacio real tiene médicos libres en el personal, se les paga muy generosamente, toman vacaciones... ¿por qué me miras así?
—¿No quieres marcharte? —Ella sonaba horrorizada.
—En realidad no. Quiero ser libre, sin duda, pero he sido un esclavo en Vegetasei desde que tenía tres años y Madran se ha ido. Este planeta, con todos sus defectos, es el único hogar que he conocido y tengo a alguien querido para mí que sigue siendo un esclavo. Quiero ahorrar dinero para comprar su libertad también. Solía ser el jefe de cocina de Vegeta-ouji, pero él... en realidad no tiene una preferencia de género, le gustan las mujeres y los hombres casi lo mismo. Así que el príncipe lo hizo rotar junto con todo su otro personal masculino de regreso al palacio cuando viniste a nosotros. No podía decir exactamente: «Hey, Oujisama, tranquilo; él está conmigo».
—Lo siento…
—No es tu culpa, amor, es la fortuna de un esclavo del imperio.
Un poco de silencio.
—Te ves agotado, Scopa. Yo lo cuido si deseas tomar una siesta.
—De ninguna manera, Bulma.
—Acabas de decir que esta fuera de peligro…
—Quiero decir que de ninguna manera lo voy a dejar solo contigo en su condición. —Una incómoda tensión pareció filtrarse en los músculos de Vegeta, incluso pensó que no podía moverse y ni siquiera abrir los ojos.
—No iba… —comenzó la chica.
—Bulma —dijo Scopa con firmeza—, se me ha encargado por mi vocación ayudar y no dañar a los heridos, sean quienes sean. Estas olvidando que yo era el que te ponía en el tanque de regeneración casi todas las mañanas de ese primer verano después de que él terminaba contigo. Y yo era el que con su botiquín y equipo de cirugía menor desmantelaba cada una de las armas que construías por la tarde para tratar de matarlo. Yo era el único con quien podías hablar, porque sé cómo leer los labios, amor, y claramente te recuerdo diciéndome que «matarías al hijo de puta que asesinó a tu esposo y a tu bebé con tus propias manos así fuera lo último que hicieras». Me dijiste que después de su muerte, con mucho gusto «condenarías tu alma al infierno solo para poder tener el placer de verlo arder». Esas son cosas que hacen que un médico no se sienta cómodo dejándolo a tu cuidado, aunque sea por unos minutos.
—Sé que no me crees —suspiró la mujer—, pero es verdad. Yo no le haría daño ahora. No mientras él está así de indefenso, a pesar de todo. Ni siquiera puedo explicar el porqué con palabras que tengan sentido para alguien. Si lo intentara, sonaría como una locura. A excepción de decir que... tal vez, cuando el odio alcanza cierta magnitud, puede llegar a mezclarse con la pasión y el amor, debido a que todas esas emociones viven a un nivel que el odio rara vez sobrepasa. Sabes... creo que me ama, Scopa, tanto como él es capaz, ya que en realidad nunca se le ha enseñado como hacerlo. Eso es lo más triste que puedo concebir. Amar y ni siquiera saber qué es lo que estás sintiendo o como expresarlo. Así que, solo agarras lo que amas y lo exprimes hasta que se muere...
—¡Bulma! —La voz de Scopa se oía demasiado preocupada por alguna razón y Vegeta creía saber el motivo. Casi podía ver esa mirada de "no está aquí" que comenzaba a apoderarse de su rostro.
—Estoy bien —dijo ella bruscamente—. Estoy bien…
El sonido y la conciencia se desvanecieron, y él no supo más.
Abrió los ojos para ver su mirada bajar hacia él y que su suave mano le acariciaba la frente.
—¿Cómo se siente? —le consultó ella.
—Como un hombre que tiene muchas ganas de ir a la guerra —aseguró con voz áspera—. Está mi padre... —Se interrumpió estremeciéndose en las garras de una profunda y atroz tos—. ¿Le declaró la guerra a los maiyoshyíns?
Ella asintió.
— Sí. Acaba de irse, de hecho. Él no era lo que esperaba. Me pidió que no lo asfixiara en su sueño a menos que sea absolutamente necesario.
Vegeta se tensó.
—¿Él estaba aquí? —Se preguntó si ella si siquiera sospechaba lo afortunada que era de haber logrado encantar a su padre después de la vergüenza del escándalo que la había rodeado—. Tienes suerte de estar viva, mujer —aseguró y, para su disgusto, su voz se sacudió ligeramente cuando pronunció esas palabras.
Ella asintió de nuevo.
—Le creo. Él no me notó hasta que estuvo listo para irse, entonces se acercó, se inclinó, levantó mi mentón con un dedo y se me quedó mirando durante un minuto; luego sonrió y dijo: «Ahora entiendo todo el alboroto».
Vegeta soltó una débil risa moribunda, o intentó. Sus ojos captaron a Scopa asomándose al otro lado de la cama pasando un escáner medico sobre su pecho.
—Doctor... déjanos. Mandaré a la mujer a traerte en un momento.
—Oujisama, yo…
—Ahora. —El médico salió de mala gana, observando a Bulma con un gesto de preocupación. Vegeta la contempló en silencio y ella le devolvió la mirada sin expresión alguna en su impecable rostro de porcelana—. ¿Qué tengo que hacer para que me quieras, mujer? —Las palabras cayeron de su boca antes de que pudiera detenerlas.
—¿Todavía estamos hablando de la verdad absoluta, Oujisama? —murmuró ella.
—Todavía.
—Nada. Yo lo quiero y me odio a causa de eso. ¿No es una locura sentir eso por el hombre que pudo matar a mi familia, que me violó una docena de veces por noche durante meses y me obligó a hacer finalmente lo que pedía de mí? Es una locura que pudiera amar a mi esposo, pero casi quemarme viva de deseo la primera vez que puso sus manos sobre mí en mi jardín. Es una locura que, después de hacerme todas esas cosas imperdonables, pudiera hacer que me viniera la primera vez que me entregué a usted. Me hace quererlo en contra de mi voluntad, en contra de mi mente, en contra de mi razón, como un fuego en mi sangre. Creo que es... es lo peor que me ha hecho, pero eso no es lo que está preguntando, ¿verdad? ¿Está preguntando qué puede hacer para que lo ame?
Él se quedó en silencio con los ojos ardiendo en los de ella, esperando a ver que respondería.
—No lo sé —dijo ella—. Parece que sería imposible, ¿no? Pero hace un año, yo habría pensado que era imposible que alguna vez... que alguna vez lo quiera. Así que, tal vez es posible. Pero incluso si llegara a… a amarlo algún día, yo aún... siempre lo odiaría también. Desearía que no. Desearía poder detenerlo, porque el odio duele como un cuchillo en el corazón y mi padre siempre dijo que si odias a tu enemigo, finalmente te convertirás en él y esa es la peor clase de derrota. —Ella se sentó en la cama y se inclinó para besar sus labios—. No voy a decir que no sucederá, pero no tengo idea de cómo, porque no lo sé; aunque... tal vez le puedo indicar por donde empezar. La empatía es ponerse en el lugar del otro, sentir lo que sería ser esa persona e imaginar como todo lo que le haces lo afecta como si te lo estuvieras haciendo a ti mismo. Esa es una de las bases del amor.
Ella se levantó sin decir nada más y lo dejó pálido y mirando a su espalda mientras cerraba la puerta en silencio detrás suyo.
Se despertó de nuevo después de otro día completo de sueño, se levantó sobre sus pies tambaleantes y tiró de sus ropas. Hizo oídos sordos a los lastimeros ruegos de Scopa, excepto para sugerirle al hombre que lleve sus asuntos y pocas pertenencias al palacio, ya que Vegeta no tenía la intención de pagarle al médico el salario de un hombre libre. Su mujer lo observó zigzaguear a través del piso y puso una mano en su pecho para detener su avance inestable.
—Mañana —dijo ella—, ¿quiere caer en su camino hacia el palacio y qué la gente lo vea? —Él se detuvo. No quería eso. Se sentó en la silla más grande del salón del pozo de fuego, tomó con cautela el vino que ella le sirvió y un pensamiento le pasó por la mente.
—Nunca te di tu regalo.
Sus labios se arquearon.
—Supongo que se le había olvidado por completo. Yo pensé en algo, sin embargo. ¿Recuerda qué le conté que su padre le declaró la guerra a los maiyoshyíns? —Él gruñó suavemente y asintió con la cabeza. Vegeta quería estar en el consejo de guerra, ¡maldita sea! Lo único que le impedía ir rabioso hacia el palacio como un loco era el pensamiento de la abyecta humillación de pasar por delante de los consejeros de su padre—. No ha perdido nada todavía —le aseguró ella leyendo la frustración en su rostro—. Pueden declararle la guerra a los maiyoshyíns todo el día, pero para luchar contra ellos tienen que encontrarlos primero. Había unos siete planetas conformados en su mayoría por exrefugiados de esa raza; después Shikaji, a las pocas horas, ellos simplemente se levantaron y evacuaron sin dejar rastro. Planetas enteros llenos de gente. —Él frunció el ceño enojado por el tono de admiración en su voz—. Además... cerca de tres cuartas partes de la población en Shikaji logró escapar.
Su gruñido bajo se convirtió en un rugido a pleno pulmón, ella dio un paso atrás y sus ojos se volvieron velados de nuevo. Él la estaba... la estaba obligando a volver a la clandestinidad, lo sabía, pero era todo lo que podía hacer para no explotar la villa en pedazos cuando la fría verdad se hundió y lo cortó hasta los huesos. ¡Había sido derrotado!, ¡había sido golpeado como un animal mestizo por un… por un…! Cerró los ojos y luchó por la calma, salvándola. Tenía que salvar la furia para la revancha.
—Continua —dijo después de un momento, con cierto grado de control.
—El problema ahora —prosiguió ella lentamente—. El tema que se está discutiendo en el consejo en este momento es donde encontrarlos. Los maiyoshyíns han desaparecido, aunque ellos en realidad no necesitan… —Se detuvo.
—¿No necesitan, qué? —empujó él.
—No necesitan buscarlos —le dijo ella dándole una mirada incierta—. Ellos están armando una rebelión organizada ahora. No más de estas escaramuzas de golpear y correr. No tendrán que buscarlos, los hallarán muy pronto.
Vegeta sintió que una lenta sonrisa comenzaba a extenderse por su rostro. Ella tenía razón. Y en el intervalo, tomaría el consejo burlón del príncipe rojo de corazón y entrenaría. Entrenaría como nunca lo había hecho antes, para que cuando se encontraran de nuevo, ¡él estrellara cada venenosa palabra cargada de bilis en la garganta del maiyoshyín!
La miró con curiosidad.
—¿Cómo sabes eso?
—Algunas las oí de Caddi y de Batha en las cocinas, son cosas que escucharon de los esclavos en el palacio. Otras son... solo sentido común.
—Sentido poco común, creo —declaró él mientras pensaba en las docenas de pequeñas armas que había construido para tratar de… y se preguntó bruscamente que tan inteligente era.
—Mi regalo está relacionado con el hecho de que el imperio pronto estará en guerra —anunció ella de repente.
—Dime.
—Si va a haber una guerra, habrá víctimas, ¿verdad?
—Supongo.
—Quiero trabajar en el centro médico de investigación de la capital durante el día. Scopa dijo que puedo ser una discípula bajo sus órdenes y aprender medicina.
Vegeta la miró sin comprender nada durante unos segundos.
—¿Por qué?
—Tie… tiene que ver con la destrucción de mi planeta natal —explicó regresando hacia él, ella se sentó en la base del pozo de fuego ante su silla para calentarse las manos contra el frío de la mañana—. He visto más muertes de las que jamás pude haber imaginado posible cuando era una adolescente. Y quiero... aprender como curar a las personas a causa de eso. Algo así como combatir la muerte en lo que pueda. Eso suena raro, incluso para mí, pero es un verdadero deseo. Y usted siempre estará entrenando hasta la noche de todos modos. Entrenará hasta tarde en las noches ahora, ¿verdad? Así que, yo siempre estaría de vuelta en la villa antes. —Él hizo un gesto de vaga sorpresa porque ella había visto sus planes y el funcionamiento interno de su mente. Se preguntó con un incómodo escalofrío que tan bien lo conocía—. ¿Entonces, qué opina?
Estaba en lo correcto en que él estaría poniendo toda su voluntad y esfuerzo en su entrenamiento ahora. Y ella siempre se hallaría allí para darle la bienvenida a su regreso... Pero el pensamiento de que estuviera en presencia de otros hombres, de sus ojos errantes sobre ella, ¡el pensamiento de otro hombre tocándola de cualquier forma…! Tomó una respiración profunda y lo pensó mucho, podía evitar eso con personal creativo. Sería… sería darle una apariencia de libertad, le había prometido un regalo y ella era notoria gracias al escándalo de la muerte de Raditz; todo el mundo en Vegetasei sabía quien era y a quien pertenecía, ningún hombre que no fuera un loco lo estaría tanto como para poner los ojos en su dirección. Y esto la haría sentir... bien. Debía sentirse confinada, esa brillante mente suya forzada a permanecer en descanso, como él se veía forzado a mantenerse inactivo ahora, excluido de los campos de entrenamiento por sus lesiones. Estaba luchando contra el impulso de apretar los dientes mientras hablaba con ella, por la frustración de no poder hacer lo que los Dioses de la guerra habían forjado para él.
—Ve mañana y comienza tu entrenamiento —le dijo en voz baja. Y... Dios de los Dioses... ella le sonrió, con una sonrisa real.