Dragon Ball/Z/GT Fan Fiction ❯ Un día alegre ❯ Capítulo II ( Chapter 2 )

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Nota de Lisalu: Exención de responsabilidad: NO SOY PROPIETARIA DE DBZ NI DE CUALQUIER PERSONAJE DEL MISMO. NO RECIBO NINGÚN DINERO POR ESCRIBIR ESTE FANFIC.

ADVERTENCIA: ¡TODOS USTEDES MENORES DE 18 AÑOS VÁYANSE AHORA! Este fic contiene violencia, temas adultos, sexo y malas palabras. Este no es mi usual drama de romance / aventura y tiene algunas muy oscuras imágenes inquietantes y temas relacionados con violación. Si esto no es lo tuyo, no lo leas.

AVANCE: Este es un escenario Y QUE TAL SI que Toshiba y yo debatimos en un inicio y de esas conversaciones creció esta oscura, oscura historia. Se me ha acusado, en ocasiones, de tener una imaginación muy malvada. Puede que me haya superado a mí misma aquí. Para todos aquellos que disfrutan del tema utilizado con frecuencia "Bulma es llevada a Vegetasei como esclava y llama la atención del Saiyayín no Ouji", aquí está mi versión de la historia.

 

Capítulo II

 

Los consejeros reales mostraron sus rostros cuidadosamente inexpresivos cuando lo observaron tomar asiento a la mano derecha de su padre, ocultaron el hecho de que lo acababan de ver tropezar y casi caer, trataban de enmascarar que conocían su vergüenza, su derrota. Él luchó por impedir que sus manos y su cuerpo se estremecieran de rabia y humillación, ya que tenía la certeza de que verían eso y pensarían que se encontraba al borde del colapso. Ellos no deberían haberse molestado con esa discreta payasada. Todos allí sabían que cada ser vivo en el imperio estaba al corriente.

Había sido derrotado en batalla, en combate cuerpo a cuerpo. Jeiyce de Maiyosh lo había golpeado como a un animal hasta casi matarlo, y lo peor, lo dejó vivir por desprecio. Ese día fue un fracaso, sus soldados terminaron diezmados y asesinaron a su primer oficial.

Las entrañas se le retorcieron otra vez ante la imagen de Nappa cayendo del cielo, atravesado por el rayo ki de Jeiyce, muerto antes de que su gran cuerpo golpeara el suelo. El conocimiento, el cruel carácter definitivo de eso, había sido lentamente asimilado mientras yacía débil y demasiado herido para levantarse. El hombre grande se había ido. La presencia segura y firme como una roca que era una constante en su vida desde… desde mucho antes de su propio nacimiento, desapareció. Y la ausencia no podía ser acallada a gritos, amenazada, expulsada ni jamás recuperada. Era irrevocable. Los ojos de su padre, afilados y que lo veían todo, observaron la mirada de su hijo caer sobre la silla de consejal vacía que Nappa habría ocupado.

—El cuerpo de Nappa ha permanecido en hibernación médica durante toda tu convalecencia, muchacho. Era tu fiel servidor y habría deseado que tú construyeras su pira.

Vegeta asintió en silencio, su rostro parecía de piedra.

—Lo veré esta tarde en lo alto de la montaña Cho-Tal.

Los otros miembros del consejo murmuraron en señal de aprobación. Un guerrero que había muerto en defensa de la casa real debía ser quemado en la cima de ese pico alancerado reservado para los reyes y héroes de Vegetasei. Ottoussama rompió el silencio solemne que le siguió, su propio rostro se mostró más duro.

—Estamos arrestando a cada maiyoshyín que se encuentre dentro del alcance del imperio y los hemos traído a Vegetasei. Ellos serán interrogados a fondo por el ministro de Inteligencia. —Sus ojos se volvieron hacia la cara llena de cicatrices de Mousrom. El inquisidor asintió con una especie de fea avidez que hizo rechinar los dientes de Vegeta. Solo el tipo más bajo de cobardes obtenía placer en torturar a un enemigo atado. Mousrom era terriblemente eficiente en lo que hacía y su intrincada red de espías e informantes ocultos por todo el imperio era una obra de arte. La tortura sistemática de los no combatientes era un desagradable medio para alcanzar un fin y una sombría necesidad, pero no había honor en eso ni en el propio torturador.

—Ya hemos detenido a veinte mil de ellos en Shikaji —dijo Mousrom con una sonrisa desagradable—. Existía una considerable comunidad enclavada dentro de las ciudades de los nativos. A ese número, también he añadido la totalidad de prostitutas cortesanas maiyoshyíns que estaban bajo contrato con el trono y otras casas nobles de Vegetasei. Puede estar seguro, Ousama, que si uno de ellos tiene una pizca de información sobre el paradero del príncipe rojo y sus seguidores, le exprimiré la verdad.

—No tengo ninguna duda —contestó el rey, su rostro no mostró ningún indicio de disgusto por el hombre, pero Vegeta tuvo la súbita impresión de que su padre tenía un exasperado menosprecio por el inquisidor que rivalizaba con el suyo.

—El príncipe rojo nos encontrará muy pronto —declaró Vegeta mientras pensaba en los ojos de su mujer cuando le había dado esa idea, ardiendo inteligentemente como una llama azul—. Él nos buscará, me dijo lo que planea, lo que más desea cuando luchamos. —Las últimas palabras se fundieron en un suave gruñido de odio—. El señor de Corsaris lo crio desde pequeño, el planeta Corsaris fue donde hizo su base militar y descuartizaron a su pareja y a su hijo. Cuando tomamos ese planeta hace dieciocho meses degollamos a su mujer, a su padre adoptivo, a su heredero y pusimos el mundo que conocía como hogar a arder. Quiere pagarle a Vegetasei por esas pérdidas y a usted personalmente, Ottoussama, por la muerte de su hijo, dándome muerte en combate. —El rostro de su padre se volvió negro de ira, tal vez entendía lo muy, muy cerca que Jeiyce había estado de hacer precisamente eso—. Nos va a encontrar y cuando lo haga, ¡estaré listo para él! Si tengo que romper mis huesos y entrenar hasta el borde de la muerte cada día a partir de hoy hasta que nos veamos de nuevo, ¡lo haré! ¡Y la próxima vez, Ottoussama, lo despedazaré miembro por miembro! —Un bajo estruendo de acuerdo cayó sobre la cámara y su padre lo estudió con sombrío orgullo.

La siguiente hora consistió en la presentación de Turna de una lista de posibles blancos de represalias, eran planetas que se creía que habían tenido tratos con los rebeldes maiyoshyíns en el pasado. Turna siguió hablando con voz monótona sobre el peso y la medida de las pérdidas de ingresos frente a la posible amenaza estratégica que cada planeta podría representar si se convertían en un hervidero de la rebelión. Vegeta sintió que su mente empezaba a deambular después de un tiempo y comenzó a preguntarse distraído lo que su mujer estaría haciendo en ese momento en el centro médico. Hoy era su primer día como aprendiz a cargo de Scopa y ella…

La voz zalamera de Mousrom rompió de nuevo su atención de vuelta al aquí y ahora.

—... pero el centro médico de la capital sería el lugar más conveniente para establecer una sede de interrogatorios de masas. Podríamos hacer uso del personal que trabaja allí para mantener con vida a los sujetos mucho más tiempo si nosotros…

—El centro médico —aseguró Vegeta categóricamente antes de que su padre pudiera responder—, es un oasis donde nuestros guerreros nonatos crecen hasta la viabilidad y donde sanamos a nuestros heridos. ¡Sería un insulto a la sangre que nuestros soldados derramaron utilizar la misma instalación como el tugurio de un torturador!

El desfigurado rostro grasiento de Mousrom palideció y sus labios se adelgazaron por la ira. Él giró sus ojos cuestionadores hacia la silla del rey, pero no encontró ningún apoyo.

—El muchacho dice la verdad —indicó Otoussama de modo cortante—. Has tus asuntos en los viejos corrales de esclavos en ciudad Kharda al norte, disponen de un completo aunque anticuado centro médico allí.

Mousrom asintió obedientemente, pero sus ojos se habían reducido a dos ranuras sumergidas en ira, más no se atrevió a tanto como volver su mirada en dirección de Vegeta.

Otra hora de toma de decisiones durante la cual Vegeta se sentó callado y meditó furioso sobre todas las cosas que le haría a Jeiyce cuando él y el príncipe rojo se enfrentaran una vez más. A medida que los consejeros desfilaban fuera de la gran cámara circular, no se movió de su silla. Su padre lo miró en silencio por un momento antes de hablar.

—Mousrom no olvidará eso, muchacho.

—Bueno —dijo Vegeta muy irritado—, su comportamiento raya en la insolencia en su mejor momento. Él es un insulto para todos los verdaderos guerreros y lo mataría gustoso si alguna vez habla fuera de lugar.

—Es mi ministro de Inteligencia, conoce todos los secretos del imperio, los míos incluidos. —Su padre lo observó con severidad—. El conocimiento es un gran poder en las manos adecuadas. Él encontrará la manera tarde o temprano de recompensarte por esa leve mano dura.

Vegeta frunció el ceño para sí mismo, esta vez de genuina curiosidad.

—Si es tan peligroso, ¿por qué no lo mata?

Su padre gruñó.

—Él es muy, muy útil; me ha dado información en más de una ocasión que ha librado al imperio de la molestia de poner fin a una rebelión a gran escala y así salvó la vida de muchos guerreros saiyayíns. Es un juego que jugamos él y yo, sabe que su vida terminará el día en que sospeche que es desleal o en el instante en que deje de ser productivo para el trono, por lo cual es fiel y muy motivado para ser siempre valioso, y lo necesitaremos en esta guerra que vamos a enfrentar.

Los ojos de Vegeta se entrecerraron enojados.

—Él le da un informe completo de mis asuntos privados, ¿no es así, Ottoussama?

Los labios de Ottoussama se curvaron minuciosamente en los extremos.

—Si estás pensando en ese asunto de Raditz el año pasado, sí. —La casi sonrisa desapareció para ser sustituida por una mirada de advertencia—. Tus asuntos son los míos, muchacho. He invertido cerca de un cuarto de siglo en ti y de vez en cuando te muestras como una gran promesa. Hubiera sido muy molesto tener que iniciar el tedioso negocio de llevar a otro heredero a la edad adulta una vez más, por lo tanto, te vigilo a través de Mousrom. —Hizo una pausa, pensativo, antes de seguir—. Y ya que estamos hablando del asunto de Raditz... he visto con mis propios ojos ahora cuan generosamente te has beneficiado con la muerte del hombre. El premio que le robaste al hijo de Bardock es peligroso, muchacho. Dime... ¿aún no se te ha ocurrido desear que ella te contemple con total devoción?, ¿que decida ser tuya por su propia voluntad, incluso si debes liberarla?

Vegeta lo miró en tal estado de shock que su padre se rio abiertamente.

—En el decimoquinto aniversario de mi nacimiento —continuó el rey—. Mi padre me regaló el contrato de una cortesana pelirroja libre zapriayín. Ella era una muy bella y astuta mujer, sabia en los caminos de la política y el poder. En el año que pasó en mi cama, me instruyó tanto en la psicología de gobernar sobre las mentes y los corazones de los hombres como en las artes de los juegos de cama. Y porque yo era un heredero al trono que no podría casarse con quien eligiera y debía mantener mis afectos en fideicomiso para la futura reina, ella también me enseñó que clase de mujer tomar como mi amante... y que clase evitar. Una lección que destacó en particular fue como detectar a una «irrompible», así era como ella llamó a ese tipo de mujeres. Tú puedes atarla, encadenarla, subyugarla, aplastar su cuerpo o matarla. Con el tiempo, puedes obligarla a que cumpla tus órdenes... aunque solo en la superficie. Pero hagas lo que hagas con ella, siempre seguirá siendo en esencia como era el primer día que entró como tu posesión. Ella nunca se doblegará ni se romperá a tu voluntad. Al igual que las mujeres de nuestra propia raza, no puede ser domesticada, pero puede ser ganada.

—Sí —susurró Vegeta sonriendo—. Entonces usted ve la emoción de semejante desafío.

—Veo el peligro que representa para ti, muchacho —dijo rotundamente su padre—, porque en el momento en que la idea de ganar su verdadero corazón se te ocurrió, ya no queda en claro quien es el amo y quien es el esclavo. Y si tienes éxito en esa insensatez, si ganas su adoración, te encontrarás que ella ha atrapado tu corazón también. Para toda la vida lo más probable. Y si la desechas al final o la sacrificas, ella te perseguirá hasta tu último aliento.

Vegeta resopló indignado, ¿por qué clase de tonto con poca fuerza de voluntad lo tomaba su padre?

—¿Qué haría si tuviera una mujer así, Ottoussama?

—Yo no la habría llevado a mi cama en primer lugar, pero habiéndolo hecho ya... la mataría con mis propias manos. Quizá aún seguirás soñando con ella todos tus días, pero al menos no ganará mayor poder sobre ti. —Él estudió de un modo cuidadoso la expresión en blanco en el rostro de su hijo.

—¡Ella no tiene poder sobre mí! —aseguró Vegeta tan claramente como pudo; sin embargo, en lo profundo de él, un grano interno de duda comenzó a supurar mientras pensaba en su repentino abrumador deseo por conocerla, a la mujer real, no la muñeca que había entrenado a la mera obediencia y su inexplicable deseo de ganar su corazón. Ni siquiera era capaz de explicar de donde la necesidad había venido, cuando el capricho de un nuevo juego, el desafío de conquistar el último trozo de su voluntad, se desplazó hasta lo más hondo de sus huesos. El querer ver su libertad irrestricta y... que todavía lo deseara, que todavía lo adorara. ¡Pero... no!, las preocupaciones de su padre eran una locura fuera de lugar. Él era el amo y ella la esclava, ¡y así sería siempre!—. La desecharé cuando me halla hartado, Ottoussama, pero ese día aún no está aquí. Yo no la premio tanto como parece pensar…

—¿Es por eso que entró al centro médico como aprendiz de tu antiguo cirujano de casa esta mañana? —le preguntó su padre frunciendo el ceño. ¡Ese maldito espía infiltrado de Mousrom otra vez! Vegeta emitió un gruñido bajo apenas audible y su padre sonrió con gravedad—. Categóricamente no importaría si no fuera una gran belleza, el tipo de belleza que hace hervir la sangre de un hombre, ni la consideraría peligrosa si fuera un juguete descerebrado. Pero cuando miré dentro de esos encantadores ojos azules mientras yacías herido en tu cama, aprecié su magnitud. Ella debe haber sido criada en la casa reinante del planeta atrasado donde Bardock la encontró, tiene la mente como una trampa de resorte, muchacho. Lo más probable es que superará a sus mentores en el centro médico dentro del mes, en un año estará dirigiendo el lugar. —Él resopló—. Si no estuvieras tan enredado en sus brazos como lo estás, yo te diría que la dejes allí, se desperdicia como prostituta. Sin embargo... lo mejor que podemos hacer sería acabar con ella. Una voluntad de hierro, una mente brillante y un motivo de venganza son una mala combinación, mocoso. Y que no te confunda, a menos que tengas cirujanos que borren selectivamente su memoria, ella siempre va a querer vengarse. No olvidará la muerte de Raditz ni la de su cachorro. —Él se sentó un momento en silencio y consideró la expresión dura e implacable de su hijo—. Harás lo que quieras, como siempre, pero si en verdad crees que ella no tiene poder sobre ti, dime esto. Si yo mismo la hubiera matado hace dos días en tu villa como mis instintos me exigían, ¿qué habrías hecho? Eres demasiado joven e inmaduro para gobernar en mi lugar, muchacho, y me jacto de pensar que todavía no te has cansado de mi compañía, pero creo que si la hubiera matado, ahora no estaría sentado en mi trono. —Su padre se puso de pie y Vegeta se paró con él, su mente daba vueltas por el escenario que le acababa de presentar una y otra vez. Dioses... habría matado al anciano en su ira, a pesar de que lo hubiera lamentado más tarde.

Ottoussama decía la verdad. Se habría vuelto loco si hubiera despertado para encontrarla muerta por la mano de su padre. El rey no habló, solo observó al hombre más joven en silencio y dejó que todo esto se hundiera en él.

—Vamos, muchacho —dijo después de un momento—, nada tiene que decidirse en este instante. Iré contigo a ver a Nappa, nunca me gustó el hombre, pero sirvió de una forma leal a mi casa todos los días.

Quemaron el cuerpo de Nappa sobre el pico alancerado Cho-Tal con un gran número de guerreros, comunes y élites en la asistencia. El funeral parecía ser un heraldo de la guerra por venir y toda la capital se acercó a ver. Aparte de Vegeta, ninguna mano levantó leña para la hoguera del hombre grande. Nappa había sido casi universalmente visto con desagrado y temido, incluso en el escuadrón de Vegeta. Si hubiera muerto en Shikaji, ¿quién habría construido tu pira, sensei? Él no podía pensar en nadie, ni siquiera en su propio padre, que habría llamado amigo al hombre. Su rostro no mostró ninguna expresión en lo absoluto cuando prendió fuego al féretro mientras permanecía de pie junto al rey viendo las llamas lamer su ascenso hacia el cielo que oscurecía.

—Maduras al haber perdido a un amigo que valoras por primera vez, hijo mío. —Vegeta casi se sobresaltó por la sorpresa, aunque no apartó la mirada de las llamas. Su padre lo había llamado «hijo mío» quizá media docena de veces en su vida, siempre en un momento de gran importancia—. Debería haberme encargado de que te endurecieras para este tipo de cosas hace mucho tiempo, pero no hemos tenido enemigos fuertes la mayor parte de tu vida y los saiyayíns son difíciles de matar en las peores épocas. Verás a otros caer antes de que esta guerra sea ganada, muchacho. Mousrom dice que hay rumores desde cada rincón del imperio. Si ese bastardo de Jeiyce puede persuadir incluso a una fracción de los planetas esclavos a levantarse contra nosotros como uno, tendremos un fuerte trabajo para no ser asolados por números abrumadores.

Vegeta se volvió para mirarlo. Su padre no había mencionado una palabra de eso en el consejo.

—Siempre ha dicho que la guerra es una buena cosa, Ottoussama. Barre a los más débiles de nuestro patrimonio genético y hace al fuerte más fuerte.

—Ninguna victoria está siempre asegurada, aunque yo no expresaría dudas ante mis ministros o cualquiera de mis vasallos ni bajo amenaza de tortura. Si somos fuertes, sobreviviremos, si no es así, no merecemos vivir; pero una guerra, una guerra real, te acercará mucho más a la viabilidad como rey y eso es algo bueno. Hay lecciones que un Saiyayín no Ouji debe conocer que solo se aprenden en el campo de batalla, con la espalda contra la pared. Y las aprenderás todas el próximo año. Ellas te ayudarán a convertirte en un rey fuerte y astuto en muy poco tiempo.

Vegeta se puso incómodo.

—No es viejo, Ottoussama.

Su padre se volvió para estudiar la expresión completamente en blanco en el rostro de su hijo.

—Debería haberme mantenido más distante de ti, muchacho. Te será más difícil tomar tu legítimo lugar cuando el día al fin llegue porque no lo he hecho, pero... —Su padre se volvió de nuevo para mirar las llamas que subían en espiral de la pira—. Ha sido difícil no estar demasiado orgulloso de un hijo tan fuerte. Tendré doscientos treinta años el próximo invierno, justo la cúspide de la mediana edad. Si tienes alguna consideración por mí en lo absoluto, ahórrame el deshonor de las canas.

—No le fallaré, Ottoussama —susurró Vegeta apenas por encima del aliento.

Su padre se limitó a asentir.

—Me alegro.

Él aterrizó en el umbral de su villa tan inmerso en pensamientos apremiantes, ninguno de los cuales quería desenredar y examinar muy de cerca por el momento, que no se dio cuenta al principio de los destrozos en la entrada y en la sala del pozo de fuego, ni en la mancha de color rojo brillante que partía desde el vidrio roto del cristal de la mesa del comedor hasta el arco de la gran ventana oriental frente a la parte posterior de la villa, que daba a las colinas verdes en lugar de a la capital. Siguió el rastro de sangre con el corazón en la garganta. Ella estaba sentada en el asiento de la ventana, apoyada contra el alféizar de piedra y ¡por los Dioses!, se había abierto la muñeca y su vida se vertía a través de la herida como el agua a través de una fisura en una presa perforada. La vio volver su blanco rostro fantasmal tratando de hablar, tratando de mover los labios. Él no se molestó en intentar descifrar sus palabras, la tomó entre ambos brazos y salió disparado por la ventana abierta en un ardiente rayo de velocidad.

Los médicos dejaron escapar un grito colectivo cuando atravesó de golpe el techo con los pies por delante y la dejó en la camilla médica. Barrió la habitación y se fijó en una cara familiar.

—¡El resto de ustedes, fuera! —Los otros médicos se dispersaron como bichos aterrados abandonando a Scopa para enfrentarse a él solo. El médico ya estaba sobre ella, sin esperar una orden.

—¿Qué has hecho, muchacha tonta? —dijo el madrani en voz baja.

—¡Cúrala! —gruño Vegeta. Cada nervio y músculo de su cuerpo parecían estar temblando—. ¡Tu vida depende de ello, doctor!

Scopa asintió ausente. Trabajó en silencio mientras remendaba la herida en su muñeca con una torunda médica e inyectaba un tubo de transfusión sanguínea en uno de los brazos de la mujer de Chikyuu.

—Tengo que transfundirle más sangre antes de ponerla en un tanque. —Él acarició una de sus blanquecinas mejillas donde una pequeña flor de color rosa comenzaba a materializarse y dejó escapar un suspiro de alivio que no tenía nada que ver con el miedo por su propia vida—. La trajo a tiempo, Oujisama, ella va a estar bien. —El madrani tomó la muñeca inerte y la giró con cuidado, su gesto de preocupación se frunció ligeramente. Saltó cuando Vegeta estrelló de golpe un puño a través de la camilla al lado de la cama de su mujer, rompiendo el metal fino en pedazos.

—No hay remedio para esto, doctor —dijo Vegeta sombrío—, ni medicina ni razón que valgan. Si un ser viviente quiere su propia muerte, encontrará la manera, es solo cuestión de tiempo. —Pero ¿por qué ahora?, cuando ella había comenzado a sonsacar cierto grado de libertad, cuando todas las cosas en su vida parecían encaminarse hacia mejor. ¿Por qué ahora y no… no el verano pasado?

—¿Hubo algún problema en la villa cuándo llegó, Oujisama? —preguntó Scopa tentativamente.

—Ella destrozó lugar —contestó Vegeta.

—No… no se hizo esto a propósito, mi príncipe.

Vegeta clavó su mirada en el madrani y el hombre tragó saliva antes de continuar. Levantó el brazo de la mujer y examinó la herida que se curaba rápidamente una vez más.

—Yo diría que estrelló su mano contra la placa de cristal de la mesa del comedor y se abrió una vena por accidente cuando esta se hizo añicos. Maldita sea, ¡yo sabía que algo no estaba bien cuando se fue!

—Ella lucía muy contenta cuando te la envié esta mañana, doctor —aseguró Vegeta. Él levantó una mortal vista funesta hacia el madrani—. ¿Qué la disgustó?

El hombre no alzó los ojos del lector de estadísticas de su biomonitor.

—El funeral, Oujisama. Ella estaba muy aislada de cualquier tipo de noticias en su villa, aunque no puedo pensar en por que Batha y Caddi no se lo mencionaron. No había oído que el señor Nappa fue asesinado hasta que todos vimos el humo en la cima de Cho-Tal. Observamos el funeral desde las escalinatas del centro médico, todos en la capital lo hicieron. —El rostro del hombre se puso particularmente en blanco mientras continuaba hablando, asumiendo con cuidado la no expresión de un esclavo educado desde la infancia para ocultar sus pensamientos y sentimientos de sus superiores—. Bulma... ella tenía un interés particular en Nappa-san, Oujisama.

—Sé de su interés —espetó Vegeta.

—Cuando supo que falleció... ella era como un guerrero que acabara de ver a su más grande, su más odiado enemigo muerto a manos de otro, mi príncipe. No la he visto con tanta rabia desde… —Detuvo sus palabras, su rostro estaba otra vez cuidadosamente en blanco.

No quiero que nadie en la galaxia lo mate salvo yo, había dicho su mujer. La cara de Jeiyce de Maiyosh apareció ante sus ojos por un instante, burlándose de él, golpeándolo de nuevo. Vegeta tenía en el tintero la clase de rabia que ella sentía. Podría desgarrar la misma capital en pedazos por la ira si se enterara de que alguien que no sea él mismo había matado al príncipe rojo. No desvió su mirada mortal del rostro color ámbar del madrani cuando esos pensamientos se abrieron paso a través de su mente, luego sonrió con frialdad.

—¿Desde el último verano? —Terminó la frase del médico.

—Como usted dice, Oujisama —balbuceó el hombre.

—¿Es tu opinión profesional que esto no fue un intento deliberado de quitarse la vida? Piensa bien antes de hablar, doctor. Si muere por su propia mano porque no establecí ninguna vigilancia sobre ella, veré que estés semanas al cuidado de Mousrom antes de que finalmente dejes esta vida.

El madrani sacudió la cabeza confiado.

—Mi príncipe... ella no habría sido tan incompetente. Si hubiera deseado morir, lo estaría ahora. No fallecerá de esa manera. Saldrá pateando y gritando.

—Sí... —musitó Vegeta, tras darle vueltas a las palabras del médico en su cabeza un instante o dos—. Creo que tienes razón. —Esa fue la conversación más extraña que había tenido en lo que podía recordar, de pie frente a este humilde hombre libre que le hablaba como si casi fuera un igual. Poco después, la pesada carga de plomo que se había cerrado alrededor de su pecho se alivió en el momento en que se quedó observando las suaves ondas del cabello azul de su mujer flotar en un halo en torno a su rostro luego de que Scopa la colocara dentro de un tanque de regeneración.

Una hora más tarde, la envolvió en una gruesa manta que el madrani le proporcionó y cargó su cuerpo medio despierto de vuelta a su villa en la oscuridad. Bulma durmió inquieta a su lado, sacudiéndose y murmurando en su propio idioma, hasta que él empezó a desear haberle ordenado al médico que la sedara. Justo cuando el alba empezaba a consumir el negro a color rojizo en el horizonte, la sintió sentarse de golpe y gritar el nombre que la había oído murmurar en su sueño, el nombre que debió darle al hijo que parió para Raditz. Vegeta la agarró antes de que saltara de la cama, a fin de sujetarla mientras ella se lamentaba y lo golpeaba en el pecho con sus pequeños puños. La sacudió despacio después de un minuto o dos. El penetrante ruido que estaba haciendo perforaba su cabeza y esto encima de una noche sin dormir plagada por la sombra de Nappa y la risa viciosa del príncipe rojo puso su temperamento al límite.

—¡Detén esto! —gritó molesto. Los ojos de Bulma de repente se ampliaron completamente despiertos—. ¡Los muertos están muertos! ¡Y ninguna cantidad de lamentos los levantarán de nuevo! —Su voz se quebró en las últimas palabras, cuando vio otra vez el cuerpo de Nappa cayendo como un árbol partido. Ella se quedó inmóvil en sus brazos, se calmó poco a poco y sus ojos azules buscaron su rostro. Finalmente sacudió la cabeza con desesperación y más lágrimas estropearon la perfecta porcelana de sus mejillas—. ¿Cuándo se detendrá el dolor? —Horrorizado, se dio cuenta de que había hablado el pensamiento en alto y que su voz se oyó como un crudo susurro.

—¿Cuándo un ser querido muere? —preguntó ella—. Nunca. Dicen que con el tiempo una se acostumbra, pero estoy empezando a dudarlo. Karot-chan... —Las palabras le fallaron por un momento—. Su muerte es como una herida que nunca cicatriza. Siempre pensé que si podía matar a Nappa comenzaría a sanar, ahora jamás lo sabré.

—¿Por qué... —Vegeta se detuvo, preguntándose si la duda en su mente, algo que siempre le había intrigado, la pondría a gritar de nuevo—. ¿Por qué el hijo y no el padre? Eras mujer de Raditz, él rechazó a su planeta y a su pueblo por tu bienestar. Lo conocías, lo adorabas, creo. El niño ni siquiera podía hablar todavía, no tienes ninguna forma de saber si se hubiera convertido en un hombre digno de tu afecto.

Bulma se quedó en silencio e incrédula, lo miró durante un largo tiempo.

—Es casi imposible explicárselo a alguien que ha sido condicionado a no tener amor familiar intrínseco —respondió—. Raditz era muy bueno conmigo... y yo llegué a amarlo después de un tiempo, pero... —Cerró los ojos mientras suspiraba de tristeza—. Él nunca perdió de vista que yo era suya, que me poseía. Nunca entendió que estaba mal con eso o que su padre hubiera hecho nada malo cuando destruyó mi planeta natal. Y más aún, era un hombre fuerte que podía defenderse a sí mismo. Karot-chan estaba indefenso y era inocente, y era todo mío. Yo lo llevé debajo de mi corazón durante diez meses y... era una parte de mí. Esa es la verdadera razón por la que sus mujeres no llevan a sus hijos a término. Si lo hicieran, se levantarían y destriparían a cualquier hombre que quisiera quitarles a sus bebés. —Ella se quedó en silencio y se estremeció ligeramente—. Kamisama... nunca he dicho nada sobre él en voz alta, no de esta forma... siento como si hubiera vomitado todo el veneno que tenía en el pecho. Por mucho tiempo, en todo lo que podía pensar era en el día en que mataría al asesino de mi hijo. Creo que eso me… me estaba envenenando también.

Vegeta trató de ser muy cuidadoso al hablar para no coaccionarla a una mentira agradable y así oír la fría verdad.

—¿Me odias tanto como a Nappa?, ¿sueñas con matarme todavía? —Él observó que su mirada se volvió cautelosa de repente—. Dime la verdad, mujer. Maté a Raditz en combate cuerpo a cuerpo, mi mano no tomó la vida del niño, pero habría ordenado que se haga exactamente lo mismo, aunque no ante tus ojos.

—Habría ordenado la muerte de Nappa si hubiera podido —contestó Bulma—, pero no lo hice y hubiera ordenado la muerte de Karot-chan, pero no lo hizo. Lo que hubiera podido ser y los hechos consumados no son la misma cosa.

—No —dijo Vegeta sin rodeos—. Y aun así, la culpa se encuentra todavía a mis pies, mujer.

—Sí, lo sé —declaró ella de manera rotunda—. Pero no lo mataría, Oujisama, jamás.

Él sintió que una diminuta sonrisa indulgente empezaba a tirar de una esquina de su boca.

—Es un alivio.

Sus ojos centellearon como ágatas azules, brillantes y frías.

—¿No cree que podría matarlo si quisiera? Tengo muchos más recursos a mi disposición aquí de los que tenía la isla en la que me mantuvo esos primeros meses. Las flores de la especie pouza que crecen silvestres en estas colinas se pueden cosechar por sus raíces, ¿sabe qué?, es posible reducirlas a un veneno letal que podría matarlo en medio minuto si pinchara su piel con una cuchilla de diamante mientras duerme. El tejido sintético que cubre las sillas en este dormitorio se consumiría a casi cuarenta por ciento de cianuro si les prendiera fuego. Ambas son terribles formas de morir para un guerrero, ¿no le parece, Oujisama?

Su cuerpo se quedó quieto como una piedra mientras ella hablaba. La gentil mano que había estado acariciando la suave caída de su cabello se detuvo en su delicado e indefenso cuello. Él tomó una larga y lenta respiración antes de hablar para tratar de calmarse. La voz del fantasma de Nappa flotaba en su cabeza regañándolo como cuando era un pequeño niño por alguna rabieta infantil. Si rompe sus juguetes, no podrá jugar con ellos después, mi príncipe.

—Le has estado dando algunas vueltas al asunto. —Al fin logró decir en un tono frío.

—Sí. —Bulma estuvo de acuerdo—. Bastantes. Y decidí no hacerlo. Al principio, solo por la misma razón por la que nunca robé una nave y hui. Scopa me explicó antes de mudarnos a la capital que cuando un esclavo se escapa, todos los demás en la casa son ejecutados. Si lo asesinara, su padre probablemente mataría a cada esclavo en Vegetasei.

—Eso haría. —Vegeta convino.

—También decidí que si me fuera a vengar de usted, no "lo mataría".

—Ah, sí. —Él esbozó una sonrisa burlona—. ¿Un destino peor que la muerte para mí? Al igual que el tonto de Bardock. Entonces ¿cómo planeas torturarme, mujer? —Algo empezó a removerse en su interior que desplazó la ira a una excitación casi insoportable, una cosa que sentía era un pariente cercano de los insultos mordaces y mutuas posturas depredadoras de un cortejo de pelea saiyayín.

—De la misma manera en la que Bardock está siendo torturado. —Ella sonrió llena de malicia—. Con amor. Voy a hacer que me ame, que sienta verdadero amor por mí, Vegeta no Ouji. Con locura, ilimitadamente y para siempre, como las almas hermanadas de los guerreros atraídos por la luna. Y cuando lo haga, cuando esté absolutamente segura de que tengo todo su corazón, voy a utilizar ese amor para destruirlo.

Vegeta se rio en voz alta.

—Tienes una opinión muy elevada de tu lugar en mi vida, mujer.

—¿Eso cree? —Bulma le dio un beso y una mano bajó por su espalda para rozar su cola. Él emitió un ruido sordo en su pecho y sus brazos la agarraron—. Ya está a mitad de camino.

Fue como agua helada arrojada en su espalda desnuda durante un sueño profundo. Una escalofriante y profunda onda desconocida de miedo atávico se disparó a través de su cuerpo, y sobre sus talones, la ira.

—¡Tú... perra insolente! —gruñó mientras apretaba los brazos de forma reactiva y escuchó un débil grito y un chasquido sordo solo vagamente a través de su furia. Él se echó hacia atrás, retrocedió la mano para dar un golpe que habría, lo más probable, roto su cuello si hubiera caído y se congeló. Miró dentro de esos ojos que eran del color del mar al amanecer, llenos de dolor, pero extrañamente en calma. La subyugó innumerables veces durante los primeros meses que había sido suya, mas nunca la golpeó. Ni una sola vez. Y ahora... ahora no podía. Su brazo y la mano unida a este no quisieron obedecer. Lo dejó caer inerte a un lado y su aliento se atrapó una vez más en su pecho. Mientras la cambiaba de posición con cuidado, sondeó su caja torácica dándole un ligero toque. La había abrazado tan fuerte que le rompió una costilla.

—¿Está el viejo tanque de cirugía de Scopa todavía aquí? —consultó Vegeta en voz baja.

Ella asintió.

—No necesito un tanque para esto. Hay un soldador de huesos en mi armario junto a la cama, puedo repararlo yo misma, va a quedar fusionado como nuevo para cuando vaya al centro médico. —Lo miró preocupada—. ¿Todavía puedo ir al centro médico?

Él gruñó.

—Te di mi palabra, ¿no?

—Bien. —Bulma sonrió para sí misma, tomó el instrumental de soldar huesos que él sacó del armario y examinó el área sensible al tacto con dedos experimentados—. No es tan malo, solo es una pequeña fractura.

—¿Cómo lo sabes, mujer? —preguntó Vegeta irritado, mirándola mientras ella se arrodillaba en la cama y desplazaba el dispositivo sobre el hueso para reparar el… el daño que le había hecho. Casi siseó en voz alta, furioso consigo mismo por el desconcertante estremecimiento que lo desgarraba cada vez que ella se doblaba de dolor. Bulma parpadeó ante él por la sorpresa.

—Usted... ha roto mis costillas más veces de las que puedo contar solo por sostenerme demasiado fuerte y un par de veces mientras usted dormía. Esta es la primera vez que lo ha notado. —Vegeta tragó saliva contra la helada frialdad en su voz y gruñó de nuevo por la ira apenas controlada mientras su estómago se retorcía en una lenta voltereta. ¡¿Qué mierda estaba mal con él?! ¡Ella era una esclava de placer! ¡Una puta! ¡Para ser utilizada a su antojo y tirada cuando lo cansara! Para… para ser…

Pero Bulma hizo un gesto de dolor de nuevo cuando sondeó la piel sobre el hueso recién curado que seguiría estando aún sensible, aún doloroso por varias horas después del proceso de fusión y una vivida puñalada de memoria sensorial se extendió por él. La sensación de desgarradora agonía cuando Jeiyce había roto sus propias costillas hasta astillas y le clavó los fragmentos en los pulmones como metralla con un segundo golpe, todo el tiempo sosteniendo a Vegeta indefenso, inmovilizado por la mayor fuerza del príncipe rojo. Ella levantó los ojos otra vez para encontrarse con los suyos y pareció sorprendida por lo que vio allí. ¿Cuántas veces, él se estaba preguntando, incluso después de que comenzó a sometérsele, había roto sus huesos sin darse cuenta y continuó durante toda la noche ajeno a sus heridas?

—No es tan grave como sus fracturas —dijo Bulma, al parecer leía su mente.

—¿Alguna vez te he…? —Vegeta detuvo las palabras antes de pronunciarlas y apretó los dientes siseando de furia. Consigo mismo por haber hablado, con ella por ser tan malditamente frágil de cuerpo, por torturarlo ante la idea de haber dañado a una criatura tan humilde e insignificante.

—Nunca al grado en que Jeiyce lo lastimó —Bulma respondió a la pregunta que habló solo a la mitad, otra vez vio sus pensamientos sin esfuerzo.

Ya está a mitad de camino, había dicho.

¡No!

¡No y no y no! Las advertencias de su padre eran los delirios de un hombre cuya sangre se enfrió para las mujeres desde la muerte de la madre de Vegeta. ¡Él era el amo aquí! Mostró los dientes y tiró de su cuerpo brutalmente contra el suyo, haciéndola aullar de dolor. Apretó las mandíbulas contra el nudo en su estómago y gruñó de manera asesina en su rostro.

—¡¿Crees qué me importas un bledo?! Vives y continúas viviendo para mi placer. ¡No eres nada fuera de eso! ¡Eres mi puta hasta que estime conveniente ponerte fin y nada más! ¡Nada más!

—¿A quién de nosotros está tratando de convencer? —preguntó Bulma y sus ojos azules ardieron burlonamente en los suyos mientras él la aventaba hacia abajo y le abría con rudeza las piernas.

—Mujer —dijo colocando su boca contra la de ella—, me importas un bledo.

Los labios de Bulma se curvaron en una sonrisa tan maligna que habría hecho suspirar al príncipe del infierno con adoración.

—Sí, claro. —Ella enganchó las piernas alrededor de sus caderas y tiró de él profundamente en su interior, y Vegeta se ahogó en un contestador grito de dolor que hizo eco del de su mujer. Su cuerpo, independiente de su voluntad, se condujo dentro de su dulce calidez una y otra vez mientras su alma parecía retorcerse sobre un lecho de brasas cada vez que la oía gemir, cada vez que su hermoso rostro se ceñía de dolor cuando maltrataba el hueso recién curado en su caja torácica con cada embestida. Él se vino en menos de un minuto como un muchacho virgen sin educación y ella lanzó un alarido mientras terminaban juntos en una enfermiza mezcla de placer y agonía.

—Ganaré tu juego, mujer. —Se las arregló para decir con voz áspera en su oído después de un momento, todavía jadeando como un nadador que se ahoga—. ¡Voy a hacer que me adores, que me adules, que me des cada pedazo de ti misma que te hayas guardado, hasta que me pertenezcas! ¡Toda tú, en cuerpo y alma! Voy a hacer que me… —Pero la palabra se atascó en su garganta.

Bulma rozó sus labios y sus delicados dedos le acariciaron la frente sudorosa.

—¿Lo ame? —Su suave risa era dulce y cruel—. No sabe cómo, ni siquiera puede hacerse decir la palabra. No sabe cómo luchar una batalla que no implique la fuerza bruta y el poder de pelea. Sí, va a perder esta pequeña guerra, mi hermoso príncipe. Y cuando lo haga, usted será el que este esclavizado.

La salvaje emoción anticipada del desafío, una nueva y deliciosa especie de batalla, empezó a llenarlo de nuevo y él le devolvió el beso lenta y profundamente.

—Veremos —dijo retirándose de ella de una manera suave, luego la puso de pie con cuidado como si estuviera hecha de delicados hilos de telaraña. Él empezó a tirar de su ropa, la ayudó a hacer lo mismo y observó las marcas rojas en su piel sin defectos ya jaspeándose a moretones de ira. No habría ninguna victoria en el futuro si continuaba… continuaba lastimándola así.

—Te doy mi palabra, mujer —declaró en voz baja—. No recibirás ni siquiera una contusión de mis manos de aquí en adelante.

Se fue antes de que Bulma pudiera responder. Ya era hora de entrenar.

Entrenó en el día y por la noche aporreando su carne y rompiendo sus huesos en las altas bóvedas de gravedad que los técnicos madrani comenzaron a crear y reedificar en un estado constante de construcción frenética, de modo que tuviera inmediatamente una nueva cúpula para demoler cada vez que destrozara la última. Ellos sabían que sus vidas dependían de eso. Lo único que le faltaba y que lo hacía arder en una obstinada rabia de frustración era un compañero de entrenamiento que igualara su propia fuerza. Revisó en la base de datos del contador de poder de pelea de cada guerrero en el imperio, en busca de alguien, cualquier persona que siquiera estuviera cerca, pero no lo halló. Empezó a inspeccionar los registros de cautivos de Mousrom detenidos en ciudad Kharda. Había algunos maiyoshyíns con potencial sin explotar que debían ser luchadores muy, muy fuertes; sin embargo, la gente del príncipe rojo no eran guerreros por naturaleza. Jeiyce era al parecer una anomalía entre los hijos de su raza. Él podría haber elegido a esos hombres entrenados en la lucha, poniéndolos en forma para convertirse en increíblemente poderosos contrincantes... en el espacio de un año o dos, tal vez, pero no tenía mucho tiempo. Empezó a examinar incluso los registros de esclavos cada noche antes de dormir. Por fin, se encontró con algo, una posibilidad de todos modos. Una especie de mercenario tomado en una redada hace décadas durante las guerras de conquistas de su padre. Era fácil ver por qué el grande y torpe tonto se había librado de la muerte que recibieron la totalidad de los cautivos de mayor potencia en aquellos días.

El hombre estuvo cerca de ser descalificado como vida inteligente en el departamento de cerebros. Había pasado una gran parte de las últimas dos décadas como portero en un muelle, pero en su juventud fue un mercenario al servicio de Tsirusei. El enorme idiota no levantaba una mano con violencia desde hace veinte años, le dijo a Vegeta con tristeza; aun así, incluso un hombre tan torpe como ese no tardaría en recordar el entrenamiento de sus días de soldado si era debidamente motivado. Rikkuum, él pronto se dio cuenta, estaba más que deseoso de convertirse en el compañero de entrenamiento del Saiyayín no Ouji y carecía de la inteligencia natural que lo hiciera temer haber sido seleccionado para una tarea a la que ningún guerrero saiyayín había sobrevivido más de unas pocas semanas. Para su deleite, descubrió el porqué. El hombre era monstruosamente poderoso y más rápido de lo que cualquier ser tan enorme y pesado debería ser.

En su primera pelea, el gran bastardo eludió el ataque frontal de Vegeta y casi noqueó a su amo de un solo puñetazo. Él se tambaleó hacia atrás, rugió de ira y disparó una explosión al hombre que debería haberlo dejado como una humeante pila de cenizas. Rikkuum lo bloqueó con facilidad, se lanzó de nuevo y atrapó al príncipe con un gancho directo al mentón... que hizo caer al Saiyayín no Ouji en su real trasero. Él estaba parado viendo a Vegeta ponerse de pie adolorido y parpadeó de forma amistosa ante la expresión asesina en el rostro del saiyayín.

—¿Esto es lo usted requiere, Oujisama?

Vegeta miró al hombre gigante, a esa montaña de fuerza de combate que permaneció inactiva, sin aprovechar y desconocida durante veinte años. Él había, por algún benévolo milagro, tropezado con exactamente lo que necesitaba. Alguien que lo moliera a golpes todos los días desde la mañana hasta la noche para aumentar su fuerza, velocidad y resistencia con cada nueva pelea. Se fue a la cama esa noche, adolorido e inestable después de una media hora en un tanque de regeneración y más satisfecho de lo que había estado desde la batalla en Shikaji.

Y cada noche, regresaba a su casa con el fin de sitiar a su mujer en una nueva ronda de la guerra feliz que comenzaron. Le dio su total autonomía para ir y venir según ella quisiera, y ordenara todas las cosas en su casa como si fuera la dueña. Ahora se daba cuenta de que los regalos de ropa y lujosas exquisiteces habían sido echadas de lado con apenas una palabra superficial de agradecimiento, que la libertad o su simulación más cercana, era lo que en verdad anhelaba. Ella despejó una habitación libre en la villa y trasladó una pequeña montaña de textos médicos, máquinas y equipos de ingeniería a esta en el espacio de una tarde, y él pronto se acostumbró a buscarla en ese "taller" cada vez que volvía.

Su mujer, a su vez, lo cubrió de afecto y trabajó su exhausto cuerpo adolorido hasta sus límites cada noche, haciéndole cosas que hacían que le sea difícil concentrarse al día siguiente, si pensaba en ello demasiado; eso lo obligó a autodisciplinarse severamente, a no apurarse con su entrenamiento para poder volver a su villa cuanto antes.

Pero cada noche en la mesa, después de que su burlona cortesía y la falsa dulce sumisión de ella habían menguado, veía algo de la mujer que intentaba sacar a la luz. Poco a poco llegó a darse cuenta de que era capaz de debatir con él hasta arrinconarlo sobre cualquier tema que le interesara nombrar, en cosas tan diversas como la mecánica de la hipervelocidad e historia saiyayín preinterestelar. Cuanto más le permitía ver que podía decir lo que pensaba sin censura, aunque tuvo que morderse la lengua una docena de veces por la noche para no callarla, más ella le mostraba su verdadero yo y más embelesado quedaba con cada destello volátil de ingenio, carácter e intelecto. Su propia estrategia —de solo darle mayor libertad hasta que su agradecimiento por todo lo que le había dado calentara su corazón y lo fundiera en sus manos— parecía estar funcionando, aunque a paso lento. Había asumido al inicio que la estrategia de su mujer era acostarse con él lo mejor y más creativamente que su agenda le permitiera, pero empezó a preguntarse si el simple acto de mostrarle quien era en realidad no podría ser alguna clase de sutil asalto al corazón también.

—¿Cuántos otros como Rikkuum cree que hay, Ottoussama? —le preguntó Vegeta a su padre después de que el rey lo convocara una mañana. La noticia de su uso constante de los tanques casi todos los días ahora y de cómo Rikkuum continuaba alegremente moliéndolo a carne ablandada cada vez que se enfrentaban, había llegado a sus oídos—. Hombres así de fuertes que lograron escapar de nuestras purgas de todas las razas más poderosas, hombres con inteligencia y capacidad de combate.

—Es una galaxia grande, muchacho —respondió su padre reflexionando—, más de lo que imaginamos. Estas pensando que si pudiste encontrar a este Rikkuum tan fácilmente, ¿qué clase de capacidad de combate se las está arreglado el príncipe rojo para acumular en sus seguidores?

—Si él tuviera cien hombres así, sería imparable —dijo Vegeta muy serio—. Podría montar un asedio exitoso del mismo Vegetasei.

—Estás empezando a pensar como un rey —rio su padre—. Ahora sabes por qué rara vez duermo más de una hora cada noche. Debo contemplar esta y cualquier otra situación potencial que pudiera poner a este planeta y a nuestro pueblo en peligro, y tratar de formar un plan para evitar que se presente. —El rey sonrió con gravedad—. Has estado tan atrapado en tu entrenamiento que no te has dado cuenta de las esferas de luna orbitales que Bardock y su escuadrón de armas han estado lanzando en los últimos días. Hay aún más en tierra para ser enviadas en caso de ataque. Vamos a dejar que los Demonios Rojos prueben suerte contra todo un planeta lleno de ózarus enfurecidos si quieren. —Ottoussama lo despidió de buen humor y se fue a Taldai, el sistema solar vecino más cercano a Vegetasei, con el propósito de pasar el día incitando a la fuerza de fundición de naves allí para completar la nueva flota antes de lo previsto.

Al mediodía, estaba de pie sobre el sangrante cuerpo inconsciente de Rikkuum, sin aliento y sangrando él mismo, pero muy satisfecho. Esta era la primera vez que había acabado con el hombre grande antes de esa hora. Les ordenó a los médicos que rondaban la cúpula de entrenamiento que vieran al hombre y a los cocineros de palacio que llevaran su almuerzo afuera. Puso un pie hacia la brillante luz del día, levantó la cabeza y entrecerró los ojos en dirección a un gigantesco portatropas que parecía estar inclinándose espantosamente a babor mientras aterrizaba en la plataforma de lanzamiento ubicada arriba del centro médico con un resonante ruido metálico. Un instante después, una señal de alarma estridente comenzó a sonar a lo largo de la capital, pero Vegeta ya estaba en movimiento. Aterrizó en el centro médico en medio de un enjambre de hombres y mujeres que corrían como insectos. Divisó un rostro familiar parado debajo del vientre de la nave. Bardock. El hombre estaba sacando despacio su hombro del fuselaje y le gritaba a los guerreros a su alrededor para que entren.

—¡¿Qué demonios es esto?! —gritó Vegeta.

—Estábamos trabajando en el despliegue de un artefacto lunar por órdenes de su padre, Oujisama —dijo Bardock, respirando con dificultad—, cuando de pronto un portatropas comenzó a caer del espacio como una roca. No pudimos contactar con el puente de mando desde nuestros rastreadores, así que lo atrapamos y lo aterrizamos aquí. Parece que fue alcanzado por artillería pesada, hay marcas de impactos por todos lados…

—¡Oujisama! —Un hombre alto y delgado, uno de los guerreros de Bardock, salió corriendo de la nave—. ¡El portatropas es de Arbatsu! Los pilotos dicen que las guarniciones del lugar fueron atacadas por los maiyoshyíns esta mañana. Ellos dispararon algún tipo de explosión de perturbación magnética que destruyó todo su equipo de comunicaciones. ¡Los hombres dicen que este es el primero de diez portatropas! ¡Todos con saiyayíns heridos! —Mientras hablaba, una avalancha de camilleros comenzaron a descargar de la nave a los primeros soldados heridos, o lo que quedaba de ellos.

—¡Quítenles las armaduras a estos hombres ahora! —El madrani Scopa estaba gritando como un comandante de pelotón en el campo de batalla, ladrando órdenes a su propio personal y a los saiyayíns que ahora llegaban de todas partes de la capital en respuesta a la alarma. El biomonitor en la mano del médico chillaba igual que un pájaro moribundo—. ¡Las armaduras están radiactivas! ¡Bulma! —Su mujer se hallaba al lado del madrani cargando una bolsa médica que era casi tan grande como ella—. Establece una sala de triaje para inoculaciones contra la radioactividad aquí mismo, tanto para los heridos como para los hombres que entren en el interior de la nave… —Sus ojos se iluminaron ante Vegeta y se precipitó hacia él, su mirada lucía frenética—. ¡Oujisama! Debo pedirle humildemente su…

—Estos son mis guerreros, doctor —espetó Vegeta—, ¿qué necesitan?

—¡Sus armaduras están radiactivas, Oujisama! ¡Deben ser desechadas de forma rápida del planeta, el portatropas también lo está; por el aspecto de los heridos, los maiyoshyíns deben haber utilizado plasma atómico! —Vegeta maldijo viciosamente. ¡Los cobardes sin honor! El médico tenía razón, los misiles de plasma habrían atravesado el escudo ki de un saiyayín como un cuchillo atravesando un pan y derritieron la carne de los hombres dentro de su propia armadura—. ¡Todos los demás portatropas que lleguen en las próximas horas estarán radiactivos también! ¡Puedo curar el envenenamiento por radiación con una inoculación, mi príncipe, pero si dejamos aterrizar esas naves averiadas, o peor aún, si se destruyen mientras intentan aterrizar, son capaces de irradiar a toda la capital! ¡Oujisama, no puedo dar órdenes a los guerreros saiyayíns, pero usted sí!

—Vaciaremos ese portatropas y luego lo lanzaremos hacia el sol —dijo Vegeta rápidamente—. Haré que los guerreros sostengan las siguientes naves y las mantengan dentro de la atmósfera para que otro grupo baje a los heridos y te los entreguen, luego las lanzaremos hacia el sol también. ¡Capitán!

—¿Mi príncipe? —grito Bardock al momento. Vegeta no pasó por alto que el hombre suavizó la copiosa aversión de su rostro. El padre de Raditz era un bastardo insolente, pensó en tono lúgubre, pero también era un bastardo muy brillante y capaz—. Toma el mando de los hombres, vacíen este portatropas y todos los demás que arriben, yo dirigiré a las élites más fuertes, capturaremos las naves que lleguen y las mantendremos en su lugar mientras ustedes sacan a los heridos.

—¡Bardock! —Bulma cogió el brazo del guerrero—, ¿no estaba Romayna estacionada en Arbatsu? —Bardock asintió, sus ojos se suavizaron mientras caían sobre el rostro pálido y preocupado de la joven.

—No te preocupes por ella, niña —respondió con una tensa sonrisa—. Es fuerte e inteligente, debe haber sobrevivido. —Él se giró y empezó a gritar órdenes a su propio escuadrón y a docenas de otros.

Vegeta no se detuvo a reflexionar sobre ese extraño cambio o la forma cariñosa del capitán de escuadrón hacia la joven que lo odiaba profundamente. No había tiempo. Y empezó a gritar órdenes a las élites que comenzaban a agruparse en torno a él, ansiosas por ayudar.

Todo ese largo día loco fue un borrón en su mente para siempre. Reunió y organizó tanto a soldados y a esclavos que se volcaron a los cuarteles médicos mientras avanzaba el día y que convergieron desde los alrededores para ayudar a trasladar a los heridos a la superficie. Una vez que cada transporte estuvo vacío, equipos de los guerreros más fuertes volaron por debajo de la nave, sus rostros se tensionaron por el esfuerzo de sostener el gran peso constante, a veces durante varias horas, reuniendo lo último de su fuerza combinada para empujar los portatropas de la atmósfera hacia la atracción gravitatoria del sol. Y en el instante en que se deshacían de una nave, llegaba otra. Los rostros de los soldados saiyayíns, algunos retorciéndose de agonía o quemados más allá del reconocimiento, todos escupiendo gotas de sangre de los labios con ampollas mientras el veneno de plasma radioactivo los comían vivos desde el interior, todas esas imágenes empezaron a arder dentro de la mente de Vegeta. Él sabía que se quedarían allí grabadas hasta el fin de sus días. Pensó que había sentido rabia cuando Jeiyce de Maiyosh lo golpeó, sin embargo, ahora se dio cuenta de que nunca conoció la verdadera furia hasta el día de hoy. Podría haber matado a cualquiera de estos hombres en el torneo sin pensarlo dos veces, no valoraba a ni uno de ellos en lo personal, pero eran suyos, sus soldados, su pueblo, todos hijos de Vegetasei. Medio millón de soldados abatidos en un solo ataque de bombardeo. El enemigo había utilizado la variedad de arma más cruel y mucho más cobarde de lejos que conocía la vida inteligente: plasma atómico. Cruel porque mataba a la mayor parte de sus víctimas lentamente, cobarde porque los soldados en la superficie no tuvieron ninguna posibilidad de defenderse. Los misiles alcanzaron las bases de guarnición sin previo aviso en la oscuridad de la noche.

A medida que cada nave era lanzada hacia el sol, los hombres junto a él se desmoronaban, dejándose caer por el agotamiento del esfuerzo y la exposición a la radiación. Los semblantes enrojecidos e insalubres de las élites le dijeron a Vegeta que haber sobrecargado sus poderes de combate no causaba el colapso tanto como el hecho de que se estaban envenenando. Él transmitió la orden mediante Bardock y sus miembros de escuadrón, de que cada hombre que estuviera soportando los portatropas debería bajar al centro médico para una inoculación contra la radiación en el instante en que comenzaran a sentirse débiles. El propio Vegeta no sentía nada. Se aferró a su rabia a través de ese largo día, incapaz de liberarla, no podía permitirse detenerse y descansar hasta que todos sus guerreros, todos "sus" guerreros, estuvieran en la superficie. No sabía si era la adrenalina o su propio escudo ki, extraído de una capacidad de combate varias veces superior al de cualquiera de los hombres a su alrededor, lo que mantenía la enfermedad a raya para él. Pero a medida que el último portatropas giraba en una tumultuosa silueta directo al sol, una débil ola de enferma náusea se levantó y lo arrastró hacia la oscuridad.

—Muchacho tonto —dijo una voz familiar ásperamente. Él abrió los ojos para ver a su padre de pie junto a su cama con los brazos cruzados—. ¡Solo eres un hombre! No eres un Dios ni eres el legendario renacido para nosotros otra vez... todavía. ¿Creíste que tu sangre real era suficiente escudo contra la radiación de plasma? —El rey sacudió la cabeza furioso—. Ven a mí cuando estés en condiciones de volar, debemos hablar de que hacer a continuación.

Vegeta asintió en silencio y su padre pareció desvanecerse en un banco de niebla. El sonido de la voz de su mujer, llorando en voz baja, lo trajo de vuelta a la plena conciencia. Ella estaba a pocos metros de distancia en la atestada sala de recuperación, inclinada sobre el cuerpo horriblemente quemado y todavía vivo de una mujer saiyayín, sus delgados hombros se sacudían de dolor.

—No deshonres su muerte con lágrimas, hija —le indicó Bardock de manera muy delicada. Su voz sonaba rota, como si el hombre se estuviera ahogando en fragmentos de vidrio.

—Deja que llore —susurró la moribunda—. Ella no es ni saiyayín ni un guerrero... aunque solo por la falta de poder de pelea. Yo... sabía que ibas a sobrevivir cuando Raditz y el niño fueron asesinados.

Una tos áspera de risa.

—Dime, Bulma... ¿Se ha doblado el Saiyayín no Ouji a tu voluntad tan por completo como lo hizo mi primogénito?

—Romayna-san... —La voz de la mujer más joven era un suave sollozo.

—Creo que... él aprenderá que fue una locura hacer un enemigo de ti antes de que los hechos queden consumados... Todos mis bienes y enseres te los lego, niña. Y lo que descansa a salvo en la sala de incubación debajo de nosotros, así... aliviaras tu dolor.

—Romayna —dijo Bardock—, la niña no es dueña de sí misma. Todo lo que le heredes se lo darás al hombre que mató a Raditz.

—Bardock-kun... —Una larga respiración dificultosa en los pulmones medio derretidos de la mujer—. Nada está perdonado, amado, no todavía, aún no te lo has ganado, sabrás cuando lo hayas hecho... pero no te veré hacerlo, ya que moriré... Vete. —Bardock lanzó un bajo gruñido ahogado que era más de la mitad de un sollozo, aunque su rostro permaneció impasible. Se volvió sin decir nada y dejó a las dos mujeres. La compañera de Bardock comenzó a hablar en voz baja a la mujer de Chikyuu, en voz demasiado baja para que Vegeta pudiera escuchar las palabras. Él se durmió otra vez.

Sus ojos se abrieron de golpe y se sentó en la sala de recuperación en silencio, fácilmente se puso de pie. Era por la mañana, aunque de que día, no estaba seguro. Podía sentir su cuerpo cada vez más fuerte minuto a minuto, diciéndole con mayor precisión que cualquier doctor, que había descansado lo suficiente. Divisó al médico madrani Scopa mientras se abría camino fuera del complejo y sonrió con suficiencia. El hombre permanecía acostado de cara en una camilla desocupada roncando suavemente. Dejaré que el tipo duerma, pensó Vegeta, el débil se lo había ganado. Encontró a su padre enclaustrado con la totalidad del consejo privado amontonados alrededor de la aureola de un mapa estelar.

—¿Estás preparado para la batalla? —le preguntó sin preámbulos cuando él entró en la cámara.

—Estoy más que preparado, Ottoussama. —Vegeta gruñó despacio.

El rey hizo un conciso gesto afirmativo.

—Todo el planeta es un hervidero de palabras por tus actos de ayer. Los médicos lograron salvar a más de un tercio de los heridos. Hubieran sido más, pero tú les ordenaste que dejaran a quienes hubieran vivido como lisiados morir con honor. Una orden misericordiosa, muchacho. —La nota de orgullo en esas bruscas palabras envió un leve temblor de calor a través del cuerpo aún inestable de Vegeta—. Inteligencia ahora nos ha dado una lista de objetivos conocidos por albergar a rebeldes y a civiles maiyoshyíns o haber tenido tratos con ellos en el pasado. En esta coyuntura, todo es uno. Aniquilaremos a su raza, a toda su especie, donde quiera que los encontremos. A esa lista, he añadido varias docenas más de planetas, todos centros de perfil alto y puertos espaciales de viajes interestelares. Tomarás diez mil guerreros en diez portatropas y librarás una campaña de exterminio contra esos planetas. Cuando sea posible, toma a algún maiyoshyín que encuentres con vida y regrésalo a Vegetasei para someterlo a interrogatorio.

—Es una campaña de terror —dijo Vegeta al examinar los objetivos marcados en rojo para su destrucción en el mapa estelar. Todos ellos estaban distribuidos uniformemente en cada cuadrante del espacio imperial saiyayín, de modo que todo el imperio pudiera sentir el aguijón de la reprimenda—. Si me lo permite, Ottoussama, esperaré tres días entre cada purga comenzando por el tercer o cuarto planeta en esta lista y enviaré un mensaje de comunicaciones en ondas a la superficie notificando a los líderes y a la población en general que si dan información sobre el príncipe rojo o la ubicación de cualquier colonia oculta de los maiyoshyíns, serán perdonados.

Articha asintió con la cabeza al rey.

—Es una sólida estrategia, Majestad, y si él golpea a la misma hora cada tres días, pondrá a todo el imperio en estado de pánico, cada planeta se preguntará si será el siguiente.

—Un buen plan —declaró su padre—. Llevarás contigo a Articha como tu mariscal de campo, muchacho, sales mañana.

—Pero antes de partir, Oujisama. —Los ojos de cerdo de Mousrom no albergaban ningún indicio de insolencia, pero Vegeta podía sentir que enojado despecho emanaba del hombre gordo en oleadas—. Usted debería ver el quid de la nueva "arma" del enemigo, esto le permitió a los Demonios Rojos lanzar armas nucleares de plasma a través de nuestras redes de sensores sin ser detectados, es un ejemplo bastante inofensivo de la tecnología. —El inquisidor puso una capsula del tamaño de un pulgar sobre la mesa del consejo y presionó un diminuto seguro en su lado. La capsula hizo "pum" en una explosión de humo con aroma metálico y una bolsa de cirugía menor apareció de la nada en mitad de la mesa—. Es un tipo de ciencia de miniaturización que nunca hemos visto, Oujisama. Mi personal de armamentos no ha sido capaz de replicarlo, pero ellos dicen que no hay límite en el tamaño o la variedad de su ámbito de aplicación. Los maiyoshyíns utilizaron esta tecnología para miniaturizar sus torpedos de plasma que deben haber sido programados para "expandirse" justo antes de que golpearan la superficie de Arbatsu. También creo que es como los planetas poblados de maiyoshyíns fueron capaces de evacuar en el espacio de un día. Las posibilidades son infinitas. Naves, alimentos, suministros médicos, viviendas... armas y... —Los ojos del hombre brillaron con desagradable anticipación—. He descubierto algo en la última hora que puede alterar las políticas benevolentes de Su Majestad hacia la población esclava de Vegetasei. Esta mañana, uno de nuestros cautivos maiyoshyíns me llevó a un esclavo técnico que trabajaba en el palacio mismo. En los cuartos de esclavos encontramos esto. —Mousrom puso otra cápsula idéntica a la primera sobre la mesa e hizo una pausa para el efecto dramático—. Debemos enfrentarnos a la posibilidad muy real de una red de esclavos en sociedad con el príncipe rojo aquí en Vegetasei. El potencial de terrorismo en nuestro propio suelo es algo que no podemos ignorar, Ousama.

—¿Qué remedio sugieres? —preguntó Ottoussama tranquilamente en el repentino frío silencio.

—Un barrido de limpieza, Majestad —respondió Mousrom—. Ejecutar o rotar a otro planeta a todos los esclavos de labores generales. Y le pediría permiso para formular segmentos de preguntas seleccionadas a los esclavos más inteligentes y altamente cualificados, y a los residentes alienígenas aquí en la capital; en especial a aquellos cuyas actividades los obliguen a viajar fuera del planeta o que tengan acceso a quienes los hacen.

—Ayer, yo habría estado de acuerdo contigo —dijo Vegeta mirando al hombre con abierto disgusto—. Y no habría visto ningún mal en dejarte destripar a cada esclavo y liberto en el planeta hasta que sacies tu aparentemente insaciable placer por la tortura. —Una risa casi inaudible escapó de Turna—. ¿Cuán experto eres en medicina, Mousrom-san? —Vegeta arrastró las palabras—. Sin los esclavos y libertos en el área médica, nuestras pérdidas habrían sido del noventa por ciento ayer, no un "mero" dos tercios. Cuando nuestros soldados mueran por decenas de miles después de que hayas diezmado a nuestra población esclava de su personal médico, enviaré a sus compañeras y herederos a tu puerta para pedir un precio de sangre.

Su padre interrumpió cualquier respuesta que el hirviente y enrojecido inquisidor podría haber dado.

—Busca a esta "Red Roja" de forma convencional, Mousrom. No habrá ninguna purga al por mayor ni tortura de esclavos natales de Vegetasei hasta que me demuestres que todos ellos están en sociedad con el enemigo. El muchacho tiene razón, nos debilitaremos enormemente si pasamos a nuestra fuerza de trabajo por la espada.

—O nos arruinaremos —murmuró Articha—. Los esclavos del centro médico y de la capital en general mostraron una gran lealtad a sus amos ayer. Tus tácticas podrían conducirlos a los brazos del príncipe rojo.

—Yo… yo ruego su perdón, Ousama —dijo Mousrom solícito. Él redujo sus ojos de nuevo hacia Vegeta, lleno de velada malicia—, y el suyo, Oujisama. Soy culpable de presunción en mi deseo ferviente de servirle. Voy a seguir como usted me pidió proceder antes. Solo detendré e interrogaré a los esclavos de quienes tenga algún motivo para sospechar, tanto los esclavos en la población en general... y los del centro médico, por quienes tiene tan gran afecto, Oujisama. —Hubo varios niveles de punzantes amenazas e insinuaciones en esas palabras. Vegeta consideró al inquisidor fríamente y dejó a un lado toda pretensión de civilidad.

—Ten cuidado, hombre obeso —amenazó él en voz baja—. Si traspasas tu puesto, puedes caer.

—Suficiente —exclamó su padre irritado—. Intenta no provocar a que el muchacho te mate, Mousrom. No puedo permitirme perder tus servicios en vísperas de una guerra total. —Vegeta tomó el punto también y se quedó atrás después de que los demás se habían ido, con los brazos cruzados sobre el pecho y mirando ceñudo a sus pies conteniendo la rabia. El inquisidor sabía muy bien que su mujer ahora era aprendiz de Scopa en el centro médico. Mousrom le había dado a su padre la información, de hecho. ¿El ministro de Inteligencia verdaderamente tendría el atrevimiento suicida para atacarlo a través de su mujer, como una mezquina venganza de Mousrom por insultos pasados y presentes?, ¿inventaría algunas sospechas alrededor de ella y luego... luego la llevaría a su nido de tortura en el norte mientras él estaba en la guerra? Y cuando regresara el daño ya estaría hecho, el frágil e indefenso cuerpo de su mujer estaría despedazado sobre las máquinas de torniquete de Mousrom. Por más tiempo que le tomara matar al deforme inquisidor ya no importaría para entonces. Ninguna cantidad de venganza la traería de vuelta después de que ella hubiera muerto.

—Presta atención a la experiencia de Articha en el campo de batalla, muchacho. —La voz de su padre cortó el preocupado y enojado correr de sus pensamientos. Vegeta consideró el rostro del otro hombre, tan parecido al suyo, aunque más duro y ya no tan joven—. Tu fuerza es grande, pero incluso un gran depredador puede ser sobreabrumado por un ejército de insectos que pican... y esos insectos pronto se levantarán contra nosotros por miles de millones. Es la naturaleza de todo ser viviente, por débil y humilde que sea, desear ser libre.

—Esos miles de millones de los que habla necesitan un punto focal hacia donde mirar y quien los lidere —dijo Vegeta con calma—. Sin eso no son nada más que una estampida de ganado, una turba sin dirección en el mejor caso. Jeiyce es ese símbolo para nuestros enemigos, cuando lo aplaste estarán perdidos.

—Estarán perdidos. —Su padre estuvo de acuerdo, sin embargo, su ceño perpetuo se hundió aún más—. Pero una turba en movimiento es una fuerza de la naturaleza, ellos no dejarán sus luchas cuando hayas matado a Jeiyce de Maiyosh. Esta rebelión será larga y amarga de sofocar. Aunque... es bueno que nuestros guerreros tengan su propio símbolo. Después de ayer, nuestras tropas alegremente te seguirán para sitiar el infierno si se los ordenas. Es bueno que hayas aprendido una lección que perdí las esperanzas que entendieras. —El rostro de su padre se mantuvo duro como el granito, pero sus fríos ojos negros se calentaron de nuevo con orgullo—. Que nuestros guerreros, nuestro pueblo, son tuyos para comandar, para gobernar... y para proteger. Y como su señor, tú eres de ellos también.

Se pasó el día haciendo listas, montajes y organizando sus naves, sus hombres y sus suministros, atrapado en una sensación casi insoportable de entusiasmo infantil. En todo momento, Articha rondó silenciosa y constante tras su hombro, sin expresar aprobación ni desaprobación ante cualquier decisión que tomó hasta que todo estuvo listo.

—Tiene el don para liderar hombres y talento natural para la organización, Oujisama —comentó ella de manera cortante.

Un gran elogio viniendo de Articha. Vegeta empezó a darse cuenta de la razón por la que le gustaba la mujer por lo general taciturna, por qué la habría elegido él mismo si su padre no le hubiera ordenado que lo asesore en esta campaña. Ella era tajante y absolutamente honesta, una cosa rara, incluso entre los consejeros reales y no guardaba silencio cuando sentía que él no había estado a la altura o lo alababa por nada menos que la excelencia.

A última hora de la tarde, voló de regreso a su villa de la ladera. Rastreó el pequeño pero distintivo ki que debería haber permanecido durmiendo dentro y se dio la vuelta soltando una molesta maldición para retornar en llamas directo al centro médico. ¿Qué demonios seguía haciendo la mujer allí hasta esas horas?, ¿chismeaba con su novia Scopa? Irrumpió bruscamente en la enfermería principal que todavía rebosaba de heridos y fue recibido por un Scopa pálido. El hombre de piel color ámbar, tan tranquilo y profesional mientras había orquestado el tratamiento de más de cien mil heridos, parecía estar al borde de las lágrimas.

—¡¿Dónde está mi mujer?! —espetó Vegeta con rabia, pero algo en el rostro del hombre acalló el enojo que sentía y se congeló en un lugar que rayaba en el miedo. Mousrom...

—¿Se la llevaron? ¡¿Los inquisidores?!

El madrani sacudió la cabeza levemente confundido ante la pregunta.

—No, tomé una breve siesta en las primeras horas de esta mañana cuando las cosas empezaron a calmarse... la dejé durmiendo cerca de su cama. Pero... ¡Oh, Dioses, Oujisama!, le ruego... le ruego que ¡piense un poco antes de actuar en este asunto!

—¡¿De qué demonios estás hablando, idiota?!

—Ella está en el sótano, Oujisama —dijo el doctor en voz baja—, en la sala de incubación.

La sala de incubación. El almacén subterráneo con un sin fin de incubadoras alojadas debajo del centro médico, donde se colocaban los embriones saiyayíns para desarrollarlos a la viabilidad... Vegeta sintió que el trozo de hielo en su pecho se volvía todavía más frío.

—Muéstrame —indicó de manera cortante.

Siguió al madrani hacia el ascensor que conducía a lo que era la instalación de almacenamiento más grande de infantes en el imperio, atravesaron los corredores a media luz donde dormían niños en todas las etapas de desarrollo hasta un ala que parecía albergar a los que estaban listos para emerger, listos para ser enviados a los cuarteles infantiles para el acondicionamiento de agresión si su ki era aceptablemente alto, o echados a un destino incierto en unidades de vainas de siembra si eran débiles. Bulma estaba sentada en el suelo junto a una incubadora abierta meciendo a un bebé desnudo en sus brazos, sonriendo y llorando al mismo tiempo. A unos pasos, Bardock permanecía arrodillado todavía con la armadura manchada de sangre que había usado el día anterior, hablándole en tonos suaves y relajantes. Ella no daba la impresión de oírlo o incluso notar la presencia del hombre. Bardock se volvió cuando Vegeta y Scopa se acercaron a la espalda de la mujer lentamente, con movimientos de plomo, como si sus extremidades pesaran.

—¡Uno de ustedes me explicará esto ahora! —siseó Vegeta despacio, sus ojos bajaron al rostro de la mujer y vio su frágil sonrisa mientras ella miraba al niño en sus brazos.

—El niño es mi hijo, Oujisama —explicó Bardock en un tono bajo—. Mi… mi compañera descubrió que estaba encinta hace seis años y puso al embrión en crioalmacenamiento. Cuando nos encontramos de repente sin un heredero hace un año, ella lo descongeló y lo colocó en un incumódulo. —Vegeta entrecerró los ojos torvamente ante la referencia expresada por la muerte de Raditz, pero se mantuvo en silencio mientras el hombre continuaba—. Romayna y yo estábamos separados y ella… ella tenía un especial cariño por la joven de Chikyuu. Le legó el niño a Bulma en su lecho de muerte, Oujisama.

—Mi príncipe... —dijo el doctor temblando—. Yo le imploro como su médico que hile muy fino aquí...

—Él está tratando de decirle —susurró Bardock con dureza—, que si arrebata al mocoso de sus brazos, es probable que su mente se rompa de manera perenne. —Las cejas del hombre se juntaron en un gesto de abierto disgusto—. Y perderá su juguete sexual favorito para siempre.

La mano de Vegeta estaba alrededor de la garganta de Bardock incluso antes de que terminara la frase. Habría roto el cuello del bastardo en un segundo, pero un grito apagado lo hizo volverse. Bulma se hallaba de pie ahora mirándolo con absoluto horror, sujetando al bebé contra su pecho. Luego se giró y corrió a toda velocidad por el corredor completamente oscuro, sollozando aterrada. Él se disparó y la agarró un instante antes de que cayera de bruces por una escalera. Ella comenzó a gritar incoherencias, tratando de mantener al niño alejado de Vegeta mientras él la sacudía con suavidad, intentando hacer que lo escuche.

—¡No voy a hacerle daño, Bulma! —rugió finalmente levantando la voz sobre sus gritos. Ella se quedó inmóvil casi al instante, lo miró abriendo bien los ojos y luego... comenzó a derrumbarse en sus brazos, cayó de rodillas ante él mientras Vegeta la observaba en estado de shock.

—Por favor... por favor, Vegeta... ¡Oh, Dioses, por favor, deja que me quede con él! ¡Haré cualquier cosa... cualquier cosa! ¡Por favor, no me lo quites otra vez!

Los dos tontos que corrían por detrás en la oscuridad habían estado en lo cierto, pensó aturdido. Lo que hiciera y dijera en los próximos minutos muy bien podría significar perderla.

—Mujer... —habló lentamente, con mucho tacto—. Este no es el mismo niño.

—¡No me importa! —gimió ella—, por favor... oh, Kamisama, por favor... —Su voz fue disminuyendo a un lamento apagado. Sonaba como un alma condenada pidiendo clemencia en el umbral del infierno... y sin esperar ninguna. Vegeta se tragó su ira contra la mujer muerta que los había puesto a ambos en esta situación y trató de pensar, trató de razonar una solución que no la dejara loca. ¡Pero él mismo se condenaría al infierno de cobardes antes de que albergara a cualquier cachorro de Bardock en su propia casa! Él no…

Había una solución.

—Mantén al mocoso en este lugar —dijo al fin y vio la esperanza que amanecía en los ojos de Bulma con una sonrisa interna. Esto contribuiría en gran medida a ganar la pequeña guerra que ambos habían estado librando durante las últimas semanas—. No tendré al hijo de Bardock durmiendo bajo mi techo, pero puedes conservarlo en el centro médico. Scopa lo atenderá en la noche, ¿no es así, doctor?

—Con todo mi corazón, Oujisama —susurró el Madrani.

—¿Entiendes que debe ir a los cuarteles de niños a la edad correspondiente? —preguntó Vegeta de un modo severo. Ella asintió renuente—. Está hecho entonces. Salgo de Vegetasei en la mañana para cazar al príncipe rojo y dar a nuestros enemigos una respuesta a su ataque de ayer. Pueden pasar meses antes de que regrese. Tú residirás aquí en el centro médico en mi ausencia, mantén al niño a tu lado noche y día si lo deseas.

—Vegeta... —Bulma suspiró, era incapaz de hablar más.

Él volvió una mirada fulminante a Bardock.

—¿Estás familiarizado con Mousrom de Inteligencia? —El guerrero asintió y el madrani jadeó en voz baja frente a la mención de ese nombre—. Ese sujeto no es mi amigo y puede tratar de vengarse de mí de alguna manera maliciosa mientras estoy lejos del planeta. —Los ojos de Bardock se redujeron ante la mujer en sombría comprensión. A Vegeta no le gustaba este hombre, lo habría matado fuera de control por las palabras que había hablado hace unos momentos si no fuese un soldado fuerte tan inteligente. Y Vegetasei necesitaba a todos sus soldados fuertes ahora, a cada uno de ellos.

Hija, Bardock llamó así a la muchacha mientras lloraba sobre el cuerpo de su compañera moribunda, de la forma en que un hombre se referiría a la novia de su hijo. Por alguna razón, él la consideraba como un hombre consideraría a una mujer de su propia sangre. No la deseaba para sí mismo. De hecho, si el hombre se mantenía fiel a la inclinación de la mayoría de los viudos saiyayíns, el propio padre de Vegeta incluido, probablemente nunca querría a otra mujer de nuevo después de la muerte de su compañera. Bardock no era alguien en quien estuviera dispuesto a confiar su propia seguridad, pero, de alguna manera, Vegeta sabía que él daría su vida por proteger a Bulma. Y a pesar de la falta de una sola gota de sangre noble, era más fuerte que la mayoría de las élites.

—Te nombro protector de mi casa en mi ausencia, Bardock. Cuida de todo lo que es mío, guárdala con tu vida si es necesario hasta que vuelva. No dejes su lado. Y si los inquisidores vienen por ella con alguna demasiado conveniente sospecha fabricada, yo te ordeno matarlos en mi nombre y esconderla en el interior del país hasta que regrese.

—Haré todo eso hasta con lo último de mis fuerzas, Oujisama —gruñó Bardock.

Una hora más tarde, Bulma había anidado al niño en una del conjunto de habitaciones que Scopa le dio en el ala residencial del centro médico. Ella se volvió hacia Vegeta y lo llevó a la estrecha cama del pequeño apartamento, sus ojos brillaban con lágrimas estancadas. No lo había golpeado hasta este momento que no iba a verla de nuevo durante meses. El pensamiento pareció torturarlo de alguna manera vacía. Meses hasta que la tocara otra vez, la sostuviera, oyera el sonido de su voz.

Bulma se inclinó y lo beso con suavidad, y una brillante lágrima se escapó, rodando lentamente por una mejilla perfecta. Él tomó su rostro entre sus manos y la limpió.

—Te he visto sollozar de tristeza, de ira y de alegría —dijo en voz baja—. ¿De cuál es ahora?

—Las tres —susurró ella—. Y una cosa más. —Le dio un beso más profundo esta vez y sus ojos húmedos comenzaron a arder de deseo—. Gratitud.

Durante tres meses quemó y masacró, y ocasionalmente fue bendecido con una pelea de a pie. Además de la relación de objetivos fijados, se las arreglaron para derrotar cuatro nidos maiyoshyíns independientes en planetas inexplorados. Las ubicaciones habían sido entregadas con toda solicitud por planetas ansiosos de salvar su propio pellejo. Fue sorprendente y desconcertante, sin embargo, hasta que punto muchas de las fortalezas del enemigo se mantuvieron firmes y se negaron a hablar. Solo tres planetas de los primeros veinte que su flota sitió en esas primeras semanas habían entregado su lealtad al príncipe rojo por el ciego terror de mirar el final de su existencia a la cara. Ninguno de estos cedió un fragmento de información sobre el paradero del mismo Jeiyce.

En cada planeta que colaboró y lo llevó a un nido de rebeldes maiyoshyíns, dejó allí una guarnición de mil soldados para mantenerlos bajo ley marcial. Esto lo hacía con el fin de motivar mejor al siguiente planeta que sus fuerzas exhortaran. Si ellos sabían que el Saiyayín no Ouji permanecía fiel a su palabra y los perdonaba en caso de hablar, sería mucho más probable que cada nuevo sistema escupiese todo lo que conocían para salvarse.

En la sexta semana de su campaña golpearon una colonia de maiyoshyíns y encontró algo nuevo. La base era más bien un búnker oculto, compuesto en un noventa por ciento por no combatientes. Niños y débiles, en otras palabras. Él se quedó detrás en su nave insignia mientras enviaba a diez escuadrones para estallar todo lo que se moviera bajo el planeta, cumpliendo la orden de su padre de exterminar por completo a los maiyoshyíns como raza. Había llegado a detestar ese tipo de ataques. No hallaba ningún desafío ni honor en la carnicería masiva de enemigos que no podían defenderse. Era degradante para un verdadero guerrero y abismalmente aburrido, como cazar una presa chillona sin dientes. La señal de alarma se produjo menos de veinte minutos después de que el batallón aterrizó en el planeta, con un ahogado grito gutural por el enlace de comunicaciones que no tenía sentido.

—No puedo volar... no puedo ver... ¡Por todas partes!

Vegeta estrelló un puño en la consola de comunicaciones, se volvió y se dirigió hacia el ascensor que conducía a la escotilla en el vientre de la nave, con Articha quejándose a su lado en todo momento.

—¡Oujisama, esta es una situación desconocida! —dijo ella usando un acento severo—. ¡No debe precipitarse a encarar lo que puede ser otra andanada de armas nucleares de plasma o alguna otra tecnología aún más mortal!

—Nuestros escáneres no detectaron rastros de radiación en la superficie —espetó él—. ¡No voy a quedarme de brazos cruzados mientras mis hombres son destripados!

Siete minutos. No pudo haber tardado un instante más en llegar a la escena de la batalla que ya había terminado. Y se encontró con que el enemigo, una colonia indefensa de bebés, ancianos y débiles, masacraron a todos menos a un puñado de los setenta guerreros enviados a eliminarlos. Y después simplemente se desvanecieron, o eso pensaba, hasta que llegó la llamada de un punto en el puente de control de su portatropas, crepitando dentro de su rastreador a través de un halo de estática. Los escáneres habían recogido una señal de hiperluz, luego otra... y luego otra. Naves saltaban a la velocidad de la hiperluz alrededor de su flota, golpeándolos rápidamente sin ser visto por los ojos ni por los equipos de exploración de sus naves.

Él rugió de rabia como un ózaru enloquecido y voló el planeta debajo suyo a humeantes ruinas mientras las élites de su propio escuadrón real esquivaban su ira para llevarse a los pocos sangrantes sobrevivientes del suelo, antes de que Vegeta prendiera fuego a la atmósfera con una explosión de calor que freiría al instante el planeta y a todo en este, todavía escupiendo furia.

No estuvo más tranquilo al observar el trabajo médico sobre la media docena de hombres que habían sobrevivido a la emboscada, ninguno de los cuales parecía que iba a pasar la noche.

—¿Qué clase de arma usaron, soldado? —le preguntó al sangrante comandante de escuadrón en la cama de cirugía. El hombre parecía estar en mejor forma que cualquiera de sus compañeros.

—Nunca lo vi, mi príncipe... era… invisible... —susurró el guerrero—. Nos golpeó... parecía un simple dispositivo de disparos… nadie siquiera pensó en esquivarlo. Era como... si te arrancaran el ki de la cabeza… caímos del cielo... no podíamos volar... y luego, los ancianos y los mocosos... nos atacaron con rifles láser. —Se rio débilmente—. Astutos bastardos... —Sus ojos perdieron el enfoque y su respiración se detuvo.

Vegeta maldijo en voz baja. Su rabia se transformó en algo tranquilo, frío y mortal; había sido tomado por tonto, había sido derrotado... otra vez.

—Las capsulas de nuevo —murmuró Articha. Él la miró al instante—. Es por eso que no detectamos ninguna nave aproximándose —prosiguió—. Deben haber tenido un contingente de naves de escape ocultas con la tecnología de miniaturización. Y ahora parece que esas cápsulas no eran el final de su nueva tecnología.

—Escudos de invisibilidad —gruñó Vegeta—. Y... armas que rompen el ki.

—No es bueno —dijo ella en tono grave—. Nunca he visto tal cosa, aunque cuando era una niña los hombres decían que los tsiruyíns tenían algo similar. Una cosa que podría blindar a un guerrero de su propio ki y dejarlo indefenso. Hay que informar a su padre de esta nueva arma, Oujisama.

—Envía un mensaje de hiperonda a todas nuestras guarniciones y planetas colonias —añadió Vegeta cuando un frío pensamiento lo golpeó—. Es bueno que el grueso de nuestras colonias saiyayíns fuera del planeta sean mundos entrelazados con la luna. La fuerza ózaru no necesita ki.

Articha palideció ligeramente.

—Pero el cambio nubla el juicio y un soldado no puede combatir lo que no es capaz de ver.

—Mousrom dice que hay rumores de un secreto "Amo de la Tecnología", así lo llaman —le explicó su padre una hora más tarde cuando estaba sentado delante de la pantalla de hiperonda, frunciendo el ceño ante la imagen borrosa del rostro sombrío del rey—. Quien quiera que sea, está bien escondido. Ni la más mínima noticia del paradero o la identidad de este misterioso fabricante de armas ha llegado a oídos del departamento de Inteligencia. Sospecho que lo hallaremos cuando nos encontremos con el príncipe rojo. Si yo fuera Maiyosh, mantendría ese tesoro cerca. —Una pausa, luego gruñó de rabia—. Estoy enviando cien mil soldados más para ayudarte en tu búsqueda, muchacho, y otros quinientos mil para reforzar las guarniciones fuera del planeta y las colonias de defensa. —Defensa. La misma palabra parecía pegarse en la garganta de su padre y trajo de vuelta la loca furia animal que Vegeta había sentido más temprano ese día. Máquinas que ponían a un guerrero saiyayín a la defensiva, que echaban su poder de pelea a la basura tan completamente que podría ser asesinado por un mocoso con un rifle láser. A quienes ni siquiera era capaz de atacar porque no lograba verlos—. Ahora esto es una guerra total, muchacho —continuó el rey—. La cosa por la que toda tu generación se ha pasado la vida suspirando está aquí.

—Ganaremos —aseguró Vegeta, inexplicablemente nervioso por la sombra casi imperceptible de preocupación en los ojos de su padre.

—En fuerza por sí sola, somos inigualables —dijo Ottoussama entre dientes—, pero esto se está convirtiendo cada vez más rápido en una guerra de ingenio y de máquinas inteligentes. Vigila tu espalda, tus refuerzos se te unirán en dos días.

Saquearon treinta objetivos más en otros tantos días sin detenerse a descansar, sin pedir la menor información de aquellos a los que mataban. Vegeta dividió su nueva armada de naves y hombres en seis flotas y los envió a secciones separadas del imperio, para que la mano dura de sus amos saiyayíns pudiera sentirse en todas partes a la vez por cualquiera que pensase en unirse a los rebeldes. Y mientras pasaban de un sistema a otro como Dioses de la muerte, quemando todo lo que se atravesara en su camino, noticias de ataques contra puestos de avanzada saiyayíns y planetas habitados por ellos llegaron de forma esporádica al principio, luego diariamente. Y Vegeta descubrió que solo había acumulado la oscura rabia que lo afectó en ese planeta base maiyoshyín sin nombre. Cada nuevo planeta que sus fuerzas saludaban veía brillar de cerca la locura otra vez mientras él recordaba cómo había sido tomado por tonto, mientras imaginaba a los cientos de miles, que ahora crecían a millones de su pueblo asesinados por las cobardes emboscadas del enemigo. Empezó a ordenar a sus naves que volaran alto por encima de cada planeta, justo en la cúspide del espacio, para que él en persona convocaba el tipo de explosión de energía que solo uno de cada diez millones de guerreros saiyayíns podía reunir. Bombardeo de núcleo, los escuadrones de purga lo llamaban, una explosión que hundía el centro de un planeta y lo partía en pedazos de adentro hacia afuera.

Después de una semana de esto, habiéndolo visto tranquilamente descargar su furia, Articha sugirió con mucho tacto, que tal vez deberían comenzar de nuevo a exigir información de aquellos quienes esperaban conocer sus destinos en la superficie del planeta. Detrás de ellos se levantaban los estruendos bajos y viciosos de la tripulación de mando de su nave insignia. Sus guerreros querían sangre por sangre. Tres planetas colonias habían caído por el enemigo en los últimos siete días. Diez millones de vidas saiyayíns fueron taladas por cobardes que se escondían detrás de escudos de invisibilidad, sus ki terminaron arrasados y sus cuerpos volados en pedazos por simples cañones de impulsos un instante después. Pero Vegeta sabía que ella hablaba con sentido común. Pronto descubrió que su largo mes de espiral asesina no habría sido tal sin sus ventajas tácticas. El siguiente planeta al que su flota se acercó casi cayó de bruces sobre sí mismo por darle la ubicación de tres diferentes bases maiyoshyíns.

Ellos tomaron cada base con un ataque cuidadosamente organizado que no le dio al enemigo ninguna posibilidad de escapar o prepararse. Sin embargo, nadie había capturado a un enemigo vivo, pero en el calor de una batalla campal contra el primero de estos escondites, Articha ideó una táctica de cebo, una ventaja para usar sobre lo invisible. El enemigo no podía moverse a velocidad o utilizar su ki sin ser detectados por los rastreadores. Dispararon una descarga de energía en la dirección que por lo general un ki-asesino explotaba usualmente, lo cual rindió un número de cadáveres y explotó sus máquinas de invisibilidad en pedazos junto con sus cuerpos. Los restos de las armas las envió a Vegetasei para ser diseccionadas por los técnicos de su padre, pero los cuerpos... no eran maiyoshyíns, no todos ellos. Habían serulianos, corsarianos, cánidoyíns y dos veintenas de otras razas, esparcidos por los campos de batalla carbonizados. Todos llevaban los diabólicos pequeños cinturones de invisibilidad, todos empuñaban los "ki-asesinos", que era como sus hombres empezaron a llamarlos casi con miedo.

Nueve de cada diez planetas sobre los que su flota había caído en las últimas semanas fueron tomados por sorpresa, sin embargo, uno de cada diez... uno de cada diez, lo encontraban desocupado. Toda la población pensante simplemente huyó sin dejar rastro.

—No hay ninguna forma de saber a donde han ido —le dijo Articha, su rostro marcado de cicatrices se retorcía de frustración en una expresión que ella nunca había mostrado antes a sus hombres. Llegaron a Avarissei con grandes esperanzas de encontrar alguna información realmente relevante. Los avarisyíns habían sido aliados mercantiles de la casa Maiyosh desde tiempos inmemoriales. Ahora los dos estaban de pie sobre un pico montañoso examinando el planeta fantasma y la ciudad vacía que se extendía ante ellos. Él deseó ver esto con sus propios ojos, se negaba a creer que tal cosa era posible en el espacio de veintinueve horas. Hace un día, este planeta había mantenido una población de aproximadamente tres mil millones de personas—. Hay cientos de miles de planetas habitables por ahí, mi príncipe —continuó Articha—. ¡Será como cazar un solo grano de polvo en los pastizales de las estepas del sur! —Ella maldijo en voz baja, su largo cabello azabache se azotaba en los fuertes vientos. Al este, una gran tormenta se estaba construyendo—. Yo algunas veces me pregunto… —Se detuvo, las firmes líneas atractivas de sus pómulos altos se dibujaron al fruncir el ceño.

—Dime la verdad, general —indicó Vegeta en voz baja—, ¿qué es lo que te preguntas?

Articha sonrió débilmente, algo que la mujer mayor rara vez hacía.

—Una cosa que quizás sea tanto sedicioso como blasfemo. Me pregunto si hemos sido imprudentes sintiendo tanto desprecio por los madrani y otras razas estelares. Es un viejo, viejo principio de estrategia manipular a un rival para que nos subestime y así sobrevalore sus habilidades. —Ella sacudió la cabeza con sombría admiración—. Cada batalla, cada guerra es única, mi príncipe, pero siempre me sorprende como una mano, un individuo, puede cambiar el rumbo de cualquier lucha. En este caso, no con la fuerza bruta, sino con inteligencia. El amo de la ingeniería que el enemigo alberga, ésta persona a quien muy probablemente podríamos pasar por alto como un débil y a quien no consideraríamos una amenaza en absoluto, es el verdadero autor de cada pérdida que el imperio ha sufrido en los últimos meses. Quien él o ella sea, esta persona es una amenaza mucho mayor para Vegetasei que Jeiyce de Maiyosh alguna vez… —Ella se interrumpió, todo su cuerpo se congeló en una postura de shock, su por lo general impasible rostro palideció—. ¡Oujisama! ¡Hemos sido tontos! Si este Amo de la Tecnología pudo idear las capsulas de miniaturización para caber toda una nave espacial en la palma de mi mano, ¡él podría fácilmente diseñar un escudo de invisibilidad para ocultar un planeta entero!, ¡tal vez incluso combinar el ki de los habitantes y…

Un grueso haz de energía luminosa se encendió a la vida desde una base oculta en el valle debajo de ellos e impactó a su objetivo en lo alto, detonando en una lluvia incandescente de luz y ruido. Luego otro, seguido de un estallido de gritos de estática ensordecedora que rugió a través de sus rastreadores. Ellos nunca tuvieron tiempo para reaccionar. Un arma de hielo anestesiante los golpeó a ambos y Vegeta sintió que el mundo le era arrancado.

Él se despertó con el sonido de una lucha desesperada y una risa masculina cruel. Intentó levantar la cabeza para ver donde estaba, para ver lo que ocurría a su alrededor, pero apenas logró moverse. Estaba en un cuarto oscuro, acostado sobre el frío suelo metálico en un charco de su propia sangre y sudor. Algo helado y enfermizo parecía estar desgarrándolo en lo más profundo, arrancando su poder de pelea y fuerza física. En algún lugar cercano pudo escuchar la voz de Articha ahogándose y maldiciendo, y el sonido de una respiración dificultosa.

Esta habitación está blindada con ki-amortiguadores tsiruyíns, pequeño príncipe —dijo a la ligera una voz de hombre—. Es una tecnología antigua tsiruyín que la casa Maiyosh le compró a Coldsama antes de que toda la escurridiza raza ascendiera y muriera un tiempo atrás. —Vegeta hizo una especie de jadeante ruido animal cuando el rostro de Jeiyce de Maiyosh se movió dentro de su línea de visión—. Te sientes un poco débil, ¿verdad? —Esa risa burlona que había perseguido sus sueños desde Shikaji se propagó haciéndose eco en las paredes de la oscura prisión.

—¡Te mataré! —Vegeta trató de gritar, pero su aliento le falló al igual que su fuerza y se desplomó de nuevo en el suelo.

—No harás una mierda, muchacho —le aseguró Jeiyce con frialdad—. Ustedes monos han estado ocupados, ¿no es así? Debe hacerte sentir un poco más tranquilo que un pequeño hombre haya matado a cerca de cincuenta millones de personas en menos de cuatro meses. —El hombre le sonrió amablemente—. No intentaré hacerte entender. Nunca trates de razonar con borrachos o animales rabiosos, mi padre adoptivo siempre decía. ¡Pero anímate, chico!, no vas a morir ni tú ni esa bien parecida general en la celda de al lado. Voy a utilizarlos a los dos para darle a tu querido viejo padre una muestra de lo que han estado repartiendo durante todos estos años a mi pueblo, a todos los desafortunados pueblos que entraron en contacto con tu abominable raza. Dejaré que aprenda lo que se siente tener a sus hijos asesinados, a sus mujeres violadas hasta la muerte o humilladas a putas serviles, a sus hijos torturados y rotos hasta que terminan arrastrándose sobre sus vientres como animales. Yo le he dado a tu compañera la nueva ocupación de puta de batallón para mis hombres. La mayoría de ellos han perdido a sus esposas, a sus madres o hijas a manos de los saiyayíns de una manera u otra, están muy ansioso por devolver el favor. —Vegeta escupió una ronda de maldiciones y trató de levantarse, trató de lanzarse sobre el hombre delante de él—. Y tú, príncipe Vegeta... te veré llorar como un niño antes de que te mate. Antes de que termine contigo, te veré arrastrarte sobre tu vientre y llamarme amo como un buen esclavo. ¡Y cuándo los envíe de vuelta a Vegeta-ou, locos y rotos, tal vez entenderá una pequeña parte de lo que él y su inquisidor principal han hecho con mi pueblo!

—Vete a la... mierda —dijo Vegeta entre dientes, tratando de cerrar sus oídos contra los ruidos a la deriva sobre la celda de al lado. Sabía lo que estaba pasando con Articha, ¡esos bastardos rojos debían estar deshonrando a una guerrera de Vegetasei tan…

—Lo siento —aclaró Jeiyce—, no eres mi tipo. —Su rostro se quedó en blanco por un momento, desprovisto de todo falso buen humor—. Yo solía ser un buen hombre, ya sabes, el tipo de hombre que habría matado a alguien por hacer lo que estoy a punto de hacer contigo, por lo que mis hombres están haciendo con tu compañera en este instante. —Luego se encogió de hombros como si no fuera nada—. Bueno... supongo que una condena al infierno es un pequeño precio a pagar si puedo hacer que tu raza desaparezca. Vamos a empezar, ¿de acuerdo?

No dejaron ni una marca externa en su cuerpo en la etapa inicial, nadie ni siquiera lo hizo sangrar... nadie excepto Vegeta mismo. No durmió en todo el tiempo que lo tuvieron en ese pozo oscuro de metal, a pesar de que perdió el conocimiento una y otra vez. Al principio, de todas formas, después se volvió evidente que estaba ganando un pequeño grado de fuerza y descanso mental cada vez que se desmayaba, y comenzaron a inyectarle estimulantes de choque, e incluso ese breve olvido le fue arrancado. Tomaron su tortura por turnos, durante todo el día. Jeiyce, un gordo de color rosado naranja aquiryín llamado Dodoria y un corsariano sin nombre que Jeiyce le informó había sido un médico antes de que un guerrero saiyayín le arrancara la lengua. No durmió, no descanso, no soñó... a menos que él contara las alucinaciones que empezaron en su tercera o cuarta semana sin ni siquiera más de un parpadeo de pausa.

Vio a su mujer más a menudo, hermosa y cálida, de pie en un campo verde repleto de flores, sonriéndole de lejos. Su rostro era como un faro de comodidad y descanso que parecía que nunca podría alcanzar sin importar cuanto lo intentara. A veces su padre se encontraba vagando en una niebla, buscándolo, llamándolo por su nombre... y al final, lo daba por muerto. Nappa, frío y desangrándose, con un enorme agujero en el pecho, le decía que sea fuerte.

A medida que las semanas comenzaron a prolongarse, el dolor de no dormir y la rencorosa burla incansable de sus torturadores se convirtieron en sus únicos compañeros. Comenzó a perder contacto con la realidad y el tiempo más y más a menudo. A veces pensaba que era muy joven, casi demasiado joven para estar de pie sin ayuda y comenzaba a gritar por su sensei Nappa para que hiciera que el dolor se detenga solo por un momento, solo por medio segundo. Pero Nappa estaba muerto y él sabía, cuando sus sentidos volvían, que el dolor no tendría fin.

Fueron terriblemente inventivos en las cosas que le hicieron. Disparos de perturbación neuronal y manipuladores cerebrales atados alrededor de su pecho y cráneo le dieron la falsa sensación de cualquier tipo de agonía al alcance de su imaginación, sin dañarlo físicamente de alguna forma. Con la secuencia correcta de estímulos cerebrales y neuroinyecciones, él imaginaba y sentía toda clase de castigos que eran capaces de concebir como si fueran reales. Pero tan malo como lo fue, podría haberlo resistido, podría haber luchado y haberse mantenido firme contra todo, si solo lo hubieran dejarlo dormir...

Semana tras semana, que se mezclaron con los meses, lo desgastaron, deshilacharon los bordes de su cordura y despojaron su resistencia junto con su orgullo, un agonizante gramo a la vez. A veces, en sus momentos de mayor lucidez, podía escuchar la voz de Articha gruñendo y sollozando a meros metros de distancia. En una ocasión, se las arregló para levantar la cabeza lo suficiente como para observarla a través de los barrotes de la celda de al lado y vio… la vio desnuda, atrapada debajo de un hombre que sonreía por encima de ella, su boca era un enorme grito silencioso. Y cuando la miró, la imagen se borró y cambió, y... Dioses... se vio a sí mismo moviéndose sobre su mujer que luchaba inútilmente, él la golpeaba con fuerza por dentro una y otra vez mientras ella trataba de gritar sin el beneficio de una voz. Se dio la vuelta sobre su costado despreciandose, llorando como un niño y gritando en silencio. Su propia voz lo había abandonado. Cuando aulló sus cuerdas vocales eran jirones sangrientos. ¿Era esto lo que se sentía al ser silenciado?, se preguntó sacudiéndose y curvándose en un ovillo, tratando de hacerse pequeño. Si llegara a ser lo suficientemente pequeño, tal vez lo dejarían en paz.

No lo dejaron en paz. En todo caso, sus esfuerzos después de esa primera oleada de lágrimas se hicieron más vigorosos, ya que sintieron que se acercaba a algún tipo de punto de ruptura. Ellos comenzaron a utilizar otros dispositivos, nuevas máquinas. Eso dolió de forma diferente, eso dolió más, eso martilló a través de lo último de su control, eso lo dejó sollozando por su sensei Nappa, por Ottoussama que vinieran a salvarlo, para que los detengandetengandetengan...

Entonces, Jeiyce comenzó a hablar con él usando un tono amable, como un viejo guerrero le hablaría a un joven soldado que había conocido desde la infancia.

—No es una gran cosa, muchacho, solo una palabra o dos y luego podrás descansar. ¿No sería agradable parar todo el horrible sufrimiento y tomar una larga siesta? —Vegeta asintió débilmente. Eso sería bueno. No podía pensar en nada más agradable, de hecho—. Solo dilo como un buen chico, hazlo... y podrás dormir. —Él movió los labios para tratar de enmarcar palabras, pero ningún sonido salió.

—Hmm... —murmuró el príncipe rojo—. Supongo que no te queda mucha voz. Tengo otra idea. —Jeiyce le dijo su idea.

—¡Saiyayín no Ouji! —La voz de Articha, cruda y rota, cortó a través de la neblina que rodeaba su mente—. ¡Recuerda quién eres!

—¡Callen a esa perra! —le bramó Dodoria molesto a alguien que no podía ver.

Vegeta tomó una profunda y temblorosa respiración... y escupió en la cara del príncipe rojo. Una bota negra conectó con su cabeza y se hundió en una bendita, bendita noche.

Lo despertaron instantes más tarde maldiciendo furiosamente y comenzaron de nuevo.

Él se aferró a sí mismo durante mucho tiempo después de eso. Se aferró a su voluntad, a su orgullo y a su odio hacia ellos. No supo cuánto más duró, pero en algún momento, el tiempo fue borrado. Su nombre se deslizó de sus manos y con eso su voluntad y la memoria de quien había sido. Al final, solo existía el dolor.

Y luego Jeiyce le explicó una vez más lo que debía hacer para detener su tormento y poder dormir. ¿Era el hombre rojo que sonreía su amigo?, empezó a preguntarse. Debía serlo, le estaba diciendo cómo conseguir que el sufrimiento desaparezca.

—Eso es, muchacho. —El amigable hombre de piel roja le dijo alentadoramente mientras Vegeta se arrastraba centímetro a tortuoso centímetro hasta donde el otro hombre estaba de pie—. Solo un poco más, puedes hacerlo. —Él llegó a su destino con un sollozo agradecido e hizo la simple tarea que el hombre de piel roja sostuvo que haría todo mejor. Puso sus labios sobre las brillantes botas negras del príncipe rojo y las besó.

Durmió cada noche en paz. A veces soñaba cosas extrañas, su amo le aseguró que esas eran fantasías de la fiebre cerebral a la que apenas había sobrevivido. El recuerdo de aquel dolor era algo de lo que su alma quería alejarse. Cada vez que trataba de escudriñar a través de esos sueños fragmentados para darles sentido, el dolor venía y acobardaba cualquier pedacito persistente de curiosidad. Le dieron medicamentos todos los días para evitar que la fiebre vuelva a aparecer. Eso lo hacía sentirse confuso, de la misma forma que el cinturón que llevaba alrededor de su cintura día y noche lo hacía sentir terriblemente débil, pero era mejor que la enfermedad. A veces el hombre de color naranja llegaba a su celda y lo golpeaba sin razón; a veces, otros venían con él. Le dijeron que había sido un hombre diabólico, el hijo de una raza maligna y que los golpes eran su merecido, una cosa que debía soportar. Su amo le explicó que le estaban enseñando a ser menos malvado. Eso no parecía tener sentido, pero no podía pensar con la claridad suficiente para desentrañar el porqué, aunque en realidad no importa: cada noche lo dejarían en paz y dormiría hasta despertar sintiéndose descansado y en calma.

En la segunda semana después de la fiebre en su cerebro roto, se despertó con un grito aterrado en el momento que un ensordecedor estallido resonó en el cielo iluminando la noche. Se echó hacia atrás en su celda, escuchó el ruido crecer más y más fuerte, oyó el sonido de fuertes gritos y pies corriendo sobre su cabeza. Cuando se sentó temblando y sollozando en la oscuridad, una voz de mujer empezó a hablarle con suavidad, llamándolo por un nombre. Él retrocedió de ella, aún más a la parte posterior de su celda, lejos de ese nombre y del recuerdo de dolor que yacía entrelazado a este. Pasos fuertes se acercaron por el pasillo y frenaron debido al recelo. Un par de segundos de silencio muerto y luego el sonido de los ásperos sollozos de un hombre.

—Amada... Oh, Dioses...

—Turna... —susurró la mujer con una voz muy fina—. No los dejes que me vean, no quiero ser compadecida.

—¡Fuera! —La profunda voz de otro hombre rugió—. ¡Fuera de aquí todos! ¡Si alguno repite a un alma viviente como la encontramos, daré todo el lote de ustedes a Mousrom! —Vegeta se estremeció y gimió ante el sonido familiar de esa voz.

—Majestad... —Ellos estaban justo fuera de su celda. Él se puso de espaldas contra la pared mientras los pasos se acercaban.

—Mírame, muchacho —indicó la voz áspera. Vegeta levantó la cabeza y vio los ojos de un hombre con barba que se arrodilló delante suyo. Una lanza de memoria se condujo en su mente y junto a eso llegó el dolor. Se echó hacia atrás y comenzó a gritar, a sollozar de terror. Unos brazos fuertes lo cogieron y lo sujetaron mientras trataba de escapar—. Hijo mío... —musitó el hombre con voz temblorosa—. Hijo mío... —Algo lo golpeó y se volvió a dormir.

—Nadie lo verá además de ustedes tres. —La voz del hombre con barba estaba diciendo en algún lugar a través de una niebla espesa—. He hecho saber solamente que él y Articha estaban a punto de morir cuando los encontramos. Solo ustedes tres, Turna y yo conocemos toda la verdad. —Un cansado estruendo de un suspiro—. Él volverá a sus cabales o no lo hará. No te separes de su lado, muchacha, tengo una idea de cuan demasiado apegado estaba a ti. Tu presencia puede ayudar a sacarlo de esto… esto…

—No lo dejaré, Ousama —dijo la voz de una muchacha. Era preciosa, como algo que una vez había soñado.

—Le daré un mes para que regrese con nosotros, si no lo hace... —Hubo una larga pausa—. Si no lo hace, lo sacrificaré yo mismo. —Una pesada mano callosa sobre su rostro pasó hacia su cabello como un cálido recuerdo olvidado desde la más tierna infancia.

Su nombre era Bulma y era tan hermosa como su voz. Tenía un bebé que llevaba consigo a donde quiera que iba. A veces ella y Bardock discutían sobre eso. El gran guerrero con una cicatriz en la cara y con el ceño fruncido parecía pensar que estaba echándolo a perder haciéndolo dependiente por mantenerlo siempre en sus brazos. Bulma le dio una extraña y cautelosa mirada la primera vez que le preguntó si podía sostener al pequeño, pero lentamente lo colocó en sus brazos. Él estudió al bebé de un año con curiosidad y un poco de fascinación. Tenía la seguridad de que nunca había estado tan cerca de un niño así de joven, aunque no podía decir como lo sabía. El bebé le devolvió la mirada y sonrió sin dientes, y Vegeta rió con deleite.

Su nombre era Vegeta, ellos le dijeron, Bulma, Bardock y la voz suave del doctor de piel dorada llamado Scopa. No recordaba eso, no recordaba nada en absoluto, excepto que era una agonía cada vez que trataba de hacerlo. El doctor Scopa le aseguró que su mente y su espíritu solo necesitaban tiempo para descansar. Cuando estuviera lo suficientemente fuerte, lo suficientemente descansado, recordaría todo.

Estaban en una casa grande en el borde de una extensión interminable, rodeados de colinas y praderas que se prolongaban hasta donde alcanzaba la vista. Bardock le contó que esa era su casa. Vegeta pensó que era hermosa y se lo dijo. El soldado con rostro solemne le dio las gracias en voz baja. Parecía evitar su compañía siempre que fuera posible, como si él lo hiciera sentir muy incómodo, pero le gustaba el hombre de ojos tristes de todos modos.

En su décimo día en la casa de Bardock, soñó con su pasado olvidado por primera vez. Se vio en el centro de una tormenta infernal de violencia y muerte, una tormenta de su propia creación. Se vio bañado en la sangre de sus enemigos y con esas imágenes terroríficas vino el horror de un dolor que no tenía fin, una auténtica pesadilla donde nunca dormía de nuevo. Se despertó asfixiándose y su voz se capturó en su garganta, era incapaz de gritar o hacer un sonido. Se puso a llorar en voz baja, hecho un ovillo fetal en su cama mientras su memoria retrocedía poco a poco. Un ligero click de la puerta al abrirse. Bulma se sentó a su lado y acarició su cabeza con dulzura hasta que las lágrimas se detuvieron. Él se quedó mirando su medio iluminado rostro de porcelana y... un conjunto totalmente diferente de recuerdos lo inundaron. Ella en sus brazos, suave y cálida, demasiado dulce para decirlo con palabras, mientras se movía en su interior, mientras la hacía suspirar de placer...

—Recuerdo algo...

—¿Qué? —susurró Bulma.

—A ti. —Vegeta se armó de valor para hacerle su siguiente pregunta—. ¿Fuimos... ¿Eres mi pareja? —Que doloroso debería ser para ella si se hubieran casado y él ni siquiera la recordara.

Pero Bulma negó con la cabeza.

—No... nosotros éramos... nosotros…

—¿Amantes entonces? —Su aliento pareció atraparse en su pecho cuando ella sonrió pareciendo aliviada y asintió—. ¿Te quedarás conmigo? —preguntó en voz baja. Bulma no respondió, solo se alejó, tiró de su camisón de noche sobre su cabeza y se metió en la cama a su lado. Estaba tibia y desnuda, sus brazos lo reodearon y lo besó suavemente. Parecía estar esperando a que él hiciera algo más. Su corazón dio un vuelco cuando de repente se dio cuenta de todo lo que "más" podía implicar.

El cuerpo de Bulma se sentía dispuesto y ansioso contra el suyo, estaba casi temblando de deseo por él. Pero... una imagen, otro cruel destello de memoria, del rostro de una mujer saiyayín retorciéndose en agonía y enferma de vergüenza cortó las ansias construyéndose en su interior. Así que solo le devolvió el beso de una forma tímida.

—Gracias —dijo Vegeta con voz temblorosa y durmieron.

Su mente se hizo más fuerte, más aguda, menos infantil a medida que pasaban los días. Descubrió la colección de libros de medicina e historias galácticas de Scopa y comenzó a hacer su camino poco a poco por toda la biblioteca. Los acuerdos históricos de Vegetasei no fueron una lectura agradable, pero estudió minuciosamente los tomos de extremo a extremo. Este era su planeta, los saiyayíns eran su pueblo y no sabía nada acerca de ellos a excepción de los extraños fragmentos minúsculos de memoria que se filtraban a través del velo alrededor de su pasado. Bardock le había contado lo que le sucedió.

Él era el príncipe de la Corona de su pueblo, el heredero de un gran imperio y había estado dirigiendo una guerra contra los enemigos de Vegetasei. Durante mucho tiempo, el imperio pensó que sus enemigos maiyoshyíns movían planetas enteros llenos de gente durante la noche. Se conocía ahora que utilizaron inimaginables complejas parejas de matrices de proyección holográfica con una nueva tecnología de invisibilidad. Ellos simplemente estuvieron ocultos en la mayoría de los planetas que los saiyayíns habían pensado desocupados y encubiertos, confiaron en la avidez de Vegetasei por planetas ricos para evitar que los saiyayíns explotaran en pedazos el lugar aparentemente vacío. A medida que poco a poco adquirían los recursos para producir en masa estas armas defensivas, los maiyoshyíns comenzaron a distribuirlas entre sus aliados primero, luego, a cualquier planeta que las pidiera. Dada la ventana de tiempo que las máquinas de camuflaje les otorgaron, la mayoría de los planetas lograron evacuar, en realidad, en el espacio de un mes más o menos.

Avarissei fue una trampa cuidadosamente preparada. El príncipe rojo, Vegeta luchó para no temblar ante el sonido de ese nombre, había conocido a través de sus propias fuentes de inteligencia que Avarissei era uno de los principales objetivos. Jeiyce acampó fuera de ese planeta camuflado y esperó a que él llegara. Volaron sus naves de guerra y portatropas del cielo con torpedos de plasma, y se llevaron a Vegeta y a su general Articha con vida usando sus ki-asesinos, todo sin ser vistos. Él y Articha solo fueron encontrados a causa del vínculo lunar de la general con su compañero Turna. El estadístico real la había rastreado lento pero seguro por toda la amplitud de años luz a través del enlace que compartían, lo que condujo a las fuerzas saiyayíns después de meses de búsqueda a un planeta con una base oculta, donde Vegeta había sido hallado. Cada noche, él se sentaba en el umbral del pozo de fuego junto a Bardock y los dos escuchaban con atención la cifra de pérdidas que el imperio estaba enfrentando a diario ahora. Durante los seis meses de su cautiverio, una simple guerra de subyugación se había convertido en una guerra por la supervivencia, en la que Vegetasei luchaba por su vida solo frente a cada raza inteligente en el imperio. Los planetas con guarniciones de esclavos se habían levantado para acompañar a los Demonios Rojos en sus sistemas, apuñalando por la espalda a sus amos. Los ataques de los planetas colonias estaban acercándose más y más al mismo Vegetasei cada día que pasaba.

La única buena noticia era que ni una nueva súper arma salió a la superficie en más de diez meses. Algunos rumores sostenían que el armamento secreto que Jeiyce forjó había perecido en alguna escaramuza al azar. El rey, sin embargo, no era de esa opinión.

—Tal vez está cansado de tantas matanzas —sugirió Bulma una noche. El padre de Vegeta miró con astucia a la muchacha ubicada al otro lado del tablero de ajedrez. El rey venía a visitar la casa de campo aislada sin previo aviso una vez cada pocos días para ver como la "reparación" de Vegeta progresaba. El dolor ensombrecido detrás de los fríos ojos del adusto hombre con barba cada vez que veía a su hijo y no observaba ningún signo de reconocimiento hacían que Vegeta quisiera mirar hacia un costado avergonzado. Él sabía lo que había sucedido. Tenía una idea bastante buena de todos modos y ocasionales terribles destellos de memoria. El príncipe de Maiyosh lo había... roto. Tomó su orgullo, su memoria, incluso su nombre y le dejó este... este hombre sin pasado que se asustaba a la sola mención del nombre de su torturador. Él comprendía que fue dejado con vida para ser rescatado por deliberada malicia. Y lo peor, que si el príncipe rojo lo hubiera matado en el acto, eso habría afligido a su padre menos que verlo como estaba ahora.

Vegeta cerró el libro que había estado leyendo, uno de los tratados de ciencias médicas de Bardock del congreso científico imperial sobre sus hallazgos durante una misión de investigación en Tsirusei hace años. Todo el mundo en esa casa parecía saber más de medicina que él, con la excepción del bebé Rom-kun y los perros de Bulma. Uno de los sabuesos caminó a grandes zancadas muy feliz a su lado mientras Vegeta se movía para sentarse más cerca de los dos oponentes. En su primera o segunda visita, Bulma le explicó el juego a Ottoussama una vez. Su padre asintió de manera cortante y la venció en su propio juego en media hora. El rey estuvo muy divertido por la reacción balbuceante de la muchacha. Al parecer, nunca había perdido un partido en su vida. Ahora ella quería venganza. Este juego ya venía durando más de una hora.

—¿Cansado de matar, muchacha? —resopló el rey—. ¿Existe tal cosa?

—Es una perspectiva alienígena, Ousama —murmuró Bulma—. Soy una alienígena, después de todo.

Ottoussama tomó una de sus torres con una sonrisa depredadora.

—Dame una perspectiva de ese hombre, entonces. Conocer a mi enemigo me ayudará a darle caza.

—Bueno... —Su frente se surcó mientras ella escogía las palabras de forma cuidadosa. Bulma mató a un alfil con su caballo restante y habló—. Si él no es maiyoshyín, es muy probable que buscara a este Jeiyce por un deseo de venganza, por su pueblo, por su familia, posiblemente por sí mismo. Si él está trabajando en la clandestinidad en una de las bases rebeldes o viaja con el propio príncipe rojo, no puede estar ajeno a la carnicería que sus inventos han causado. Muchas razas encuentran la violencia y el derramamiento de sangre aterradoras y dolorosas, Ousama, tanto dar como recibir. Ellos podían coincidir con la ferocidad y la sed de sangre saiyayín por una temporada si estaban motivados correctamente, pero después de un tiempo su venganza comenzaría a herirlos tan profundo como a sus enemigos, así que pueden haber perdido su gusto por esto. Otra posibilidad es que este hombre fuera... engañado por los maiyoshyíns.

—¿Engañado? —El rey parecía desconcertado por tal sugerencia—. ¡Ese bastardo ha convertido por sí solo un levantamiento insignificante en una guerra!

—Piense en las "armas" que construyó, Majestad —dijo Bulma retirando a su reina a una postura defensiva cuando la reina de él avanzó—. Podría haber construido cada uno de esos dispositivos pensando que estaba salvando vidas. Todos ellos son de naturaleza defensiva. Incluso las armas ki-asesinas no son nada más que un nivelador para razas que no tienen poder de pelea que digamos. Los escudos de invisibilidad y los proyectores holográficos son para ocultar a la población civil o a planetas enteros de los soldados del imperio. La tecnología de miniaturización es para el transporte de alimentos y medicinas, para ocultar el escape de naves. Y las armas nucleares de plasma no son su invención, son un viejo pecado maiyoshyín, una sucia arma que han utilizado muchas veces en el pasado si se lee su historia. Los propios técnicos de Jeiyce solo tomaron las máquinas de este ingeniero misterioso y las combinaron con otras para deformarlo en algo verdaderamente mortal. —Ella levantó sus claros ojos azules y se encontró con la dura mirada negra de su oponente a través de la mesa—. Pero eso es solo mi humilde y desinformada teoría, Ousama. Por lo que sé, este hombre puede vivir cada día de su vida, sin otra esperanza que destruirlo a usted y a toda su raza. —Ella tomó su rey con el peón que había maniobrado silenciosamente en territorio enemigo.

—Jaque mate, Majestad —anunció bajando la mirada.

Su padre se quedó viendo el tablero, después a la joven delante de él con consternado silencio. Luego se echó a reír, profunda y calurosamente.

—¡Otro juego, muchacha!

—Él estará aquí todas las noches ahora, Bulma —comentó Vegeta escondiendo mal una sonrisa—. En todo el imperio, puede contar con los dedos de una mano quienes son mejores que él en el juego de estrategia. Incluso Articha no puede… —Se interrumpió, se puso pálido y su respiración quedó cortada.

—¿Muchacho? —Su padre miraba su rostro con ojos insistentes. Y de pronto eso estaba allí, o partes de eso. Una gran cantidad de imágenes segmentadas, alteradas e incompletas, recuerdos del hombre frente a él. Su padre.

—Ottoussama —susurró Vegeta—, usted... usted estaba parado al lado de un féretro de piedra en la cima de una montaña y me mostró la tierra que se extendía hasta la curvatura del mundo. Me dijo que las cenizas de mi madre estaban esparcidas por toda la superficie de nuestro planeta, que ella era parte de Vegetasei ahora.

—Es un verdadero recuerdo, muchacho —aseveró su padre—. No tenías ni dos años, creo. —Uno de los perros de Bulma agachó la cabeza bajo la mano del rey, adulando por afecto. Su padre lo miró, gruñó con irritación y el animal se metió debajo la silla de Vegeta dando un pequeño gemido. Reconocía a un líder de la manada cuando lo veía.

—Me acuerdo de usted —dijo de nuevo Vegeta. Su padre lo vio a los ojos un largo momento, pero lo que observó allí trajo otra vez esa mirada, la mirada de un hombre de luto por un hijo que había sufrido un destino peor que la muerte.

—¡Está llegando, Ousama! —Scopa le aseguró a su padre antes de que el rey se despidiera de ellos esa noche—. Un poco a la vez. Volverá a ser el mismo por completo si tiene suficiente tiempo, pero va a necesitar más de un mes.

Vegeta escuchó con atención mientras el rey no respondía al principio. Rom-kun le agarró dos dedos para apoyarse y comenzó a dar de tumbos a su alrededor en un círculo. Scopa y Bulma se encontraban fuera de la casa con Ottoussama, justo al otro lado de las paredes del salón donde se hallaba el pozo de fuego y podía escuchar sus palabras con claridad, aunque dudaba que lo supieran. Uno de los perros de Bulma levantó la cabeza y lloriqueó cuando Vegeta-ou hizo un bajo gruñido profundo en su garganta. Su padre parecía estar ahogándose en algo, su energía estaba creciendo con una enferma furia asesina hacia alguien que no estaba presente, hacia el hombre que le había hecho esto a él.

—Envié un hijo fuerte y feroz a la guerra, el más fuerte que nuestra raza ha visto en mil años. Ese muchacho apacible de allí no me sucederá en el trono, ¡y no lo veré vivir para ser menospreciado y ridiculizado por su propio pueblo!

—Él está haciendo progresos, Ousama —afirmó Bulma.

—Es como dije desde el principio, Majestad —añadió Scopa—, cuando llegue, lo más probable es llegue todo a la vez.

Su padre permaneció en silencio durante otro largo y tenso momento, luego hizo algún tipo de ruido, un gruñido de concordancia y se fue.

Mucho más tarde, Bulma vino a llevarse a Rom-kun para pasar la noche. El niño se había metido en el regazo de Vegeta cuando estaba leyendo a la luz del fuego y se quedó dormido.

—Se avergüenza de mí —dijo quedamente—, porque fui muy débil, porque los dejé romperme.

Ella sacudió la cabeza.

—Él solo tiene miedo de que nunca recuerdes quien eres.

Dioses, era tan hermosa.

—Creo que soñé contigo mientras me torturaban —continuó Vegeta—. Soñé despierto. Tu rostro era como una luz en un infierno de oscuridad. —Bajó la cabeza y pensó en las palabras que su padre había utilizado para describirlo, el hombre que había sido antes: fuerte y feroz. No era ninguna de esas cosas ahora. Debía parecer una sombra que caminaba del hijo por el que Ottoussama estuvo tan desesperadamente orgulloso, del hombre que la mujer delante de él debió haber amado.

—Yo… yo quiero decirle a Ottoussama que podría haberme mantenido firme, podría haberme... no importa lo que me hicieron, si tan solo me hubieran dejado do… dormir... —Bulma puso los brazos alrededor de sus hombros temblorosos, lo abrazó y besó su rostro.

—No hay de que avergonzarse. Todo el mundo tiene un punto de ruptura donde tu fuerza y tu voluntad se terminan. Todos somos de carne y hueso... no Dioses.

Él se echó hacia atrás para mirarla.

—¿Soy tan tonto ahora? ¿Es por eso que no me quieres? ¿Porque no soy... como era, no completamente?

—Yo te quiero, Vegeta —dijo ella en voz baja y puso sus labios sobre los suyos, pero él la empujó hacia atrás de nuevo con delicadeza.

—No..., tu… tu cuerpo me desea, pero... tú no. O quisieras no hacerlo. No lo entiendo.

Bulma se mordió el labio, lágrimas se formaron en sus ojos y finalmente volvió a hablar.

—No eres un tonto y estás completo. Solo eres... eres, como serías si te hubieran dejado seguir tu propia naturaleza. Eres el hombre bueno que podrías haber sido, si no hubieras sido criado para ser un… ¡Oh, Kamisama! ¡Ojalá te hubiera conocido primero! —Ella comenzó a llorar suavemente y lo besó de nuevo—. Creo que podría haberte amado más que a mi propia vida si hubieras sido como eres ahora.

—¿Yo fui cruel contigo? —No alcanzaba a imaginarlo, pero... no tenía forma de saber si la había tratado bien o mal.

—Tú... —Su rostro se quedó inmóvil y reflexivo—. Tú fuiste tan bueno como sabías ser.

Su pecho se apretó. Una respuesta más diplomática y críptica no podía haber esperado recibir. Era un príncipe, debió haber sido arrogante y malcriado como parecían serlo muchos hijos de las casas reinantes en las historias de Scopa. Probablemente habría sido un amante caprichoso y prepotente también. Un pensamiento, una pregunta de repente saltó en su mente y con ella una ola aplastante de dolor y náuseas. La imagen del rostro de una mujer, medio oculto por su cabello azabache enredado, gritaba mientras… él se dobló lleno de náuseas y jadeó.

Por los Dioses... Articha...

—¿Dónde está Articha? —le preguntó con voz trémula cuando pudo hablar de nuevo. Cerró los ojos y trató de borrar las imágenes de su mente. Bulma palideció a blanco sin sangre y no respondió—. Ella está muerta —dijo Vegeta muy triste—. Hubiera sido casi imposible sobrevivir a lo que le hicieron.

—Es posible. —Su voz era de repente tan inexplicablemente fría, que él se apartó de ella. Bulma lo contempló sin expresión por un largo tiempo, luego su rostro se suavizó y su mano le acarició la mejilla—. Turna la llevó a una de sus casas de campo para recuperarse. Ella no va a morir, dice que no les dará la satisfacción de haberla destruido, es una mujer muy fuerte.

Vegeta asintió, su aspecto era solemne.

—A veces sueño que peleo y asesino, que lo disfrutó. Incluso ahora cuando pienso en esos recuerdos, la emoción de la batalla parece cantar dentro de mí. Creo que la violencia y el amor a las batallas deben estar en la estirpe de mi sangre y mis huesos. Yo lo entiendo, pero no entiendo como un hombre podría usar a una mujer así.

Bulma comenzó a llorar de nuevo, quizá por simpatía hacia Articha y su dolor. La llevó a su cama, puso al bebé a descansar entre ellos y la sostuvo hasta que ella se durmió. Se dio cuenta, justo antes de que cerrara los ojos, que no quería jamás dormir otra vez sin su compañía.

Otra ronda de días, luego pasaron las semanas. Los vientos fríos de las alturas de las montañas alejaron el opresivo calor del verano. Rom-kun ahora estaba caminando, corría y lo seguía por todos lados e iba detrás de los perros de Bulma como un diminuto depredador, tratando de atraparlos y montarlos. Vegeta leía cuando le complacía, entrenaba con Bardock cada día en la mañana y al atardecer, y lo escuchaba discutir con Bulma cada noche en la cena sobre todo por la forma en que ella criaba al pequeño.

—¡Lo estás deformando contra la inclinación de su propia naturaleza, niña! ¿Cómo voy a hacer un guerrero de él después de que tengas cuatro años para mimarlo en la forma en que lo estás haciendo? ¡Apenas puede hablar y los instructores de los cuarteles infantiles ya lo considerarían anormal!

—¡Eso es porque yo lo saqué de la incubadora antes de que lo enviaran a la unidad infantil de condicionamiento y luego al cuartel para niños! —replicó ella y cortó con violencia el asado de cardu-jabalí que estaba sirviéndole a los hombres en la mesa—. ¡Así es como un niño saiyayín sería naturalmente, cuando no ha tenido la cabeza bombardeada con cintas subliminales de agresión por el primer maldito año de su vida!

—Bulma... —explicó Bardock—, si a los cuatro años de edad sus instructores deciden que es deficiente mental o que carece de la voluntad normal para luchar, lo sacrificarán.

Ella se congeló, el cuchillo en su mano quedó en alto. Parecía estar a punto de volar por encima de la mesa hacia el hombre de la cicatriz, luego habló con frialdad.

—Entonces entrénalo tú mismo cuando tenga la edad suficiente. Es tu derecho como su padre. Cualquier padre saiyayín puede asumir el entrenamiento de su descendencia si quiere, ¿verdad? Es solo que la mayoría de los guerreros no quieren ser molestados.

—Niña, yo tengo…

—Tienes la oportunidad de compensar tus pecados, Bardock —sostuvo Bulma en un tono suave—. Romayna-san mencionó que tendrías una oportunidad y que sabrías cuando te habrías ganado su perdón. Ella estaba tan cerca de la muerte, debió haber visto que el alma de Son-Gokú volvía en Rom-kun.

—Bulma... —aseguró Bardock con cansancio—, estás hablando locuras.

—No conociste a Son-Gokú, Bardock —dijo ella de manera enfática—, ¡yo sí! Todo sobre Rom-kun es igual, no solo el hecho de que es prácticamente idéntico en lo físico. Es todo, desde la forma en que sonríe hasta la forma en que se movió desde que empezó a caminar.

Bardock sacudió la cabeza.

—Es lo mismo porque ambos niños tienen los mismos padres.

Vegeta y Scopa mantuvieron un prudente silencio sobre el asunto para dejar que los dos se abrieran paso a una tregua. Bardock no estaría de acuerdo por cualquier cantidad de riquezas que el niño era su segundo hijo renacido. Bulma no estaría de acuerdo en ningún caso con frenar sus maneras suaves y de protección hacia el niño. Finalmente llegaron a algún tipo de compromiso y Bardock comenzó a entrenar a su hijo en posiciones básicas de técnicas de lucha.

Pasó sus tardes jugando al ajedrez con Bulma, hablando con ella, escuchando cada cosa que le dijera sobre sí misma. Deseaba con una especie de anhelo desgarrador poder recordar cómo había sido ser su amante. Ahora sabía que el dolor en sombras detrás de sus ojos era por haber perdido a su planeta, a su pueblo, en una purga saiyayín hace años. Había más en esa historia, algo que ni ella ni Bardock le dirían y sospechaba que tenía algo que ver con el hijo del soldado de la cicatriz en el rostro, el que Bulma insistía había renacido como Rom-kun. La segunda oportunidad de Bardock, ella dijo crípticamente. Él quería conocerla como debió haberlo hecho antes, conocer cada vuelta y giro de su brillante mente, y rememorizar cada sonrisa, cada ceño fruncido y cada gesto. Le preguntó por último, a altas horas de la noche cuando los otros ya se habían ido a la cama, por qué no odiaba a su pueblo, a todo su pueblo, si habían matado a su raza al purgar su planeta. La sola idea de purgar lo hacía sentir enfermo, al verlo a través de los ojos de la víctima, no de la raza guerrera conquistadora.

Bulma no respondió al principio.

—Los habría odiado a todos si no hubiera visto algo casi de inmediato, una verdad que la mayoría de sus enemigos no quieren pensar. Que no son monstruos, son solo hombres muy, muy fuertes y tan arraigados en su cultura guerrera que no pueden ver más allá del final de sus propias narices la mayor parte del tiempo, pero... los hombres que vinieron y destruyeron mi planeta... eran amigos. Se querían como hermanos, a pesar de que nunca lo admitirían ni en un millón de años. Amaban a sus compañeras y a sus hijos una vez que llegaban a conocerlos. Eran... solo personas, criadas en una sociedad violenta, asesina; entrenados desde la cuna para matar a cualquier cosa que no sea saiyayín sin inmutarse. Pero debajo de eso, todos eran como Rom-kun o como tú.

—No soy un niño —le aseguró Vegeta en voz baja.

—No —dijo ella, sus ojos reflejaban las llamas de las brasas del pozo de fuego, reflejaban el calor que estaba creciendo dentro de él—, no eres un niño.

—Te quiero —declaró Vegeta con sencillez—. De todo lo que he olvidado, no me he olvidado de eso, pero... esperaré por el día en que me quieras y que ese deseo no te traiga dolor. —Él la besó y se fue a buscar su propia cama.

Varias mañanas después, la encontró en un estado de histeria, tirando cables, metales y diagramas mecánicos por todas direcciones en la pequeña sala de trabajo que creó para ella junto a su dormitorio. Bardock se había ido por el día, llevándose a su hijo con el fin de acostumbrarlo a la sensación del vuelo.

—Creo que sería muy triste —sostuvo Bulma llorosa—, un niño saiyayín que tenga miedo a las alturas; yo sé que no puedo enseñarle esas cosas, pero... ¡él no ha estado lejos de mí por más de unos pocos momentos desde… desde que Romayna me lo dio!

—No deberías quedarte aquí —indicó Vegeta pensativo.

—¿Sí? —sollozó ella—. ¿Por qué no?

—Destruirás tus... cosas. —Él señaló vagamente a una máquina médica en forma de campana que ya había desmantelado a la mitad en una menos que gentil manera—. Ven conmigo afuera.

Los campos estaban cubiertos de pequeñas flores color carmesí, flores de la luna, Bardock las llamó. Caminaron toda la mañana haciendo buen tiempo, incluso a pie, con su ansiedad nerviosa para impulsarlos. Lentamente, mientras Bulma empezaba a cansarse, comenzó a pensar con más claridad en lugar de solo sentir y se calmó. Ella empezó a asimilar el día perfecto a su alrededor y lo disfrutó.

Por la tarde, estaban acostados uno al lado del otro en una colina baja, a pocas millas de la casa de Bardock. Los ojos de Bulma parecían reflejar el azul perfecto del cielo sobre su cabeza. Su largo cabello se enredaba en la hierba debajo de ellos.

—¿Cómo hiciste... —Vegeta dejó que la pregunta se apagara al pensarlo mejor, podría despertar recuerdos dolorosos para ella.

—No se inicia una pregunta que no se va a finalizar, Vegeta —dijo Bulma con aspereza. Él sonrió, giró sobre su lado para hacerle frente y se apoyó en un codo.

—¿Cómo reprodujiste a los perros si tu planeta se ha ido? —Vegeta observó su rostro tenso, vio la satisfacción borrarse y se maldijo por tonto.

—Mi chaqueta —contestó ella mientras se volvía hacia él—. Mis padres conservaban decenas de animales en nuestra finca. Cuando Bardock me trajo a Vegetasei, yo embolsé la ropa que llevaba el día que mi planeta murió para salvaguardarlos. Un par de años más tarde, me di cuenta de que Vegetasei tenía una tecnología de clonación mucho más avanzada que Chikyuu. Le pregunté a la esposa de Bardock, Romayna, si podía poner los pelos de mi ropa, los pelos de los animales, en crioalmacenamiento para mí en el centro médico. Cuando empecé a trabajar allí, después de que te fuiste, de repente lo recordé e hice dos clones de Baka y Yaro, mis perros de Chikyuu. Podría haber hecho a Scratch también, pero... era el gato de mi padre. Mi papá siempre lo mantenía junto a él cuando trabajaba, era como un gato de taller que lo ayudaba a pensar mejor, decía. Creo que me habría hecho llorar cada vez que lo mirara.

—¿Lo amabas mucho?

—Sí... —Bulma sonrió con tristeza—, yo lo amaba mucho...

—Bardock me dijo —comentó él pensativamente—, que nunca debería decirle algo así a mi padre.

Su boca se crispó, tal vez porque ella visualizó una escena de este tipo, o trató.

—¿Lo amas? —Vegeta asintió. Bulma lo consideró y lo miró muy seria—. No se lo digas. Va en contra de la costumbre saiyayín expresar eso en voz alta o incluso admitirlo abiertamente y solo lo molestaras si lo haces.

—Tú no eres saiyayín —Él precisó, las palabras cayeron de sus labios antes de que perdiera el valor—, ¿te molestaría si te lo digo?

Ella lo miró fijamente, su rostro era una máscara de shock y de indecisión y… y de emociones tan complejas y contradictorias que Vegeta no era capaz de darle un nombre a ninguna de ellas.

—Yo… yo podría amar al hombre que eres en este momento. Kamisama... creo que ya lo hago, ¡pero… pero no te quedarás de esta manera!, ¡volverás a… a ser de la forma en que eras antes!

—No me parece que sea posible —declaró él trazando la línea fruncida de su hermoso rostro con la mano—. Creo que no hay un camino de regreso a mi memoria antes de Avani Trice excepto a través de Avani Trice, a través de Je… Jeiyce. —Tropezó con el nombre, pero mantuvo sus ojos en los de ella—. Cuando lo recuerde, como Scopa dice que haré, cuando se ha pasado por ese infierno... Bulma, un hombre no puede emerger de tal cosa sin cambios. —Sus brazos parecían haberse envuelto alrededor de ella por su propia voluntad mientras hablaba, para tirar de su cuerpo lenta y suavemente contra el suyo—. Creo que debí haber sido un amante orgulloso y egoísta contigo. Te debo haber herido mucho, lo siento por eso. Debo haber sido el más ruin tipo de idiota que da a su amante por sentada. —Sus labios tocaron los de ella...

Y todo pareció ocurrir al mismo tiempo. Vegeta se estaba ahogando en esos ojos del color del cielo, en el interior del calor que florecía en su mente y su cuerpo, tan dulce que era casi una agonía. Sus miembros estaban enredándose en un beso tan largo y persistente que pareció durar una eternidad. Todo era inquietantemente familiar, cada suspiro que ella daba, cada curva de su cuerpo y todo era nuevo a la vez. Él no presionó por más, solo se tendió a su lado y la acarició a través de su ropa, abrazándola mientras la besaba una y otra, y otra vez, hasta que ella hizo una especie de gemido exigente. Bulma se sentó, tiró de la guerrera de Vegeta sobre su cabeza y arrastró la boca por su cuello mientras él empezaba a quitarle el ligero vestido que ella llevaba. En otro momento no había nada entre ellos, ni una prenda de ropa que separara su piel de la suya. Todo se convirtió en un borrón ardiente de piel suave y cálida, y acelerada necesidad mientras Bulma se movía sobre él tocándolo por todas partes con la boca y con sus frágiles manos que parecían hechas de delicados huesos de aves.

—¿Quieres esto? —le preguntó Vegeta suavemente tratando de mirar a través de sus ojos a su corazón y casi gritó de alegría al ver la dulce sonrisa plena que floreció en su rostro.

—Sí... —contestó ella—. Sí. —Sus brazos estaban alrededor de él, sus piernas lo rodearon y entonces… Vegeta se quedó sin aliento y casi sollozó cuando se deslizó dentro de ella. Bulma se movía por encima de él, sus ojos demasiado brillantes resplandecían por las lágrimas no derramadas.

—No... —Vegeta intentó decir, su voz era como un susurro estremecedor—, quiero que seas feliz... —Inhaló profundamente cuando ella lo apretó con suavidad, su cálida opresión se contrajo en torno a él— ..., quiero hacerte feliz... —Se sentó, la envolvió en el interior de sus brazos y se movió junto a ella para dirigirse hacia algún dulce punto de ruptura juntos.

—Yo. —Bulma respiró contra sus labios—. Vegeta... yo... —Sollozó su nombre cuando el final se estrelló sobre ella, a través de ella y lo arrastró hasta el precipicio igual que un maremoto. Ellos se aferraron como niños exhaustos, temblando y jadeando. La sensación de... lo correcto, de que así, así era la forma en que debió ser siempre lo golpeó como un rayo desde el cielo despejado por encima de ambos. Que, de alguna manera, nunca había sido correcto, aunque sabía que la había sostenido un centenar de veces antes. Y que después de haberla tenido esta vez, con solo una idea de cómo podría ser, él jamás más sería capaz de conformarse con menos.

—Bulma... —Alzó los ojos para encontrar los de ella, todo su cuerpo y su alma se vertieron en las pálidas e insuficientes palabras que solo tocaban la más pequeña fracción del significado que estaban destinadas a transmitir—. Te amo —susurró mientras tomaba su rostro entre sus manos y la besaba—. Te amo…

Y todo regresó en un instante demoledor. Su cuerpo se puso rígido, inmóvil como piedra del shock por un segundo o dos. Vegeta no podía moverse, no podía respirar. Su corazón parecía tambalearse en lo alto de su pecho. Entonces gritó y gritó igual que lo había hecho en ese pozo negro de acero donde lo habían mantenido hasta que su voz se desgastó, se desangró y murió. Todo el peso de la memoria cayó sobre él como un millar de fragmentos irregulares de vidrio, cortando el tejido medio reparado de su alma herida, cada uno reflejando una imagen de las cosas que le habían hecho en ese insomne e inimaginable horror durante medio año. Hasta que gritó como la cosa enloquecida en la que se había convertido ante la mera visión del rostro del príncipe rojo. Hasta que sollozó como un mestizo cobarde, pidiendo que se detuvieran, rogándoles que lo mataran. Hasta que se arrastró sobre su estómago para besar las botas del maiyoshyín... Se había roto por la mitad y todo lo que quedó de sí mismo se vertió en las manos de su enemigo.

Bulma todavía lo sostenía y le hablaba con gentileza mientras él sollozaba como no lo había hecho desde que caminó sin ayuda. Otra ola de recuerdos irrumpió y convulsionó bajo el nuevo golpe. Vegeta podía sentir que esto lo cambiaba y lo remodelaba cuando vino, y que nada sería lo mismo. No se había equivocado, él nunca sería como fue antes, él nunca sería…

Vio su rostro, cada recuerdo, cada instante desde el primer momento en que la vio en la casa de Raditz hasta este día y cada segundo en medio... y se arrancó de ella con un gemido roto. Cayó de frente en los pétalos rojos esparcidos por el césped, sollozando por ella, por él mismo, por más cosas a las que no podría dar voz así viviera mil años.

Una suave mano lo tocó de nuevo, le acarició el cabello y la nuca, todavía le hablaba en un tono dulce. Poco a poco las palabras comenzaron a registrarse en él. Bulma lo volvió sobre su espalda y limpió las lágrimas de su rostro.

—¿Qué recuerdas? —preguntó ella en voz baja.

—Todo... —Vegeta vio el cambio en su rostro, la vio ponerse en blanco y la sintió empezar a desmoronarse por dentro por la pérdida del hombre que había sido hace unos momentos.

—¿Tú... —El rostro de Bulma comenzó a convulsionar de dolor como si él hubiera muerto de alguna manera. Tal vez, en cierto modo, lo hizo—. ¿Sabes quién eres?

—No. —dijo haciendo una pausa y observó cómo sus ojos empezaron a rebosar con una especie de esperanza lamentable—. Soy Vegeta que fue a la guerra para aniquilar a los enemigos del imperio, soy Vegeta que yació seis meses en un calabozo maiyoshyín torturado día y noche hasta… hasta que fui nadie en absoluto, soy Vegeta que vivió contigo en la casa de Bardock estos tres meses. Soy... soy los tres... y uno, pero no sé quién es ese hombre. —Esas palabras no le dieron más comodidad de la que le dieron a él. Ella se alejó lentamente y lloró como debió haber llorado por Raditz y su primer hijo. Sollozó en silenciosa agonía como hacía cada día cuando construía sus pequeñas armas en esa verde isla de escarpada pendiente. Esa isla que debía yacer alojada en un lugar de horror en su mente, de la misma manera que la negra celda de acero maiyoshyín habitaría por siempre en su interior.

Vegeta sabía que debía dejarla llorar sola, que todo el consuelo que podría tratar de darle solo sería una burla para su dolor... porque era el responsable, pero no logró detenerse; no podía oír su voz rompiéndose en desgarradores sollozos y no hacer nada. La tomó entre sus brazos y para su asombro, ella se aferró a él mientras mecía su cuerpo desnudo contra el suyo hasta que estuvo simplemente demasiado cansada para llorar más.

Un largo silencio se extendió entre los dos, solo roto por el sonido de sus respiraciones y el ligero viento que barría desde las planicies.

—Ganaste, Bulma. —Él habló al fin.

Ella se dio la vuelta en sus brazos y lo miró.

—¿Gané?

—El tonto "juego" que comenzamos antes de que fuera a la guerra —respondió Vegeta con voz hueca—, cuando juramos esclavizar el corazón del otro. Venciste, mujer. No me oirás darle voz a eso de nuevo, pero... me refiero a las… las palabras que dije. Todavía las siento. Y sé que aunque vivamos hasta que el sol sobre nosotros se enfrié y muera, tú nunca sentirás lo mismo. Yo no comprendía eso antes, ni siquiera el motivo, ahora sí.

—Y juré que usaría tu amor para destruirte —dijo Bulma pensativa—, pero me pregunto... si el hombre al que le hice esa promesa no está ya destruido. Tienes razón, no eres el mismo ahora.

—El hombre que era hace dos horas tenía tu corazón, ¿verdad? —susurró él.

—Sí... —contestó ella—, pero ya se ha ido.

—Y ahora... —Vegeta sacudió la cabeza con desesperación—, yo no te puedo importar más de lo que a mí adoptar al príncipe rojo como mi hermano de sangre. No hay camino de regreso de esa pista de lanzamiento donde murieron Raditz y tu hijo y no hay un camino de regreso de esa isla en el mar del oeste donde empezamos.

Bulma parecía estar pensando, estrujando su mente, buscando en su corazón por algo que pudiera darle una esperanza, por un camino de regreso a lo que le había dado con toda su alma hace unas escasas horas.

—Tal vez existe —sostuvo vacilante.

—Dime.

Ella lo fijo dándole una mirada que parecía oscilar entre la frialdad sepulcral y un horno con brasas de dulce calidez. La inalcanzable calidez de su corazón.

—Devuélveme todo lo que me quitaste —dijo a un ritmo constante—. Si puedes entender qué fue lo que tomaste, si puedes superar tu orgullo lo suficiente para devolverlo... entonces... entonces tal vez seré capaz de ver al hombre que amaba esta mañana en el interior del hombre que eres ahora.

Él cerró los ojos y se tragó la avalancha de furia por sus exigentes palabras, se tragó el impulso reflejo de agarrarla, de sacudirla, de ordenarle que le diera lo que con tanta desesperación necesitaba de ella, mas no funcionaría. Y si esto no se daba libremente, sería tan repugnante y retorcido como esos momentos cuando había besado las botas de Jeiyce de Maiyosh y lo llamó amo. Pero... Dioses... ni siquiera sabía por donde empezar.

Una cantarina voz aguda seguida de un ladrido canino en respuesta y un leve aumento en el ki de Bardock le advirtió que pronto tendrían compañía.

—¡Mamaaá! —Rom-kun llegaba demoliendo los páramos en floración justo cuando lograron ponerse sus ropas de una manera apresurada, su padre vino detrás de él, llevando el cadáver de un cho-ciervo colgado sobre un hombro.

—¡Edeeeta! —El niño gritó deformando su nombre, se disparó a sus brazos y lo abrazó de una forma que habría pensado imposible en un niño saiyayín.

Su mujer se congeló, su rostro era una inmóvil máscara de miedo velado. Bardock se detuvo también desde su posición en la cima de la colina por encima de ellos al percibir la diferencia en su ki. El hombre estaba preparado como una flecha en un arco, listo para saltar hacia él y dar la vida por el niño si era necesario. Hace un año, habría encontrado esa reacción imposible de comprender, la marca de un sujeto sentimental, débil y tonto. Vegeta despegó poco a poco al mocoso de su pecho, lo sostuvo con ambas manos y lo estudió frunciendo el ceño mientras el hijo de Bulma continuaba balbuceando sobre "vooolar" todo el día con toussan.

El recuerdo de cómo había permanecido junto a su mujer con este cachorro situado entre ellos, sintiendo una irreflexiva aceptación de tal cosa como normal y natural, sintiendo una especie de paz que dudaba pudiese experimentar de nuevo, esto era nauseabundo para el hombre que había sido; una imagen de que él podría haber asesinado tanto al niño como a la mujer se borró de su mente de hace un año. El hombre que era ahora... no sabía lo que haría. Existían demasiados cambios para hacer un inventario en tan corto tiempo, demasiados impulsos contradictorios que causaban estragos en su interior para estar seguro de nada. Tendría que aprender a conocer a este extraño en que se había convertido. Pero un hecho no cambió, Vegeta decidió con un gruñido interno de desafío a los años de condicionamiento reactivo que le decían que debería lanzar a esta cálida cosa que se retorcía entre sus manos lejos con una violenta y viciosa maldición, que haría lo que quisiera. Haría su propia ley y tradición como deseaba, y piedad para el hombre que tratara de contradecirlo. Lenta, muy lentamente, cargó al niño en un brazo y volvió la mirada hacia Bulma.

—Duerme en el centro médico cuando lo desees o en mi cama, según prefieras. Lleva al niño a mi casa cuando vengas. No voy a tener a mi hijo adoptivo durmiendo solo en el centro médico con únicamente el madrani Scopa para asistirlo. —Él lucho contra la oleada de esperanza que estalló en su interior al ver la breve y brillante chispa de calor que destelló en los ojos azules de Bulma mientras hablaba. El abismo insalvable que yacía entre ellos no sería un puente durante la noche. Estaba buscando el camino a través de la oscuridad, sin ni siquiera un mapa para guiarlo.

Vegeta gruñó con desdén y ella soltó una suave risa ante sus siguientes palabras.

—El niño podría quedar permanente dañado por esa clase de compañías y crecer para convertirse en un médico.