Dragon Ball/Z/GT Fan Fiction ❯ Un día alegre ❯ Capítulo III ( Chapter 3 )

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Capítulo III

 

Él se sacudió un insensato escalofrío que acababa de estremecerlo al bajar por su espina dorsal con un gruñido apenas audible. Tomó conciencia de que había estado haciendo un tenue y profundo sonido en el fondo de su garganta sin darse cuenta. Era el bajo ronroneo de un animal vibrando dentro de su pecho cuando sus manos se enroscaron entre los sedosos mechones del cabello de su mujer al lavarlos. Estas comenzaron a moverse sobre ella ahora mientras lentamente con una esponja le limpiaba el cuerpo de una noche de sudor. Sus ojos se entrecerraron, casi amanecía y el calor se estaba convirtiendo en opresivo. No podía recordar un otoño más caluroso o, tal vez, el calor venía de él, razonó esbozando una vaga sonrisa, irradiándose desde donde su cuerpo y el de la mujer que permanecía sentada delante suyo en la alberca de agua natural se tocaban. Frunció el ceño enojado y trató de ordenar y mandar en sus pensamientos, pero había una atractiva tinción roja rodeándolos. Él sabía que ésta presionaba su cordura, cambiaba sus percepciones y tiraba de sus emociones junto con sus deseos hacia un remolino de sed de sangre y violencia. Y sabía que continuaría creciendo a medida que avanzara el día mientras…

Parpadeó y apretó los dientes en un esfuerzo necesario por pensar de forma clara. Debía enviar a Bulma lejos ahora. ¿Le había dicho algo justo después de que se despertaron esta mañana?, ¿alguna orden loca de que regresara antes del anochecer? Sacudió la cabeza por mayor claridad y la besó al lado del cuello. Mujer tonta, por haber venido a él la noche anterior.

Te ordené que regreses a mí esta tarde —dijo frunciendo el ceño. ¡¿Qué demonios había estado pensando ella al haber regresado a la villa ayer?! —. No lo hagas.

El cuerpo de Bulma vibró con una débil risa.

No iba a hacerlo.

El calor acumulándose dentro de Vegeta parecía alimentar la llama de color intenso que entraba a través de las persianas por las ventanas de la sala de la alberca de agua natural. ¡Estúpida y temeraria mujer por pasar junto a él la noche anterior en lugar de quedarse en el centro médico donde estaría a salvo!, en lugar de obedecer su orden expresa de permanecer allí, pensó soltando un leve gruñido de rabia. ¡Desobediente, arrogante e irrespetuosa perra! Sus dedos se clavaron en la suave y flexible carne de los brazos de su mujer y sintió que esta cedía con un rugido de maliciosa satisfacción, sintió su suavidad presionada contra su dureza… y entonces todos los pensamientos de enviarla lejos, todos los pensamientos de cualquier cosa se desvanecieron como el vapor del agua alrededor de ellos. Gruño en lo profundo de su garganta, la giró de manera brusca para que lo enfrentara y la empujó con fuerza hacia un lado de la alberca. Capturó un delicado seno perlado de agua entre sus afilados dientes, lo que la hizo gritar cuando su dulce, dulcísima sangre se derramó en su boca. Se presionó contra ella, le separó las piernas…

Y se congeló.

La claridad y el frío horror descendieron sobre él como una tormenta de nieve en primavera. Su estómago se lanzó en dirección a su garganta y su respiración se hizo entrecortada y áspera. Sintió que la sangre abandonaba su rostro mientras la contemplaba, realmente viéndola ahora. Abrió la boca para hablar, pero ningún sonido salió. Bajó la mirada hacia sus manos apretadas alrededor de unos brazos, hacia las afiladas uñas de sus dedos que poco a poco volvían a la normalidad. Él le había… había desgarrado los brazos y la espalda, y cuando vio el agua que se arremolinaba en torno a ellos, notó que estaba brillando por la sangre. Su cuerpo... oh, Dioses... ¡Ella estaba cubierta de mordeduras y hematomas!

Bulma... —Él se ahogó.

No sigas —dijo ella en voz baja, una suave mano le acarició el rostro—. Yo debí haberme alejado ayer por la noche.

Yo… —Su garganta se contrajo en contra de las palabras, pero las obligó a salir. Éstas no serían silenciadas—. Yo lo si…siento... Yo…

Tú —le aseguró ella usando un tono firme—, estás en las primeras etapas del delirio lunar y yo debí haberme quedado enclaustrada junto a los otros debajo del centro médico como me lo ordenaste. —Y sonrió con esa sonrisa serena, la misma que le dio la noche anterior cuando había llegado a él, la misma sonrisa que hizo a todo el ser de Vegeta estremecerse de alivio y alegría al saber que la agonía de las semanas de frialdad entre ellos habían terminado. Que ella lo perdonó por retener la última pieza de la deuda de sangre que le debía, que entendió que aquello no podía ser. El rostro de Bulma se mantuvo seguro y decidido, como ahora—. Yo sabía lo que hacía y tú no estabas en tus cabales para que me alejes de ti. Solo quería estar contigo una vez más antes de... —Esa dulce y desconcertante sonrisa vaciló un poco—... antes volver abajo. —Ella lo besó, alisó los surcos en el rostro de Vegeta con los labios y él la abrazó para mecer delicadamente su cuerpo contra el suyo. Ninguno de los dos habló durante un largo momento.

Debes atenderte —le dijo mientras la empujaba hacia atrás a regañadientes—. Estás sangrado y… y…

Debería hacerlo. —Ella estuvo de acuerdo.

Te juré —sostuvo aturdido—, que nunca volverías a tener si quiera una contusión de mis manos.

Bulma se puso de pie con mucha cautela, él la ayudó a secarse y a ponerse su ropa, y la observó en silencio mientras ella se movía por la habitación con ese mismo aire de calma inquietante para recoger sus cosas como si las contusiones y las heridas en su cuerpo no fueran nada.

¿Entonces, los niños están protegidos? —le preguntó más calmado de lo que se sentía cuando ella colocó la última de sus baratijas médicas en su bolso.

Todos están resguardados. El sector subterráneo entero del centro médico está repleto ahora mismo y hay mucho, mucho ruido. Nail dice que puede volverse loco antes de que la semana acabe. —Bulma se había trasladado a la ventana del este, él caminó para pararse detrás suyo, aunque no alzó la mirada como ella hizo. Por encima, sabía que la luna estaba ardiendo como un infierno rojo en el cielo de la mañana al acercarse cada vez más, convirtiendo el firmamento al color de la sangre. Esta noche estaría aún más cerca y llena...

Era un gran y trascendental augurio, decían los guerreros más viejos, que el centenario del rey cayera en la temporada de la luna. Incluso si bajaba la mirada, parecía que la luz carmesí taladraba su cerebro, amenazando con destruir su cordura a plena luz del día. Esta noche... esta noche sería loca y alegre, un festival de sangre, muerte y batalla.

Ya tenemos a todos los pequeños de las unidades de condicionamiento infantil y a más de la mitad de los niños de los cuarteles de tres, cuatro y cinco años de edad de Vegetasei sedados ahora —murmuró ella—. A treinta mil de ellos. Bardock dijo que tenía un par de palabras que ofrecerte por darle a él y a su escuadrón el deber de niñeras allí abajo, y no eran "muchas gracias".

Vegeta esbozó una débil sonrisa de suficiencia.

¿Ha sido Rikkuum de ayuda para ti o el gran tonto solo fue un estorbo?

Ella se reclinó contra él.

Es bueno para mantener a los más ruidosos a raya. Me contó que solía ser un instructor militar en Tsirusei y sorprendentemente es amable con los más pequeños... con los bebés... —Bulma se quedó en silencio, su delgado cuerpo tembló un poco a pesar del constante aumento de calor.

Él la volvió para que lo enfrentara, inclinó la cabeza y puso una mejilla junto a la suya.

Todavía sigues enojada conmigo. —No estaba hablando de nada de lo que había hecho esta mañana o la noche anterior y los dos lo sabían.

No —susurró ella—. Ira es la palabra equivocada. Quisiera... oh, Dioses, quisiera tantas cosas.

No puedo darte lo que quieres —declaró Vegeta con firmeza—, pero te daré la cosa que más se le acerque. Lo juro por mi vida, no será este año o el siguiente, pero honraré todos los votos que te he jurado.

Bulma suspiró contra él, profunda y tristemente.

Te creo. —Y envolvió sus brazos alrededor de Vegeta, lo abrazó con fuerza y enterró la cabeza en su pecho. Se quedaron así durante unos segundos, en un momento de sosiego por nada más que estar en brazos del otro, luego ella se enderezó, cuadró los hombros y lo besó una vez más—. Me voy —dijo en voz baja, resuelta—. Te veré de nuevo pronto, cuando todo haya terminado.

Él se quedó inmóvil como una estatua mientras la veía marcharse.

Caminó a través de la puerta arqueada de su villa, se detuvo en el umbral y examinó la sala del pozo de fuego vacía, impecable de incluso un espectro abandonado de polvo. Las sirvientas mantuvieron la villa abierta, Bulma le había dicho, cuidaron de su casa, las flores y el jardín de hierbas, en espera del regreso del amo —lo que había sido, de ningún modo, una certeza hasta antes de ayer—. Las dos criadas de servicio, Batha y Caddi, se inclinaron cuando sus ojos se fijaron en ellas. Ambos plácidos rostros vacíos se congelaron de aprehensión en el momento en que su mirada se detuvo en las dos. El amo de la casa nunca veía a una esclava doméstica más de lo que lo haría con un dispositivo mecánico, a menos que esta lo hubiera disgustado. Ambas mujeres eran de piel marfil y de mediana edad, sus negros y demasiado grandes ojos nocturnos se volvieron enormes cuando estos le devolvieron la mirada en estado de shock.

No había enviado ningún mensaje o señal a nadie de su inminente regreso. Los otros detrás de él, Bulma, Scopa, el niño que bajaba del pequeño aviador y Bardock en posición de descanso en la puerta, lo observaban de cerca.

—Han mantenido la casa y los jardines en buen estado —les comentó a las mujeres—. Tengo hambre.

Ambas pálidas mujeres se sumergieron de nuevo en apresuradas reverencias y se escurrieron directo a la cocina. Los perros de Bulma se abalanzaron del aviador, dando saltos pasaron a Bardock hacia la casa y rodearon el pozo de fuego en una eufórica persecución. Vegeta los observó en silencio mientras se sentaba con calma en su silla al lado del pozo, sintiéndose demasiado extraño al estar haciéndolo, como si estuviera solo medio despierto. Ambos animales frenaron y se detuvieron ante él cuando dio una orden usando un gruñido cortante, sus lenguas colgaron de sus babosas bocas estúpidamente. Bulma lo seguía, llevaba a un somnoliento Romayn acunado contra su pecho.

—Si —le dijo a los perros con una leve amenaza—, alguno de los dos hace sus necesidades dentro de mi casa, comeremos perro asado esta noche.

Lo miraron por espacio de medio segundo, luego "ladraron" felices y reanudaron su jovial carrera alrededor del pozo de fuego.

—Bestias sin valor —declaró muy disgustado.

Escuchó la suave risa de Bulma por encima de su hombro.

—Sí, lo son. —Ella asintió—. Voy a llevarlos de vuelta al centro médico en la mañana, pasaran un buen rato escarbando en el invernadero del patio central.

—Déjalos —indicó después de pensarlo un momento, mirándola—. Los animales de manada no deben estar encerrados, ni siquiera en una jaula grande como ese lugar. Las sirvientas los alimentarán y podrán correr salvajes por las colinas como hacían en la casa de Bardock. —La idea de jaulas, de enjaular cualquier cosa con suficiente inteligencia para respirar, le daba una sensación de estremecedor terror que apenas pudo ocultar detrás del duro molde de su rostro. Pero su mujer esbozó una sonrisa de indecisa satisfacción que aquietó todo vestigio de estremecimiento interno.

Ella se fue sin hacer comentarios para llevar al niño a su habitación privada, los perros trotaron detrás suyo.

—Oujisama —dijo Bardock con total tranquilidad.

Vegeta se volvió para ver al soldado sentado en el borde circular del pozo de fuego. Scopa había desaparecido hacia la cocina por alguna razón.

—Hay cosas que no le he dicho, cosas que su señor padre me pidió que guardara de usted mientras aún se estaba recuperando.

—Dímelas ahora —ordenó Vegeta en tono grave.

—Su padre ha estado fuera del planeta durante casi diez días, pero él regresará justo antes de mañana al amanecer. En su ausencia y con la pérdida de Articha también, ha tenido que dirigir la mayor parte de la guerra en el campo de batalla mismo. Usted encontrará la capital y a Vegetasei muy cambiado, mi príncipe. El rey volvió mucho más severas sus políticas internas después de que se perdieron... e incluso más aún después de que los encontraron. Y debido a la necesidad de su padre de ver en persona gran parte de la guerra, se ha visto obligado a designar un administrador de entre sus principales ministros para mantener controlado el planeta mientras él estaba ausente.

Vegeta maldijo en voz baja.

—Mousrom.

—Sus temores por la seguridad de Bulma estaban bien justificados, Oujisama —gruñó Bardock—. Dos veces tuve palabras procedentes de fuentes de conocidos de Scopa que venían por ella, dos veces la trasladé junto con el niño justo a tiempo. En ambas ocasiones, su padre se hallaba fuera del planeta.

Vegeta sintió que se helaba por dentro. ¿Cuán cerca estuvieron de llevársela? y ¿cuánto se atrevería el sádico gordo incluso después de que él había regresado oficialmente a la capital?

—Aún hay más —continuó Bardock—. Toda la población esclava de Vegetasei ha sido o bien rotada a las fundidoras de naves y fábricas de armas fuera del planeta... o entregados a las manos del Mousrom. La única excepción ha sido el centro médico porque los necesitamos con desesperación.

—¿Por qué? —Su padre no hacía nada sin una razón y la ira por la pérdida de su heredero no era suficiente para librar a todo un planeta de la mayor parte de su mano de obra esclava.

—Desde que se perdieron, se han producido tres ataques separados en Vegetasei mismo. Armas nucleares radioactivas entraron de contrabando al planeta y detonaron en tres de las ciudades portuarias más pequeñas al norte. Contuvimos las consecuencias con mallas atmosféricas, pero se perdieron las ciudades y los propios informantes de Mousrom descubrieron un cuarto intento de detonar una bomba en la capital. Además... ha habido dos intentos de asesinato contra el rey. Es un grave asunto, mi príncipe. Y lo peor de todo es que gran parte de lo que el inquisidor argumenta para defender las guaridas de sus torturadores se funda en la verdad. El enemigo tiene cierta tecnología en sus escudos de invisibilidad que les permiten a sus operarios moverse entre nosotros sin ser vistos ni ser detectados, incluso aquí en Vegetasei. Es un arma monstruosa en ayuda del terrorismo y cada complot se remonta a los agentes de la Red Roja en nuestro planeta, esclavos y libertos. —Bardock hizo una pausa y lo examinó con una penetrante mirada—. Scopa se ha enterado por los antiguos miembros de su propio personal médico, quienes han sido presionados a servir a la inquisición, que Mousrom ha estado influenciando para «acabar con su miseria» desde el día en que fueron rescatados. Los miembros del consejo y de la élite que no han sido intimidados o chantajeados por sus manos, los ha puesto frenéticos al envenenar sus mentes en contra de usted, mi príncipe. Les ha dicho que el mayor lastre de Vegetasei en su momento de necesidad es un débil y medio demente heredero al trono.

Las palabras pendieron allí en el frío silencio mientras Vegeta permanecía sentado inmóvil, entumecido hasta los huesos con una rabia que no podía ser cuantificada. Era, literalmente, miedo de moverse o hablar hasta que esto comenzara a amainar, pues temía arrancar de raíz toda la ladera por debajo de ellos en caso de que explotara.

—Es bueno —gruñó en voz baja después de un largo tiempo—, que no haya avisado antes de venir de que regresaba. Voy a tener el elemento sorpresa cuando salude al consejo real mañana. —Él no se había detenido a pensar ni un solo momento de las últimas horas a que escenario regresaría. Estaba deshonrado en público y desacreditado como guerrero y hombre ante los ojos de su pueblo. Mousrom se llegó a enterar de alguna manera de la situación en que estuvo cuando fue rescatado, había filtrado rumores de esto en los oídos correctos de tal forma que nunca pudieran remontarse a él. Y ahora... todo el imperio lo sabía. Como consecuencia de dicha campaña de desprestigio, tendría una difícil batalla para recuperar su honor en el mejor de los casos y estaba... Vegeta volvió a ver la imagen de sí mismo curvado en un ovillo de agonía, percibió la respiración entrecortada ahogando la sensación de sus propios pulmones que se le rebelaban, mientras recordaba lo… lo que había pasado una hora antes de salir de la casa de Bardock. El secreto que solo él y Bardock conocían.

Y más allá de ese obstáculo considerable, existía otro factor que no sería capaz de ocultar en absoluto. No era como había sido. Ellos lo verían en cada palabra y gesto, y tomarían nota de las diferencias en cuestión de segundos después de que los saludara mañana. Un hecho no cambió, lo sabía por instinto, no era un mentiroso ni un actor. Esas eran habilidades que no poseía y nunca las tendría. No conseguiría ser otra cosa distinta de lo que era, lo que sea que era ahora. Ni siquiera sabría cómo empezar a fingir "normalidad". Pero... no perdía de vista el hecho de que nadie, nadie, podía hacerle nada que no consintiera. Él mañana sería el hombre más fuerte en el salón del consejo y —sonrió con gravedad— si recibía a Mousrom como había planeado, en agradecimiento por los intentos del hombre gordo contra la vida de Bulma, eso contribuiría en gran medida a demostrarles que los rumores del ministro de Inteligencia eran solo eso, rumores.

Vegeta miró a los ojos duros del hombre que tenía delante.

—Sabes que no soy como debería ser, no me he recuperado por completo.

Bardock resopló.

—Depende de lo que entendamos por recuperación. Si usted está diciendo que ya no es el vicioso y malcriado principito sediento de sangre que era, y que nunca lo será otra vez, eso no es algo para afligirse.

Hace un año habría arrancado el corazón del hombre de su pecho por esas palabras. Ahora, solo le daba una estrecha mirada al viejo soldado.

—Bardock, padre de Raditz —dijo Vegeta significativamente—. ¿Por qué me aconsejas?, ¿por qué no vuelas hacia Mousrom y mi padre y les dices el secreto que conoces?, ¿por qué no te regocijas de mi caída y desgracia?

Los ojos de Bardock nunca se apartaron de él. La fría y pétrea mirada nunca se suavizó.

—Si usted fuera un hombre ordinario, lo hubiera matado hace mucho tiempo. A pesar de que es más fuerte que yo, habría encontrado una manera, pero no es un hombre ordinario. La guerra va muy, muy mal para nosotros, mi príncipe, aunque ahora es traición decir tal cosa en voz alta. Hemos ganado muchas victorias, pero el enemigo nos ha hecho retroceder en todo momento a una escala más grande y Jeiyce está atacando ahora en los sistemas centrales, empujando cada vez más y más cerca hacia Vegetasei. Estamos en peligro mortal de perder esta guerra y ser erradicados como raza, a menos que encontremos un salvador.

—Un salvador —susurró Vegeta molesto—. ¡Has visto con tus propios ojos hoy cuán claramente inadecuado soy para esa tarea en este momento!

—¡Se levantará ante la necesidad de su pueblo, Oujisama! —replicó Bardock usando un tono duro—. Encontrará una manera de superar este impedimento que el príncipe rojo dejó minado en su subconsciente y nos salvará a todos. Debe hacerlo. ¡Por los Dioses de la guerra, muchacho! ¡¿No se le ha ocurrido pensar todavía en lo fuerte que debe ser ahora?!

—¡Deja emplear acertijos, hombre! —espetó Vegeta furioso.

—Usted yació en la celda de ese torturador por seis meses —dijo Bardock con impaciencia, como un tutor a un estudiante lento—. ¿Qué habrá hecho medio año de tortura tambaleándose en el umbral de la muerte a un poder ya tan grande como el suyo?

Vegeta se quedó mirándolo lleno de estupor. Bardock estaba en lo cierto. Dioses... era el factor de curación saiyayín que traía a un guerrero de vuelta del umbral de la muerte con su antigua fuerza aumentada a más de la mitad. ¿Y cuántas veces lo habían llevado al borde del fallecimiento con sus torturas, cuántas veces detuvieron su corazón o estallaron sus órganos por nada más que el dolor que inducían, solo para reanimarlo, curarlo y empezar de nuevo? Más veces de las que podía contar...

—La antigua leyenda del super saiyayín —entonó Bardock—, dice que sufrió dolor a manos de Aiysasama de Tsirusei, que igualaban los tormentos de los condenados, antes de que alcanzara su destino. El primer encuentro violento de nuestro planeta con una raza con tecnología espacial fue la invasión tsiruyín. Pensamos que eran demonios que venían de los cielos porque nunca habíamos visto naves espaciales antes de ese día. Devastaron Vegetasei y se llevaron a todos los sobrevivientes de nuestra especie de regreso a Tsirusei como esclavos, entre ellos, el rey saiyayín Vegeta. Ellos lo crucificaron, la historia dice que en el salón blanco lo torturaron ante la corte mientras los lagartos se burlaban de él e hicieron un deporte de las nuevas formas de herirlo. Toda nuestra raza habría muerto debajo de los talones de los tsiruyíns si él no los hubiera salvado. Le di esas historias de Vegetasei para que las leyera mientras se recuperaba, mi príncipe, para que el relato estuviera fresco en su mente.

—No dice como lo logró —objetó Vegeta—. Solo que «su corazón se rompió de dolor e ira por su pueblo, arrojó sus ataduras y mató a Aiysasama en una tormenta de justiciero fuego de oro». Muy poético, pero no es exactamente un relato histórico específico.

—No dice cuál fue la gota que derramó el vaso —coincidió Bardock—. El evento que "rompió su corazón" y lo empujó a cruzar sus límites, pero creo... estoy seguro de que los propios tsiruyíns sin darse cuenta elevaron su nivel de pelea en bruto hasta el borde del super saiyayín, al torturarlo una y otra vez, así como Jeiyce hizo con usted.

Vegeta se quedó en silencio, casi sin respirar, trataba de absorber la magnitud de lo que el hombre estaba diciendo… diciendo de forma convincente. Super saiyayín...

—Cuando dejó Vegetasei hace dieciséis meses —confesó Bardock—. Lo odiaba tanto como se imagina, mi príncipe. Todavía no me agrada, pero creo que usted es nuestra esperanza, que está listo para hacer lo que nadie ha hecho en mil años y que puede salvarnos a todos. Por ello, lo seguiré y ayudaré, Oujisama. No veré a nuestro pueblo morir y ser olvidado.

—Todos mis nobles y vasallos fueron muertos en Avaris —le dijo Vegeta lentamente—. No hay ningún guerrero que aún viva a quien le confiaría mis espaldas. ¿Jurarás tu servicio a mí, Bardock?

Un destello de algo a medio camino entre el miedo y la esperanza danzó en los ojos del otro hombre, y Vegeta sonrió por dentro al ver otra vez el núcleo del indisoluble honor, el honor que lo hacía tan pobre mentiroso como él mismo. Todo lo que el hombre mayor dijera o jurara sería la verdad absoluta según la veía.

Bardock asintió un gesto seco.

—Eso haré, Oujisama, y todo mi escuadrón hará lo mismo si usted se los pide. He luchado con dos de mi equipo hombro con hombro desde que estábamos en los cuarteles infantiles, los otros son los mocosos de aquellos de los nuestros que han fallecido. Somos una misma alma en esto.

—No los aceptaré sin haberlos visto —murmuró Vegeta—. Me reuniré con ellos primero, pero voy a tomar tu palabra sobre su valía. Pudiste haberme asesinado un centenar de veces en los últimos tres meses si querías, tenías un motivo para ello.

—Sí, lo tengo —respondió lleno de frialdad el otro hombre. Este fuerte soldado leal a Vegetasei con gusto juraría toda una vida de fiel servicio a un enemigo, porque lo vería como lo mejor para su planeta. No habría ninguna disculpa por los hechos realizados ni tampoco perdón, pero habría una reparación. Y honor.

—Cuando mi posición esté una vez más segura —sostuvo Vegeta en un grave tono formal—. Declararé oficialmente a Romayn como mi hijo adoptivo, se criará en mi propia casa como hermanastro élite, guardaespaldas y teniente principal de mi heredero. De esa manera, repartiré un verdadero pago a la deuda de sangre que le debo a tu casa todos los días de la vida del niño.

Bardock le dio una mirada larga y profunda, luego tragó saliva y dobló una rodilla.

—Yo le juro, Oujisama, mi lealtad, mi fuerza, mi cuerpo y mi vida. Le serviré todos mis días... y por tanto, serviré a mi pueblo y a Vegetasei.

Scopa surgió de las cocinas un momento después con el rostro resplandeciente en una especie de expectación. El madrani se detuvo en seco y examinó a los dos saiyayíns.

—¿Se lo…

Bardock asintió.

—Le dije todo.

—Oujisama... —comenzó el madrani, no estaba seguro de si hablar o no—. No soy un guerrero, pero puedo ser de utilidad para usted en lo que respecta a Mousrom. Ha tomado miembros de mi personal para trabajar en sus unidades de tortura... no soy saiyayín, pero Vegetasei es el único hogar que he conocido. No voy a fingir que ser un esclavo fue cualquier cosa menos atractiva de lo que era, sin embargo... es posible que no pueda verlo desde donde se sienta, Oujisama, pero él ha hecho de este planeta un infierno dentro de la esfera mortal y está usando a mis médicos para ayudarlo. Estoy en contacto con un gran número de mi gente que trabajan en ciudad Kharda. Oyen gran parte de los planes privados de Mousrom y estarán más que dispuestos a pasar información para usted a través de mí que quizás ayudará a lograr su caída.

—No puedo matarlo. —Vegeta apretó los dientes ante las palabras por el doble sentido que llevaban, estas sabían a bilis en su garganta—. Todavía es demasiado valioso para el imperio mientras estemos en crisis, por lo tanto, debo reducir su dominio. Necesito una ventaja, suficiente información para controlarlo. Dile a tu gente que averigüen todo lo que puedan, hazles saber que concederé la libertad a los que me ayuden y a sus parientes.

—Voy a hacer lo que usted dice, Oujisama —le aseguró el médico.

—Si llegara a caer en las próximas semanas —dijo Vegeta despacio y observó los rostros de ambos tensarse ante esas palabras, debido a esta posibilidad muy real y porque, se dio cuenta tardíamente, era otro duro recordatorio de lo diferente que era del hombre que habían temido y servido hace un año. ¡¿Cómo iba a falsificar normalidad bajo la estrecha vigilancia de su padre que lo conocía mejor que nadie?!—. Si soy derrocado —continuó con gravedad —. O si caigo en batalla en algunas horas, yo les mando que tomen a Bulma y al niño, y huyan de Vegetasei. Llévenlos a algún lugar de los brazos espirales del espacio exterior fuera del alcance del imperio. —Ambos hombres murmuraron tranquilos juramentos de hacerlo y tomaron su permiso unos momentos más tarde. El madrani parecía tener mucha prisa por alguna razón, se fue sin siquiera despedirse de Bulma.

—Su amante se quedará en Vegetasei por unas semanas —le contó Bulma entre un pequeño bocado de comida mientras las criadas apilaban la mesa hasta lo alto con cada plato en el que él ni siquiera mostraba ningún remoto interés. Vegeta se preguntó como ella permanecía saludable comiendo tan poco—. Scopa no lo ve muy a menudo estos días. Zabón fue seleccionado como parte del proyecto del señor Turna para levantar la moral cuando la guerra entró en su apogeo. Viaja a planetas guarniciones, protectorados y colonias por casi todo el imperio, y adiestra en las escuelas de chefs allí. El señor Turna le aseguró que un saiyayín bien alimentado es por lo general un saiyayín feliz, así que los alimenta lo mejor posible.

Vegeta gruñó de acuerdo en medio de un enorme bocado de carne asada. Al lado de Bulma, sentado sobre un montón de cojines para que pudiera llegar a la mesa, Romayn hacía a su herencia saiyayín orgullosa también, a pesar de que la comida parecía estar tanto en el suelo como en su boca. Los perros revoloteaban por debajo de la silla del niño y devoraban cada golpe de suerte con impaciencia.

—¿Le gustaría al pequeño amo un poco más de pastel de carne? —Una de las criadas de piel marfil preguntó sin poder ocultar una sonrisa.

—¡Ajá! —El niño chilló y luego empujó otro bocado en su boca. Tres porciones más tarde, el mocoso comenzó a cabecear y se tambaleó en la cima de la montaña de cojines.

—Supongo que es normal para su edad —comentó Bulma e hizo una mueca de frustración.

Vegeta asintió sin dejar de palear las últimas rondas de su comida.

—Comemos así cuando estamos creciendo. Al llegar a nuestro pleno desarrollo, nos detenemos antes de caer exhaustos. La mayor parte del tiempo.

—Maldita sea. —Ella juró en voz baja y levantó al niño en una cadera—. Nadie parece poder decirme lo que es y no es saludable para él, porque nadie educa a sus propios hijos. Traté de preguntarle a Bardock ese tipo de cosas y solo se encogió de hombros y dijo: «Eso no lo matará».

Vegeta la siguió en silencio a su habitación a través de su propio dormitorio al estudio adyacente que ella había convertido en un segundo dormitorio y se preguntó con una vaga sensación de malestar como Bulma logró mágicamente producir los nuevos muebles en menos de una hora. Había una cama de tamaño modesto debajo de la ventana y un camastro para el niño en la antecámara que salía del estudio, separada por una puerta de persianas colgantes.

—Pensé que podríamos dormir aquí esta noche, si todo está bien contigo —dijo ella en voz baja—. Este lugar atrapa los vientos del sur al caer la noche y podría ser más fresco. —Los perros se establecieron a ambos lados de la cuna del mocoso como babeantes guardaespaldas. Vegeta apartó la vista de su rostro mientras ella recostaba al niño, de esa expresión tan llena de ternura dulce, inequívoca e incondicional. Volvió y se encontró en su dormitorio principal. Bajó la mirada hacia la cama, su cama, la cama que ambos habían compartido durante más de un año antes de que él se fuera a la guerra. Desde el día en que trajo a la capital a su falsamente sonriente y recién rota muñeca amante...

Bulma lanzó un grito ante el sonido de la explosión y corrió para verlo apagar los escombros humeantes con una ráfaga de presión de su ki. Toda la habitación era un desastre carbonizado. Vegeta se volvió para encontrar sus amplios ojos asustados, tomó su mano, la jaló de nuevo a la otra habitación y cerró la puerta tras de sí. Su aliento estaba dolorosamente apretado en su pecho.

—No me acostaré junto a ti en esa cama o en esa habitación nunca más —declaró él con voz ronca y cerró los ojos contra las imágenes, cientos de ellas, de su rostro retorcido de dolor, rabia y desolación mientras la utilizaba en esa habitación. Dolor, rabia y desolación de que él estuviera dándole placer a su cuerpo, de que quisiera a ese odiado enemigo que rompió sus huesos mientras la tomaba, sin darse cuenta o sin importarle. Es una locura, ella dijo hace mucho tiempo, una de las primeras veces que le había ordenado que hablara la verdad, que pudiera hacer que me viniera, incluso después de todas las cosas imperdonables que me hizo... Me hace quererlo en contra de mi voluntad, en contra de mi mente y en contra de mi razón, como un fuego en mi sangre. Creo que eso es lo peor que me ha hecho...

Vegeta se vio a sí mismo dócil, agradeciéndole a Jeiyce por una paliza, agradeciéndole a ese sonriente rostro rojo por ayudarlo a ser menos malvado, oyó las estridentes carcajadas del aquiryín Dodoria, sintió el desgarrador dolor de esos latigazos con puntas de navajas…

Dos suaves manos se posaron a cada lado de su rostro, halaron las suyas temblorosas y lo movieron a la cama junto a la ventana. Ella tiró de sus botas, su guerrera y su pantalón. Él bajó la vista hacia su propio pecho desnudo y sus brazos… y Dioses, ¡¿cómo debería verse su espalda?! No había tomado nota de esas cosas antes de recuperar sus recuerdos, pero ahora... estaba lleno de marcas de latigazos y de otras lesiones similares. Parecía que no dejaron ni una sola parte de su cuerpo indemne a excepción de su rostro. Las cicatrices eran profundas y permanentes, ninguna cantidad de tiempo en el tanque de regeneración borraría eso.

Bulma se acurrucó junto a él, descansó la cabeza en su hombro y lo rodeó con los brazos.

—Trata de dormir —indicó—, mañana va a ser un día duro. —Le dio un ligero beso, Vegeta se quedó mirándola y tragó saliva con fuerza.

—Nadie hizo esto por ti —aseveró él—. Ella no lo malinterpretó, su cuerpo se tensó contra el suyo como sabía que lo haría. Bulma no respondió nada durante un largo tiempo.

—Scopa lo hizo —susurró finalmente—. Y Batha y Caddi, también. Las dos fueron esclavas de placer de la guarnición cuando eran jóvenes. He llevado la vida de una princesa mimada en comparación con lo que deben haber vivido.

Prostitutas de guarnición... Su estómago se contrajo mientras veía de nuevo el rostro de Articha gritando. Otra puerta se estaba abriendo en su mente a una nueva cámara de pesadillas. Nada sería lo mismo, nunca más. Vería a Vegetasei a través de nuevos ojos y a todas partes donde se volviera, descubriría cosas que jamás había notado antes convertirse en materia de horrores. Esa sensación de torsión regresó cuando sus ojos se posaron en ella.

—¿Qué es esto que estoy sintiendo? —No se dio cuenta de que había hablado en voz alta hasta que la oyó responder.

—¿Es como vergüenza por haber hecho algo deshonroso, solo que diferente, más personal? —Él hizo un sonido de asentimiento, esa era la definición exacta—. Se llama "culpa".Bulma pronunció la palabra alienígena en su propia cadenciosa lengua nativa—. Es... es la sensación de una deuda de sangre tan fuerte que te devora de vergüenza si no encuentras una manera de hacer la reparación.

—Es cho-gugol —susurró Vegeta—. La deuda de sangre y honor. Un guerrero solo puede pagar tal deuda con la sangre de su vida.

—La muerte es una salida fácil —declaró ella fríamente—. Ustedes, grandes y fuertes guerreros siempre hablan de morir con nobleza para absolver sus pecados. —Resopló de manera delicada—. Palabrerías. Es más difícil, más noble, vivir con las cosas malas que has hecho y tratar de repararlas. Tienes razón, Vegeta, me debes este cho-gugol, pero te he indicado como liberarte de eso.

Devuélveme todo lo que tomaste de mí, le había dicho.

—Eso hiciste. —Él asintió mientras acariciaba su rostro. La deseaba, Dioses, como la deseaba; pero... cerró los ojos y saboreó el recuerdo de ella en sus brazos, su cabello agitado por el viento sembrado con los pétalos rojos de las flores de la luna, con los ojos rebosantes de ese mismo caudal de amor que había mostrado en su rostro momentos atrás, cuando arropó a Romayn para pasar la noche. ¿Realmente fue hoy?, ¿hace menos de seis escasas horas? Tal vez parecía una vida entera porque él recordaría hasta su muerte ese pequeño espacio de tiempo… y perderla en ese mismo instante. Bulma estaba aquí, recostada a su lado y si comenzaba a hacerle el amor, ella lo recibiría con entusiasmo, pero... no sería como había sido hoy. Y ese fugaz sabor de la forma en que debería haber sido siempre entre ellos, amargó su deseo por algo menos. No podía soportar la idea de tocarla y ver esa mirada de atormentado autoodio en sus ojos mientras la sostenía.

—Gracias—susurró Bulma.

—¿Qué he hecho para merecer tu agradecimiento? —le preguntó Vegeta, hundiéndose en las profundidades azul celeste de sus ojos.

—Les dijiste a Bardock y a Scopa que nos pusieran a salvo a Rom-kun y a mi si algo te sucedía.

—Espía. —Él gruñó y sus labios se contrajeron un poco.

—Sí —confesó ella sin arrepentimientos—. Confía en tus instintos acerca de Bardock. Ha jurado ante ti ahora y nunca he conocido a un hombre más honorable, no creo que sepa cómo mentir.

Vegeta frunció el ceño perplejo.

—No entiendo lo que hay entre los dos. Te trata como si fueras su propia hija, pero asesinó a los tuyos, destruyo tu planeta, mató a tu amante de la infancia… —Se detuvo cuando ella empezó a temblar con cortas oleadas de risa, se dio cuenta para su sorpresa que eran de diversión. La hacían parecer muy joven.

—Son-Gokú no... —Bulma hizo una pausa para recuperar el aliento—. No era mi novio. Él era cuatro años más joven que yo, lo consideraba mi hermano pequeño. —Se puso seria de repente, atrapada por un instante en el recuerdo de las cosas amadas y perdidas—. No puedo explicar lo que hay entre Bardock y yo. Lo odié tanto en cierto momento, más de lo que a nadie que he conocido. En mi primer año en Vegetasei, traté de matarlo más veces de lo que jamás pensé en matarte incluso a ti cuando llegaba a la casa en Turrasht de visita, a veces me gustaba enviar pequeños regalos a su hogar con él, como bombas cableadas al metal de su armadura y cosas por el estilo. Él parecía pensar que eso era lindo. Me detuve cuando me di cuenta de que mis intentos de asesinarlo se estaban convirtiendo en una broma familiar. «¿Cómo la muchacha de Chikyuu tratará de acabar con Bardock esta vez?». Lo herí gravemente un par de veces e incluso entonces, todos pensaron que era divertido. El teniente del escuadrón de Bardock, Toma, comenzó a organizar apuestas en el cuartel sobre si regresaría a las barracas herido o no y que parte de su cuerpo lesionaría. Solo se sentaban alrededor y se morían de risa cuando volvía vendado. Tu pueblo es incomprensible para mí en ciertos aspectos. —Ella suspiró irritada—. Pero a pesar de eso o quizás debido a eso, él me adoraba; desde el primer momento en que nos conocimos, cuando abrí un agujero en su hombro, me trató como si lo que tenía con… con Raditz fuera un verdadero matrimonio y no solo como la amante esclava que su hijo poseía. Ahora... no lo odió más y eso es bueno. Es como si hubiese cortado un oscuro tumor venenoso de mi corazón.

—¿Qué causó que dejaras de odiarlo? —preguntó Vegeta—. Después de todo lo que te hizo.

Ella lo estudió; como siempre, vio a través de sus palabras el corazón de su pregunta.

—El día que Arbatzu cayó, cuando luchó tan duro por salvar tantas vidas como pudo, solo para perder a la persona que más amaba al final del día. La forma en que Romayna no lo perdonó, ni siquiera al final y la expresión de su rostro cuando ella le dijo que se fuera. La forma en que lo veo sentarse y escuchar las hiperondas del canal de noticias por el último año, cuando los informes de más y más planetas saiyayíns destruidos comenzaron a llegar, y sentía impotencia al saber que su pueblo estaba muriendo y que no era lo suficientemente fuerte como para salvarlos. Pensé que me sentiría bien al verlo sufrir tanto, pero no fue así. Y ahora tiene una segunda oportunidad para hacer lo correcto por Son-Gokú. —Vegeta suprimió un escalofrío de preocupación ante su rotunda afirmación de que Romayn era el muchacho Kakaroto renacido.

Sus ojos estaban velados con un azul insondable que observaban su rostro de cerca en el cuarto oscuro.

—Preguntas si todavía te odio. Yo… yo no lo sé. A veces... me sorprendo pensando en lo que eras antes y lo que eres ahora como dos hombres separados. Tal vez porque has sido tan diferente desde que fueron rescatados o tal vez por la misma razón que dejé de odiar a Bardock. Porque lo que te hicieron fue… fue peor en muchos aspectos de lo que me hiciste. Tú nunca me quitaste mi cordura ni el recuerdo de lo que yo era. Cuando Scopa me dijo lo que ellos te hicieron, cuanto tiempo había durado y trató de prepararme para el estado en el que te hallaría, pensé que me haría feliz verte tan terriblemente herido por dentro y por fuera, pero dolió porque sé lo malo que es.

Él se quedó en silencio luchando contra cada impulso, cada deseo, anhelo y necesidad para decir sus siguientes palabras.

—Eres libre. —Se ahogó al pronunciarlas. La estaba perdiendo... perdiendo—. Te daré una… una nave si tú…

Bulma puso un dedo sobre su boca para detener las palabras que tropezaban.

—Me quedaré.

—Tú... —Él sabía que la estaba mirando boquiabierto como un imbécil.

—Me quedaré —le aseguró ella de nuevo—. En parte debido a Rom-kun, pero también por lo que está pasando en la capital y en Vegetasei ahora. No voy a huir con mi propia libertad y dejar al resto de los otros esclavos en el imperio con ese monstruo de Mousrom. Si puedo hacer cualquier cosa para ayudar a detenerlo, lo haré. Y no creo que se detenga solo en los no saiyayíns, Vegeta, él está a dos segundos de distancia de solicitarle a tu padre que le permita interrogar a los saiyayíns también.

—Eso no va a suceder —dijo Vegeta de un modo muy firme.

Ella sacudió la cabeza muy despacio.

—Dime eso después de que estés en el consejo mañana. Puedo ayudarte a detenerlo, Vegeta, de la misma forma en que Scopa va a ayudarte. Y... yo puedo ayudar de otra forma también. Dame a mañana para preparar algunas cosas y te voy a mostrar lo que quiero decir. —Ella se quedó en silencio, yaciendo tan inmóvil junto a él que pensó que debía haberse quedado dormida. Luego, continuó más suave— ... Y me quedaré por ti, porque... creo que eres tan diferente del hombre que fue a la guerra hace un año como si hubieras muerto y vuelto a nacer. Y debido a eso, creo que podrías convertirte en un rey de la talla que Vegetasei nunca ha visto. Un rey que logrará mantener un imperio junto porque este lo quiere y no solo por la fuerza bruta. Me quedaré... por la esperanza de lo que puedes llegar a ser. —Era casi la misma razón que Bardock le había dado, usando otras palabras. La esperanza de lo que podría llegar a ser... para Vegetasei y para ella. Él cayó en el sueño con la esperanza envuelta a su alrededor como una tibia manta.

Bardock se reunió con Vegeta en la madrugada, su vieja, pero pulida armadura relucía con el escudo recién blasonado de la casa real. Él asintió un gesto categórico y lo siguió durante el corto viaje sobre las colinas de la capital. Vegeta se detuvo en seco cuando el hombre mayor le hizo una señal al alcanzar el palacio, suspendido encima de la cúpula de la cámara del consejo del rey. Bardock se volvió hacia él en el aire.

—Si uno de los intentos de asesinato contra el rey hubiera tenido éxito —declaró con gravedad—. Mousrom se habría asegurado que lo mataran a usted en menos de una hora. ¿Puede imaginarlo en el trono de su padre, Oujisama?

Vegeta siseó lleno de rabia, asintió su aprobación y dejó que la ira comenzara a construirse. Bardock era un bastardo muy, muy inteligente. Pretendía llevarlo a una furia asesina antes de entrar al consejo, para conducirlo a un estado mental que sería prácticamente indistinguible de su antiguo ser.

—Esto casi hace que un hombre se pregunte —agregó Bardock—. Si esas tentativas contra la vida de su padre eran de verdad acciones de la Red Roja, o bien, intentos encubiertos de un golpe de estado real.

Vegeta se quedó mirando a Bardock con los dientes apretados y la mente acelerada. Dioses, incluso Mousrom no se atrevería, ¿o sí? La culpa de cada complot podría colocarse de forma sencilla en algunos pocos desventurados esclavos, todos los cuales confesarían en virtud de las artes persuasivas de Mousrom. Ellos admitirían haber hecho cualquier cosa si pasaban el tiempo suficiente al cuidado del inquisidor. Y no había ningún control ni ningún equilibrio establecido en el lugar que recortara los poderes recién concedidos al hombre obeso. Nadie que tuviera la autoridad para cuestionar al ministro de Inteligencia… nadie más que Ottoussama. Vegeta sintió que el escalofrió de hielo que bajaba por su espina dorsal se derretía por la furia creciente. Él ahora casi vibraba de rabia, pero Bardock no se detuvo allí.

—¿Es algo bueno, no es así, Oujisama, que recibiera una notificación de la gente de Scopa a tiempo para reubicar a Bulma y al niño cuándo vinieron por ella? —Vegeta asintió con un gruñido sordo dentro de su pecho—. ¿Puede verla en manos de Mousrom?, ¿se imagina las cosas que le habría hecho?, ¿puede imaginar a esa bestia gorda poniendo sus manos sobre ella…

Vegeta profirió un aullante grito de furia enloquecida, se lanzó hacia abajo y estrelló los pies por delante a través del techo de la sala del consejo. Apenas escuchó los gritos de asombro colectivos de los consejeros cuando avanzaba envuelto en una roja combustión de poder, azotando la cola y exponiendo los dientes. No podía ver a nada ni a nadie salvo el rostro impasible de su padre. Los demás retrocedieron mientras se aproximaba, un poco más rápido de lo que era necesario. Ottoussama no se movió ni habló cuando Vegeta se puso delante de él. Lentamente se arrodilló en una pierna ante la silla del rey, la energía de su aura crepitó la madera y deformó el acero.

—He vuelto de las puertas del infierno, Ottoussama —gruñó en voz baja—. Deme su bendición para que pueda servirlo una vez más y tome venganza sobre mis enemigos.

Unos fríos ojos de mirlo recorrieron su rostro por un largo, quieto y sepulcral momento. Detrás de él, Vegeta podía sentir al consejo contener la respiración. Luego Ottoussama levantó una fuerte y firme mano, y la puso sobre la cabeza de Vegeta.

—Bienvenido de nuevo —entonó en voz baja—… hijo mío.

Turna y varios otros rompieron el silencio que siguió con un grito de júbilo, pero una voz cortó por encima de las otras.

—Estamos todos alegres y sorprendidos de verlo recuperado por completo, mi príncipe. —Vegeta aún estaba mirando el rostro sin expresión de su padre. De inmediato se levantó ardiendo como una antorcha dentro del aura de su propio poder, se volvió para ver la gruesa papada y la falsa sonrisa de Mousrom, y sintió que su poder se disparaba como un cohete. El inquisidor pareció no darse cuenta, continuó hablando en el mismo efusivo tono azucarado—. Habíamos pensado que podría estar perdido para siempre. —El hombre nunca pronunciaba una palabra, Vegeta pensó fríamente, sin darle al menos dos matices de velada insinuación.

—Eso esperabas, mejor dicho —dijo él en voz muy baja. Detrás suyo, su padre permaneció en silencio, dejando que el inquisidor hable fuera de turno, como si el bastardo presuntuoso lo hiciera por todo el consejo.

Los ojos de cerdo de Mousrom se estrecharon, pero continuó sonriendo.

—Oujisama, me malinterpreta…

Vegeta giró hacia él, lo agarró por el cuello y rugió como un animal enfurecido.

—¡Nunca te he malinterpretado, torturador! —Estrelló al hombre gordo sobre la mesa del consejo, aun agarrándolo por el cuello—. Sé que has mancillado mi nombre en el consejo y entre los nobles, aunque nunca por tus propios labios. Sé que has tramado asesinarme antes de que estuviera curado de mis heridas. —Él apretó la carne pastosa bajo sus dedos y fue recompensado con un gorgoteo—. ¡Y sé que has intentado más de una vez tomar lo que es mío y desgarrarlo en pedazos por nada más que rencor!

—Ousama... —graznó Mousrom—... ¡El muchacho es inestable... auxilio!

Turna se reía en voz baja en algún lugar cercano.

—Eres un alcahuete de rumores y medias verdades —aseveró Vegeta entre dientes en la cara del inquisidor—. Ordenas deshonrar el nombre de un hombre, pero nunca enfrentas su ira en combate. Has matado a millones de personas, pero nunca has enfrentado el peligro de una batalla. Plantas tu enorme trasero en mi asiento en el consejo, a la mano derecha de mi padre, ¡¿y no esperas una paliza?! Eres un cobarde y una afrenta para todos los guerreros saiyayíns que alguna vez derramaron sangre por Vegetasei. ¡No eres digno de ser llamado saiyayín o de respirar en mi presencia! —Sus dedos empezaron a apretar. No haría falta nada para retorcer la vida de este cobarde cortagargantas, pero su mano se congeló cuando el hombre grande perdió el conocimiento con un suspiro agitado. Su corazón saltó a su garganta de repente y él estaba agradecido, muy agradecido, de haber estado temblando de pies a cabeza por la ira un instante antes. Ahora simplemente temblaba por el esfuerzo de mantener su rostro duro e inmóvil para no gritar y hundirse hasta las rodillas bajo el peso de un sinfín de recuerdos, bajo una ola aplastante de dolor recordado. Sabía que tenía que hacer algo, que debía hablar, pero su garganta estaba tan restringida que apenas podía respirar.

—Es bueno —dijo la voz de una mujer por sobre su hombro—, que nuestro príncipe haya aprendido a dominar mejor su temperamento, Ousama. Hace un año, él no habría tenido en cuenta nuestra necesidad de ese... necesidad de Mousrom sobre el placer de arrancarle la cabeza. —Ella dejó salir una risa femenina falta de práctica—. Aunque confieso, estoy decepcionada de que no lo hiciera.

Vegeta se levantó lentamente y arrojó la forma inerte de Mousrom contra la pared más cercana. Se volvió para encontrar los oscuros y danzantes ojos de Articha.

—Lo desafiaré a un combate cuerpo a cuerpo cuando la guerra haya terminado —le aseguró con los dientes apretados, tratando de dominar los estremecimientos que todavía lo atravesaban.

—Esos serán cinco segundos entretenidos —respondió ella.

Una de las esquinas de su boca se curvó, lo más cercano que alguna vez Articha llegó a una sonrisa. No hubo preguntas que parecieran adecuadas de hacer o responder de un guerrero al otro. Se le ocurrió que ella estaba contenta, sinceramente contenta de verlo volver a ser él mismo. Oyó su voz en las profundidades perturbadas de su memoria, llamándolo, diciéndole que sea fuerte, hablándole con gentileza cuando al final se estrelló en el abismo de la locura, con tanta suavidad como Bulma calmaba a Romayn. Y parecía estar... bien, a pesar de que sabía que no era así, que las cicatrices que habían cortado su mente y su cuerpo corrían tan profundas y permanentes como las suyas. Pero nada de esto podría decirse y sería impensable siquiera ofrecer las gracias por el recuerdo de la vergüenza y humillación que plantearían.

Es una mujer muy fuerte, Bulma había dicho.

—Es bueno verte, general —dijo él en un tono formal, debido a que no quedaba nada más que pudiera ser dicho en voz alta.

Ella se paró recta y erguida con los brazos cruzados sobre el pecho.

—Y a usted, mi príncipe.

—Cena en mi casa mañana por la noche, tú y tu pareja —le ordenó él. Articha sería capaz de decirle todo lo que Bardock no le había informado y todo lo que su padre le ocultó hasta que demostrara ser el mismo otra vez.

—Honra mi casa, Oujisama.

—¡Fuera! —ordenó el rey de manera brusca—. Todos ustedes. Y llévense… —Hizo un gesto hacia Mousrom—… eso. Voy a hablar con mi hijo en privado.

Vegeta se quedó inmóvil hasta que él y su padre estuvieron solos. El rey se levantó y se le acercó, sus fríos ojos negros se clavaron en los suyos para tratar de leer en el alma dentro.

—¿Cómo estas, muchacho? La verdad.

—Estoy bien —respondió Vegeta—, pero... no soy como era. —Esa era la pura verdad, al menos.

—Puedo verlo —murmuró su padre—. ¿Qué hiciste, muchacho? ¿Alguien te condujo a la rabia antes de llegar? —Vegeta evitó que su rostro se ruborizara a un profundo color escarlata con una gran cantidad de esfuerzo—. Funcionó —gruñó Ottoussama—. Con todos ellos, excepto quizás Articha. Ella me contó algo de lo que les hicieron a los dos, tal vez cosas de las que no tienes clara memoria. ¿Puedes ir a la guerra cómo estás?

Vegeta se quedó en silencio. Aquí estaba... y ahora que había llegado el momento, se encontró con que la mentira prevista se atascó en su garganta. No puedo... la mentira pondría en peligro la totalidad del imperio. Y cuando me vea cara a cara con Jeiyce en el campo de batalla... Dioses, ¿cómo sabré cuántos disparadores dejó minados en mi subconsciente? ¡Sería capaz de volverme contra mis propios soldados con una palabra! Él se halló con la dura mirada de su padre, vio que había gris en la sien del hombre mayor que no estuvo allí hace un año, vio las oscuras sombras de total agotamiento colocadas alrededor de sus ojos, vio que no tenía necesidad de responder a la pregunta.

—No habría vuelto hasta estar seguro de que no soy una carga para usted y para el imperio, Ottoussama, pero he escuchado las transmisiones de hiperondas desde hace semanas y sé que no queda tiempo. —Apretó los dientes y se dejó caer sobre una rodilla ante la silla de su padre por segunda vez—. Haga con su siervo según juzgue mejor, Ousama, voy a ceder a las necesidades de Vegetasei.

—Eres menos una carga ahora de lo que eras dos años antes, muchacho —afirmó Ottoussama y soltó una risa ronca. Sus fríos ojos brillaban de placer. Vegeta lo miró confundido—. Piensas antes de hablar —señaló su padre–, examinas antes de actuar, controlas toda la fuerza de tu rabia cuando la necesidad lo exige y pones el bien del imperio sobre tus propios intereses. El resto vendrá con el tiempo. Cuando estés listo para dirigir esta guerra de nuevo, te enviaré a enfrentar a tu enemigo una tercera y última vez. Hasta entonces, hay mucho que hacer en Vegetasei cuando has relevado a Mousrom de su administración en combate cuerpo a cuerpo...

¿Cómo? Vegeta quería preguntar. ¿Cómo las cosas habían llegado a un extremo tal que Mousrom estuvo tan peligrosamente cerca de inclinar la balanza del poder a su favor? Pero lo sabía, el inquisidor se hizo indispensable en ausencia del heredero real a tal punto que aprovechó la urgencia del rey por un fuerte brazo derecho y tomó cada vez más libertades mientras su posición se volvía más arraigada por la absoluta necesidad. Jugó juegos de poder cuando la supervivencia del imperio estaba en riesgo y Ottoussama cedió paso al hombre... eligiendo la solidaridad por encima de su propia seguridad en el trono. Por su planeta, por su pueblo. El rey se levantó lentamente e hizo algo que rara vez haría a menos que la ceremonia lo exigiera. Tendió una mano sobre el hombro de Vegeta, su empuñadura era cálida y firme.

—Lo que has sufrido te dará fuerza, muchacho, eso enfriará tu rabia juvenil a fría inteligencia en el calor del momento. Llevas en ti los ingredientes de un rey de leyenda, aunque todavía tienes mucho que aprender. Mete en cintura a Mousrom aquí en Vegetasei y trataré de ganar la guerra hasta que estés listo para el campo de batalla. La capacidad de recuperación es la mayor fortaleza de nuestra raza y el viejo dicho es cierto: ¡Quién no mata a un saiyayín... —Ottoussama sonrió como un lobo—... pronto tendrá grandes motivos para arrepentirse de no haberlo hecho!

Se despidió de su padre. Avanzó por los pasillos oscuros y sepulcrales del palacio, tan perdido en sus pensamientos que apenas notó los silenciosos murmullos y susurros que lo siguieron.

Caído en deshonra... mancillado... y sin poder para matar a quien había hecho toda la extensión de sus lesiones de conocimiento público. Se abrió camino más allá de la multitud de funcionarios de la corte, de los peticionarios, de los barones y señores del reino y simples guardias, sin hablar o responder a cualquiera que fuera lo suficientemente valiente para hacerle frente. Su temperamento se volvió más exaltado con cada paso. ¡Susurros y apedreamiento! No tenían ningún concepto o medida de la palabra dolor ni de la palabra tormento. Era fácil para un tonto juzgar lo que no entendía y sentirse un poco más superior dentro de su pequeño lugar en el ámbito de las cosas al contemplar la caída de los poderosos. Estaba gruñendo de rabia para el tiempo en que llegó al gran circuito, el centro de la telaraña de oficinas administrativas del palacio. Los más prudentes se apartaron al acercárseles. A aquellos que se quedaron de pie observándolo los aventó de su camino con un golpe enojado. Eso calmó su ira de una manera directa y temporal, pero en realidad no hacia ninguna diferencia. Dondequiera que iba, todos los ojos caían sobre él... y la mayoría se apartaba con vergüenza agitada luego de un momento. Había sido su líder, su general, su fuerte Dios de la guerra. Era el Saiyayín no Ouji, era su orgullo, la medida por la que todos los guerreros eran juzgados; y su derrota y cautividad habían herido el sentido de ellos mismos, aplastando su moral lo suficiente. Los rumores de su quebrantada locura habían comido vivos a su gente con un sentido muy personal de haber sido… violados como pueblo al saber que su mejor, su más fuerte, su más favorecido hijo se había arrastrado sobre su vientre ante los pies del enemigo. Se detuvo todavía echando humo, pero considerando ahora la situación. Sabía que tenía que tomar la medida de que tan profundo se extendía la obstrucción en su mente. Sabía que tenía que empezar a sobrepasar los límites de la barrera que el príncipe rojo había erigido en su cerebro, pero existía un asunto más inmediato que debía atender en primer lugar, un asunto que iba de la mano con explorar toda la extensión de su nuevo poder, la fuerza inimaginable que debía haber ganado... Partió con dirección a su domo de entrenamiento personal, preguntándose qué uso le había dado su padre en su ausencia. Nada pudo haberlo preparado para lo que encontró. La estructura más grande de alta gravedad era un punzante nido de vuelo de guerreros sumamente jóvenes, todos ellos élites de noble nacimiento a juzgar por las marcas en sus armaduras.

—¡Coloca la cola alrededor de tu cintura, Cabaj, o te haré el favor de cortártela! ¡No… —El gigante que estaba ladrando órdenes y amenazas a la manada de adolescentes que forcejeaban por encima de él tenía un aire de confianza que Vegeta nunca había imaginado posible en el hombre. El guerrero grande bajó la mirada cuando Vegeta se acercó a su lado y se puso lívido de la impresión. En las vigas metálicas del domo los chicos también se detuvieron y observaron. Rikkuum les frunció el ceño y les bramó como la alarma de un puerto espacial.

—¡No les dije pequeños bastardos que dejaran de luchar! ¡Vuelvan al combate o los destriparé y daré de comer sus carcasas a los tiburones marinos! —Los jóvenes soldados retomaron a toda prisa la batalla. Rikkuum se volvió hacia Vegeta y mostró una tentativa y casi incrédula sonrisa suspendida en sus labios—. Oujisama —dijo con lentitud—. Me contaron que estaba tan gravemente herido que al parecer no sobreviviría, ¿está mejor ahora? —No había engaño o burlas en esas palabras, ni en la expresión seria en el rostro del hombre grande.

—Estoy bien —respondió Vegeta de manera tajante—. Y listo para entrenar. No he luchado en... en un tiempo muy largo. Debo prepararme para destruir a mis enemigos.

—¿Volveré a entrenar con usted? —El gran bobo parecía un niño mirando a su más anhelado sueño cuando Vegeta asintió. Rikkuum levantó la cabeza de golpe y gritó a los chicos en el aire—. ¡Todo el mundo fuera! Entrenaremos mañana si el horario de Vegeta-ouji lo permite. —Él le sonrió a Vegeta cuando los más jóvenes salieron volando, casi estallando a correr con el propósito de decirle a toda la ciudad que el príncipe estaba vivo y entero, y se preparaba para luchar otra vez—. ¡Estoy feliz que este con vida, Oujisama! —exclamó Rikkuum mientras empezaba a despojarse de las placas pesadas que llevaba en la burbuja de alta gravedad y se ponía su vieja armadura blindada tsiruyín, la armadura que lo había mantenido vivo en muchas de sus peleas con Vegeta—. Su padre me hizo maestro de algunas de las crías más fuertes en Vegetasei, pero... un guerrero añora un reto, a un oponente más fuerte que él, para poner a prueba sus límites y aumentar su fuerza. —Su sonrisa se volvió feroz—. Sentía que mi vida había terminado cuando me encontró, Oujisama. No he tenido un amo tan digno y fuerte desde que el señor Frízer-sama murió. ¡Un verdadero soldado vive para servir a un amo más fuerte que él mismo!

Vegeta se quedó mirando el abierto y necio aspecto de fiel devoción del gigante guerrero, y ocultó una sonrisa cuando se le ocurrió que la expresión de su rostro se parecía a nada menos que la de los perros de Bulma, trotando cerca de sus talones con adoración. Un destello de movimiento le llamó la atención y vio a la clase de entrenamiento de Rikkuum espiando a través de las escudadas ventanillas de observación del domo, empujándose y tirándose entre sí por alcanzar alguna posición frente al vidrio. Había varios rostros de mayor edad presionados contra las elevadas ventanas. Los rumores de su regreso se extendían.

Si querían un espectáculo, les daría uno. Una exhibición para recordarles la fuerza de su poder ayudaría mucho a acallar las calumnias de Mousrom, que habían dejado a muchos en la capital susurrando que Vegeta estaba escondido hecho un loco delirante desastre, que jamás se recuperaría... Él siseó entre dientes mientras la ira hervía en su interior de nuevo. Esas eran habladurías y rumores infundados que el inquisidor había sembrado aquí y allá, que crecían cada vez que se volvían a contar, ninguno de los cuales guardaba la dura realidad. Proporcionarles una exacta cuenta de sus lesiones y de su estado mental sería traicionarse. Vegeta debía darle a su pueblo relatos concretos de cosas presenciadas por sus propios ojos. Y cuando la evidencia de lo que vieran entrara en conflicto con los chismorreos de quinta mano, ellos harían a un lado los cuentos de su quebrantada locura como si fueran una falsa calumnia, jurándose los unos a los otros que jamás habían apostado a tan abyecta mentira. No borraría su deshonra de haber sido derrotado y capturado vivo, ni restauraría la fe en su liderazgo, pero extinguiría la mayor parte del combustible que Mousrom añadió al fuego de la opinión pública y desmentiría lo peor de las mentiras que su pueblo creía.

—Rikkuum.

—¿Vegeta-sama?

—Es un buen día, el aire es cálido y el cielo está despejado. No deseo luchar en el interior. —Él salió del domo con Rikkuum detrás suyo, seguido ahora por una multitud creciente de otras personas mientras pasaban a través y fuera del interior de los terrenos de entrenamiento. El hombre grande siguió su ritmo cuando se elevó en el aire por encima del palacio. Media docena de figuras ascendieron a su encuentro y se extendieron hacia arriba en formación de punta de flecha. Bardock y los otros guerreros detrás de él se detuvieron. Una entusiasta sonrisa de suficiencia iluminó su rostro marcado, dándole un aire casi juvenil.

—Mi príncipe —dijo con una amplia sonrisa—, ¿podría usar unos cuántos combatientes más?

Vegeta le enseñó los dientes en una sonrisa de respuesta.

—¡Todos ustedes y Rikkuum a la vez! ¡Ahora!

Ellos se abalanzaron contra él al unísono, la mayor fuerza y velocidad de Rikkuum le concedió el honor de ser el primero al que Vegeta aporreó. Comenzó a aumentar su poder mediante incrementos lentos, llameando a ritmo constante mientras ellos entraban y salían, rodeándolo como depredadores en manada. Su ki… su ki se elevó como un misil, llenándolo de una feroz alegría salvaje que cantaba en el interior de cada fibra de su cuerpo. Los lanzó hacia abajo, enviándolos a estrellarse contra las cúspides afiladas del palacio real, golpeando a través de los tejados y las paredes de la ciudad por debajo de ellos. Él alcanzó a vislumbrar las cabezas vueltas hacia arriba en el suelo, de la creciente multitud de gente que los observaba con las bocas abiertas. Y su poder se elevó aún más alto, amenazando con salirse de control como si hubiera capturado un huracán con una mano cuando este azotaba desde el mar occidental... y aún quedaba algo más que no había convocado, que no podía invocar porque le faltaba el control para mantenerlo a raya. Así de enorme era.

Ellos hicieron arder el azul y cristalino cielo de la mañana a rojo con sus auras, y él notó que brillaba como un sol naciente. Siguieron luchando. Y mientras el tiempo pasaba en una gloriosa y ágil memoria, cuando la mañana dio paso al mediodía, otros comenzaron a unirse a la batalla, ya que los miembros del escuadrón de Bardock quedaron demasiado heridos para seguir. Y por los Dioses, todavía se estaba frenando a fin de no matarlos. Vegeta percibió en el fondo del pozo de su poder, que solo había tocado la superficie de lo que ahora era capaz de convocar, que diez veces este casi poder divino yacía fuera de su alcance, justo más allá de alguna intangible barrera en su mente y su corazón. Si pudiera alcanzarlo... sería en verdad un Dios, nada estaría más allá de él.

Para el tiempo en que las sombras comenzaron a alargarse hacia el atardecer, había visto una docena de rotaciones completas de élites nuevas, grupos que vagamente eran conscientes de que Bardock cambiaba al final de cada hora. Ninguno de los nobles de mayor potencia había parpadeado ante la orden de Bardock de pedir escuadrones de luchadores oponentes a Vegeta. Estaban demasiado ansiosos por probar su suerte y sentir en sus propios huesos maltrechos que tan fuerte su príncipe se había convertido.

Vegeta dejó en necesidad de serias reparaciones las oficinas centrales y burocráticas, y grandes secciones del mismo palacio para el momento en que terminaron el día al atardecer. Él había lanzado de forma deliberada a sus oponentes hacia y a través de las oficinas principales de la central de Inteligencia más a menudo, pero la capital entera recibió una paliza al transcurrir el día.

Estaba oxidado y sus movimientos eran imprecisos, era el salario de un año completo de inactividad física, pero el poder... estaba de vuelta. Fue alcanzado por la imagen mental de sí mismo sosteniendo la punta de un ciclón que podría destrozarlo a él y a todo el mundo a su alrededor si se soltaba de su agarre. Tendría que entrenar como un desquiciado para controlarlo.

Increíblemente, Bardock y Rikkuum todavía se mantenían en pie al final del día. Vegeta no tenía ni un rasguño o una contusión, nadie nunca había estado siquiera cerca de marcarlo. Él dejó la capital centellando como un cable de alta tensión.

—La próxima vez —dijo Bardock lleno de dolor mientras cojeaba detrás de Vegeta en el salón del pozo de fuego de su casa en la ladera de la montaña—. Voy a dejarle una huella, mi príncipe.

—Es bueno que un soldado tenga metas —le aseguró Vegeta—, aunque sean poco realistas.

—¡Edeeta y papito! —Una voz alta llamó desde debajo de aproximadamente noventa kilos de perro. Bardock frunció el ceño irritado, tal vez porque Bulma le había enseñado al niño a llamarlo por un sobrenombre tan tonto como «papito», o tal vez porque Romayn había saludado a «papito» en segundo lugar. Vegeta levantó al niño de debajo de sus babeantes atacantes y lo sentó sobre sus pies mientras Bardock aliviaba su magullado cuerpo sangrante en el pozo de fuego. El hombre mayor se rio ante la húmeda apariencia de su hijo. Los animales habían lamido al mocoso hasta que estuvo empapado de pies a cabeza. Vegeta se agachó y le frunció el ceño al niño, y observó fascinado como este juntaba sus propias cejas en una deliberada y perfecta imitación de su expresión.

—Tus enemigos te han dominado, niño. —Él volteó a Romayn para que enfrentara a los perros—. Cuando seas superado en número debes moverte más rápido, ¿has entendido?

Romayn asintió con entusiasmo aun frunciendo el ceño, lucía como una furiosa miniatura de Bardock. El niño se lanzó de nuevo a la refriega. Pasó de prisa a los perros, corriendo a toda velocidad, entrando y saliendo como uno de los insectos bebedores de flores del jardín de Bulma. Bardock se puso de pie, su media sonrisa cayó de su rostro con cicatrices para ser reemplazada por unos enormes ojos de asombro. Entonces Vegeta también lo vio. El niño se movía en torno a los animales aullantes como un rayo, rodeándolos y corriendo hacia ellos para darle un tirón a una cola antes de volver a correr a toda velocidad... y sus pies no tocaban el suelo.

—Ni siquiera tiene dieciocho meses de edad —indicó Bardock en voz baja.

—Yo no volé hasta tener los tres años bien cumplidos —murmuró Vegeta.

—¡Te tengo! —gritó Romayn—. Atrapó a Yaro con una llave alrededor de su cuello y comenzó de forma agresiva a lamer la cabeza de la desventurada bestia.

Vegeta se sentó lentamente, más nervioso de lo que quería admitir. ¿Había alguien alguna vez medido el poder de pelea del niño con un rastreador? No… claro que no. Romayn nunca había visto el interior de una unidad de condicionamiento infantil, jamás pasó ningún tipo de evaluación oficial. Vegeta hizo una mueca por dentro. Cuando era un niño de menos de diez años, un infante nació con un poder de pelea... ¿habría sido de diez mil? Algo así de monstruoso. Su padre ordenó que tanto el mocoso como todos sus parientes fueran exterminados y sus cuerpos lanzados hacia el sol de Vegetasei debido a la amenaza que semejante niño representaba para el trono. El rey de Vegetasei gobernaba por las leyes antiguas, la ley del mejor, del más fuerte. Y si él ya no era el más fuerte, si cualquier guerrero se sentía digno de ese puesto, tenía todo el derecho a desafiarlo por el trono. Si el niño era en realidad algún tipo de prodigio, Ottoussama haría… él se sacudió semejantes preocupaciones tontas de la cabeza. El niño era demasiado fuerte por provenir de padres poderosos y, tal vez... tal vez su poco convencional crianza estaba creando anomalías en su desarrollo.

—¿Debería estar hablando a esta edad? —se preguntó Vegeta en voz alta y se sentó de nuevo en su sillón frente al pozo de fuego. Sus músculos estaban gratamente adoloridos, ardían con el buen y familiar escozor del excesivo ejercicio. Bardock se encogió de hombros en respuesta a su pregunta.

—Los textos de desarrollo infantil en el ala de incubación dicen que no. —Bulma eludió el combate cuerpo a cuerpo del niño versus perros mientras llevaba una jarra de vino baya de oro, seguida por dos zumbantes máquinas vagamente antropomórficas. Los artefactos portaban montañas de comida en sus seis brazos. Comenzaron a poner la mesa con total naturalidad, luego pasaron zumbando de regreso a las cocinas por más alimentos. Vegeta se dio cuenta de que Bardock estaba mirando las cosas con cautela también—. Al menos no oraciones completas —continuó ella y le sirvió a ambos hombres una copa de vino de color ámbar—. Creo que se trata de la inherente precocidad saiyayín y de una cantidad poco común de estimulación mental temprana que… ¿qué? —Bulma puso las manos en ambas caderas y frunció el ceño ante sus expresiones incómodas—. ¿Ninguno de ustedes ha visto un robot de servicio antes?

—Mami los hizo —dijo Romayn.

—Ellos pueden hacer todo lo que un esclavo humanoide hace y no necesitan dormir o comer, y tienden a cometer menos errores. Pruébenlos esta vez, si aún los ponen nerviosos, podemos hacer venir a Batha y Caddi o alguien más para reemplazarlos. —Ella cargó al niño debajo de un brazo—. ¿Tienes hambre, Rom-kun o te has vuelto a llenar con pelo de perro?

—¡Tengo hambre! —gritó el niño retorciéndose para ser puesto de pie otra vez. Bulma lo sentó y dejó escapar un pequeño suspiro triste. Los días en que él la dejaba cargarlo por todas partes habían pasado para siempre. Consideró a los hombres levantando las cejas—. ¿Qué hay de ustedes dos?, ¿acaso demoler la mitad de la ciudad no les abrió el apetito?

Vegeta se olvidó de las máquinas de servicio, hincó el diente en la comida y asintió con la boca llena el permiso para que Bardock se uniera a ellos en la mesa. Comieron como esclavos excavando mineral de adamantio por más de una hora antes de que Vegeta estuviese lo suficientemente satisfecho como para tornar su pensamiento a cualquier otro tema.

—¿Tú hiciste estas... cosas?

Ella se levantó y bajó a Romayn de su posición privilegiada por encima de uno de los robots en cuestión. El niño había estado montándolo de ida y vuelta comiendo por el camino mientras este quitaba la vajilla y añadía nuevos platillos de las cocinas.

—Son diseños de mi padre. Mi pueblo no creía en la esclavitud, así que construimos nuestros sirvientes. Te dije que tenía una sorpresa para ti esta noche, Vegeta. Alto. —El robot de servicio se detuvo al instante, ella se inclinó y tocó un botón de cierre blindado en uno de sus costados, este estalló en una explosión de humo metálico y se desvaneció. Bulma levantó del suelo una cápsula del tamaño de un pulgar y la puso en la mano de Vegeta.

—Pude decodificar el secreto de la tecnología de miniaturización maiyoshyín —declaró con la mayor naturalidad—. Los técnicos de Mousrom iban por el camino teórico equivocado. He creado un boceto de los esquemas de construcción.

Vegeta y Bardock se quedaron mirándola.

—Aún hay más —continuó. Ella colocó otra capsula en la mesa del comedor y accionó su cerrojo con experta facilidad. La proyección holográfica de un sistema solar giró perezosamente en el interior de un… Vegeta frunció el ceño. El azulado campo de fuerza que rodeaba la pequeña estrella y sus satélites no era ningún holograma—. Bardock —indicó ella retrocediendo y colocándose detrás de Vegeta—, trata de hacerlo volar.

Bardock alzó una mano y liberó una pequeña esfera de energía hacia el orbe brillante la cual chocó contra la pálida luz azulada alrededor de la miniatura y rebotó. Él lanzó a toda velocidad una ráfaga de represión de ki para evitar que el rebote hiciera un agujero en una de las paredes.

—Boom —dijo Romayn en voz baja.

—Es un escudo que rechazará incluso las armas nucleares de plasma encapsuladas a las que Jeiyce y sus amigos son tan aficionados —informó Bulma—. Nada menos que el sol volviéndose nova lo perforará y puede expandirse hasta el punto de cubrir un planeta o todo un sistema solar.

Bardock sacudió su cabeza anonadado.

—Me preguntaba qué demonios estabas haciendo día y noche el invierno pasado. Por qué hiciste un alboroto cuando tuviste que abandonar tu trabajo y reubicarte una segunda vez. Pero… pero ¡Por los Dioses, niña!

—Tú… —Vegeta trataba de procesar la magnitud de este logro—. Mujer, tú… —Sabía que estaba tartamudeando como un imbécil, pero parecía no ser capaz de pronunciar una pregunta completa a través de sus labios. Le había tomado menos de un año trabajando sola resolver la ciencia de miniaturización que cada ingeniero principal del imperio falló en descifrar. Y eso ni siquiera tomando en cuenta este escudo que inventó...

—Tuvimos una tecnología muy, muy similar en Chikyuu —le explicó ella—. Empecé con piezas del rompecabezas que nadie más conocía, pero el escudo de seguridad... —Sus ojos brillaron—, es completamente mío. Estoy muy orgullosa de lo bien que resultó. —Sostuvo a Romayn un poco más fuerte, sus ojos se oscurecieron—. Salvará vidas. Ningún otro planeta colonia saiyayín será irradiado desde la órbita por atacantes invisibles mientras duermen, tanto los soldados como los… los niños.

—Esto tendrá que ser probado a una escala mayor, pero… —Él sacudió la cabeza sintiéndose aturdido—. Mujer... ¡Eso nos dará el respiro que necesitamos de sus camuflados ataques sorpresa!

Una hora más tarde, Vegeta estaba de pie al lado de su padre, de Turna y de Articha —los dos únicos miembros del consejo que todavía no cedían a la influencia de Mousrom—, mientras se agrupaban alrededor de la mesa del comedor de la casa de campo para ver a Bulma demostrar sus "cápsulas" y su escudo una segunda vez. Vegeta los había convocado a su propia casa en lugar de transportar los dispositivos a otro sitio y ser visto por ojos hostiles. Ottoussama se quedó en silencio por un largo tiempo, reflexionando en su mente sobre todas y cada una de las implicaciones de dicha tecnología defensiva. Poco a poco, su boca se curvó en una sonrisa, luego, de improviso, irrumpió en una fuerte risa cordial.

—¡Pocas veces he estado tan contento como lo estoy en este instante de haberle perdonado la vida a alguien, muchacha! —Él recuperó la compostura después de un momento y estudió el adorable rostro de Bulma, y su humilde mirada baja con astucia—, aunque creo que eres demasiado peligrosa para correr libre por mi imperio —agregó crípticamente.

—¡Podemos construir estos escudos en grandes cantidades en las fábricas del este, tan pronto como la integridad y durabilidad de esta tecnología sea puesta a prueba a gran escala por el Real Colegio de Ingenieros, Ousama! —le dijo Turna entusiasmado.

El rey gruñó.

—La muchacha tendrá que sentarse primero y explicarles a los tontos cómo hacerlo.

—Haré los arreglos necesarios y podemos...

Su padre y el hombre entrecano más bajo caminaron hacia el exterior, el rey emitió un flujo constante de órdenes, Turna ya con su enlace de hiperondas, llamaba a un equipo de técnicos para que vinieran y se hicieran cargo del prototipo y de los archivos del diseño de Bulma. Vegeta los observó irse. Él sabía que su padre esperaba que estuviera a sus espaldas apoyándolo, pero algo molestaba su mente, la sombra de una idea. Se movió por el pasillo a oscuras hacia la habitación que Bulma había convertido hasta cierto punto en una pequeña biblioteca médica y comenzó a buscar furiosamente a través de los estantes de libros y discos. Lo encontró después de un momento, la copia de una de las revistas médicas que Scopa había traído a la casa de Bardock, echó un vistazo al texto por algo que recordaba haber… ¡Lo halló!

De vuelta en el salón del pozo de fuego, se encontró con Bulma y Articha enfrascadas en una conversación. No se detuvo a preguntarse de que podían hablar con tanta intensidad dos mujeres tan disímiles.

—¡Bulma! —Él empujó el tratado de medicina frente a ella—, ¿puedes construir esto haciendo algunas modificaciones? ¿Cómo una función adicional en tu escudo?

Ella se quedó mirando las especificaciones del estabilizador de plasma radioactivo inventado por los físicos eruditos de Zapriasei para convertir de forma permanente los elementos más pesados del arma letal en sólidos de baja energía que podría alimentar a los anfibios kobalyín como tratamiento para impedir el crecimiento de viroides cancerosos.

—Podría ser diseñado —respondió Bulma con lentitud—, como parte del sistema del escudo. Eso convertiría a los componentes ardientes de las armas nucleares en roca cuando los misiles hagan contacto con el suelo. —Ella lo miró y esbozó una pequeña sonrisa—. Sí, puedo construirlo.

Un poco más tarde esa noche, Vegeta encontró a su padre y a Turna elaborando los últimos detalles del plan de fabricación más rápido posible de las sorpresas de Bulma si el informe técnico resultaba favorable en la mañana. La adición del estabilizador de plasma radiactivo al escudo volcó a Turna en otra frenética serie de nuevos cálculos.

El negro de la noche daba a azul cuando concluyeron el último de los detalles de la producción.

—Si resulta como parece ser, abriré todas las demás instalaciones de producción para su fabricación —dijo su padre—. Este es tu proyecto, muchacho, aprópiate de todos y cada uno de los recursos del imperio que necesites para lograrlo. Debemos tener los escudos en su lugar antes de que la luna aparezca en el otoño. —Antes de irse, él se detuvo y lo miró con ojos de lince. Detrás de ellos, Turna seguía encorvado sobre la mesa del consejo, garabateando notas.

—¿Bardock ha tomado el lugar de Nappa cómo tu teniente? —preguntó un incrédulo Ottoussama.

—Sí —contestó Vegeta, sin saber a donde quería llegar.

—¿Y has adoptado a su hijo?

—Es el pago más apropiado a la deuda de sangre que cualquier cantidad de riquezas, Ottoussama —le explicó Vegeta.

—Tu esclava de placer diseña armas de contrataque en su tiempo libre, se pavonea por tu casa con la cabeza en alto como si fuera la dueña y los dos se cuidan de mostrar sus afectos en compañía de otros peor que Turna y Articha cuando se unieron por primera vez bajo la luna. —Su padre resopló—. Y, lo peor de todo, trajiste a ese par de inútiles bestias aullantes de vuelta a la capital.

El pecho de Vegeta se tensó. Su padre tenía razón, se había... olvidado de sí mismo en su urgencia por mostrar al rey y a su consejero principal las nuevas máquinas de Bulma. Se había olvidado de como todo el mundo esperaba que se comportase, pero... habría sido "normal" para él haberse unido a Ottoussama y a Turna después de la prueba inicial de Bulma en su casa. Habría sido "normal" no haberse dado pausa para pensar en el tratado médico que había leído hace más de un mes y la forma en que podría ser utilizado para destruir las armas nucleares de plasma dentro de los misiles. No había desafío en sus palabras, no había rastros de ello en su voz, pero él se mantuvo firme y sacudió la cabeza categóricamente.

—Soy diferente, Ottoussama, ellos lo verán tarde o temprano; pero no puedo volver atrás, solo ir hacia adelante, ni tampoco lo deseo. Si... —Hizo una pausa para tratar de descifrar la mejor manera de dar voz a sus pensamientos—. Si no me hubieran capturado en Avaris, pronto habría caído en mi propia insensatez, porque vivía y respiraba dentro de mi rabia por no tener a toda la galaxia ordenada como deseaba cada instante de mi vida. Porque nunca ni una sola vez me detuve a pensar antes de actuar o consideré otro curso de acción que no fuera la fuerza bruta. Antes de ir a la guerra, si hubiera ascendido al trono por algún infortunio, ya habría llevado a Vegetasei a su perdición.

—Todo eso lo sé, muchacho —aseguró bruscamente su padre—, sin embargo, debes cuidarte de como los demás te perciben, solo has estado de vuelta un día. Esta noche, tu pueblo estará en un alegre alboroto por tu regreso y por la fuerza que con tanta habilidad exhibiste todo el día de hoy, pero la próxima maniobra de Mousrom será desacreditar la estabilidad de tu mente y el más ligero giro en una dirección poco familiar será vista como la prueba de sus mentiras. Articha y Turna son de confiar, aun así, debes cuidarte de cada uno de tus movimientos en compañía de otros, y en cuanto a tu vida privada... —Ottoussama lo fulminó con la mirada ante la tenue luz de la oscurecida sala del consejo—. Esta… —Su rostro se retorció del disgusto—. Esta "familia" que permitiste que se forme a tu alrededor durante tu convalecencia será notada. Será vista como una debilidad y como suavidad de mente de tu parte.

—Me vigilaré con mayor cuidado —dijo Vegeta en tono seco.

—Todo lo que un gobernante o un príncipe heredero privilegie a ojos vista es un peligro para él, muchacho —arguyó su padre—. Y puede ser utilizado para controlarlo si la cosa que adora no lo controla ya.

—Nada ni nadie me gobierna —gruñó Vegeta en voz baja—, salvo la necesidad y mi propio honor. —Él dio un profundo suspiro y obligó al enojo que crecía en su interior a detenerse, obligó a las frías palabras suspendidas en sus labios a estar en silencio—. ¿No me ha dicho todo el tiempo que es justo recompensar el servicio fiel? Bulma me trajo de vuelta, Ottoussama, aunque para ella, yo podría haber permanecido como «ese muchacho gentil» sin pasado para siempre. Por lo menos hasta que usted se hubiese visto obligado a sacrificarme.

—No desacreditaré lo que ella ha hecho por ti —declaró su padre—. O estas armas de contrataque que ha ideado. No es mía, pero por tan gran servicio al imperio, yo la dejaría libre.

—Ya lo hice —murmuró Vegeta.

—Y aun así se queda... —El rostro de Ottoussama se endureció de contrariedad y algo parecido a la preocupación—. Entonces hazla a un lado y toma otra concubina. —No era una sugerencia. Vegeta no respondió durante un largo y tenso momento.

No —dijo por último, con un frío carácter definitivo—, ni por toda la riqueza del imperio, padre.

Ottoussama lo consideró por unos segundos, su rígida mirada furiosa era casi tangible, luego profirió el suave gruñido de un suspiro, sacudió la cabeza y pronunció las siguientes palabras como un gélido presagio de ultratumba.

—Como desees. Pero escúchame bien, muchacho, nada bueno saldrá de esto y me temo que llorarás sangre antes de que todo acabe. Antes de que la mires por última vez, te hará desear nunca haber nacido.

Cuando regresó a la villa faltaba menos de una hora para el amanecer. Pasó por el taller de Bulma, escuchó un sonido metálico y una suave conversación, seguido por el sonido de las risas de las mujeres. La voz de Articha se desplazó a la deriva a través de la puerta cerrada.

—... entrené a mis tres hijos en mi propia casa antes de que fueran a los cuarteles infantiles a los cuatro años. Él es un niño precoz, pero dicen que su padre es muy inteligente.

—He estado tan preocupada de que piensen que es defectuoso... de alguna manera —comentó Bulma en un tono suave.

—No has ablandado al niño tanto como temes, él tiene una fuerte voluntad de luchar.

Al fin, ella había encontrado a alguien que respondiera a todas sus preguntas sobre Romayn, Vegeta reflexionó. Era extraño, sin embargo, que Articha tuviera incluso un vago interés por una concubina real, una exesclava ni más ni menos. Pero entonces, tal vez la general era... diferente ahora. Tan diferente como Vegeta mismo después de la condena en el infierno que habían soportado cada uno. De pronto... su estómago se retorció de vergüenza al escuchar su voz llamándolo, diciéndole que fuera fuerte, que recordara quien era, ofreciéndole los excedentes de su propia fuerza, independientemente de lo que le habían hecho a ella. Articha jamás se había perdido a sí misma, nunca se quebrantó. Tal vez esa extraña afinidad entre las dos mujeres era lo que las volvía parecidas. El hecho de que ambas eran «irrompibles».

Él percibió el destello del ki silenciado de Bardock en la biblioteca y abrió la puerta para ver al hombre mayor volcado en el grueso volumen de un libro de contabilidad. Romayn yacía recostado sobre su espalda en la piel de un cho-ciervo en el centro de la habitación, con un perro dormido a cada lado.

—Tuve una idea, Oujisama. —Bardock cogió uno de los volúmenes de lo alto de una pila, todos los cuales tenían el emblema de la casa Maiyosh y se lo entregó a Vegeta—, traje estos libros de la gran biblioteca del centro médico, es la historia financiera de Maiyoshsei, pruebas documentadas de todos los planetas que alguna vez fueron propiedad de la casa Maiyosh. He encontrado ya tres que no están en ningún mapa de navegación estandarizado.

—Edeeta es mi amigo —dijo Romayn desde el piso y sonrió somnoliento.

—Duérmete niño —le ordenó Bardock distraídamente.

—¿Estás pensando —inquirió Vegeta mientras estudiaba el informe de los mundos comprados por el planeta de comercio tsiruyín o colonizados por la fuerza de las armas Maiyosh—, que uno de estos planetas podría ser donde Je… —Él apretó los dientes y comenzó de nuevo unos segundos después— … podría estar su base principal?

—Tendría que ser un planeta que su pueblo conocía muy bien. —Bardock asintió—. No puedes solo encontrar un sistema desconocido y montar tu base sin ser visto, eso es un suicidio.

—Yaro es mi amigo —murmuró Romayn.

—Es una labor prometedora —afirmó Vegeta con una débil sonrisa de suficiencia.

—Si me lo permite, Oujisama —añadió Bardock—, me gustaría buscar en todos los registros de la casa Maiyosh archivados en la biblioteca real por algo que pueda delatarlos. Tomará un poco de tiempo, pero puede producir grandes resultados.

—Hazlo —le ordenó Vegeta.

—Papito es mi amigo —dijo Romayn.

—Solo seré tu amigo si te vas a dormir —aseguró Bardock frunciendo el ceño de forma que parecía ocultar una sonrisa.

—... eso dijiste... —contestó el niño dando un enorme bostezo.

Bardock hizo un gesto hacia la gran pila de libros en el estudio.

—Puedo revisar todo aquí primero e ingresar la información relevante a una computadora para cruzar referencias de todo lo que necesitaría una base militar autosuficiente de los recursos de cada planeta.

Vegeta sonrió adusto. Era una estrategia de búsqueda que nadie había pensado hasta ahora y conllevaba una gran cantidad de mérito lógico.

—... dijiste que seríamos amigos la próxima vez... —El niño en el suelo suspiró.

Bardock se congeló a mitad de un gesto en el momento en que su boca se preparaba para pronunciar las palabras. Se volvió muy lentamente y miró a su hijo, una extraña y casi asustada expresión danzaba en sus rasgos llenos de cicatrices.

—¿Cuándo dije eso, Romayn? —le preguntó en voz baja.

El niño emitió otro bostezo como para tronar huesos, sus ojos se cerraron y con un brazo cubrió a Baka.

—Antes... cuando era un niño grande. —Él estaba dormido.

Vegeta frunció el ceño por la curiosidad ante el rostro de Bardock drenado de todos los colores. El hombre mayor se sentó vacilante en la silla detrás de él.

—Ella no pudo habérselo dicho...

—¿Bulma? —preguntó Vegeta mirando la blanquecina palidez del hombre. Parecía que acababa de ver su mundo invertido bruscamente.

—Ella no estaba allí cuando lo maté —susurró Bardock—. Encontramos rápido a Kakaroto cuando aterrizamos en Chikyuu. Estaba entrenando como aprendiz de un guerrero nativo, un tipo fuerte el anciano. Mi hijo me atacó cuando matamos a su sensei, el otro muchacho escapó para pedir ayuda. Dioses, sí que era un mocoso fuerte... pero había fallado en su misión de purga infantil y su… su cerebro se había confundido también por alguna lesión que probablemente sufrió al aterrizar. —Bardock tomó una respiración profunda—. En cualquier caso, la ley es clara sobre el destino de un niño que fracasa en una purga infantil. Yo… yo le revelé que era su padre, señalé mi cola como prueba... él se detuvo y bajó la guardia. Me aseguró que no podía perdonarme por haber matado al viejo. Le respondí que tal vez seriamos amigos en su próxima vida y le abrí un agujero en el corazón.

Vegeta sintió un gélido escalofrío bajar por su columna vertebral.

—¿Nadie más estaba presente?

—Nadie. Le ordené a mi escuadrón que se quedara bien atrás mientras hacía lo que sabía que tenía que hacer. Dios de los Dioses... —dijo en voz baja—. Pensé que la niña estaba loca por la forma en que seguía insistiendo que el niño es… —Se interrumpió y sacudió la cabeza como si estuviera tratando de captar una comprensión más profunda de una nueva faceta en su realidad—. Mientras usted estaba en la guerra, Bulma me contó que el guardián semidiós de Chikyuu le habló cuando mi escuadrón comenzó la purga. Él le informó que su Dios le pidió que le diera un mensaje, una profecía. Le reveló que el alma de Kakaroto volvería a ella pronto, porque un día las vidas de todos los seres vivientes en la galaxia descansarían sobre sus hombros. Le indicó que guiara al niño hacia su destino, pero que primero debía caminar una larga y oscura senda... y que fallaría a su cometido si se permitía ceder al odio.

Vegeta observó al niño dormido.

—Hablas cosas sacadas de leyendas —sostuvo con falsa certeza.

—El renacimiento es una magia cotidiana, Oujisama —murmuró Bardock—, todos los hombres lo aceptan como un hecho. Y se dice que aquellos escogidos como instrumentos de los Dioses algunas veces renacen con los recuerdos de su vida pasada intactos.

Vegeta se quedó en silencio reflexionando que tanto le debía al Dios de los chikyuuyíns la admonición a su mujer de no dejarse llevar por el odio. Él quería lanzarle una severa reprimenda al hombre por permitirse semejante tontería. Le hubiese gustado ignorarlo como otro signo de la actitud supersticiosa de su mujer, pero…

Antes... cuando yo era un niño grande... Ningún niño de dieciséis meses diría una cosa tan desconcertante.

—No importa —declaró Vegeta finalmente—. Si lo deseas puedes creer que él es un salvador con gracia divina toda la vida. Nosotros debemos enfocarnos en el enemigo que nos ocupa.

—Tiene razón, Oujisama —acordó Bardock en voz baja y aliviado, cayó de nuevo en su cómodo pragmatismo.

Hubo demasiado que hacer en los días que siguieron, demasiada escasez de suministros, demasiados problemas que parecían no tener respuesta hasta altas horas de la noche, demasiadas decisiones en la simple administración cotidiana del imperio amontonadas encima de la producción de los escudos. Después de solo una semana de esto, comenzó a desarrollar un nuevo respeto por su padre que rayaba en el asombro. Y en medio de todo, también debía encontrar tiempo para golpear y romper sus músculos, sus reflejos y su resistencia hasta el punto de la eficiencia de combate. Tres semanas y los ingenieros reales habían replicado un pequeño escudo radiactivo basado en las especificaciones de Bulma, y estaban listos para probar un prototipo a escala planetaria en la segunda Luna del quinto planeta en el sistema solar de Vegetasei. Seis vehículos cargados con armas nucleares de plasma fabricadas a toda prisa, lanzaron suficientes misiles para convertir al gélido planeta hermano de Vegetasei en polvo. El escudo se mantuvo sin ningún problema. En la prueba secundaria, Bulma sugirió al jefe de ingenieros de élite, quien alegremente la haría arder en la hoguera por nada más que monstruosos celos, que se lanzaran una serie de bombas a través de la red inicial alrededor del planetoide, en simulación de un arma radiactiva introducida de contrabando en Vegetasei bajo la tecnología del camuflaje de invisibilidad del enemigo. Los dos ataques terroristas en el sur habían sido logrados con bombas traídas a Vegetasei en naves saiyayíns.

La segunda prueba resultó tan impecable como la primera. El campo estabilizador de plasma integrado dentro del escudo de Bulma convirtió las armas radiactivas en envases de inofensivo carbón de roca. Vegeta requisó una docena de plantas en la región litoral del este y comenzó a trabajar cada noche en sus planes de reacondicionarlas para la producción en masa, con Turna y Bulma agregando modificaciones organizativas y técnicas a sus ideas originales.

Durante todo este tiempo, su padre lideró la guerra. Durante todo este tiempo, su padre luchó en combate, dirigiendo las flotas y las fuerzas del imperio en un intento zozobrante de comprar el plazo que necesitaba Vegeta para construir una barrera de seguridad. No pasó mucho antes de que empezaran los murmullos, antes de que los ojos comenzaran a mirarlo con recelo, con un desagradable silencio, ya que se hacía más y más evidente cada día que pasaba que Vegeta no tenía intención de volver al campo de batalla cuando la especulación, alimentada por los rumores de Mousrom, de por qué esto era así comenzó a ganarle miradas aprensivas por donde quiera que iba. Pero no existía ningún remedio por el momento y, en cualquier caso, los escudos eran lo único que importaba. Una vez que estuvieran en su sitio, todo el imperio vería por qué este proyecto secreto había sido puesto delante de todos los demás esfuerzos de manufactura en Vegetasei y por qué su príncipe puso todas sus fuerzas en ello en lugar de encabezar la batalla contra un enemigo invisible.

Cada noche, se sentaba en el jardín de Bulma y trabajaba para superar el obstáculo que le impedía ir a la batalla. Cada mañana, se sentaba a la mano derecha de su padre en el consejo o dirigía las juntas él mismo cuando el rey estaba fuera del planeta y evaluaba la sumisión del siniestro Mousrom. El reporte de Bardock sobre los planetas que habían sido propiedad Maiyosh y que reunían los criterios para una base potencial, obtenidos en más de un mes de ardua investigación por parte del soldado marcado, enviaron a Turna a un arrebato de malhumorada autocrítica de que el contable real no hubiera pensado en tal cosa en primer lugar.

En la noche antes de que la primera y más grande planta de producción de escudos fuera activada, Vegeta se sentó adusto frente a los planes de seguridad para la fábrica, una fábrica en la que bajo ninguna circunstancia podía permitirse el sabotaje. Frunció el ceño ante las dispersas especificaciones cubriendo la mesa del comedor. Si había algún agujero en la estrategia de seguridad, no lograba verlo, pero eso no quería decir que no estuviera allí.

—Ya está hecho, mi príncipe —le dijo Turna escribiendo a toda prisa en su computadora de mano y levantando estadísticas de los potenciales lugares donde encallar los generadores de escudo en los planetas colonias más cercanos a Vegetasei—. Las plantas son tan seguras como pueden ser, debemos enfocarnos ahora en asegurar el producto terminado cuando distribuyamos los generadores entre las colonias.

Yaro y Baka, quienes holgazaneaban debajo de la mesa, de repente levantaron sus cabezas al unísono. Gruñeron arqueando sus lomos y erizando sus pelajes. Era un sonido que nunca oyó hacer en serio a ninguno de los animales, a pesar de que gruñían y mordisqueaban al jugar con Romayn todos los días. Vegeta había dejado la puerta del jardín abierta para permitir que la brisa fresca y húmeda que contenía una promesa de lluvia más tarde esa noche barriera y tomara el calor del verano con esta.

Inspeccionó las fechas de finalización previstas. Tres semanas hasta que el primer escudo a escala planetaria terminara de producirse y estuviera listo para ser montado en Vegetasei, otro mes antes de que el primer envío de dispositivos del tamaño de un portatropas pudiera ser encapsulado y transportado a las colonias. Demasiado tiempo. Tenía que haber una manera de reducir el lapso de producción aún más. Tal vez... tal vez el pequeño ejército de robots sirvientes de Bulma podría añadirse para aumentar la velocidad de la línea de montaje.

—¡Mujer! —bramó. No la había visto, ya que todos tomaron una comida apresurada justo después de que cayera el ocaso y era casi la medianoche ahora. Por debajo de la mesa, los perros seguían haciendo ruido y chillando.

—Los ataques contra Skirat, Pikach, Maytu y una docena de otros planetas más fueron realizados sin el beneficio de las armas nucleares miniaturizadas. —mencionó Turna—. Los esclavos tecnológicos o mejor dicho, los agentes de la Red Roja disfrazados de leales esclavos tecnológicos, sabotearon los escudos y las redes de sensores en esos planetas.

Bulma salió de su taller con una mancha de algo negro a un lado de la nariz, su cabello revuelto estaba recogido por encima de su cabeza en un moño. La misma grasa negra en su cara cubría la parte delantera del overol de mecánico que llevaba puesto. Lucía acalorada, cansada, irritable... y absolutamente hermosa. Él sintió que una tonta sonrisa de suficiencia comenzaba a deslizarse por su rostro, lo que pareció solo molestarla aún más.

—¿En qué puedo servirle, Oujisama? —preguntó ella en tono mordaz. La sonrisa de superioridad de él se amplió.

—Las plantas usan un completo número de tus mecanoides sirvientes para la producción —agregó después de explicarle lo que se necesitaba—. Las instalaciones están vigiladas por guerreros saiyayíns con experiencia técnica superior al promedio. El centro de escudos con base en el planeta requerirá fuertes medidas de seguridad también; lo que debemos conseguir es una mayor seguridad y una producción más rápida.

—Puedo hacer las dos cosas —contestó ella de manera concisa—. Puedo ir a cada planta y ajustar a los robots, uno a la vez, para una mayor velocidad. Eso quemará sus procesadores rápido, pero solo los necesitamos por pocos meses de todos modos. También puedo añadir otro nivel de seguridad al inspeccionar en persona los escudos, a cada uno de ellos, antes de que entren en los transportes. Podría también…

Yaro mostró los dientes y gruñó con odio cuando la cosa que ambos animales habían percibido se dio a conocer. Mousrom avanzó lenta y torpemente hacia el arco de la puerta, y se inclinó. ¿Por cuánto tiempo, Vegeta se preguntó con frialdad, había estado el bastardo acechando, escuchando? Turna hizo eco de sus propios pensamientos con su tranquila voz ronca, un instante más tarde.

—Si alguna vez reproduce estos animales, Oujisama, me encantaría tener uno para mi casa —murmuró—. Un animal que puede oler la presencia de un enemigo más rápido que nosotros es una criatura invaluable.

—Mis más humildes disculpas por molestarlo a una hora tan tardía, mi príncipe —dijo el inquisidor—, pero hay un asunto urgente que se debe abordar. —Su mirada aceitosa barrió a los otros y se detuvo en Bulma por un momento demasiado largo, arrastrándose sobre su cuerpo de una determinada forma que hizo gruñir a Vegeta como si fuera uno de los perros debajo de la mesa.

—Mousrom —le advirtió en voz baja—. Si tan solo te atreves a mirar en dirección a mi mujer otra vez, voy a destriparte justo donde estás parado.

Los ojos del hombre grande brillaron con temor oculto mezclado con malicia, pero los bajó obedientemente.

—¡Dime cuál es tu asunto! —espetó Vegeta. No invitó al hombre a pasar más allá del umbral, por lo que Mousrom se quedó de pie allí, señalando un montón de documentos en su mano.

—Tengo una lista de nombres de presuntos enemigos del imperio, todos los cuales han sido puestos a interrogatorio, Oujisama. —Mousrom sonrió como un viejo y amable tutor mientras observaba el rostro de Vegeta con avidez—. Víboras en mi propio seno, de hecho. Todos ellos son antiguos doctores del centro médico a quienes había recibido para ayudar a... extender la esperanza de vida de los sospechosos más valiosos bajo mis atenciones. —Bulma hizo un pequeño ruido de asfixia, Vegeta le arrebató la lista de las manos.

Menos de dos meses. Le había tomado a Mousrom menos de eso encontrar a todos los contactos de Scopa, médicos cuyos conocimientos al servicio de la curación habían sido pervertidos bajo el mando del inquisidor, médicos que habían jurado su lealtad a Vegeta, aunque todavía no le daban ninguna información útil de los movimientos y planes del hombre obeso. Mousrom descubrió al total de novatos en un santiamén.

—Tengo el nombre de la persona a quien se reportan, su líder de división —continuó Mousrom—. Pero él es un empleado libre del centro médico y por lo tanto, está bajo su protección personal. De hecho, creo que fue por un tiempo un esclavo en su propia casa. En cualquier caso, necesito su permiso para tomarlo.

Scopa...

Vegeta le dio una mirada fría y dijo lo último que Mousrom podría haber esperado. La verdad.

—No son de la Red Roja. La gente de Scopa monitoreaba tus acciones por orden mía; debo estar seguro de todos mis siervos, ministro.

Mousrom parpadeó hacia él en extrema sorpresa.

—No puede dudar de mi lealtad hacia Vegetasei —exclamó el hombre obeso, casi con incredulidad.

Vegeta se preguntó que había confundido al inquisidor más, haber sido espiado o su propia honestidad, directa y llana. Debía ser algo con lo que el hombre pocas veces se encontraba.

—Siempre juras tu lealtad a Vegetasei —manifestó él—, pero nunca al trono. —El rostro del ministro de Inteligencia se puso rojo como una grana por la furia—. Un príncipe no se puede dar el lujo de confiar en nadie, Mousrom —continuó Vegeta—. Me devolverás a mis sirvientes... si todavía están vivos.

—Viven. —Se movieron los labios de Mousrom—. De cierta manera, aunque me temo que nunca volverán a estar del todo bien otra vez. Los que han sido rotos nunca lo están. Pero... usted sabe de eso, ¿no es así, Oujisama?

El inquisidor fue arrojado contra las baldosas de piedra del umbral y hendió una sección circular con su cuerpo, incluso antes de que Vegeta se diera cuenta de que lo había golpeado. Él se agachó, sujetó el cuello del hombre y lo sacudió como a una muñeca de trapo.

—¡Debe encantarte recibir dolor tanto como infringirlo para desafiarme a cada rato, Mousrom!

—¡He hablado con toda franqueza! —Mousrom escupió a través de una boca llena de dientes sueltos—. Y volveré a hacerlo. Eras un irreflexivo y mimado joven egoísta antes de que el príncipe rojo te tomara bajo su cuidado. Un peligro y un pasivo para el trono y el imperio. Ahora, eres débil, mentalmente inestable, suave…

Vegeta rugió una enfurecida maldición y retiró su mano para embestirla a través del corazón del hombre obeso… y se desplomó con un grito cuando el dolor se levantó y lo tragó dentro de sus recuerdos. Las imágenes de un centenar, de un millar de tormentos se rememoraron, todas al compás del canto de la suave y burlona risa de Jeiyce de Maiyosh.

—¡Mi príncipe! —Turna trataba de voltear su cuerpo lleno de espasmos.

—¡Él no está respirando! —dijo Bulma.

No podía respirar, no podía siquiera inhalar una pequeña bocanada de aire.

—Justo como pensé. —La voz de Mousrom mostraba una extraña mezcla de admiración mal velada y de fría indiferencia—. ¡Minas subliminales! —Una breve carcajada maliciosa—. No puede matar. ¡Por los Dioses, que cosa tan diabólicamente cruel e inteligente para hacerle a un guerrero saiyayín! Tendrás que noquearlo, mi niña, supongo que se asfixiará si no lo haces.

Un único sólido golpe cayó y no supo nada más.

Se despertó con una suave mano acariciándole la frente. El rostro de Bulma apareció y ella solo lo observó, su expresión era una ingeniosa máscara que pondría orgulloso a un saiyayín.

—Cierra la puerta tras de ti, muchacha —ordenó el rey, cortante—. Bulma se levantó y se fue en silencio. Vegeta se sentó, observó la dura faz enojada de su padre y sintió más vergüenza de lo que hubiera creído posible, esta se aferraba en su interior como una dosis de veneno mortal.

—No necesito decirte que debiste habérmelo dicho —dijo Ottoussama.

—No sabía que tan profundo se extendían las secuelas hasta esta noche. —Vegeta apretó los dientes—. Descubrí que había un... bloqueo en el acto de matar en mi mente cuando me preparaba para volver a la capital. —Cerró los ojos y recordó como la simple acción de aplastar un insecto de verano en su brazo, de tener la disposición de acabar con la cosa y de realizar el hecho, lo envió a convulsionar con un jadeante dolor debilitante. Solo Bardock estuvo presente para verlo y el ataque había acabado en cuestión de minutos. Desde su regreso, luchó cada noche contra la compulsión en el jardín de flores de Bulma, tratando de matar a las babosas del jardín que habían comenzado a tomar un festín de sus plantas y beber del suelo fértil al hacerse la temperatura más caliente y la lluvia menos frecuente. La reacción fue más fuerte, tal vez porque las babosas eran más grandes, más inteligente, pero gradualmente, los ataques se volvieron cada vez menos violentos cuando practicaba exterminar a las cosas de noche. Bardock sugirió que, a juzgar por la gravedad de los ataques al matar a criaturas tan humildes, sería demasiado peligroso experimentar con hacer lo mismo a un ser inteligente hasta que... hubiera subido por la cadena alimentaria, por así decirlo.

—Supe que cuando me dispusiera a matar a cualquier ser vivo, se volvería contra mí como… como si estuviera en sus manos una vez más. Desde que regresé, he progresado en... abrir una brecha en el bloqueo, aunque tengo un largo camino por recorrer. —Vio a su padre a los ojos—. Habría esperado hasta estar completamente curado, Ottoussama, pero... no me quedaba más tiempo. Me necesitaban y aún como estoy ahora, me necesitan.

Su padre se quedó en silencio.

—Para mañana —dijo con una voz como el grave tañido de las campanas de muerte—, la totalidad de la capital lo sabrá. Nadie te seguirá o siquiera prestará atención a tus palabras ahora, muchacho. Y yo… —El rey rechinó las palabras como si tuviera la boca llena de navajas, como si el acto de pronunciar su siguiente oración cortara su mandíbula hasta el hueso—. Tendré que ceder tu lugar en el consejo a tu enemigo... y te descartaré por ser un sucesor no apto para mi trono.

—Padre... —Vegeta se atragantó antes de que pudiera detenerse de hablar.

—No queda tiempo como dices —continuó el rey mecánicamente—. La luna aparecerá dentro de tres meses. Vegetasei estará en su punto más vulnerable y maduro para un asalto. Debemos estar unidos y tu presencia a mi lado causaría disidencia. —Su padre lo estudió con ojos que veían a través de todas sus pretensiones de normalidad, que veían a través de todo y que lo habían hecho desde el principio—. No tengo ninguna duda de que cualquier tentativa tuya de matar a los aspirantes que te busquen por tu vida después de esta noche será fallida, aunque no letal. No permitiré que tu despojo sea algo permanente, te ayudaré tanto como pueda para que recuperes tus derechos y que vuelvas al lugar que te corresponde una vez más. No dejaré que el príncipe rojo me quite a mi hijo, ¡él no tendrá esa victoria!

Se quedó mirando el techo después de que su padre partió. No había pena ni dolor ni vergüenza. No había furia, él no era capaz de sentir nada en absoluto, estaba entumecido por completo. Un suave click del seguro de la puerta y Bulma volvió a entrar en la habitación. Se sentó a su lado, sin hablar, solo lo miró durante un largo tiempo, con los ojos azules como pozos sin fondo de quieta tristeza. ¿Sus ojos siempre habían sostenido ese profundo y casi inconmensurable sumidero de luto? Antes, jamás lo había notado hasta que se despertó y vio su rostro en la casa de Bardock. El primer hermoso recuerdo impreso en la página en blanco de su memoria después de Avani Trice.

—No puedes estar de duelo por mí —susurró él.

—No lo estoy —dijo ella—, no estás muerto.

—Estoy peor que muerto —le respondió sombríamente.

—No, estás sintiendo lástima por ti mismo.

Vegeta le frunció el ceño, estupefacto. No había rabia hacia ella por esas palabras duras y mordaces, mientras que antes, le hubiera sido difícil poner freno a su ira, difícil impedirse de no matarla. Y si bien, esto no era algo malo, era otro constante recordatorio de cuanto había cambiado, enmudecido... roto. No tenía palabras de réplica para su fría respuesta, aunque no podría estar más sorprendido por esto si ella hubiera ganado de pronto poder de pelea y lo hubiese golpeado hasta la inconsciencia.

—No te das cuenta —continuó Bulma menos enojada—, que amas a tu planeta y a tu pueblo más de lo que jamás me amarás a mí o a tu padre. Comenzaste a darte cuenta el día que Arbatsu cayó y desde tu regreso has utilizado todos los medios a tu disposición, no solo tu poder de pelea, para salvarlos; incluso si tu pueblo es tan voluble y tonto que no pueden ver que existe algo más que ser gobernado por la fuerza bruta y la matanza. ¿Quieres ver caer a Vegetasei?, ¿quieres ver a tu pueblo aniquilado y este hermoso planeta incendiado?

—¡No! —respondió Vegeta con dureza—. ¡No quiero eso! ¡No voy a permitirlo!

—Entonces cumple tu deber a ellos como su príncipe y levántate mañana como si no pasara nada —indicó ella—. Sigue trabajando en el proyecto de los escudos antirradiactivos, sigue entrenando con la gente de Rikkuum y de Bardock, sigue buscando la base de Jeiyce y sigue tratando de romper los detonadores de condicionamiento que dejó en tu cabeza. Scopa y yo hemos tratado a cientos de víctimas de Mousrom, gente que puso en libertad después de que los rompió y encontró que no sabían nada. Te puedo decir por donde empezar. —Ella colocó en su mano una videofoto desactivada—. Es la imagen de Jeiyce de Maiyosh, tomada en su boda en Corsaris hace ocho años. Es la única foto que pude encontrar de él. El primer factor para romper cualquier pared de condicionamiento es hacer añicos el control personal de aquel que te hizo eso. Podemos empezar poco a poco mirando su imagen, ¿listo?

Vegeta asintió con gravedad. Bulma encendió la videofoto... y él lanzó un suave sollozo, sus entrañas se revolvieron de enferma vergüenza mientras le daba la espalda a ese rostro sonriente, sus extremidades y su columna vertebral se contrajeron en un ovillo defensivo.

—Inténtalo de nuevo —dijo ella suavemente—. Él gruñó desafiante y se obligó a dar la vuelta, se obligó a mirar. Sus manos se flexionaron en el dispositivo, haciéndolo añicos a la vez que jadeaba por aire como si acabara de librar una batalla hasta el límite de sus fuerzas.

—Diez segundos —anunció Bulma, colocó su cabeza contra su regazo y acarició su rostro cubierto de sudor—. Eso es un muy buen comienzo y aplastar su imagen es un signo aún mejor. Di su nombre.

Vegeta no habló, su garganta se constriño ante el mero pensamiento.

—Bulma... —dijo él con un ligero tono áspero.

—Di su nombre —indicó ella de nuevo—. No dejes que mantenga ese poder sobre ti. Recupéralo, Vegeta. ¿Quién es tu enemigo?

—¡Jeiyce! —Él escupió la palabra—. ¡Jeiyce de Maiyosh! ¡El príncipe rojo! El… —Se interrumpió y la miró asombrado. Ni una sola vez desde que cargaron su cuerpo inerte de esa negra celda sin sol había podido mencionar el nombre del hombre sin tropezar con la palabra, sin que una parte integral suya se aterrorizara. Ella se inclinó y lo besó, lenta y profundamente, una mano se deslizó por su cintura para acariciar su cola hasta que él la tomó entre sus brazos soltando un gruñido bajo, la recostó y recorrió con su boca la línea desnuda de su cuello—. ¿Por qué fue eso? —preguntó sin aliento.

—Refuerzo positivo —contestó Bulma y le dio una pequeña sonrisa traviesa—. Debes hacer esto tan a menudo como sea posible. Míralo, di su nombre una y otra vez y sigue intentando matar las babosas de mi jardín.

—Lo sabías —susurró él.

—Sí, lo sabía —respondió ella—. Un paso a la vez, Vegeta. —Su mano se estrechó alrededor de su cola y su sonrisa se amplió ligeramente mientras él gruñía de nuevo.

Había sido una agonía... una agonía... yacer a su lado cada noche, sosteniéndola sin... sin...

—Bulma... —Él exhaló contra su clavícula, su boca buscó más abajo de la curva de sus senos y acarició el pezón endurecido a través de la blusa—. Dioses, te quiero...

La respiración de ella se volvió elaborada. Podía oír su corazón latiendo dentro de la frágil jaula de su pecho, podía sentir aumentar el calor de su cuerpo al ritmo del deseo.

—Aquí me tienes. —Bulma se quedó sin aliento. Sus ojos estaban cerrados y su cuerpo presionado contra el suyo temblaba de pasión. Vegeta sentía, olía el calor de su anhelo por él. Levantó la cabeza para rozar su boca con los labios, encontró sus ojos… y todo el fuego arrasándolo por dentro murió en un segundo ante la vista del atormentado espiral de deseo desesperado y de autoaversión ardiendo allí. Se apartó de ella, dejándola jadeando con la necesidad insatisfecha e incomprensión.

—No... por favor, no te detengas. —Bulma casi sollozó.

—No puedo —dijo él vacilante—. En casa de Bardock, te expliqué que había mirado en tus ojos y vi que me querías, pero que ese deseo te causaba pena. —Extendió la mano y acarició su bello rostro de porcelana—. No puedo sostenerte con esa mirada en tus ojos... aún si eso significa no volver a tenerte jamás. —La atrajo a sus brazos mientras silenciosas lágrimas comenzaron a cursar por el rostro de Bulma. Ella recargó la cabeza contra su pecho y todo su cuerpo tembló.

—Sigo pensando que no debió suceder así, Vegeta —susurró—. Debimos habernos conocido de otra forma, comenzar de otra manera. Todo acabó retorciéndose... y ahora… ahora, está arruinado. —Él arrancó su mente de la cruda e implacable verdad que había en esas palabras y apartó el cabello de sus ojos para atisbar su rostro.

—¿Por qué te quedas, Bulma?, ¿por qué me ayudas? Te escuché hablar de lo que crees, de las cosas que piensas que son lo correcto cuando nos quedamos en la casa de Bardock. Estuve pendiente de cada palabra tuya. Te conozco. ¿Por qué no estás trabajando con la Red Roja para destruir el imperio?

—Por las cosas que los rebeldes maiyoshyíns han hecho desde que empezó la guerra —respondió ella sin dudar—. Jeiyce comenzó con una misión justa en mi opinión. Además, Vegetasei creó al "príncipe rojo" el día que purgaron Corsaris. —Sus ojos eran distantes, miraban hacia atrás a un pasado lleno de innumerables fantasmas—. Raditz dirigió esa purga, ya sabes —continuó—. Yo… yo lo quería, lo hacía, pero mató a toda esa pobre gente, la esposa y el bebé de Jeiyce incluidos. Y no pudo entender por qué después me volví fría con él. —Ella sacudió la cabeza pensativa—. No era capaz de siquiera pensar en lo que había hecho después… después de su muerte. Me ha tomado más de tres años dejar de idealizarlo y verlo como lo que era, lo bueno y lo malo. Pero Jeiyce... —Sus ojos de golpe se volvieron hacia él, fríos y despejados—. Era el chico bueno, era el héroe que luchaba a contracorriente contra el imperio del mal.

—Mujer... —Vegeta pronunció la palabra con suavidad, pero en advertencia, al sentir algo que lindaba con la antigua media recordada rabia dentro de su pecho al oírla hablar de… de ese hombre de aquella manera.

—Dije era —continuó Bulma—. Lo que ha hecho con los ataques de armas nucleares, la forma en que ha manejado la guerra, ha destruido todo el bien que alguna vez pudo lograr. La masacre sistemática de las colonias y de los planetas de guarnición, los planetas esclavos y los planetas leales al imperio, la forma en que mató a los guerreros saiyayíns junto con la población civil de esos planetas, lo que te hizo a ti y a Articha... y lo peor de todo, el ataque a la colonia Auberjsei, donde él y sus hombres arrasaron con todos los guerreros mientras ellos se escondían dentro de sus escudos de invisibilidad, luego… luego sacó a todos los bebés de la sala de incubación de la colonia y organizó una fiesta descuartizándolos. —Sus ojos se bañaron de odio—. A pesar de todo lo que tu pueblo ha hecho, de todos los hijos que han asesinado, nunca los han torturado ni jugado con ellos. ¡El honor de un guerrero saiyayín le prohíbe dar a los no combatientes nada que no sea una muerte rápida! Las manos de Jeiyce están sucias con sangre inocente y lo peor de todo es que lo sabe muy bien. Él no fue criado para pensar que la gente de otras razas no son realmente personas. No se le enseñó que luchar y matar son el mejor entretenimiento que hay en la galaxia. Corsaris era una monarquía parlamentaria y su padre adoptivo lo crio para respetar la vida y la libertad y… y ahora, él es peor de lo que considera que tu padre es, porque no hay nada, ninguna regla de honor o moralidad ni horrorosa atrocidad que esté por encima suyo. —Ella parecía sin aliento por la fuerza de la furia que vio surgiendo detrás de sus ojos—. A pesar de lo malo que creo que es el imperio, el caos en toda la galaxia y las luchas internas que seguirían a la caída de Vegetasei mataran a más gente de lo que ha hecho esta guerra. Los hombres que comenzaron esta rebelión han perdido el rumbo, se han convertido en lo que odian, sin la pauta del honor saiyayín para detenerlos antes de que se conviertan en monstruos sin leyes y despiadados como en las historias de Bardock que describen al imperio tsiruyín. Y tú... tú has cambiado tanto como Jeiyce desde que comenzó esta guerra. Si Jeiyce y sus hombres se han vuelto malvados, tú te estás volviendo...

—¿Bueno? —Él se adelantó con una media sonrisa de suficiencia.

—No —le contestó ella—. Todavía no... pero vas en camino. —Le dio un beso—. Vegetasei ha sido mi hogar durante ocho años. Es como tú, hermoso y terrible en sus grandes bienes y grandes males. Lo amo tanto como lo odio... así que lucharé para salvarlo.

Para su vergüenza, tuvo que librar una batalla constante para no caer en nuevos ataques de autocompasión en las semanas siguientes. No pudo hacer nada que lograra silenciar los murmullos y el silencioso desprecio que perseguían sus pasos a dondequiera que iba, pero puso un final violento y abrupto a las abiertas burlas al instante. El primer día después de su expulsión del consejo y del favor de su padre, venció a tres élites a golpes de martillo por su absoluta insolencia. Como cuando entrenaba, si su intención no era matar, era más que capaz de vencer a cualquier enemigo. Esto hizo que todos aquellos que pudieran pensar en desafiarlo a un combate a muerte se detuvieran, esto hizo más fácil de soportar la pérdida desgarradora de la compañía y la fe de su padre. Él trabajó, se entrenó, se vertió sobre los libros de contabilidad corsarianos, la contaduría general tsiuruyín, las historias Maiyoshs y sus registros, buscando algo que la inspección de las finanzas Maiyoshs no hubiera arrojado. Cada potencial base en que Bardock había buscado al inicio cosechó asentamientos coloniales vacíos y abandonados hace mucho o nada en absoluto. Trasladó a Bulma de planta en planta para que volviera a calibrar cada una de las máquinas sirvientes y les diera la mayor velocidad posible, indiferente a lo que esto le pareciera a cualquiera, impulsado por el avance inexorable de la luz roja en el cielo, la casi luna creciente se acercaba a Vegetasei en su órbita elíptica de la década, trayendo consigo una peligrosa pérdida del pensamiento y la razón. Como había dicho su padre, Vegetasei pronto estaría listo para el ataque.

Tomó guardias para las plantas de fabricación que Bardock y Turna eligieron, soldados que seguirían las órdenes de ellos o de Articha, aunque apartaban sus rostros de vergüenza cada vez que Vegeta estaba cerca. El mero hecho de que aún viviera, de que no hubiera elegido poner fin a su vida, mutilado y deshonrado como se hallaba, daba a la mayoría de los soldados un retorcido sentido de desgracia personal. Ver al ideal público del orgullo y la fuerza saiyayín descastado, reducido a nada más que un orquestador para la producción de armas defensivas mecánicas, demasiado cobarde a sus ojos para incluso morir, era un duro golpe a su moral. Lo soportó todo, las miradas y el rechazo por igual, aunque había días en que su estómago se anudaba de tanta frustración y rabia que ni siquiera podía comer. Descansaba poco, dormía menos y contaba con ansias los días hasta el tiempo de la luna, cuando su cuerpo se haría más fuerte, y sus reflejos y su fuerza se elevarían más alto cada día en sintonía con el elevado incremento titánico de su ki. Era... Dioses, nunca había imaginado que pudiera hacerse tan fuerte y, aun así, no podía matar. Él se sentaba en el jardín de Bulma cada noche antes de dormir y trataba de acabar con las babosas de hojas que su mujer se esforzaba tan diligentemente por mantener alejadas de sus flores, pronunciaba el nombre de su enemigo y atacaba sus videofotos y holofotos mil veces. Pero cada tentativa de matar babosas lo dejaba débil y sin aliento, luchando por impedir que su tráquea se contraiga.

—Yo las pisé fuerte —le dijo Romayn muy animado una tarde mientras el niño plantaba en el suelo con una pequeña pala a unos pocos pies de donde Vegeta se sentaba, lo que parecía ser una mala hierba muerta al lado de uno de los rosales de Bulma.

—No dejes las huellas de sus entrañas adentro —murmuró Vegeta irritado. Incluso un mocoso de menos de dos años podía matar a estas cosas... y él no. Levantó la mano, un punto de energía bordeó la punta de uno de sus dedos, señaló a un invertebrado del tamaño de un puño que estaba haciendo con esfuerzo su camino hacia la cama de piedras de los pensamientos color morado oscuro. Lo soltó, abrasó la babosa a cenizas y se dobló sobre la banqueta, casi sollozando de alivio cuando superó el maleficio y pudo volver a respirar.

—¿Edeeta?

—Tú. —Vegeta se enderezó de nuevo, dispuesto a relajar su cuerpo, dispuesto a detener los temblores. Miró al niño casi acusadoramente—. Dices todas las palabras en tu vocabulario sin impedimento alguno excepto mi nombre. Ou-ji-sa-ma. —Volvió a respirar para calmarse—. Trata de hacerlo.

—Ou-dee-tah-ma.

Vegeta lo consideró con cuidado.

—Creo que prefiero "edeeta". Tienes hasta el final del verano para decirlo bien, si no te daré de comida a los perros.

Algo que sonaba de manera sospechosa a una risa llegó desde la dirección del niño.

—Quiero hacer boom también.

Él miró a Romayn estrechamente mientras reflexionaba sobre el tipo de preguntas que Bardock había evitado como a una plaga en las últimas semanas.

—¿No recuerdas cómo? —¿De antes... cuándo eras un niño grande?, pensó con un destello de inquietud supersticiosa.

—Lo olvidé —respondió Romayn—. Ojjiisan dice que es malo para los bebés. Yo soy un bebé.

"Ojjiisan", quienquiera o lo que fuera, había sido prudente en alejar el conocimiento de cómo aprovechar el ki de las manos de un recién nacido, Vegeta reflexionó. Sintió que su curiosidad por saber más de lo que recordaba de las experiencias de su vida anterior y de… de haberse quedado muerto empezaba a disminuir bajo la mirada directa del niño. Cualquier cosa que preguntara, percibía, era probable que él le respondiera en la medida de sus posibilidades. Su mente por instinto quería virar lejos de la sensación de vértigo filosófico que le causaba el hecho de mirar cosas que deberían estar escondidas de los vivos. Se lo preguntaré... lo haré, cuando sea mayor...

—¿Deseas aprender? —le dijo después de un momento de reflexión.

—¡Sí! —El niño dio un salto y brincó hacia donde él estaba sentado.

—Es más o menos igual que cuando vuelas —comenzó Vegeta.

—No puedo volar —contestó Romayn muy triste.

—Puedes flotar del suelo y propulsarte a donde quieras. Volar es lo mismo, solo que más alto.

—Ah.

—La misma energía que utilizas cuando vuelas es la energía que un soldado utiliza cuando dispara una ráfaga de ki. Tú… —Él tomó las pequeñas manos del niño y las enmarcó en una pose que formaba una cavidad entre ellas ante su pecho. Algo era inquietantemente familiar aquí, aunque se sentía invertido. Lo trajo a su memoria un momento más tarde.

Grandes manos torpes y tan incongruentemente suaves, tomaron sus manos diminutas y las moldearon en forma de media luna separadas unos pocos centímetros. La profunda voz de Nappa hablaba despacio. «Empuje su energía en el espacio entre las palmas, Oujisama. Haga una bola con esta y luego arrójela con todas sus fuerzas».

—Empuja la energía en el espacio entre tus palmas —repitió las palabras. El pequeño rostro se arrugó por el furioso esfuerzo y poco a poco, un puntito de energía incandescente empezó a formarse.

Vegeta suprimió un ceño aprehensivo. Le había llevado muchos intentos durante varias largas y extenuantes horas hacer eso la primera vez y Romayn acababa… acababa de hacerlo. El salvador del universo...

—Ahora que ya lo tienes en tus manos —dijo Vegeta—, está a tus órdenes. Lánzalo. —Él miró hacia abajo para ver a una babosa haciendo su lento y laborioso camino a través del patio, estaba a punto de llegar a uno de los rosales—. Nuestro enemigo casi ha alcanzado su objetivo. ¡Detenlo! —Fue un buen tiro. La babosa de hojas reventó en pedazos ardientes cuando la minúscula ráfaga la golpeó… al igual que al rosal junto a él.

—Oh, no —exclamó Romayn levemente horrorizado.

—Gran Diosa —añadió una voz suave detrás de ellos. Vegeta había estado tan concentrado en la lección, que no oyó al aviador de Scopa aterrizar sobre el suelo cubierto de hierbas tras del jardín—. ¿Hizo Rom-kun esto?

—Mami se va a enojar —aseguró el niño sintiéndose triste mientras miraba los pedacitos de cenizas de pétalos rosados asentados alrededor de ellos. Como si la hubiera conjurado por su nombre, Bulma salió de la casa y lanzó un grito ahogado cuando sus ojos se posaron sobre la babosa asesinada.

—Mi puntería está un poco fuera de forma —le aseveró Vegeta sin arrepentimiento cuando ella lo miró de un modo interrogante—. No me veas así, mujer, la raíz es salvable.

Bulma los observó con sospechas por un segundo, luego se volvió y caminó dando pisadas fuertes de regreso a la casa pronunciando solo un "¡hora de dormir, Rom-kun!" como respuesta. Ni siquiera se había dado cuenta de la presencia del médico.

—Le mentiste a mami —dijo Romayn. El niño parecía estar atrapado en algún lugar entre el horror y la admiración.

—Ve a la cama, niño —le ordenó Vegeta con severidad. Él casi saltó cuando dos pequeños brazos se envolvieron alrededor de su pierna para apretarla durante medio segundo, antes de que el niño se precipitara al interior. Un guerrero y un príncipe no abraza a nadie que no sea su compañera y solo en privado, Oujisama... La voz ronca de Nappa lo castigaba por ese gesto hacia su sensei cuando era aún más joven que Romayn.

—Me pregunto qué es más fuerte en su pueblo —reflexionó Scopa, expresando los pensamientos de Vegeta—. La naturaleza o la crianza.

—Yo no usaría a ese niño como un caso de prueba indicativa —dijo Vegeta cortante—. ¿Cuál es tu asunto, doctor?

—Mousrom ha obtenido el permiso de su padre —respondió amargamente Scopa—, para establecer una unidad especializada de la inquisición en el centro médico destinada a su uso personal en el interrogatorio de los agentes de alto nivel de la Red Roja.

Vegeta se quedó en silencio, su rostro era una máscara fría que velaba la enferma furia agitándose dentro.

—¿Cómo conseguiste esa información, doctor?

—La limpieza total de Mousrom de todos mis informantes en ciudad Kharda no fue tan limpia como él piensa —contestó en voz baja Scopa—. Y mis amigos me han dejado en claro que incluso si deben sufrir el mismo destino de los otros, es mejor que la tortura diaria de ayudar a la inquisición de Mousrom; y si mueren, saben que sus familias serán liberadas, Oujisama. Mucha gente con gusto daría la vida para ver crecer a sus hijos libres.

—¿Cuándo planean comenzar? —gruñó Vegeta.

—En la madrugada de mañana.

Vegeta sonrió con gravedad.

—Despeja a tu gente de la puerta de entrada, voy a darle la bienvenida cuando llegue.

—Gracias, Oujisama. —El madrani parecía a punto de repensar sus siguientes palabras, luego puso un holodisco en las manos de Vegeta—. Desarrollé esto para usted, mi príncipe, es un programa de entrenamiento holográfico de luz sólida, se integrará con el software de proyección en los domos de alta gravedad. Diseñé que el oponente de simulación se pareciera a Jeiyce de Maiyosh. —Observó el rostro perfectamente inexpresivo de Vegeta con nerviosismo. Cuando él no hizo ningún comentario, Scopa se inclinó y volvió a salir.

—No voy a olvidar tu buen servicio a mí, doctor —le aseguró Vegeta.

El madrani sonrió y se inclinó de nuevo. Era la sencilla expresión juvenil de una conciencia del todo limpia, la sonrisa sin esfuerzo de un buen hombre. Vegeta lo vio salir en silencio. Él recordaba haber dormido fácilmente cada noche, haber estado muy feliz con su vida y con todas las cosas en su planeta, pero no era debido a una conciencia limpia sino por la ausencia de la misma. No tenía remordimientos ni verdadero honor o sentido del deber que entrara en conflicto con sus propios deseos. No tenía la carga de cho-gugol cada vez que tocaba a su mujer como cuando yacían juntos en la noche en un abrazo casto. No tenía profundidad de sentimientos por nada ni nadie. Hace tres años había sido un vicioso niño malcriado, a pesar de que ya era un hombre hace tiempo. Inútil para su pueblo y su planeta, Mousrom le dijo. Una desventaja política para su padre. Y... no era verdadera felicidad o tranquilidad lo que llegó a sentir. Había sido un insensato. No quería volver a eso o a la iracunda rabia ciega que tenía un parecido más que superficial con las rabietas que lanzaba cuando era un niño. Esa siempre presente furia infantil a la que no se oponía de ninguna manera lo había seguido a la guerra, esta ardió a través de lo que debería haber sido un juicio claro y frío, y le costó la vida a decenas de miles de fieles soldados. Él no podía volver atrás, le había dicho a Ottoussama, solo hacia adelante, donde quiera que esto lo condujera.

Se encontró con Mousrom al amanecer cuando el inquisidor aterrizó en la plataforma principal de carga delante del centro médico, portando a cien o más guerreros a su lado. Detrás de él, los esclavos tecnológicos aterrizaban tres grandes naves con suministros, las ráfagas de los tubos de escape de los motores calentaban el aire ya cálido de la mañana.

—Te lo expliqué hace mucho tiempo, hombre obeso —gruñó Vegeta—. El centro médico no es la casucha de un torturador.

—Si mis acciones te desagradan, muchacho —respondió Mousrom y observó el rostro de Vegeta tensarse ante la falta de cualquier tratamiento honorífico, un malicioso recordatorio de la pérdida de su rango—, eres más que bienvenido a matarnos a todos. —Los soldados detrás del inquisidor estallaron en risas nerviosas. Un centenar de hombres eran su guardia, como si eso protegiera a Mousrom de él. Vegeta sonrió.

—No necesito matarte para detenerte, torturador —aclaró Vegeta con frialdad y vio la expresión de suficiencia de Mousrom dar paso a la consternación cuando él no mordió el anzuelo. Esa era la intención del hombre gordo, por supuesto. Fustigarlo hacia la furia, manipularlo para que tratara de matar al inquisidor. Una acción que terminaría en su colapso.

—He oído a los hombres hablar de la bellísima puta que le robaste a Raditz —continuó Mousrom, sus ojos pequeños brillaban llenos de malicioso cálculo—. En efecto, ella es un dulce pedazo de… —Vegeta atacó, su mente estaba enfocada y fría. Comenzó a avanzar a toda velocidad a través de los soldados que rodeaban a Mousrom como si fueran blancos de papel, impactando y rompiendo huesos con eficiencia quirúrgica. Cuando vencía a un soldado, deliberadamente lo lanzaba hacia el centro de la capital. Terminó en menos de cinco minutos.

—¡Fuera! ¡AHORA! —Vegeta rugió a los técnicos y al equipo de vuelo de las naves de transporte. Ellos se precipitaron a sus vehículos llenos de terror y él con calma explotó cada nave a pedazos de metal, luego se volvió de nuevo a Mousrom que estaba temblando como un flan asustado cuando avanzó en su dirección.

—No te voy a matar, Mousrom —dijo Vegeta mostrándole una sonrisa desagradable—, pero te voy a hacer mucho, mucho daño.

Se tomó su tiempo, primero rompió los huesos de las extremidades del hombre con lenta y metódica crueldad. Para el momento en que llegó a los huesos de la pelvis y la columna vertebral, el señor inquisidor había empezado a gemir y a sollozar, sonidos que el hombre debía haber oído infinidad de veces, aunque nunca de sus propios labios. Cuando Mousrom finalmente cayó en la inconsciencia, Vegeta lo lanzó hacia la ciudad como lo hizo con los demás. Había esperado sentir una gran cantidad de placer cuando lo golpeaba, pero por alguna razón, solo sintió náuseas. Maldijo en voz baja y saltó hacia el cielo. La primera ronda de escudos radiactivos estaba a dos días de su finalización, tres semanas para su envío. Demasiado cerca a la temporada de la luna. No tenía más tiempo para perderlo luchando contra su propia especie.

Turna y Articha solicitaron de forma oficial al trono la autorización para distribuir en persona los escudos entre las colonias. Nadie se opuso a ellos, nadie se atrevió después de la historia de Mousrom y sus cien guerreros circulando. Como el primero de los escudos se acercaba a su finalización, Vegeta se concentró en erigir un escudo sobre el mismo Vegetasei. La activación real era un asunto sencillo, especialmente con el creciente ejército de robots de Bulma y la gente de Bardock para ayudarlos. Pero la logística del control del tráfico espacial, la seguridad y la vigilancia del generador durante la temporada de la luna eran otra cosa. Las "ventanas" en los escudos que Bulma había configurado para ser autenticados con la firma ki específica del oficial en cada nave de la flota aún necesitaban la guía de un ser vivo para dirigir el control del tráfico. Bardock cumplió las instrucciones de Bulma y, a su vez, se hizo cargo de la tutela de un número seleccionado de guerreros al servicio de la baronía de Articha. Ellos eran poco entusiastas, por decir lo menos. Ahí estaba el problema, cualquier guerrero que se sentara en el escudo de operaciones para permitir que las naves saiyayíns entraran y salieran de la red de protección alrededor de Vegetasei a través de las ventanas de autenticación lo consideraría un castigo. Era el trabajo de un humilde esclavo tecnológico madrani, no de un soldado saiyayín, pero también era un trabajo que no se podía confiar a alguien que no sea un saiyayín.

—Eso es todo —le aseguró Bulma mientras yacían juntos la noche después de que el escudo estuvo funcionando por fin, sus estómagos estaban gratamente saturados por el banquete de celebración que sus robots sirvientes habían preparado. Él ni siquiera pensó en poner en duda la sabiduría o la conveniencia de tener a la gente de Bardock y Scopa en la mesa. No se le había ocurrido en el estado de eufórico alivio por el que estaba inundado esa noche, que tener plebeyos y libertos cenando en su comedor era una concesión indignante. Era extraño como esta comunidad de aliados improbables había roto las barreras de clase, incluso en su propia mente. Él observó con leve incredulidad a Bardock y al médico madrani comenzar a cantar como borrachos algún contrapunto tenor alienígena que Vegeta no conocía. Dejemos que la "fiesta" de la noche traiga más conversación o no, pensó con un encogimiento mental de hombros. No podía estar más desprestigiado de lo que ya estaba. Y dejemos que la luna venga. No habría ningún ataque durante esta temporada de la luna y no habría más colonias perdidas por bombardeos. Turna y Articha saldrían con un cargamento completo de escudos para distribuirlos entre todos los planetas saiyayíns mañana al amanecer, pero aún faltaba mucho por hacer.

—Todavía quedan los escudos más pequeños para ser instalados en los portatropas —dijo él.

—Sí. —Ella estuvo de acuerdo—. Pero se acabó en lo que respecta a la guerra. Eventualmente encontrarás a Jeiyce y a sus Demonios Rojos, pero... en cuanto a lo demás, eso es todo. Vegetasei no puede ver o detectar planetas rebeldes en la clandestinidad debido a su tecnología de invisibilidad y ellos no pueden tocarte ahora a causa de los escudos. Llegaron a un callejón sin salida, ya nadie más tiene que morir.

Vegeta permaneció en silencio pensando en las purgas masivas que seguirían a raíz de una victoria saiyayín, en la erradicación de todos los planetas que siquiera hubieran sonreído a los maiyoshyíns, en cada raza con siquiera un hijo o hija que lucharon con los rebeldes. Ella tenía razón acerca de los simpatizantes de los rebeldes, al menos.

No necesitaba decirle que habría ordenado hacerlo. Era simple pragmatismo para evitar que los enemigos se levantaran de nuevo en una fecha posterior. Pero Vegetasei no podía destruir lo que no lograba encontrar y no había pérdida de prestigio en ese escenario.

—No terminará hasta que Jeiyce esté muerto —murmuró Vegeta contra el suave perfume de su cabello—. Tenemos poco menos de nueve semanas hasta la temporada de la luna. Estaría más tranquilo si él saliera de debajo de la tierra antes de eso.

—Esta será mi primera luna —comentó Bulma—. ¿Alguna vez has oído cómo Articha y Turna se unieron?

—Solo sé que tienen un vínculo lunar —respondió él. Eso era tan poco frecuente como para tomar nota, pero nunca le había dicho los detalles. A cada saiyayín que se quedara en el planeta natal para la llegada de la luna se le daría un sedante neurocerebral para evitar el alto nivel de demencia empática que esta desencadenaba en su especie. Y así, cuando todas las mujeres entraran en el calor de la locura de amor lunar, ellas y los hombres más fuertes que ganaran sus atenciones por la noche solo se aparearían dentro de la furia de la demencia, pero no establecerían lazos.

—¿Alguna vez has estado con una mujer bajo la luna? —le preguntó ella.

Vegeta sonrió.

—Siempre he preferido luchar; esta será mi primera luna como un hombre adulto, solo tenía diecisiete la última vez. Cuéntame la historia de Turna y Articha.

Bulma le devolvió la sonrisa.

—Él era un noble de la zona campestre con un moderado alto poder. Ella era una super élite heredera de una antigua y poderosa baronía. Pero me contó que se quisieron desde el primer momento en que se conocieron. El problema era que si él iniciaba una pelea de cortejo, el honor de Articha le habría exigido no perder y es aproximadamente dos veces más fuerte que Turna, y lo habría aplastado. Así que rechazaron sus neuroinhibidores para la temporada de la luna y se fueron a las tierras baldías en el norte donde nadie vive… y se unieron bajo la luna llena. —Ella suspiró en tono soñador y él se rio entre dientes.

—No es el dulce encuentro que te imaginas —aseveró—. El vínculo afectivo lunar es muy, muy violento. Los dos "amantes" casi se desgarran el uno al otro en pedazos mientras se aparean.

—Pero Articha dijo que es como si él estuviera dentro de su mente y de su alma —continuó Bulma—. La otra mitad de su corazón.

Vegeta resopló.

—Y si uno de ellos es asesinado, el otro sufrirá y morirá dentro de un día si el shock de la pérdida misma no le detiene el corazón. No es "romántico" llevarte a tu pareja a la muerte. ¡Si yo debo morir, quiero que tengas una vida larga y feliz, mujer!, no que mueras conmigo como le hubiera pasado a Turna si Articha hubiera sido asesinada por los maiyoshyíns.

Una pequeña sonrisa perpleja apareció en sus labios, aunque ella no respondió.

Él se levantó por la mañana y voló hacia el norte y al este a fin de comenzar a supervisar el reacondicionamiento de la mayor de las fábricas de construcción de adaptadores de escudos para la flota durante la primera mitad del día.

—El terrorismo es una amenaza real —murmuró Bardock con gravedad mientras estaban en el aire, viendo las naves entrar y salir a través de las ventanas de autenticación sobre la capital. Ellos dieron la vuelta a una gran rueda alrededor de la ciudad que se asomaba por encima del generador del escudo principal, protegido e instalado dentro de un búnker más allá del borde occidental de la capital donde el puerto espacial miraba hacia el mar del oeste a unas pocas millas fuera de las compuertas.

Vegeta asintió y frunció el ceño en señal de frustración. Los escudos no tenían fallas, pero podían ser saboteados tan fácilmente como cualquier otro mecanismo.

—Se necesitarán manos saiyayíns para protegerlos todo el tiempo y manos saiyayíns para tripularlos. Contamos con suficientes personas capacitadas en este momento para alternar el servicio por turnos, de modo que ningún guerrero cargue con la responsabilidad de forma indefinida. Tenemos dos principales preocupaciones en este punto. —Vegeta alzó la vista hacia la esfera roja en el cielo, ya tiñendo el cielo azul de Vegetasei a violeta con su aproximación—. Incluso después de que todos nuestros planetas y naves estén equipadas con los nuevos escudos, las naves pueden aún ser secuestradas por los rebeldes que usen los escudos de invisibilidad. Todavía pueden llegar a Vegetasei provistos de un cargamento de invisibles polizones. Y los guardias que establecimos sobre el generador no pueden matar lo que no ven.

—Bulma ha construido guardias robots diseñados para detectar cambios en el movimiento y mínimos cambios en la temperatura del aire, abrirán fuego contra los bolsones calientes —mencionó Bardock—. Nadie lo sabe porque nadie ha visto el búnker escudo salvo nosotros. Los terroristas no estarán preparados para ello y aunque anticipen esta medida de seguridad, incluso un hombre invisible agita el aire a su alrededor cuando se mueve.

—Un escuadrón de guerreros invisibles puede hacer mucho daño —dijo Vegeta—. Incluso si no pueden llegar directamente al escudo. En cuanto a la temporada de la luna... Turna ha mantenido a mi padre al tanto de todo lo que hemos hecho. Él ha ordenado que las ventanas en el escudo se desactiven durante la luna llena. A nadie se le permitirá entrar o salir esas tres noches. Vamos a introducir una secuencia de combinación de bloqueo que conoceremos solo tú, mi padre y yo, pero eso no resolverá el problema de quién va a proteger el generador cuando estemos todos fuera de nuestro juicio. Los robots no serán suficientes.

Aterrizaron y recorrieron el generador para ponderar sus fortalezas y debilidades.

—Scopa me estaba diciendo algo anoche —comentó Bardock—. Sobre como teme que el centro médico se convierta pronto en un manicomio cuando enclaustremos a todos los mocosos muy jóvenes y a las mujeres alienígenas en la sala de incubación. Los cachorros estarán sedados por lo que los médicos de bajo poder podrán mantener cierta apariencia de orden. La sala de incubación, Scopa dijo, está instalada dentro de un búnker bajo tierra, pero además, está a salvo de la luna con reflectores. Son una construcción sencilla, lo inverso de una esfera lunar. Bulma y yo podemos equipar el búnker del generador con el mismo tipo de reflectores, así los guardias en el interior no se verán afectados al salir la luna.

Una ráfaga de agitado ki se propagó por el aire hacia el este mientras ellos se elevaban de nuevo por encima del puerto espacial. La figura de una pequeña muchacha venía a toda velocidad. Vegeta la reconoció como la más joven hermana del escuadrón de Bardock, Anyan.

—¡Oujisama! ¡Bardock-san! ¡Los encontramos!

Bardock estabilizó una sonrisa indulgente ante la pequeña soldado.

—¿A quién has encontrado, mocosa? ¿Al príncipe rojo?

—¡Sí! —respondió la muchacha sin aliento. Ella se quedó mirando los rostros abiertamente burlones de ambos hombres y abrió la boca para maldecirlos como un perezoso estibador de muelle, antes de recordar que uno de ellos era de la realeza—. Estábamos de niñeras de los robots en la fábrica tres cuando Toussan recibió una transmisión de hiperluz codificada del señor Turna sobre la guerra en las colonias, los Demonios Rojos golpearon la colonia Payah hoy, una hora después de que el señor Turna erigiera el escudo allí. ¡Las cápsulas de las armas nucleares de plasma estallaron y murieron en el aire!

Vegeta sintió que una enorme sonrisa feroz se dibujaba en su rostro. ¡Había funcionado! ¡Todo había salido a la perfección! Y justo a tiempo para Payah.

—El enemigo era invisible —continuó la muchacha—, pero el gobernador general de la colonia envió naves a través de la ventana del escudo, en contra del consejo del señor Turna. Ellos dispararon ráfagas de amplia dispersión en todas direcciones y volaron una nave maiyoshyín del cielo con un tiro de suerte y averiaron otra. Las naves eran invisibles, pero los restos que arrojan cuando las vuelas no, así que nuestras naves acecharon a una segunda por un tiempo. Ellos capturaron una señal de auxilio en un código encriptado que decodificamos solo hace una semana. El señor Turna dice que las palabras exactas fueron estas: «¡Comando blanco muerto! ¡Comando blanco muerto! ¡No se acerque, mi príncipe! ¡Los monos tienen una nueva arma de defensa!». Su núcleo motor explotó antes de que pudieran ser tomados prisioneros, Oujisama, pero el señor Turna afirma que hemos logrado interferir su transmisión. —La muchacha sonrió sin aliento—. El rey ordenará que todos los planetas en línea directa con esa transmisión, desde Payah hasta el borde de la galaxia sean purgados. ¡Ahora, es solo cuestión de tiempo hasta que encontremos el escondite del príncipe rojo!

—¡No! —exclamó Vegeta con el ceño fruncido—. Olerá algo si purgamos en línea recta hacia él. ¡Se habrá ido mucho antes de que lleguemos a su base! —Maldijo en voz baja. ¡Estar tan cerca y saber que el bastardo eludiría al imperio una vez más! Pero… no, su padre no actuaría tan precipitadamente, pensaría la cuestión en primer lugar. ¡Y eso le compraría algo de tiempo para encontrar el planeta base de Jeiyce por su cuenta!

Bardock se volvió de pronto pálido por la sorpresa. Él giró hacia los ardientes ojos de Vegeta.

—¡Mi príncipe... debemos volver a su villa! ¡Creo que... temo traer la mala suerte a lo que sospecho si hablo antes de saber la realidad!

Ellos aterrizaron momentos después en la villa y Bardock casi despedazó la casa hasta la biblioteca. Levantó un mapa holográfico del ordenador del escritorio e hizo un furioso cálculo.

—¡Dame las coordenadas de la transmisión, muchacha!

Anyan recitó los números con estudiado cuidado, leyendo la copia impresa de hiperonda en su mano. Bardock estableció otro conjunto de coordenadas en la ecuación y se quedó mirando el resultado casi instantáneo en la pantalla.

—Lo tenemos, Oujisama —dijo en voz baja—. Lo sabía. ¡Comando blanco muerto! Hay setenta y nueve sistemas en línea directa a la transmisión entre Payah y la base de Jeiyce. —Él alzó la mirada, sus ojos brillaban—. Tsirusei, mi príncipe. Un planeta muerto blanco por la nieve y el hielo, donde nadie buscaría o ni siquiera se aventuraría a causa de la cuarentena.

—¡Comando blanco muerto! —Vegeta repitió soltando un gruñido suave.

Una estridente alarma sonó alta y enojada desde el comunicador en la muñeca de Bardock. El hombre bajó la mirada muy molesto, luego su rostro se tensó. Se puso de pie tirando la silla al suelo detrás suyo.

—Es la página personal de emergencia de Bulma —exclamó él bruscamente—. Debe haber problemas en el centro médico.

—¡Ese persistente gordo de mierda! —Vegeta escupió—. ¡Debe estar muy enamorado de sus lesiones para intentar instalarse de nuevo en el centro médico tan pronto!

No encontraron a Mousrom allí. En la entrada principal frente a la pista de aterrizaje había un grupo de médicos de aspecto asustado, varios de los cuales se volvieron y corrieron ante la vista del rostro enojado de Vegeta. Bulma no estaba entre ellos. Un hombre, un compañero alto de piel verde con la construcción de un guerrero, un joven que Vegeta recordaba por haber sido uno de los médicos del personal quirúrgico de Scopa, dio un paso adelante. Su rostro era sombrío.

—Yo envié el mensaje, Oujisama —dijo apremiado—. ¡Nosotros… nosotros no nos dimos cuenta de lo que había sucedido hasta hace unos minutos, mi príncipe! ¡Por favor, créanos!

Vegeta sintió frío por todo su cuerpo.

—¿Dónde está Bulma?

—Ella tomó el almuerzo temprano con Scopa y su hijo en el jardín de invierno —explicó el cirujano—. Los jardines están abiertos al sol para que las… las flores crezcan. Ellos… ellos debieron llevársela de allí.

—¡¿Llevársela?! —Él agarró al hombre y lo sacudió. Vegeta sintió que su aliento comenzaba a capturarse en su pecho.

—Ella no está en el centro médico, Oujisama —respondió otro hombre—. Ni ella ni Scopa ni el niño. ¡No han sido vistos por más de cinco horas!

Una mano sujetó con fuerza el hombro de Vegeta, lo que trajo el mundo de nuevo a un enfoque nítido.

—Ciudad Kharda —siseó Bardock—. ¡Mousrom debe haberlos llevado allí!

El vuelo al norte fue el más frenético viaje relámpago de toda su vida. Voló acosado por mil horrorosas visiones de lo que Mousrom podría haber hecho con ella en cinco horas de tener a Bulma en sus manos. Le tomó menos de un cuarto de hora antes de que la meseta de la inhóspita ciudad fortaleza en la montaña surgiera a la vista. Cayeron sobre esta como ángeles de la destrucción.

Los pies de Bardock no habían tocado el suelo antes de que empezara a matar. Destruyó la primera ronda de guardias gritando maldiciones como un loco. Vegeta simplemente se abrió paso entre ellos, encerrado dentro de una fría y rabiosa calma mortal de una talla que nunca había conocido. Él explotó todo, seres vivientes e inanimados de su senda, quemando el pasillo hacia las cárceles del inquisidor. Un rostro se cernió ante él, uno que sabía debía reconocer. Urima, uno de los principales lacayos de Mousrom.

Estiró un brazo, sordo a las palabras sin sentido que el hombre estaba diciendo y lo sacudió como a un pez en la boca de un alcaudón de mar.

—¿Dónde está ella?

—Yo… yo no puedo…

Vegeta arrancó el brazo derecho del hombre de su base en el hombro.

—¡¿Dónde?! —rugió sobre los gritos de Urima.

—En… en la nu…nueva instalación especial de sos… sos… pechosos... la vieja... vieja ala de cortesanas... palacio real...

Vegeta lo arrojó como a una piedra y se lanzó al cielo quemando el aire a su alrededor, sin una mirada hacia atrás. Sintió más que vio a Bardock lanzar una ráfaga a la ciudad monolítica cuando se elevó cerca a los talones de Vegeta, su rostro estaba oscuro de furia. Ciudad Kharda desapareció en una ardiente nube de hongo de rocas negras y polvo.

¡Media hora para Kharda y otra para volver! ¡Otra media hora para qué Mousrom le hiciera daño, la despedazara, la mutilara! Vegeta gritó y lanzó toda la fuerza que poseía en su movimiento de avance, y sintió irrumpir una oleada del nuevo poder que llegaba con cada imagen de pesadilla que destellaba en su imaginación.

El vórtice de un creciente remolino de aterrorizado horror sollozante entrelazado a un ki extrañamente familiar lo golpeó como una explosión al llegar a los aleros de la capital.

¡Mamámamámamá!

El ki de Romayn se disparó como fuego rociado con combustible, chillando dentro de un huracán de rabia recién nacida. Una gran sección de las antecámaras del palacio estalló en una lluvia de escombros ardientes. Un instante después, Vegeta cayó en la zona cero de la explosión como una estrella fugaz, enfocándose en la voz del niño que lloraba aún resonando en su mente a través del ki del pequeño.

Mamá... pobre mamá...

Él se abrió paso entre los pedazos de escombros, con el corazón congelado en el pecho. No había ningún nombre para el tipo de miedo que lo estaba ahogando, para el terror de lo que pudiera encontrar. Levantó una sólida sección del humeante techo de piedra... y los vio, sangrando, maltratados y cubiertos de ceniza y algamaza. Bulma estaba acurrucada debajo de una losa de piedra sosteniendo a Romayn en un abrazo de muerte.

—Edeeta...—gimió Romayn.

—¿Vegeta? —Ella no sollozó histéricamente como el niño estaba haciendo. Yacio inerte y dócil en sus brazos mientras él la levantaba y la acunaba contra su pecho. ¡Estaba viva viva viva! No podía hablar, parecía incapaz de hacer nada más que abrazarla.

—Suave y débil loco —dijo una risa ronca. Mousrom había arañado su camino fuera de una pila quemada de mampostería. Todos a su alrededor lo hacían, los escombros se estaban desplazando porque los guardias de la inquisición comenzaron a hacer lo mismo—. Sollozando como un quejumbroso recién nacido. ¡El Saiyayín no Ouji y su pequeña "familia"! —Mousrom escupió la palabra.

Vegeta de repente se dio cuenta de que Bardock estaba de pie al lado de su hombro derecho, gruñendo como un terrible gato encadenado.

—Todos ellos, excepto Mousrom —le ordenó.

—¡Gracias, mi príncipe! —Bardock lanzó un gruñido bajo y cayó sobre los hombres de Mousrom como una avalancha.

—¡Estoy en mi derecho! —gritó Mousrom, estremeciéndose de nuevo cuando Bardock empezó a matar a los hombres a su alrededor. Vegeta sentó a Bulma con mucho cuidado y comenzó a caminar hacia Mousrom despacio—. ¡Las… las órdenes de detención fueron firmadas por tu padre!

—¡Mientes! —siseó Vegeta, todavía avanzando, todavía frío como el hielo y calmado. Había llegado a un lugar más allá de la rabia en que todo era casi sereno. El inquisidor también lo vio, al igual que vio su muerte en los ojos de Vegeta.

—¡El madrani tenía un enlace con un… un agente de la Red Roja desenmascarado! —balbuceó Mousrom—. Tus propias excriadas dieron el nombre de Zabón de Rashayyasei en un interrogatorio. ¡Habían estado filtrando información desde tu propia casa durante cuatro años! ¡Es… es… es lógico inferir que todo tu servicio doméstico era de la Red Roja y el médico su intermediario! La puta tenía que haber estado involu…

Vegeta estrelló su puño a través de la frente del inquisidor para destrozar su cráneo y todo lo que había alojado en el interior. Mousrom cayó hacia atrás, muerto como un poste.

Él ni siquiera miró para ver el cadáver golpear contra el suelo. Se volvió de nuevo a Bulma, incineró la sangre derramada en su mano con una pequeña ráfaga de ki y se arrodilló para tomarla otra vez en sus brazos. Levantó una mano de huesos finos y capturó un destello rojo. Profirió un sollozante gruñido cuando vio el porqué. Le habían arrancado las uñas.

—Bulma... —Alcanzó a decir.

—Mataron a Scopa. —Ella suspiró tristemente, su voz era suave y remota—. Pensaban que sabía algo de Zabón, pero no era así, no espiaba para él, solo lo amaba. No tenía ni idea… —Ella sacudió la cabeza como si pudiera borrar los eventos de las últimas horas de su memoria—. Después... no sé de cuanto tiempo, Mousrom decidió que de verdad no sabía nada y… lo mató. Rompió el cuello de Scopa. Entonces… entonces comenzaron conmigo... mis dedos... —Sus ojos se pusieron enormes y no parpadeó, lucían vidriosos por la impresión reactiva.

Bardock estaba a su lado mirando a Romayn; trataba de determinar si su hijo resultó herido, aunque no era tan tonto como para tratar de tomar al niño de ella.

—Seguí maldiciendo, protestando y gritándole —continuó en voz baja—. Me observó durante un rato, luego negó con la cabeza y dijo que mi umbral de dolor era demasiado alto para una chica tan bonita, así que decidió probar otra cosa. Me arrebató a Rom-kun y lo encerró en otra habitación. Mousrom me ordenó que confesara o los vería cortar a mi bebé en pedazos...

—Bulma... —Vegeta le pidió con voz ronca—. No trates de contar esta historia ahora.

—Cuando trajeron a Rom-kun, él vio lo que le habían hecho a mis… mis dedos y voló el edificio. —Ella estaba hablando con una sonrisa terriblemente desconectada—. Mi bebé me ama tanto...

—Oujisama. —Una voz profunda y gentil sonó. Era el médico de piel verde del centro médico. ¿Nail?, ¿ese era su nombre? Vegeta no preguntó cuándo todas las otras personas que los rodeaban llegaron de repente—. Debo sedarla.

Vegeta la besó en la frente y asintió al hombre en respuesta.

—Hazlo. ¡Bardock! —El hombre parecía un demonio de leyenda, cubierto de sangre y aún incandescente de furia—. Llévalos de nuevo al centro médico. Ellos deben estar en vigilancia en todo momento, yo estaré allí en breve, tengo que hablar con mi padre.

La helada y quieta rabia asesina no lo había dejado cuando se encontró con su padre, quien tomaba su comida de la noche solo en la más pequeña de sus cámaras de audiencia, una extrañamente acogedora habitación en la que Vegeta y el rey a menudo cenaban. Él entró y no pronunció ninguna palabra mientras tomaba asiento frente al hombre mayor.

Ottoussama rompió el helado silencio.

—¿Tienes algo que discutir, muchacho?

—¿Por qué? —susurró Vegeta.

—Quedas reintegrado con tu rango completo y honor como príncipe y heredero del imperio —declaró su padre.

—Te he hecho una pregunta, anciano —insistió Vegeta con suavidad mortal.

—Mataste a Mousrom, ¿verdad? —preguntó Ottoussama forzando una sonrisa—. ¿Dudaste o reaccionaste adversamente a todo?

Él se quedó en silencio.

—Creo que tienes tu respuesta —dijo su padre—. Ahora, anda a ver a tu concubina, no sea que te hagas rey antes de que esta guerra sea ganada.

Vegeta se levantó y se fue... para no hacer exactamente eso.

Antes de que el cielo hubiera dado por completo paso a la noche, el médico Nail liberó a Bulma de su cuidado. Habían tratado sus manos con extensiones de vendajes de regeneración y la sedaron por el shock. Bardock se inclinó sobre la cama mientras Vegeta la acostaba y arrancó a su hijo de sus brazos dormidos. Ella no soltó a Romayn cuando los médicos la trataron, se había aferrado a él, incluso después de que estaba inconsciente.

—¿Mamá? —preguntó Romayn en voz baja al comenzar a despertar.

—Ella está bien —respondió Bardock—. Debemos dejarla descansar ahora. ¿Quieres dormir en el salón del pozo de fuego con Anyan, Kyouka y los perros? —Todo el escuadrón estaba acampado en la villa en una moderada vigilancia.

—Está bien —dijo Romayn un poco inseguro. Dejó escapar un cansado y triste suspiro—. Scopa murió...

—Sí, lo hizo —reconoció Bardock en tono grave—. De forma valiente. Lo lloraremos mañana. —Su hijo asintió en silencio y volvió a caer en el sueño con un último pequeño sollozo de dolor.

—Hay una comunicación del palacio —murmuró Bardock—. Los detalles de las detenciones.

—Destrúyelo —ordenó Vegeta. Él apartó los ojos del inmóvil rostro de la mujer aún en la cama y se trasladó al ordenador del escritorio, miró el análisis de las características planetarias de Tsirusei y el calendario orbital. ¡Tonto!, pensó. Por haber elegido un planeta así como tu base.

Era hoy, esta noche o nunca. Mañana sería demasiado tarde. Incluso ahora, doce horas después del mensaje de hiperluz interceptado, no había garantía de que el príncipe rojo todavía estuviera allí.

—El médico informó que no se despertará durante más de veinte horas —murmuró Vegeta distraídamente. El prototipo de la pequeña nave de exploración está en la fábrica. Es el único equipado con un escudo antirradiación en la actualidad...—. Cuídala bien, tú y tus soldados, hasta que vuelva. Hay un asunto que debo atender.

—Todavía estamos en guerra, Oujisama —mencionó Bardock en voz baja. Dioses, el hombre era rápido, pero Vegeta se limitó a sonreír. Un toque lúgubre apareció en sus labios ante la velada advertencia de hacer cualquier cosa irrevocable contra su padre en un ataque de rabia mientras el imperio estuviera todavía en estado de emergencia.

—No tengo aspiraciones inmediatas al trono —le dijo Vegeta—. Cuida de ella con tu vida. —Se fue sin decir nada más, antes de que el bastardo perceptivo averiguara lo que estaba planeando en realidad.

La brillante audacia de instalar un campamento a tan solo cinco horas de tiempo de vuelo de Vegetasei se le hizo patente recién cuando se sumergió con la pequeña nave en una órbita alta alrededor del perlado orbe de Tsirusei. La primera onda de choque sacudió la embarcación y se propagó sobre los escudos en el momento en que la red de sensores detectó su nave y esta comenzó a disparar una ronda tras otra de granadas de plasma. Al parecer, una nave tan pequeña no era digna de un misil.

Él aceleró la nave hacia abajo justo cuando lo golpearon con una segunda andanada. Para todos los efectos que tuvo, pudo haber sido solo el desagradable golpe de una turbulencia de aire en el descenso. Casi podía oler el miedo florecer a completo estado de pánico por debajo, cuando llegó a ser evidente que los ataques no habían hecho ningún daño en absoluto. Puso la nave en piloto automático, programándola para rodear la región general encima del centro de fuego concentrado e introdujo en la ventana del escudo su propia señal de energía con una pequeña ráfaga de ki en el sensor de autenticación. Se abrió la escotilla debajo del vientre de la pequeña nave y una borrasca de helado aire nocturno azotó su rostro. Respiró hondo. Ahora o nunca... No tendría otra oportunidad.

Salió de la nave, la ventana del escudo hormigueo en su piel al pasar a través de esta y cayó sobre ellos desde el cielo nocturno como la ira de los Dioses, como una montaña rugiente de poder y furia, matando todo al alcance de sus manos. Por encima de la carnicería, las tres lunas de Tsirusei resplandecían brillantes y llenas, iluminando el cielo nocturno tan nítidamente como una mañana agitada por una tormenta.

—¡Jeeeeeeiyce! —Vegeta aulló y estrelló un gigantesco puño a través de las agujas con forma de estalactitas y torres de la hermosa ciudad blanca que lo rodeaba—. ¡Jeiyce! ¡Sal y enfrentameee! ¡Voy a dejar que los otros escapen mientras luchamos! ¡Sal, príncipe de Maiyoshsei! —Él sintió los aguijones de sus ki-asesinos aquí y allá, a pesar de que se estaba moviendo demasiado rápido para que lo toquen con más de una ráfaga de refilón. Tendrán que construir un arma más grande, pensó riendo a través de sus colmillos. Su fuerza... su fuerza era tan grande ahora, que incluso el armamento fracturador de ki no le provocaría un descenso, aunque sabía que iba a estar demasiado debilitado para hacer lo que se proponía si recuperaba la forma humana. Pero nada de esto importaba; el cambio ózaru no tenía ningún lazo con el ki de un guerrero, este nacía del cuerpo, de la naturaleza inherente de su especie. Él destelló un instante aquí, otro allá, demasiado rápido para dejarlos apuntar y poner la mira en su cola, quemando, destrozando y pulverizando todo a la vista, deleitándose en la locura, en la alegría perdida hace mucho tiempo de la batalla.

—¡Estoy aquí, mono! ¡Ven por mí!

Vegeta lo vio, incluso perdido dentro de la locura cantada a las lunas sobre su cabeza. Se congeló, sus entrañas de repente se llenaron de cuchillas y la sangre se le heló en las venas. Esto no era una videofoto o una pesadilla, o al menos un programa de entrenamiento. Este era el sonriente hombre que había acariciado su cabeza como si fuera un perro obediente cuando Vegeta besó las botas del príncipe rojo. Esa era la mano que lo llevó al reino de la locura y lo dejó allí solo, gritando en la oscuridad como el niño aterrado en que se había convertido. Él rugió desafiante y bramó fuego a Jeiyce... pero no podía, "no podía" avanzar o siquiera mirar a su enemigo.

El príncipe rojo comenzó a reír en voz baja, se lanzó hacia adelante y hacia atrás, y eludió por poco unas grandes y oscilantes garras, el sonido de su risa resonó en el sensible oído animal de Vegeta. Él se disparó hacia arriba, sabía que parecería estar literalmente huyendo al vuelo y reconoció en lo profundo de su corazón que eso era más de la mitad verdad. Ardió más y más alto en el aire congelado, dejando muy atrás a los defensores de la base, pero Jeiyce estuvo sobre sus talones en segundos. Solo él tenía la fuerza para mantener el ritmo de Vegeta.

—¡Detente! —gritó su enemigo.

Y Vegeta sintió que sus músculos se rebelaban contra su voluntad; cuando desaceleró, se detuvo en su ascenso y colgó inmóvil en el aire, atrapado por los ojos oscuros y llenos de odio del príncipe rojo.

—Cambia de nuevo, chico —dijo Jeiyce en un tono suave.

Vegeta aulló como un animal encadenado y sintió que los otros maiyoshyíns se acercaban a toda velocidad. Ellos sabían que a pesar de que su príncipe había congelado a su titánico enemigo en seco por el momento, Jeiyce todavía estaba en grave peligro.

—¡Cambia de nuevo, Vegeta! —Jeiyce repitió con severidad, como un instructor ladrando órdenes a un pelotón de niños—. ¡Haz lo que te digo, mono! —Vegeta cambió, reduciendo la gigante e inigualable fuerza ózaru con la cabeza baja y el pecho agitado por el esfuerzo, todo su cuerpo se estremeció por la pérdida de tamaño y del dulce tañido de la furia. Él echó la cabeza hacia atrás para buscar un punto de alfiler de luz en el cielo y rezó a todos los Dioses de la guerra que lo encontrara antes de que se doblara y colapsara debajo de otra de las órdenes del príncipe rojo.

—Buen chico. —Jeiyce se había acercado a él, ese odiado rostro sonriente estaba solo a unos cuantos centímetros del suyo. Los otros iban animando a su amo mientras llegaban y apuntaron a Vegeta cuando se acercó al rango de sus armas. Lejos, muy lejos a la distancia, pudo oír el sonido del estruendo de las naves camufladas en lo alto, el rugido de los transportes invisibles que saltaban a la velocidad de la hiperluz. Y ¡Allí se hallaba! ¡La luz de su salvación parpadeando desde su amplia trayectoria curva en lo más alto del cielo!

Vegeta giró la cabeza, miró a su enemigo directamente a los ojos, apuntó las palmas de ambas manos hacia abajo y disparó con todas sus fuerzas. Los guerreros que venían desaparecieron en la explosión de calor y Vegeta sonrió de manera brutal cuando la perpetua sonrisa resbaló y cayó del rostro del príncipe rojo. Y en ese instante de desguarnecida conmoción, Vegeta se lanzó hacia adelante y lo agarró en un estrangulamiento. Se elevó a través de las nubes de borde de granizo arrastrando con él a Jeiyce, corriendo antes de que la llamarada de la explosión chocara en el suelo como un meteoro e incendiara la fina atmósfera de Tsirusei. Vegeta disparó otra ronda de una debilitante lanza afilada de energía a las entrañas del maiyoshyín mientras volaba. Jeiyce convulsionó contra él.

Luego entró en la nave a toda prisa como un rayo de luz a través de la ventana del tamaño de un hombre en el escudo antirradiación, arrojó el cuerpo inerte de Jeiyce en la cubierta y cerró de golpe los controles de la nave programados en hipervelocidad luz. Se apoyó contra la pared, se dejó caer hasta el piso del pequeño puente y respiró grandes bocanadas agotadas cuando los disparos que había recibido, el dolor y la pérdida de sangre a los cuales no les había dado ningún pensamiento durante la batalla, comenzaron a impactarlo. Lo habían golpeado más veces de las que se dio cuenta. ¿Habría un kit de traumatología en el botiquín?

Jeiyce yacía jadeando a unos pocos metros de distancia en un charco cada vez mayor de su sangre. Vegeta se arrastró penosamente hacia el cuerpo tendido del hombre y estudió las lesiones del maiyoshyín con fría experiencia. Él tendría que sangrar otros minutos más...

—Felicidades, muchachito —carraspeó Jeiyce—. Habría apostado toda la riqueza perdida de la casa Maiyosh que estarías tejiendo cestas de forma permanente después de que terminé contigo.

—Fuiste un tonto por no matarme —dijo Vegeta con frialdad.

—Maldición, te has puesto fuerte... —Él soltó una suave risita—. ¿Hice eso por ti?

Vegeta se limitó a mirarlo. Se había hundido de nuevo en ese frío e inmóvil lugar donde palabras como "odio" y "rabia" eran insuficientes para describir lo que sentía.

—Entonces —murmuró su enemigo—. No me matarás. Planificas una pequeña venganza, ¿verdad?, ¿tienes la rueda de tormento y los ganchos listos para mí?

—Los guerreros saiyayíns —habló Vegeta, su voz sonaba áspera–. Matan a sus enemigos limpiamente, maiyoshyín.

Jeiyce soltó una risa burlona.

—¿Igual que Mousrom y su inquisición?

—¡Mousrom no era un guerrero o incluso un verdadero saiyayín! —Vegeta gruñó—. ¡Y ahora es un cadáver!

—Eso he oído. —Jeiyce lo miró de cerca con unos ojos cada vez más serios y duros—. Bueno, bueno... supongo que es cierto que si castigas el tiempo suficiente, incluso el mono más testarudo aprenderá una lección o dos. Eres diferente, chico, no hay beligerancia, no hay rabietas, ninguna palabrería o bravatas. Ningún placer en causar dolor. Menos del principito y más del rey que serás... es una pena que nunca llevarás la corona.

—¡¿Qué diablos quieres decir?! —siseó Vegeta apretando los dientes contra la entumecida insensibilidad que comenzaba a tirar de sus extremidades.

—Oh, nada... solo que todavía vas a perder esta guerra. ¿Crees que mi pueblo morirá y pasará a mejor vida cuándo me mates? —Jeiyce rio débilmente—. Voy a ser un mártir, un héroe trágico, si me matan en combate o me destripan como a una bestia en alguna ejecución pública. Lucharán sin mí. —Suspiró hondo y llenó sus oscuros ojos con un sombrío alivio—. Estoy listo para morir. He estado preparado durante cinco años desde que tus soldados destruyeron mi... mi todo cuando tomaron Corsaris. Yo... Dioses, espero que Jula no me pueda ver desde el cielo... las cosas que he hecho, en lo que me he convertido.

Vegeta sacudió su cabeza contra el mareo y el dolor, y recordó las palabras de Bulma sobre Jeiyce.

—Te convertiste en aquello contra lo que luchas.

Jeiyce parpadeó por la sorpresa. Se quedó en silencio durante un largo tiempo y Vegeta comenzó a pensar que el hombre se había desmayado.

—No hay muerte por tortura... —dijo él finalmente—. Al menos esa es una buena noticia.

—Sin tortura —declaró Vegeta con frialdad—. Solo te mataré y estaremos a mano.

La expresión de Jeiyce era ilegible.

—Mi buen amigo Zabón casi fue agarrado por Mousrom ayer, me han dicho. El gordo idiota arrestó a todo el mundo y dejó que el verdadero espía de la Red Roja se escabullera. Tú tampoco lo encontrarás, es un tipo resbaladizo. —Su respiración se estaba haciendo de manera constante más laboriosa y menos profunda—. Za… Zabón me contó que tienes un pequeño hijo adoptivo de dos años, ¿verdad? Un regalo a tu amada para reemplazar a su hijo real. El que asesinaste. —Él ignoró el gruñido de ira de Vegeta—. Zabón también dice que adoras a la muchacha, tu bonita Bulma de Chikyuu, como si se tratara de tu novia con la que tuvieras un vínculo lunar. Mousrom utilizó los informes de tu abierto afecto hacia la mujer y el niño para desacreditar tu cordura en el consejo. Es bueno tener una familia, ¿no es así? —Jeiyce no parecía notar el aumento peligroso del ki de Vegeta. El mero pensamiento de Jeiyce diciendo el nombre de Bulma, de cuan espantosamente cerca sus agentes habían estado de ella y del niño durante todo este tiempo, sacudió su agitada conciencia. Los ojos del maiyoshyín eran como ventanas muertas, lucían igual que un infierno de dolor y odio—. ¡¿Quieres matarme y estar a mano, saiyayín de mierda?!, ¿crees que estás siendo amable? ¡Cuándo tu señora bonita sea arrastrada fuera del centro médico por el cabello y violada hasta la muerte por tus enemigos, entonces estaremos a mano!, ¡cuándo tu hijo adoptivo sea tomado de los talones y su cerebro estrellado contra un muro, cuándo tu padre sea cortado y desgarrado por mis guerreros y el planeta que amas arda en una bola giratoria de escoria alrededor del sol de Vegetasei entonces estaremos a mano! ¡No antes! —Jeiyce dejó escapar un húmedo sollozo superficial de furia, sus ojos se estremecieron cuando la conciencia comenzó a abandonarlo—. No antes…

Vegeta se inclinó tambaleándose, puso su mano sobre la herida en el vientre del maiyoshyín y selló el flujo de sangre con un suave pulso de calor. Había tenido que esperar hasta que el príncipe rojo perdiera bastante sangre y se hiciera demasiado débil para moverse o despertarse durante el viaje de cinco horas de regreso a Vegetasei. La energía para esa simple tarea se llevó toda la que tenía. Él se desplomó sobre la cubierta al lado Jeiyce y se durmió.

La alarma cortó el sueño poco profundo mezclado con dolor y fatiga. Vegeta se puso de pie despacio, se tambaleó hacia el ordenador de navegación, introdujo su código de autenticación y esperó por un largo e impaciente minuto a que el control de tráfico abriera una ventana para la nave. Sonrió débilmente y colocó un conjunto distintivo de coordenadas de aterrizaje antes de hundirse en el asiento del piloto mientras observaba los rayos rojos de la luna filtrarse entre las nubes a medida que descendía a través de ellas. Se había hundido en una ligera siesta para cuando una suave sacudida de la nave que aterrizaba lo empujó a despertar. Se paró poco a poco, enderezó la espalda y se dirigió con cuidado hacia donde yacía Jeiyce todavía inconsciente. Agarró al maiyoshyín por el cuello de su armadura y lo arrastró a lo largo del suelo al tiempo que tocaba el control de la escotilla y bajaba por la rampa hacia la brillante luz del sol de la mañana. El anillo de guardias se retiró y una ola de murmullos de asombro se onduló por la multitud de guerreros que se reunieron alrededor del borde del techo del salón del consejo del palacio real.

Una figura dio un paso adelante, sus ojos negros de ópalo brillaban de orgullo y alegría.

—¿Qué regalo me has traído, príncipe de Vegetasei? —le preguntó su padre en voz alta.

—El primero de nuestros enemigos, Ottoussama —respondió Vegeta del mismo modo—. ¡Jeiyce de Maiyosh, el príncipe rojo de Corsaris! Lo he vencido y ruego su permiso para darle la ejecución de un cobarde en dos meses, por lo tanto, en el día de su centenario. ¡Por usted y el imperio! —Vegeta se hincó en una rodilla ante el repentino silencio, sabía que solo su padre podía ver la negra rabia que aún brotaba dentro de él cuando sus ojos se encontraron, conocía que Ottoussama sabía bien que nada estaba perdonado. Sin embargo, una pequeña sonrisa complacida torció el borde de la boca de su padre. El rey extendió su mano sobre el hombro derecho de Vegeta en una bendición formal.

—Lo has hecho bien, hijo mío.

La alegría que se levantó alrededor de ellos era ensordecedora, pero Vegeta solo escuchó las tranquilas palabras que su padre habló exclusivamente para sus oídos.

—Descansa esta noche, muchacho. Ven a mí mañana y llegaremos a un entendimiento.

Arribó a su villa y ordenó a los guerreros que había dejado permanentes vigilando el sueño de Bulma salir con una voz tranquila que silenció sus gozosas alabanzas. Rechazó la oferta de Bardock de enviar a un médico para atender sus heridas. El hombre mayor se fue con solo una solemne inclinación de cabeza llevando a su hijo bajo el brazo. Vegeta se bañó, luego se vendó la gran cantidad de quemaduras superficiales y marcas que había recibido en Tsirusei con parches médicos, y sintió que lo peor de la fatiga de las explosiones de los ki-asesinos comenzaban a desaparecer. Los aliados de Jeiyce tendrían que diseñar armas más fuertes en el futuro.

No dejarían de luchar, como Jeiyce había dicho, solo porque su príncipe estaría muerto. Todavía había que cazar a Dodoria y al oculto Amo de la Tecnología. Quienquiera que fuese, el forjador de las armas secretas de los rebeldes era demasiado peligroso para permitírsele vivir, incluso así hubiera dejado de construir para los Demonios Rojos. Aunque Vegeta dudaba que el ingeniero sería encontrado con vida. Jeiyce nunca habría permitido que tal activo se escapara o saliera de sus filas si el Amo de la Tecnología aún viviera.

Él se trasladó en silencio al dormitorio que había comenzado la vida como un estudio y se metió en la cama al lado de su mujer. Levantó una mano de huesos finos e inspeccionó sus dedos, las uñas habían vuelto a crecer a la perfección. Su enemigo fue derrotado y capturado, su deshonra invertida, su rango y título devueltos a él en virtud a la gracia y la buena voluntad de su padre. Su pueblo estaba tan seguro como era posible mantenerlos, pero ninguna de esas cosas le dio tanta paz y alegría en la mente y el espíritu como la mujer cuyo frágil cuerpo yacía tibio contra el suyo. Besó la palma de su mano con suavidad y se hundió en el sueño.

Se despertó con el sonido de sus sollozos, sus brazos estaban apretados alrededor de ella instintivamente. Se apoyó en un codo, sin hablar y solo la sostuvo mientras ella gemía como si su corazón se rasgara por la mitad. Poco a poco, los sollozos disminuyeron a lágrimas cayendo, luego a aspiraciones, luego a silenciosos ojos tristes. Y todavía él no decía nada.

—Es mi culpa —susurró Bulma—. Yo… yo pude haber dicho algo mientras ellos estaban… estaban hiriéndolo, pero tuve miedo de lo que le sucedería a Rom-kun. ¡Debí haber hablado!, ¡debería haber confesado lo que sea que quisieran para salvarlo!

—No es tu culpa —exclamó Vegeta de manera brusca—. Es culpa de Mousrom y lo ha pagado con su vida.

—Scopa... —Ella gimió el nombre—. Nunca le hizo daño a nadie en su vida. Ha salvado más vidas de las que puedo contar. Y él… él... —Se incorporó poco a poco y sus ojos comenzaron a arder—. ¡Todo lo que es bueno y decente siempre es despedazado! Toda mi vida... todos y todo lo que he amado o me importan. Y solo vuelvo a ponerme de pie cada vez que mi vida es destruida y empiezo a construir otra, cuando sé... —Ella sollozó entrecortadamente y su voz siguió aumentando de volumen por la rabia—. ¡Cuándo sé que todo volará por los aires al final! Romayn y Scopa y… y tú y todos en mi vida. Voy a despertar un día para encontrar que Rom-kun fue matado en un ejercicio de entrenamiento después de que se lo llevaron a los cuarteles de niños, o que tú o Bardock o Kyouka o Articha han muerto en una batalla en alguna parte. O que tu padre te ordenó que me pusieras a un lado y me envíes fuera del planeta como una mujer libre, pero… pero…

—Eso no va a suceder —aseveró Vegeta rotundamente—. No si yo vivo para ver un millar de años. ¡Bulma... escúchame! —Se levantó para sentarse frente a ella, la tomó de sus delgados hombros y la atrajo más cerca a él—. No diré que nadie que valoras no morirá, eso sucederá en algún momento, pero mi padre no me controlará de cualquier forma nunca más.

Las palabras colgaron allí en el aire entre ellos mientras las lágrimas surcaban el pálido rostro de Bulma.

—Tú no…

—No... —gruñó Vegeta—, pero fue una cosa cercana.

Ella sacudió la cabeza con tristeza y la pena recubrió cada sílaba.

—Tú padre te dijo que iba a ayudarte a mantener tu derecho. Él sabía que vernos en las manos de Mousrom rompería las minas en tu mente. Y todo lo que le costaría sería tu amor y la vida de Scopa...

—La guerra terminará pronto —sostuvo Vegeta, sin querer examinar la verdad de sus palabras. Todavía estaba demasiado enojado. Respiró hondo y le contó lo que había hecho mientras dormía—. Lo ejecutaré en la primera noche de la temporada de la luna, el día del centenario de mi padre, en ocho semanas. A pesar de lo Jeiyce cree, la guerra va a morir con él, aunque no de forma inmediata. Cazaremos a los rebeldes todavía. Los buscaremos y lucharemos contra ellos donde los podamos encontrar, nos mantendrá vigilantes y listos para la lucha durante muchos años por venir, pero como has dicho, van a ser difíciles de hallar y con tus escudos antirradiación, no podrán atacarnos. —Mantuvo sus ojos en los suyos, sacudiéndose por el esfuerzo que se necesitaría para expresar las cosas que quería decir en voz alta—. Cuando Jeiyce esté muerto y el imperio este una vez más estable y fuerte, tomaré el trono. Mi padre… —Se detuvo y tragó saliva cuando una repentina vívida visualización de ese día saltó a su mente, extinguiendo la ardiente rabia... una imagen de Ottoussama yaciendo frío y muerto. Muerto por la propia mano de Vegeta.

—Él lo entiende —le aseguró ella—. Sabía que firmar la orden de arresto lo haría más fácil para ti. Se dio cuenta de que estás listo.

Vegeta asintió en silencio.

—Cuando sea rey voy a servir a mi pueblo, los protegeré y los guiaré. Daré mi vida por ellos si es necesario, pero dispondré de todas las cosas en mi propia casa como desee. La tradición y la propiedad serán condenadas, no tomaré ninguna reina, encontraré a una guerrera fuerte para dar a luz a mi hijo... pero será tuyo para criar. Tú… tú has demostrado ser una talentosa instructora de futuros reyes. Romayn será su hermano de crianza, su primer lugarteniente y su guardaespaldas. Como tal, será entrenado en el palacio junto con mi heredero y no irá a los cuarteles. Eres libre, mujer, vete si es tu deseo, tú y el niño, o quédate y ayuda a reconstruir mi imperio. Es tu derecho, ya que has contribuido a salvarlo.

Bulma lo besó temblando en una renovada tormenta de llanto, aunque sus lágrimas parecían ser una mezcla en partes iguales de dolor y alegría. Se presionó más, suave y flexible contra su cuerpo desnudo, y prolongó el beso hasta que su aliento comenzó cortarse y su sangre empezó a arder mientras corría por su corazón.

—Hazme el amor —susurró ella.

—Bulma...

—Te necesito. —Ella sollozó—. Quiero... quiero dejar de sufrir. Quiero sentirme como lo hice ese último día en casa de Bardock, feliz, amada y en paz. Te deseo, Vegeta... por favor...

No había culpa ni autoodio en los ojos de Bulma ni dudas. Ni un atisbo de vacilación. Oh, Dioses... las largas noches que él yació a su lado, prohibido por su propio corazón de cualquier cosa más dulce que el abrazo inocente de un niño... hundió los dedos en la seda color zafiro de su cabello y la recostó, temblando como si fuera presa de un ataque al corazón, forzándose a sí mismo a tocar ligeramente, con la misma gentil caricia que había usado cuando estuvieron juntos en esa pradera de flores, obligándose a recordar que la menos incontrolada flexión de sus músculos o de su empuje podría lastimarla. La besó en la boca de nuevo, mordió el labio inferior lentamente y comenzó a trabajar su camino por su cuerpo. Del cuello a los senos, degustando y succionando sus pezones hasta que ella empezó a jadear por aliento. De los senos a la llanura plana y lisa de su abdomen, con su cuerpo suspendido sobre ella, casi sin tocar, mientras su boca buscaba aún más abajo. Del abdomen a las rodillas, rosando todo lo que yacía en medio ligera y rápidamente con su lengua y sus labios, y sintió una placentera sonrisa de satisfacción tirar de su boca cuando ella hizo un gemido de exigencia.

—Paciencia, mujer —Él rio en voz baja y besó el interior de uno de sus muslos de seda mientras volcaba su boca hacia arriba con una lentitud exasperante. Degustando y provocando, su lengua entraba y se movía a prisa con dulce y delicada crueldad, enviándola a caer sobre el borde sin él una y otra vez hasta que ella entrelazó las manos a través de las rígidas y negras púas de su cabello, arqueó la espalda como un arco tenso y gritó para que la tomara.

Vegeta besó su camino por su cuerpo, volviendo sobre la ruta que había tomado y la miró ahora, frente a frente. Rozó sus labios de nuevo, profundizó un febril beso desesperado... y poco a poco, con suavidad, se movió dentro de ella. Y se detuvo, duro e inmóvil, a menos de un centímetro de su interior.

—Vegeta... —gimió Bulma.

—Shhh... —Él luchó con toda la voluntad que poseía para mantener su propia voz firme, para impedir que todo su cuerpo se estremeciera por la separación, por el deseo, por la aterradora alegría de lo que estaba a punto de hacer si ella lo permitía, si ella se lo concedía. Retrocedió y empujó de nuevo, aún con suavidad, en una angustiante y pausada agonía de embestidas lentas y poco profundas, nunca a más de un centímetro de profundidad, perdido en el infinito azul de los ojos de la mujer debajo de él, más profundos que el mar más profundo de Vegetasei.

—Por favor... —Ella estaba jadeando—. Vegeta…

—¿Me quieres? —susurró contra sus labios.

—¡Sí… Sí!

Él tomó una respiración larga y constante de aire cargado con su aroma, mientras aún se hundía dentro y fuera de ella.

—Eres libre, Bulma... Romayn es tuyo para siempre. Este planeta te pertenece, es tu hogar. —Vegeta dejó de moverse, se levantó y retiró su dureza de su umbral. Empapado en sudor por el esfuerzo de frenarse, cubrió el fuego que amenazaba con quemarlo vivo—. Juré devolverte todo lo que tomé. El niño, el hogar y la libertad son tuyos, tanto como un hombre mortal puede reemplazar esas cosas… todo excepto tu compañero. Te lo daré si me aceptas. —La besó de nuevo y, en silencio, intentó vislumbrar su corazón a través de las ventanas de sus ojos—. ¿Me aceptas?

El rostro de Bulma estaba tranquilo, aunque su corazón latía con fuerza contra el suyo.

—¿Me amas?

Vegeta abrió la boca para hablar, pero su mandíbula se apretó alrededor de las palabras por instinto.

—Bulma…

—¿Me amas? —Ella repitió implacable, su brillante mirada azul se endureció—. El hombre que amé en la casa de Bardock, el hombre que deberías haber sido, me dijo que me amaba. Lo veo dentro de ti más de lo que habría imaginado posible. Él no se ha ido... es una parte de ti, lo veo en todo lo que has hecho desde que regresamos, pero tienes que hacerlo salir un poco más. ¡Tienes que decirlo!

Pero él no pudo. Las palabras no habrían dejado sus labios así su vida dependiera de la enunciación.

—Yo… yo —gruñó de frustración—. Bulma... —No había otra manera. La acercó a horcajadas sobre su regazo mientras se ponía de rodillas en la cama... hundió sus dientes profundamente en la base de su cuello y empujó todo lo que sentía en la puerta de su corazón a través del tenue y medio forjado vínculo mental que acababa de iniciar. Ella sintió el roce de su mente contra la suya, reconociéndolo por lo que era y todo lo que le estaba ofreciendo, la totalidad de su ser. Ella se abrió como una flor por la mañana al alba y lo dejó entrar. Y todo lo que sentía por él se vertió de regreso a través del enlace, la medida entera de su corazón, así como él le dio todo lo que era.

Ella fluyó en él, el negro odio en ebullición entrelazado con un desinteresado y profundo amor que llegaba al alma. El dolor, la degradación y el horror de la mano con el suspiro del corazón de una niña que saltaba de alegría ante la mera visión de su rostro, ante el pensamiento de su toque. Todo estaba inextricablemente entremezclado, un amor desgarrador y un tenebroso odio implacable. Y Vegeta se había ganado hasta la última gota de ambos. Él comenzó a sollozar en voz baja mientras ella se extendía a través suyo, cuando vio el mundo vuelto a pintar a través de los ojos de Bulma, el monstruo que había sido, el hombre que era ahora. Todo... excepto... había un lugar que no podía alcanzar, de pie en su mente con una puerta cerrada a cal y canto, rodeada de una horrible nube gris de culpa, vergüenza y arrepentimiento. Tal vez era el único pedazo de sí misma que siempre mantendría separado.

Siglos de vergüenza, una eternidad de dolor y arrepentimiento, no borrarían los actos que él había hecho. Pero el milagro que lo sacudió con enorme alegría era que a pesar de todo lo que le hizo, ella lo llegase a amar. Que su amor estaba en la misma proporción del odio que tanto merecía, que la profundidad y la amplitud de su corazón podía trascender a través del abismo que él cavó entre ellos, a través del odio por el hombre —el malcriado muchacho necio— que había sido, el que ella consideraba como un enemigo muerto que no sería llorado.

—Dilo, Vegeta —dijo de nuevo, su voz se quebró por el peso de todo lo que él sentía por ella, que ella era la medida y definición del amor para él, su maestra en todas las leyes no escritas, su primera comprensión de que la palabra honor no era un sentimiento, sino las obras de toda una vida.

—¡Te amo! —Él se ahogó y casi sollozó como un niño otra vez cuando la alegría en el interior de Bulma lo atravesó por dentro, y desbordó las profundidades de su alma.

¡Te amo, Vegeta!... ¡Eres el Vegeta que amo! ¡Lo eres!

Él gritó cuando ella lo envolvió por completo, cuando se hundió sobre él y lo llevó profundamente dentro. Posó su boca en la suya y sus ojos azules se llenaron de lágrimas. Vegeta se levantó en el aire por encima de la cama y se movió con ella a un constante ritmo lento mientras una onda de su deleite por estar en el aire fluyó hacia él. Más rápido y más duro, la dejó marcar el ritmo con incrementos lentos. Sus embestidas se profundizaron cuando ella lo instó sin palabras, enredado en los hilos de sus pensamientos; moviéndose en espiral hacia arriba la llevó a una cumbre inescalable, más alto y más alto, en una ola de amor, odio, deseo y necesidad que pareció arrasar con la mente de Vegeta cuando la cresta de la ola se rompió dentro de ellos en el mismo instante, dejándolo tan olvidadizo del pasado, del deber y las deudas como el hombre que la había sostenido en ese campo lleno de flores.

Las palabras salieron de sus labios sin vacilar en esta ocasión, mientras manteniéndose unidos, retornaban a la cama para yacer uno al lado del otro, envueltos en una maraña húmeda.

—Te amo, Bulma. —Él respiraba entrecortadamente—. Oh, Dioses, te amo...

—Puedo sentirte —susurró ella con voz temblorosa—... aún dentro de mí... en todas partes.

—Fue tan profundo a causa de la luna —dijo Vegeta, su propia voz era inestable—. Pronto será peligroso para nosotros compartir la misma cama...

Bulma le dio un beso suave y prolongado.

—Pero todavía no.

—Todavía no. —Él estuvo de acuerdo—. Duerme ahora... mañana será un mejor día.

Los agudos ojos de Bardock se dieron cuenta del collar de cuello alto de Bulma a la mañana siguiente, pero nadie más pareció notarlo. Se percató demasiado tarde cuando se bañaron y vistieron, que había sido un tonto enloquecido por la luna al poner su marca en ella de forma visible. Tomar a una alienígena como pareja era un tabú, incluso para un soldado común. Para un príncipe heredero, esto era la sentencia de muerte de Bulma si eran descubiertos, al menos hasta que se sentara sin oposición en el trono. Pero ella estaría trabajando en el centro médico, con Bardock rondando cerca en todo momento, hasta que la temporada de la luna pasara, enclaustrando a las pocas mujeres alienígenas que aún quedaban en Vegetasei después de la rotación en masa de todos los esclavos obreros fuera del planeta en el "reinado" de Mousrom, manteniéndolas a salvo de un mundo lleno de machos saiyayíns en celo, protegiendo a los mocosos saiyayíns más jóvenes igual de bien, ninguno de los cuales sobrevivirían al festival. Administrando el tiempo de liberar las inyecciones sedantes neurocerebrales de acción prolongada para cada saiyayín previo a la adolescencia en el planeta con el objetivo de evitar una vinculación lunar accidental. Esto era un peligro muy real, incluso dos a tres semanas antes de la temporada de la luna.

—¿Deseas... quedarte en casa hoy? —Vegeta miró su rostro de cerca y la observó pensarlo.

—No —respondió ella después de un momento—. Necesito mantenerme ocupada, es el mejor tipo de terapia para mí. Me necesitaran cuando la luna llegue y… y Scopa se ha ido... —Una silenciosa lágrima se deslizó por su rostro y la limpió airadamente—. ¿Estamos... estamos vinculados por la luna?, todavía puedo sentirte... —Una pálida pequeña sonrisa—. Puedo sentir lo preocupado que estás en este instante.

—No... —dijo él—. Fuimos más profundo de lo que deberíamos, como ya he dicho, a causa de la luna. Es más que un sencillo vínculo matrimonial, pero la intensidad se desvanecerá a medida que avance el día. ¿Entiendes cuán importante es que nadie sepa lo que hay entre nosotros?

—Sí —contestó Bulma.

Todavía frunciendo el ceño preocupado, la observó tocar la herida en su hombro.

Él se inclinó para besar el punto sensible.

—Debes sanar mi marca como primera prioridad hoy. Es un símbolo externo y peligroso para ti.

Media hora más tarde, con las manos apretadas y las uñas cortando la carne de sus palmas, abrió la puerta de la sala de estar de su padre. Se inclinó lenta y formalmente, y se hundió en una silla sin una palabra de saludo.

—Me dicen. —Su padre comenzó con toda tranquilidad—. Que fue el hijo de Bardock quien hizo explotar la unidad de interrogatorio y la mitad del ala sur del palacio con este, ¿es esto cierto?

—Lo es —respondió Vegeta de modo cortante—. Es extraordinariamente fuerte. —Él apretó las manos en los brazos de la silla al pensar en ese niño sin nombre muerto hace tiempo, el hijo de Paragas. Si su padre sugería un remedio similar a la amenaza que podía ver en Romayn, Vegeta... se esforzaría mucho en controlarse. Y quizás fallaría.

Pero Ottoussama solo asintió.

—Los rastreadores montados en esa sección registraron casi cinco mil. Es una salvaje cepa potente la de los ancestros Turrasht del mocoso. Hay sangre real en la gente de las montañas de esa región. Ellos han sido conocidos por mostrar ráfagas de increíble fuerza de vez en cuando en momentos de coacción, pero siempre es de corta duración. ¿Cuáles son tus planes para el niño?

—Lo estoy entrenando. Lo mantendré cerca y lo asignaré para proteger la cuna de mi heredero, como Nappa me protegió.

Ottoussama hizo un ruido de aprobación.

—Y habiendo sido mimado y bastante inundado de afecto por esa mujer tuya durante sus años formativos le dará un exagerado sentido de devoción. Una sabia elección. —Su padre no dejó de notar la ola de negra furia que irradió de Vegeta ante la mención de Bulma—. No leíste el informe del arresto que te envié.

—Tenía otros asuntos más apremiantes —gruñó Vegeta en voz baja.

Su padre sonrió lentamente dejando al descubierto todos sus dientes.

—Supongo que la captura del príncipe rojo se antepuso. —Él soltó una risa que era un intenso sonido de genuino placer. Vegeta lo miró de cerca y vio que las oscuras ojeras hundidas de preocupación y cansancio alrededor de los ojos de su padre se habían desvanecido un poco. De repente se le ocurrió que Ottoussama debía haber tenido su primera noche completa de sueño desde que comenzó la guerra. Las líneas profundas en su rostro y los indicios de rayos salpicando a través del castaño oscuro de su cabello todavía estaban allí, sin embargo. Vegeta volvió a ver la imagen del rostro de Ottoussama, desangrado e inmóvil, vio la sangre de la vida de su padre manchando sus manos…

—Aférrate a la ira, muchacho. —El gruñido suave de la voz del rey rompió a través de esos negros pensamientos—. Lo hará mucho más fácil cuando llegue el momento.

Pero eso se fue, al menos por ahora.

—Lo encontraré de nuevo cuando llegue el momento —le respondió Vegeta sin ningún cambio exterior en el conjunto de sus rasgos—, pero hasta entonces... disfrutaré de su compañía.

—Cien años es una considerable cantidad de tiempo para gobernar —murmuró el rey de Vegetasei—. Me gustaría ver el brillo de la luna roja sobre nuestro planeta una vez más. Deseo celebrar mi reinado y honrar a mi hijo, que ha protegido a Vegetasei del ataque con su mano izquierda y arrancó el corazón y el cerebro del enemigo con la derecha. Y luego... luego, me gustaría descansar.

—Será como desee, padre —dijo Vegeta en voz baja.

Quemaron el cuerpo de Scopa esa noche en lo alto del centro médico como si fuera un hijo saiyayín de Vegetasei muerto en honorable combate. Bulma se puso de pie con los ojos secos, temblando de dolor, mientras elevaba una antorcha hacia la madera. El número de médicos, esclavos y libertos que asistieron no fue sorprendente, el shock estaba en el número de guerreros saiyayíns que se anexaron al funeral en silencioso respeto por la mano que había sacado a tantos de ellos de detrás de las puertas de la muerte. Articha y Turna se hallaban presentes, recién llegados de la entrega de los escudos a las colonias. Ambos levantaron madera para la hoguera, al igual que Bardock y su escuadrón, cosa inaudita. Aunque si eso envió una oleada de sorpresa a través de las filas de los guerreros reunidos, no fue nada en comparación con los sonidos de asombro con que fue recibido Vegeta cuando puso su propia rama cortada sobre la hoguera.

—Es justo —declaró él en voz alta, mirando hacia los guerreros que asomaban por encima de ellos en el aire—, que un príncipe honre a sus buenos y fieles servidores, ¡quién quiera qué sean!

—Un buen discurso —comentó su padre más tarde—. Y uno inteligente. Palabras de esto se extenderán por todo el imperio y servirán para apaciguar a los más valiosos planetas, planetas que no nos podemos permitir purgar en esta coyuntura y que son reacios a bajar de la valla en la que han estado sentados en los últimos dos años.

—No fue un gesto político —gruñó Vegeta con frialdad—. ¡Un hombre que salvó la vida del príncipe de Vegetasei más de una vez se merecía algo mejor de nosotros que morir en tormento como un medio para un fin!

—Esa es una lección que no aprenderás hasta que te sientes en el trono, muchacho —dijo Ottoussama en tono grave—. Un rey sacrificará a sus servidores, cualquiera de sus servidores, desde el más alto hasta el más humilde por el bien del imperio.

Y para eso, Vegeta no tenía respuesta porque sabía con claridad que él nunca habría roto las minas mentales sin la rabia y el terror de ver a su mujer en manos de Mousrom. Nada menos habría sido suficiente.

En las semanas que siguieron, todos en Vegetasei se prepararon para la llegada de la luna. Y Vegeta... se deleitaba en una especie de satisfacción y alegría por el simple hecho de estar vivo que nunca hubiera imaginado posible. Durante el día, él entrenaba y trabajaba en los escudos antirradiación portátiles para la flota. Por la noche... Dioses, ¿alguna vez había creído que conocía cualquier estado de verdadera felicidad antes de esto? Ella era suya... toda suya, en mente, cuerpo y corazón, entrelazada alrededor y dentro de la estructura de su alma. Y él era suyo.

Tuvieron cuatro semanas de perfección.

Cuatro semanas en las que el cielo se volvía un tono carmesí más oscuro con cada día que pasaba mientras los ánimos comenzaban a crisparse, mientras los duelos y reyertas surgían por todas partes como pequeños temblores que anunciaban la erupción de un volcán, mientras Jeiyce yacía en éstasis dentro de las mazmorras reales en espera su muerte, vigilado como ningún prisionero de Vegetasei jamás había sido. Cuatro semanas en las que Bulma construyó y reinstaló una docena de portatropas con su ejército de robots sirvientes, y equipó las naves para transportar el doble del número de guerreros. Articha había pedido una solicitud formal al rey en el consejo de una nave de materias primas.

—Muchas de las más jóvenes hembras guerreras, aquellas que ya no son niñas, pero aún no están en la edad, no sobrevivirán a su primera luna porque sus cuerpos todavía no han madurado para el deseo y aún no son lo suficientemente fuertes como para defenderse en un planeta lleno de machos en celo. —La voz de la mujer mayor era sombría como la inmóvil oscuridad del invierno, y sus ojos duros y obsesionados—. En décadas pasadas he asentido a esto, pensando que solo los más fuertes sobreviven, al recordar que tenía doce años en mi segunda luna y me defendí bastante bien, pero yo era extraordinariamente fuerte. Nuestros números han sido diezmados por la guerra, Ousama, y no podemos permitirnos liberar a las niñas que perderíamos durante la temporada de la luna. Las mujeres saiyayíns son escasas en el mejor de los tiempos. Las naves de la muchacha de Chikyuu pueden transportar el registro completo de niñas de entre seis y catorce años que están estacionadas en Vegetasei.

El proceso de secuestrar unos treinta mil mocosos saiyayíns entre las edades de la infancia y los cinco años pudo ser insalvable si se hubiera tenido una población mundial de jóvenes más grande. Sin embargo, solo un pequeño porcentaje de niños saiyayíns se consideraban lo suficientemente fuertes como para llegar a la madurez en el planeta natal y no había mocosos en las vainas de incubación en la actualidad. El rey puso una prohibición a toda reproducción hacía un año mientras durara la guerra porque la sala de incubación tomaba demasiados recursos. Como las salas estaban vacías, era una cuestión simple sedar a la mayor parte de los niños y almacenarlos en las vainas de incubación. Pero estas solo alojaban a las tres cuartas partes de los niños e incluso la sedación y el escudo de reflectores lunares no podrían dormir a algunos de ellos por completo. Como había dicho Scopa, el centro médico pronto sería un manicomio de mocosos hiperactivos.

A treinta días de la temporada de la luna, el proceso estaba casi terminado, aunque todavía faltaba un mes. Los mocosos eran los primeros en perder sus mentes en los días previos al festival, por lo que era necesario anestesiarlos antes.

Cuatro semanas más hasta la temporada de la luna...

Vegeta se paró ante la ventana del este para observar el sol hervir en el cielo rojizo. El otoño estaba aquí por el conteo del calendario, pero Dioses, hacía mucho calor... Podía escuchar los sonidos de la mañana, oír a Bulma moverse en su habitación, el zumbido de los robots sirvientes preparando el desayuno, oír a Romayn corriendo a toda velocidad por el jardín y los ladridos de los perros.

Tal vez era el inusual fuerte vínculo con su mujer lo que lo anclaba a la sangre de ella más fría, o quizás era el gozo embriagador en el que había estado sumergido desde que la tomó como esposa, desde que ella aceptó con alegre corazón todo lo que él deseaba darle. Pero a escasos treinta días hasta la salida de la luna, Vegeta no sentía ningún efecto negativo. No había brusquedad de temperamento ni aumento en el deseo irracional de cambiar para desgarrar y triturar con el dulce placer sin sentido de la forma ózaru. Ninguna insaciable y violenta necesidad por estar con su mujer en la locura animal…

Era el momento de enviarla lejos, pensó tristemente. Antes, no después de que comenzara a mostrar los síntomas de la demencia lunar. Un alto ladrido de dolor, seguido de un aullido aterrado cortaron sus pensamientos. Encontró a Romayn sentado al lado de la figura gimiente de Yaro, llorando por el horror y con un pequeño puño metido en su boca. Baka se ocultaba bajo las flores de vid que se arrastraban cerca, gimiendo de miedo.

Vegeta se puso de cuclillas y examinó a la bestia que se hallaba boca abajo. Sus costillas y el esternón estaban rotos. Tocó un nervio en la base del cráneo del animal y este se quedó inmóvil, inconsciente. Romayn dejó escapar un gemido debil.

—¿Estabas jugando al escondite con ellos? —le preguntó Vegeta en voz baja, aunque ya sabía lo que debía haber sucedido.

El niño asintió.

—Yo lo atrapé y lo… lo abracé demasiado duro... —Romayn se estremecía con sollozos de hipo—. ¡Soy un niño malo! ¡Lo lo…lo…lastimé!

—Sí —dijo Vegeta en tono solemne—. ¿Ves el cielo, niño?, ¿cuán rojo se expande? Más cada día.

—¿La luna? —Romayn se sorbía la nariz.

—A medida que se acerca, comenzamos a volvernos locos. Nos ponemos más violentos, se nos hace difícil pensar, somos cada vez más incapaces de controlar nuestros impulsos más bajos o controlar nuestra fuerza. Por esa razón lastimaste a Yaro. La luna nos afecta más cuando somos muy jóvenes.

—Edeeta... —preguntó el niño con suave y naciente pavor—. ¿Qué pasa si abrazo a mami demasiado duro?

—Eso no va a suceder —le contestó Vegeta—. Hoy iras con ella al centro médico y arreglará a Yaro, luego te pondrá una inyección que te hará dormir por un mes... hasta que pase la luna. Cuando te despiertes, todo habrá terminado. —Él levantó la vista ante la repentina sensación de la presencia de Bulma en la puerta del jardín. Ella los observaba en silencio con el rostro pálido hasta los huesos—. Y Bulma se quedará contigo, enclaustrada en la sala de incubación... para que yo no le haga daño.

Ella lo dejó con un beso y dulces palabras, y partió con el niño y los animales en el remolque, pero volvió esa tarde. Su hermoso rostro estaba sonrojado y sus ojos brillaban de miedo, preocupación y alegría.

—¿Qué ocurre? —Vegeta no podía entender lo que las discordantes emociones que se reproducían en sus rasgos podrían significar.

—Estoy embarazada —dijo ella con suavidad.

Él se quedó mirándola, las palabras se negaban a gravarse en su mente, incluso cuando estas reprodujeron la alegría delirante de la noche en que la había hecho su compañera, la forma en que no se guardó nada en reserva mientras le hacía el amor...

Lentamente se arrodilló delante de ella, apoyó la cabeza contra su vientre plano y buscó hacia adentro. Oh, Dioses... allí estaba, fuerte, vibrante, creciendo y...

Cerró los ojos con fuerza y pensó frenéticamente, tratando lleno de desesperación de alejarse de la verdad que ya conocía, tratando en vano de ver una manera de evitarlo.

Pero no había manera.

—¿Qué es lo que haces —le había preguntado a Scopa una noche durante sus meses de olvido en la casa de Bardock—. Cuándo se debe elegir entre salvar a la madre o salvar al niño?

—Salvar a la madre —contestó la solemne voz fantasmal de Scopa—. Siempre.

—No puedo permitirlo, Bulma —pronunció las palabras con más fuerza de lo que pretendía.

Ella lo miró por un largo tiempo, su rostro casi confundido poco a poco emblanqueció de todos los colores. Luego se dejó caer y se hundió hasta las rodillas junto a él, inerte como una muñeca en sus brazos. Vegeta la abrazó con fuerza esperando algún tipo de reacción, como lágrimas de maldiciones o algo, pero nada llegó. Un helado puño se cerró alrededor de su corazón cuando él se echó hacia atrás y miró su flácido rostro... Oh, Dioses... conocía esa mirada, la desconectada expresión en blanco de "no está aquí".

—¡Bulma! —La sacudió, el terror crecía con cada segundo que no reaccionaba—. ¡Bulma! ¡BULMA!

Ella se estremeció y se centró en su rostro ante el sonido de sus gritos, y Vegeta quiso llorar como un niño de la edad de Romayn de alivio. Lenta, suavemente, ella se desprendió de sus brazos y se levantó, recta y orgullosa como la reina que nunca sería. Cuando alzó sus ojos hacia los suyos otra vez, eran claros y helados, su rostro era una fría máscara sin emociones.

—No puede ser, Bulma. —Él repitió despacio mientras la contemplaba—. Todavía no soy rey. El imperio aún no está fuera de peligro, incluso si esta cosa hubiera llegado a pasar... Bulma, esto desgarraría el imperio por la mitad. Lo sabes. Habría una guerra civil, tal vez incluso una rebelión abierta si mi pueblo decide que he perdido el juicio por haber engendrado un mestizo como mi heredero. Y más que eso... tú no vivirías para dar a luz al niño. Cada guerrero de mi raza volverá su mano en contra de ti cuando se sepa lo que llevas. Es probable que incluso la gente de Bardock, y ciertamente Articha y Turna, se volverían contra nosotros. ¡No voy a verte morir! —Él se quedó allí con el rostro duro y resuelto, listo para combatirla hasta la pared con la lógica de sus palabras, listo para darle órdenes como no lo había hecho en... en un tiempo muy largo.

Pero ella asintió con la cabeza en comprensión, todavía fría y distante, los hilos del lazo invisible se quedaron en silencio e inmóviles, diciéndole nada, solo que sostenía su corazón separado de él a pura fuerza de voluntad.

—Lo entiendo —susurró Bulma—. Me encargaré de todo esta noche. —Se dio la vuelta y se fue hablando en voz baja, sin detenerse—. Disfruta del festival, Oujisama —dijo distante. Lo dejó de rodillas, demasiado aturdido para hablar o seguirla. Y ella no miró hacia atrás al irse.

Los días que siguieron fueron un completo borrón rojo. Él sabía que debía añadir los toques finales para asegurar una protección secundaria alrededor del generador del escudo, pero no tenía ningún recuerdo claro de los detalles. La villa estaba demasiado tranquila y silenciosa como una tumba por la noche.

Bulma bloqueó el centro médico dos días más tarde, reforzándolo y sellándolo en estricta cuarentena ahora, guardándolos bajo llave de la luna, incluso del aire de encima el cual llevaría los olores enloquecedores de la sangre, la batalla y el sexo pronto. De su mujer llegaba nada más que ominoso silencio y no necesitaba que un subalterno médico en enlace de video le dijera que la doctora Briefs estaba ocupada en ese momento para saber que él había sido... dejado fuera. No podía sentirla, ninguna parte de ella, excepto una sensación, una imagen mental casi tangible de una puerta cerrada y atornillada que descargaba una fría ráfaga de hielo cada vez que su espíritu se acercaba.

Estaba bien vigilada, por lo menos. Había mandado a Bardock, a su escuadrón y en el último momento, a Rikkuum para entrar en el claustro con ella, para que conservaran el orden entre los mocosos de mayor edad demasiado viejos para las vainas de incubación y la mantuvieran a salvo de cualquier contratiempo que pudiera ocurrir en presencia de tantos sobreexcitados niños saiyayíns.

El dolor, el adormecimiento, el impotente vacío de incomprensión de la rapidez con que todo se había ido al infierno entre ellos, se acostaba con él cada noche y preocupaban todos sus pensamientos por el día. No es que estuviera pensando demasiado claramente los últimos días antes de la salida de la luna. ¡Pero no podía haberla dejado que se quede con el niño! ¡No podía! Hacer eso sería destruir todo lo que habían luchado por salvar y condenarla a ella y al niño a una muerte violenta a manos de su propio pueblo, tarde o temprano.

A medida que los días iban extendiéndose a semanas sin una palabra de su mujer mientras la temporada de la luna se acercaba, se desmenuzaban los bordes de su cordura, convirtiendo el dolor y la pérdida en ira; una dulce y ardiente anticipación del festival empezaba a apoderarse del primer plano de sus pensamientos.

Ocho días antes de la salida de la luna, su padre lo llamó a una audiencia privada que salió... mal. Vegeta se sentó delante del hombre de más edad con los ojos enrojecidos, endurecido por el esfuerzo que le costaba simplemente concentrarse. El rey parecía más tranquilo, sus ojos aún eran negro carbón y sus manos todavía estaban firmes. La luna siempre tomaba al hombre entre sus dientes con menos violencia.

—La mujer de Chikyuu —dijo Ottoussama en tono áspero.

—Ahora no es el momento para esta conversación, Ottoussama. —Vegeta lo interrumpió con una voz baja y tensa, la imagen de la sangre de Bulma sin uñas en sus pequeños dedos saltó a los ojos de su mente, forzándolo a apretar las manos... para que él no las envuelva alrededor de la garganta de su padre.

—¿Sabes cómo la llaman a lo largo de toda la capital, muchacho? —Ottoussama continuó como si no lo hubiera oído, como si no sintiera el aumento de la ira de Vegeta—. ¡La "Saiyayín no Ojo"! Eres el héroe de la jornada de hoy, pero la opinión pública es una amante inconstante. Por ahora, miran tu devoción a la muchacha como una diversión indulgente, pero pronto llegará a ser evidente que ella es más que una pasión excéntrica y que no tienes planes de apartarla. Nunca. —Vegeta lo miró fríamente, sin contradecir esa verdad. Su padre pronunció un gruñido irritado—. Tu pueblo no ha olvidado que tu salud mental estaba en duda, y que tu rango y tu título fueron despojados de ti hace solo unas pocas semanas. ¿Qué vas a hacer cuándo empiecen a susurrar qué la "Saiyayín no Ojo" es la verdadera heredera de mi trono?, que ella controla tu débil y rota mente, y gobierna a través de ti como…

—¡¿Qué quieres, anciano?! —Vegeta gruñó poniéndose de pie y se inclinó hacia el rostro de su padre, sus ojos rojos ardieron criminalmente en la mirada negra del anciano.

—Ve a verla —dijo Ottoussama en voz baja—. Ahora, esta noche. Rápido y sin dolor mientras duerme.

El silencio se extendió entre ellos, frío y mortal.

—No esta noche, padre —susurró Vegeta finalmente—. Jamás.

—Nunca leíste el informe del arresto que te envié —le espetó su padre—. ¡Distánciate del hecho de que la muchacha es tu posesión más preciada y piensa como un rey! Tu antiguo chef era un operativo de alto rango de la Red Roja. Tus criadas de la cocina eran informantes de alto nivel, pasaban información a Zabón y a través de él a Jeiyce. El rashaiyín enviaba notas y registros robados del consejo, planes de guerra y los movimientos de la flota al príncipe rojo incluso después de que comenzó a viajar por el imperio como parte del cuerpo moral. ¿A través de las esclavas de la cocina? Tal vez... pero el año antes de que te marcharas para ir a la guerra, ¿quién tenía el mejor acceso a tus efectos personales?, ¿quién tenía la mejor razón para odiarte a ti y a cada saiyayín vivo de todos los esclavos en tu hogar? No creo que ella fuera una sirviente de los rebeldes por mucho tiempo. Pienso que el ataque contra Arbatsu la desilusionó hacia ellos y el regalo que le hiciste del hijo de Bardock selló su lealtad hacia ti para siempre. Y ahora. —Su padre resopló—. Está tan perdidamente enamorada de ti como tú de ella. Pero estuvo dentro de sus filas en un momento dado y conocía a Zabón por lo que era. ¿Quién podría haber advertido a Zabón, y por lo tanto a Jeiyce, de la purga de Shikaji? No las criadas. ¿A quién se lo contaste antes de que te fueras Saiyayín no Ouji?, ¡¿quién fuera del consejo real lo sabía?!

Vegeta sacudió la cabeza.

—¡No... no! ¡Usted está deduciendo demasiado! El espionaje y… y los pilotos madrani y la tecnología que volaron los portatropas y... —¡Él no quería, no podía tener esta discusión ahora! Apenas era capaz de pensar con coherencia, por no hablar de la lista de las docenas de posibles filtraciones que rodeaban el asalto a Shikaji que no apuntaban a su mujer—. Más tarde... —Se las arregló para decir—. Hablaremos de esto después...

—Más tarde, entonces —gruñó Ottoussama en el silencio acribillado de tensión—. Cuando estés pensando con más claridad.

En vísperas de la salida de la luna, se sentó en su silla junto a la ventana que daba al oeste, contempló el sangrante atardecer y gruño en voz baja como un animal en las primeras etapas de la rabia. Pensó en su rostro... frío y hermoso cuando ella se quedó parada odiándolo por escoger su seguridad, su vida, sobre la de su hijo.

Y allí estaba, preciosa y serena, un océano de tristeza sin fondo se hundía en el azul de sus ojos. Ella tomó su mano temblorosa en silencio y la puso a un lado de su rostro. Su mente y su corazón estaban todavía en una excluida y opaca bóveda cerrada contra él, pero sus ojos permanecieron... apacibles, sin dudas ni reservas, cuando presionó sus labios contra los suyos.

Mujer... —Él gruñó en voz baja a través de los dientes apretados, demasiado agudos—. Te tienes que ir... por favor... —Pero sus manos ya estaban llegando por ella. Bulma se derritió contra su cuerpo en un ajuste perfecto y suave contra su dureza.

¡Yo tenía que verte! —Ella respiró contra su boca—. Tenía que… abrazarte otra vez... ¡Oh, Kamisama, ayúdeme. Te amo, no puedo dejar de amarte!

Él no respondió. La levantó del suelo con ambos brazos y la llevó al dormitorio.

La observó hasta que ella se perdió de vista, el inquietante compás de su dulce canto fúnebre seguía resonando en sus oídos. Su corazón quedó atrapado en su garganta y su estómago se enredó en un retorcido nudo. ¡Tonto! ¡¿Por qué no la había rechazado ayer por la noche?!, ¡¿por qué?! ¡Haberla llevado a su cama en la misma víspera de la salida de la luna era algo más allá de imperdonable!

Pero todo estaría bien de nuevo. Te amo, le había dicho. ¡Kamisama ayúdame, no puedo dejar de amarte! Se necesitaría mucho tiempo para que las cosas funcionen bien entre ellos otra vez, pero... Te amo, Vegeta... Era suya y seguiría siéndolo, su rabia estaba olvidada, aunque no su pena. No la había perdido a ella ni a su corazón. Quería gritar al cielo de alegría, incluso a través del horror de lo que le había hecho.

Hoy comenzaría el festival con la ejecución del príncipe rojo al atardecer y con ese primer derramamiento de sangre victorioso, la temporada de la luna iniciaría. Un día alegre, pensó cerrando los ojos; su pecho vibraba mientras él ronroneaba suavemente y volvía a ver la imagen de pesadilla de las heridas y marcas de garras que había puesto en el cuerpo de Bulma.

¡Maldiciónmaldiciónmaldición! ¡¿Por qué ella había venido anoche?!

Pero no existía ninguna razón para reinar en la aflicción o el arrepentimiento o… o en cualquier cosa hoy, ¿verdad? Hoy no. Esta noche la luna llegaría y él entraría en rabia, y rugiría a los cielos de color rojo sangre y ¡sería bueno!

Voló sobre la capital, sus ojos pasaron rozando a través del desbordante puerto espacial en el borde de la costa. Algunos de los recién llegados se habían apiñado en la misma pista de aterrizaje. Todos los hijos de Vegetasei que pudieron encontrar los medios para volver a casa regresaron para el centenario de su padre y la llegada de la luna. La ciudad estaba en calma de manera inquietante. Todos los servicios de guardia y cuarteles, todo el trabajo y la formalidad de cualquier tipo fue dejado de lado por las próximas tres noches, con la única excepción de aquellos guerreros que habían sido seleccionados cuidadosamente para proteger el generador del escudo. Todo el mundo se hallaba en el interior de un sueño intranquilo ese día, luchando contra el creciente impulso de cambiar hasta que comenzara la celebración. Él giró en el aire y bajó en picada de regreso hacia el palacio. Las calles de la ciudad estaban plagadas con los cuerpos de los heridos que habían tomado lo peor de alguna lucha o pelea durante la noche. Ellos yacían en su propia sangre, desatendidos, cuidando de sus heridas lo mejor que podían. El centro médico era una fortaleza blindada ahora y ninguna ayuda o asistencia vendría de los curadores en el interior hasta que la luna hubiera pasado. Él nunca ni una sola vez en su vida pensó en cuestionar esto, reflexionó oscuramente, pero... tanta sangre saiyayín había sido derramada en los últimos tres años y ahora iban a celebrar la victoria matándose entre sí. Sacudió la cabeza con un suave gruñido para tratar de aclararla y se secó el sudor del rostro. El calor aumentaba a un ritmo constante, quemando dentro de su piel, incluso con el viento fresco azotándolo mientras volaba.

Sabía que era un tonto por estar al aire libre antes de caer la noche, pero había algo que necesitaba hacer. Tenía preguntas que debía formular a su enemigo y esta noche sería demasiado tarde.

La ruta que tomó a través de los pasajes del palacio hacia el nivel más bajo de los calabozos reales era una mancha tenue, pero con cada piso que descendía, sentía que su mente se aclaraba un poco más. Los guardias delante del campo de estasis de energía estaban serenos y lúcidos, sus ojos negros se veían despejados de la demencia lunar, a pesar de que parecían estar tan empapados en su propio sudor como Vegeta. Solo era ligeramente más fresco aquí, incluso hasta muy por debajo de la tierra.

—¿Te sientes un poco alterado hoy, muchacho? —le preguntó Jeiyce usando un tono cordial. El bastardo se hallaba descansando en el interior de su celda, solo a unas pocas horas de su horrible y violenta ejecución, y no mostraba ningún interés, ninguna expresión que no sea su habitual sonrisa fácil.

—Es casi el mediodía, príncipe de Maiyosh —dijo Vegeta con gravedad—. En siete horas arrancaré el corazón de tu pecho y me lo comeré, luego tiraré tu cadáver a mis nobles y devoraran lo que quede.

—Digno de tu parte matarme primero —murmuró Jeiyce.

—Hay dos cosas que me gustaría saber. Si me dices la verdad, te juro como Saiyayín no Ouji, que muy pronto será rey y por mi honor como guerrero de Vegetasei, que perdonaré la vida de todos los no combatientes y los niños de tu raza cuando sean encontrados. Pueden vivir atados a su planeta y sin ser molestados en los lugares en que los has escondido, siempre y cuando nunca levanten un puño de nuevo contra el imperio. Tú morirás, tu guerra será perdida, pero tu pueblo vivirá.

Jeiyce ya no sonreía, en lugar de eso lo miró con un pronunciado y cauteloso ceño fruncido. Él conocía lo suficiente de las leyes y las costumbres saiyayíns para saber cuan vinculante sería tal juramento por parte de Vegeta.

—Solo por el bien de la discusión —dijo en voz baja—. ¿Qué dos cosas te gustaría saber?

—¿Dónde está Dodoria?

—Ah. —Jeiyce sonrió—. Supongo que quieres arrancarle el corazón también. Me parece justo, pero no tengo ni idea. Estaba en Tsirusei y salió a toda prisa después de tu llegada. Tenía una cita para entregar un buen número de paquetes a nuestro amigo en común Zabón. —La sonrisa del maiyoshyín se amplió—. No te preocupes. No sé donde está Dodoria en este momento, pero sé que tiene planes de visitarte muy pronto.

—¿Aquí en Vegetasei? —cuestionó Vegeta con una sonrisa forzada—. Debe estar muy ansioso por morir.

—¿Siguiente pregunta? —Jeiyce solicitó amablemente.

—¿Quién es el Amo de la Tecnología? ¿El hombre que construyó las cápsulas de miniaturización, los escudos de invisibilidad y los ki-asesinos?

—Una vez más, no tengo idea. —Jeiyce se inclinó, miró el húmedo rostro de Vegeta y sonrió un poco—. Zabón fue mi intermediario. El bastardo testarudo nunca nos dio el nombre ni la ubicación del ingeniero, incluso después de que el remilgado pequeño sabelotodo se retiró y dejó de fabricar nuevas armas. El Amo de la Tecnología podría ser cualquiera, podría haber sido el novio madrani de Zabón por lo que sé. ¿Cómo va esa fiebre, príncipe de Vegetasei? ¿Sigue en aumento?

—¡¿De qué diablos estás hablando?! —espetó Vegeta. El hombre sabía más que eso. ¡Él debía! Estaba mintiendo como un…

—Dodoria dejó Tsirusei con un cargamento de paquetes para Zabón y su célula de espías —dijo Jeiyce despacio—. Todos tienen escudos camuflados especiales de larga duración que les permiten moverse durante semanas seguidas sin ser vistos y enmascara su ki también. Saiyayín no Ouji, Zabón de Rashayyasei trajo un regalo a Vegetasei y a todos sus hijos: la plaga tsiruyín.

—Que... —siseó Vegeta. Aún temblando por el calor empalagoso, trató de asimilar las palabras del hombre.

Una suave risa de la que están hechas las pesadillas se expandió fuera del escudo de estasis.

—Es parte de la razón por la que nos instalamos en Tsirusei en primer lugar. Hemos restructurado el error de programación que mató a los tsiruyíns, chico, y lo rediseñamos especialmente para la raza saiyayín. Si bien he tomado unas merecidas vacaciones en estas últimas semanas, Dodoria y Zabón han estado ocupados como insectos de colmena, asegurándose de que todos los planetas conocidos en el espacio infestados con tu especie hayan sido rociados a fondo con el virus al mismo tiempo. Es también muy desagradable, Vegeta. Hemorrágico. Ha venido incubándose dentro de toda tu raza por veinte días. Programamos la liberación de las bombas pesticidas de manera que tendríamos un regalo especial para darle a tu padre el día de su centenario. Y debido a la llegada de la luna, nadie en Vegetasei lo pensaría dos veces cuando empezaran a mostrar los síntomas. ¿Inteligente, eh?

—¡Tú mientes! —Vegeta cerró de golpe ambas manos contra el campo de fuerza de estasis con un rugido de rabia. ¡Era una mentira! La tonta fantasía desesperada de un hombre muerto.

—Tu pueblo empezó a morir ayer por la noche y nadie lo notó —canturreó Jeiyce—. Cualquiera que haya visto los cadáveres en público solo los tomaron como las primeras bajas de la temporada de la luna. Si no me crees, muchacho, vuelve a subir y mira a tu alrededor. Pero hazlo rápido, la plaga golpea como una ráfaga de ki, todos a la vez. Para el momento en que los sudores de la fiebre comienzan solo tienes una hora más. Sube, príncipe de Vegetasei, eres el más fuerte de tu raza. —Jeiyce rio de alegría—. Lo más probable es que dures el tiempo suficiente para ver a todo tu planeta morir antes de ti.

Él tembló como una hoja por el esfuerzo que le costaba no matar al hombre que tenía delante. Pero un instinto profundo, la mirada atestada de terror de su propia imaginación que podía visualizar su planeta ardiendo, su pueblo cazado y asesinado como insectos, su mujer y todos los que valoraba muertos, le aseguró a Vegeta que la muerte sería una misericordia para este hombre. Era lo que Jeiyce quería. Se giró y se abalanzó en el ascensor hacia la superficie, apartando su mente de los febriles rostros enrojecidos de los guardias de Jeiyce.

¡Era una mentira! ¡Una mentira, una mentira!

Golpeó el rellano cuando el ascensor redujo su marcha a un alto y se apresuró por el palacio, sin pensar, sin cuestionar hacia donde sus pies lo llevaban hasta llegar a su destino; no miró a cada lado para notar el caliente silencio sepulcral y los vacíos e inmóviles pasillos hasta que tropezó con los cadáveres rígidos, salpicados de sangre de los guardias de élite que habían estado de pie fuera del ala privada de las habitaciones reales. Nadie notaría la sangre hoy o pensaría siquiera en preguntarse por qué el rey todavía no se había levantado hasta bien pasado el mediodía...

¡Nonono!

Arrancó la puerta de sus bisagras y rastreó con los sentidos nublados por la presencia que conocía tan bien como su propia firma ki. Él estaba parado en el umbral de la habitación de su padre, temblando como el pequeño niño que había estado de pie en ese lugar hace años, a la espera del castigo por algún berrinche o mal comportamiento. Se abrió paso por la puerta oscilante al dormitorio, maldiciéndose por un cobarde escalofrío...

—Ottoussama —dijo Vegeta con una notable voz firme. Se sentó en la silla al lado de un escritorio, un testimonio al axioma de que ser rey y dormir nunca se llevaron bien. Una ola de terror surrealista lo inundó, una agitada negación de lo que sus ojos estaban viendo... y todo lo que significaba.

El rey de Vegetasei nunca logró salir de la cama. Él… él debía haber comenzado a desangrarse mientras dormía y despertó demasiado débil para moverse o pedir ayuda.

—¿Muchacho? —murmuró el hombre muerto con un infernal eco agrietado de su profundo y áspero retumbar.

—Estoy aquí, padre —susurró Vegeta.

—Veneno... —continuó Ottoussama—... Mala muerte para un guerrero... astuto maiyoshyín... finalmente me atrapó.

Vegeta no dijo nada. Dioses de las pequeñas misericordias, ¡déjenlo morir creyendo eso!, sin saber que… que toda su raza estaba… estaba…

—He vivido mucho tiempo... —Vegeta-ou se atragantó y escupió espesa sangre negra, sangre del corazón—. Preferiría haber muerto combatiendo... un hombre no puede tenerlo tod... —Una mano manchada de rojo agarró a Vegeta, el marco entero de sus gruesos músculos convulsionó debido al esfuerzo mientras luchaba por su último aliento ahogado en su sangre—. ¡Tú... me hiciste sentir orgulloso, muchacho! Muy orgullos...

No sonaron trompetas, los cielos no se desplomaron, ni el llanto ni heraldos saludaron el paso de Vegeta, Saiyayín no Ou, emperador por su propia fuerte mano sangrienta de toda la galaxia. Él simplemente murió.

Vegeta se escuchó a sí mismo hacer una especie de suave lamento desgarrado. La habitación estaba girando en un torbellino escarlata de horror. ¡No podía ser! ¡No todos en Vegetasei... no todo el mundo! Se lanzó a través del techo con un grito de negación y voló a una altura baja por la ciudad, miró con nuevos ojos y vio los cuerpos esparcidos por las calles, doblados en poses de desgarradora agonía en su rigor. La sangre... la sangre se parecía a nada más que algunos poco débiles que habían sido lo suficientemente tontos como para dejarse abatir a golpes. No fue consciente del momento en que la realidad lo golpeó con todo su peso y con su horrible escala ineludible. No supo cuando comenzó a gemir como una sombra enloquecida de dolor, por su padre, por su pueblo, por su planeta y se desgarró en ardientes círculos sin rumbo en una amplia rueda en llamas por encima de la capital para dar paso a la trasformación con un grito sollozante de furia que creció a un rugido monstruoso. Y debido a eso, no vio el haz de luz que lo derribó.

Estaba tumbado sobre su espalda, sin atar, en una suave cama de hierbas. Había un penetrante dolor ardiente punzando por su columna vertebral debido a la herida en carne viva donde estuvo su cola. Su cola...

Una mano lo golpeó fuerte en el rostro y se estremeció, sus entrañas se retorcieron como un nudo de víboras enroscadas y escupió una bocanada de burbujeante sangre coagulada. El sol había cambiado de lugar para sumergirse por el oeste desde que se desplomó. ¿O alguien lo derribó? La memoria se revirtió sobre él, sollozó débilmente y trató de levantarse. Un tacón lo empujó hacia abajo. Se dejó caer hacia atrás, jadeando. Su sangre estaba en llamas, hirviendo dentro de sus venas como lava esparciéndose a través de una fisura en la tierra, asfixiando su corazón con cada latido. Poco a poco se centró en el rostro que se cernía sobre él.

—Jeiy... Je...

—No te mueras aún, Vegeta. —Jeiyce le sonrió.

—Él no está ni siquiera cerca de expirar —dijo otra voz familiar. Zabón—. Tenga cuidado, mi señor, luce de lo peor, pero la mayor parte de eso es por el cañón y por haber sido golpeado salvajemente después de que le arrancamos la cola. Sigue siendo fuerte.

Yacía en el centro de una creciente legión de guerreros alienígenas y esclavos, hombres y mujeres de todo tipo, de todas las razas. La suave pendiente de hierbas de la colina era una que conocía bien, una serie de riscos verdes en el borde sur de la capital que miraban a través de un desfiladero del valle forestal a las blancas y brillantes paredes del centro médico.

Bulma...

—Ya ha comenzó a desangrarse, Zabón. —Jeiyce no estuvo de acuerdo—. No volverá a ponerse de pie. Nunca. Su fuerza es una maldición en este caso, tardará mucho tiempo en morir.

—No podemos penetrar el escudo con los cañones ni con ráfagas de ki, mi príncipe —gritó alguien—. ¡Y si enviamos a los hombres más cerca de medio kilómetro, el campo reactivo los freirá!

—Perra. —Jeiyce maldijo—. Pónganla en videoconferencia.

—Bul... —Vegeta gimió con voz agrietada.

—Ella está bien —le contestó Zabón—. ¡Pero por el momento, está siendo un obstinado dolor en el culo!

Cuánto tiempo... Cuánto tiempo desde que ella había bloqueado el centro médico ... ¡Oh, Dioses, sí! Zabón y sus legiones de asesinos invisibles habían liberado el virus hace veinte días ¡Pero el centro médico fue puesto en cuarentena hace veintiocho días! ¡Con casi treinta mil niños saiyayíns dormidos debajo, aislados y no infectados! ¡Treinta mil!

—¡Esto no ha terminado hasta que rompamos los sellos y nos hagamos cargo de todos los pequeños monos dentro! —gritó un hombre—. ¡Se volverán en contra de nuestros nietos si dejamos que se los lleven, mi príncipe!

—Nadie va a huir de una purga completa —le aseguró Jeiyce—. Si ese pusilánime namekkuseiyín no nos hubiera delatado…

—¡Ella está en video! —comunicó la voz de un informático.

—Toc, toc, encanto —dijo Jeiyce con una suave amenaza—. Déjanos entrar o volaremos este planeta por debajo tuyo.

—No queremos hacerte daño a ti o a tu personal, Bulma —aseveró Zabón lleno de ansiedad—. Nosotros solo…

—¿Quieren entrar y matar a todos los niños? —La voz de Bulma era como una navaja de afeitar tallada en hielo—. ¡Váyanse a la mierda los dos! Disparen con lo que quieran al escudo hasta que caigan muertos de vejez. No tienen ningún arma que pueda hacer frente a la mía, ambos deben saberlo mejor que nadie.

—Bulma… —La voz de Zabón sonaba tensa, como un hombre que era arrancado lentamente a la mitad por dos lealtades divididas.

—¡No me digas Bulma, maldito asesino de bebés! —siseó ella—. ¡Scopa está en el cielo ahora maldiciéndote por lo que has hecho!

—¡Scopa está en el cielo debido a esos feroces monstruos asesinos cuyos mocosos estas protegiendo! —Zabón escupió—. ¡Fue el mejor hombre, el más amable, el alma más bondadosa que cualquiera de nosotros haya llegado a conocer y ellos pagaron todas sus buenas acciones rompiéndolo en pedazos! Ellos… ellos… —El hombre de piel azul se apartó de la videoconferencia y se dio la vuelta asfixiándose por el odio y el dolor.

—Bien —dijo Jeiyce, sin ninguna señal externa de pesar—, pero los tendremos, señora, por las buenas o por las malas. —Apagó la transmisión de golpe y bajó la mirada hacia el técnico en el pequeño campo de comunicación de la consola—. ¿Alguna palabra de nuestro hombre en el interior?, ¿todavía sigue vivo?

Él técnico sonrió y presionó un antiguo modelo de audífonos de comunicación binaria en un oído.

—No ha sido capaz de hacerse cargo de los chiquillos, por alguna razón... —Se detuvo para escuchar—. Está en el servidor del escudo en este momento... ¡dice cinco minutos!

Bulma...

Vegeta apretó los ojos contra la creciente sensación de... de plétora detrás de estos, era una presión cada vez mayor que parecía alimentarse de la fiebre que desgarraba su cuerpo a paso lento desde el interior. Empujó el borde saturado con calor de su conciencia a través de las cuerdas enlazadas demasiado profundo del vínculo que era algo menos que un enlace lunar, pero mucho, mucho más profundo de lo que debería haber sido.

¡Bulma!

¿Ve…Vegeta? Débil y vacilante, pero ella estaba allí.

¡El escudo alrededor del centro médico! ¡El servidor! ¡Jeiyce tiene un hombre en el interior del centro médico, Bulma! ¡Él está a segundos de sabotear el escudo!

Oh, Kamisama... ¡es Hiru! La sensación de su voz era estridente y aterrada. ¡Bardock! ¡Toma! ¡Rikkuum! Vegeta dice que Hiru está en el servidor del escudo! ¡Él… él va a…

Una onda de choque ensordecedora estalló sobre el pequeño ejército en la loma mientras sus cañones de pulso disparaban a quemarropa sobre el centro médico al unísono.

—El escudo esta... —El técnico comprobó su escáner—. ¡Lo ha hecho! Hiru lo alimentó con algún tipo de virus. ¡Está debilitado!

¡No! La voz de Bulma en su cabeza. No...

—¡Vuélenlo de nuevo, muchachos! —gritó Jeiyce.

—Bulma... —Vegeta gruñó al hombre de piel azul que se colocaba por encima de él—. ¿Tu amiga?

—Sí. —Zabón pareció ver a Vegeta por primera vez cuando las palabras lo empujaron fuera de sus propios oscuros y torturados pensamientos—. Ella era mi amiga. Es una valiente y buena mujer, y tú la convertiste en una esclava y una puta. Se merecía algo mucho mejor que eso de ti, bastardo.

—...Podría decir lo mismo... Scopa... habría estado... orgulloso de ti... asesino de niños.

Una bota se estrelló en su estómago con la fuerza para romper huesos.

—¡No digas su nombre, pedazo de mierda! ¡No te atrevas!

Otra explosión atronadora se oyó cuando los cañones dispararon de nuevo.

—¡No lo mates todavía, Zabón! —gritó Jeiyce—. No hasta que vea la caída del centro médico. ¡No hasta que él y yo estemos a mano!

¿Es muy grave, niña? La voz de Bardock estaba diciendo.

¡Puedo estabilizarlo!, pero necesito unos minutos... oh, Dioses, solo un par más.

—Incluso... —El puño de Vegeta atrapó el tobillo del rashayyayín—. ¡Bulma... y... Romayn... Jeiyce tiene la intención de matarlos... en pago por... la muerte de su mujer y su hijo!

Los ojos dorados del hombre parpadearon de duda.

—Bulma no será lastimada y Rom-kun... —Él tropezó con el nombre del niño—. Yo… yo no lo puedo ayudar —dijo en un tono triste—. Pero Bulma…

—Bulma —Jeiyce lo interrumpió con frialdad—. Debió haber pensado en las consecuencias antes de que traicionara a la Red Roja, por desgracia para ella ¡no concederé clemencia a los colaboradores! —La multitud de rebeldes reunidos rugió de acuerdo, eran una turba olfateando la sangre cuando otra ráfaga de disparos llovió sobre el escudo y pareció colapsarlo esta vez.

—¡Dijo que sería dejada en paz! —Zabón se desplazó hacia él, súbitamente estuvo cara a cara con su príncipe y agarró al hombre más pequeño por los antebrazos—. Me juró que ella sería…

Los sonidos de la escalada de gritos y maldiciones de los dos hombres estaban siendo ahogados por un trueno rítmico que sonaba en los oídos de Vegeta y golpeaba dentro de su pecho. Eran los latidos de su corazón.

Bulma...

¡Oh, Dioses, Vegeta! Una sensación de enloquecido y furioso esfuerzo. ¡No vamos a lograrlo! ¡Necesito más tiempo para arreglar lo que ha hecho! Oh, Dios, oh, Kamisama... ¡Van a matar a todos los niños!

Vegeta yacía de espaldas olvidado por la lucha entre Jeiyce y Zabón, por el furor de los hombres cebando sus cañones para el golpe que rompería el escudo del centro médico como vidrio quebradizo.

Cuando hayas visto a tu mujer arrastrada por el cabello y violada hasta la muerte, Jeiyce había dicho. A tu hijo adoptivo tomado por los talones y su cerebro estrellado... ¡Entonces tú y yo estaremos a mano! ¡No antes!

¡Bulma, Romayn... su pueblo, sus planetas, su padre, su… su todo!

—¡No estaremos a mano! —susurró Vegeta con los ojos muy abiertos y carmesís, enganchando entrecortados jadeos de húmeda y dificultosa respiración. Él sonrió a través de los colmillos al orbe rojo que se levantaba sobre las colinas al este, ahogando la imagen de todo lo demás en los cielos. ¡Tontos... por pensar que tomar su cola tendría importancia ahora que la luna había llegado!

Su espalda se arqueó en agonía y sus ojos ardieron con su propia sangre, llenos de la luna, la roja y gloriosa luna, que borró un tercio del cielo nocturno mientras se elevaba. Sintió una llave de sacudidas como si su columna vertebral estuviera siendo arranca a través de su espalda... y su cola volvió a crecer.

Él se levantó como un volcán en erupción y se transformó en la bestia de colmillos y garras filosas que estaba en celo por la temporada de la luna, no ózaru aún ni del todo un hombre. Dispersó a los rebeldes a su alrededor en todas las direcciones como hojas muertas volando antes de que los vientos de una tormenta se avecinara hacia ellos, lamentándose con un rugido ensordecedor por la pérdida, la furia y el dolor. Algo se rasgó dentro de su pecho, dentro de sus entrañas y se rompió detrás de sus ojos. Era una fractura en su personalidad, más profunda y más mortal que cualquier profunda tortura que Jeiyce jamás consiguió sondear. Podía sentir algo deslizarse de su agarre, algo fracturándose irremediablemente en su alma. Eran demasiadas cosas perdidas en un tiempo muy corto.

Y se rompió una segunda vez en su vida. No por la agonía, no por la desesperación flotando en el interior de una tormenta creciente de energía. No por la gloria o por la venganza... sino porque no podía perder. La última lección de la realeza, un llanto, una epifanía amarga y una verdad que Jeiyce y sus rebeldes habían olvidado, que un hombre que lucha por su propio odio y venganza nunca será tan fuerte como un hombre con algo que perder. Un hombre protegiendo todo lo que le importa en el universo. Todo su ser estaba prendido en fuego, su sangre, su cuerpo, su cerebro, bañándolo en una llama de color ámbar de energía, ardiendo dentro de una aureola dorada que iluminó el profundo cielo rojo del brillante anochecer como si fuera el amanecer. Él hizo añicos los cañones que rodeaban la fortaleza sitiada y sintió la fiebre en su cuerpo saltar aún más alto, como los fuegos de una estrella moribunda, ardiendo más resplandeciente justo antes de desfallecer...

Super saiyayín... Bardock dijo en voz baja, haciendo eco a través del filtro de la mente de Bulma, lleno de temor y esperanza. Él nos salvará en la hora de nuestra mayor necesidad...

Desgarró y aplastó armas y carne en una cegadora estela de rápidos golpes relámpago... no eran rival para él. Podía sentir algo rasgándose, algo derrumbándose mortalmente dentro de su cabeza. La sangre fluía libre por…por todas partes, el signo de que al fin el virus lo había capturado en sus mortales y fríos brazos.

¡Eso es! Bulma estaba gritando en éxtasis. ¡Lo hice! ¡Está de nuevo en línea, es…oh, Dioses; Vegeta, Vegeta...

Bul...

La noche roja presionó sobre él y lo derribó. Mientras giraba descendiendo, se impulsó con una última ráfaga de fuerza al mejor lugar, el único lugar de Vegetasei donde deseaba dormir la muerte.

Despertó en la tenue luz con su rostro y su cabello empapados de fresco roció, la niebla de la mañana se aferraba a las colinas que rodeaban su villa, enhebrada a través de la hiedra rastrera y las rosas chikyuuyíns de tono sangre que yacían a su alrededor, su dulce aroma estaba suspendido como una gruesa capa en el fresco aire de la mañana. Olía a otoño. El calor debió haberse roto finalmente durante la noche. Si debía morir, no había un lugar más refinado donde caer que ese jardín...

La suave almohada bajo su cabeza se movió y cálidos labios tocaron su boca ensangrentada, cabello de seda azul rozó su rostro mientras se inclinaba sobre él. Intentó hablar para preguntarle si ella era un sueño. Trató de mover la boca, pero no pudo. Estaba agotado.

¿El centro médico?

—El escudo está en su lugar —respondió Bulma y sonrió con tristeza—. Lo hiciste, Vegeta... nos salvaste. Tu pueblo vivirá gracias a ti. —Ella puso los dedos sobre sus labios cuando se esforzó por hablar—. Shhh... no tengo mucho tiempo. Ellos... ellos volaron una sección de tierra debajo del generador del escudo antirradiación para que golpeara la barrera del escudo interior. El escudo antirradiación desapareció y los refuerzos de Jeiyce llegarán en cualquier momento. Escúchame... Nail era de la Red Roja, pero cuando se enteró del virus me advirtió. Solo nos enteramos de las bombas de la plaga luego de que habían liberado el virus en todos los planetas del imperio, pero fue después de que sellé el centro médico en cuarentena, por lo que nadie en el interior fue expuesto. Tengo una vacuna, Vegeta, para todos los niños, para Bardock y tu pueblo, para Articha y Turna y todas las niñas en sus naves si podemos encontrarlas antes de que queden expuestas. Pero solo funcionará si aún no lo han contraído. Esto no puede ayudarte... —Su voz sonaba mesurada y tranquila mientras hablaba... demasiado tranquila. De pronto se dio cuenta que ella estaba reviviendo la muerte de su planeta natal, incluso cuando se afligía por este planeta de enemigos que había empezado a llamar hogar. Esos brillantes ojos azules de cristal permanecían secos e impasibles mientras lo sujetaba, sentada en las ruinas de su jardín de flores. Él luchó contra cada evasivo titubeo de su propio corazón para evitarle lo que ella seguramente vería si se quedaba más tiempo.

Bulma, vete... no me veas morir...

—Tenía que decírtelo. —Ella continuó—. Tenía que hacértelo saber...

Vegeta empujó su enlace un poco más a través de la aturdida turbulencia de su pena y dolor por la muerte del planeta que la había hecho esclava, vio la totalidad de lo que era... y vio la puerta, esa puerta que había quedado excluida y atornillada cuando la hizo suya, incluso mientras ella le abría su corazón en todos los demás aspectos. Pero no existía una barrera ahora. Esa puerta se abrió a lo ancho...

Decenas de piezas de información se entrelazaron unas con otras y las vio unirse en su mente maltratada para decirle un secreto que no debería haber sido ninguna sorpresa. Ella había sido el ingeniero oculto de la Red Roja, el Amo de la Tecnología de Jeiyce. Era quien elaboró los planos y las meticulosas especificaciones técnicas para la fabricación de las cápsulas... de los escudos de invisibilidad... de los ki-asesinos. Había corrido con los brazos abiertos hacia los rebeldes durante el primer año como su esclava, casi desde el primer día en que la llevó a la capital.

Ella se apartó de la Red Roja con horror, tal como supuso Ottoussama, cuando vio de primera mano el uso que Jeiyce hizo de sus invenciones. Estas eran responsables de... Dioses, de miles de millones de muertes saiyayíns, eran responsables de su captura a manos del enemigo, eran responsables del ejército de espías que se trasladaron por casi todos los planetas saiyayíns sin ser vistos mientras liberaban la plaga que…

No...

Sí, por supuesto. Y aquí, mientras yacía enumerando sus últimos alientos, no podía apartar la mirada de la segunda verdad que vio. Sus manos estaban tan sucias con la sangre de su pueblo como las de ella. Si no fuera por sus propias acciones —la muerte de Raditz y el niño, los meses de ese primer verano cuando la había utilizado como un animal, rompiendo su cuerpo, aplastando su espíritu; si no fuera por el año que siguió cuando la había disfrutado como una cosa que poseía, consintiéndola y abusando de ella según sus infantiles estados de ánimo volátiles le dictaran— si no fuera por él, ella nunca habría forjado, sin saberlo, los motores de la destrucción de su planeta. Todo un imperio derribado en el espacio de un día. Muerto por la mano de Jeiyce de Maiyosh... muerto por la mano de Zabón de Rashayyasei... muerto por la mano de Bulma de Chikyuu... y muerto por la mano de Vegeta, el Saiyayín no Ouji.

—No...

—Oh, Kamisama... —gimió ella—. ¡No tenía la intención de que vieras eso! —Sacudió la cabeza lentamente y se limpió las lágrimas a punto de salir que rebosaban en sus ojos—. ¡No es tu culpa! ¡No lo es! ¡Yo lo hice! Fui estúpida y crédula. No sabía lo que harían con las cosas que diseñé... y confié en Zabón. Solo quería que los rebeldes pudieran defenderse... que fueran capaces de ocultar a sus familias con los escudos de camuflaje. —Suspiró como una mujer al borde de las lágrimas, pero aun así, no lloró—. Voy a salvar a los niños, Vegeta. La burbuja de protección alrededor del escudo del centro médico puede soportar incluso el estrés cuántico de la velocidad de la hiperluz. Tengo dos motores de transporte incorporados en las bases, en el punto focal del escudo. En una hora, voy a despegar el centro médico y lo conduciré como una nave a un nuevo planeta. A algún lugar donde nadie nos encontrará. No fue mi intensión que mi trabajo fuera utilizado de la manera en que Jeiyce lo hizo, Vegeta. Tengo cho-gugol por todo tu pueblo a causa de eso y no voy a defraudarlos, pero nada de eso es lo que vine a decirte.

Vio lo que había venido a decirle, acunado en su corazón como la cosa más preciosa en la creación... que sin duda lo era.

Nuestro hijo…

Bulma le acarició el rostro, ligera como una pluma, su voz todavía sonaba suave.

—¿De verdad creíste que te dejaría matar a otro hijo mío, Vegeta?

Él se estremeció en sus brazos, se desplazó débilmente y trató de moverse, trató de escapar de la fuerte ráfaga helada de odio, de traición y de los gritos de dolor por el amor que sintió por él. El amor que desgarró en pedazos sangrientos el día en que ella le reveló que había engendrado un bebe en su interior, junto con una buena parte de su cordura. La dulce y cadenciosa canción que cantó esta mañana, la canción de cuna que le había cantado a su primer hijo después de su muerte, se hizo eco en su mente como un himno inquietante de tranquila locura. Ella permaneció firme y con la cabeza erguida a través de toda la larga lista de males que le había hecho... y la destruyó, al final, tratando de salvarla.

¡Yo te escogí, Bulma! ¡A ti por encima del niño... a ti por encima... por encima de todo!

—Siempre hay otra opción —dijo ella en un tono suave, implacable como el acero de adamantio—. Lo puse en una vaina de incubación y te dejé creer que lo había abortado. Le diré cuando sea mayor cuan fuerte y valiente fue su padre... y la forma en que murió para salvar a su pueblo. Él va a ser hermoso, Vegeta. Todo lo bueno de los dos y nada de lo malo. Quise que supieras de él, quise que supieras que algo de ti va a continuar, que no será como si nunca hubieras vivido. —Sus ojos azules eran fríos y distantes como las aguas congeladas que se extienden por debajo de un glaciar. Fríos e incongruentemente llenos de amor mientras lo miraba enloquecida. Ella acarició su frente y le sonrió con dulzura.

—Bajó tu fiebre. El virus... si eres lo suficientemente fuerte, puedes sobrevivir a él. A un precio. El edema cerebral y la hemorragia romperán y destruirán los centros de tu cerebro donde reside tu poder, tu ki. Si te doy suficiente sangre, sobrevivirías... pero vivirás el resto de tu vida sin poder.

¿Ella le estaba ofreciendo la oportunidad de morir con su planeta, con honor, como un guerrero, en lugar de vivir? El rey de un mundo muerto. Un ki… inferior y débil...

—Bulma... —le susurró, crudo y roto—. Viviré... llévame... Viviré. No me importa el… el… —Su mente se obstaculizó ante la sola idea de vivir sin ki, lisiado y débil, pero apretó los dientes—. Aprendí tarde que la mayor medida de la fuerza de un rey no está en su poder de pelea. Llévame al centro médico. ¡Voy a vivir para guiar a mi pueblo, viviré para ser tuyo, mujer, si es que podemos volver a hacerlo correctamente! Llévame de vuelta…

No —dijo ella con suave firmeza. Bajó la cabeza hacia la cama de flores espinosas, rojas como su propia sangre fresca, se paró por encima de él y miró hacia abajo a su agonizante rostro vuelto hacia arriba—. No puedo amarte más, Vegeta. No puedo tenerte en mi corazón y mi mente. Eso está acabando conmigo, un pequeño pedazo a la vez. Al fin me di cuenta cuando me dijiste que asesinara a nuestro bebé. Eso me está matando... y tengo que vivir para Rom-kun y nuestro hijo y todos los otros niños. Te amo... siempre te amaré. —Sollozó un diminuto pequeño ruido de asfixia, aunque sus ojos permanecieron secos—. Por lo tanto, tengo que dejarte morir. —Su mirada recorrió los restos de su jardín, la mayor parte había estallado por el calor y la fuerza de su caída—. Todas mis flores bonitas... —Sacudió las lágrimas de su rostro, casi ausente—. Las haré crecer de nuevo, siempre lo hago. —Luego ella bajó el brazo, tomó con calma el dobladillo de su traje y retiró suavemente la mano que lo agarraba.

El mundo nadaba en lágrimas por todo lo que se había perdido, arruinado y desgarrado más allá de la reparación o compensación. Y por el amor… loco e ilimitado y eterno, al igual que las almas gemelas de los guerreros enlazados por la luna, tal como ella había dicho que sería cuando clavó el cuchillo hasta el fondo atravesando su corazón y tomó su venganza. El amor que él no podía dejar atrás por todas las muertes y crímenes que había entre ellos. La amaría hasta que su propia alma se marchitara y muriera.

... Te amaré... por siempre... —susurró Vegeta.

Ella se inclinó y lo besó, profunda y cálidamente, como una promesa que nunca sería cumplida.

Te amo, Vegeta —dijo—. Te amo... —Se alejó muy despacio... y se fue.

Él permaneció por mucho tiempo deslizándose dentro y fuera de la conciencia, viendo el amanecer en el último día de su planeta, gimiendo en voz baja.

—Moriré ahora... moriré. —No había nada por lo que vivir. Nada en absoluto.

Una ráfaga de viento golpeó con fuerza y lo levantó en el aire.

Estaba tumbado sobre su espalda en un duro catre de cuartel, escuchando el bajo y uniforme zumbido de los motores de la nave. Un grande y ansioso rostro se inclinó sobre él, eran unas pesadas cejas bajo una mata de pelo color rojo brillante.

Rikkuum... —dijo Vegeta con una agrietada voz ronca.

Su señora afirmó que había muerto, pero yo sabía que no era así —le contó el hombre grande—. He visto esta plaga antes. No mata al más fuerte. Sé que hacer para que viva. —Él hizo un gesto al equipo de infusión por goteo torpemente clavado en el brazo del Vegeta—. He encontrado algunos otros vivos, también.

Vegeta no respondió, se limitó a mirar al gigante guerrero.

Su… su señora llevaba esta nave hecha diminuta dentro de una cápsula en su bolso médico. Ella me lo mostró y lo tomé. —Rikkuum levantó la bolsa robada con una mano enorme—. Tiene muchas cosas en su interior. Encontré los suministros de sangre que le di aquí también. —El guerrero tragó saliva lleno de aprensión y se inclinó, su expresión era tensa—. Mi último amo, el señor Frízer, se mató a sí mismo cuando sobrevivió a la plaga y descubrió que ya no… ya no tenía ningún poder. ¿Pretende vivir, Oujisama?

Vegeta se sentó tembloroso y sintió a través de los ritmos de su cuerpo todavía débil por un largo y meditado momento. No había ninguna sensación de su poder. Nada.

Era fácil, tan fácil, morir ahora. Sería una bendición en casi todos los sentidos. Pero... su cuerpo saiyayín, su propia naturaleza integral no lo haría, no podía acostarse y morir. Sentía que su cuerpo comenzaba a recuperarse lentamente. El factor de curación de su especie ya estaba reconstruyendo sus células y reavivando su fuerza física.

Tengo hambre —dijo en voz baja.

Se arrastró sobre sus pies cuando Rikkuum fue a buscar comida y se tambaleó más allá de las formas inertes de los otros que el hombre grande salvó.

Había cuatro de ellos. Pasó a través de la bodega hacia el pequeño puente de mando sin colapsar, se dejó caer pesadamente en la silla del capitán y contempló la interminable extensión de estrellas oscilando más allá de la pantalla de visión.

Te encontraré, mujer —susurró con dureza—. Lo haré.