Harry Potter - Series Fan Fiction ❯ Atrapando al Pelirrojo II ❯ Capítulo 4 ( Chapter 4 )

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Capítulo 4
 
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Los personajes de Harry Potter pertenecen a J. K. Rowling.
 
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“Percy, tienes que cenar.” Presionó Lucius.
 
“No tengo apetito.” Suspiró por enésima vez el joven.
 
“Aunque no lo tengas.” Volvió a insistir.
 
“Más tarde.” Susurró y Lucius aceptó, él tampoco quería moverse en ese momento. Acababan de hacer el amor… se sentía demasiado satisfecho y cómodo mientras aún sostenía al pelirrojo.
 
“Dijiste que Narcisa estaba embarazada.” Dijo tratando de sacarle la información que no había tenido tiempo en la mañana.
 
“Así es.”
 
“¿Cómo lo supiste?”
 
El pelirrojo se encogió de hombros. “No lo supe… fue un comentario oportuno. Esperaba que le molestara por otra razón.”
 
“Oh.” Lucius se volteó hacia arriba para mirarlo. Percy seguía con aquella mirada triste. Acarició con lentitud la mejilla y el joven se dejó hacer. Casi podía sentir la tristeza emanar de su cuerpo, junto con la soledad y una sensación de abandono total. ¿Cómo podía sentirse así un Weasley cuando todos sabían lo unidos que eran? Era imposible que se sintieran solos o eso era lo que siempre había imaginado. “¿Por qué no descansas un poco? Te despertaré más tarde para cenar y te prepararé algo liviano.” El pelirrojo echó la cabeza hacia atrás descansándola en la cabecera de la cama para mirar el techo antes de asentir quedamente.
 
El hombre se levantó de donde estaba y no pudo resistir la tentación de besarlo porque aquel joven tan correcto y educado mezclado con aquella explosiva rebeldía a ser controlado de repente se le volvía un ser tan callado y sumiso. Así como el día que lo había tomado para sí, aquella entrega total, rayando en la docilidad esclava hacía nacer en Lucius sus instintos de posesión y de propiedad. Sentirse de repente amo y señor del pelirrojo era intoxicante.
 
Terminó de levantarse, desnudo cual estaba mientras el pelirrojo se acurrucaba entre las cobijas. Daba la impresión de un frágil juguete medio descompuesto. Buscó su varita y con un rápido encantamiento quedó vestido. Sonrió ante la perspectiva de poder alimentar a su pelirrojo una vez más.
 
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Había pasado una semana y media desde el suceso en que había transformado a Lucius en cachorro y aunque el hombre lo visitaba regularmente, especialmente en su casa durante las tardes, no había vuelto a mencionar nada acerca de quitarle el bebé o simplemente hacerlo su amante. Sin embargo las visitas carecían de ese aire maligno que caracterizaba al rubio y Percy comenzó a pensar que finalmente el hecho de haber preñado a un Weasley había llegado a la cabeza de Malfoy y este se había dado cuenta de su error.
 
Los pensamientos lo deprimían de una forma u otra, era como la certeza de que valía aún menos. Y cada día, en vez de mejorar continuaba empeorando.
 
Lucius no era tonto, podía ver cuán afectado estaba el pelirrojo, el problema era que el ex mortífago nunca se había preocupado antes por nadie y no sabía exactamente qué hacer. Si hubiera sido su padre ya lo hubiera coaccionado a comer y a dormir pero el pelirrojo no era su hijo. Sin embargo podía hablar con los padres del joven. Pero para ello primero tendría que aceptar la relación que tenía con él, no sólo ante sus padres sino ante el joven pero principalmente ante sí mismo, sin olvidar a Draco.
 
Se convenció de esperar un poco y de sólo observar más detenidamente en caso de que tuviera que actuar de improviso. Hablar con los padres de Percy no era su idea de una reunión familiar, menos con el genio que se gastaban los Weasley.
 
Pero mientras observaba quizás podría intentar descubrir el secreto que aún era Percy para él. Por eso había decidido que esa tarde irían a cenar fuera. Quizás un cambio de ambiente le haría sentir mejor. Se arregló cuidadosamente para luego aparecerse directamente a la salida de la casa del pelirrojo. Aún le parecía extraño que el joven le permitiera acceso pero él no iba a quejarse. La casa aún estaba vacía por lo que se instaló cómodamente frente al fuego de la chimenea para esperarlo.
 
Media hora más tarde un cansado pelirrojo se aparecía en la salita. “Lucius.” Lo saludó cortésmente al verlo. El hombre se puso en pie y le impidió quitarse el abrigo. “¿Qué sucede?” Preguntó algo confundido.
 
“No sucede nada, no te preocupes, sólo quiero llevarte a cenar fuera esta noche.” Comentó con naturalidad estudiada.
 
“Pero tengo que cambiarme entonces…”
 
“No, no es nada formal, sé que estás cansado.” Insistió y como siempre el joven accedió sin protestar demasiado. Lo tomó de la cintura con familiaridad, transportándolo al exterior de un pequeño pero refinado restaurante. Luego de acomodarse Lucius pidió algo que esperaba le agradara al pelirrojo. No tuvieron que esperar demasiado para ser servidos y comieron en relativo silencio. Lo vio comer sin demasiados ánimos pero la falta de apetito no estaba acompañada de un rostro desanimado, simplemente era desinterés.
 
Cuando regresaron a la casa lo llevó al cuarto y lo desvistió con cuidado. El esbelto cuerpo aún no mostraba cambios y la aparente sumisión no fallaba en complacerlo. Lo hizo tomar una ducha y luego él mismo le puso un pijama. Se lo llevó a la cama y lo hizo acostar a su lado mientras le acariciaba los rojos cabellos.
 
“Eres perfecto.” Le susurró haciendo que el joven se volteara sobre su regazo para darle una mirada seria. Lucius continuó acariciándole los cabellos hasta que no pudo resistir más la silenciosa curiosidad del joven. “¿Qué sucede?”
 
“Soy perfecto… mientras no haga ruido ni llame la atención.” Lucius volteó los ojos.
 
“¿Por qué insistes en eso?” Murmuró sin detener sus acciones. Percy volvió a su anterior posición y Lucius dio un profundo suspiro. Quería entender por qué si el joven Weasley continuaba pensando de la misma forma no actuaba diferente. “Si tanto me detestas, ¿por qué me dejas hacerte lo que quiero?” Preguntó finalmente. El silencio volvió a tomar el espacio alrededor de ellos.
 
“No te detesto.” Susurró Percy sin mirarlo. “Aún cuando soy un Weasley… Pero tienes poder, influencias y suficiente dinero para cumplir tus amenazas y quitarme a mi hijo y luego destruirme. Y sé que lo harás sin remordimientos…”
 
“Percy, llevo meses preocupado por ti, por tu salud.”
 
“Por el niño.” Le interrumpió de inmediato.
 
“Si lo que hago es sólo por la criatura sería más fácil para mí secuestrarte y llevarte a la mansión y obligarte a que te alimentes hasta que llegues a término. Pero estoy aquí, como un tonto, intentando que te cuides y sin saber qué hacer para hacerte sentir mejor.” Lo vio voltearse nuevamente esta vez con el ceño fruncido en concentración. Por unos segundos Lucius imaginó que pasaría el resto de la noche echado de panza y tomando leche otra vez.
 
“¿Hablas en serio?” El hombre arqueó una ceja confundido.
 
“¿Dudas de lo que te digo?”
 
“No.” Ahora sí Lucius no tenía idea de lo que pasaba por la mente del joven. “Soy un Weasley.” Le dijo como si eso contestara las dudas. “Vengo de una familia pobre cuya única fama es su numerosidad. Nada de influencias, nada de clase…”
 
“Nada de autoestima.” Sentenció Lucius interrumpiéndolo.
 
“Es la realidad.” Replicó.
 
“Ni siquiera sé qué esperar. Me dejas ir y venir a mi antojo y me dejas hacer mi santa voluntad contigo. ¿Por qué?” Y Lucius bajó la voz intentando que el tono de esperanza no fuera demasiado evidente en ella. “¿Es que sientes algo por mí?” Detuvo todo movimiento y se concentró en aquellos ojos entristecidos pero algo severos.
 
“Eres atractivo, tienes dinero, influencias, clase…”
 
“No pregunté eso.” Posó una de sus manos sobre el pecho del pelirrojo. “Quiero saber si sientes algo por mí.”
 
“Estás divorciándote, Lucius, saliendo de una relación de años. No necesitas compromisos, menos un Weasley pegado a tus costillas.” Lucius volteó los ojos.
 
“Tendré que hablar con tus padres, no sé cómo pudieron criarte sin chispa de autoestima.”
 
“¡No!” Exclamó asustado el joven.
 
“¿Por qué no?” Preguntó con evidente confusión. No era sólo temor, sino pánico.
 
“Yo… yo soy una oveja negra. No soy parte de la familia.”
 
“¿Si no lo eres por qué te sigues incluyendo en ella?”
 
“Yo…” Se llevó las manos a la cara avergonzado. “Tú no quieres a un traidor… nadie quiere a un traidor a su lado.”
 
“¿Un traidor?” Preguntó incrédulo. “Es difícil que un Weasley sea un traidor.” Sentenció aún sorprendido.
 
“Soy un Black.” Susurró.
 
“¿Qué?”
 
“Soy un Black.” Le anunció con más fuerza.
 
“¡Eso es ridículo!” El pelirrojo se dejó caer sobre las almohadas. “No es posible.”
 
“Lo es. No sólo soy un traidor, también tengo mala sangre.”
 
“Pero entonces Arthur Weasley…”
 
“Es mi padre.” Lo interrumpió.
 
“No entiendo.” Percy rodó los ojos con exasperación y tomó aire como si fuera a explicarle algo a un niño pequeño.
 
“¿Cómo es que Lucius Malfoy no puede entender algo tan obvio cuando tiene a su amante varón en espera de un hijo?” Lucius abrió los azules ojos cuan grandes podían ser.
 
“¿Quién?”
 
“Sólo sé que fue un Black.” Mintió despreocupadamente. “Pero sí que dejó su herencia.” Se llevó una mano al corazón. “Aquí.” Percy se sobresaltó cuando Lucius lo levantó de la almohada y lo puso contra su pecho con fuerza.
 
“¿Cuándo vas a entender? No me importa de quién eres hijo. Te deseo. Deseo a mi hijo. Ambos me pertenecen.” Puntualizó con voz cargada entre posesivas caricias hasta hacerlo cerrar los ojos y rendirse. “Adoro cómo te entregas. No quieres hacerlo pero tampoco luchas contra tu cuerpo. Eres delicioso.” Lo acarició y deslizó sus manos al interior del pijama para acariciarle el trasero. Lo tuvo jadeando en minutos por lo que le bajó el pijama hasta los muslos y lo pegó con fuerza al bulto que tenía ya en su entrepierna. “Eres mío. Dilo.” Susurró en su oído.
 
“Soy tuyo.” Susurró contra su cuello el joven para luego gemir suavemente.
 
“Adoro como gimes, adoro cómo puedo hacer lo que quiera con tu cuerpo.” Lo besó con calma con la certeza del que sabe que tiene todo el tiempo del mundo para hacer lo que más le gusta. “Y no quiero dejar de tenerte de esta forma jamás.” Terminó por decir antes de comenzar a desvestirlo y prepararlo.
 
El cuerpo de Percy, como siempre, era cálido y suave, su interior ardiente y su boca aún más. No podía ser posible que fuera un Black… no lo podía concebir tomando en cuenta cómo había sido Narcisa con él, fría, distante, arrogante. El mismo era todas esas cosas pero no hacia su familia, jamás hacia su familia, no tenía sentido ser así.
 
Se posesionó del cuerpo con toda la pasión de la que era capaz, no tenía por qué ocultársela al joven, al contrario. Quería que la sintiera, que no pudiera nunca olvidar o intentar alejarse de su presencia. Lo tomó con toda la intención de colarse a su alma, seducirlo y atraparlo de forma que nunca pudiera escapar. “Dime de quién eres.” Ronroneó a punto del éxtasis total.
 
“Tuyo, Lucius, sólo tuyo.”
 
“Dilo de nuevo…” Repitió llevándolo más cerca aún. “Dilo.”
 
“Tuyo… ¡Lucius!” Y Percy se derramó entre sus cuerpos mientras él sonreía extasiado.
 
“Mío, sólo mío.” Su semilla volvió a inundar el cálido pasaje haciéndolo estremecer mientras el joven recuperaba el aliento. Se dejó caer a un lado y lo acomodó en su pecho como ya comenzaba a hacerse costumbre. “Eres mío, Percy… y de nadie más.” Murmuró en el oído del pelirrojo mientras le acariciaba la espalda.
 
“Tuyo.” Fueron las últimas palabras antes de quedar dormido y le besó la frente.
 
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Percy continuó tomando las minutas en la reunión mientras Fudge hablaba lo que él sabía eran babosadas pero que mantendría contentos al resto de los magos preocupados por el creciente aumento en el precio de los ingredientes para las pócimas comunes. Al terminar la reunión y luego de asegurarse que el Ministro no necesitaba nada de último minuto se dirigió a su oficina.
 
Se sorprendió al encontrar una dama esperando justo frente a su despacho. La reconoció casi de inmediato por los cabellos rubios.
 
“Señora Malfoy.” La saludó al acercarse recibiendo a cambio un resoplido desdeñoso. “¿Se le ofrece algo?” Le dijo forzando su cortesía pero sin que fuera evidente su molestia.
 
“Necesitamos hablar.” Percy le hizo una corta reverencia y le indicó que pasara. La mujer miró todo con despectiva superioridad antes de proceder a sentarse.
 
“Quiero que me digas cuál es tu relación con mi esposo.” Percy cerró la puerta con un movimiento de su mano y miró a la mujer de arriba abajo antes de caminar a su escritorio para contestarle.
 
“¿Con el señor Malfoy? Creo que eso es obvio.”
 
“Escúchame bien, arrastrado, no voy a permitir que me quites lo que tanto me ha costado obtener.” Siseó la mujer mientras parecía que sus ojos echaban fuego helado. Percy no se inmutó.
 
“Señora Malfoy, quiero que esto quede claro desde el principio. En primer lugar, yo no le estoy quitando nada, usted lo ha arriesgado. Pudo haber esperado siquiera a que se firmara todo el papeleo antes de quedar embarazada de otro.” Le espetó sin preámbulos.
 
“¿Cómo te atreves?” A pesar de la furia de la mujer Percy no se dio por entendido.
 
“Y segundo… Al señor Malfoy nadie le quita nada. Él toma, él posee y él destruye cuando así lo desea.” Narcisa se fijó en aquellos ojos y a pesar de su propia furia pudo discernir en ellos dolor y tristeza. Aún así se hizo la desentendida mientras elevaba sus narices arrogantemente.
 
“No me importa cuál sea tu cuento, muchacho, no voy a parar hasta verte destruido a ti y a toda tu familia.” Se acercó sobre el escritorio de forma amenazadora. “Yo conozco el secreto de tu padre.” Susurró y al ver la sorpresa en el rostro del joven sonrió cruelmente. “Sí, yo conozco el secreto de Arthur Weasley y tuyo. Sería una verdadera vergüenza para ti y tu familia el que se haga público el desliz de tu padre. Todos sabrán que eres un bastardo.” Murmuró un poco más alto.
 
Percy entrecerró los ojos y Narcisa temió que supiera algo de ella. Pero se tranquilizó de inmediato, nada de lo que él dijera podría ser peor que haberle revelado a su marido que estaba embarazada. Ella estaba muy segura de sus antepasados y su único error era su embarazo.
 
“Señora… no me importa que divulgue que soy un bastardo. Después de todo no puedo negárselo.” Percy se puso en pie y adoptó una pose despreocupada mientras se acercaba por el frente del escritorio y se sentaba encima del mueble para mirar a Narcisa desde arriba. “Pero sería interesante explicar cómo fue que un Black se enredó con un Weasley.” Narcisa se puso en pie indignada.
 
“¡Eso es mentira!” Rugió la mujer de inmediato.
 
“Es una pena que quieras sacar fuera los paños sucios de la familia…. Narcisa.”
 
“¡Puras mentiras!” Repitió con su drama de indignación y furia.
 
“Te voy a agradecer que bajes la voz.” Siseó enojado Percy. “Aunque lo hayas olvidado aún estás en el Ministerio de Magia.” La reprimenda la hizo mirarle con odio.
 
“No juegues conmigo.”
 
“No lo hago. Pero te diré algo. Para que estés más tranquila y segura. Eres libre de acceder a los tomos de inscripción de nacimientos en la biblioteca del Ministerio. Aunque para revisar la copia de inscripción que está en la caja de seguridad de los Black necesitarás esto.” Hizo aparecer una llave de entre sus ropas que tintineó con el sello de los Black. “Pero estoy seguro que tienes tu propia llave…” Vio que Narcisa palidecía y sonrió tan cruelmente como la mujer. “…después de todo es la bóveda de tu padre.” Narcisa intentó hablar pero había perdido la voz y sus fríos ojos azules parecían estarse derritiendo con incredulidad.
 
“Es imposible.” Susurró finalmente. Percy se volvió a sentar con tranquilidad. “No puedes ser un Black. Eres un… uno de esos…”
 
“¿Sabes algo? Pienso que soy todo lo Black que la sangre de… esos me permite ser. No es mucho pero es lo suficiente como para ser la oveja negra y lo suficiente como para saber defenderme. Siempre se me dio bien defenderme de mis hermanos.” Narcisa volvió a endurecer el rostro pero antes que Percy pudiera decir más la puerta de la oficina se abrió y por ella entró Lucius Malfoy.
 
“Narcisa.” Exclamó entrecerrando los ojos. “¿Qué haces aquí?”
 
“Señor Lucius…” Empezó a decir el pelirrojo pero Lucius lo detuvo con un gesto de su mano. “Lucius…” Intentó de nuevo pero el gesto imperativo lo hizo callar.
 
“Preguntaré una vez más. ¿Qué haces aquí, Narcisa?” La mujer levantó la barbilla desafiante.
 
“Sólo quería conversar un poco con el Señor Black aquí presente.” Lucius le dio una sonrisa torcida y Narcisa vio desvanecida su oportunidad de vender al pelirrojo ante Lucius. Maldijo en su mente y se volteó a ver al pelirrojo que había tratado de humillar. El joven tenía los ojos pegados al escritorio en una posición en la que ella misma se había visto muchas veces antes de hartarse de Lucius. “Pero en vista de que ya terminamos de hablar me retiraré para que puedan conversar entre ustedes.” La mujer se levantó, bolso en mano y Lucius la dejó pasar. “Sólo recuerda esto, Percy, puedes venir y hablar conmigo cuando Lucius se canse de ti. Después de todo… ¿para qué sirve la familia?”
 
“Ya vete, Narcisa.” Susurró Lucius amenazante.
 
“Ya lo hago, querido, cuídate. Tú también cuídate mucho…” Le dio una mirada maliciosa al pelirrojo antes de dar otro paso hacia la puerta con aquella sinuosidad que la caracterizaba. “…hermano.” Susurró la palabra con sensualidad y veneno mientras los ojos azules le brillaban con intensidad observando la reacción de Percy. Luego salió por la puerta con una sonrisa triunfante al ver el gesto de incredulidad de su ex esposo.
 
“¿Es cierto lo que dice Narcisa?” Siseó el hombre y Percy apenas asintió. “¿Cuándo pensabas decírmelo?” Percy apretó los labios con determinación y se volteó dándole la espalda a Lucius mientras hacía que verificaba algunos documentos sobre su escritorio.
 
“Eso… señor Lucius, es asunto mío. Lamentablemente Narcisa lo acaba de divulgar.”
 
“¿Ella lo sabía?” Inquirió nuevamente Lucius y Percy se sintió demasiado agobiado como para continuar la conversación que estaba seguro no llevaría a nada bueno.
 
“No, no es algo de lo cual me enorgullezca como para andarlo divulgando.” Se levantó y tomó su capa antes de pasar por el lado de Lucius.
 
“¿A dónde vas?”
 
“A donde debí ir hace tiempo. Al único lugar donde realmente le importo a alguien. Lo siento, Lucius, petrificus.”
 
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Percy estuvo de pie frente a la chimenea donde el fuego ardía, con un puñado de polvos floo en la mano. Sólo tenía unos minutos antes de que Lucius se liberara del inofensivo hechizo que le había lanzado. El corazón le latía tan aprisa que pensaba que mucho antes que pudiera aventar los polvos se marearía como un tonto.
 
Se enderezó reuniendo todo el valor que tenía se metió al interior de la chimenea con lentitud. “¡La Madriguera!” Exclamó alto y fuerte justo en el momento en que Lucius entraba por la puerta, eso lo apresuró a tirar los polvos que lo envolvieron en una llamarada verde. Lo último que vio no fue una mirada encolerizada sino una de preocupación.
 
La chimenea lo lanzó fuera en la salita de la madriguera. Se enderezó de inmediato cuando vio la silueta de su madre de espaldas. En unos segundos la mujer se dio la vuelta en su dirección. “Percy.” En esos momentos su temor más grande era el rechazo de ella después de tanto tiempo. La vio sujetarse de la mesa para no caer, seguro que le estaba dando la impresión del año. “¿Qué sucede?” Percy sintió el corazón apretarle el pecho, su madre siempre tan perceptiva… quizás por eso no se había atrevido a regresar después de tanto tiempo. Pero hoy ya no podía más, necesitaba alguien que lo amara incondicionalmente a su lado y esa sólo podía ser ella.
 
“Mamá… yo… necesitaba hablar con alguien.” Las palabras le salieron tan bajo que no supo si ella lo había escuchado pero cuando la mujer abrió los brazos y le dijo.
 
“Ven aquí.” No pudo menos que abalanzarse sobre ella. Justo entonces se escucharon golpes de alguien que llamaba a la puerta insistentemente. Ambos sollozaban quedamente, Molly de la alegría y Percy de miseria, pero con esperanzas.
 
Los golpes volvieron a resonar fuertes y Molly supo que tendría que abrir al insistente visitante que llegaba en el momento más inoportuno. Logró deshacerse del desesperado abrazo de su hijo con gran renuencia y fue hasta la puerta.
 
“Buenas tardes en qué puedo… ayudarle.” Parpadeó varias veces al ver al hombre de elegante presencia y ojos claros de pie frente a su puerta. Entrecerró los ojos con sospecha. “Señor Malfoy. ¿A qué se debe esta visita?”
 
“Buenas tardes, señora Weasley. He venido hasta aquí para tratar un asunto relacionado con su hijo, Percy Weasley.” El hombre le habló con tanta cortesía que Molly no pudo evitar dejar la boca abierta unos segundos antes de reaccionar.
 
“¿De Percy? ¿Y qué asunto podría ser ese?” Preguntó con más desconfianza.
 
“¿Podría pasar?” Preguntó Lucius intentando ser lo más encantador posible para convencer a la peliroja mujer de regordetas mejillas que era la… madre de Percy.
 
“Claro… ¿sería tan amable de esperar en la sala?” Lucius asintió y pasó al interior de la madriguera. Molly se regresó a la cocina y le dio una mirada escrutadora a su hijo. “¿Percy? ¿Podrías explicarme qué hace Lucius Malfoy en mi casa?” Le preguntó como si siempre hubiera estado allí y no como el hijo pródigo que acaba de regresar a la casa. Algunas cosas nunca cambiaban.
 
“Pues mamá… yo… de eso quería hablarte.” El corazón de la señora Weasley se detuvo unos segundos y cuando volvió a latir se apresuró hasta el comedor donde colgaba el bendito reloj de la familia. Sin lugar a dudas la flecha que indicaba dónde se encontraba Percy señalaba la madriguera. Se acercó un poco más y conteniendo la respiración pudo ver una pequeña y fina aguja marcando el mismo lugar sobre la aguja de Percy. Se llevó una mano a la boca intentando contener la sorpresa hasta que de repente su cara comenzó a ponerse más roja que un tomate y apresuradamente fue a la chimenea y tomó un puñado de polvos flu. “¡ARTHUR WEASLEY!” Cuando el rostro del señor Weasley se asomó en las llamas la mujer dio su mejor grito banshee. “¡TE DIJE QUE LOS PREVINIERAS A TODOS!”
 
En la salita Lucius no pudo evitar encogerse en el sofá donde se hallaba sentado al escuchar aquel grito y su mano apretó con fuerza el bastón.
 
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Gracias por leer.