Harry Potter - Series Fan Fiction ❯ Corazón de Serpiente ❯ Capítulo 1 ( Chapter 1 )
[ X - Adult: No readers under 18. Contains Graphic Adult Themes/Extreme violence. ]
*******
Capítulo 1
*******
Los personajes de Harry Potter pertenecen a J. K. Rowling.
*******
Su respiración era más que forzosa, dolorosos jadeos que amenazaban con hacerle perder la consciencia. Podía sentir las raíces y las espinas desgarrando la planta de sus pies, extremidades que no había usado en más de tres años, mientras corría y se arrastraba intermitentemente pero sin detenerse. Lo movían el terror y el pánico de estar siendo seguido por aquellas criaturas a medio podrir, llagas sobre huesos, con sus labios listos a secar su alma. Al pensarlo un estremecimiento convulsivo recorrió su cuerpo y cayó de rodillas sobre el húmedo suelo del bosque por el cual escapaba, un bosque muerto y fangoso, lleno de quebraderos y alimañanas cuya sola existencia consistía en succionar la sangre de sus víctimas. Volvió a ponerse en pie, casi yéndose de espaldas cuando sus raídas ropas se encajaron en unas raíces. El intento por safarse hizo que además de tela dejara parte de su carne y sangre cuando las raíces probaron ser más resistentes que sus pocas fuerzas.
Maldijo sin voz, la falta de agua le provocaba una espuma en la boca que no podía quitarse y su garganta reseca se sentía en carne viva. Mientras continuaba su camino tuvo que detenerse nuevamente por causa del hambre que lo doblegaba. Sin embargo, cada avanzaba un poco más. Su determinación por alejarse de aquel lugar podía más que todo aquello, porque aunque no disponía de una varita ni nada parecido para defenderse, estaba seguro que nada podía ser peor que quedarse allí, en Azkabán y cualquier precio a pagar por salir era más que justo.
La noche continuaba cubriendo su escapatoria, una noche sin luna y sin estrellas, de atmósfera seca y depresiva. Pero a Lucius le parecía una noche hermosa, cualquier noche fuera de aquel maldito lugar era la más hermosa de todas.
La mañana lo sorprendió lejos del bosque, acurrucado en el interior de una cueva angosta y estrecha donde apenas podía estirarse, pero definitivamente un lugar donde ninguna de las horribles bestias llamadas dementores se molestaría en buscar. En la noche consiguió salir, algo desorientado y hambriento. Tuvo suerte de conseguir algunas frutas ahora que salía de aquel lugar muerto. Su objetivo era primeramente llegar a su casa a como diera lugar, allí podría quedar por un tiempo, escondido en lo profundo de las mazmorras de su propia mansión. Tenía la esperanza de llegar
El camino no fue lo más difícil de todo el viaje, sino los pocos momentos en que se permitía dormir. En sueños aún podía ver a los dementores rondar su celda y rozarlo quedamente cuando el se descuidaba para robarle el hálito de vida. También sentía las ratas tratando de esconderse en su propio cuerpo en busca de calor. Despertaba sudoroso y frío, con el corazón en la garganta y volvía a ponerse en pie y continuaba su camino aún cuando apenas tenía fuerzas.
Siete días más tarde, sin aliento, sin fuerzas y con más heridas de las que podía recordar, llegó finalmente al bosque que rodeaba su mansión. Sabía que la mansión misma estaba rodeada por hechizos de protección y alerta, pero él conocía un pasadizo secreto directamente a las mazmorras de la mansión y sin tener que acercarse a la entrada principal. Se arrastró como pudo por el húmedo túnel sintiendo que pasaba una eternidad hasta llegar a unas enormes rejas que cortaban el paso. Entonces y sólo entonces recordó que necesitaría una varita para abrir el enorme candado. Pero no había llegado tan lejos para darse por vencido, esperaría hasta recuperar un poco sus fuerzas y entonces intentaría otro medio para entrar. Se acurrucó a un lado de la reja, contra la pared de piedra y se envolvió como pudo en los trapos que le quedaban.
*******
Lo había sentido desde que se había aproximado al bosque, sin embargo no podía identificarlo. Lo que fuera aquella criatura que se acercaba a la mansión estaba tan débil y marchita que no reconocía en ella trazo alguno de magia.
Se había dedicado por años a desentrañar muchos de los misterios de aquella casa, no había recibido demasiada ayuda de los elfos que la habitaban porque al fin y al cabo, el antiguo dueño aún vivía y como era de esperarse, los elfos seguían siéndole leales.
El verdadero heredero de la mansión estaba desaparecido desde hacía dos años. Todos los intentos por encontrarlo habían resultado infructuosos. Había estado dispuesto a regresarle todo lo que le pertenecía. No había tocado nada en las cuentas de Gringotts, ni siquiera había osado cambiar nada en el interior de la mansión, además que poseía su propia mansión que por el momento yacía desocupada.
Los elfos, a pesar de estar obligados a su presencia, no parecían molestos ni les parecía necesario hacerle la vida imposible, siempre había sido amable con todos ellos. Por lo demás se sentía a sus anchas en la mansión. Era un lugar, a su parecer, de un gusto excelente y acogedora a pesar de la frialdad que solía permear el ambiente, cosa que había resuelto encendiendo las múltiples chimeneas existentes en cada habitación.
Ese día había bajado a las mazmorras, la criatura había llegado al interior de la mansión por un pasadizo que él desconocía y por alguna razón había dejado de avanzar. Con una poca de luz de su varita se fue aproximando al lugar que estaba sumergido en densas tinieblas. Comenzó a ir con cautela al poder escuchar la respiración laboriosa, sus reflejos de auror entrando en acción. Pudo ver una reja enmohecida pero aún con suficiente metal para impedir el paso. Un enorme candado con una gruesa cadena la mantenían segura. Levantó un poco más la varita y se quedó petrificado. Un bulto de harapos sucios y malolientes se hallaba en una esquina al otro lado de la reja. Apuntó con la varita.
“¿Quién está ahí?” Su voz se hizo eco en las paredes frías y húmedas del túnel. El bulto se estremeció y se alejó de la reja. Al notar que había sido descubierto comenzó a arrastrarse en la dirección contraria intentando huir de su presencia.
Con rapidez recitó el hechizo que abriría el candado y las rejas se abrieron de par en par. Sin perder tiempo salió tras la criatura... humana, tenía que serlo. Su corazón palpitaba acelerado. Quizás fuera... No, no podía ser él, Draco era demasiado orgulloso para permitirse caer tan bajo.
Quizás era uno de los mortífagos que habían sobrevivido y buscaba refugiarse en uno de los pocos lugares que habían sobrevivido a la saña del Ministerio de Magia. Tropezó levemente con escombros que no pudo esquivar pero finalmente alcanzó a la criatura, se arrastraba agotada sobre el suelo y bajo el reflejo de la luz creyó distinguir unas manos como garras sobresaliendo de los andrajos. “¡Alto!”
La criatura se movió suavemente pero finalmente se detuvo. Si lo había entendido entonces debía ser humana. Sus pasos sonaron claros al acercarse mientras apuntaba con la varita. “Date la vuelta para que pueda verte.” Dijo con autoridad. Por unos instantes pensó que su orden sería ignorada, pero luego, cansadamente, el fugitivo se fue dando la vuelta hacia la luz. Agachó la cabeza lo más que pudo hacia el suelo. Los cabellos enmarañados y sucios podían haber sido largos a juzgar por los pedazos que colgaban llenos de grima.
“Refugio o la muerte.” Susurró con voz rasposa la criatura, como un gruñido ronco pero pudo entenderlo.
“Eres un mortífago.” Declaró aún apuntándole, preparado para cualquier truco. El fugitivo asintió. Ahora sentía una curiosidad inmensa por saber quién era aquella figura, estaba seguro que en algún momento había sido un hechicero de sangre pura, con riquezas y poder a su disposición. “¿Cómo te llamas?” Preguntó mientras se agachaba hasta quedar a la altura del hombre pero aún en total alerta.
“Refugio o la muerte.” Volvió a susurrar. El joven no podía culparlo al querer asegurar siquiera una de aquellas suertes y lo próximo confirmó sus sospechas. “Antes muerto que regresar. Prométeme una de ellas.”
“Refugio.” Susurró sintiendo que el corazón se le comprimía sin quererlo. Sabía lo que aquellos seres habían hecho en favor del señor tenebroso, sin embargo no se veía matando a sangre fría ni siquiera a uno de ellos. “Juro por mis padres que te brindaré refugio mientras no me ataques y no albergues mal contra mi persona. En el momento en que lo hagas no dudaré en enviarte de regreso al lugar donde has salido sin darte la opción de la muerte.”
“Por la ley del mundo de la magia ahora tengo una deuda de vida contigo, quien quiera que seas.” Susurró el mortífago con voz aún forzada. El joven se acercó un poco más y con la punta de la varita lo obligó a levantar el rostro. Al iluminar la cara toda mugrienta apenas pudo ver unos ojos de un azul claro apagado, las facciones imposibles de reconocer. Sin embargo, cuando el hombre enfocó la vista en su propio rostro vio los ojos iluminarse con reconocimiento. Todo el cuerpo le tembló y trató de retroceder, la boca se abrió en un grito mudo de espanto mientras negaba firme con la cabeza. No que esperara menos, siendo que él había sido el que había destruido al Señor Tenebroso y había enviado a la mayor parte de sus compañeros al mismo Azkabán.
“Harry Potter.” Exclamó en agonía el fugitivo.
“Te juré refugio, no voy a retractarme.” Trató de asegurarle, pero parecía que el hombre no podía escucharlo, comenzó a balancearse mientras su espalda se estremecía con violentos temblores. Levantó los brazos sobre su cabeza y comenzó a gemir con aquella voz desgarrada.
El joven lo observó sin poderse mover por la impresión, no sabía si era peor la condición de higiene, la condición mental o el dolor que su sólo nombre le había provocado al infeliz.
“Desmaius.” Susurró sin poder resistir más la escena. El bulto se relajó sobre el suelo, en la misma posición en que había estado. Se quitó la capa y con cuidado envolvió el cuerpo. No se sorprendió de que a pesar del tamaño no pesara mucho, era prácticamente huesos, pellejo y ampollas. Harry había ganado altura en aquellos tres años desde que derrotara a Voldemort, aunque no demasiada, era larguirucho aún producto del maltrato de los Dursley pero ganaba poco a poco altura, peso y fuerzas.
El olor que despedía el hombre le parecía casi insoportable, por lo que apresuró el paso. Llegó a una de las habitaciones de huéspedes pero no lo puso de inmediato sobre la cama, sino que lo dejó frente al fuego para que se calentara.
“¡Betsy! ¡Radir!” Llamó urgente y de inmediato aparecieron dos elfos vestidos con lo que parecían ser trapos de cocina, tan limpios como los que trabajaban en Hogwarts. “Traigan comida caliente, fácil de digerir, agua para beber y para limpiar, también algunas toallas y ropas. Pronto.” Les dio las instrucciones mientras envolvía una de las colchas que cubría una butaca cercana y la colocaba bajo la cabeza del hombre.
“Señor Potter, señor, ¿debemos traer las ropas del señor Malfoy?” Preguntó azorada la hembra.
“¿De Malfoy? ¿Pero qué dices?” Dijo extrañado de que la elfa estuviera dispuesta a prestarle las ropas de su orgulloso amo a un hombre sucio y harapiento. Los elfos eran demasiado celosos con las cosas que le pertenecían a sus amos, especialmente los de la mansión Malfoy.
“Señor Potter, señor. Ese es el señor Malfoy, señor.” Contestó con inocencia la elfa como si fuera lo más obvio del mundo, extrañada de que el humano no pudiera reconocerlo.
“¿Qué?” Se quedó sin aliento, mirando tontamente a los dos elfos. Entonces, como movido por resortes mágicos se abalanzó sobre la figura buscándole el rostro. “¡Traigan algo para limpiarlo, ahora!” Era la primera vez que les gritaba de aquella forma por lo que los elfos desaparecieron asustados. Segundos más tarde la pequeña Betsy regresaba con toallas y una palangana de agua limpia que puso al lado de la forma. Harry se quitó los gruesos guantes de cuero y mojó una toalla con la cual comenzó a limpiar frenéticamente el rostro.
Le costó trabajo quitar la mayor parte de la grima y el sucio que cubría el rostro, pero finalmente despejó la piel amarillenta y sin lustre. Estaba demasiado demacrado para reconocerlo, pero sí, y si a eso le añadía unos ojos azules que seguramente estarían hundidos bajo los estrujados párpados, decididamente aquel tenía que ser Lucius Malfoy.
“¿Pero cómo es posible?” Susurró mientras pasaba la toalla por la frente. Tenía la piel de un amarillo grisáceo, tan maltratada como la de un anciano, las mejillas hundidas y la piel alrededor de los ojos estaba negra violácea. Los labios cuarteados y ulcerados. “Por Merlín.” Volvió a susurrar. “Betsy, la comida, la ropa... busca algo cómodo, de las ropas del señor Malfoy, apúrate. Toallas y prepara también el baño, con agua caliente, saca los jabones especiales.”
Harry no sabía por qué, pero utilizar un hechizo de limpieza en el hombre le daba malestar, prefería hacerlo al estilo Muggle. La elfa había desaparecido y en su lugar apareció Radir. Venía con bandejas de comida que colocó en la mesa de la habitación. “Radir, ve y ayúdale a Betsy con el baño.”
Al quedarse sólo no pudo menos que observar detenidamente los restos del hombre que una vez había sido Lucius Malfoy. Se estremeció sin poder evitarlo y continuó tratando de limpiar el rostro. El ruido de los elfos lo sacó de su meditación cuando le anunciaron que el baño estaba listo. Lo recogió con cuidado y lo llevó sin quitarle la vista de encima. Ya en el baño intentó quitarle las ropas, pero el sucio había pegado los nudos de los cordones de tal forma que ya no podían safarse. Golpeó la varita contra el suelo y la transmutó en unas tijeras con las cuales cortó con cuidado todo lo que pudo.
Los elfos desaparecieron de su vista sin que se diera cuenta. Mientras enjabonaba el cuerpo se preguntaba cómo había sido posible que el hombre escapara de Azkabán. Sirius lo había hecho, pero sospechaba que desde entonces la seguridad en la cárcel había sido aumentada. Su mente se quedó en blanco cuando fue descubriendo bajo toda la porquería que cubría el cuerpo golpes y heridas abiertas e infectadas. Lo restregó una vez lo mejor que pudo y lo enjuagó, dejando que el agua sucia corriera para volver a llenar la bañera con más agua caliente.
Cuando estuvo seguro de que el cuerpo estaba totalmente limpio o al menos tan limpio como era posible, le echó un vistazo a la maraña enredada de cabellos. Suspiró y antes de intentar siquiera desenredarlo aplicó una gran cantidad de crema para suavizarlos. Tardó casi una hora en terminar. Al final había tenido que cortar los nudos más resistentes pero habían sido los menos. Volvió a enjuagarlo completo y lo sacó de la bañera envuelto en toallas.
Al dejarlo en la cama vio las ropas que los elfos le habían dejado, sin embargo primero tendría que atender las heridas. Volvió a llamar a las pequeñas criaturas, quienes le trajeron todo lo necesario. En la próxima hora se dedicó a desinfectar las heridas, curarlas y vendarlas. Al terminar suspiró profundamente. Esperaba que eso fuera suficiente por el momento, pero tendría que comer algo antes de que la fiebre comenzara nuevamente.
“Enérvate.” Murmuró apuntándole con la varita. El cuerpo se estremeció. Muy, muy lento los ojos se abrieron y parpadearon perdidos por un rato.
Lucius se sintió despertar dolorosamente. Se sentía extraño, más de lo que se había sentido en esos últimos días huyendo y el suelo apenas se sentía. El lugar donde se hallaba olía a hierbas dulces y menta. Trató de enfocar la vista y vio una mano extraña, algo flaca. Tardó un poco en entender que era la suya y lo primero que se le vino a la mente fue que estaba limpia. La sensación era maravillosa y casi se imponía sobre el dolor y el malestar que sentía. Pero el alivio no duró demasiado, sus instintos le indicaron que alguien lo observaba. Rogó con todo su corazón no estar nuevamente en la prisión mientras se volteaba a ver quién lo había atrapado.
Sentado en el borde de la cama, justo a su lado derecho, un joven de no más de veintiuno o veintidós años lo observaba. Los cabellos negros algo crespos atados en una coleta baja y unos ojos de un verde profundo. Tardó bastante en reconocerlo, la cicatriz en forma de rayo no podía equivocarse. Estuvo a punto de perder nuevamente la razón cuando lo escuchó hablar.
“Necesitas comer un poco.” Vio entonces que el joven sostenía algo en sus manos. Comida caliente y una cuchara. Su cuerpo decidió entonces que había esperado lo suficiente como para que le importara en esos momentos quién le estaba ofreciendo la comida. Con manos apenas estables tomó el plato hondo sin siquiera preocuparse por la cuchara y se lo llevó a los labios. Le ardió en la boca y en la garganta por lo lastimadas que las tenía pero le importó poco, continuó sorbiendo con ansiedad la sopa. “Hey, no la tomes tan rápido, te darán náuseas.” Pero la voz le sonaba distante, en esos momentos su vida estaba centrada en aquel plato y su contenido.
Harry suspiró acongojado, al menos le había pedido a los elfos comida que fuera fácil de digerir. Estaba seguro que las criaturas se habían esmerado al saber que era su dueño legítimo quien probaría la comida. Vio que Lucius había terminado y se disponía a soltar el plato, por lo que lo atrapó con rapidez antes que fuera a parar a la cama. Se percató que en su afán por comer la sopa le había bajado por la barbilla y acercó uno de los paños para limpiarlo. Lucius reaccionó de mala forma, golpeándole la mano y apartándose. La verdad no tenía demasiadas fuerzas aún, pero no se lo esperaba. Sintió algo de coraje pero al ver que el hombre lo miraba con recelo y cautela entendió que probablemente aún no era el momento de ofrecerle contacto humano. Sirvió un vaso de jugo de calabaza y se lo ofreció. El hombro no hizo ademán de tomarlo.
“¿Prefieres un poco de agua?” Lucius asintió y Harry llenó otro vaso con agua y se lo ofreció, esta vez Lucius lo tomó y lo vació. Se lo quitó de las manos antes de que intentara tirarlo al suelo. La mirada cansada y recelosa seguía todos sus movimientos, por lo que pensó que sería mejor dejarlo descansar.
“¿Por qué?” La voz seguía siendo rasposa y Harry se recordó que tendría que traerle alguna poción para eso.
“Le hice un juramento, señor Malfoy, y pienso cumplirlo, siempre y cuando usted cumpla su parte.” Murmuró con lentitud y sin verlo directamente. No obtuvo respuesta y le pareció que el hombre tampoco lo entendía. “Será mejor que descanse, luego podremos continuar esta conversación.” Se levantó de la cama con suavidad y salió de la habitación, cerrando con un hechizo la puerta. Al salir se masajeó las sienes con lentitud.
*******
Gracias por leer