Harry Potter - Series Fan Fiction ❯ Corazón de Serpiente ❯ Capítulo 2 ( Chapter 2 )

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Capítulo 2
 
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Los personajes de Harry Potter pertenecen a J. K. Rowling.
 
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Cuando Lucius despertó al día siguiente a media tarde su memoria había vuelto a fallarle. Miró a su alrededor y se preguntó cuándo y cómo había llegado a su mansión. Reconocía la habitación como la suya y al mirarse se preguntó cuándo había tomado un baño. Se pasó una mano por los cabellos sintiéndolos limpios y suspiró largamente mientras cerraba los ojos. Apenas habían pasado unos minutos cuando le llegó el aroma de la comida justo al lado de la cama. Sus elfos le estaban sirviendo como si nunca hubiera salido de la casa, ¿acaso Draco los había podido conservar luego de su bochornosa entrada a Azkabán?
 
Entonces todo volvió a su mente, las noticias de la desaparición de su hijo, la pérdida de todos sus bienes y herencia, ambos lo habían perdido todo absolutamente. Su huída de la prisión y ahora... había alguien con él en la mansión. Se llevó una mano a la frente tratando de recordar pero el aroma de la comida terminó por distraerlo. Tomó con avidez el plato y comenzó a comer olvidándose nuevamente de los cubiertos, tres años en aquel infernal lugar le habían demostrado que había cosas más importantes que unos cubiertos para la comida. Cuando terminó se limpió la boca con la manga de la ropa de dormir y dejó el plato sobre la cama. Se levantó para ir al baño y fue entonces que vio su imagen reflejada en uno de los espejos.
 
Apenas pudo suprimir la expresión de disgusto, estaba en los huesos, pálido, con la piel casi colgándole y llagada. También se percató de que tenía varios vendajes y que algunas de sus heridas menores habían sido tratadas y comenzaban a cerrarse gracias a los ungüentos mágicos. Se tocó los labios con cuidado, al comer se había lastimado una de las cortaduras y le sangraba. Pero había algo que había querido hacer desde hacía mucho. Buscó en el lavabo y encontró un cepillo de dientes y un tubo de pasta, de inmediato los tomó y comenzó a lavarse la boca. Al terminar no sabía cuántas veces había repasado los dientes, la lengua, el interior de sus encías, pero le ardían, sin embargo sonrió levemente, una sonrisa grotesca. Luego se fijó en sus cabellos, cierto que estaban limpios, pero eso no se acercaba siquiera al aspecto que una vez habían tenido, se lo habían atado en una coleta y le llegaba al trasero. Supuso que en cuanto consiguiera una varita podría arreglarlo. Por lo demás se deshizo de las ropas y se metió a la ducha, contento con simplemente sentir el agua caliente sobre su piel. En el proceso se quitó todos los vendajes y los tiró sobre la ropa que se había quitado. Cuando salió de la ducha tenía ropas limpias esperándolo.
 
Nuevamente se preguntó quién estaría a cargo de su mansión. No podía ser un compañero mortífago, pero tampoco conocía de alguien que no lo fuera que quisiera conservar la casona en su estado original con todos los misterios que entrañaba. Seguramente había sido subastada entre los miembros del Ministerio como lo habían sido muchas de las posesiones de los otros. Se vistió prontamente, no iba a esperar por el regreso de nadie para continuar con su plan de escape.
 
El único obstáculo que encontró al momento de poner en práctica su plan fue que la puerta tenía un hechizo que no podía abrir. Estaba encerrado en su propia habitación, dentro de su propia casa por alguien que no conocía y que podía estar esperando a recibir a los aurores para llevarlo de regreso a Azkabán.
 
“Nunca vivo.” Rugió mientras comenzaba a rebuscar en toda la habitación hasta encontrar lo que buscaba, una daga de más de doce centímetros con una serpiente enroscada en su mango y bellamente tallada. Se apostó cerca de la puerta, si no conseguía asesinar a su captor entonces utilizaría la daga para procurarse la muerte. Pero el tiempo que pasó fue haciendo mella en su debilitado cuerpo y antes de poder evitarlo se hallaba acurrucado en su cama, la daga en la mano bajo la almohada.
 
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Lucius despertó al sentir que alguien lo movía suavemente. De inmediato se tensó y quedó de cuclillas sobre la cama en posición de ataque pero su mano estaba vacía, no había daga ni había varita, estaba indefenso. Aún así no se permitiría caer sin dar pelea, maldijo coloridamente pero lo que vio a continuación le heló el cuerpo. Unos ojos verdes muy conocidos lo observaban con algo de asombro. En una de las manos tenía la daga que había procurado al despertar por primera vez, en la otra tenía la varita.
 
Si Lucius hubiera podido expresar todo el rencor y el odio que en esos momentos sentía hacia el joven de forma mágica seguramente más de la mitad de la augusta mansión hubiera reventado en un abrir y cerrar de ojos, sin embargo toda la furia que sentía se concentró en un leve susurro. “Potter.” Para su satisfacción el joven se estremeció con su sola voz. El problema fue que también se puso en pie y lo señaló con la varita. Maldita suerte la suya.
 
“Quieto, Malfoy.”
 
“No me atraparás vivo, Potter.” Susurró con lo que le quedaba de voz.
 
“Ya te dije que no iba a entregarte. Lo juré, ¿lo recuerdas?” No, Lucius no recordaba, los meses que había pasado en Azkabán habían fraccionado su mente de tal forma que a veces los pedazos de realidad se mezclaban con la fantasía, el presente y el pasado. Trató de recordar nuevamente cómo había llegado hasta aquella habitación y una dolorosa punzada en la parte de atrás de la cabeza fue la única respuesta. Cuando levantó la vista aquellos ojos verdes lo observaban con un sentimiento que podía reconocer perfectamente y que aborrecía, pena y lástima.
 
“No te atrevas a mirarme de esa forma, Potter. Nunca sientas lástima por un Malfoy.” Susurró arrogantemente.
 
“¡Suficiente!” Exclamó el joven. “Lucius, termina ya esta tontería y baja de la cama para que hablemos como personas civilizadas.” Exclamó exasperado.
 
“Como personas civilizadas.” Siseó con burla y luego echó a reír como un demente. “La compostura civilizada fue lo que me llevó más rápido a ocupar una celda en Azkabán. No cualquier celda... una grande y amplia con mucho lugar para retorcerme y arrástrame cada vez que un dementor sentía la necesidad de acercarse y saborear parte de mi alma.” Gruñó apenas sin voz. “No... no me interesan tus ofertas ni tus palabras, Potter.”
 
El rostro de Harry se endureció. “Bien, Malfoy, no me dejas alternativa. No quieres mi lástima, no tengo problemas con eso, pero tienes una deuda de magos conmigo puesto que no te voy a entregar para ser regresado a Azkabán, así que será mejor que te comportes.”
 
“¡Niño insolente!” Rugió Lucius antes de abalanzarse sobre Harry.
 
Desmaius.” Exclamó el joven y Lucius cayó inconsciente a sus pies. Harry respiraba con fuerza, no del miedo, sino de la impresión. Los ojos azules de Lucius estaban infectados de locura, no podría razonar con él por el momento.
 
Se acercó al hombre y notó que se había quitado los vendajes. Dejó escapar un largo suspiro, tendría que vendarlo otra vez.
 
Al menos olía a limpio dijo acuclillándose al lado del cuerpo. Por lo que podía ver el hombre se había dado un baño a consciencia y tenía ropas limpias, quizás no había perdido del todo sus facultades. ¿Pero qué hacer ahora que había despertado y aparentemente no podía controlarlo? La daga en su mano era una clara muestra. A su mente vinieron algunas de las formas en que los aurores habían atado en sus tiempos a los mortífagos que atrapaban, eran cuerdas mágicas y cadenas hechizadas, todas ellas dejaban marcas en el cuerpo. Luego recordó el día que había visitado el hospital San Mungo para Hechiceros. Algunos de los pacientes habían estado atados a sus camas por su propia seguridad. Eran suaves gasas blancas acolchadas en las muñecas y tobillos.
 
Levitó al hombre de vuelta a la cama e hizo aparecer en las cuatro esquinas algunas cadenas. Con un movimiento de la varita los aros con los que esposaría a Lucius fueron cubiertos de un material suave y acolchado. Lo acomodó sobre la almohada y sacó todo lo necesario para volver a curar las heridas y desinfectar las que estaban llenas de pus. Luego fue asegurando cada una de las extremidades permitiéndole cierto movimiento pero no demasiado. Al terminar quedó satisfecho y con un último movimiento una gruesa colcha apareció sobre Lucius y lo cubrió.
 
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Cuando Lucius descubrió que estaba encadenado a su propia cama Harry deseó estar en la provincia más lejana. Los aullidos y gritos del hombre parecían hacer temblar toda la mansión Malfoy más que los gritos del retrato maldito que una vez hubiera en el recibidor de la casa de los Black. Pero lo que más lo perturbó fue que los gritos duraron ya entrada la noche por lo que no pudo dormir hasta entrada la madrugada cuando el hombre pareció perder la voz. Inquieto por no saber si le había ocurrido algo fue a parar a la habitación.
 
Lucius Malfoy estaba muy quieto mirando el techo, tenebrosamente callado. Harry se acercó a un lado de la cama para poder ver el rostro. Los cabellos estaban revueltos sobre la cama, desparramados como serpientes plateadas, los ojos de Lucius estaban muy enrojecidos y conservaban el color negruzco alrededor, sus labios estaban completamente destrozados aparte de las llagas que los cubrían y mostraban la huella de la sangre coagulada que había descendido por ellos pero el rostro estaba seco, ni una sola lágrima había bajado por las hundidas mejillas. Harry volteó el rostro y caminó hasta la mesa donde guardaba los ungüentos. Antes de voltear hacia el hombre trató de borrar de sus ojos toda huella de pena y lástima que pudiera tener.
 
Se acercó con cautela y se acomodó al costado de Lucius, con un movimiento de la varita hizo aparecer un paño húmedo y con calma comenzó a limpiar los labios maltratados. Lucius no se quejó, no lo miró, ni siquiera se estremeció y Harry trató de tocarlo lo menos posible intentando no incomodarlo. Con el dedo pasó algo de ungüento en los labios para luego retirar algunos mechones y acomodarlos tras las orejas de Lucius. ¿Sería así como Sirius salió de Azkabán, destrozado y enloquecido? Pero Sirius había llegado hasta él bastante cuerdo aunque algo flaco.
 
Sin querer molestarlo más se levantó de la cama y guardó el ungüento. Volteó hacia la puerta y fue entonces cuando escuchó la voz apenas audible de Lucius.
 
“Te odio.” Harry se volvió hacia el hombre.
 
“Tendrás que hacerte de la vista gorda, Malfoy.” Dijo más cansado que enojado. “Me debes la vida y no me voy a echar atrás. Si no puedes entender eso entonces míralo de esta forma... en vez de ser prisionero en Azkabán ahora eres mi prisionero.”
 
“Nunca vivo.” Le contestó el hombre y Harry se dispuso a salir.
 
“Eso lo veremos. Eso lo veremos, Malfoy.”
 
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Harry se hallaba en el Ministerio de Magia temprano en la mañana. En la oficina varios aurores discutían los eventos recientes. Últimamente se habían registrado varias fugas de la prisión de Azkabán, Harry sabía que Lucius Malfoy no había sido el único. Los pocos fugitivos que habían logrado capturar habían muerto, muchos de ellos cometían suicidio al momento de la captura y el Ministerio comenzaba a preguntarse qué medidas podía tomar para evitar más escándalos.
 
Uno de los aurores había propuesto una especie de programa rehabilitador para algunos de los prisioneros que aún no habían perdido la cordura pero la idea no había sido recibida con demasiado entusiasmo. Sin embargo, la propuesta de revisión de casos había tenido mayor aceptación. Quizás era la consciencia culpable de varios funcionarios que habían aprobado muchas de las encarcelaciones basados en rumores y sin ofrecer juicio a ninguno de los acusados. Después del primer año los mortífagos habían disminuido notablemente pero el celo de los aurores no. Cualquier hechicero que presentara una mínima relación con las artes oscuras había sido acusado y enviado a Azkabán, muchas veces sin siquiera probársele la acusación. Azkabán estaba casi al tope de su capacidad y era también por eso que habían comenzado las fugas.
 
Habían comenzado a revisar los casos menos graves para ver si podían bajar la cantidad de prisioneros y retener a los más peligrosos, pero luego de un tiempo Harry se había percatado que cualquier hechicero cuya familia conservara suficientes influencias podía pedir que su caso fuera revisado antes que los demás.
 
Eso lo hizo llevar su mente al hombre que ocupaba en esos momentos una habitación en la mansión Malfoy. Si Draco hubiera dado signos de vida podría abogar el caso de su propio padre dado que el apellido Malfoy aún conservaba sus influencias en el Ministerio. Tendría que esforzarse más por encontrar a Draco. No que pensara que Lucius fuera inocente... Para nada.
 
Fue entonces que le surgió la idea. Y mientras los aurores continuaban discutiendo, Harry Potter comenzaba a planificar cómo llevar a cabo sus maquinaciones.
 
“¿Señor Potter?” La voz del padre de una de las familias más numerosas de Inglaterra lo sacó de sus cavilaciones.
 
“Lo siento, señor Weasley.” Murmuró Harry al notar que se dirigía a su persona.
 
“Decía que quizás quiera hacerse cargo de la búsqueda y captura de los últimos fugitivos. Quizás sería posible que con sus conocimientos pueda lograr traerlos vivos.” Dijo dándole una mirada reprobatoria a algunos de los aurores presentes. Harry asintió quedamente aceptando la tarea. El señor Weasley le entregó una lista y pudo comprobar que el nombre de Lucius Malfoy aparecía en ella como el último. Al menos sería uno menos que buscar.
 
La reunión se extendió con asuntos que a Harry le parecieron tonterías hasta que ya entrada la noche todo concluyó y fueron despedidos. El joven de ojos verdes desapareció de inmediato y reapareció a la entrada del portó de la mansión Malfoy. Estaba cansado pero tenía que ver si lo que recordaba haber visto aún seguiría en el mismo lugar. También tendría a hacer un último esfuerzo por encontrar a Draco, aunque fuera para saber su reacción con respecto al asunto. De camino al lugar donde recordaba haber visto lo que necesitaba pasó por la habitación de Lucius. Nuevamente estaba misteriosamente silenciosa. Su curiosidad pudo más que cualquier razón y empujó la puerta.
 
El lugar estaba a oscuras pero Harry podía reconocer la forma tendida sobre la cama bajo la gruesa colcha. Al contrario de lo que imaginaba Lucius no estaba dormido.
 
“¿Viniste a satisfacer tu morbosidad, Potter?” Preguntó en un susurro el hombre.
 
“¿Por qué no estás descansando?” Le contestó Harry con suavidad, sorprendido en el acto de observarlo y obviando el crudo comentario.
 
“Quizás sean las cadenas... quizás sea la compañía... no lo sé... quizás se deba a que en Azkabán sólo los muertos duermen. Pero igualmente pudiera deberse a que no puedo dormir... padezco de insomnio, Potter.” La voz escurría un sarcasmo tan pesado que Harry tuvo que volver el rostro. El hombre se quedó callado mientras seguía mirando el techo. Su cuerpo no estaba relajado contra las cadenas, sus brazos y piernas tiraban de ellas de a ratos con leves espasmos involuntarios y se mantenían tan tensas que a pesar del forro interior debían estarlo lastimando. Algo en la postura se notaba indefenso y Harry intentó imaginarse cómo debía haber sido estar en Azkabán. Sirius le había contado, las ratas sobre su cuerpo, los dementores rondándolo día y noche, alimañas nocturnas muchas de ellas venenosas. Algunas noches había encontrado a su padrino dormido de la forma más extraña, acurrucado contra la cabecera de la cama envuelto en las sábanas.
 
Dudó antes de sacar su varita pero finalmente lo hizo murmurando un hechizo alrededor de la cama que le impediría a Lucius salir de ella a menos que él lo quisiera, luego con un movimiento de la varita hizo desaparecer las cadenas. Lucius dio un grito ronco al sentirse libre para moverse y de inmediato quedó arrodillado sobre la cama de la misma forma que un felino a punto de saltar sobre su presa pero no lo atacó como había imaginado. Observaba su varita con sospecha, en esos momentos Harry era el amo que sostenía el látigo y él la bestia rabiosa e indecisa. Poco a poco su respiración se calmó aunque su cuerpo se mantuvo alerta. Harry se alejó bastante perturbado por la mirada que le estaba dando el hombre sin dejarla caer hasta que decidió que ya era hora de retirarse.
 
“Buenas noches, señor Malfoy.” Harry se detuvo fuera de la puerta un rato pero no escuchó nada de gritos ni movimiento. Suspiró aliviado y enderezándose continuó pasillo abajo.
 
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Gracias por leer.