Harry Potter - Series Fan Fiction ❯ The Sweetest Slave ❯ Capítulo 1 ( Chapter 1 )
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Capítulo 1
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Los personajes de Harry Potter pertenecen a J. K. Rowling. El personaje de Jules Melié me pertenece a mí.
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El Ministerio de Magia estaba rebosante pero no todos eran rostros alegres.
El elegante caminar de Lucius se marcaba rítmicamente con el suave tap tap de su bastón en el suelo. El primer piso del Ministerio rebosaba de máscaras blancas. Finalmente el Señor Tenebroso había logrado tomar posesión del lugar hacía tres meses atrás. La estrategia para apoderarse del lugar había tardado casi un año en orquestarse pero los resultados habían valido la pena. La máscara de Lucius había caído en la entrada. Ningún mago podía entrar con ella al Ministerio, órdenes del Lord.
Una orden, en su opinión, arriesgada. Si algún día, el Señor Tenebroso caía de su lugar, todos sus seguidores serían fácilmente reconocidos, especialmente Lucius. No habría riqueza en el mundo que pudiera devolverle el brillo al nombre Malfoy si alguna vez el demente de su señor perdía su posición. Era por esa razón que estaba allí en el Ministerio.
El Lord, queriendo hacer una demostración del poder que ahora ejercía, llevaba al Ministerio, al segundo nivel donde había estado antes el Departamento de Aplicación de las Leyes Mágicas a todos los rebeldes que sus seguidores atrapaban. Era el mejor lugar para demostrarles a los rebeldes quién era el amo y señor del nuevo Mundo Mágico.
Allí, los magos que no estaban conformes con la nueva ley eran otorgados por una suma a cualquier mortífago que lo deseara. El dinero para las arcas y el castigo para los rebeldes. Pero Lucius no estaba allí para castigar a nadie sino para asegurar una última carta en caso de que el Señor Tenebroso no lograra retener su tan trabajosamente alcanzado lugar. El hombre sabía que aún había rebeldes demasiado peligrosos fuera de las garras de su señor. Especialmente aquellos que habían pertenecido a la famosa Orden del Fénix, esos magos de los cuales no tenían todos los nombres y que no habían podido identificar en su totalidad.
Aparte de ello, existían magos clave que aún no habían ido a parar a las mazmorras del Lord. Magos como Arthur Weasley, Minerva McGonagall y Harry Potter. Habían muchos otros nombres en la lista de peligrosos, muchos que le sorprendían, pero sólo el tiempo podría darle una visión más clara de lo que el futuro le deparaba al nuevo orden mágico del Lord.
Lo que el rubio aristócrata mago tenía en mente ese día no era, como antes dicho, castigar a nadie. Tampoco deseaba llevar a su casa un mago que le causara problemas. Lo que deseaba era una figura clave. Un mago respetable, con un historial intachable y con suficiente voz y voto entre los demás. Alguien que, dado el caso de que el nuevo orden fallara pudiera representarlo y atestiguar de su inconformidad y buena fe. Alguien cuyo nombre tuviera peso pero no demasiado. Alguien que no estuviera demasiado involucrado en la política mágica. No sería difícil encontrar uno. El problema era ver si tenía la suerte de que además de todo lo anterior fuera un hombre de carácter sosegado y tranquilo, de gran inteligencia pero fácil de impresionar. Sería un bono que fuera un mago de presencia agradable.
Tomó el ascensor que lo llevó al segundo nivel del Ministerio donde fue recibido por más mortífagos que inclinaron sus rostros apenas verlo.
El pasillo daba directamente a lo que una vez fueran las oficinas de los aurores. Los escritorios habían sido removidos del lugar a favor de una plataforma de madera sobre la cual, encadenados al suelo, estaban los magos que serían vendidos junto con sus propiedades. Se detuvo unos momentos mientras observaba el espectáculo desde la entrada.
Reconoció a muchos de los magos que estaban en el lugar. Siendo quien era, Lucius conocía a casi todos los magos de renombre de Inglaterra, especialmente del Londres Mágico. Pero allí también pudo ver uno que otro mago extranjero, seguramente magos que habían estado en el lugar correcto en el momento equivocado. Se dirigió a la plataforma con lentitud, dispuesto a tomarse todo el tiempo necesario.
Los rostros de los que estaban en la plataforma mostraban la angustia de su situación. Obligados a abandonar sus casas, sus familias y sus puestos por la incertidumbre de la esclavitud, pero Lucius no podía sentir pena por ninguno. Creía en la supervivencia del más apto y aquellos que no habían estado en el bando correcto en el momento correcto no eran aptos para sobrevivir.
Uno a uno fue inspeccionando a los magos y hechiceras en la plataforma. Ninguno se atrevió a dirigirle la palabra aunque algunos sí osaron mirarle con desprecio. A esos Lucius los descartó de inmediato y le prestó más atención a aquellos que al verle bajaban sus ojos al suelo, avergonzados de su situación e incapaces de hacer nada al respecto. Mientras unía rostros con nombres, acercándose de vez en cuando a uno que otro mago, las puertas del pasillo se abrieron y un pequeño contingente conformado por mortífagos y magos encadenados se hizo presente.
El noble aristócrata se apartó para observar a los recién llegados.
Uno de los magos encadenados intentó dar problemas lo que fue recibido con un golpe que le abrió la ceja. La escaramuza atrajo la atención del resto de los que estaban en la plataforma quienes observaron con alientos contenidos cómo el hombre era levantado del suelo a donde había ido a parar y separado del grupo para regresar por el pasillo. El restante fue llevado sin más problemas a la plataforma.
Cuando todo estuvo nuevamente tranquilo y los recién llegados estuvieron sobre la tarima Lucius se acercó para estudiarlos. Lo primero que tenía en mente era el carácter. De nada le valdría un mago voluntarioso que no quisiera someterse. Tampoco estaba interesado en educarlo por la fuerza. Una mujer, si había tenido la suficiente voluntad para oponerse al Lord no era candidata para el puesto. Además, con Narcisa en la casa era más que suficiente. Con todo, Lucius guardaba en una recóndita esquina de su mente la posibilidad de disfrutar del esclavo que consiguiera. No era lo primordial pero un hombre podía soñar. Además, qué mejor forma de demostrar su aristocracia que tomando un amante. Sabía perfectamente que Narcisa no se lo reprocharía, ella, al igual que su esposo, conocía las costumbres de los nobles, especialmente de los Malfoy.
El rubio hechicero regresó y sonrió mientras examinaba a los recién llegados. Tendría que pensar también en Narcisa. Sería ella, más que él, la que pasaría más tiempo con la nueva adquisición y si no lograba que se llevaran bien entonces su carta de triunfo podría convertirse en un arma de doble filo.
Sus ojos se detuvieron finalmente en uno de los magos recién ingresados pero que le parecía digno de consideración. Si bien el nombre escapaba a sus labios, el rostro le era vagamente conocido. Tendría unos treinta años, poco más, poco menos. Cabellos castaños bien cuidados y lustrosos, ojos azulosos y tez clara sin marcas. El cuerpo lucía agradablemente esbelto y era un par de pulgadas más bajo que el mismo Lucius. Esto lo pudo confirmar subiendo a la plataforma y deteniéndose frente a él.
La estatura perfecta, se dijo con una sonrisa maliciosa cuando estuvo a su lado. Observó entonces las manos del mago. No parecían callosas o burdas, sino bien cuidadas, como las manos de un medimago. Ah, eso debía ser, un medimago.
Hurgó en sus recuerdos hasta que dio con la imagen precisa y el nombre. Un hombre de reconocida fama en su ramo, las investigaciones eran su pasión. Especialmente los nuevos métodos curativos que investigaba y analizaba.
Una pena, realmente, que se encontrara allí, a punto de perder su posición, sus bienes y probablemente la oportunidad de ejercer de nuevo. Si alguno de los mortífagos menos nobles que pertenecían a las filas del Lord le ponía las manos encima lo más probable era que el hombre quedara inservible, ya fuera para ejercer o para regresar a la comunidad mágica de ser necesario.
Una lástima en verdad.
Sin embargo… no era el hecho de recordar el nombre o el rostro, ni siquiera era el hecho de recordar el talento que tenía el hombre o de la posibilidad de salvar dicho talento de las garras de magos inescrupulosos lo que hizo que Lucius se fijara en el hombre que tenía de frente.
No, nada de eso le había llamado la atención, ni siquiera el cuerpo agradablemente balanceado. Lo que había llamado la atención de Lucius había sido la forma en que los ojos claros del hombre se habían clavado en el suelo y la forma en que su cuerpo había adoptado inconscientemente la actitud sumisa y servil de un esclavo. Para ser más precisos, de un esclavo perfectamente educado.
El rubio humedeció los labios en un gesto predador que apenas pudo ocultar, permitiendo que una breve sonrisa se acomodara en la esquina derecha mientras sus ojos gris azulosos se entrecerraban con éxtasis. Ahora sólo le faltaba comprobar sus sospechas y, de tener suerte, empaquetar su regalo con un hermoso moño de hierro.
Invadió su espacio personal y aunque su postura no cambió el mago encadenado no cedió ni un paso. Lucius levantó el bastón hasta tocar con un lado del mismo la barbilla del hombre, levantándole la cabeza y logrando que lo viera a los ojos, descubriendo así que eran de un azul como el cielo en los mares tropicales.
“¿Doctor Melié?” Medio preguntó cuando tuvo su atención. El rostro del hombre le devolvió una mirada sorprendida. Eso fue lo único que necesitó Lucius para confirmar su identidad. Bajó el bastón e hizo con él un breve movimiento que soltó las cadenas de los grilletes que llevaba el hombre dejando únicamente la que llevaba al cuello y que fue a parar a manos del rubio. “Usted vendrá conmigo.”
No le dijo absolutamente nada más, simplemente volteó en dirección a la puerta y bajó de la plataforma con toda la elegancia y porte que le eran naturales. De no haber sido por los pasos a su espalda hubiera jurado que arrastraba la cadena sin tener nada atado a ella. Lucius sonrió ampliamente al mortífago en la puerta quien le echó un vistazo a su prisionero y asintió.
El Ministerio de Magia parecía haber desaparecido y en el estómago de Lucius se deshacían burbujeantes los primeros indicios de emoción. Había hecho la decisión perfecta, no podía haberse equivocado. De pronto la duda quiso hacerse presente y mostrarle todo lo que podía salir mal pero con una seguridad nacida de la experiencia echó a un lado todos aquellos pensamientos mundanos y que en nada eran dignos de un Malfoy.
La decisión era la correcta y el tiempo le daría la razón.
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Al llegar a la mansión Lucius se dirigió a su despacho llevando consigo a un Jules Melié sin cadenas y sin grilletes. El hombre, silencioso y naturalmente pálido tras lo que debía haber sido un éxodo de sucesos desagradables desde el momento de su captura, le seguía sin poner resistencia, permitiéndose una que otra mirada a su alrededor. El rubio había mirado sobre su hombro de soslayo para ver que el hombre intentaba absorber lo mejor que podía la suntuosidad de su entorno. Lucius sonrió sabiendo que esa era de las primeras impresiones que servirían a su causa. No sólo de seducir, sino para destilar en la mente de Jules Melié lo poderosa que era la familia Malfoy. Ya luego le daría motivos para impresionarse con lo que podían hacer.
Cuando entraron al despacho Lucius le indicó uno de los asientos de piel frente a su escritorio mientras él hacía todo un espectáculo sin serlo de servir dos copas de un vino muy oscuro. Con practicada gracia ocupó su lugar tras el escritorio y observó al hombre que estaba un poco nervioso ahora que había llegado el momento de poner en palabras la situación del mago.
“Jules Melié… el famoso medimago.” Murmuró Lucius desde su lugar tras el escritorio. “¿Sabe por qué está aquí, Jules?” Le preguntó con voz suave, llena de inocente curiosidad. El doctor Melié asintió con lentitud pero sin hablar.
“¿Y sabe para qué está aquí?” Comentó Lucius con obligada malicia. Lo vio estremecerse y supo que sí, que el hombre tenía una idea de para qué estaba allí. Eso lo satisfacía sobremanera aún cuando perdiera la oportunidad de jugar con la ignorancia del medimago.
Dejó la copa sobre el escritorio y atrajo una cajita hermosamente grabada de oscura madera de cedro. La colocó frente a sí y la abrió sin que Jules pudiera ver el contenido. Admiró la pieza de joyería que estaba en su interior. La gargantilla constaba de treinta perlas negras de mediano tamaño y pulidas a la perfección. Cada una engarzada en una media luna de plata las cuales iban conformando los eslabones. El último eslabón era de oro. Los elfos habían hecho un excelente trabajo al pulir la gargantilla. Con cuidado tomó la gargantilla y la puso sobre la mesa echando la caja a un lado. Esperaba no tener que deletrearle al hombre lo que significaba aquel objeto. Se reclinó en su asiento y cruzó los dedos observando las reacciones del hombre mientras hablaba.
“Es usted uno de los medimagos de mayor reputación en Inglaterra, pero sus ideales lo han dirigido hasta este punto. ¿Se arrepiente de estar del lado de la luz, Jules? Aún no es un esclavo, puede hablar.” Le dijo con aire magnánimo.
“No, no me arrepiento, señor Malfoy.” Contestó suavemente el hombre. Por la forma en que había observado la gargantilla Lucius sabía que había sopesado todas y cada una de sus palabras. El rubio asintió satisfecho al comprobar que el hombre tenía el valor suficiente para cargar con las consecuencias de sus acciones. Por esa razón se aseguró de que el tono en su voz estuviera libre de su usual arrogancia y hasta le impartió un tono cálido. “Estoy consciente de las consecuencias de mi decisión… pero si hubiera querido arrepentirme no hubiera esperado hasta este momento para hacerlo.”
Lucius asintió a la lógica del hombre y le agradó la firmeza de sus palabras pero si quería que su plan funcionara más adelante tenía que deletrearle claramente al hombre lo que esperaba de él.
“No necesito un esclavo, doctor Melié. La familia Malfoy nunca recurriría a ese tipo de servicios de otro mago. El objetivo del Lord es hacer de sus opositores un ejemplo, como todo buen político. Yo estoy de acuerdo con él.” Lucius tomó un sorbo de su copa para efecto esperando que el medimago le hiciera saber su descontento pero eso no ocurrió. “Estará de acuerdo conmigo en que perder la libertad de esta forma es menos agravante que ser enviado a una prisión como lo es Azkabán. Para algunos hombres la falta de contacto humano y el encierro es devastadora.”
“Para algunos hombres perder su libertad para servir a su enemigo es igualmente devastador.”
“Si hubiera deseado ser servido por un enemigo no lo hubiera escogido a usted. Un galeno no suele tener enemigos dado que la mayoría de las personas que conoce le deben la vida. Además, su trabajo le ha enseñado a servir a los demás, así que me atrevo a decir que esta situación no le será imposible de sobrellevar.” El medimago asintió levemente.
“Pero entonces… ¿por qué me escogió a mi? Sabiendo todo esto y el que me lo diga me hace pensar que tiene algo más en mente.” Esta vez Lucius sonrió abiertamente.
“En la guerra hay muchas víctimas, doctor Melié. No todas ellas del lado de los perdedores. Aún con toda mi preciada filosofía he cometido errores. En la antigüedad un hombre podía cambiar su filosofía y ser respetado por ello. El Lord no permite un cambio de corazón en ninguno de sus seguidores.” Se puso de pie y se alejó unos pasos agregando un poco más al drama de su historia. “Es cierto que las ideas del Lord me parecieron correctas en un principio, pero tanta muerte, especialmente de magos de sangre pura, me ha hecho hacer una pausa en mi modo de ver las cosas. Es cierto que ahora el Lord está en el poder, pero considero que el precio pudo haber sido demasiado alto. Prueba de ello es el que usted, Jules Melié, se encuentre el día de hoy en mi estudio a punto de ser privado de su libertad y de sus posesiones por mi propia mano.” Se giró hacia el hombre. “Aún así, no puedo hacer otra cosa que obedecer y esperar.”
“¿Esperar qué? ¿La muerte del Lord, la victoria de los rebeldes?”
“¿Es eso lo que esperaría usted?” Preguntó Lucius con interés.
“Nunca tuve madera de político ni fui bueno en esa materia. El cuerpo humano es mi tema de interés. El cuerpo humano y su maravilloso funcionamiento.”
“Y me interesa que ese siga siendo su tema y que no se preocupe por el resto de lo que pueda estar sucediendo mientras está en mi casa. No me interesa destruir su espíritu ni quebrantarlo como algunos harán con aquellos magos que caigan bajo su poder. Si hay algo que aprecio es la compañía inteligente.”
“¿Pero si no necesita un esclavo ni me ha escogido para apaciguar un deseo destructivo… entonces cuáles serán mis obligaciones una vez pierda mi libertad?” Lucius regresó al escritorio y se sentó en el borde sin dejar de observar al galeno.
“Aún cuando diga que mis intenciones no son destructivas, debo confesar que algunas de mis inclinaciones y gustos podrían parecerle moralmente cuestionables a muchos.”
“¿Moralmente cuestionables?”
“Sí. Es por eso que voy a hacer un trato con usted, doctor Melié. Un trato que podría traerme problemas en un futuro y con el cual me arriesgo tan sólo por ofrecérselo.” El galeno asintió su entendimiento y Lucius prosiguió. “¿Alguna vez escuchó el término antiguo catamita?”
“Sí. He escuchado el término y tengo conocimiento de la costumbre aunque no la practico. Si me hubiera hecho esta propuesta mientras estábamos aún en el Ministerio probablemente le hubiera ahorrado el trabajo de tener que llevarme de regreso.”
“Pero allí no hubiera podido hacerle mi propuesta. Además, hubiera perdido la oportunidad de mostrarle cuál podría ser su suerte estando en mis manos y no en la de otro. No espero que me diga que sí ahora mismo, doctor Melié, pero confío en que el trato que recibirá en el periodo de dos meses sea suficiente motivo para que piense en mi oferta. Es por eso que he escogido este artículo y no otro.”
“Aunque sea hermoso sigue siendo un símbolo de esclavitud.”
“La ventaja que dan los privilegios siempre es algo que sorprende. Este collar no es permanente como el que probablemente usarán el resto de los mortífagos que obtengan un esclavo bajo las órdenes del Lord. No estorbará en su magia y le permitirá un mayor espacio para movilizarse en caso de ser necesario. Claro que no le permitirá atacarme o traicionarme, eso debe tenerlo en mente. Utilizará el collar desde este día aunque mi oferta no sea aceptada. Tiene un mes para decidirse, doctor Melié. Luego de eso, si no acepta, le devolveré al Ministerio.”
“¿Y si aceptara la propuesta?” Preguntó con ojos muy abiertos y rostro un tanto pálido. Lucius sonrió de forma predadora, mirándole con deseo pero sin ser vulgar y bajó la voz a un leve susurro antes de contestar.
“Entonces pasará a servirme de inmediato. Sólo quisiera que sepa que haré todo lo posible para que su decisión, de ser a favor de mi propuesta, sea una experiencia placentera en todo el sentido de la palabra.”
El silencio del hombre hizo temer a Lucius que fuera a rechazar incluso el mes que le estaba otorgando pero entonces lo vio adelantarse un poco en la silla y alcanzar la gargantilla de perlas negras, acariciándola con lentitud. Finalmente lo vio suspirar con resignación y llevar la pieza a su cuello en ademán de ponérsela. Lucius lo detuvo con una mano y una sonrisa.
“No, Jules, permítame.” Se levantó y tomó el collar de las manos del medimago para después rodear al hombre y colocarse a sus espaldas. “No funciona si se lo pone usted mismo.” Susurró la explicación cerca del cuello del hombre, con esa voz sedosa que hizo que Jules Melié se estremeciera en su interior.
El hombre asintió y Lucius procedió a ponerle el collar con cuidado, murmurando el hechizo correspondiente. Las manos de Lucius acariciaron con suavidad el pálido y grácil cuello, probando sin poder contenerse la reacción del hombre. Para su agrado, Jules Melié no ofreció resistencia ni objeción. <i>El que calla, otorga<i>, repitió Lucius en su mente con la correspondiente sonrisa.
“Jules… ya sea durante el tiempo de prueba o que acepte mi oferta, le prometo que cuidaré de usted. Me gustaría poder prometerle que será tratado mejor en manos de otro y que no sintiera que le estoy presionando con la posibilidad de un futuro menos agradable, pero tampoco voy a mentirle con respecto a mis intenciones.”
“Es más que suficiente.” Respondió Jules observando la copa de vino que ya se había entibiado.
“Bien… entonces permítame mostrarle sus habitaciones.” Lucius le hizo un gesto para que lo siguiera y el doctor Melié se levantó de su lugar para seguirle. Los pasos cansados y un tanto nerviosos fueron suficiente para dejarle saber a Lucius que tendría que darle algo más de espacio si quería que la decisión no fuera una que el doctor pudiera reclamarle más tarde. Con todo, su plan estaba funcionando a la perfección y estaba seguro que al final del mes el hombre aceptaría ser su amante.
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