Harry Potter - Series Fan Fiction ❯ The Sweetest Slave ❯ Capítulo 2 ( Chapter 2 )

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Capítulo 2
 
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Los personajes de Harry Potter pertenecen a J. K. Rowling. El personaje de Jules Melié me pertenece a mí.
 
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El doctor Jules Melié se paseó por toda la habitación apenas observando lo que había en ella, la propuesta de Lucius fresca en su mente. Era cierto que tenía un mes para decidirse, pero Jules no era hombre de regodearse en sus decisiones. Tomaría la decisión pronto y se la comunicaría a Lucius tan pronto la tuviera porque tampoco se iba a reservar la respuesta hasta que se cumpliera el mes.
 
Pero Lucius Malfoy quería de él algo que nunca antes había necesitado dar y la falta de experiencia era suficiente como para hincar los pies en la tierra y decir, ni un paso más. “Si tan sólo pudiera hablar con Kahil…” Se lamentó.
 
Kahil Melié era su primo y desde muy pequeño sus inclinaciones habían sido obvias. Sin embargo, Kahil, como cualquier Melié, era un hombre discreto y reservado. Jules estaba seguro que su primo podría aconsejarle de forma correcta y concreta sobre qué esperar.
 
Pero su primo vivía en Francia y no sabía si Lucius le permitiría hablarle o escribirle. Con como estaban las cosas desde que el Señor Tenebroso se hiciera cargo del Ministerio no sabía si las redes de comunicación flu estarían funcionando o si sería seguro enviar una misiva con el contenido tan personal de sus preguntas.
 
Suspiró sin saber qué hacer y buscó la ropa que los elfos habían dejado sobre la cama. No era su costumbre pero por esta vez quizás sería más conveniente consultarle a la almohada. Se duchó y se cambió, luego se metió a la cama más suave y mullida que jamás hubiera probado en su vida o al menos, así le pareció luego de tanto tiempo durmiendo en el suelo de las celdas donde los mortífagos lo habían mantenido encerrado durante la última semana.
 
La mañana siguiente trajo sorpresas para ambos hombres.
 
Un elfo le había comunicado a Jules que Lord Malfoy le esperaría para desayunar. En pocos minutos se había preparado con la ropa que otra de las criaturas le había llevado.
 
“Buenos días, señor Lucius.”
 
“Buenos días, Jules. Por favor, acompáñeme a desayunar.” Jules asintió levemente y procedió a sentarse donde el hombre le indicaba. De inmediato los elfos sirvieron el desayuno, tan elaborado como había esperado si la opulencia de la mansión era señal alguna.
 
Al finalizar, esperó hasta que las criaturas hubieron recogido los platos para hablar con Lucius.
 
“Tengo la impresión que desea hablar de algo, ¿no es así, Jules?” Le dijo el rubio cuando se aprestaba a hablar y Jules supo que estaba ante un hombre acostumbrado a llevar la batuta en cualquier situación.
 
“Así es, señor Lucius. Es con respecto a su propuesta.” Lucius entonces se inclinó un poco hacia Jules para prestarle mayor atención. “Para mí es algo difícil poder comparar todas las ventajas que tendría al aceptar su oferta y convertirme en su…”
 
“Catamita.”
 
“Sí. Eso. Pero mi falta de experiencia y de información confiable son los que me detienen al momento de tomar mi decisión. Tal vez si pudiera hablar con alguien de confianza.”
 
“¿Y quién podría ser esa persona de confianza?”
 
“Tengo un primo, Kahil Melié, quien es medimago especializado en salud sexual y que podría aclararme las dudas que tengo al respecto y ayudarme a tomar una mejor decisión. Eso si usted me lo permite.” Lucius se llevó una mano a la barbilla pensativo mientras consideraba los pro y los contra de permitirle al galeno contactar a dicho familiar.
 
“Y este primo suyo…”
 
“Reside en Francia. Allá la guerra no ha sido tan intensa.” Lucius asintió. “No pido traerlo o ir en su búsqueda pero quizás podría contactarme con él a través de una lechuza, si es que está permitida la salida de las mismas de Inglaterra. Pero mi primo tiene un poco más de experiencia en ese asunto de los catamitas.”
 
“Creo que podría arreglar que una de mis lechuzas le fuera permitido salir, pero no creo que se me permita más de una vez. Mi esposa está pasando unos días en nuestra villa en París y sería la excusa perfecta.”
 
“¿Entonces tengo su venia?”
 
“Claro, Jules. Estoy seguro que su primo podrá apaciguar cualquier temor que tenga al respecto. Tal vez le haga algunas sugerencias para esa primera vez…” Jules enrojeció levemente y Lucius sonrió con malicia. “Lo que sea que sugiera, le aseguro, Jules, que podrá ponerlo en práctica antes de decidirse si acepta o no mi oferta.” Jules asintió y se disculpó de la mesa.
 
“Entonces será mejor que comience a escribir mis dudas desde ahora, con su permiso, señor Lucius.”
 
Apenas Jules se hubo retirado Lucius pidió un poco de jugo de melón enlazado con alcohol y mientras sorbía su sonrisa se iba ensanchando.
 
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La respuesta de su primo no se hizo esperar y Jules se hallaba en un dilema. Abrir o no abrir lo que la lechuza había traído envuelto en una de sus patas.
 
Pero allí estaba su respuesta y Jules no podía más que mirar la caja forrada por fuera con satén negro adornado con incrustaciones de plata. Cuando la había recibido no había pensado demasiado y la había abierto tan sólo para volver a cerrarla sintiendo el corazón en la boca y toda la sangre de su cuerpo palpitando en sus mejillas.
 
Luego de eso se había excusado de la presencia de Lucius y se hallaba en su habitación, dándole vueltas al asunto.
 
Finalmente, con una expresión clínica en sus ojos azules, abrió la cajita y arrastró su mirada por la pálida forma que descansaba justo en el centro como si fuera un valioso collar o un costoso brazalete de diamantes.
 
Aún le costaba creer que el objeto que yacía en su interior hubiera sido diseñado y hechizado precisamente para una situación como la suya. Pero seguramente aquella era una de las ideas de su primo. La creatividad corría en la sangre de los Melié y así como Jules era una eminencia en su área, Kahil Melié era una eminencia en la suya… sexualidad.
 
¿No era por eso que le había escrito en primer lugar?
 
“¿Jules?” Giró asustado al escuchar su nombre. Desde la puerta de su habitación los ojos grises de Lucius le miraban curiosos. “¿Aún no has abierto lo que envió tu primo?” El medimago sólo atinó a sonrojarse violentamente y el rubio arqueó una ceja extendiendo una mano para que le entregara la caja que había cerrado de golpe al escuchar a Lucius en la puerta. El castaño se la entregó con lentitud, sonrojándose aún más y el rubio la sostuvo en su mano por un rato observando las reacciones en el hombre.
 
Murmuró unas palabras con su bastón y reconoció algo de magia en el objeto que había en el interior pero nada de hechizos oscuros ni trampas. “¿Qué es?” Preguntó antes de abrir la caja.
 
“Es… un… artefacto que me ha enviado mi primo. Es para… prepararme… para… para…” Jules sencillamente no podía decirlo pero su vergüenza lo decía claramente.
 
“Oh.” Fue lo que logró decir el rubio de ojos grises. Sentía curiosidad, realmente quería abrir la caja, pero si en su curiosidad humillaba a Jules eso podría interferir en sus propios esfuerzos por hacerlo confiar un poco. No se beneficiaría si Jules comenzaba a dar pasos en la dirección contraria a la que él quería. “Espero no sea un artefacto que pueda causarte daño.”
 
“No… no lo creo. Mi primo, Kahil, es doctor en sexualidad.” Dijo perdiendo un poco la timidez. “Conoce a la perfección el cuerpo humano y ha estudiado todos los estímulos posibles que pueda recibir así como sus reacciones específicas.”
 
“Interesante.” Comentó Lucius. “Espero que su uso disipe las dudas que tenga al respecto y que pronto vea los beneficios de aceptar mi oferta.” Diciendo esto Lucius le devolvió la cajita y salió de la habitación.
 
Esa noche Jules salió del baño envuelto en una enorme toalla, tan mullida como las nubes debían ser si fueran mullidas, secándose los cabellos con otra y caminando por el cuarto en busca de su ropa de dormir cuando vio la caja que su primo le había enviado descansando inocentemente sobre su tocador. Se detuvo momentáneamente para luego acercarse con el corazón acelerado.
 
A esas horas todos en la mansión deberían estar en sus habitaciones y aunque no lo estuvieran sabía que no había habitaciones ocupadas al lado de la suya. Un hechizo de silencio y otro de privacidad serían suficientes para acallar cualquier ruido que pudiera hacer.
 
Dejó la toalla con la que secaba sus cabellos en el tocador y buscó su varita. Realizó ambos hechizos y esperó. Cuando no sintió ningún cambio en su propia magia procedió a tomar la caja de satén negro y llevarla hasta la cama donde se sentó como un niño pequeño, en el mismo medio y con las piernas cruzadas al estilo indio. Abrió la caja sin notar que al hacerlo activaba una pequeña alarma que Lucius había puesto en ella el día que la había tomado en sus manos.
 
El objeto anidado entre el satén parecía resplandecer entre la oscura tela. Puso la caja en su regazo y con timidez lo rozó con la punta de los dedos. El objeto pareció adquirir vida propia, volviendo a quedar quieto en el momento en que dejó de tocarlo. “Sólo a ti se te podía ocurrir algo como esto, Kahil.” Murmuró. De repente un pergamino se materializó sobre el objeto, atado con una cinta roja. Lleno de curiosidad tomó el pergamino y dejó la caja en su regazo.
 
Comenzó a leer en voz baja para sí mismo. “Querido Jules. Sigue al pie de la letra estas instrucciones y te prometo que tu primera experiencia será una memorable. Nunca imaginé que terminaría ayudándote de esta forma, pero quiero que sepas que prefiero mil veces ayudarte así que llevarte flores al camposanto.” Pausó al leer para calmar el sentimiento que le provocaban las líneas para luego continuar. “<i>Este juguete no te lastimará. Como podrás imaginar, yo mismo lo he hechizado y me he asegurado de que sólo te dé sensaciones agradables. La verdad me hubiera gustado que me pidieras esta clase de ayuda hace mucho tiempo…” No pudo evitar voltear los ojos imaginando la sonrisa de su primo.
 
Lo único que tienes que hacer es… y sé que tengo que explicártelo todo, es acostarte, boca abajo la primera vez. Pon una almohada o un cojín bajo tus caderas, mientras más alto mejor. Pronuncia cualquier hechizo para iniciar magia y relájate. Sí, ya sé que se ve algo grande pero eso es temporal, en cuanto pongas a funcionar el hechizo se volverá del tamaño perfecto para ti.” Cuando Jules leyó esa parte el sonrojo que cubrió su rostro dejó pálido a todos los demás que había tenido en su vida. El resto de la carta no hizo que su sonrojo disminuyera y por suerte, tampoco logró que su resolución cambiara.
 
Por eso se encontró recostándose sobre una pila de almohadas, con el trasero al aire y con el aparatico en su mano. Su primo no había dicho nada de lubricante y como médico sabía que lo necesitaría pero también había dicho que siguiera las instrucciones al pie de la letra.
 
Suspiró profundamente y con nerviosismo tocó la punta del juguete con su trasero y murmuró un hechizo. Luego lo soltó y se abrazó de la almohada. Pasaron unos segundos antes de sentir que el inanimado objeto cobraba vida. Lo supo porque sintió cómo acariciaba su trasero de arriba a abajo. No pudo evitar el suspiro de sorpresa, especialmente cuando se detuvo justo en su entrada y comenzó a penetrarle.
 
Sus piernas se tensaron y jadeó nervioso, un sonido ahogado parecido a un gemido. Antes que pudiera saberlo el juguete le penetró el primer anillo de músculos y se detuvo. Curioso no pudo menos que voltear la cabeza. La imagen de su trasero al aire, siendo penetrado por un falo mágico angosto y reluciente lo recibió y sintió su propio sexo responder. Dejó caer la cabeza en la almohada con un gruñido incrédulo, ahora no era un buen momento para saber que le excitaba ver cómo era desvirgado por el juguete de su primo.
 
En cuanto pudo relajarse un poco el falo le penetró el segundo anillo de músculos provocándole otro gemido de sorpresa. “Por Merlín.” Exclamó al sentir que su interior era invadido lenta pero inexorablemente. El falo siguió penetrándolo hasta tocar su próstata y empujar suavemente, sólo entonces se detuvo y Jules pudo respirar nuevamente aferrado como estaba a la almohada y resistiendo el impulso de cerrar las piernas.
 
Tal como había dicho su primo, el falo se había acomodado a un tamaño que no le hacía daño aunque podía sentir cómo de cada cierto tiempo iba in crescendo. Lo sentía moverse en su interior, podía sentir cómo por ratos parecía estremecerse con pequeños espasmos igual que su propia excitación y podía sentir que se deslizaba sin problemas adentro y afuera de su trasero. Los gemidos comenzaron a crecer en intensidad y necesidad. El hechizado objeto golpeaba sin fallar su próstata cada vez que lo penetraba, en el ángulo perfecto, con la fuerza exacta, quedándose el tiempo justo antes de retirarse.
 
Apretó los labios intentando acallar sus gemidos cosa que con cada minuto se volvía una misión imposible de cumplir. Se sujetó con fuerza de la almohada y cerró los ojos mordiéndose fieramente los labios. Las piernas le temblaban y de a ratos su cuerpo intentaba por su voluntad empujar contra las embestidas fantasma de aquel falo mágico. Se arqueaba y volvía a relajarse al enloquecedor ritmo. Pronto los gemidos pasaron a ser jadeos y gritos contenidos. Su cuerpo se fue cubriendo de una fina capa de sudor provocándole escalofríos.
 
El falo aumentó un poco más su tamaño y sus dedos se clavaron en el colchón con fuerza mientras un grito mudo escapaba de su garganta y su trasero se apretaba involuntariamente. Jules volvió a gritar cuando comenzó a moverse en su interior penetrándole más profundamente y sus caderas comenzaron a moverse involuntariamente buscando alivio a la erección que se clavaba contra las almohadas que tenía bajo ellas. Oleadas de placer que nunca antes había sentido comenzaron a contraer su cuerpo y el falo comenzó un ritmo errático, de la misma forma en que era errática su respiración. “Rowena. Merlín.” Susurraba incapaz de comprender.
 
Las embestidas se volvieron algo forzadas penetrándole a profundidad y Jules ya no pudo contenerse. Arqueando su cuerpo contra las almohadas y con un grito animalístico clavó sus caderas y se derramó en cálidos chorros a la vez que sentía que sus entrañas eran bombeadas con un líquido caliente que acariciaban mucho más íntimamente su próstata.
 
Su cuerpo se fue relajando como nunca antes y sintió que no tenía siquiera fuerzas suficientes para voltearse y murmurar un finite incantatum. Poco a poco fue cerrando los ojos hasta que finalmente quedó profundamente dormido, aún con el falo penetrándole hasta el fondo y en la misma posición.
 
Sólo entonces la puerta de su habitación se abrió y sin que hubiera un sólo ruido, ni siquiera el sonido de sus ropas, Lucius entró. Su rostro estaba levemente sonrojado y sus labios entreabiertos estaban completamente enrojecidos y húmedos. Se acercó a Jules y lo observó largo rato. Y aunque era obvio que jadeaba no podía escucharse ningún ruido.
 
Sus dedos pálidos y temblorosos fueron directamente al juguete y tomándolo con firmeza lo fue retirando, mirando con lujuria cómo el apretado anillo de músculo se negaba del todo a soltarlo y provocando que Jules diera un largo suspiro para luego reacomodarse sobre la cama. El rubio miró el falo mágico y pronunció un hechizo de limpieza poniéndolo en su caja de satén y cerrándola con el mismo hechizo de alarma. Luego sus dedos, aún temblorosos, rozaron la suave piel del trasero de Jules descubriendo cuán fácil podía ser perderse en ella.
 
Haciendo un gran esfuerzo se alejó del medimago y buscó una cobija pero antes volvió a acercarse de forma que podía ver la expresión satisfecha en el rostro dormido. Hubiera querido trepar a esa cama en ese momento y devorarlo completo, pero le había dado su palabra. Lo cubrió y puso la caja en la mesa de noche al lado de la cama para salir de la habitación e intentar desquitarse el calor de su cuerpo.
 
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Narcisa llegó a la mañana siguiente a la mansión. Estaba decidida a sorprender a Lucius con su visita. Sabía que había un esclavo en la casa pero su esposo no había querido darle demasiados detalles al respecto y eso era lo que más le preocupaba. Si Lucius tenía un esclavo no era para otra cosa que no fuera para servirle con su cuerpo.
 
Cuando Lucius no quería que supiera algo era porque sabía que ella armaría un escándalo. Pero ella sólo armaba escándalos cuando era necesario por lo que, sabiendo que Lucius estaría ocupado con sus obligaciones en el Ministerio de Magia bajo el mando del Señor Tenebroso ella se encargaría de encontrar al esclavo y ponerlo en su lugar. No necesitaba de la mediación de Lucius para ello ni de su interferencia. De ese día no pasaba que ella viera con sus propios ojos la nueva adquisición de su esposo.
 
Llamó a uno de sus elfos y le exigió que le indicara cuál era la habitación que ocupaba. El elfo la interrumpió en su carrera hacia la habitación al explicarle que Jules Melié, el nuevo esclavo de su esposo, se hallaba en la biblioteca… leyendo.
 
Con pasos decididos cambió la dirección, preguntándose cómo era que apenas unos días y el nuevo esclavo ya se estuviera comportando como si fuera el dueño y señor la mansión. Definitivamente le hacía falta un buen recordatorio de dónde se encontraba y a quién le pertenecía en aquella casa. También le enseñaría quién era Narcisa Malfoy.
 
Cuando entró a la biblioteca lo halló en uno de los sillones, tan plácidamente acomodado como si el lugar le perteneciera y Narcisa creyó ver rojo. Se dirigió al sillón apenas conteniendo la rabia pero sus delicados pasos alertaron al lector y este, apenas verla, dejó el libro a un lado y se puso de pie haciendo una perfecta reverencia.
 
“Mi señora.” Musitó Jules recordando todo lo que Lucius le había comentado de su esposa.
 
La actitud del esclavo la sacó de balance. Con todo, su intención de humillarle no disminuyó demasiado. “¿Cómo te llamas?” Preguntó con frialdad.
 
“Jules Melié, su humilde esclavo, mi señora.” Repitió Jules de la misma forma que lo haría un elfo doméstico. La respuesta hizo que Narcisa sonriera complacida. Aún cuando Jules sabía que no había aceptado la oferta eso no significaba que no fuera un esclavo. Tenía el collar y si decidía no quedarse pasaría a ser esclavo de otro. La mujer lo observó de arriba abajo, asegurándose de no dejar ni un solo detalle.
 
“Mi esposo rehusó presentarnos formalmente, es por eso que estoy aquí, para conocer a su nuevo esclavo. ¿A qué te dedicabas antes, esclavo?” Dijo mirándole con arrogancia e intentando descifrar qué posición importante habría ocupado el hombre para terminar siendo un esclavo del Lord.
 
“Medimago, mi señora. En el Instituto de Artes Medicomágicas de Inglaterra.” Respondió claramente, sin mirarla y sin levantar la voz que parecía que siempre había sido suave y tranquila. Narcisa estuvo a punto de exigirle que se desnudara para ver si el cuerpo del hombre ofrecía algo que Lucius pudiera querer cuando en su mente se unieron las respuestas al apellido Melié.
 
Abrió los ojos intentando recordar alguna ocasión en que hubiera tenido la oportunidad de conocerle. Siendo quienes eran los Malfoy siempre debían estar al tanto de todos los temas importantes del mundo mágico y la medimagia no estaba exenta. “¿Jules Melié?” Preguntó apenas conteniendo el asombro.
 
“Sí, mi señora.” Sólo entonces la rubia esposa de Lucius comenzó a ver las razones tras las cuales su esposo había elegido al hombre. Era un hombre importante, de exquisito conocimiento médico que valía la pena conservar. No era placer lo que había visto Lucius en él… sino utilidad. El sólo pensamiento la tranquilizó grandemente. Se acercó con lentitud y con una delicada mano levantó el rostro del hombre. Sin duda alguna aquel era Jules Melié. Había sido la falta de la blanca túnica reglamentaria para los medimagos del Instituto lo que le había impedido reconocerlo.
 
“Dígame… doctor Melié…” Dijo de pronto Narcisa haciendo que el hombre se sobresaltara un poco. “¿Qué razones le dio mi esposo para traerlo aquí?” Un movimiento nervioso y un suspiro tembloroso después el hombre contestó.
 
“El señor Malfoy comentó que era una lástima que el conocimiento que poseo se pierda bajo los tratos de algún servidor del Señor Tenebroso con menos escrúpulos.”
 
“¿Y le explicó exactamente qué es lo que espera de usted como su esclavo?” Jules asintió sonrojándose profundamente.
 
“El señor Malfoy me ha ofrecido un mes para aceptar sus exigencias o devolverme al Ministerio. Es una oferta muy generosa aún cuando no tengo experiencia en dicha costumbre.” Terminó diciendo completamente rojo como un tomate maduro.
 
“¿Y aún no ha aceptado la oferta, doctor Jules?” Preguntó con sobrada malicia la señora de Lucius Malfoy. Jules siguió sonrojado y Narcisa volvió a sonreír, esta vez con el encanto que la caracterizaba. “Quizás yo pueda darle luz al respecto del carácter de mi esposo. Tal vez así no se sienta tan intimidado con él y le sea más fácil tomar una decisión. “¿Por qué no me acompaña a la terraza a tomar el té?” Preguntó la rubia con voz seductora extendiendo una mano hacia el galeno.
 
“Pero, mi señora… sólo soy un esclavo.”
 
“Entonces le ordeno que me acompañe a tomar el té, Jules.” Esta vez Jules no pudo hacer protesta alguna y se limitó a tomar la mano que se le ofrecía para dirigirse a la terraza a tomar el té.
 
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Gracias por leer.