Harry Potter - Series Fan Fiction ❯ The Sweetest Slave ❯ Capítulo 3 ( Chapter 3 )

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Capítulo 3
 
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Los personajes de Harry Potter pertenecen a J. K. Rowling.
 
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Lucius regresó esa tarde a la mansión. Estaba cansado, decididamente agotado. Los problemas con los rebeldes no eran muchos pero sí intensos. Apenas llegar los elfos tomaron su abrigo liviano y le informaron de la presencia de Narcisa en la casa.
 
“¡Narcisa!” Exclamó para sí mismo que para nadie en particular. Qué hacía la mujer en la mansión no podía ser otra cosa que indagando acerca del nuevo esclavo que había adquirido. No se detuvo a preguntar dónde se encontraba su esposa sino que corrió hacia la habitación de Jules la cual encontró vacía. Esta vez tuvo suficiente presencia mental como para preguntarle a uno de los elfos dónde se hallaba su esclavo.
 
“En la terraza del té.” Le contestó la criatura. El rubio no esperó más y se dirigió al lugar señalado.
 
Narcisa, su querida esposa, no era una mujer de fácil temperamento, cosa que su hijo había heredado. Si bien se resignaba en público a jugar el papel de esposa perfecta y sumisa, en privado era algo muy distinto. Tal como Draco no podía mantener sus emociones al margen y su boca cerrada, Narcisa era el doble de arrogante, directa, sagaz y atrevida. Con todo, esas características, dignas de un Black y no de un Malfoy, eran las que Lucius había hallado deseables en la rubia. Si había una mujer digna de criar a un Malfoy aquella era Narcisa.
 
Pero era por esas mismas características que temía a la escena de su esposa encontrando a Jules en la mansión cuando intentaba seducir al hombre no sólo en cuerpo sino en mente.
 
Ya cerca de la pequeña terraza aminoró sus pasos e intentó recuperar el aliento para no parecer que había corrido toda la mansión, cosa que en efecto había hecho. La cristalina risa de Narcisa lo hizo detener justo en el portal. Sentada a la mesa, con una taza de té en la mano, Narcisa sonreía. De frente a ella en la mesa, Jules le contaba algo que no podía escuchar por el suave tono que utilizaba el galeno.
 
“Narcisa.” Dijo algo tenso pero así como era la costumbre de ambos nunca mostrar sus desacuerdos frente a extraños, aún cuando fuera un esclavo, se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla. Se sorprendió al sentir que Narcisa le correspondía.
 
“Lucius, siéntate con nosotros.” Le invitó muy animada. “Debiste presentarnos antes. He pasado unos días muy aburrida en París y me hubiera encantado tener alguien con quien conversar.” Le dijo a modo de reproche.
 
“Jules llegó apenas unos días atrás. Me temo que no hubiera sido conveniente para ese entonces someterlo a tu escrutinio… o a tus reuniones del té.” Narcisa sonrió, una sonrisa especial que sólo Lucius podía descifrar, esa que le decía que su esposa realmente estaba encantada con su decisión y que ansiaba ver si sus propias conclusiones coincidían con las de su esposo. De pronto, la tensión en el aire se disipó palpablemente y Lucius se sentó a la mesa donde Narcisa hizo ademán de servirle una humeante taza de té.
 
“Tonterías. Ya puedes ver que no ha pasado nada. ¿Cierto Jules?” El hombre se había quedado callado desde el momento en que había visto a Lucius parado en el umbral del balcón. “¡Lucius! Tienes a Jules intimidado.” Exclamó Narcisa fingiéndose ofendida.
 
“Imposible. Debe ser la cantidad de palabras que puedes utilizar por minuto, querida. Jules es un hombre difícil de intimidar, si lo fuera, no estaría aquí.” Finalmente Jules pareció recobrar la vida y la respiración.
 
“Me alegra que sea así, sino… no habría tenido la oportunidad de que me contara el proceso de rejuvenecimiento mágico en el cual había estado trabajando en su tiempo libre junto a otros dos genios de la materia…” Lucius suspiró y sorbió su taza de té mientras Narcisa se lanzaba al recuento de lo que Jules le había estado relatando. Parecía que su largo y cansado día no terminaría ahí.
 
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Esa noche Jules tomó la cajita nuevamente en sus manos y se la llevó a la cama. Al igual que la vez pasada estaba acabado de tomar un baño y había puesto hechizos de silencio y privacidad en la habitación. Aún así sus dedos vacilaban en abrirla. Tan sólo recordar las sensaciones vividas le aceleraban el corazón. Armándose de valor y con un poco de ansiedad, tomó una corta respiración y se dispuso a abrir la cajita.
 
El falo mágico parecía brillar con luz propia. Era tan pálido y suave que no pudo resistir rozarlo con la punta de los dedos.
 
“Tan pálido como la piel de Lucius…” Susurró antes de sonrojarse violentamente. En sus años como medimago había visto muchas complexiones. Había también sido testigo de la desnudez de muchos de sus pacientes y tenía una idea más que clara de cómo podía ser el sexo de su carcelero. La idea de comparar lo que sabía con lo que podía ser era lo que le provocaba un fuerte aletear en el pecho. Seguramente su corazón desbocado ante la idea de que en un futuro esos pensamientos podían llegar a hacerse realidad porque si él aceptaba… en menos de un mes se vería bajo aquel cuerpo, perteneciéndole de una forma mucho más íntima…
 
La puerta de su habitación se abrió y casi dejó caer la cajita y su contenido. Con dedos temblorosos cerró la tapa con más fuerza de la que hubiera deseado. “Lucius.”
 
El hombre estaba ya preparado como si fuera a dormir, con una bata liviana y unas pantuflas de seda. “Buenas noches, Jules.” Lo saludó el rubio pero al ver cómo palidecía supo que no sería nada fácil lograr lo que se proponía.
 
El hechizo de alarma se había activado y Lucius estaba ansioso por intentar aquello. Era una buena excusa y seguro el galeno vería la lógica de sus argumentos. Pero íntimamente Jules no parecía ser el hombre cuyas lealtades estaban claramente definidas o el que permanecía firme ante la adversidad. A Lucius se le antojaba que Jules estaba abriendo los ojos a algo demasiado nuevo para él y que a pesar de haberlo presenciado en otros no se había imaginado que algo así podría llegar a tocarle directamente. El rubio adoptó una expresión más serena y amable. “Sé lo que hay en esa caja, Jules. Es por eso que estoy aquí.”
 
Los azules ojos de Jules se fijaron asustados en la cajita. “¿Sí?” Lucius se acercó unos pasos y se sentó al pie de la cama para evitar verse amenazador.
 
“Quizás le agradaría utilizarlo en mi presencia. Ver si le agrada… mi presencia.” La voz de Lucius era un susurro apenas sensual, mostrándose solícito y gentil mientras que en su interior su sangre bullía con el entusiasmo del cazador cuya presa está a punto de posarse en la trampa.
 
A Jules se le hacía casi imposible respirar y no sólo por la vergüenza. Los ojos casi plateados de Lucius estaban fijos sobre su cuerpo semi desnudo, apenas tapado con la toalla y húmedo por la reciente ducha. “Prometo no intervenir.” Susurró Lucius sobresaltándolo levemente de sus pensamientos.
 
Jules sentía el corazón a punto de escapársele del pecho pero luego de unos minutos de indecisión observando al hombre sentado a su lado tuvo que admitir que lo que decía tenía sentido. Si quería saber si podría funcionar en presencia de Lucius como le iba a ser requerido entonces… lo más lógico era probar con el rubio presente. Sólo le incomodaba que apenas fuera su segunda vez con el juguete mágico. Aún no estaba muy seguro de sus reacciones aunque la primera vez, no cabía duda, había sido lo más placentero posible.
 
Cuando Jules asintió Lucius se preparó mentalmente para no verse demasiado anhelante. Sus ojos ya habían recorrido el cuerpo de Jules una vez esa noche y el galeno lo había descubierto de inmediato. Jules volvió a abrir la cajita tomando con algo de timidez el falo mágico y sacándolo de su estuche. El juguete zumbó suavemente como si tuviera mente propia y estuviera impaciente por volver a la vida.
 
Con un suave temblor el galeno se acomodó sobre las almohadas, su rostro cerca de las piernas de Lucius al final de la misma en una posición que le daba un poco de privacidad. Las almohadas fueron colocadas bajo sus caderas hasta que tuvo su trasero aún cubierto por la toalla en el aire. Sus ojos se volvieron hacia los de Lucius con timidez y nerviosismo. La mirada que le devolvieron los ojos grises era una de serenidad, como si quisiera traspasarle a Jules el sentimiento. Dio un suspiro nervioso antes de sacarse la blanca toalla quedando completamente desnudo a los ojos del hombre.
 
Lucius no había dicho nada cuando Jules se recostó sobre las almohadas dejando su trasero al aire pero sí tuvo que morderse la lengua para no gemir cuando el hombre colocó el falo en posición y este cobró vida, comenzando a penetrarlo de inmediato pero con suavidad. Un estremecimiento recorrió el cuerpo expuesto ante sus ojos indicándole que el juguete había encontrado un nuevo estuche pero no pudo evitar la desilusión al notar que Jules había cerrado los ojos apenas sentir que la magia comenzaba a hacer su trabajo.
 
Con todo, la escena era demasiado tentadora, especialmente cuando el falo penetró completamente el cuerpo provocando que Jules gimiera tímidamente. Para Lucius era obvio que estaba conteniendo sus reacciones pero sabía que no tardaría mucho en ser más vocal al expresar su placer. El juguete era uno demasiado ingenioso.
 
Jules comenzó a sentir cómo era dilatado esta vez con un poco más de prisa, haciéndose cada vez más grueso y rozando sin fallar ese punto que hacía que quisiera gritar de placer pero no se atrevía a mucho sabiendo que el rubio estaba en la misma habitación observándolo. La posición del falo cambió levemente haciéndolo gemir más fuerte. Como un seductor susurro escuchó la voz de Lucius casi en su oído. “Jules… abre los ojos y mírame.” Le pidió más que ordenarle y Jules accedió a lo que le pedía. Sus ojos azules se encontraron con los de Lucius que aunque más claros llevaban su mensaje claramente… deseo.
 
Se había acercado hasta casi tener la cabeza de Jules en su regazo pero aún no lo tocaba. Eso significaba entonces que el rubio tenía una clara vista de su cuerpo y del juguete, especialmente de lo que este le estaba haciendo. Gimió nuevamente al sentir los suaves estremecimientos que aquella ocurrencia le provocaban en su bajo vientre.
 
Comenzó a mover las caderas lentamente al principio, intentando que sus movimientos no fueran demasiado obvios, una hazaña difícil cuando el placer inundaba sus sentidos de aquella forma. Su sexo demandaba más acción que aquella de las almohadas pero no podía más que mirar a Lucius, percibiendo cómo la respiración del rubio se hacía jadeante al mismo ritmo que la suya.
 
Sus manos se tensaron sobre las sábanas cuando Lucius se dejó ir un poco hacia atrás y metió su mano por entre los pliegues frontales de su bata, abriéndola levemente e insinuando una caricia que fue desde su pecho hasta su entrepierna donde su respiración pareció detenerse abruptamente antes de soltar un gemido placentero.
 
Sin saberlo le hizo eco al gemido mientras en su pecho se forjaba el enorme deseo de acercarse a Lucius y sentir el calor de su piel de la forma que fuera. Tan sólo bastó una mirada para que el rubio comprendiera que lo que había estado esperando finalmente estaba listo para ser cosechado.
 
Se deslizó suavemente, sus dedos deshaciendo el nudo de la bata y dejándola en la cama. Sus manos tomaron a Jules de los hombros y le hizo incorporarse hasta tenerlo a la altura de sus labios y se acercó hasta ocupar el cálido lugar que el galeno dejara. Unos segundos bastaron para que le mirara a los ojos, el ritmo de Jules sin detenerse antes de tomar los labios con los suyos y besarle tentativamente.
 
Para Jules aquello fue suficiente para hacerle perder todo razonamiento. Sólo sabía que necesitaba sentir, lo que fuera, lo que se le ofreciera. Abrió los labios y su lengua surgió deseosa para explorar la boca del rubio que por unos instantes se rindió ante la invasión para después succionarle en un claro despliegue de autoridad.
 
Un suave gemido escapó de Jules entonces, declarándose vencido, pegándose al cuerpo de Lucius e inclinando la cabeza hacia atrás en un claro gesto de sumisión que deleitó al rubio.
 
Lucius guió su mano a su propia entrepierna y por primera vez en su vida el galeno palpó una virilidad con otra intención que el de analizarla. Ese no era el toque de un médico sino el de un amante buscando el placer de su compañero. El falo mágico volvió a dilatarlo y tuvo que separarse dejando escapar un grito de placer. Sólo entonces escuchó los gemidos de Lucius bajo su propio toque.
 
El rubio se acercó un poco más a su cuerpo, lo suficiente para que sus caderas se tocaran y tomó en su mano el sexo de Jules que sintió que las piernas se le volvían gelatina. Con un pequeño movimiento adicional ambas erecciones estuvieron la una al lado de la otra. Lucius entonces aprovechó y con sumo cuidado bajó su otra mano para tomar la de Jules deteniéndola momentáneamente y quitándola hasta ponerla en su cadera. Acercándose aún más tomó entonces su erección y la de Jules con ambas manos, uniéndolas estrechamente.
 
Jules sintió que sus ojos querían voltearse en su cabeza y se sujetó de las caderas de Lucius, apoyando la cabeza en su hombro. “¿Te gusta?” Susurró Lucius quedamente y Jules asintió sin poder decir una palabra. “Te gustará más si mueves tus caderas.” Le sugirió y el galeno obedeció sin chistar. Lucius había dejado suficiente espacio en sus manos para que ambas erecciones se deslizaran una contra la otra provocando que los dos gimieran simultáneamente con el movimiento de Jules. Entre ambos lo único que quedaba eran las almohadas y tan sólo les ayudaban a mantenerse el uno contra el otro.
 
Jules estaba fascinado. Era la primera vez que hacía aquello y el placer de Lucius, sumado al suyo le embotaban la mente y le aceleraba los sentidos. Los jadeos aumentaron de tono dentro de la habitación a la par con la excitación de ambos y la inminencia de que pronto ambos alcanzarían el anhelado clímax.
 
No supo cuánto tiempo se mantuvieron en aquel ritmo que de a poco se iba haciendo más errático pero Jules nunca había sentido algo así. No se consideraba un mojigato en asuntos de sexo, al menos el heterosexual, pero aquello era algo que no había probado antes y estaba demostrando ser una experiencia fantástica en su propia medida.
 
El juguete mágico comenzó a embestirlo con más fuerza al percibir su excitación, haciéndole gritar de forma casi ininterrumpida mientras que Lucius le acompañaba con roncos gemidos y jadeos que le calentaban la piel del cuello.
 
Con el rabillo del ojo Lucius pudo ver cómo el falo mágico seguía penetrando a Jules y eso fue suficiente para desear ser él quien estuviera en aquella posición, sintiendo cómo el suave interior de Jules lo recibía una y otra vez. Dejó ir la cabeza hacia atrás antes de inclinarse sobre el cuello de Jules y morderlo suavemente justo en la unión del cuello y del hombro para reprimir levemente el grito de placer que ya no podía contener.
 
Jules sintió la mordida y el dolor de la misma viajó hasta su vientre haciendo estragos mientras que el grito de Lucius pareció reverberar en su propio sexo empujándole definitivamente al clímax.
 
La semilla de ambos se mezcló en las manos de Lucius y por unos instantes ambos quedaron sin control de sus propios cuerpos, embistiendo ciegamente en espasmos involuntarios contra las manos lubricadas del rubio.
 
El galeno sintió derretirse, como si su cuerpo no existiera, incapaz de moverse mientras Lucius pasaba sus manos humedecidas sobre su vientre y su sexo provocándole deliciosos espasmos post orgásmicos. Cuando recuperaron un poco el aliento el rubio lo bajó de regreso a la cama y lo besó sin prisas, asegurándose de cubrir toda su boca y su cuello. Cerró los ojos con media sonrisa, dejándose hacer complaciente hasta que la mano de Lucius fue hasta su trasero y removió el juguete que dejó a un lado.
 
Uno de los dígitos aún lubricados se deslizó a su interior haciéndole gruñir levemente mientras el rubio se posesionaba nuevamente de su boca. “Mío.” Susurró Lucius posesivamente y Jules se estremeció una última vez como si aquellas palabras lo marcaran más certeramente que la gargantilla de perlas negras en su cuello.
 
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Cuando Narcisa despertó lo primero que hizo fue buscar a su esposo. Esa noche Lucius simplemente había superado todas sus expectativas. Uno de sus mejores negligés había sido testigo de la lujuria con la que su esposo le había hecho el amor esa noche. Se estiró en la cama cual sinuosa felina y con un accio tuvo en sus manos una de sus batas de seda mucho más cubridora pero igualmente seductora que le llegaba a los tobillos y sobre la cual se puso una camisola a juego que dejó abierta. Se encontró a Lucius en el amplio baño frente a su lavabo arreglándose los cabellos mientras murmuraba una leve cancioncilla. Le dio una mirada de soslayo y procedió ella misma a asearse un poco y a cepillarse los cabellos.
 
Al cabo de media hora, que era lo que generalmente ambos se tardaban en el baño sólo para bajar a desayunar Narcisa continuaba escuchando aquella cancioncilla. Se acercó a su esposo y lo abrazó por la espalda cubriendo con el hombro de Lucius la sonrisa maliciosa que se asomaba a su rostro. “Buenos días, amor. ¿Me dirás qué es lo que te tiene tan contento esta mañana?”
 
“Nada en especial. ¿Por qué habría de estar más contento que otros días?” Murmuró Lucius con una evidente sonrisa en la curvatura de sus labios.
 
“Como si me fueras a engañar.” Sonrió la rubia deslizándose a un lado y mirando cómo su esposo terminaba de cepillarse los cabellos. “Fue Jules… ¿cierto?” Le dijo con picardía. “Es tan… inocente.” Suspiró Narcisa complacida.
 
Lucius sonrió y sus ojos brillaron con la misma picardía que los de Narcisa. “Cisa… ¿Son celos lo que escucho en tu voz?” La rubia le dio una leve sonrisa y se acercó para besarlo en la boca.
 
“¿Celos? ¿Cómo podría sentir celos de algo que me da como resultado más placer y de paso te mantiene en la casa?” Lucius sonrió levemente y Narcisa, con algo de curiosidad infantil se sentó sobre el muro que contenía los dos lavabos, cruzando las piernas y meciéndolas como una niña. “¿Ya le mostraste quién es el amo?”
 
“Cisa…” Le amonestó Lucius con algo de reproche disfrazando su sonrisa. “Le prometí un mes. Nunca he faltado a mis promesas.” La rubia se inclinó hacia Lucius con una enorme sonrisa.
 
“Entonces no puedo esperar a que lo hagas… si lo de anoche fue sólo una muestra…” Gimió suavemente terminando en un largo ronroneo de mirada seductora. “Espero que lo hayas invitado a desayunar. Quisiera agradecerle.”
 
“Claro que lo invité.” Murmuró Lucius acariciando los rubios cabellos de su esposa. “Pero no quiero que lo asustes.” Le dijo con algo de seriedad el rubio.
 
“¿Por quién me tomas?” Respondió levemente indignada. “Hay muchas formas de mostrar agradecimiento, querido. Sé que lo sabes, pero te lo recordaré… Jules Melié es una de las mejores mentes mágicas de este tiempo en lo que a medicina se refiere. Tomar el té con él seguramente será algo sumamente enriquecedor.”
 
“Ummhh… ¿eso significa que a la hora del té no sólo estarás ejercitando tu boca sino también tu mente?”
 
“Ja, ja. Señor Malfoy. Tenga cuidado con sus insinuaciones, no está hablando con cualquier rubia… sino con una Slytherin.” Dijo bajándose de un pequeño salto del muro mientras Lucius reía suavemente al verla salir en un pequeño revuelo de seda. “¡Deja de reír!” Escuchó desde el otro lado de la puerta. “Se te marcará la sonrisa y perderás tu reputación de amargado.” Al escucharla Lucius salió del baño, varita en mano, dispuesto a lanzarle un hechizo pero para entonces sólo pudo escuchar una risa cristalina perdiéndose por los pasillos de la mansión.
 
Llegada la hora del desayuno, Jules se presentó a la hora convenida para acompañar a los esposos Malfoy en la mesa.
 
“Buenos días, Jules.” Saludó Narcisa al hombre que se acercaba con pasos tímidos a la mesa del comedor y sin levantar la vista. “¿Descansaste bien?” El hombre enrojeció levemente y Lucius le dio una mirada de advertencia a su esposa desde atrás del periódico que leía. La mujer lo ignoró y extendió una mano hacia el recién llegado obligándole a acercarse a la mesa y haciéndolo sentar a su lado.
 
“Así es, mi señora.” Murmuró apenas levantando la vista.
 
“Cisa, Jules, te dije que me llamaras Cisa.” Los ojos de Jules se fueron de inmediato hacia los de Lucius quien asintió muy levemente su consentimiento y fue como si un gran peso se levantara de los hombros del hombre.
 
“Descansé muy bien, Cisa.” Respondió algo cohibido aún. Para alivio de Jules, la esposa del señor Malfoy se concentró en su curiosidad por saber cómo le iba en la mansión. La constante charla de la mujer lo fue relajando poco a poco y el que Lucius pareciera agradado con su comportamiento lo alentaba a continuar.
 
El desayuno pasó agradablemente y al final, cuando estaban a punto de retirarse, Narcisa le hizo a su esposo una petición inusual.
 
“Querido… quería saber si podía pedirte prestado a Jules durante el día.” Lucius arqueó una ceja mientras su esposa le daba una mirada que él conocía perfectamente. Era esa mirada en la que Narcisa le decía que obtendría lo que quería a pesar de todas sus negativas.
 
“Tienes a Jules todo el día contigo, Cisa. ¿Por qué me pides permiso?” Preguntó curioso pero también preocupado.
 
“Es que quiero salir de la mansión un rato… ya sabes, tomar aire y tú nunca puedes acompañarme.”
 
“Querida… no sé si Jules me agradecerá el que te permita torturarlo con uno de tus paseos.” Comentó mirando con algo de pena a su nuevo esclavo.
 
“Pero Jules quizás lo aprecie, lleva demasiado tiempo encerrado aquí en la mansión, ¿no lo crees así?” Los ojos de Narcisa imitaban a la perfección toda la dulzura de una esposa ejemplar que le pedía a su esposo un pequeño capricho por primera vez. Lucius sabía más que eso. Además… Jules apenas llevaba un par de días en la mansión.
 
“Sólo si me prometes que cuidarás de Jules como si fuera tu más preciosa posesión.” Musitó Lucius con completa seriedad. Sólo entonces Narcisa se permitió terminar su desayuno y excusarse graciosamente. Cuando Narcisa les dejó a solas Lucius arriesgó una mirada hacia el medimago que parecía meditar seriamente sobre su desayuno.
 
“¿Jules?” El galeno levantó la vista en su dirección.
 
“¿Sí, Lucius?” El amable rostro de Jules parecía lleno de preocupación o al menos, de lago bastante parecido, Lucius aún no aprendía a leerlo bien.
 
“¿Sucede algo?” Jules negó, pero en su rostro aún parecía reflejarse algo parecido a la melancolía o a la tristeza. ¿Podría ser que se estuviera arrepintiendo de aceptar su oferta? “¿Hubieras preferido quedarte en la casa?”
 
“Una posesión no tiene que dar su opinión.” Comentó sin resentimiento.
 
“Oh, Jules. ¿Por qué le das tanto significado a las palabras? No le dije eso a Narcisa para humillarte, ya te dije que prefiero no dañarte.” Lucius suspiró para mayor efecto y prosiguió en voz baja, como si contara un secreto. “Pero te diré algo. Narcisa engaña a sus amigas, manipula a sus amigos, deslumbra falsamente a sus amantes pero nunca, nunca pierde su más preciada posesión ni permite que le hagan daño. Yo soy su más preciada posesión. Sólo le he pedido que te trate con igual cuidado…” Lucius suspiró. “Narcisa sabe que eres importante para mi. Ahora sabe cuán importante. No te sientas ofendido por las palabras que uso… no cuando el significado real escapa a tu comprensión. Con un poco más de tiempo, espero, serás capaz de entendernos.”
 
“Entonces…” Musitó Jules pensativo. “…es como un juego. ¿De palabras?”
 
“Para nosotros es importante mantener las apariencias en todo momento… pero sería demasiado difícil no poder decirnos exactamente lo que queremos frente a los demás. Nuestros momentos de privacidad son pocos.”
 
“Así que no se molestan siquiera en intentar comunicarse de otra forma… ¿por qué me dice esto, Lucius?”
 
“Usted es un mago muy sensible, Jules. No lo tome a mal, es algo de admirar en tiempos como estos, tanto así que Narcisa y yo estamos encantados de tenerle en la casa. No me sirve de nada torturarle haciéndole pensar que nuestras lealtades son ciegas y que nuestras vidas son tan oscuras como el señor que ahora servimos. Usted no es mi enemigo, Jules. Hasta ahora lo único que ha hecho es beneficiarme con su presencia en mi casa. Me gustaría que esa tendencia continuara, sea lo que pase con la guerra de este punto en adelante.” Lucius cubrió la sonrisa triunfal con una de agradecimiento al ver que la expresión del galeno se animaba visiblemente.
 
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Gracias por leer.