Harry Potter - Series Fan Fiction ❯ The Sweetest Slave ❯ Capítulo 4 ( Chapter 4 )

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Capítulo 4
 
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Los personajes de Harry Potter pertenecen a J. K. Rowling.
 
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Jules estuvo listo para acompañar a Narcisa cerca de media mañana. La mujer vestía una hermosa túnica azul celeste que se ajustaba perfectamente a su esbelto cuerpo y sobre ella pronto tendría puesta una capa del mismo color con un suave cuello de piel en un tono más claro.
 
Jules mismo iba vestido de forma impecable, los elfos habían dejado sobre su cama las ropas que debería vestir sin saber que había sido Narcisa quien las había escogido. Una túnica de un gris acero algo oscuro para su gusto pero que definitivamente resaltaba el color de sus ojos de una forma agradable.
 
Se miró al espejo y se sintió satisfecho. Su propia fortuna era más que suficiente para permitirse ropa de aquel gusto pero como medimago, casi nunca vestía otras ropas que no fueran las de servicio. Pensándolo bien, su vida social había sido casi nula siendo que se pasaba en las investigaciones, en charlas o simplemente atendiendo pacientes especiales.
 
Su trabajo siempre había consumido un noventa por ciento de su tiempo. El resto… ¿dormir? Ni siquiera sabía qué hacía con ese pequeño por ciento que le sobraba. Probablemente dormir y comer ya que no recordaba haber tenido ninguna otra pasión que no fuera la medicina.
 
Con un poco de vergüenza reconoció que era la primera vez que salía con una mujer en lo que, de haber sido en otras circunstancias, podría haber considerado una cita.
 
Narcisa Malfoy, contrario a lo que había esperado luego de las primeras palabras que cruzaran en la biblioteca, era una mujer agradable, de palabra fácil y novedoso encanto. Si bien no estaba familiarizada con algunos términos más técnicos de su profesión, luego de explicarlos la conversación entre ambos había fluido sin tropiezos, demostrándole una inteligencia que sin ser pedante podía mantener su propio ritmo en los asuntos más delicados.
 
“¿Jules?” Llamó la mujer desde las escalinatas de la mansión y se apresuró a ofrecerle una mano para que bajara. “Veo que las ropas que le escogí le quedan perfectamente.” Narcisa entrecerró los ojos levemente fijándose en la gargantilla y haciendo un leve gesto de disgusto. “En verdad es una hermosa joya familiar, pero su significado arruina el efecto del conjunto.” Dijo con desagrado antes que su expresión se suavizara. “Pero tendremos que trabajar con lo que tenemos por el momento.” Suspiró.
 
Jules no supo qué decirle pero al parecer la mujer no esperaba respuesta pues tomó el brazo que le ofrecía y le llevó con aires de princesa hacia el carruaje que les esperaba afuera de las puertas dobles de la mansión.
 
El día pasó de forma agradable en compañía de la rubia mujer. Narcisa no era, como había temido, una compradora impulsiva. Era muy difícil convencerla de comprar algo que no le gustara y aquello que compraba siempre tenía una doble utilidad o al menos, incrementaría su valor con el tiempo. Cuando finalmente terminaron de comprar, Narcisa se colgó de su brazo y comenzaron a caminar por la calle, sin prisas, simplemente conversando. Jules olvidó por unos instantes que estaba a mitad de una guerra y que él era uno de los prisioneros de ella.
 
Y fue durante aquella caminata que decidió que aceptaría la oferta de Lucius. Tan sólo se sentía un poco inseguro de lo que sucedería una vez aceptara. No era simplemente el hecho de que pasaría a ser más que propiedad de los Malfoy. Aún tenía reservas acerca del comportamiento de la pareja. No le era posible discernir si hablaban con la verdad o no pero tenía que admitir que las palabras de Lucius eran dulces a sus oídos. Demasiado.
 
“Un galeón por sus pensamientos.” Susurró Narcisa en su dirección y Jules sonrió.
 
“No necesita pagar tanto por mis pensamientos, Narcisa.” Le dijo con serenidad. “Estoy pensando en la oferta que me hizo su esposo, Lucius.”
 
“Ah, esa oferta.” Comentó Narcisa restándole importancia y Jules la observó de soslayo. La mujer no parecía ofendida, sus labios no habían perdido la afabilidad de hasta hace unos minutos. “¿Qué es lo que le impide aceptarla, Jules? Además, claro está, de la falta de experiencia, porque asumo que es sólo falta de experiencia lo que le hace dudar.”
 
“Tiene razón al decir que me falta experiencia.” Dijo bajando la cabeza avergonzado. “Pero es que tampoco me veo siendo el causante de discordias matrimoniales.”
 
“Jules.” Exclamó la mujer pegándose a su brazo. “Si estuviera interponiéndose en nuestro matrimonio no estaría conversando conmigo mientras paseamos al aire libre tomados del brazo.” El galeno se giró levemente, los ojos azules de la mujer se negaron a devolverle la mirada pero parecían emanar una convicción inamovible, algo que le decía que aquel asunto ya había sido discutido hasta la saciedad y que todo lo que estaba sucediendo era de su conocimiento de la misma forma que lo era de su esposo.
 
“Eso también lo he estado pensando.” Musitó y la mujer ladeó la cabeza al cabo de un rato, la brisa de la calle removiendo los mechones sueltos de su peinado, dándole un aire de ninfa bajo toda la severidad de sus vestidos. Jules comenzó a entender un poco las razones por las que Lucius Malfoy había escogido aquella beldad. No sabía si era justo después del último tono de azul en el cielo de aquellos ojos donde parecía esconderse algo imposible de dominar. Narcisa lo sorprendió entornando levemente la mirada y sonriendo con la inocencia del primer amor al hablar de las cualidades de su esposo.
 
“Lucius es un hombre muy apasionado. Le gusta complacer y ser complacido pero antes que nada, le gusta ponerle un poco de chispa al día a día. Además…” Narcisa guardó silencio unos segundos durante los cuales su mano acarició levemente el brazo de Jules con lentitud, imprimiéndole así una intimidad que el hombre no había experimentado antes y haciendo que su pecho palpitara con fuerza. “Estoy deseosa porque se interponga en nuestro matrimonio…”
 
Los dedos de Narcisa buscaron la mano de Jules y se entrelazaron con ella, reclinándose un poco más y permitiendo que el calor de ambos se fundiera confortablemente. Jules había perdido el habla y probablemente hubiera perdido el camino de no haber sido porque Narcisa lo conocía de memoria. La rubia sonrió para sus adentros. Su Lucius estaría orgullosa de ella si pudiera verla en esos momentos. “Sí, entre Lucius y yo. Estoy segura que valdría la pena.” Esta vez el susurro causó que Jules apretara nerviosamente la mano de Narcisa y la rubia sintió que la decisión del galeno acababa de ser tomada.
 
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Jules apenas podía esperar a que Lucius llegara a la casa para informarle de su decisión. Una mezcla de ansiedad y nerviosismo con una ínfima partícula de algo que jamás lo había sobrecogido de esa forma. Eso lo hacía temer el momento mismo en que el hombre atravesara la puerta principal. Sentía como si su decisión estuviera escrita en su frente a la vista de todos, pero especialmente a la de Lucius Malfoy.
 
Cuando escuchó los elfos aparecer en la entrada de la casa, se retiró a prisa a su habitación. No quería parecer desesperado, pero la verdad era que la decisión le quemaba en su interior y hasta que no la hiciera latente no podría estar en paz. De igual forma, lo que vendría luego de que la hiciera del conocimiento de Lucius amenazaba con destrozar sus nervios. Quería que todo pasara, estar del otro lado de lo que fuera y mirar atrás y poder decir sin temor a equivocarse que había valido la pena, pero su travesía apenas comenzaba y a sus ojos toda sombra era más grande de lo que en realidad era.
 
Apareció en la oficina de Lucius dos horas después de su llegada, cuando esperaba que el hombre ya estuviera un poco más relajado y apenas entrar Lucius lo recibió con una leve sonrisa y un gesto para que tomara asiento.
 
“Vaya placer el mío al tenerle aquí, Jules. Imagino que hay algo importante que quiere decirme aunque me gustaría que no se sintiera obligado a visitarme sólo para eso.” Jules asintió, un poco avergonzado de ser tan transparente a los ojos de ese hombre. Hizo ademán de sentarse pero ponerse al nivel del rubio lo hacía sentir más vulnerable, aún de pie se sentía extrañamente vulnerable.
 
“Sí. Supongo que será cuestión de acostumbrarme.” Lucius arqueó una ceja y luego pareció querer decir algo pero se contuvo. Sus ojos grises brillaron inusitadamente con alegría antes de levantarse.
 
“¿Eso significa que aceptará mi oferta?” Comentó como si acabaran de anunciarle que sus baúles en Gringotts se habían duplicado mágicamente. Jules asintió para ver con algo de anticipación cómo Lucius rodeaba el escritorio, cual si fuera un felino en camino a recibir la mejor de las caricias. No se equivocó y sin embargo la sorpresa no fue menor por haberlo presentido.
 
Sin embargo, Lucius se detuvo a unos centímetros de su cuerpo y no supo cuál fue mayor, si el alivio o la decepción, sin embargo, ambos fueron cortos pues el rubio se inclinó levemente para mirarle directamente. “¿Aunque eso signifique que estarás en mi cama esta misma noche?” El susurro era dulce y Jules se acercó por instinto y asintió por temor a que su voz fallara en esos momentos. Inclinó la cabeza, incapaz de sostener por un momento más la intensidad en el rostro de Lucius.
 
“Haré que valga la pena… te lo prometo.” Susurró Lucius al oído de Jules al tiempo que una de sus manos acariciaba furtivamente la base de su nuca y los cortos mechones que podía alcanzar. Se separó un poco y depositó un beso en la comisura de los labios del castaño haciéndole estremecer visiblemente. De pronto Lucius lo acunó contra su pecho y Jules se sintió exhausto, como si acabara de correr un largo maratón y acabara de llegar a su destino. “No te arrepentirás de nada.”
 
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Esa noche la cena fue liviana y Narcisa, que no se había presentado con Lucius desde su regreso a la mansión, hizo una breve aparición para disculparse y retirarse a sus habitaciones privadas más temprano de lo habitual. Lucius aprovechó entonces para invitar a Jules a la habitación que solía usar cuando no podía acompañar a su esposa. Si bien Jules no sabía que rara vez las utilizaba, el interior estaba tan bien cuidado que no se hubiera dado cuenta de ello.
 
La chimenea arrojaba una tenue luz dorado oscuro sobre la alfombra de piel frente a ella, crepitando suavemente cual si las llamas fueran seda.
 
Jules estaba más nervioso que el día que había presentado su examen para licenciarse como medimago oficialmente. Parado frente a la puerta de la habitación observaba todo con ansiedad hasta que Lucius en un impromptu tomó su mano y lo guió hacia la chimenea donde había una botella de vino sobre la alfombra.
 
“No es mi costumbre saltarle encima a mis amantes, así que relájate un poco. Pasará lo que tenga que pasar… y si no pasa nada entonces mañana será otro día aunque preferiría tener una mejor excusa para no haber dormido con Cisa esta noche.” Lucius sirvió dos copas y le ofreció una a Jules que comenzó a tomar con algo de precipitación pero el rubio lo detuvo. “No, Jules, así sólo conseguirás nublar tus sentidos.” El hombre bajó la copa de Jules y tomó un sorbo de ella, acercándose luego y besándole con lentitud.
 
Jules cerró los ojos y separó los labios, permitiendo que la boca de Lucius le diera a beber aquel pequeño sorbo. Cuando el hombre se alejó un poco dándole una pequeña sonrisa Jules le correspondió perdiendo un poco la timidez al recordar los besos que ya habían compartido una vez. El próximo sorbo no lo tomó desprevenido sino que lo encontró esperando con mal disimulado deseo.
 
El beso dejó toda pretensión de juego cuando Lucius lo rodeó con sus brazos y comenzó a acariciar su espalda con lentitud. Se sentía como si se hubiera lanzado al agua, la impresión inicial de lanzarse lo había asustado pero una vez en ella las nuevas sensaciones perdían su atemorizante cualidad. Sus dedos soltaron la copa mientras Lucius dejaba la suya a un lado con cuidado. El brillante líquido se derramó sobre la suave piel mientras Jules luchaba por dejar a un lado sus inhibiciones y disfrutar.
 
Lucius lo levantó un poco antes de voltearlo y bajarlo con lentitud a la alfombra. El movimiento hizo que la copa que Lucius había dejado a un lado tan cuidadosamente se derramara. Por largos instantes lo único que se podía escuchar eran pequeñísimos gemidos y las respiraciones pesadas de ambos.
 
Todo cambió cuando Lucius le dejó sentir su peso a Jules, uniendo sus caderas, reposando sobre ellas como si siempre hubiera pertenecido a aquel lugar. Apenas fue consciente del momento en que sus ropas comenzaron a ser retiradas o de la forma en que sus propias manos comenzaron a descubrir el cuerpo del hombre, tan sólo era consciente de la necesidad que afloraba a su piel, quemándola en el proceso. Sus piernas se cerraban por momentos, temblando de expectación aún cuando temía lo que estaba por suceder.
 
Sólo cuando la piel de Lucius se deslizó sobre su vientre fue que su mente recuperó levemente el control de sus sentidos. Su cuerpo se sentía afiebrado, anhelando un mayor contacto.
 
Lucius se detuvo unos segundos al presentir que Jules tenía un instantes de lucidez. “Prometo que nunca te arrepentirás de este momento.” Susurró antes de poder detenerse. Quería dejarle saber a Jules, aún por encima de sus maquinaciones, que aquel momento no era fingido, le era imperativo que supiera cuán real era su pasión. Hacerle sentir como a todos sus amantes que aquel a quien Lucius Malfoy amaba una noche podía sentirse amado toda la vida.
 
Los besos se alargaron y las caricias no subieron de tono hasta que Jules mismo necesitó que se volvieran más tangibles. Lucius lo complació sin reparos haciéndose espacio entre sus piernas y subiéndolas poco a poco a sus caderas mientras su erección se insinuaba íntimamente en el lugar donde sería acogida más tarde.
 
No fue difícil esperar, aún cuando lo ansiaba. Era como una languidez que entumecía sus sentidos mientras la pasión intentaba despertarlos con rítmicas pulsaciones que no lograban impacientarlo, tan sólo provocarle a saborear aquel cuerpo despacio. Sus dedos tantearon sus ropas olvidadas y encontró lo que había guardado para la ocasión.
 
Jules dejó escapar un gemido sorprendido al sentir la caricia húmeda de los dedos lubricados de Lucius en su entrada, tan distinta a las que hasta el momento había experimentado y se tensó. “Jules… confía en mi.”
 
Era la prueba final, la que le aseguraría a Lucius que había hecho la elección correcta desde un principio. Fueron apenas segundos lo que tardó el castaño en decidirse, dejando ladear su cabeza levemente, convirtiéndose en lo que el rubio quisiera hacer de él y Lucius atesoró ese momento en su mente, guardándolo celosamente en sus recuerdos. “Eres perfecto.” Susurró complacido y Jules gimió reviviendo repentinamente al sentirse invadido lenta pero inexorablemente.
 
Se aferró a los hombros de Lucius, temblando hasta que las caderas del hombre ya no pudieron ir más allá. Suaves susurros confortantes brotaron de los labios del rubio mientras acariciaba sus cabellos y volvía a bajarlo a la alfombra de donde se había levantado momentos antes al recibirlo en su interior. “Y me perteneces.” El castaño respondió con un suave gemido, incapaz de formar palabras y perdiendo nuevamente los sentidos cuando el rubio comenzó a moverse lentamente en su interior, experimentalmente al principio hasta encontrar el ritmo que le hacía estremecer hasta el alma.
 
Cualquier sueño erótico que Jules hubiera tenido alguna vez en su vida palidecía en comparación con lo que aquel hombre le hacía sentir. De sólo pensar que cada una de aquellas embestidas reflejaba el deseo de poseerlo era suficiente para llevarlo más allá de sus límites. Nunca nadie lo había envuelto en aquel sentimiento de posesividad y eso, para un Jules que apenas había vivido fuera de su bata de hospital era algo grande.
 
No tardó mucho en derramarse con un grito entre su cuerpo y el del rubio, quedando exhausto en el proceso. Lucius se detuvo justo cuando el castaño se corrió entre ambos, apretando los dientes al sentir los deliciosos espasmos y cuando finalmente se relajó bajo su cuerpo lo besó, murmurándole palabras de aliento antes de comenzar nuevamente a moverse, esta vez más lentamente, esperando pacientemente a que Jules se recuperara y volviera a excitarse. Las suaves caricias lo llevaron nuevamente al delicioso frenesí pero esta vez su cuerpo, levemente cansado, tardó mucho más en llegar al clímax y cuando lo hizo se sintió desfallecer. Era más de lo que podía aguantar.
 
Cuando Lucius salió de su interior se sintió solo y gimió su descontento sacándole una sonrisa al rubio que lo acercó contra su cuerpo y usando un wingardium los cubrió con la mullida colcha que estaba sobre la cama. “Lo hiciste bien, Jules… lo hiciste muy bien.” Susurró besándole la sien.
 
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Lucius despertó a mitad de noche, entumecido por haber dormido todo ese tiempo sobre la alfombra, sin embargo, luego de estirarse levemente sintió en su cuerpo la liquidez que precedía a una noche de agradables placeres. El fuego aún crepitaba en la chimenea y su luz dorada los bañaba a ambos. Retiró la colcha y se llenó la vista con el cuerpo que acababa de hacer suyo.
 
Había sido refrescante encontrar un cuerpo tan falto de malicia como el de Jules Melié. Era obvio que el hombre no era dado a los placeres carnales sino a los laborales y esos placeres siempre venían acompañados de una negación propia que rayaba en lo absurdo o al menos así lo creía él.
 
Con todo, se sentía muy satisfecho. Jules era un hombre que se conservaba en forma. Aunque no fuera al extremo, su cuerpo era de agradables formas y la suavidad del mismo invitaba caricias y le hacía pensar en mundanos placeres. Hundió su rostro brevemente en el cuello de Jules y aspiró profundamente, igualmente satisfecho con el perfume natural del galeno, no muy fuerte y aún dulce. Pero justo ahora iban a necesitar una ducha si quería subir a la cama y terminar de pasar la noche cómodamente.
 
“Jules…” Susurró. El castaño despertó casi al instante y Lucius se sorprendió de que tuviera el sueño tan liviano.
 
“Mhhh…” Fue la clara respuesta en la forma de un gruñido.
 
“Acompáñame a la ducha y luego podremos ir a la cama.” Sin mucho esfuerzo lo tuvo en pie siguiéndole hacia el baño. Sólo entonces fue que notó que Jules aún tenía los ojos cerrados. “¿Jules?”
 
“Estoy despierto.”
 
“No lo pareces.” Objetó Lucius acercándose un poco al rostro de Jules para confirmar que tenía los ojos cerrados.
 
“Es una habilidad… estoy despierto aunque no lo parezca.” Masculló. “Me duele todo el cuerpo.” Se quejó dando un largo suspiro al cual Lucius respondió con una sonrisa maliciosa.
 
“Claro que te duele, yo lo usé completamente y fue exquisito.” Los ojos azules de Jules se abrieron con un sonrojo y Lucius dejó escapar una risa seca. “Te recordará lo mucho que me perteneces.”
 
Sólo entonces fue que la mente de Jules le recordó sus pasadas actividades y el hecho de que estaba completamente desnudo frente a Lucius quien estaba igualmente desnudo. Obviando lo extraño e incómodo que se sentía, trató de poner en orden sus ideas. Acababa de pasar la noche con aquel hombre quien lo había hecho alcanzar el placer dos veces seguidas y había sido increíble. Su decisión parecía haber sido la acertada aunque aún pendía de su cuello el asunto de que era un prisionero de guerra y por más delicioso que fuera el estar bajo el cuerpo de Lucius, sus convicciones no podían estar conformes con simplemente vivir fuera de peligro.
 
“Jules… ¿te gustó lo que hicimos?” Fiel a sus sentimientos, el galeno asintió sin mirarlo a los ojos en un intento por evitar mostrar su conflicto interior. Pero Lucius podía leerlo perfectamente.
 
“Hay algo que te atormenta. Espero que no sea arrepentimiento.” Susurró acariciándole la mejilla con lentitud y obligándole a levantar el rostro en su dirección.
 
“Hay algo que me preocupa pero no es arrepentimiento. Si de algo me arrepiento es de haber esperado tanto.”
 
“Me alegra escuchar eso y si el resto puede esperar hasta mañana, entonces tendré paciencia. Vamos.” Le urgió y ambos terminaron en la ducha, Lucius cubriéndole de besos la espalda mientras le ayudaba a enjabonarse y desplegando toda la sensual alegría de saber que había complacido a su amante de esa noche.
 
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“¿Y bien?” Preguntó Narcisa apenas ver a su esposo en la mañana. Lucius la ignoró por unos segundos hasta que la mujer mostró que no dejaría el tema hasta recibir una respuesta. Lucius suspiró teatralmente para luego sonreír.
 
“Fue perfecto.” Narcisa procedió a colgarse de su cuello y a darle un apasionado beso justo en el comedor. Lucius no le negó ni un poco de la pasión que buscaba sino que pasó una mano por su cintura y la atrajo un poco a su cuerpo.
 
“No puedo esperar.” Suspiró al separarse y buscar su lugar en la mesa.
 
“Te aseguro que será la noche más placentera de tu vida. Jules es el bocado más dulce que jamás hayas imaginado probar.”
 
Apenas unos minutos más tarde Jules apareció a desayunar. Su rostro mostraba leves síntomas de estar intentando controlar su vergüenza pero fue casi imposible ocultarla cuando al sentarse sintió los vestigios de la noche anterior.
 
Narcisa estaba por dirigirse al medimago para iniciar algo de conversación de sobremesa cuando una lechuza oficial del Ministerio se internó en el comedor. El ave revoloteó hasta llegar a un reposadero de madera a un lado del comedor para casos como ese. Lucius se levantó con algo de disgusto reflejado, mayormente por la hora tan temprana en que recibía el comunicado. Rompió el sello de inmediato y comenzó a leer. Su semblante se ensombreció y al terminar le dio una breve mirada a su esposa quien entendió el tipo de mensaje que traía el ave. “Parece que hoy me requieren un poco más temprano que de costumbre. Tendré que tomar algo para el camino.” Un elfo apareció de inmediato con una taza de té caliente y cargado que Lucius tomó sin hablar.
 
“¿Vendrás esta noche?” Preguntó Narcisa con la preocupación evidente en su rostro.
 
“Te avisaré en cuanto lo sepa.” Terminó su taza y se preparó para partir. Narcisa se acercó y depositó un breve beso en sus labios, luego buscó a Jules con la mirada e hizo una leve inclinación a modo de despedida antes de desaparecer.
 
“Hoy día los asuntos del Ministerio son mucho más complicados.” Musitó Jules para sí mismo. Narcisa pareció no escucharle y por un momento ambos permanecieron en silencio en el comedor. De pronto, la mujer pareció recobrar su entereza y se volteó hacia el castaño.
 
“No tengo mucha hambre pero me encantaría comer algo en la terraza. ¿Gusta de acompañarme, Jules?” El hombre extendió el brazo a modo de respuesta y ambos se dirigieron con lentitud a la terraza.
 
“Lucius sabe cuidarse.” Intentó animarle al verla tan seria y Narcisa levantó el rostro con decisión.
 
“Sí, mi esposo sabe cuidarse. Sólo me gustaría que no tuviera que cuidarse tanto.”
 
“Eso significaría no más guerras en el Mundo Mágico.”
 
“Un mundo sin guerras. ¿No sería eso maravilloso, Jules?”
 
“Sería maravilloso si fuera justo para todos pero mientras sólo lo sea para algunos, entonces la ausencia de guerra sólo significaría tiranía absoluta.”
 
“Eso es correcto. Pero es imposible un mundo justo para todos, no mientras estemos divididos en nuestro propósito.” Jules sonrió.
 
“Tiene unas convicciones muy claras.”
 
“Igual que las suyas, Jules, y eso es lo que lo hace una persona tan valiosa.” Jules bajó el rostro, abochornado pero no tan sonrojado como otras veces y Narcisa sonrió, sabiendo que Jules Melié ya iba en camino a comprenderlos y una vez que los comprendiera no sería difícil obtener su lealtad.
 
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Gracias por leer.