InuYasha Fan Fiction ❯ Péché Parfait ❯ Inesperado ( Prologue )
[ Y - Young Adult: Not suitable for readers under 16 ]
Disclaimer: Todos los personajes pertenecientes al anime-manga 'Inuyasha', son propiedad exclusiva de Rumiko Takahashi (Shonen Sunday, Glénat, Mundo Vid; Animax, Network y todos aquellos que hayan comprado los derechos); exceptuando a otros originales de mi invención; ninguno basado en persona real o ficticia de ninguna otra obra literaria, cinematográfica, etc. Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia. Actúo sin ánimo de lucro.
Inuyasha McLonney sintió el dolor punzante antes siquiera de abrir los ojos; la luz quemando a través de sus párpados cerrados.
Gruñó.
Merde...
Cubrió su rostro con el antebrazo y giró el cuerpo mientras gemía, vagamente consciente del suelo duro bajo su espalda; el eco de un constante y molesto goteo resonó dolorosamente en sus oídos sensibilizados como un ruido amplificado y aguzado varios decibeles. Parecía rebotar dentro de su cráneo como una pelota de cuero.
El olor repulsivo del tabaco viejo y barato, el suelo mohoso y los cuerpos sucios le golpeó el rostro con la fuerza de un mazo y le dejó aturdido, mientras intentaba acostumbrar sus sensibles ojos a la luz.
Su mente aturdida por el alcohol intentó en vano reconocer su entorno. Se incorporó a medias sobre un codo y gruñó cuando su cabeza golpeó contra algo duro e hizo un ruido sordo.
Una mesa.
Una maldita mesa mohosa, como todo lo demás en ese maldito lugar.
Su frente se frunció en un desconcertado ceño. ¿Dónde demonios estaba?.
Oww... Se sentía tan mal, que casi podía oír las tuercas de su cerebro ajustándose dolorosamente mientras intentaba recordar cómo diablos había terminado en aquel desconocido, sucio y ruidoso lugar, cualquiera que fuera. Espera, ¿tuercas?..., ¿Existía algo llamado así?, ¿Qué era una tuerca?. Bah...
Había salido rumbo a Surrey para encontrarse con su amante. Su hermosa, inteligente, rica y, lo más importante, liberal amante divorciada. Hmm... Una sonrisa potencialmente idiota curvó su boca mientras pensaba en lo que más le gustaba de ella: sus pechos. Seguramente la mejor de sus cualidades: exuberantes, maduros, firmes, coronados por esos rosados y deliciosos...
¡Alto!
Su mente se paró tan rápido que Inuyasha casi gimió. Aquella sexy y bien dotada mujer ya no era su amante. No; hacía días que todo entre ellos había terminado. Dios, la borrachera casi le había hecho olvidar los últimos dos días de su vida. Casi inconscientemente se dio cuenta de que tenía los ojos abiertos y que miraba fijamente un techo bajo y cuarteado, preguntándose cómo demonios no se había roto la cabeza al entrar en aquella habitación.
Aunque talvez sí lo había hecho; a juzgar por ese maldito dolor que no lo dejaba en paz.
Su boca se apretó en una fina línea y sus ojos se estrecharon sospechosamente. Por más que intentaba, no podía recordar nada de lo que había pasado la noche anterior. Se incorporó pesadamente mientras gruñía y maldecía blasfemias irrepetibles. Una cansada resignación lo dominó cuando vio sus desabrochados pantalones y los calzones abiertos. Otra vez no...
Casi sin querer mirar volvió el rostro y se dio cuenta de que eso con lo que se había pegado no era una mesa, sino el borde astillado de una cama vieja, aunque ciertamente sí estaba mohosa.
Vio el vulgar y sucio tono rojizo de una melena larga y desaliñada esparcida sobre unas sábanas olorosas y remendadas con pedazos de tela de varios colores, el cuerpo voluptuoso de una mujer, cubierto apenas por una manta roja.
Qué bajo has caído, Inuyasha McLonney...
De espaldas al lecho se acomodó la ropa y sus labios se curvaron en una mueca irónica que bien podría haber sido una sonrisa, pero que no llegaba a serlo. Se preguntó qué hazañas habría tenido que realizar aquella mujer para animarlo, teniendo en cuenta que estaba más borracho que una cuba.
-No puedo creer que me haya liado con esta puta...
Estaba atándose los lazos del pantalón cuando la puerta del cuarto se abrió inesperadamente. Pasó sólo un instante antes de que un grito agudo y aterrado rasgara el aire y el ruido de una bandeja metálica estrellándose contra el suelo le hiciera volverse, sobresaltado.
Una chica menuda de no más de quince años lo miraba desde el quicio de la puerta con ojos desorbitados que hablaban de un terror irracional. Frunció el ceño.
-Hey, tú...
Dio un paso hacia ella, con la intención de tranquilizarla, pero huyó vociferando cual si hubiera visto al mismo demonio.
De pronto, sus gritos se ahogaron inesperadamente e Inuyasha oyó los golpes de su cuerpo pequeño contra los peldaños de la escalera. Se precipitó a la puerta y miró hacia abajo. Ella yacía en el suelo, inmóvil. Su cuello torcido en un ángulo imposible y sus ojos, aún abiertos y aterrados, brillaban mortalmente.
Bajó los escalones de tres en tres hasta llegar a su lado. Una cocinera que se acercaba, alertada seguramente por aquel escándalo, soltó un grito ahogado y se llevó las manos a la boca. un instante después, Inuyasha estaba rodeado por una docena de ojos, ansiosos por saber lo que había pasado. Los murmullos aterrados y excitados llenaron sus oídos: "Está muerta", "¿Él tuvo algo que ver?", "¿Qué rayos pasó?", "Lástima, pintaba para entrar al negocio el próximo año; un poco menuda, pero hay a quienes les gustan así..."
Él los había ignorado mientras acomodaba el cuerpo de la chica y tomaba el delgado rostro entre las manos, pero ese frío comentario realmente le fastidió. Sin saber porqué, Inuyasha sintió la repentina necesidad de explicarse.
Cerró los ojos de la chica con una mano y se irguió en toda su estatura. Miró fijamente a la madame.
-No se qué la asustó. Estaba en la habitación cuando esta chica entró y empezó a gritar como loca; huyó y cayó por la escalera.
Un murmullo colectivo se levantó. Uno de los hombres miró a la chica e hizo una mueca antes de torcer el rostro, sin dejar de mirarla, y escupir.
-No parece una puta - habló con voz pastosa - ¿Qué hacía aquí, Darcy?, nunca la había visto.
La madame se acercó mientras secaba sus manos con un paño.
-Llegó hace dos días. No se si tenía familia, sólo llevaba una muda de ropa y un gato pulguiento - meneó la cabeza -. Era muy pequeña; estaba enferma. No hubiera vivido mucho de todos modos...
Inuyasha apretó la mandíbula.
-¿Hay alguien que se encargue de su funeral?
Madame resopló como si la sola idea fuera absurda.
-Aquí no tenemos dinero de sobra para desperdiciar. Esta chica irá a la fosa común, como la vagabunda que es.
Los ojos dorados del hombre se achicaron mientras volvía su mirada a la chica. Llevó la mano al bolsillo de su pantalón buscando su dinero, pero no lo encontró. Lo había dejado en la habitación. Frunció el ceño.
-No sé qué pudo asustarla tanto... - murmuró, casi para sí mismo.
-Yo sí - dijo una voz ronca y ligeramente temblorosa.
Todos se volvieron a mirar a la figura parada en las escaleras, frente a la puerta de la habitación. Señaló con un dedo al interior, sin apartar sus ojos -que aparentaban una frialdad que no sentía- de los de Inuyasha.
Más intrigado que antes, se apresuró por las escaleras. Cuando el hombre se apartó, Inuyasha miró.
El aliento se atoró en su garganta.
Nada a su alrededor pareció llamar su atención después de ese momento; ni los jadeos aterrados de los que habían subido tras él y miraban sobre sus hombros, que casi cubrían el ancho de la puerta. Tampoco el hecho de que hubiera una mujer prácticamente desnuda sobre la cama. Ni siquiera el dolor que había martilleado su cabeza sin piedad desde que había recuperado el sentido.
Lo único que veía era aquello que sus ojos soñolientos y ebrios habían creído que era una manta roja cubriendo el cuerpo de la mujer.
Solo que no era una manta.
Por primera vez desde que despertó, supo porqué el aire de la habitación era tan repugnante. No era moho lo que había olido...
Era el olor metálico y dulzón de la sangre.
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Arce K.
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PRÓLOGO
Algún lugar de Willey, Coventry, 1622.PRÓLOGO
Inuyasha McLonney sintió el dolor punzante antes siquiera de abrir los ojos; la luz quemando a través de sus párpados cerrados.
Gruñó.
Merde...
Cubrió su rostro con el antebrazo y giró el cuerpo mientras gemía, vagamente consciente del suelo duro bajo su espalda; el eco de un constante y molesto goteo resonó dolorosamente en sus oídos sensibilizados como un ruido amplificado y aguzado varios decibeles. Parecía rebotar dentro de su cráneo como una pelota de cuero.
El olor repulsivo del tabaco viejo y barato, el suelo mohoso y los cuerpos sucios le golpeó el rostro con la fuerza de un mazo y le dejó aturdido, mientras intentaba acostumbrar sus sensibles ojos a la luz.
Su mente aturdida por el alcohol intentó en vano reconocer su entorno. Se incorporó a medias sobre un codo y gruñó cuando su cabeza golpeó contra algo duro e hizo un ruido sordo.
Una mesa.
Una maldita mesa mohosa, como todo lo demás en ese maldito lugar.
Su frente se frunció en un desconcertado ceño. ¿Dónde demonios estaba?.
Oww... Se sentía tan mal, que casi podía oír las tuercas de su cerebro ajustándose dolorosamente mientras intentaba recordar cómo diablos había terminado en aquel desconocido, sucio y ruidoso lugar, cualquiera que fuera. Espera, ¿tuercas?..., ¿Existía algo llamado así?, ¿Qué era una tuerca?. Bah...
Había salido rumbo a Surrey para encontrarse con su amante. Su hermosa, inteligente, rica y, lo más importante, liberal amante divorciada. Hmm... Una sonrisa potencialmente idiota curvó su boca mientras pensaba en lo que más le gustaba de ella: sus pechos. Seguramente la mejor de sus cualidades: exuberantes, maduros, firmes, coronados por esos rosados y deliciosos...
¡Alto!
Su mente se paró tan rápido que Inuyasha casi gimió. Aquella sexy y bien dotada mujer ya no era su amante. No; hacía días que todo entre ellos había terminado. Dios, la borrachera casi le había hecho olvidar los últimos dos días de su vida. Casi inconscientemente se dio cuenta de que tenía los ojos abiertos y que miraba fijamente un techo bajo y cuarteado, preguntándose cómo demonios no se había roto la cabeza al entrar en aquella habitación.
Aunque talvez sí lo había hecho; a juzgar por ese maldito dolor que no lo dejaba en paz.
Su boca se apretó en una fina línea y sus ojos se estrecharon sospechosamente. Por más que intentaba, no podía recordar nada de lo que había pasado la noche anterior. Se incorporó pesadamente mientras gruñía y maldecía blasfemias irrepetibles. Una cansada resignación lo dominó cuando vio sus desabrochados pantalones y los calzones abiertos. Otra vez no...
Casi sin querer mirar volvió el rostro y se dio cuenta de que eso con lo que se había pegado no era una mesa, sino el borde astillado de una cama vieja, aunque ciertamente sí estaba mohosa.
Vio el vulgar y sucio tono rojizo de una melena larga y desaliñada esparcida sobre unas sábanas olorosas y remendadas con pedazos de tela de varios colores, el cuerpo voluptuoso de una mujer, cubierto apenas por una manta roja.
Qué bajo has caído, Inuyasha McLonney...
De espaldas al lecho se acomodó la ropa y sus labios se curvaron en una mueca irónica que bien podría haber sido una sonrisa, pero que no llegaba a serlo. Se preguntó qué hazañas habría tenido que realizar aquella mujer para animarlo, teniendo en cuenta que estaba más borracho que una cuba.
-No puedo creer que me haya liado con esta puta...
Estaba atándose los lazos del pantalón cuando la puerta del cuarto se abrió inesperadamente. Pasó sólo un instante antes de que un grito agudo y aterrado rasgara el aire y el ruido de una bandeja metálica estrellándose contra el suelo le hiciera volverse, sobresaltado.
Una chica menuda de no más de quince años lo miraba desde el quicio de la puerta con ojos desorbitados que hablaban de un terror irracional. Frunció el ceño.
-Hey, tú...
Dio un paso hacia ella, con la intención de tranquilizarla, pero huyó vociferando cual si hubiera visto al mismo demonio.
De pronto, sus gritos se ahogaron inesperadamente e Inuyasha oyó los golpes de su cuerpo pequeño contra los peldaños de la escalera. Se precipitó a la puerta y miró hacia abajo. Ella yacía en el suelo, inmóvil. Su cuello torcido en un ángulo imposible y sus ojos, aún abiertos y aterrados, brillaban mortalmente.
Bajó los escalones de tres en tres hasta llegar a su lado. Una cocinera que se acercaba, alertada seguramente por aquel escándalo, soltó un grito ahogado y se llevó las manos a la boca. un instante después, Inuyasha estaba rodeado por una docena de ojos, ansiosos por saber lo que había pasado. Los murmullos aterrados y excitados llenaron sus oídos: "Está muerta", "¿Él tuvo algo que ver?", "¿Qué rayos pasó?", "Lástima, pintaba para entrar al negocio el próximo año; un poco menuda, pero hay a quienes les gustan así..."
Él los había ignorado mientras acomodaba el cuerpo de la chica y tomaba el delgado rostro entre las manos, pero ese frío comentario realmente le fastidió. Sin saber porqué, Inuyasha sintió la repentina necesidad de explicarse.
Cerró los ojos de la chica con una mano y se irguió en toda su estatura. Miró fijamente a la madame.
-No se qué la asustó. Estaba en la habitación cuando esta chica entró y empezó a gritar como loca; huyó y cayó por la escalera.
Un murmullo colectivo se levantó. Uno de los hombres miró a la chica e hizo una mueca antes de torcer el rostro, sin dejar de mirarla, y escupir.
-No parece una puta - habló con voz pastosa - ¿Qué hacía aquí, Darcy?, nunca la había visto.
La madame se acercó mientras secaba sus manos con un paño.
-Llegó hace dos días. No se si tenía familia, sólo llevaba una muda de ropa y un gato pulguiento - meneó la cabeza -. Era muy pequeña; estaba enferma. No hubiera vivido mucho de todos modos...
Inuyasha apretó la mandíbula.
-¿Hay alguien que se encargue de su funeral?
Madame resopló como si la sola idea fuera absurda.
-Aquí no tenemos dinero de sobra para desperdiciar. Esta chica irá a la fosa común, como la vagabunda que es.
Los ojos dorados del hombre se achicaron mientras volvía su mirada a la chica. Llevó la mano al bolsillo de su pantalón buscando su dinero, pero no lo encontró. Lo había dejado en la habitación. Frunció el ceño.
-No sé qué pudo asustarla tanto... - murmuró, casi para sí mismo.
-Yo sí - dijo una voz ronca y ligeramente temblorosa.
Todos se volvieron a mirar a la figura parada en las escaleras, frente a la puerta de la habitación. Señaló con un dedo al interior, sin apartar sus ojos -que aparentaban una frialdad que no sentía- de los de Inuyasha.
Más intrigado que antes, se apresuró por las escaleras. Cuando el hombre se apartó, Inuyasha miró.
El aliento se atoró en su garganta.
Nada a su alrededor pareció llamar su atención después de ese momento; ni los jadeos aterrados de los que habían subido tras él y miraban sobre sus hombros, que casi cubrían el ancho de la puerta. Tampoco el hecho de que hubiera una mujer prácticamente desnuda sobre la cama. Ni siquiera el dolor que había martilleado su cabeza sin piedad desde que había recuperado el sentido.
Lo único que veía era aquello que sus ojos soñolientos y ebrios habían creído que era una manta roja cubriendo el cuerpo de la mujer.
Solo que no era una manta.
Por primera vez desde que despertó, supo porqué el aire de la habitación era tan repugnante. No era moho lo que había olido...
Era el olor metálico y dulzón de la sangre.
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Arce K.