Rurouni Kenshin Fan Fiction ❯ De seres mágicos y bestias legendarias ❯ Confrontaciones , segunda parte ( Chapter 26 )

[ Y - Young Adult: Not suitable for readers under 16 ]

NO. Lamento comunicarles que aunque me muero por que sea de otra manera, no tengo ningún derecho sobre Rurouni Kenshin, sus personajes, o la línea argumental original de Watsuki-sama.

Asiyah y otros personajes originales creados por mi pluma son míos y me reservo los derechos sobre ellos. Aquellos que deseen usarlos en alguna obra propia, no tienen más que pedírmelo.

Nota : Como en los capítulos anteriores, van a encontrar situaciones y/o diálogos familiares. Algunos son tomados y traducidos de las traducciones del manga de Maigo-chan, con mi propia interpretación y el giro adecuado para este fic

Les pido mil disculpas por la demora nuevamente.

Y sobre todo, no me tiren con nada.

Estos capítulos finales han sido duros, no sé porqué. Tal vez porque inconscientemente no deseaba terminar el fic.

Me dio un enorme placer escribirlo. Espero que lo hayan disfrutado tanto como yo.

Una nota adicional tanto este capítulo como el siguiente no son de mi particular agrado. Posiblemente los rescriba o edite en el futuro. Me parece que no tienen la misma calidad o estilo que el resto de la historia.

Los dejo, esperando oír sus opiniones pronto.

Saludos.

Firuze

8*8*8*8*8

Confrontaciones, segunda parte

El sueño, como todo sueño, había terminado.

Y como siempre para él, lo había hecho convirtiéndose en una horrenda pesadilla.

Una pesadilla de sangre y muerte.

Todo lo que sus dedos tocaban acababan arruinándolo, hasta la más pura e inocente criatura que hubiese conocido.

Su fuerza, aquella por la que su corazón latía, ya no estaba.

Y era su culpa.

Otra muerte más que era su culpa. Una más que agregar a la cuenta. Una más de los cientos que acolchaban los peldaños de su camino al Infierno.

Su propia mano la había matado quince años atrás, en el mismo momento de tomar la vida de su otro amor, la dama de los capullos de ciruelo blanco, Yukishiro Tomoe.

Hoy solo se le había reclamado el cobro de aquella deuda antigua...

Yukishiro Enishi había tenido razón.

Había elegido la más cruel forma de venganza, una vida amada por otra vida amada.

Solo que al final él, el odiado Hitokiri que había desatado al demonio de cabellos blancos, era quien había perdido más, porque sus dos amores le habían sido arrebatados.

Enishi no podía reconocer que él había amado a Tomoe, y que el dolor su pérdida lo había consumido casi tanto como a él.

Ambos le habían hecho a la triste dama una promesa.

Una promesa de vida uno, una promesa de muerte, el otro.

Uno había vuelto del abismo de la locura pura.

El otro había caído allí, ocupando el lugar del anterior.

Ciclos de dolor, locura y muerte repitiéndose en la vida de ambos hombres.

No había podido soportar verla cuando los rituales de la hora final eran llevados acabo sobre su cuerpo inocente.

La idea de entregarla a la tierra, capullo de rosa sin espinas arrancado antes de florecer, lo había matado en vida.

No podía tolerarlo. No podía.

Su culpa.

Exclusivamente suya.

¿Cómo había podido ser tan idiota?

¿Cómo había pensado que su pasado no lo alcanzaría alguna vez?

¿Pero por que ellas?

¿Por qué Tomoe?

¿Por qué Kaoru?

Era él y solo él el que debía ser arrastrado, despedazado, descuartizado, torturado por las faltas de su pasado. ¿Por qué los inocentes pagaban por lo que él había hecho? ¿Qué sentido había tenido toda su vida? ¿Qué sentido habían tenido todas las vidas que había segado en nombre de la paz y la tranquilidad de los inocentes, si eran esos mismos inocentes los sacrificados por sus propios pecados?

< ¿Por qué, Kami-sama, por qué? ¿Por qué ellas? ¿Por qué juegan con los humanos así? ¿Por qué no terminan de una vez conmigo y me llevan al infierno ya mismo? ¿Cuál es el sentido de tanta crueldad? Ellas... ellas eran inocentes... era yo el que debía pagar... ¿Por qué? ¿Por qué? ¡Contéstenme!>

No había rabia en Kenshin. Ni siquiera amargura.

Solo dolor y cansancio.

Un cansancio infinito.

Ellos habían venido.

Ellos, los habitantes del dojo Kamiya.

Su familia.

No, la familia de Kaoru, la que ella había acogido con la misma generosidad que a él mismo.

La misma generosidad que fue la causante de su muerte.

Querían que se levantara. Querían que siguiera con el ciclo de locura y venganza.

No.

No más.

No más sangre. Ya había habido suficiente.

Y Kaoru jamás lo hubiese querido así. Tampoco Tomoe, ni siquiera en el improbable caso de que hubiese aprobado las acciones de su enloquecido hermano.

No más sangre.

No más vida.

No más penitencia, ni culpa, ni dolor.

Sólo quería descansar.

Primero había sido Sanosuke. Había venido con Megumi, Yahiko y Tsubame. Lo había sacudido, insultado, golpeado...

- ¡Vamos! ¡Levántate! ¡Vayamos a matar a Yukishiro Enishi! ¡Venguémonos por lo que le hizo a la chica! No la traerá de vuelta, pero ¡no voy a dejar que ese hijo de puta se salga con la suya! ¡Esto no puede terminar así!

Sintió como lo levantaba en el aire, y lo ponía en pie. No hizo nada por detenerlo, por defenderse, ni siquiera por mantenerse en pie.

- ¡Kenshin! ¡Contéstame!

- Basta... déjenme... Estoy cansado... muy cansado...

Ni siquiera había sentido el dolor del golpe. Solo se había vuelto a acomodar contra la pared. Tampoco había entendido lo que su amigo decía. Nada le llegaba.

Vagamente había registrado movimiento a su alrededor, más gritos. No quería oír nada más, solo quería, solo quería...

- Basta... Estoy cansado... Sólo déjenme dormir... aquí donde todo esta silencioso y tranquilo.

Y se fueron.

Pero ellos no entendían. Y volvieron.

Y volvió Sanosuke, hediendo a sake.

Y volvieron...

Misao y Yahiko también...

No entendían.

Ninguno de ellos.

No entendían que ya no había nada por lo cual levantarse.

Nada.

Porque el sueño, su sueño, el de todos ellos, había terminado.

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La chica revolvió en el lecho. Tenía hambre. Pero los párpados le pesaban terriblemente. Era inusual que tuviese tanto sueño. Amaba dormir, pero ella acostumbraba a levantarse temprano para entrenar con Yahiko. Y por el sol que entraba a la habitación, ya debía ser tarde. Era desacostumbrado que Kenshin no la hubiese despertado aún para desayunar...

- Kenshin... ¿Está listo el desayuno?- llamó, sin recibir respuesta- Bien... cinco minutos más y...

De pronto recordó. La pelea en el dojo, el hombre de cabellos blancos acercándose amenazante sobre ella, la horrible certeza de sentir el filo de la espada sobre la carne, un filo que nunca llegó, el horrible olor de la droga en el paño apretado contra su rostro...

Se sentó en la cama de un salto, mirando a su alrededor.

Por supuesto, no era el dojo o algún lugar familiar, como la clínica del Ghenzai-sensei.

Ni siquiera estaba sobre un futón. Era una cama alta, al estilo occidental.

Y estaba vestida tan solo con su bajo kimono y algo parecido a una yukata, pero de una tela más gruesa, y un tanto más sencilla.

Entró en pánico, pero una muy rápida inspección no reveló trazas de un ataque de índole sexual ni marcas o moretones. Lanzó un suspiro de alivio, y puso a un lado los perturbadores pensamiento de como y quien la había vestido de aquella manera. No quería saberlo, al menos no por el momento.

Algo mareada aún, por los efectos de la droga y tal vez de los días que la habrían mantenido inconsciente, se levantó con precaución.

Inspeccionó el lugar. No había demasiado muebles, pero eran de excelente calidad y buen gusto, y el lugar aparecía limpio y prolijamente ordenado.

Un silencio extraño, completo, casi enervante reinaba por todo el lugar.

Parecía no haber guardias ni custodios de ningún tipo a su alrededor.

Las cosas se tornaban cada vez más extrañas...

Pero algo era claro, tenía que escapar de donde fuese que estuviese, y volver al dojo. No tenía idea de la suerte corrida por sus amigos, si estaban vivos y bien, o si el hermano político de Kenshin habría acabado con él y los demás...

<No. Deben estar bien, si no fuese así no me hubiesen traído aquí. Estoy segura de que quieren forzar a Kenshin a algo con mi desaparición... >

Entonces ahora más que nunca tenía la obligación de escapar y regresar con los suyos, burlar los planes del enemigo...

Con precaución, se movió en el lugar. Tomó un pequeño jarrón de encima de una cómoda. Eso le serviría de arma, al menos hasta que pudiese encontrar algo mucho más adecuado. Seguía sin haber ninguna presencia humana a su alrededor, nadie que detuviera su deambular.

Una puerta-ventana filtraba los rayos del sol de una mañana calurosa de verano. El picaporte cedió con facilidad y se encontró en una amplia terraza. Se acercó a una baranda y la vista le quitó el aliento.

- Esta es una isla desierta. A excepción de la pequeña playa allá abajo, el resto esta rodeado por acantilados inaccesibles.-

Giró sorprendida ante el sonido de una voz masculina que no alcanzaba a reconocer del todo y se enfrentó con Yukishiro Enishi dispuesta a arrojarle el jarroncito que llevaba en la mano. Ese era el hombre que había venido por la cabeza de Kenshin, que había destruido el Akabeko, y aterrorizado a su familia y a gran parte de sus conocidos y amigos.

Pero, en vez de hallarse frente al demonio rabioso de cabellos blancos que había venido a destruir su paz, su felicidad, encontró a un hombre con una mirada aterradoramente vacía, y cubierto de vendajes, con un brazo en cabestrillo, casi sospechosamente vulnerable. Su apariencia la tomó tan por sorpresa que dejó caer la pequeña pieza de porcelana al piso.

- Por otro lado, estamos a mucha distancia de tierra firme, no menos de veinte kilómetros de cualquier otro lugar habitado, y el mar a nuestro alrededor esta infestado de tiburones.- continuó explicando aquel hombre, mientras miraba sin interés los fragmentos a los pies de Kaoru- Esta es una isla totalmente aislada, un relevo seguro que uso para mis negocios. Salvo por el ferry de mi organización que viene aquí cada cuatro días, no hay comunicación alguna con el mundo exterior. Esto es básicamente una suerte de prisión y fortaleza natural. No hay manera de escapar de aquí. Al menos no exitosamente... Pero si eres paciente, pronto volverás a tu propia casa.

- ¿Qué tan pronto?

- Pronto- Él le dio una breve sonrisa

<Cuando Battousai esté muerto.> -pensó Enishi

- Cuando... cuando me atacaste en el dojo pensé que me matarías... ¿Por qué no lo hiciste?

- Eso es algo de lo que no necesitamos hablar.- dijo él después de un breve silencio, y por un momento sus ojos recobraron un brillo vivo, para caer casi instantáneamente de nuevo en un vacío inexpresivo.

< Simplemente no soy como él, niña tonta. Pero tratar de explicártelo sería como querer atrapar al viento.> pensó Enishi, mientras daba la vuelta y dejaba sola a la chica, internándose de nuevo en la casa.

A mitad del vestíbulo se encontró con la figura enmascarada de Gein. A pesar de que su rostro iba cubierto Enishi podía leer claramente al titiritero y sus emociones. La atenta mirada de un ave de presa posada sobre él definitivamente lo molestaba mucho.

- 'No es algo de lo que necesitamos hablar'... En todo caso es algo de lo que no le gusta hablar con extraños, Yukishiro-san...

- ¿Qué?- Enishi miró al otro hombre de hito en hito

- Nada en absoluto... Después de todo esa fue la razón por la que me contrató y se tomó tantas molestias en que mostrara mis habilidades al máximo con la muñeca...-

El titiritero eligió terminar el tema allí. Sabía que no era sabio tentar los límites de la paciencia de aquel hombre, especialmente ahora que estaba mucho más descontrolado que desde que lo había visto por primera vez.

Era una lástima que la chica que había traído desde Shanghai hubiese desaparecido. Ella parecía tener un cierto nivel de control sobre el traficante.

Pero se encogió de hombros mentalmente. Su trabajo allí había concluido, debía ir en busca de su preciosa obra de arte. Y alejarse de allí cuanto antes. Un cierto aire de catástrofe inminente parecía pender sobre el lugar.

- Asegúrese de que haya un lugar para mí en el próximo ferry que salga de la isla. Tengo algo muy importante aún por hacer.- el titiritero dio la vuelta y se alejó del lugar

- Hm- Enishi lo vio alejarse y sus ojos se oscurecieron.

Enishi estaba absolutamente consciente de que su debilidad acerca de matar mujeres o siquiera dañarlas seriamente no era un secreto en absoluto. En efecto, como Gein había señalado, esa era en parte la razón por la cual lo había contratado para construir la doble de Kaoru. Nunca hubiese podido matarla en primer lugar... Y necesitaba que Battousai sufriera el mismo dolor que él había sentido, el dolor de la perdida del único ser amado, de la impotencia al no poder hacer nada por salvarla, para que su venganza tuviese sentido.

Sin embargo el hecho de que Gein fuese tan osado como para mencionar el tema en una muy sutil burla a su debilidad simplemente lo enardecía.

Nadie de burlaba de él y seguía vivo. El titiritero tenía las horas contadas.

< Ya hizo todo lo que debía hacer. Será mejor que disponga de él rápido, antes de que empiece a hablar.>

Mientras tanto Kaoru aún seguía tratando de descifrar lo que había ocurrido.

< ¿Qué demonios fue eso? ¿Acaso sintió lástima y por eso no acabó conmigo? No, imposible... después de las cosas que dijo en el dojo, estoy segura que no hay lugar para la lástima o la misericordia en su corazón. Sólo odio en el estado más puro y primitivo... ¿Entonces, qué? Esa sonrisa... había algo terrible y siniestro detrás de esa sonrisa... Pareciera como si considerase que su venganza ya esta completa... Pero no... si no, no me mantendría aquí... Kenshin... seguramente algo le esta sucediendo a Kenshin... No puedo quedarme de brazos cruzados... Tengo que encontrar la manera de escapar de aquí... >

El pitido que anunciaba la llegada de una embarcación al embarcadero de la isla resonó en el aire. Kaoru volvió a acercarse a la baranda.

Una sonrisa anticipatoria se asomó en sus facciones.

Una oportunidad para escapar.

Y no la desaprovecharía.

<Ya voy Kenshin... Aguanta un poco más>

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Inclinado sobre su escritorio, el hombre con ojos de lobo estudiaba con avidez cada palabra de los papeles que habían sido conseguidos por su nuevo asistente, Chou, un antiguo miembro del cuerpo de elite de Shishio Makoto, el Juppongatana.

No había ni una sola letra, ni una sola pista, ni un solo detalle sobre la operación de tráfico de armas de Yukishiro Enishi en Japón.

Había subestimado al bastardo.

Seguramente sabía que su paradero había sido localizado y que sería cuestión de tiempo una redada en la mansión de Yokohama. Las abundantes cenizas de la chimenea, encendida en medio de un espantoso verano, eran testimonio de la rápida y eficiente eliminación de material comprometedor.

Todo lo que habían hallado eran los papeles de alguien mucho menos cuidadoso, un individuo oscuro, del que recordaba se rumoreaba que había servido al Bakufu durante el mismo período en que él había formado parte del Shinsengumi.

Pero aunque los papeles no servían directamente a sus intereses, le indicaban que la chica Kamiya aún seguía viva. Eso significaba dos cosas: que estaba con el traficante, como plan de contingencia si el derrumbe moral de Battousai no tenía éxito, y que el hombre seguía en Japón, lo suficientemente cerca como para completar su venganza personal de ser necesario.

Los papeles rescatados contenían una curiosidad que le permitía dejar el rescate de la chica en segundo plano: su seguridad estaba más o menos asegurada, porque según la información allí establecida, Yukishiro padecía una extraña condición que le impedía dañar personalmente a las mujeres, en especial las muy jóvenes. Dado que esta era una situación de venganza personal, en la que él mismo se había involucrado sin hacer uso de los hombres de su organización, era razonable pensar que mantenía a la chica cautiva cerca de él, y en conclusión, irónicamente estaba más segura donde se hallaba ahora que si estuviese aún en el dojo Kamiya.

Era inútil compartir la información con Battousai en el estado patético en que se hallaba. Una sola visita a Rakuminmura le había bastado para ver el éxito alcanzado por Yukishiro en su venganza.

El traficante era peligroso, no por lo que le había hecho a Battousai (probablemente el ex Hitokiri se lo mereciese), sino por lo que su existencia significaba para la seguridad del país. Si Battousai era incapaz de dejar su dolor personal a un costado para ir en busca de un personaje tan siniestro para su patria, entonces no era digno de recibir aquella información. Primero estaba Japón, después las cuestiones personales.

Battousai...

Era extraño como sucedían a veces las cosas...

Recordaba Kyoto en los días pasados, antes del asunto de Ikedaya, y las veces en que fugazmente había creído cruzarlo en las calles ensangrentadas.

El perfume en el dojo Kamiya tras la aparición del aparente cuerpo de la mujer de Battousai había disparado los distantes recuerdos.

Había sentido el mismo perfume en los viejos días de Kyoto. El perfume... y la silueta enfundada de blanco de una mujer irreal perdiéndose en la noche junto a él, al demonio de ojos dorados...

Hasta aquel día había creído que se trataba de un engaño de sus sentidos. Recordaba que durante los primeros encuentros con Battousai, cuando aun solo su presencia era lo único tangible en el aire, su aroma a sangre y muerte se mezclaba con la delicada esencia de aquel perfume tan poco común.

Capullos de ciruelo blanco y sangre en el aire...

Una combinación ciertamente poco común.

Durante mucho tiempo para él sólo significaba una cosa: la firma personal de Hitokiri Battousai.

Ahora, ahora tenía otro significado...

Después del asunto de Ikedaya, el cambio en Battousai había sido notorio.

Seguía siendo el terrible demonio que asolaba Kyoto, pero su sed de sangre se había extinguido repentinamente, como la llama de una vela ahogada por una tormenta. Y esa sed de sangre había sido reemplazada por una herida en el alma tan palpable que hasta él pudo sentirla cuando cruzaron espadas tras el incidente en Ikedaya.

Nunca había sabido el por qué del cambio.

Hasta ahora.

Cierto era que los rumores decían que el asesino legendario había matado a su esposa con su propia mano, pero él nunca prestaba a atención a tales rumores. Además Battousai era demasiado joven por aquellos días, y demasiado profesional para liarse con mujeres. No eran adecuadas para su línea de trabajo.

Y sin embargo...

Y sin embargo, los rumores habían sido ciertos.

Yukishiro Tomoe...

El pasado se cobró su deuda sobre el ex Hitokiri quince años después, en la figura vengativa de un hermano doliente.

Un hermano temible.

¿Quién hubiese dicho que la muerte de una sola mujer pondría un día al Japón entero en peligro?

Hombres como ellos debían evitar dejar al descubierto sus debilidades. La debilidad más grande de Yukishiro era su deseo de venganza por la hermana perdida, que lo ponía a él ya su organización al alcance de su mano, y la debilidad de Battousai era su mujer.

<Tokio...> el inesperado pensamiento afloró en su mente, tomándolo completamente por sorpresa.

No, su mujer no era una debilidad.

Conocía su lugar y era absolutamente capaz de defenderse a ella y a su familia más que exitosamente.

Como correspondía a una verdadera dama samurai.

Ella era discreta y razonable, una mujer que no tomaba riesgos innecesarios y conocía perfectamente el precio de ser su esposa.

Kami-sama sabían que se consideraba un hombre muy afortunado con aquella unión, un matrimonio concertado, como era la costumbre, pero que a diferencia de la mayoría podía decirse que se había desarrollado en algo mucho más... estimulante.

El último Miburo, a quien llamaban el Inmortal, exhaló el humo de su cigarrillo, mientras un sonrisa crispaba sus facciones angulosas.

Sí, ella era una digna compañera, y merecía cada gramo de respeto que se había ganado duramente a su lado.

Habían pasado tiempos buenos y tiempos malos juntos, habían sobrevivido al Bakumatsu, las guerras de Boshin y a varios conflictos internos. Habían sobrevivido a los cambios de la Era Meiji, y ella le había dado dos hijos vigorosos que continuarían la línea familiar... y el ideal de la justicia que lo mantenía en pie.

No ciertamente, ella no era una debilidad.

Tan diferente de la malcriada chica Kamiya...

Sonrió irónico pensando en que Kami-sama equilibraba las cosas dándole a Battousai aquella compañera como castigo por todos los buenos y leales Shinsengumi que su espada había acabado.

Tokio...

Seguramente estaría enseñando caligrafía a sus hijos, o supervisando sus prácticas de Kendo, hasta tal vez practicando con el arco o la naginata...

Segura. Retirada.

Y protegiendo su cubil y sus cachorros.

El sonido de la puerta al abrirse interrumpió sus pensamientos.

- Jefe...- Chou entró a la oficina, sin golpear. Francamente debería tomarse un tiempo para educar adecuadamente al ahou, se dijo.- Tenemos visitas... Y traen novedades.

Detrás de la cabeza de su subordinado podía ver la alta figura de Shinomori Aoshi acompañado de la mujer doctor amiga de Battousai, la chica comadreja y el mocoso del Dojo Kamiya.

Visitas esperables... Ya debían saber que la mujer de Battousai estaba viva...

- Déjalos pasar. Y que nadie nos moleste

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Solo había una chance de escapar y era aprovechar aquel ferry, pensó Kaoru, mirando los botes de remos ir y venir del la embarcación de mayor tamaño descargando cajas y más cajas desde este y llevándolas hacia el interior de la isla.

Pero no tenía idea alguna sobre navegación. Y estaba la tripulación, con la que no podía lidiar sola.

Había una única posibilidad y era aprovechar el estado de debilidad de Yukishiro Enishi después de la lucha en el dojo, y tomarlo como rehén para forzar a sus hombres a que la devolvieran a Tokyo. Las posibilidades de éxito eran escasísimas, y ella lo entendía a la perfección, pero correr el riesgo era mejor que dejar que sus amigos estuviesen sufriendo o en peligro por su culpa.

En su primera recorrida por la casa había notado que oculto tras el rellano de una escalera un pequeño closet con implementos de limpieza, y sus ojos se habían fijado en una escoba. Moviéndose con agilidad y discreción, llegó hasta el lugar y usó el mango de la escoba para crear un improvisado bokutou. Suspiró, enderezó los hombros y con determinación fue en busca de su objetivo.

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El hombre con la capa blanca miraba la forma yaciente con una mirada de profunda desesperanza.

- No lo logrará - susurró apenas.

- Tiene un espíritu fuerte- dijo el pequeño Yinn de ojos color violeta sonriendo tristemente - Está en la familia... Pero he visto a morir a muchos con un espíritu aún más fuerte a través de los milenios.

- Está en sus manos decidir si continúa luchando o no.- una elegante mujer salió de entre las sombras

- No hay nada que la retenga aquí- El hombretón de la capa sacudió la cabeza, convencido de la futilidad de la espera.

- Veremos. - el yinn volvió a sonreír.

Pero el Yinn temía más que nadie que la mujercita tendida en el futón fracasase. Siempre lo había temido. No había sido destinada para la tarea que finalmente le fue puesta por delante.

Sólo la insistencia del espíritu de la hermana de la Bestia había logrado convencer a su gente, preparando el terreno para su encuentro en el desierto.

Pero la mujercita casi inmóvil y que solo daba muestras de seguir viva por el errático y leve subir y bajar de su pecho, era muy joven para la tarea y no había sido instruida para llevarla adelante. La unión con una Bestia Mística no era tarea sencilla y requería no solo de mucha voluntad y espíritu (que la pequeña tenía y en abundancia...) sino de un arduo entrenamiento, del cual ella carecía por completo. Solo la soberbia de su gente podía haberlos llevado a sobreestimar las capacidades de la chica...

- Déjame ver tus heridas- dijo la mujer

- ¡Bah! Son nada al lado de las de ella, hechicera...

- Lo sé, pero por el momento ya hicimos todo lo que se podía hacer por ella. Sólo podemos esperar a que ella decida para continuar. La necesitaremos consciente para el resto.

- Temo que no regrese.- el Yinn empezaba a perder las esperanzas

- Si pensabas eso ¿por qué te arriesgaste para salvarla de las manos de Iblís?- intervino el otro hombre

- Porque él no le hubiera permitido elegir, y hubiese sido mantenida en espantosa agonía hasta el día final. Falló en su tarea pero no por eso merecía semejante destino.

Había legado a tiempo antes de que el portal se cerrase, y de que ella cayese en las manos de Iblís. No había sido una pelea prolongada, pero ambos, Iblís y él mismo, pasarían un período bastante extenso lamiéndose las heridas producidas por el encuentro...

No era la primera vez que se enfrentaban. Y seguramente no sería la última. Había muchas deudas pendientes que debían ser saldadas...

Aquel demonio había acabado con su padre y su propio hijo. De ninguna manera hubiese permitido que también acabase con la chica.

Pero eso no era algo que concerniese a los hechiceros. A los humanos se les debían pocas explicaciones, solo las estrictamente necesarias. Eran criaturas incapaces de entender...

- Eres el padre biológico de Kenshin.- no era una pregunta, era una afirmación, la que había salido de los labios de Hiko-

- No.

El parecido era demasiado obvio, pero, sin embargo, Hiko no pudo detectar en el otro hombre trazas de mentira. Si en verdad no era su padre, debía haber de todas maneras algún lazo de parentesco allí

- Tú lo entregaste para que fuese traído aquí, tienes sus ojos, estás detrás de lo que está sucediendo igual que nosotros... ¿Cuál es tú interés en él y en esta situación? ¿Porque salvaste a la chica?

- Hechicero, no preguntes más. Todo será revelado a su tiempo. Y este aún no ha llegado.

- Si lo que esperas para hablar es que la chica se recupere... temo decirte que eso no sucederá.

Tokio seguía el intercambio con particular interés.

- Ninguno de Uds. entiende... Ella regresará

- ¿Y puede saberse, Tokio querida, que es lo que no entendemos?- el hechicero de capa blanca se apoyó contra la pared, mirando a la mujer de hito en hito, una mueca irónica en sus labios.

- Uds. dos subestiman el sentido de responsabilidad que las mujeres tenemos hacia nuestras parejas... Asiyah pudo haberse equivocado en como resolver el problema, pero sabe que aún se la necesita aquí. Regresará, puedes estar seguro de ello Hiko.

- No creo que...- el hechicero sacudió la mano, desechando el razonamiento de la mujer.

- Yo he estado allí donde esta ella... Y regresé.- dijo Tokio, dándose la vuelta dejando a los dos hombres, el humano y el Yinn, con algo sobre lo que meditar- Iré a preparar algo de té.

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Después de recibir los informes de boca de Mori, su delegado en Japón, acerca de cómo estaban saliendo las cosas en Tokyo, impartió nuevas órdenes para que se 'encargaran' de Gein en el viaje de regreso, antes de llegar a tierra firme.

Por fin estaba nuevamente a solas. Una brisa inusualmente helada proveniente del mar lo azotó haciendo que se revolviese en la chaise-longue en la que se hallaba confortablemente sentado, en el amplio balcón que unía su habitación con la de su prisionera. Se acomodó la manta que usaba para cubrirse. Era la dupatta de Asiyah, la misma con la que alguna vez, en un gesto amoroso, lo había protegido del frío en Shanghai. No sabía por que, pero no podía desprenderse de ella, aún sabiendo lo que ella había intentado hacerle...

Desde que Asiyah había partido, no había vuelto a dormir. Como era de esperarse, ella había desaparecido por completo, sin rastro alguno. Definitivamente no se hallaba en Japón, por lo que su red de informantes había podido recolectar. Solo supo que se la había visto por última vez en Tokyo, en compañía de un hombre fornido que usaba una extraña capa blanca y una mujer a la que no se le había podido divisar el rostro. Luego, se había desvanecido por completo.

Seguramente habría dado cuanta de su fracaso a sus cómplices, antes de regresar de donde había salido originalmente.

Era mejor no seguir pensando en ella, pensó sorbiendo lentamente una taza de té.

Estaba realmente exhausto, pero más mental que físicamente.

La compañía humana, con toda la atención que requerían sus molestos balbuceos era lo último que necesitaba en aquel momento. Por eso estaba agradecido por el rápido informe de sus subordinados, y su pronta desaparición. Se habían trasladado al deposito que se hallaba al otro lado de la isla, así que se hallaba en una relativa privacidad.

<Casi esta terminado... Todo lo que resta es deleitarme viendo a Battousai hundirse en la desesperación, consumiéndose, y muriendo a la vera del camino... Casi está terminado... Tomoe>

Kaoru se deslizó con enorme precaución semiagachada y pegándose a la pared cuanto le era posible. Había esperado hasta que Enishi había vuelto a quedar a solas y cuando estuvo segura de que los hombres se habían perdido en el medio de la vegetación de la isla, decidió hacer su movimiento. Tenía que ser precisa y rápida, sólo había una oportunidad y con seguridad el ferry partiría pronto. Pero estaba segura que con lo debilitado que se hallaba el cuñado de Kenshin, tomarlo por sorpresa e incapacitarlo lo suficiente para que sirviera de rehén no sería tan difícil.

Él estaba mirando el vacío, casi parecía dormitar con los ojos abiertos. Posiblemente así fuera. No parecía ser una persona demasiado normal...

El momento de la verdad había llegado

Respirando hondo, cargó hacia delante.

La imagen de Tomoe era distinta.

Ya no sonreía. Y no lo hacía desde la pelea en el dojo. Para ser más exactos, desde el momento en que había subido a la mujerzuela de Battousai al globo.

De hecho, había una nota de claro reproche en la mirada de su hermana en aquel momento...

- Yukishiro Enishi, prepárate para...

- ¿Por qué?- gritó angustiado, casi saltando de su lugar

Estaba confundido, azorado. Todo había salido a la perfección. Todo había sido hecho según sus deseos. Y ella ya casi estaba libre. Y él también. Entonces...

- ¿Por qué me miras así?¿Por qué ya no me sonríes como siempre? Todo lo he hecho por ti, Tomoe

Kaoru se encontró como congelada totalmente tomada por sorpresa por su grito y el intempestivo salto de su captor desde la chaise longue.

Enishi parpadeó y la imagen de Tomoe dejó paso a la de Kaoru, que aún sostenía su improvisada arma en la mano. Pero antes de que ella pudiera reaccionar y salir de su sorpresa, Kaoru se encontró izada por el cuello, sus pies lejos de la seguridad de la tierra firme, flotando desesperadamente en el aire, su cuerpo golpeando con fuerza la pared. Observó horrorizada las enloquecidas pupilas contraídas que parecían mirar más allá de ella, a la imagen de una mujer muerta hacía más de quince años que solo vivía en la imaginación de aquel hombre. Él estaba completamente demente, de eso ya no le cabía duda.

- Es por ella ¿verdad? Es porque aún esta viva...- Enishi seguí hablando a su ilusión, ante el terror de Kaoru. No tenía escape- Porque la sustituta que Battousai buscó para reemplazarte está viva... Bien, solucionaremos eso ahora mismo

Kaoru sintió que los pulmones le estallaban por la falta de aire. Ni las patadas que le propinó ni los arañazos frenéticos que había lanzado sobre toda aquella parte de su anatomía que lograba alcanzar habían logrado que disminuyera la presión. Y cuando estaba ya a punto de perder la conciencia y la esperanza de salvarse, sucedió algo inesperado: él la soltó. Cayó al suelo hecha una masa temblorosa, tratando desesperadamente de tomar todo el aire posible, cuando se percató que él no estaba en mejores condiciones. Apenas a poca distancia yacía arrodillado, su cabeza tocando el suelo, temblando y sacudido por violentas arcadas.

- ¿Por qué... por que no me sonríes más...Tomoe ?- musitó él con voz temblorosa

< Así que era eso... no es que no quisiese matarme, simplemente, no puede hacerlo... - pensó Kaoru, mientras se frotaba el cuello y su respiración se hacía más normal. Seguramente aparecerían moretones en los días por venir.- Cada vez que intenta dañar a una mujer, recuerda a Tomoe-san y las imágenes de su muerte que lo marcaron en su corazón para siempre. Así que por más que en su mente él me desprecie y deteste como la sustituta que Kenshin eligió para su hermana, su mente le impedirá dañarme en modo alguno.>

Con paso tembloroso se alejó de él y se encerró en su cuarto. No podía evitar que él entrara si lo deseaba. Pero ahora tenía la certeza de que estaba irónicamente segura en su compañía.

Y se lo debía a la propia hermana del bastardo.

A la esposa muerta por la propia mano de Kenshin.

- Gracias Tomoe-san... gracias... - murmuró apenas

Había visto una debilidad en el enemigo. Se preguntó si podría aprovecharla.

Una brisa fresca acarició su rostro y desordenó sus cabellos. Parecía musitar el nombre del hombre por el cual su corazón clamaba.

Con determinación nacida de la necesidad de volver a verlo, comenzó a trazar planes.

Yukishiro Enishi sabría lo que significaba enfrentar a la heredera del estilo Kamiya Kasshin

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