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Capítulo primero
Sobre mi breve existencia como humana
Nací hace más de mil años, en una ciudad pequeña, a orillas de Demon Sea.
Por largo tiempo los habitantes habían vivido en paz con la Reina del Océano, por los términos de un viejo tratado, de mantenerse lejos del mar. Cualquier persona que entrara o pusiera simplemente un pie en el mar, era devorado por la corriente, o juzgado por la propia ley de la ciudad.
Mi casa, se situaba en la parte alta de la ciudad, en el centro de todo podría decir. Mi familia, estaba compuesta por tres personas más, mis padres y mi hermano mayor.
Era extraño que viera a mi padre, llamado Sixto, ya que vivía de viaje en viaje, y de negocio en negocio. Recuerdo que era un hombre que nunca habría servido para una guerra, por su complexión mas bien pequeña, tenía un par de ojos celestes, cálidos y tranquilos que siempre parecían sonreír, y un aspecto mas bien juvenil.
Mi hermano, Naim, había heredado no solo el nombre de mi abuelo materno, sino también su aspecto, era probablemente el mas alto de toda la casa, aun si eso no significaba mucho, sus ojos y su cabello castaños eran lo que probablemente lo alejaba mas de la familia, además de su actitud despreocupada, y su fanatismo por la magia y la aventura.
Finalmente, mi madre, Edel, era una mujer muy particular. Criada en una familia noble, era casi imposible no escucharla hablando de los mejores tiempos de su linaje, o dando su nombre completo, con todos los apellidos que recordara para causar más impresión. Su educación era exquisita, y su manera de andar y vestir denotaba su origen a cada momento. Tenía un par de severos ojos azules, y largo cabello negro, que siempre recogía en moños, o tocados que llevaban al menos una hora en ser preparados.
Mi madre dijo que me llamaría Aoi. Lo dijo firmemente, y a papá no le quedaron ganas algunas de discutir su opinión, mi hermano dijo que era un nombre extraño, pero que seguro quedaría bonito. Y así nací, fui Aoi, y tuve tres apellidos, uno por parte de mi padre, y dos por parte de mi madre que se empeñaba en que su hija no fuera una simpletona con dos apellidos.
Durante seis años me criaron maestros privados, que iban a mi casa, y me enseñaban diferentes cosas sobre la sociedad, los modales, y algunas pequeñas nociones del mundo en general. Cuando cumplí los seis años, mi madre decidió que era tiempo de que terminara mis clases en casa, y comenzara a asistir a un colegio. Un colegio privado, por supuesto, repleto de niñas pequeñas que parecían clones de mi madre, y de profesores que enseñaban a las niñas de seis años a dejar sus muñecas y dedicarse a la sociedad.
A pesar de ellos, tuve otra fuente de educación, mi hermano. El me enseñó todas las cosas que no aprendí en la escuela, me enseñó la literatura de la época, y las canciones populares, que entonaba a los gritos con su guitarra, mientras a mama le daban ataques de ira. Me habló sobre el mundo real, sobre la pobreza y la esclavitud, sobre las mentiras, y el odio, y me enseñó sobre magia.
Eso fue la gota que colmó el vaso. Edel le prohibió estrictamente enseñarme cualquier hechizo destructivo, bajo una serie de amenazas, cada una peor que la anterior, pero ya era quizá demasiado tarde, porque en mi mente había quedado sembrada la semilla de la rebeldía.
No me interesaba en realidad por las cosas que los demás niños. Mientras mis compañeras de clase soñaban con casarse y tener hijos e hijas que perpetuarían su sangre por los siglos de los siglos, yo estaba interesada en conocer algo mas sobre el mundo que me rodeaba, quería viajar, y andar sin rumbo por el mundo, leer, escuchar música, libre de los problemas absurdos que ponía por frente una sociedad diminuta como era nuestra ciudad.
A los ocho años llegaron a mis manos mis primeros libros, los había tomado sin permiso de entre los libros de mi hermano, no eran aquellos textos que nos hacían leer en clase, sino libros sobre temas mas variados, desde biología, hasta magia básica. Los temas me fascinaron, pero los abandoné en favor de la literatura de la época, que no difería mucho de la actual.
En esa época, comencé a experimentar sensaciones que no me eran familiares. Todo se desató una tarde, cuando caminaba desde mi casa a una biblioteca en una escapada furtiva. Distraída en el bullicio de la parte comercial de la ciudad, no me di cuenta de que un niño de mi edad aproximadamente se acercaba corriendo a toda velocidad. Chocamos, y caí al suelo. Me dio risa pensar en lo que diría mama, o en el ataque de histeria que le daría si supiera lo que acababa de pasar, en ese momento me recorrió una sensación extraña, y me sentí muy confundida por un segundo, rápidamente me puse de pie y miré fijo al chico, no parecía haberlo hecho por gusto, y algo dentro mío me decía que había de estar realmente apurado. "Baka!" le dije sonriendo, le saqué la lengua, divertida con su cara y salí corriendo de allí, al recordar que tenía que llegar pronto a la biblioteca.
Cuando regresé a casa, sentía que mi cabeza iba a explotar. Había estado sintiendo sensaciones extrañas todo el día, desde que me había chocado con el chico. Intenté mantener esas cosas ocultas, pero mi intento fue inútil, y en un par de días Edel ya lo sabía todo, y me llevaba corriendo al templo más cercano a que revisaran que era lo que andaba mal conmigo.
El templo era un lugar que nunca había visitado antes. Estaba rodeada de dragones en sus formas humanas, que me miraban curiosamente mientras mama me arrastraba por todo el lugar en busca del encargado.
Finalmente mama me puso de frente a un ryuuzoku, y me dejó sola en la habitación. El me miró y sonrió cálidamente sus ojos verdes eran tranquilizantes. Era totalmente diferente a todos los demás dragones del lugar, no me había mirado con esos aires de superioridad que algunos de su especie lo hacían, simplemente me miraba, como buscando algo. Lo miré fijamente, y me pregunté si otra vez me estarían tratando como a un objeto de observación, y lo más serenamente que pude le dije: "Si vas a matarme hazlo ahora". Se sorprendió y mucho, pero me sonrió y sacudió la cabeza, me dijo que no me preocupara, que no permitiría que nadie me dañara. Llamó a mi madre, que empezó sin orden ni sentido a describir lo que yo estaba sintiendo, y el ryuuzoku le pidió que por favor la acompañara a la otra habitación. Mientras esperaba, vi llegar a una chica a la habitación, aparentaba dieciséis años, y me acerqué a ella a preguntarle quien era el dragón que estaba hablando con mi madre. Su única respuesta fue que el era el sacerdote principal, y se retiró rápidamente a seguir con sus labores. Me acerqué a la puerta, curiosamente e intenté escuchar lo que hablaban. Del otro lado el ryuuzoku explicaba a mi madre que podía sentir las emociones ajenas, y le decía que podía ser un mal presagio. Una segunda voz lo interrumpió y ofreció matarme. Me quedé congelada. Noté en la voz del primer dragón que no quería hacerlo, mientras pedía al otro que guardara calma, mi madre le dijo que no haría nada de eso hasta que tuviera otra heredera que no fuera yo, y que luego quizá me traería. El dragón le dijo que era peligroso, y que al menos debería permitir que yo permaneciera allí para darle un buen uso a mis poderes. Pero mi madre se negó profusamente, y salió del lugar. El sacerdote principal, cuyo nombre nunca llegué a escuchar, se asomó de la puerta, seguido por otro, de cabello rubio que me miró fijamente casi con odio, mientras mi madre me sacaba de allí, hecha una furia.
Mama me encerró en un internado, esperando evitarme lo más posible, y aproximadamente dos semanas después llegó a mis oídos la noticia de que sacerdote principal, el de cálidos ojos verdes, había desaparecido en una batalla contra unos subordinados de Deep Sea Dolphin junto a trece de los mas fuertes guerreros del templo. Me pregunté ausentemente si habría sobrevivido, pero dejé el tema de lado, en favor de trabajar con mis nuevos poderes. Las tormentas llegaron a la ciudad. A pesar de que la zona en la que vivíamos había estado libre de tempestades por siglos, ahora, durante seis meses eternos, las tormentas y la lluvia arrasaban con las casas más pobres, y con las personas que allí vivían.
Fue a mediados de la época de tormentas que mama me permitió volver a casa para conocer a mi hermana menor. Yui la llamó, un nombre con el mismo origen que el mío. Mama traía la bebé en brazos, y la pequeña lloraba desconsoladamente, asustada por al fuerte tormenta. Pasó de los brazos de mama a los de papa, y de los de papá a los de Niichan sin dejar de llorar. Entonces Naim sonrió, y puso a Yui en mis brazos. La miré y supe inmediatamente que era lo que le sucedía, la arrullé suavemente, mientras la pequeña sonreía y jugaba con mi cabello. Mama se puso hecha una furia, y arrancó a la niña de mis brazos.
Se enojó, por algún motivo sin sentido, y me sacó de casa.
Durante una hora aguardé en silencio, bajo la lluvia helada, mientras los transeúntes pasaban cubiertos de la lluvia y me observaban curiosamente. Comencé a golpear. Estaba dispuesta incluso a disculparme por algo que no había hecho, pero no recibí respuesta alguna. Entonces sentí una mano en mi hombro, y un océano de emociones mezcladas que no logré entender. Me sentía confundida, y antes de darme cuenta le estaba gritando que se fuera, que me dejara sola, y el salió corriendo. Me arrepentí inmediatamente, y si hubiera sabido su nombre lo habría llamado, habría corrido tras el y le habría preguntado porque le interesaba lo que le pasaba a una simple niña en la lluvia, pero el ya se había ido, y volví a quedar sola. Guarde silencio por un momento breve y luego de llamar por última vez, dejé libre mi frustración y con una fireball volé la puerta entera y entré a mi casa. Mi madre estaba furiosa, como siempre, y comenzó uno de sus tantos sermones interminables, sobre educación y moral, el cual no solo ignoré completamente sino que respondí con risas.
No pasó mucho más, entre ese día y la siguiente etapa importante de mi vida. Continué viviendo de la misma forma, mi madre decidió olvidarme en favor de la crianza de Yui, y yo no me opuse a ello. Yui creció para ser una pequeña encantadora. Educada, y gentil, sus ojos azules eran cálidos, al igual que su sonrisa. Tenía una gran habilidad para las manualidades, y se desenvolvía perfectamente en la sociedad en que mama la había insertado.
Trabajaba con cristales, le gustaba hacer animales, o pequeños objetos, y luego obsequiarlos a quien los quisiera. El primero de esos animales, fue un águila. Aun hoy en día lo atesoro, porque es su recuerdo más importante.
Contaba yo en esa época con mas de doscientos libros. A veces, Yui entraba por las noches y me pedía que le leyera algo, lo que fuera. Yo reía, no tenía nada que leerle, porque todos mis libros eran sobre historia o literatura, pero ella se acercaba a un estante, elegía uno cualquiera y me pedía que se lo leyera. Casi siempre quedaba dormida en mi cama mientras le leía, y yo me encargaba de llevarla a su habitación y acomodarla con cuidado entre las sábanas de su cama.
Los meses pasaban así sin dificultad alguna, siempre intentaba evitar salir durante el día ya que mis poderes de émpata estaban a flor de piel, y me confundía casi cualquier persona que estuviera cerca. También había encontrado un nuevo pasatiempo una tarde garabateando en un papel. A veces los dibujos surgían de mi lápiz como por arte de magia, y a veces no lograba dibujar una línea recta. En el aburrimiento de mi vida, decidí dedicar mi tiempo libre a dibujar. Comencé con objetos de mi cuarto, continué con paisajes, y finalmente me arriesgué a dibujar a una persona. Con unos cuantos meses de práctica constante, dibujar se me hizo fácil, y también divertido. Nunca imaginé que eso alguna vez pudiera llegar a serme de utilidad, pero lo sería.
Una tarde, mientras volvía de comprar unos libros, unos niños me rodearon. Supuse que me habrían reconocido como la hija mayor de mi familia, y se acercaron curiosamente. Los rumores llevaban tiempo circulando, mucha gente relacionaba mi actitud con el hecho de que mi padre viviera de viaje, o que mi hermano se hubiera ido hacía meses y no hubiese vuelto, pero a nadie se le ocurriría la verdad. Se me acercaron, curiosamente al principio, y sentí cientos de emociones entrar en mi mente. Sin darme cuenta, caí al piso de rodillas, gritándoles que se detuvieran, y que me dejaran en paz. Sentía la curiosidad, el miedo, el asombro... El mundo comenzó a girar vertiginosamente, mientras mas niños se acercaban curiosamente, las emociones mezcladas me confundían, y me presionaban la cabeza. Creí que enloquecería, y entonces a través de todo aquello lo sentí.
Tenía que ser él, el niño que había sentido años atrás bajo la lluvia. Lo supe por la mezcla de emociones tan particular que llegó vagamente a mis sentidos, levanté la cabeza, en un esfuerzo para verlo y le reconocí. Había crecido mucho, aunque también lo había hecho yo, pero con la jaqueca nunca llegué a ver más que una silueta vaga de sus facciones, y su cabello morado.
Entonces escuché gritos. Una oleada de pánico atacó mis sentidos, mientras la gente gritaba sobre los mazoku, y corrían desesperadamente. Mi mente se dirigió ausentemente al joven, pero ahora solo podía pensar en Yui, seguro el se podría defender solo, y luego lo buscaría cuando Yui estuviera a salvo.
Corrí como nunca antes hasta llegar a mi casa, uno de los pocos edificios que permanecían intactos en toda la ciudad. Entré por la puerta destrozada, para encontrarme a unos demonios de bajo nivel a punto de atacar a Yui, y sin pensarlo me lancé al ataque, aun a pesar de que sabía que me daría mucho dolor.
Logré detenerlos, hasta que sentí todos los gritos del ambiente detenerse al unísono y me estremecí. Eso no podía pasar solo porque sí. Entonces vi entrar a un hombre. Me llevaba mas de dos cabezas de altura, tenía un par de ojos verdes helados, y un abundante cabello negro, recogido prolijamente detrás de la cabeza, caminaba con un aire de superioridad, y por su vestimenta había de tener algún cargo alto en la sociedad mazoku, me hizo estremecerme cuando sentí su nombre dentro de mi mente, retumbando silenciosamente.
- Arashi... - Fue todo lo que pude decir, mientras sin pensar en nada mas me lanzaba al ataque.
Fue una pelea exhaustiva. A pesar de mi entrenamiento mas bien básico, peleé con todo lo que tenía. El no parecía interesado en herirme, y cada golpe que lograba asestarle me equivalía a una cantidad similar de dolor. Si bien dentro mío sabía que esa pelea no me llevaba a nada, intenté con todas mis fuerzas, no podía rendirme si la vida de Yui estaba en mis manos. De pronto el se detuvo, y me sonrió.
- Cuál es tu nombre niña? - Me dijo fríamente. Pensé que no era buena idea el ponerme del mal lado de un general mazoku solo por mi nombre, así que le respondí, únicamente con mi nombre propio.
- Aoi...
- Que indicado... - Dijo en un murmullo mientras una sonrisa se extendía en sus facciones - Y que sucedería si las ataco a ellas dos? - Me dijo, señalando a mi madre que estaba con Yui en sus brazos.
- Déjalas!!!
- No nos dañes!! - Le imploró Edel - Llévate a mi hija mayor!! Ella tiene poderes que te serían muy útiles.
Arashi dirigió su mirada a mi una vez más. Sus ojos verdes estaban helados, sentía como si me atravesaran, como si ese par de ojos fueran el mas fuerte de los hechizos o la más afilada de las espadas. El mazoku miró directamente a mi alma, mientras yo no podía más que guardar silencio, aterrorizada con su presencia. Quería correr, escaparme de aquellos ojos, y en todo ese tiempo el simplemente estaba mirándome, analizándome. Sonrió y me extendió la mano. Comprendí su oferta inmediatamente, tu vida por la de tu hermana, estoy segura que esas habrían sido sus palabras si hubiese hablado, mi decisión ya estaba tomada, así que miré una ultima vez a mi madre, a Edel, y a Yui, mi pequeña, mi ángel, antes de tomar la mano del demonio y dejarme llevar por mi destino.