Dragon Ball/Z/GT Fan Fiction ❯ Libre mi alma ❯ Capítulo 4 ( Chapter 4 )

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Exención de responsabilidad: No soy dueña o me beneficio de Dragon Ball Z.
Nota de Tempestt: Tengo malas y buenas noticias. La mala noticia es que el semestre de otoño ha comenzado y soy una abejita ocupada con la escuela, el trabajo y la familia, lo que significa que las actualizaciones de la historia están en la parte inferior de mi lista. Pero por lo menos están en la lista, a diferencia de devolverle la llamada a mi suegra. La buena noticia es que estoy tomando una clase literaria de ciencia ficción (totalmente caí en eso por accidente) y una clase de escritura creativa. Así que crucen sus dedos. ¡Tal vez voy a aprender algo y mejorare!
 
 
 

Capítulo cuatro

 

 

 

Bulma inspeccionó el valle a sus pies desde un afloramiento rocoso. Una nave espacial grande y plateada en forma de disco se enclavaba en la llanura plana con tres de los lados protegidos por acantilados. Sonrió mientras observaba a la pareja de soldados que custodiaban la única entrada. No diría que Vegeta era un paranoico, pero era un experto en protegerse.

Una visión de él vestido con su armadura real y su dura expresión dominante le llegó a la mente y limpió la suave sonrisa de sus labios. Después de que la visitara, ella se quedó sin aliento y con las rodillas débiles. Su sola presencia le robó todo pensamiento lógico haciéndola olvidar el objetivo de ir a Namekusei y no podía permitirlo. Tenía una razón épica para estar en este planeta y no era para echar un polvo o susurrar secretos al oído de un amante. Ni siquiera era para obtener un cierre sobre la forma putrefacta en que la trató. Estaba allí para salvar a su pueblo. Toda la raza humana confiaba en que mantuviera las rodillas bien juntas y el cerebro en su lugar. Necesitaba recordarlo y no permitir que él le lanzara un hechizo vudú.

Luego de que la dejó en el polvo una vez más, comprobó su radar de dragón y llegó a la terrible conclusión de que Vegeta tenía todas las esferas del dragón, excepto dos. Una que ella guardaba en su poder y otra que estaba a medio camino del planeta. No dudaba de que él estaría ganando la posesión de esta muy pronto. Si iba a completar la tarea, entonces, necesitaría su ayuda. Necesitaba que renunciara a algo que era importante para él. Lo necesitaba para que sacrificara su deseo por ella.

Sí, claro, y las plantas pueden hablar.

Tomó una profunda respiración y se preparó mientras avanzaba por un camino estrecho. No tenía idea de como iba a convencer a Vegeta de que su deseo era más digno que el suyo. Tal vez si todavía fuera el desnudo y vulnerable hombre que conoció hace un año y no este completamente vestido señor que la miraba con arrogancia. Este hombre destruyó civilizaciones enteras y no lo pensaría dos veces sobre su planeta devastado. Probablemente le diría que la mierda sucedió y que lo supere.

Ojalá y hubiera más de un deseo disponible, pero si estas esferas seguían el mismo patrón que las de la Tierra, entonces no había ninguna posibilidad de eso. Quizás pudiera convencerlo de esperar un año a que las esferas recargaran para que él hiciera su deseo. Y tal vez Oolong podía volar.

Al acercarse a la entrada de la nave, su atención fue atraída hacia los dos soldados que flanqueaban la rampa. Vestían de blanco y azul, sus rostros no mostraban expresión a excepción de sus oscuros ojos asesinos. Ellos no se molestaron en abordarla, lo que la hizo sentir como un insecto a punto de ser aplastado. Escalofríos le recorrieron la espalda y le rogó a Dios que Vegeta hubiera cumplido su palabra de ordenarle a sus hombres de que no la mataran. Se acercaba el anochecer y ambos habían hablado por última vez a media mañana. Era un montón de tiempo para que emitiera la orden, siempre y cuando no lo hubiese olvidado.

—Soy Bulma Briefs, estoy aquí para ver a Vegeta. —Sus ojos se ensancharon al darse cuenta de su error—. Esteee, señor Vegeta —corrigió.

No respondieron, solo la miraron en silencio.

—¿Príncipe Vegeta? —lo intentó otra vez en un hilo de voz.

El sonido del acero contra acero arrastró su atención a la cumbre de la rampa. La hermosa rubia compañera de Vegeta estaba parada en la entrada de la nave, sus ojos verdes llenos de vitalidad la evaluaban. La amargura inundó el interior de Bulma volviendo cenizas el sabor de su boca. Sin darse cuenta se puso recta, lanzó los hombros hacia atrás y levantó el mentón. Junto a la bellísima mujer se sintió monótona y sin forma, especialmente después de todo lo que ella había pasado en el último año.

La expresión fría de la mujer no cambió, pero Bulma podía ver la divertida condescendencia que relucía detrás de sus ojos. Su autoconfianza se desplomó aún más y el autoaborrecimiento siguió muy de cerca sus talones. Ella era una mujer bella, en la Tierra no tenía rival. No permitiría que esta puta creyera que era mejor que la brillante y hermosa Bulma Briefs. Enojada, sonrió con el conocimiento de que era una de sus mayores armas. Las líneas cansadas alrededor de sus ojos desaparecieron y su pálido rostro se iluminó. Su madre solía decirle que cuando ella sonreía era como el sol coronando el horizonte: radiante, hermoso y poderoso.

Las comisuras de los perfectos labios rosa de la mujer se aplanaron y Bulma sintió un reivindicativo pico de victoria a través de su pecho.

—Vegeta me está esperando.

Sin título, sin pompa, solo el nombre, lento, deliberado y posesivamente íntimo. Observó cómo los ojos de la mujer se oscurecieron de un modo peligroso. Con un destello de intuición supo que nunca podría darle la espalda: quería a Vegeta para sí misma y ella acababa de ponerse en ángulo recto entre los dos.

Sin decir una palabra, la mujer giró para desaparecer en la nave. Impertérrita, Bulma subió corriendo por la rampa, prácticamente desafiando a los guardias a que la detuvieran. Ellos permanecieron inmóviles, ella pasó e igualó el ritmo de los pasos de la mujer cuando llegó a su lado. Bulma Briefs no seguiría detrás como un asustada y miserable esclava.

Ambas caminaron sin hablar, los únicos sonidos eran el fuerte chasquido de unas botas con suelas de acero en el piso de metal. Siguieron por un pasillo curvo hasta que finalmente la mujer se volvió de un modo brusco hacia el interior. Una puerta siseó al abrirse para revelar una austera habitación con una mesa de conferencias ovalada y un puñado de sillas que lucían incómodas.

—El señor Vegeta es un hombre muy ocupado.

Demasiado ocupado para ti quedó tácito, pero Bulma escuchó el insulto fuerte y claro.

—Bien, eso ya lo veremos. —Ella entró en la habitación balanceando las caderas, apoyó el cuerpo en la mesa, cruzó los pies y le sonrió a la mujer con un lento y confiado estiramiento de sus labios que utilizaba para hacer que los hombres saltaran a cumplir sus órdenes.

Los ojos de la rubia se estrecharon y sabía que golpeó un nervio. La puerta se cerró y pudo escuchar unas resonantes pisadas alejándose cuando la mujer fingió ir a decirle a Vegeta que estaba allí. Ella no era estúpida y no iba a perder el tiempo esperando por nada.

Al momento ubicó el panel de control y hackeo la computadora a bordo. Un año uniendo las piezas de la nave bandera de Frízer la hizo una experta en la tecnología iceyín. En cuestión de segundos fue capaz de cargar una copia del diseño de la nave en el PDA que Vegeta le había dado, incluyendo la ubicación de sus aposentos privados.

Bulma se rio en voz alta al encontrar la puerta cerrada. Era obvio que la mujer idiota no tenía idea de con quien estaba tratando. Anuló las cerraduras y con cuidado echó un vistazo hacia el pasillo. Al no ver a nadie, se precipitó por el corredor. Siguió las indicaciones para llegar a la habitación de Vegeta y su corazón se aceleró un par de veces cuando pasó junto a algunos soldados, pero ellos ni siquiera la miraron. Al parecer, si había sido autorizada a subir a la nave, entonces el consenso fue que debía pertenecer allí. Eso era sorprendentemente laxo e hizo una nota mental con el fin de mencionárselo.

Llegó a la habitación sin incidentes. De pie frente a la puerta, miró a su alrededor para asegurarse de que se hallaba sola antes de conectar su PDA a la cerradura electrónica. Unos pocos segundos después entraba sin hacer ruido, casi esperando a que él saliera de las sombras. El lugar era bastante grande teniendo en cuenta el pequeño tamaño de la nave y estaba dominado por una sencilla cama de plataforma vestida con un grueso edredón negro. Era la única cosa caliente en la habitación. El piso y las paredes eran de un frio acero gris sin ninguna obra o alfombra de cualquier tipo. Había una mesa redonda de metal al lado de la puerta con un cuenco de oro lleno de frutas redondas que podría calificarse de decoración, pero era más que probable que solo fuera comida para un saiyayín hambriento.

A la vista de la cama, un cosquilleante calor se deslizó por debajo de su vientre y entre sus muslos. Al instante apartó la mirada y se llevó las manos a sus de pronto ardientes mejillas. No sabía lo que era más embarazoso, que fuera encendida tan rápido por el pensamiento de Vegeta desnudo en la cama o que quisiera quitarse la ropa y revolcarse en las sábanas como una perra en celo.

Cuando se dio la vuelta, notó una puerta casi cerrada que de inmediato llamó su atención. Nerviosa, miró de un lado al otro, todavía esperaba encontrarlo. Había otra puerta firmemente cerrada en el extremo opuesto de la habitación burlándose de ella con sus secretos. Ladeó la cabeza para escuchar con cuidado, pero solo oyó el silencio. Cruzó la puerta y se encogió cuando sus pasos resonaron fuertes en el piso de acero. Poniéndose de puntillas, echó un vistazo a la habitación.

El enorme escritorio de metal le informó que el lugar era utilizado como un estudio, aunque no parecía que mucho trabajo fuera hecho allí. Las paredes gris azulado se veían desnudas y no habían libros o papeles esparcidos. Eso era irrelevante, ya que cinco de las siete esferas del dragón estaban sentadas a plena vista en el frío piso de metal, luciendo tan bonitas como brillantes soles de oro en un triste cielo gris.

Bulma escuchó un ruido a sus espaldas. Sobresaltada, saltó hacia atrás y jaló la puerta cerrándola por completo. Se dio la vuelta para hacer frente a la habitación justo a tiempo para ver a Vegeta saliendo desde detrás de la otra puerta de lo que debía ser el cuarto de baño. Estaba gloriosamente desnudo y sorprendido al verla de pie en medio de su dormitorio. Sus ojos negros miraron rápidamente a la puerta cerrada detrás de ella antes de volver a verla. Bulma trató de parecer poco interesada por el cuarto y el contenido que sabía que guardaba. Eso fue muy fácil, habida cuenta de lo que tenía para distraerla. Lentamente deslizó los ojos por su cuerpo desnudo, absorbiendo la perfección de sus abultados músculos y su esbelta forma. Ávida, vio como su pene se alargaba y como todo su cuerpo se alistaba para atacarla a la más pequeña señal de invitación. Consternada, avergonzada y mojada, todo a la vez, se dio la vuelta hacia la pared.

Desnudo no era como ella quería lidiar con Vegeta. Concedido que se sentía cómoda con él cuando estaba sin ropa, pero necesitaba mantener una conversación seria que mentalmente no implicara tener sexo apasionado a la primera escusa.

—Deberías ponerte algo de ropa.

—¿Antes no te quejabas de mi desnudez?

Bulma cerró los ojos contra el ataque sexual que era  la voz de Vegeta. No había nada domesticado o subyugado con respecto a él. Era un hambriento depredador primario y lo demostraba en cada uno de sus matices, incluyendo el ronco timbre de su voz.

—Esto no es un llamado al botín, Vegeta, tú y yo debemos hablar.

A sus espaldas, lo oyó suspirar profundamente y sintió que el pesar le apretaba el pecho. Ella no deseaba nada más salvo decir “a la mierda con todo” y atravesar corriendo la habitación hacia él quitándose la ropa mientras lo hacía, pero debía recordar que estaba aquí en una misión. Tenía que salvar a su pueblo, no follar hasta desmayarse.

Hubo algunos sonidos de ropa rozándose antes de que Vegeta hablara.

—¿Qué haces aquí, Bulma? —sonaba cansado y cuando ella se dio la vuelta, lo atrapó frotándose los ojos con el pulgar y el índice.

Hizo una pausa para observarlo por un momento, solo para empaparse de él. Trató de olvidarlo el año pasado, pero en realidad no podía imaginar a otro hombre en su vida. La arruinó para cualquier otro y una gran parte de ella estaba de acuerdo con eso.

Vegeta se dio cuenta de su escrutinio y su expresión desapareció. Se inclinó hacia atrás contra la pared y la camisa azul que se puso se estiró a través de sus amplios hombros mientras cruzaba los brazos. Era la misma postura que perfeccionó durante todas las horas que permaneció en su celda contemplando la puerta cerrada, hasta en los tobillos cruzados. Llevaba un pantalón suelto ahora, pero sus pies estaban todavía desnudos y había algo increíblemente sexy sobre el modo en que doblaba los dedos, como si solo esperara el momento para desembarazarse de su ropa y meterse en la cama.

Toda la situación la puso triste. Él era la confianza personificada mientras ella se retorcía en su propia piel. El hombre estaba acostumbrado a mirar hacia abajo a los monstruos y luchar contra guerreros calificados. No conocía el significado del miedo, mucho menos la inseguridad. Para Vegeta, no existía tal cosa como perder.

—Quizás no podré vencerte —susurró Bulma distante y él alzó una ceja interrogadora. Ella se sacudió de su repentino estado de ánimo oscuro y enderezó los hombros—. Los dos estamos aquí por la misma razón —declaró con valor, ya no sonaba vacía—. Las esferas del dragón.

Vegeta resopló como un león descontento, se empujó de la pared y comenzó a caminar por la habitación con impaciencia. A lo lejos, Bulma se dio cuenta de que era la única persona en ver este lado suyo, mostraba pequeños toques de emoción, en lugar de evaluar en silencio y sin moverse a su objetivo, listo para atacar. Ella no era un objetivo, no era una amenaza, no era nada malo. Una vacía opresión en su pecho se disolvió ante el pensamiento y sus músculos tensos se soltaron.

Él vino a detenerse en el centro de la sala y se volvió.

—Bueno, ¿y qué? —Sus ojos se estrecharon, lo que la congeló hasta la médula—. Como tú has dicho, no puedes ganar —finalizó de un modo suave.

Los labios de Bulma se adelgazaron ante el desafío en su voz. Empujarlo era como empujar a una pared de ladrillos. Simplemente no iba a ceder, pero ella tenía que intentarlo por el bien de la humanidad. Abrió la boca para decir algo espectacularmente lógico, para bombardearlo con un brillante argumento ante el cual él no podría responder que no. Por desgracia eso no fue lo que salió.

—Echo de menos a mi madre. No tienes idea de lo mucho que la necesito en este momento. Y a mi papá y a mis amigos y a todos los que he conocido. Quiero mi hogar de vuelta, Vegeta, quiero mi vida —terminó en un apuro. La fría expresión que veía no cambió y eso aplastó algo dentro de ella. Mortificada por su muestra de emoción, Bulma se llevó las manos al rostro y se alejó de él. Las lágrimas ardían en sus ojos, así que tomó una respiración profunda e irregular para mantenerlas a raya.

—Lo hecho, hecho está. Tu planeta se ha ido, tu pueblo se ha ido. No puedes pensar en eso, pero hay cosas más importantes en este universo que desear además de la resurrección de nuestros muertos.

Sus palabras estaban destinadas a recordarle que su planeta no era el único destruido por Frízer. Durante su tiempo juntos, Bulma había aprendido mucho sobre Vegeta, incluyendo su pasado devastador. Pero su dolor por la pérdida de su pueblo era viejo y cicatrizado, mientras que el suyo era fresco y sangrante.

—¿Cómo qué? ¿Todo tu incontenible hambre de poder? Admítelo, eres un adicto.

Vegeta gruñó, el espantoso sonido resonó en la habitación y rebotó en las desnudas paredes de acero. Dio un paso hacia ella y su columna vertebral se tensó al instante de miedo antes de que él, de un modo muy visible, se dominara.

—Voy a admitir el deseo de poder, mujer, pero no es tan sórdido como lo haces sonar. Hay algunos malvados hijos de puta por ahí. Lo debo saber, yo fui criado por ellos. Alguien tiene que poner fin a esto.

—¿Alguien tiene que gobernar querrás decir?

—Es mi destino —respondió Vegeta con toda tranquilidad y Bulma se preguntó si él pensaba en su padre. El rey tuvo sueños de poder infinito, de respeto sin fin. Algo le dijo a Vegeta que eso solo venía con el poder para gobernar.

¿Por qué eres tan insensible? —le preguntó ella con una helada ira ardiendo en sus fríos ojos azules. Lo único en lo que podía pensar cuando lo miraba era en todo el daño que le había hecho.

—Soy un sobreviviente, algo que necesitas aprender a ser.

—Nunca seré como tú —le respondió Bulma mordazmente, apenas era capaz de mirarlo.

—¿Cómo? ¿Práctico?, ¿lógico?, ¿controlado? —La mano de Vegeta la señaló de arriba a abajo con brusquedad, acusándola sin palabras de su disgusto por las lágrimas que ella no había notado que corrían por su rostro—. ¿Quieres que cambie? —le dijo en voz baja, mirándola.

Bulma respiró con fuerza y avergonzada se secó las lágrimas. A nadie le gusta una mujer llorona, su madre solía decir. Además, no era una bonita llorona. Siempre terminaba pareciéndose a una nariz mocosa cara roja tortuga sin caparazón

— No quiero que cambies, quiero que seas lo que solías ser. Te quiero de la forma en que eras.

—Este soy yo, nunca he sido diferente.

—Tú eras diferente en la nave. Más en bruto, más primario, abierto. Esta persona… —Ella apuntó su ropa—... No sé quién es el hombre que está parado delante de mí. El uniforme te cambió, no yo.

Él se movió muy incómodo y miró a otro lado para contemplar un punto en la pared antes de volver a verla.

—Mira, no estás sola, Bulma, te podrías quedar aquí. —El tono áspero de Vegeta se suavizó mientras hablaba y ella pudo oír la indecisión en su voz. Indeciso sobre que, no lo sabía. ¿De que no aceptara su oferta o no quería que la aceptara? Incrédula, se quedó boquiabierta y la ira acumulada en su interior rugió de nuevo a la vida con una venganza.

—Me dejaste cuando más te necesitaba y ahora me pides que me quede, ¿estás loco?

Él despachó la pregunta retórica con un encogimiento de sus anchos hombros. Sus intensos ojos oscuros la sujetaron al lugar mientras hablaba.

—Nadie nunca me necesita. La gente me teme, huye de mí, pero nadie nunca me necesita.

—Te necesite, Vegeta, y te fuiste.

—Nunca te hice ninguna promesa.

—Bien, tú hiciste una promesa —murmuró ella bajando los ojos al pensar en lo que dijo que podía hacerle una vez que se librara del poder supresor del collar. De pronto una brillante luz azul destelló a la vida a través de la habitación. Bulma levantó la mirada y su rostro palideció un instante antes de ruborizarse. Vegeta avanzaba despacio con la luz azul serpenteando por sus brazos desnudos. Las llamas cubiertas que se encendieron a la vida en sus ojos negros eran inconfundibles. El cuerpo de Bulma respondió al momento con un chorro de calor en su centro.

Ella retrocedió alejándose de sus manos.

—No, no quiero eso de ti. En espacial cuando estás viéndote por allí con la pequeña “señorita a tu entera disposición”. —Se mofó con el rostro completamente serio. Vegeta se detuvo y ladeó la cabeza hacia un lado mientras la miraba con unos ojos depredadores.

—¿De qué estás hablando, mujer?

—De tu muñequita Barbie. Dime, ¿ella se pone de rodillas para chuparte la verga cada vez que chasqueas los dedos?

—¿Lyedra?

—Como se llame. —Bulma le dio la espalda echando humo. No podía creer que él pensara que iba a tratar de meterse en sus pantalones cuando era claro para cualquier persona que se molestara en mirar que estaba follando a su más reciente puta. Furiosa, no oyó a Vegeta venir por detrás.

—¿Estás celosa? —le susurró al oído.

Ella se puso rígida, pero no se alejó. No había a donde le quedara ir a excepción del estudio y no había manera de que fuera a abrir esa puerta para revelar las esferas del dragón.

—No, ¿por qué debería? No es como si estuviéramos enamorados ni nada.

Vegeta la atrajo de espaldas hacia su pecho y la abrazó para que no pudiera escapar. Ella quería que se fundieran en uno, dejar que toda la ira y el miedo se desvanezcan y solo deleitarse en estar en sus brazos. Él acarició la suave línea de su cuello con el rostro e inhaló profundamente contra su piel.

—No he tenido ni el tiempo ni la inclinación para tocar a otra mujer desde que nos separamos y esa es la verdad. —Ella se relajó en su agarre, quería tanto que las palabras susurradas contra su piel fueran reales.

—¿Y si tuvieras la inclinación? —susurró Bulma mirando a la dura y fría pared que encaraba.

Antes de que pudiera respirar, él la hizo girar, la puso sobre la mesa junto a la puerta y el cuenco de oro amontonado en la superficie quedó situado entre la pared y su cuerpo. Frente a ella, se colocó entre sus muslos antes de que pudiera protestar. Sorprendida, Bulma inhaló hondo para recuperar el aliento. Olió el sándalo y el almizcle, todo lo que era Vegeta mientras él se inclinaba encima suyo.

—Dudo que lo haría —le dijo Vegeta con seriedad, luego envolvió sus fuertes manos alrededor del cuello de la delgada camisa que llevaba y la desgarró. Ella se quedó pasmada por la sorpresa y le lanzó los ojos como dardos.

—Pon tu mano aquí. —Antes de que Bulma pudiera responder, Vegeta le agarró la mano y la colocó en su pecho sobre el corazón. Su piel era como el hielo y ella tuvo que resistir el urgente impulso de alejarse. Amplió los ojos con miedo. Él siempre había sido tan caliente, cálido como el sol, pero esta helada frialdad era antinatural. Era aterradora.

Vegeta se estremeció ante su contacto.

—Solo siento calor cuando me tocas —confesó en voz baja y sus ojos se apartaron de ella.

Fiel a las palabras dichas, Bulma pudo sentir como se calentaba la piel bajo su palma. Colocó la otra mano en su pecho y acarició esa zona para darle calor. Él se inclinó más, como si pudiera extenderla por su cuerpo para que así volviera a estar caliente.

Vegeta tomó el delicado rostro de Bulma y lo levantó para que se encontrara con su mirada fija. Sus ojos oscuros brillaban por el deseo y una necesidad apenas contenida. Ellos se desviaron hacia abajo para enfocarse con intensidad en la curva de los labios que tenía enfrente. Lentamente Vegeta deslizó la punta de la lengua a lo largo de la línea de su carnoso labio inferior y ella siguió el camino con hambre, deseando que esa lengua estuviera en su interior, dentro suyo. Él la retiró, succionó su labio inferior y lo mordió suavemente con sus dientes blancos. Algo caliente y vital se disparó por la columna vertebral de Bulma hasta la punta de su clítoris, que hormigueó y dolió. Con burlona deliberación, Vegeta liberó su labio inferior y la vio arquearse en respuesta, desesperada por estar más cerca de su cuerpo y de su impresionante boca.

Con las manos aún escondidas en el cabello de Bulma, la atrajo más y bajó hasta que sus labios la rozaron con la ligereza de una mariposa. Su lengua se lanzó hacia afuera y la punta le trazó los labios con reverencia.

—Sabes a sol y a sal del mar —susurró él.

Como un día de verano en la playa, Bulma pensó para sí misma, antes de recordar que Vegeta probablemente jamás lo entendería. Él nunca pasó un día de ocio tomando el sol en la arena. Su vida estaba llena de violencia y de derramamientos de sangre, llena de todo lo oscuro y lo malo, a excepción suya. Ella era la única cosa en su vida que no estaba mal. Lo sabía con certeza por la forma en que él se movía a su alrededor, por la forma en que la miraba, por la forma en que le daba la espalda.

Tomó sus gruesas muñecas y se estremeció ante la frialdad de su piel. El calor era algo que todo el mundo requería, malo o bueno, ya sea que habitaran en la oscuridad o en la luz del sol. El calor era una necesidad y era algo que podía darle a Vegeta sin reservas.