Dragon Ball/Z/GT Fan Fiction ❯ Libre mi alma ❯ Capítulo 5 ( Chapter 5 )
Advertencia: ¡limones!
Capítulo cinco
Pequeñas descargas de relámpagos parpadearon a través de sus dientes y fluyeron por su garganta electrificando todas las células de su cuerpo. Vegeta la había posado sobre la pequeña mesa y ella envolvía las piernas alrededor de sus caderas. Bulma trató de pensar, trató de recordar el porqué estaba allí, pero al final todo lo que pudo discernir fue cuan perfectamente su boca se adaptaba a la suya. Él le hacía algo que nunca había sentido antes. Las chispas azules de su ki la rodeaban como un remolino que hormigueaba en sus nervios hasta que sintió cada sensación, cada toque al mismo tiempo, tanto así que creyó que sería desbordada.
Y eso fue solo su primer beso.
Ella fue empujada más hacia la pared provocando que el cuenco de oro cayera con un fuerte ruido metálico. La fruta púrpura rodó por el piso y una se recostó a su lado. Lo sintió deslizar los dedos por el borde de su kaki en busca del cierre y todo lo que pudo hacer fue echar la cabeza hacia atrás cuando le lamió el cuello. De pronto vio que relámpagos crepitaban en el aire y aguizó el oido para captar el estallido del trueno que pensó que con seguridad le seguiría.
Él tiró del pantalón hasta que desnudó sus delicadas caderas dejando la ropa interior de color rosa en su sitio. Por un momento pensó en protestar. Estaba aquí por una razón, tenía una meta que alcanzar, pero la boca de Vegeta se hallaba en la elevación de uno de sus senos y no parecía poder recordar como respirar.
En la fría habitación de metal comenzó a aumentar la temperatura haciendo que sintiera la ropa apretada y caliente. Ella se arqueó contra su boca y fue recompensada con una descarga eléctrica que incitó a sus pezones hasta que se pusieron duros y doloridos. Se sacudió con fuerza y sus piernas lo golpearon al tratar de acercarse a la intensa sensación.
Vegeta le alzó el polo deslizando el algodón suelto por su estómago. Bulma entró en pánico por un instante y extendió una mano sobre el suave oleaje para que no pudiera ver como ahora se veía sin forma. Su inseguridad no fue permitida porque sus brazos se levantaron cuando él pasó el polo sobre su cabeza para tirarlo al suelo. Sus senos estaban desnudos, su único sostén se había destrozado hacía meses. Lo vio inclinarse sobre ella y por un breve momento la lógica retorno, ya que intentó resistírsele poniendo las manos contra su pecho duro como una roca. Vegeta respiraba a prisa y sus costillas la rozaban mientras la miraba con unos ojos insondables.
Bulma podía sentir el calor de su piel en las palmas. Podía sentir su renovada calidez a través del pantalón quemándole el interior de los muslos. Un pedazo de él regresaba y esto tenía todo que ver con ella y nadie más. Cedió sin darse cuenta y sus muñecas se debilitaron contra la presión de su peso. Eso fue todo el permiso que Vegeta necesitaba y regresó a su arrebato con una determinación que era más que un poco aterradora.
Él tiró con fuerza del kaki, pero estaba apretado y no había bajado la cremallera del todo. Frunció el ceño como si pensara que ella trataba intencionalmente de frustrarlo. Sus cejas formaron una “v” de una forma que la hizo querer reír por el puro placer de hacerlo. Bulma le sonrió de una manera burlona y sus ojos se iluminaron con diversión. Él gruñó, le agarró los senos con las manos y sus pulgares avanzaron hacia los pezones cerezas. De repente, ella fue recorrida por una luz azul que palpitó detrás de sus ojos y la habitación se iluminó con fuegos artificiales que se iniciaron en sus pezones y viajaron a la velocidad del rayo hasta la punta de su clítoris.
—Bastardo.
Lo oyó reírse entre dientes en algún lugar de la luz cegadora, luego lo sintió sumergir la lengua en su ombligo. Se retorció contra él tratando de resistirse, luchando por jalarlo más cerca.
—Ahora —gruñó Vegeta. Ella pensó que podía haberle pedido su consentimiento, pero ya era demasiado tarde porque le dio la vuelta hasta que su vientre estuvo plano sobre la mesa y sus botas quedaron plantadas en el piso.
Lo sintió lamer el camino que bajaba por su espalda provocando que diminutas chispas parpadearan sobre cada delicado bache. Ella se sacudió y presionó las nalgas hacia su dura erección. Él enjabonó los hoyuelos por encima de la curva de sus caderas antes de agarrar sus bragas color rosa pálido con los dientes. Tiro de esta justo por debajo de sus nalgas solo lo suficiente para que pudiera verla en cada glorioso detalle.
Bulma sintió su aliento y se quedó quieta como una presa a la sombra de un depredador. La habitación estaba en silencio, ni siquiera había un relámpago en el aire y podía oírlo respirar por detrás. Ella se agarró del borde de la mesa y se presionó sobre esta tanto como pudo preparándose para lo que iba a venir.
Vegeta envolvió las manos alrededor de la cara posterior de sus muslos, hasta que ella pudo sentir unos pulgares a las afueras de su entrada. Él se inclinó hacia delante sin tocar, sin besar, sin lamer, solo esperó. Y justo cuando Bulma estaba a punto de gritar lo hijo de puta que era, oyó un crujido en el aire, sintió un diminuto zas en su mismo centro que la hizo poner los ojos en blanco y finalmente gritó mientras se electrificaba todo su cuerpo. Se sentía totalmente viva, vibrante y se vino con violencia. Cada fantasía que tuvo en los últimos doce meses fueron barridas lejos por la espectacularidad de la realidad. Se apretó contra él, sin palabras mendigando por más, alabándolo sin articular cuando se lo dio.
La lengua de Vegeta fue reemplazada por su longitud gruesa. Se condujo dentro de ella antes de que su último orgasmo amainase y construyó otro frenesí en su interior. Bulma no podía recordar la última vez que se sintió tan bien, tan perfecta. El placer azotaba todo a su paso y cuando echó la cabeza hacia atrás, pudo ver la puerta cerrada que ocultaba las esferas del dragón. La luz azul se desvaneció de los bordes de su visión y gimió y lloró mientras él se empujaba una y otra vez dentro de ella.
En ese momento supo sin lugar a dudas ciertas verdades. Vegeta era el único hombre en el universo que podía darle esto. Era un bastardo de corazón frío y cruel, sin embargo, ella había visto una parte suya que nadie más alguna vez vio: su inteligencia, su generosidad, su capacidad para la piedad. Pero no importaba cuanta confusión hubiera en su interior o como el placer se entrelazaba con el disgusto hasta que ambos se convertían en uno, sabía sin ninguna duda que amaba con todas sus fuerzas a este hombre, incluso si se le rompía el corazón por hacerlo.
El mundo explotó a su alrededor en un frenesí de luz pulsante y en lo único que pudo pensar era que cuando regresara a la realidad, él estaría allí esperándola.
**************************
Lyedra se movía en silencio por los oscuros pasillos de la nave de Cooler. Todavía estaba molesta por la repentina aparición de la hermosa alienígena, pero no permitió que eso la distrajera de su actual misión. Ella tenía la satisfacción de saber que la mujer estaría encerrada por toda la noche. Tal vez si sentía una pizca de piedad al amanecer, la liberaría.
Avanzó por los pasillos, sus pies descalzos no hacían ningún sonido en el suelo de metal. Se dirigió a las entrañas de la nave, pero tuvo que pausar en un cruce de caminos para lamer el aire con su delicada lengua rosada antes de girar de forma brusca hacia la izquierda.
Pies corriendo resonaron detrás suyo y ella presionó la espalda contra la pared de acero. En el estrecho pasillo no había ningún sitio donde esconderse. Lyedra respiró hondo por la boca y exhaló lentamente por la nariz. A medida que el aire dejó su cuerpo también lo hizo su color. Este se desvaneció de su rostro, luego de su piel y cabello hasta que estuvo tan transparente como el agua más pura de un manantial de montaña. Poco a poco el color plata se arrastró por su cabello y tuvo que tirar al ras su piel para que no hubiera ninguna sombra entre ella y la pared metálica contra la que se presionaba.
Un mensajero agobiado se precipitó por el lugar, su piel purpura estaba enrojecida a fucsia. Rápida y silenciosa, se apartó de la pared y siguió los talones del hombre. Tan cerca se encontraba de él que cuando entró en la última habitación al final del pasillo, se deslizó adentro antes de que la puerta automática pudiera cerrarse y bloqueara la salida.
Se escondió en una esquina, sin embargo, se hallaba demasiado lejos para oír lo que el mensajero susurró en el oído de Cooler, pero no había forma de que pudiera perderse al pequeño niño namekuseiyín ataviado con la túnica blanca de los discípulos del poderoso y sabio patriarca Guru, su líder.
El niño lloraba gruesas lágrimas azules y sangre verde se derramaba por su boca. Cuando la abrió, más sangre verde se derramó junto con todos los secretos que su maestro alguna vez compartió con él.
************************
—Extraño las fresas. —Bulma trazó patrones nostálgicos sobre el pecho desnudo de Vegeta mientras hablaba.
—¿Qué? —El pecho del saiyayín se expandió y ella se levantó con este. Él tenía una mano debajo de su nuca y miraba hacia el techo descubierto. Su otra mano se enredaba en el muy corto cabello de Bulma, ya que distraídamente le masajeaba la base de la cabeza.
—Son un tipo de fruta.
—Ah.
—Sexo como este es merecedor de fresas y champán. —Ella dejó escapar un gemido poco profundo.
Los dos estaban desnudos ahora, sus piernas se enredaban en las sábanas de la cama, sin embargo, minutos antes Bulma había estado clavada a la pared con los pies a centímetros del suelo mientras Vegeta la mantenía como un águila extendida con solo su ki para darse un banquete tal y como deseaba. Era el tipo de sexo que incluso la fantasía no podía comparársele. Y aunque exploraron cada centímetro el uno del otro y redescubrieron sus puntos de placer, ella seguía sin poder olvidar el eterno mantra en su mente, su voz cantando cuanto lo amaba. Casi lo soltó un par de veces, pero solo por autopreservación emocional mantuvo silencio.
—Suena agradable.
Vegeta la estaba observando ahora, sus ojos trazaban los rasgos que contemplaba como si tratara de memorizarla. Las líneas alrededor de su boca por el hábito de permanecer con los labios firmemente cerrados habían desaparecido y la frialdad en sus ojos fue reemplazada con fuego cubierto. Esta era una oportunidad que ella no podía pasar por alto.
—Mucho. Ayúdame a desear de vuelta a mi planeta y te lo mostraré.
Bulma vio como la decepción se dibujaba en el rostro de Vegeta y sintió una punzada de dolor a través del pecho. De pronto él se sentó y la volcó mientras se ponía de pie al lado de la cama. El edredón negro se enredó en su pierna al tratar de alejarse, pero ella lo agarró impidiendo que este cayera al piso y la dejara expuesta.
—Ya te lo dije, lo que pides es imposible. —Vegeta pasó una mano por su cabello y se podía observar el baile de los músculos en su espalda. Él buscó en el suelo su pantalón y finalmente lo encontró tirado detrás de una silla en la esquina.
—Es un deseo mágico, nada es imposible. —Ella se sentó mientras hablaba y colocó la manta sobre su pecho como una armadura.
—Es impetuoso e irresponsable. —Vegeta escupió las palabras, aún se negaba a mirarla.
Frustrada, Bulma dio un puñetazo silencioso contra el colchón.
—¿Cómo puede ser irresponsable querer que tu hogar vuelva?
Él giró para hacerle frente, se elevó a los pies de la cama y su voz fue mordaz.
—¿Has pensado qué pasaría con la Tierra una vez que desees que vuelva? Su repentina aparición solo atraería los ojos de los Colds.
—¿Quien?
—La poderosa familia de Frízer. —Él se dio la vuelta y buscó su camisa en el lío enmarañado de las ropas en el suelo.
—Gokú nos protegerá.
Vegeta se quedó inmóvil bajo esas palabras, incluso los músculos de su espalda se congelaron. Poco a poco giró hacia ella para hacerle frente con la oscuridad en sus ojos de nuevo.
—¿Así que es eso? ¿Dónde está tu precioso Kakaroto ahora?
Bulma bajó la mirada y agarró la manta. No lo admitiría, pero estaba herida más allá de las palabras por la deserción de Gokú cuando más lo necesitaba. Le parecía que los hombres eran buenos en una sola cosa: dejarla. Eventualmente todos se iban, aun así, no podía enfocarse en eso ahora, tenía otras responsabilidades.
La puerta sonó y el caliente peso de la mirada de Vegeta la dejó. Sin preocuparse por su estado de desnudez él tecleó en el panel y la puerta se abrió por completo revelando la habitación. Lyedra estaba parada al otro lado, su pálida piel devenía a un matiz rosado, y la blusa sin mangas y el short ceñido que usaba eran apenas decentes.
—Señor. —Ella comenzó en un apuro antes de capturar la vista de Bulma descansando decadentemente en la cama.
Los ojos verdes se chocaron con los azules. La curva de los labios perfectos de Bulma se estiraron en una amplia sonrisa divertida mientras acariciaba las sábanas con la mano. Entretenida, vio la furia crecer en la otra mujer derramándose en olas amargas.
—Es mejor que sea importante —gritó Vegeta, inconsciente de la silenciosa guerra entre las mujeres o tal vez solo era indiferente.
Los ojos de Lyedra se precipitaron de vuelta a su superior antes de que se arrastraran por su pecho desnudo hasta detenerse en su pantalón a medio poner. Ella lo miró de nuevo y su rostro se endureció en una máscara de intenso disgusto.
—No es nada que no pueda esperar. No me di cuenta de que estaba ocupado.
—¿Qué pasa?
—Nada, señor. Estaré esperando sus órdenes cuando esté listo. —Con eso dicho, giró y se marchó con la cabeza bien en alto.
Vegeta se dio la vuelta y la puerta corrediza se cerró detrás suyo.
—Esa mujer me quiere muerta.
—¿Quién, Lyedra?
—¿Quién más? —Bulma arqueó una ceja hacia él. La ira en la sala había caído a un fuego lento. Este podría ser reavivado con facilidad o podría ser suavizado en un tipo enteramente diferente de calor.
—Ella no hace nada sin mi consentimiento.
—Si tú lo dices.
—Lo digo.
Él se paró por encima de Bulma, sin camisa y con autoridad. Sería tan fácil persuadirlo de que regrese a la cama. Tan fácil olvidar sus responsabilidades y dejarlo asumir el control. Dejarlo guiarla, que la cuide, dejarlo que tome la decisión más monumental de su vida. Ni siquiera sería una mala vida a su lado, sería una reina, una emperatriz incluso. Tendría todo lo que podía desear. Todo lo que debía hacer era decirle que sí a un asesino. Todo lo que debía hacer era renunciar a lo más importante: su casa, su familia, sus amigos. Todo lo que debía hacer era sonreír y atraerlo.
La puerta cerrada llamó su atención. Detrás de esta había cinco mágicas esferas de oro. Era a menos una esfera de la salvación, ya que guardaba la otra.
—¿Ella hizo lo que le dijiste cuando le ordenaste que arrojara los niños al fuego? —Bulma tragó saliva mientras hablaba. Quería quedarse mirando el trozo de manta negra entre sus muslos hasta que se incendiara, pero se obligó a levantar el mentón para así poder verlo.
Él le devolvió la mirada con unos ojos completamente negros.
—¿De qué estás hablando?
—En el pueblo. Yo estuve ahí, te oí emitir la orden. ¿A cuántos quemaste vivos antes de que te dieran lo que querías? ¿Cuántos niños gritaron antes de que alguien se quebrara?
Vegeta la miró fijamente, sus ojos nunca vacilaron.
—Ninguno.
Ella bajó la vista, era incapaz de mirarlo para ver si estaba mintiendo. Él se inclinó y apoyó una mano en la cama para susurrarle al oído con una fría voz de serpiente.
—Pero no creas que no he matado niños en el pasado. Lo hice muchas veces y si tengo que hacerlo, voy a matar incluso a más.
Bulma se atragantó con la bilis que desgarraba su garganta. Desenfrenadas lágrimas corrieron por su rostro y cayeron desde su mentón hacia su regazo. Este hombre podría ser un gran gobernante, un excelente guerrero, pero nunca podría ser un padre.
—¿Por qué? ¿Por qué harías algo así? A los bebés, a los niños.
Vegeta se alejó y ella al fin logró tomar un respiro. Él encontró su camisa asomándose debajo de la cama, se la puso en silencio sin molestarse en mirarla y dijo:
—Es misericordia.
—¿Misericordia? —La respuesta dejó a Bulma tan asombrada que sus ojos húmedos se lanzaron hacia arriba para mirarlo.
—Sí. —Él se volvió rápidamente, sujetándola al sitio con sus fríos ojos—. Mírame, Bulma, mira lo que soy. Crecí en el ejército de Frízer como un niño soldado que seguía cada brutal orden emitida. Cualquier niño que sobreviva a una purga de ese maldito imperio se convertirá en lo que soy. Cada niño que mato es un alma que salvo.
Ella no podía respirar bajo el peso de su mirada y tragó saliva porque era incapaz de encontrar las palabras. El labio superior de Vegeta se levantó sobre sus afilados caninos impregnándola con su disgusto antes de que le diera la espalda. Luego y sin mirar atrás, salió de la habitación dejándola a solas con sus lágrimas y las esferas del dragón.