Dragon Ball/Z/GT Fan Fiction ❯ Libre mi alma ❯ Capítulo 6 ( Chapter 6 )
Capítulo seis
Un hombre golpeó el piso, rebotó una vez y yació inerte. Vegeta caminó por delante de él, consciente del fuerte taconeo de Lyedra detrás suyo. Como siempre, el valle entre sus omóplatos se crispo. Procedió a entrar a la habitación y sus ojos oscuros analizaron a los ocupantes. Había niños vestidos con túnicas blancas que se escondían en las sombras encogiéndose de miedo y dos hombres parados listos para el combate cerca de un gran trono donde se sentaba un hombre enorme con la piel color musgo.
Se detuvo en el centro de la habitación, adusto y sin temor mientras inspeccionaba al líder namekuseiyín. Los soldados no tenían importancia, no eran más que mosquitos. Se burló de ellos y quedó satisfecho cuando se estremecieron. El gran patriarca Guru rio con un sonido profundo y rico que era extrañamente relajante, y él le disparó la mirada para cuestionar en silencio su humor.
—Eres más aterrador de lo que los rumores retratan.
Vegeta sonrió con una afilada sonrisa depredadora que advertía a los débiles alejarse.
—Estoy aquí por la esfera del dragón.
—Por supuesto.
—Entréguela. —Él mostraba una escasa paciencia. Su discusión con Bulma lo hacía más peligroso de lo habitual, incluso sus propios hombres lo estaban eludiendo.
Guru resopló y empujó su peso hacia adelante esparciendo fuera de la silla una protuberante nalga a la vez. Eso lo hizo observarlo con una repugnancia apenas velada.
—Sí, sí, este es el camino. —El anciano le hizo señas para que lo siguiera mientras cruzaba con trabajo la habitación hacia un amplio arco.
—Señor, podría ser una trampa. —La dulce voz de Lyedra se arrastró por la espalda de Vegeta. Ella estaba tan cerca que podía sentir su aliento en el cuello, pero se mantuvo firme, aunque lo que deseaba era quitársela de encima.
—Es probable.
—¿Voy con usted? —Ella se acercó más.
Él giró a mirarla con sus ojos en llamas y sus dientes chasqueando.
—¿Y para qué? No hay nada aquí que pueda lastimarme y si me conduce a una bestia que pueda devorarme, yo no esperaría ninguna ayuda de una debilucha como tú.
Las mejillas de Lyedra enrojecieron y sus ojos verdes echaron chispas. Vegeta la miró con furia antes de volverse para dirigirse con fuertes pisadas hacia Guru.
—¿Estás seguro de que eres capaz de caminar, anciano?
—No seas insolente.
Él habría respondido una réplica mordaz, pero había algo relajante en el anciano que lo hizo querer reír en su lugar. Los gestos de Guru eran la paz misma. Líquido y fluido, no existía nada taimado en la forma en que se movía. Sus ojos eran amables y su tono, paternal. Paternal de una manera que Vegeta apenas podía comprender. Guru le hizo señas de nuevo y lo condujo a una amplia escalera de caracol que descendía dentro de una columna de tierra en la que su achatada casa estaba posada.
—¿Cuánto sabes sobre la historia de tu origen, Vegeta?
—Poco.
—Un líder debe saber cómo llegó a existir.
—Mi padre folló a mi madre.
Guru resopló y sacudió la cabeza.
—¿Quieres que te cuente cómo los namekuseiyíns llegaron a existir?
Vegeta suspiró. Después de esto aún tenía que buscar la última esfera. No le importaba escuchar un cuento, sin embargo, por extraño que parezca, se encontró sin mucha prisa por terminar con su deber. A él le gustaba Namekusei. El ritmo era lento, la moral de la gente era sólida y nadie en particular trataba de matarlo.
—Solo enséñame la esfera, anciano, y hare mi camino. No quiero tener que lastimarte.
—Por supuesto. No se nos ha escapado que ni un namekuseiyín ha perecido desde tu llegada. Eso es monumental.
Él le dio al anciano una mirada de soslayo. Una de sus antenas colgaba sobre su ojo y el sudor se enfilaba en cuentas por su frente. Cierto que ellos no se apresuraban bajando por las interminables escaleras, pero estaba claro que el namekuseiyín se quedaba sin aliento fácilmente.
—¿A qué te refieres?
—A través del tiempo, muchos han venido por las esferas de dragón y mataron a nuestra gente hasta que nuestra sangre enriqueció la tierra.
—Si se les concedió sus deseos a tantos, ¿cómo es que no he oído hablar de esta magia antes de ahora?
Guru soltó una risita y sacudió la cabeza con pesar.
—Yo no he dicho que se les concedieran sus deseos.
Vegeta se puso rígido, se detuvo en un escalón y miró a su entorno sospechosamente. El techo abovedado de la casa había desaparecido para ser sustituido por piedra caliza blanca, los escalones estaban tallados en la propia montaña y las paredes tenían orificios de piedra labrada donde montaban gemas azules. Estas resplandecían a cada pocos pasos, apartando las sombras justo lo suficiente para ver sus cimientos. Él entrecerró los ojos y usó su visión nocturna para ver más, pero por delante de la luz solo había más oscuridad adentrándose profundo en la montaña. Guru continuó caminando un poco más antes de darse cuenta de que su compañero no estaba a su lado.
—¿A dónde me llevas? —demandó Vegeta con una voz tan fría como los vientos glaciales.
Guru sonrió.
—A la esfera del dragón.
—¿La cuál es custodiada por qué?
—Por nada, hijo mío, no hay engaños. Y como tú dices, eres demasiado poderoso para ser superado por algo aquí.
—Por nada de lo que visto hasta ahora.
El anciano se encogió de hombros y siguió bajando las escaleras.
—Sígueme, corre, huye a tu nave. Todas esas opciones son tuyas.
Vegeta se quedó mirándole la espalda.
—Mis opciones no son tan amplias como eso. —Él se puso a la par de su escolta.
—Creo que son más variadas de lo que tú crees, pero estoy divagando. Tengo una historia que contar.
—Excelente, mitología namekuseiyín, justo lo que necesitaba.
—Que insolente, ahora escucha lo que digo. En el principio solo estaba Hahaoya. Sus gruesas vides verdes rodeaban el planeta, protegiéndolo, amándolo, pero con solo sus incipientes flores para hacerle compañía, ella se sentía sola.
Vegeta puso los ojos en blanco. Cuanto más descendían, el aire se volvía más helado, olía a tierra húmeda y a agua fría.
»Así que dentro de sus vainas ella cultivó a dos hermanos. Ellos maduraron en su interior, se alimentaron de la tierra y bebieron de los soles. El primer hermano nació bajo el sol de oro. Era fuerte, perfectamente formado y feliz, pero el segundo hermano luchó dentro de su capullo. El primer hermano se quedó al lado de la vaina susurrando palabras de aliento a su hermano, sin embargo, pronto el sol de oro se hundió bajo el horizonte y el sol rojo se levantó. Por debajo de la delgada piel de la vaina, el segundo hermano se retorcía furioso con agonizantes gritos ahogados dentro de la matriz como si estuviera siendo quemado por los rayos del sol. Al final, el sol azul se elevó proyectando su sombra. El segundo hermano rasgó las costuras de la vaina y salió, pero era débil, deforme y adolorido, incluso para el tenue brillo del sol azul. Temiendo por la vida de su hermano, el primero llevó al segundo lejos y lo acomodó en lo profundo de las entrañas de Namekusei.
—Anciano, no tengo ningún interés en tus cuentos sobre la creación.
—Deberías.
—¿Y por qué?
—Ya verás, ahora no seas grosero. El segundo no podía soportar estar en la luz del sol, pero todas las almas necesitan la luz para sobrevivir. Así que el primero, después de empaparse de su necesidad de los soles, veía por las necesidades de su hermano. Ellos se amaban con una enorme intensidad, pero el segundo era envidioso, iracundo y amargado. No podía aventurarse en la luz y se resintió por su dependencia de su hermano, así que fue cruel con el único que lo amaba. Él rechazó a su hermano y finalmente, en un arranque de furia lo mató.
—Que bien.
—¿Qué bien?
—Sí, es mejor destruir tu debilidad que vivir con ella.
—Quizás, pero sin la luz, el segundo hermano se convirtió en una marchita sombra de sí mismo. Sin alma y enojado, excavó un camino a través de las entrañas de Namekusei, se alimentó de gusanos y bebió su sangre caliente. Él está eternamente condenado en su prisión de oscuridad, es incapaz de escapar, incapaz de encontrar el amor que una vez conoció.
Las escaleras se vaciaron en una enorme caverna. Las paredes de piedra caliza estaban bañadas con parpadeantes luces azules y a la distancia, Vegeta podía oír el goteo del agua. En el centro de la sala se encontraba una estatua de marfil monolítica de pie con un brazo extendido en cuya palma había una orbe de oro.
—En el duelo de su pérdida, el segundo erigió una estatua de su hermano. En momentos de claridad, cuando la locura cesa de dejar líneas ensangrentadas con sus garras a través de su cerebro, él se aventura aquí y ora por el perdón a los pies de su hermano.
—El perdón es una palabra de débiles.
Vegeta levitó del suelo hasta que estuvo a la par de la esfera del dragón. La examinó cuidadosamente buscando trampas ocultas o cables detonadores. Satisfecho, levantó la esfera de su soporte y volvió con su guía.
—¿Eso es todo?
Guru se encogió de hombros.
—¿Debería haber más?
Vegeta le dio un vistazo a la habitación de nuevo esperando que alguna bestia le saltase encima. Al no ver nada, se volvió hacia las escaleras para comenzar la larga caminata hasta la cima. Guru se puso a caminar a su lado y él se preguntó cuan lejos el anciano llegaría antes desplomarse de una insuficiencia cardíaca.
—¿Qué harás con tu trofeo?
—Voy a desear el poder, así podré derrotar a mis enemigos y gobernar como estaba predestinado.
—Eso es un montón de ambición para un solo chico.
—No es ambición, es el destino.
—Ahora bien, es una palabra muy poderosa la que estás utilizando.
—Es lo que es.
—Me parece a mí que la gente tiene la idea del destino enredada con cosas como la ambición, el orgullo y el deber.
—¿Qué sabes de eso, anciano?
—Sé que el destino no es decidido por nosotros los simples mortales. De hecho, solo los dioses saben nuestro verdadero destino. La mayoría de las veces nuestro futuro es completamente inesperado.
—Mi vida no son frívolas decisiones tomadas por caprichosos dioses desconocidos. Es lo hago de ella.
—Oh, ya veo.
—¿Ves qué?
—¿Así que quedarte sin hogar, sin padres y sin amigos son elecciones hechas por ti?
—¿Qué sabes de mi vida?
—El pasado es raramente ambiguo si te tomas el tiempo para mirar. Es el futuro el que es desconocido para todos nosotros.
—Me da igual lo que dices, anciano. Mi pasado pudo haber estado fuera de mi control, pero mi futuro no.
—¿Tú pones una gran cantidad de acciones para tener el control, verdad, Vegeta?
—No hay nada de malo en eso.
—No. Es bastante bueno mientras ejerzas tu control del modo correcto.
—Tú y tus acertijos, ¿qué te importan mis asuntos?
—¿Además de lo obvio? Tú tienes el control aquí. No has matado a ni uno de mi pueblo y, sin embargo, has ganado todo lo que querías.
Vegeta frunció el ceño. No había ganado todo. Estaba tan seguro como de que respiraba que Bulma no estaría esperando por él cuando regresara. Ella se iría y no podía decidir cómo se sentía al respecto. Eso le producía escozor como una costra sobre una herida mal curada. Le dolía, pero tampoco podía detenerlo.
—Entonces, ¿qué vas a hacer con todo ese control?
—¿Quieres decir con el poder?
—Son lo mismo, ¿verdad?
—Supongo. —Vegeta hizo una pausa con el ceño fruncido en sus pensamientos mientras se imaginaba su futuro—. Seré emperador, gobernaré el universo y aplastare a mis enemigos.
—Así lo has dicho. ¿Qué es lo que eso implica exactamente?
—Completa obediencia de todos.
—Ya veo. ¿Millones inclinándose a tus pies? —Vegeta asintió—. ¿Riquezas y gloria? —asintió de nuevo—. ¿Harenes de mujeres?
Él se quedó en silencio mirando fríamente hacia adelante contando los escalones hasta la cima de la escalera.
—Todas esas reverencias y genuflexiones, el lujo perezoso y las mujeres lascivas. Dime, ¿qué es lo que ella piensa de eso?
Guru arrancó un cabello azul de la manga de Vegeta y lo sostuvo en la luz antes de dejarlo volar hacia la nada haciéndolo fruncir el ceño ante su partida.
—Ella no tiene importancia.
—¿Su opinión no te importa?
—No tiene una opinión que dar, ella no se quedará.
—Ya veo.
—Ves mucho, anciano.
Guru se rio entre dientes mientras colocaba las manos detrás de su espalda. A pesar de que la subida era más difícil que el descenso, no parecía más desgastado.
—Bueno, soy un vidente.
—Pomposa bolsa de gas dirás.
—Tal vez, yo tengo liquen y musgo para el almuerzo. —El anciano sonrió y frotó su vientre redondo—. Pero dime, ¿quién estará allí?
—¿A qué te refieres?
—Tendrás que gobernar a millones, habrá leyes y decretos que emitir. Todo ese poder y riqueza, y tanta gente adulándote por su cuota. ¿Quién va a estar a tu lado?, ¿a quién le confiarás tus secretos?
La imagen del astuto y seductor rostro de Lyedra se entrometió en la mente de Vegeta. Ella sería una reina temible, una implacable consorte para un despiadado señor de la guerra.
—No necesito a nadie.
—¿Cómo no necesitaste a nadie cuando eras niño?
—Cuando era un niño no tuve ninguna elección sobre mi destino.
—Me suena que como hombre tampoco tienes elección.
—Yo controlo mi destino.
—Si eso es así, entonces ¿por qué estás viviendo las expectativas de otro?
—Mi padre…
—Está muerto. —Guru se dio la vuelta hacia Vegeta para que pudiera ver la verdad de sus palabras. Él devolvió su mirada amable con una de profunda furia.
—Tú está tratando de torcer mis pensamientos para que puedas robar lo que es legítimamente mío. Gobernaré, gobernaré bien.
—Creo que serias un buen gobernante. Uno de los mejores que el universo haya visto, sospecho.
—¿Pero?
—Sin luz nunca serás feliz. La desesperación y la soledad a la larga te consumirán.
Vegeta le restó importancia al anciano y miró los últimos escalones hacia la cima.
—¿Qué es la felicidad de todos modos?
—¿No lo sabes? Es lo que hace brillar a nuestras almas.
—Bien, entonces es una suerte de que sea un bastardo sin alma, ¿no es así?
Dicho esto, él salió de la habitación sin mirar atrás para ir por sus soldados. Guru lo vio alejarse con una infinita tristeza en sus ojos amables.
—Si solo eso fuera cierto, hijo mío.