Dragon Ball/Z/GT Fan Fiction ❯ Libre mi alma ❯ Capítulo 8 ( Chapter 8 )

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Capítulo ocho

 

 

 

Lyedra escudriñó en el humo y vio una enorme forma oscura contra el tenue gris, esta tronó y la tierra tembló. El humo se disipó y pudo ver unos duros ojos azules detrás de una placa de protección para el rostro. El mecanoide en el que Bulma se había subido era voluminoso, pero lo suficientemente ágil como para cubrir el terreno áspero mientras cazaba las esferas del dragón. Tenía la fuerza para romper grandes rocas y un exoesqueleto blindado que podía resistir la lava ardiente o el vacío del espacio.

—Un juguete no puede derrotarme. —Lyedra escupió las palabras a través de sus delgados y perfectos labios rosa.

—Yo no hago juguetes.

Las placas metálicas en el brazo de Bulma se deslizaron hacia atrás formando el cañón de una ametralladora. Ella dobló el índice y una ráfaga de balas persiguió a Lyedra mientras la mujer se movía con rapidez para cubrirse. Eso la hizo sonreír. Una guerrera que esquivaba las balas era una guerrera lo suficientemente débil como para tener miedo de estas. Alzó el sillón de felpa detrás del que Lyedra se escondió y sonrió con satisfacción cuando golpeó la pared y estalló en astillas.

Sus ojos se estrecharon ante el espacio vacío que encontró y al instante examinó el lugar, pero solo vio los muebles en desorden. Desde allí podía oír los gritos amortiguados y el sonido de rocas derrumbándose debido a la lucha de los dos guerreros fuera de la caverna. Bulma se tambaleó bajo un golpe que casi la hizo caer de rodillas y giró balanceándose en el vacío. Su pantalla virtual mostraba solo un daño mínimo del exotraje, no obstante, si se volcaba estaría tan indefensa como una tortuga de espaldas.

Otro golpe se estrelló contra ella por detrás. Bulma disparó un brazo para agarrarse y su puño atravesó el dry wall. Equilibrándose examinó la habitación sin ver ningún movimiento.

—Eres igual de idiota que un hombre, crees que la fuerza se impone.

La risa de Lyedra se desvaneció a la derecha, pero cuando miró todo lo que vio fue la cocina abierta con una nevera demasiado pequeña para esconderse.

—Nadie me llama estúpida —siseó Bulma en su auricular. Las puntas de sus dedos bailaron sobre el teclado en su guante metálico y un mapa geométrico de la habitación cubrió su máscara. Buscó señales de temperatura de algo moviéndose, algo caliente. Frunciendo el ceño, amplió el espectro de búsqueda a puntos fríos. Una estela azul reptó a gran velocidad por detrás. Ella respondió dándose la vuelta. Tanteó con las manos metálicas y entró en contacto con algo sólido. Cerró los puños y agarró un suave cuerpo carnoso, este se retorció con fuerza y casi escapó. Ella lanzó el peso invisible contra la pared agrietando el yeso. El polvo blanco del dry wall espolvoreó el suelo desplazándose en un montón sobre el piso.

Lyedra surgió y corrió como un rayo antes de que Bulma pudiera atraparla. Un firme rubor rosa inundó sus rasgos haciéndola visible una vez más.

—Voy a matarte. —Su lengua parpadeó por delante de sus labios—. A ti y al diminuto cuerpo caliente que saboreo en el aire.

Bulma sintió que se le hacía un nudo en el estómago y se congeló de miedo. Había emitido el protocolo doce a NANA antes de que la androide se hubiera llevado a Bunny. Ellas deberían estar seguras por ahora fuera de la cueva, ya que salieron por el túnel oculto en la parte trasera de la casa. Tranquilizada con el conocimiento, la rabia le siguió los talones al terror consumiéndolo y dejando tras de sí una mentalidad asesina.

—Iba a dejarte vivir.

Las balas rociaron las paredes formando agujeros del tamaño de un puño. Lyedra corrió solo milisegundos por delante de la cortina de fuego. Dirigiéndose a ella, Bulma lanzó una granada explosiva. Aun esquivando las balas, Lyedra corrió directo a la explosión. La ola la arrojó al otro lado de la habitación, golpeó una pared y se desplomó boca arriba en el suelo.

Con pasos pesados, Bulma vino a pararse frente a Lyedra. El rostro por lo general rosado de la mujer estaba pálido y había brillantes hilos de sangre en su boca y orejas. Aunque la explosión le dio a las entrañas de la mujer una buena sacudida, Bulma no tenía ninguna duda de que seguía viva. La perspectiva de matar a algo indefenso, no importaba cuan malvado fuera, hacía temblar su corazón. Ella pulsó el botón de liberación y se bajó del asiento mientras el frente del mecanoide se levantaba para permitir su salida. De su cinturón de herramientas sacó un par de esposas de titanio. Sabía que serían lo suficientemente fuertes como para contener a la mujer desplomada a sus pies. Volteó a Lyedra sobre su vientre y aseguró sus muñecas por detrás de su espalda.

De pie erguida, Bulma miró por encima del desastre de la que una vez fue su casa. Por breves momentos la morada de estilo japonés la hizo sentir conectada con su hogar como si la Tierra nunca hubiese sido destruida, como si sus padres estuvieran a solo una llamada telefónica de distancia. Había acurrucado a Bunny en la cama junto a ella en la noche y le contó todas las cosas maravillosas que tendría una vez que la Tierra fuera restaurada. Las fabulosas galletas de limón de la abuela y los abrazos del abuelo, todas esas cosas gloriosas que serían suyas una vez que mamá pidiera su deseo. Esa morada había sido el refugio de Bulma contra la realidad del universo. Incluso la protegió de Vegeta. Entre esas paredes podía pretender que él no existía y que Bunny era producto de la Inmaculada Concepción. Podía pretender que nunca se enamoró de un hombre cuyo mayor amor era el poder.

Ahora su refugio estaba hecho pedazos y su hija había sido llevada lejos para ser protegida por una androide superhumana, pero jamás seria amada por esta. Bulma tuvo que dejar de esconderse en sus recuerdos. Tenía que dejar de suspirar por un hombre que podía o no amarla. Debía llegar a lo más profundo y encontrar la famosa valentía Bulma Briefs, porque ahora su bebé necesitaba que ella hiciera lo que hacía falta. Si fallaba entonces Bunny nunca podría saborear una galleta de limón ni oler su amor teñido de nicotina.

Recogió rápidamente la esfera del dragón caída y la añadió a su colección comprimida dentro de una cápsula. Aseguró sus pistolas láser a sus caderas, salió por el agujero irregular que solía ser su puerta y por poco se dio de bruces contra el suelo.

Se enderezó y miró al pequeño niño verde que estuvo encogiéndose de miedo alejado del peligro.

—Oh, por Dios, me había olvidado de ti.

El niño se acurrucó tratando de esconderse en las sombras. Sangre verde caía de la comisura de su boca y sus vestiduras blancas estaban teñidas con manchas oscuras. Ella se agachó junto a él y su rostro se grabó de dolor cuando vio lo mucho que había sido golpeado.

—Está bien. No te haré daño, soy una buena chica.

El niño se sorbió la nariz y se secó los ojos con su vestimenta dejando una mancha azul detrás.

—¿Tienes hambre? —Bulma sacó una barra de alimento deshidratado—. Sabe bastante horrible, pero es comida.

El niño le dio un vistazo y negó sacudiendo la cabeza.

Ella chasqueó los dedos y salió en desbandada.

—Maldición, a veces puedo ser tan estúpida. —Regresó rápidamente con un gran vaso de agua y un paño húmedo.

El niño tomó el agua con entusiasmo bebiéndola de un trago. Bulma agarró de nuevo el vaso vacío, le sonrió y él se lo devolvió con timidez.

Ella se inclinó hacia delante para secar la comisura de sus labios con el paño.

—Mi nombre es Bulma, ¿cuál es el tuyo?

—Dende.

Terminó de limpiar la sangre del rostro del niño mientras sus labios se tensaban a la vista de las contusiones que encontró debajo.

—Entonces ¿qué es lo que esos bastardos querían contigo?

—Yo sé cómo convocar a Porunga, el dragón eterno.

—Ya veo —respondió Bulma solemnemente.

A lo lejos, hubo un grito enfurecido que sacudió al mundo que los rodeaba. Una estalactita perdió su sujeción al techo y se estrelló justo a los pies de ellos. Ella dio un salto, agarró al niño por el brazo y lo sacó de la cueva.

Afuera el mundo estaba devastado, ya no era un paraíso plano donde el aire se encontraba tan quieto que la hierba ni siquiera se movía. La serenidad había sido rota por los gritos de batalla y el sonido de los golpes desgarraban las montañas.

Bulma se llenó de temor cuando vio la destrucción por todas partes. Olvidándose del niño, se arrastró hasta la cima de un montículo cercano ignorando la suciedad que se metió debajo de sus uñas. El valle había sido reducido a barrancos quemados y estaba salpicado de peñascos que volaron en pedazos.

Vegeta se hallaba de rodillas, la sangre fluía en torrentes por su cuero cabelludo y por su rostro. Su ropa colgaba hecha jirones por su cuerpo. Bulma podía ver el brillo del sudor y la sangre en su espalda y su pecho. Cooler estaba de pie junto a él riendo.

—¡No! —Ella puso una mano temblorosa sobre su boca, no tenía que ser un niño de la guerra para entender lo que pasaba. Vegeta no era lo suficientemente fuerte como para derrotar Cooler. No era lo suficientemente fuerte como para conservar su posición de gobernante. No era lo suficientemente fuerte como para mantenerse con vida.

—Él es uno de los chicos buenos, deberíamos salvarlo.

Bulma se sorprendió de la pequeña voz a su lado.

—¿Chicos buenos?

El niño apartó la mirada con timidez.

—Él no le ha hecho daño a nadie. El gran patriarca Guru dice que sería un gran gobernante, pero ese no es el camino de su luz.

—¿Su luz? —El niño la miró con unos ojos que parecían mucho más adultos de lo que deberían. Su mirada se hizo intensa y ella tuvo que darse la vuelta, un ligero rubor había subido por sus mejillas. El niño bajó por la colina y Bulma lo siguió en silencio.