Dragon Ball/Z/GT Fan Fiction ❯ Libre mi corazón ❯ Capítulo dos ( Chapter 2 )
El llanto se profundizó a alaridos que parecía que podían romper huesos, de la clase que suena como respirar con jadeos húmedos y aunque había oído esos gritos muchas veces antes, esta vez no pudo ahogarlos. Su enfoque volvió a la mujer con tal intensidad que sacudió sus intestinos. Sabía que la razón no era solo porque ella estaba en la celda. Era ella, la mujer. Tenía algo que llamó su atención como nada lo había hecho nunca antes en sus treinta años. Ella lloraba y eso no le gustaba.
Tocó el collar alrededor de su cuello. Si tuviera el poder, la habría explotado, entonces se callaría y por fin sería bendecido con un poco de paz, pero era impotente mientras usara su cadena. ¿Quizás solo podría romperle el cuello? Dejó caer el mentón y abrió los ojos para terminar mirando un montón de cabello azul y piel blanca en el suelo de acero.
Como él, ella estaba desnuda, excepto que mientras él era capaz de soportar el frío, ella no. Temblaba violentamente, su cuerpo entero se mecía con la fuerza de sus temblores y sus sollozos de lástima. Y eso era, lástima por sí misma. En la experiencia de Vegeta todo no era más que lágrimas: o llorabas porque sufrías y no tenías el control de ti mismo para resistir o sentías lástima de ti mismo y de tu situación. Alguien le dijo una vez que las personas lloraban a causa de la tristeza, porque habían perdido a un ser que amaban, pero pensó que era solo sentir lástima de uno mismo también. Obviamente el muerto estaba mejor y el sobreviviente se quejaba de tener que sufrir la vida como todos los demás.
Poco a poco se puso de pie, su cola se deslizó de entre sus piernas donde mantenía a sus genitales cálidos y se envolvió alrededor de su cintura. Se quedó mirando a la mujer que estaba acurrucada en posición fetal. Sus ojos viajaron desde la punta de los dedos de unos pies pintados de rosa hasta unas largas piernas, siguieron la curva de unas nalgas firmes para continuar con el arco de la espalda. Ella cruzaba los brazos sobre su pecho de manera protectora y su largo cabello azul le cubría la cara y se derramaba por el suelo de acero inoxidable. Lucía demasiado delgada. Podía ver los golpes en su columna vertebral y en la ramificación de sus costillas. La mujer estaba en extrema necesidad de una comida.
Él se acercó por detrás y observó cómo ella se encogía de hombros tratando de acurrucarse aún más fuerte. No pudo evitar que una mueca de disgusto se dibujara en sus labios. En lugar ponerse de pie al momento para defenderse, solo estaba acostada allí, a la espera de recibir una patada. No era más que una víctima patética y nunca iba a ser algo diferente a menos que se levantara por sí misma. Se inclinó y la agarró. Ya se imaginaba que sería ligera, pero no a tal extremo.
—¡No! ¡Saca tus putas manos de encima mío, bastardo! —gritó Bulma retorciéndose en sus brazos. Él la sacudió ligeramente y la sujetó con firmeza antes de hablar.
—No te hagas ilusiones, mujer, no me rebajaré a follar a una criatura tan repugnante como tú.
La arrojó con brusquedad al único catre en la celda y se dio la vuelta para regresar a su esquina. Ella se sentó erguida, retiró el cabello de su rostro a fin de descubrir sus ojos y le dirigió una mirada asesina. Vegeta la ignoró mientras se deslizaba hacia abajo de la pared hasta descansar en el suelo con una rodilla ligeramente elevada, luego se apoyó en un brazo y Bulma vio como los músculos del pecho se le tensaban. El hilo de sangre carmesí que le dividía un pezón marrón la sorprendió y se tocó sus labios heridos.
Él llevaba su sangre en el pecho como una insignia, eso provocó en ella que algo extraño y cálido hiciera temblar la parte inferior de su vientre. Bulma bajó la cabeza y viendo que no tenía la intención de hacerle daño por el momento, hizo el trabajo rápido de envolver la única manta del cuarto alrededor de su cuerpo. Fea, gris y gruesa, le produjo una insoportable picazón, pero lo ignoró lo mejor que pudo.
El acto de hacer algo, no importaba cuán mundano, calmó el flujo de sus lágrimas. Cuando Zabón y Jeice la desnudaron, estuvo aterrorizada. Pensó que ellos la iban a violar horriblemente. En su lugar, solo se rieron y la arrojaron en la celda con Vegeta. Las lágrimas que lloró en el suelo fueron en parte por miedo, pero sobre todo eran de pena. En los últimos días, ella había visto como todas las cosas y cada uno de los que amaba eran destruidos. Luchó con fuerza para aplastar a la ola de invasores y, aun así, ningún arma pudo detenerlos. El resto de los guerreros Z murieron casi de inmediato y Gokú nunca hizo su aparición prometida. Eso dejó al remanente de la población humana para luchar contra los alienígenas, pero fue inútil. Incluso con todos los trucos experimentales en el arsenal de su laboratorio, los militares no fueron ningún rival para ellos. Pronto todo fue una ruina humeante con solo unos pocos supervivientes.
Los soldados alienígenas habían devastado sus instalaciones en cuestión de segundos. Los edificios de la Corporación Cápsula fueron arrasados y sus laboratorios destruidos. Bulma estaba en la residencia cuando vinieron por ella, de rodillas al lado de los cuerpos de sus padres que se encontraban medio enterrados bajo una viga caída. Luchó, gritó y arañó con todas sus fuerzas, pese a eso, parecía que su belleza era suficiente para conseguirle un boleto de ida al infierno, o como ellos lo llamaban, la nave del señor Frízer.
Ella y un desfile de otras mujeres fueron trasladadas a los niveles inferiores para ser “reprogramadas” cuando Jeice la señaló y la sacaron de la muchedumbre. Cansada y muerta de tristeza, la llevaron frente a Vegeta para comenzar sus enfermos juegos retorcidos.
—¿Por qué están haciendo esto? —susurró sin esperar una respuesta.
—Ellos quieren ver cuánto tiempo me tomará caer sobre ti como un animal en celo. Piensan que si nos meten en esta celda desnudos, solo será cuestión de tiempo. Como si yo, el Príncipe de todos los Saiyayíns, tuviera tan poco control de mí mismo como para hacer eso.
Bulma lo miró, luego desvió la mirada y apretó la manta alrededor de sus hombros. Nunca había visto a alguien tan cómodo con su propia piel. Él simplemente se sentó sin tener en cuenta la incomodidad física o como se veía. Solo aceptó con tranquila dignidad las circunstancias esperando, estaba segura, por el momento en que pudiera surgir y reclamar su sangrienta venganza. Ella lo miró otra vez y observó la forma en que él vigilaba la puerta de la celda, como un león aguardando en la hierba a que un antílope pasara por allí.
—¿Así que no me tengo que preocupar por ti?
Vegeta resopló y ella pudo ver sus dientes de marfil.
—Como ya he dicho, nunca follaría algo tan feo —El desprecio en su voz fue lo suficientemente fuerte como para hacer que los labios de Bulma se fruncieran en un gruñido.
—Te haré saber, Vegeta, que soy la mujer más bella de mi planeta.
Vegeta la miró y sus ojos negros la examinaron con indiferencia.
—¿De verdad? ¿Vas a anunciarlo ahora? ¿Quieres que te viole?
Bulma se sobresaltó de indignación y los cortes en sus labios ardieron cuando su mandíbula cayó.
—Por supuesto que no —dijo molesta.
—Entonces, ¿de qué coño estás hablando? —preguntó Vegeta en un tono mordaz y Bulma sintió que el calor le inundaba las mejillas.
—Nada, no importa, estoy muy fea. —Ella bajó la mirada a su regazo y su labio inferior hizo un puchero. Toda su vida había sido destruida y ahora ni siquiera podía aferrarse a lo único que le quedaba, su belleza.
—Eres un culo extremadamente feo, la cosa más horrible del pantano, te ves repugnante, infestada de gusanos, como si…
—¡Esta bien, lo entiendo, ya cállate la boca! —gritó Bulma y sus ojos de zafiro se estrecharon peligrosamente, pero Vegeta no la miraba más. Él volvió a mirar a la puerta.
Se quedaron en silencio, Bulma se tumbó en la cama y se acurrucó con tanta fuerza como pudo. Toda la celda metálica estaba fría y la manta era apenas tibia. Miró a Vegeta, pero parecía inmóvil, daba la impresión de que no se veía afectado por la temperatura del aire o por el gélido metal en el que se sentaba. Ella estaba a punto de cerrar los ojos cuando oyó acercarse el sonido de un chasquido repetitivo desde el pasillo.
Ni bien se sentó, las brillantes luces del techo se apagaron empapándolos en una espesa oscuridad. Dejó escapar un grito ahogado y tiró de sus rodillas contra su pecho.
—¿Qué está pasando? —gimió mirando a su alrededor, pero la oscuridad era tan completa que ni siquiera podía ver su mano delante de su cara.
—Apagaron las luces.
—¿Así de simple?, ¿sin una advertencia?
—Así de simple. —La voz de Vegeta se oía fría en la oscuridad e hizo sentir a Bulma aún más aislada. Ahora que le era imposible ver, ella no pudo dejar de recordar que estaba sola en la oscuridad con un asesino. Un monstruo que sacrificaba a la gente por recreación y lo único que lo detenía de violarla era su palabra.
—¿Sin la cena? —preguntó ella agarrándose a un clavo ardiente. No quería estar donde estaba. Quería estar en su casa acostada en su propia cama, con sus padres al final del pasillo y el conocimiento de que se despertaría en un hermoso día.
—Creo que no.
—¿Pueden hacer eso? No está bien.
—Eres estúpida, mujer, ¿qué quieres?, ¿una historia para dormir también? Solo cállate y duérmete.
Bulma cubrió su rostro con sus rodillas y trató de no pensar en la oscuridad. Sus lágrimas calientes empaparon la manta hasta que finalmente no pudo mantener sus sollozos en silencio.
Vegeta escuchó la respiración irregular y los sollozos ahogados. Le dieron ganas de arrancarse los tímpanos. Lo peor era que con su visión nocturna podía ver la sombra de la mujer encogida en la cama. Era tan pequeña, casi como un niño. Nunca tuvo piedad de los niños, por lo que no entendía qué había acerca de esas lágrimas que hacían que se le cerrase la garganta y le dañara el pecho.
—¿Por qué estas llorando ahora? —espetó él.
Pasó un largo rato antes de que respondiera y las lágrimas solo parecieron empeorar.
—Tengo miedo. —Ella al fin se ahogó—. Tengo miedo de dormir. Tengo miedo de soñar con los días de verano y fresas. Tengo miedo de las pesadillas que voy a tener por las cosas que he visto el último par de días. Tengo miedo de que me estés mintiendo y realmente me hagas daño. Pero sobre todo tengo miedo de despertarme por la mañana y que por solo una fracción de segundo olvide todo y piense que estoy de vuelta en casa, solo para tener que vivir el momento de darme cuenta de que no es así.
Vegeta cerró los ojos contra esas palabras y echó la cabeza hacia la pared de acero, luego tragó el duro nudo en el interior de su garganta.
—No voy a hacerte daño.
Solo se oía el sonido de los sollozos disminuyendo. Él mantuvo los ojos cerrados y contó silenciosamente entre los alientos para calmar sus sentidos.
—¿Lo juras? —susurró ella de rodillas y Vegeta tuvo que esforzarse para escucharla.
Él abrió los ojos para mirar en la oscuridad. No podía alejar sus sueños o pesadillas, o el terrible momento al despertar. No podía hacer eso por ella, porque no era capaz de hacer eso consigo mismo. Por más de veinte años desde que su padre lo entregó a Frízer, había estado viviendo a través del mismo momento. Así que no, no podía tomar eso de ella, pero podía darle su promesa de que no la dañaría. Si eso alejaba las lágrimas al menos por un corto tiempo, entonces lo haría.
—Lo juro.
Advirtió como el aliento irregular de la mujer se nivelaba y la vio echarse en el catre. Ella se enroscó en un ovillo y supo que era menos por el frío y más en tratar de alejar la oscuridad. Él permaneció sentado allí, escuchando como su respiración se profundizaba y ella caía en el sueño. Una vez que por fin se quedó quieta, volvió a mirar a la puerta. La observó fijamente, esperando, acechando.