Dragon Ball/Z/GT Fan Fiction ❯ Libre mi corazón ❯ Capítulo tres ( Chapter 3 )
Exención de responsabilidad: No soy dueña o me beneficio de Dragon Ball Z.
Nota de Tempestt: Gracias a todos los que comentaron, valoro profundamente todos los aspectos de su retroalimentación.
Estos primeros capítulos son un poco lentos, apenas cubren los elementos esenciales, pero crearan el estado de ánimo a posterior. Esto va a mejorar muy pronto, lo prometo.
Solo voy a decirles por adelantado que este es el Vegeta de charla más ligera que he escrito. En realidad es muy difícil pasar de escribir sobre un hombre cuya respuesta favorita es ninguna, a alguien que termina oraciones completas y participa en las conversaciones. Quiero decir, ¿qué hace a un tipo como Vegeta hablar, sin hacerlo fuera de carácter. Pero, francamente, yo los he encerrados juntos en una pequeña habitación. Simplemente no puedo hacer que vayan a por ello como conejos... tan divertido como pueda ser. Además es Bulma, me imagino que ella podría encontrar la manera de cómo hacer que los cadáveres hablen.
Mi hijo me hace ver demasiado a Shrek...
Libre mi corazón
Capítulo tres
La luz fulminó el cuarto con tal intensidad cegadora que casi quemó los globos oculares de Bulma. Ella gimió y se cubrió el rostro con la manta áspera, estaba adolorida y sus huesos, cansados de dormir en el viejo catre incómodo. Una barra que dividía la cama por la mitad le estuvo presionando la espalda la noche entera. Habría arrastrado el colchón andrajoso al suelo y dormido ahí si no hubiera tenido tanto miedo de moverse. La oscuridad había sido completa durante toda la noche y estuvo poco dispuesta a aventurarse dentro de esta.
El sonido de metal golpeando metal la sacudió con fuerza irguiéndola y parpadeó cuando dos tazones llegaron girando a la celda lanzados desde un diminuto panel en la parte inferior de la puerta.
—Desayuno. —Una voz gruesa se burló detrás del agujero, lo que llamó la atención de Bulma hacia el magro contenido de los tazones. Cada uno contenía una pequeña porción de gachas y un trozo de pan negro.
Su estómago vacío hizo un ruido de protesta al mirar lo que le ofrecían. Ella nunca fue y nunca sería una persona de la mañana.
—¿Qué? ¿No hay fruta? ¿Qué tal un helado? A todo el mundo le gusta el parfait.
El guardia, quien perdió por completo la punzada de sarcasmo, se echó a reír mientras cerraba el panel con un golpe contundente que hizo a sus oídos resonar.
»¿Qué tal si regresas aquí para que te podamos asar a escupitajos? ¡Me siento con ganas de comer CERDO hoy! —gritó Bulma a la puerta sin esperar una respuesta.
Todavía fruncía el ceño cuando se dio cuenta de que Vegeta la miraba socarronamente desde las esquinas de sus ojos. Lo miró y notó que él estaba en la misma posición de la noche anterior.
»¿Qué? —refunfuño ella antes de frotar su rostro de un modo rudo con las palmas. Al instante siseó y retiró las manos. Los labios le ardían y la mandíbula le dolía donde Zabón le dio una bofetada. Solo podía imaginar lo horrible que se veía con los labios y mejillas hinchadas, por no mencionar cuan jaspeada su contusión debía estar.
Vegeta alejó la mirada, pero se mantuvo vigilándola a través del velo de sus pestañas. El arrebato sanguinario que ella descargó sobre el guardia lo divirtió y lo despertó. Su sentido del humor resultaba único en su propia rareza, no obstante, fue su conducta de gruñidos lo que encontró realmente atractivo. La mayoría de las mujeres eran o bien recatadas en su presencia o vulgares en sus intentos de seducirlo. El rango que él ostentaba en el ejército de Frízer no era tan bajo como a Zabón le gustaba pensar. Muchas mujeres y algunos hombres lo codiciaban por su poder, pero como conocía cuan conspiradora era la gente, esa venía a ser la razón por la que él no perseguía tener relaciones con sus compañeros de armas.
La mujer con la que compartía la celda le parecía un enigma. Ella le temía, pero no estaba intimidada. Lo odiaba y, sin embargo, no levantaría una mano violenta contra él. La grotesca contusión en su rostro lo hizo enojar cuando todo lo que debería sentir era desinterés. Lo hizo querer protegerla cuando debería destruir.
Vegeta no respondió y a Bulma no le importo. Ella se puso de pie ignorando cuan frío el piso se sentía bajo sus pies descalzos y caminó hacia su tazón. La comida olía peor de lo que se veía y se preguntó cómo iba a hacer para tragarla. Peor aún, se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que tuviera el hambre suficiente para engullir cada bocado asqueroso empujado a su camino. Ella se llevó el tazón a su catre y escarbó en este con desanimo.
Desde sus pestañas bajadas observó cómo Vegeta se levantaba con una fluidez innata que la puso celosa. Aunque él se había sentado en el suelo frío toda la noche, no mostraba signos de rigidez. Estaba fascinada con su cola peluda que se deslizó de entre sus piernas para envolverse alrededor de su cintura en un cinturón improvisado. Ella agachó la cabeza rápidamente escondiéndose detrás de su flequillo mientras trataba de no mirar lo que colgaba entre los musculosos muslos que tenía enfrente.
Vegeta volteó y ella necesitó tomar aliento. Cruzando su espalda había profundos desfiladeros horizontales cubiertos con costras de sangre seca. Tarde recordó cómo se aferró a él el día anterior como si pudiera ser su salvador, su ancla en la tormenta. Sin darse cuenta causó las heridas. Por un momento pensó en disculparse, pero lo analizó mejor. No parecía que tuviera ningún tipo de dolor y recordarle sus heridas tampoco era una buena idea.
Los ojos de Bulma vagaron por el resto de su cuerpo mientras él se inclinaba para recoger su tazón. Ella estaba acostumbrada a ver hombres finamente musculosos todos los días, sin embargo, había algo en la pendiente tensa de las nalgas de Vegeta que resultaba muy satisfactorio. Su piel era tan suave y elegante que parecía como bronce vertido. Nunca nadie debería verse tan perfectamente esculpido, sobre todo un hombre con una personalidad tan podrida en su núcleo.
Él retomó su espacio en la esquina, pero en lugar de sentarse, inclinó los hombros contra la pared y cruzó los tobillos mientras comía. Usando su pan como una cuchara, olfateó la comida con tanto entusiasmo que ella se sintió tentada a probar la suya para ver si era buena. Bulma hizo una mueca al primer bocado. Sabía a puré de lechuga podrida con cerdo y el pan era tan duro que casi se rompió los dientes. Cerró los ojos forzándose a tomar otro bocado mientras fantaseaba con el pan dulce de su mamá todo el tiempo.
A medio camino, su estómago no pudo soportarlo más y apartó el tazón a un lado. Vegeta miraba a la pared del fondo, él ya había descartado su tazón en el piso. Ella solo podía imaginar lo hambriento que estaba. Por más bastardo que fuera, todavía era un saiyayín y si era algo parecido a Gokú, necesitaba comer tres veces más alimentos con el fin de estar satisfecho.
—¿Quieres el resto de la mía?
Vegeta la miró, sus fríos ojos negros la evaluaron y pasaron sobre sus hombros desnudos y brazos delgados haciéndola sentir escuálida e insignificante.
—Cómetelo. —Él miró a lo lejos despidiéndola como si fuera nada.
El primer impulso de Bulma fue el de retirarse. Él la hacía sentir incómoda como un estudiante novato en una clase mayor o como si ella fuera inferior a la nada y que incluso existir viniera a ser un insulto para el mundo. Pero no se acobardó. No interesaba como se sintiera en el interior, era como se comportaba en el exterior lo que importaba. Años de ser el centro del frenesí de los medios de comunicación le habían enseñado esa muy decisiva lección.
Ella reunió toda su compostura y se le acercó majestuosamente con el tazón en la mano. No se detuvo hasta que estuvo delante de él con sus ojos azules perforando dentro de los suyos oscuros.
—Yo sé que tienes hambre, Vegeta, los saiyayíns comen cinco veces su peso en comida al día.
Él la miró sin pestañear y le tomó a Bulma toda su fuerza interior no acobardarse en frente suyo.
—Tú estás más necesitada de comida que yo, mujer. —Vegeta se burló de ella mientras hablaba, pero Bulma no vio más allá de sus palabras. Lo miró por un momento digiriendo lo que le dijo, no cómo lo dijo. Si quitaba toda su repugnante e insultante insinuación, las palabras mismas eran consideradas. De hecho, él tomaba en cuenta su supervivencia aquí en esta fría y húmeda mazmorra donde solo estaban los dos. A su manera retorcida la cuidaba.
Ella dio un paso hacia atrás y su perspicaz mente analítica procesó la información a un ritmo astronómico. Vegeta era un bastardo de sangre fría que destruyó a todos y todo lo que había conocido, pero también era la única persona de pie entre ella y cierta horrible humillación y la muerte. Era mejor acariciar al feroz león detrás de las orejas que agarrarlo de la cola.
Miró a su tazón. No había dejado mucho de su papilla, aunque un gran trozo de pan permanecía. Ella lo colocó directamente debajo de la nariz de Vegeta antes de darle la más amplia, la más deslumbrante sonrisa de su arsenal.
—¿Estás bromeando? Tú no pensarás que tengo este precioso y absolutamente delicioso cuerpo por hartarme de todo lo que se cruza en mi camino, ¿verdad? —Ella miró por encima de su hombro a la puerta y tomó aire con delicadeza—. Quiero decir, en serio, ellos no piensan que las tácticas de hambre van a trabajar en una hembra humana, ¿no es así? Vivimos a dieta. ¿Y el pan?, no lo creo, yo no consumo carbohidratos.
Deseó que su estómago no retumbara para revelar su mentira, pero en el fondo, sabía que Vegeta requería más comida que ella para sobrevivir. El metabolismo saiyayín era una cosa complicada y si él no obtenía suficientes alimentos, se debilitaría. Y si sus planes de escape alguna vez iban a cumplirse, lo necesitaba en la mejor forma posible.
—Bueno, eso explica por qué ustedes humanos son tan escuálidos. Si sus mujeres están todo el tiempo hambrientas, ¿cómo se podría esperar que den a luz a una descendencia fuerte? —Él agarró el tazón y Bulma resopló en respuesta mientras se alejaba. Su tazón vacío cayó al piso antes de que regresara a la cama y ella silenciosamente puso los ojos en blanco.
—Hey, ¿por qué todavía no explotas una pared para salir de aquí? Por lo que yo puedo decir, estas paredes están hechas de nada más que acero. Eso es apenas una barrera para un saiyayín, deberías ser capaz de atravesarlas como papel maché.
Vegeta se apartó de la pared y le clavó los ojos con intensidad. Ella agarró la manta y tragó saliva cuando él caminó en su dirección. Le tomó toda su fuerza de voluntad no dejar caer sus ojos más abajo para ver lo que tenía entre las piernas.
—El collar que llevo no me permite usar mis poderes.
Inconscientemente esas palabras atrajeron la mirada de Bulma al collar de metal que formaba una banda alrededor de su grueso cuello. Las luces rojas intermitentes eran casi hipnóticas, como si le estuvieran contando una historia o tal vez un secreto. Si tan solo pudiera tocarlo sería capaz de escuchar lo que trataban de decirle. Vegeta se irguió ante ella arrojándole su sombra, su rostro era una máscara impenetrable que la hizo temblar. Ella dio un paso atrás y sus pantorrillas golpearon el catre.
—Así que solo tienes la fuerza de un hombre común —le susurró.
Él le sonrió lentamente y sus dientes destellaron debajo de sus labios curvados. La agarró por los brazos para acercarla de un tirón.
—Te aseguro que no soy un hombre común —le susurró de vuelta y sus labios se posaron a pocos centímetros de los de ella. Bulma estaba paralizada por su presencia y apenas podía moverse, mucho menos hablar, pero forzó a que salieran las palabras.
—Me refiero a la fuerza de un humano.
Él sacudió la cabeza lentamente y la levantó, por lo que quedó de puntillas.
—Tú hablas muchísimo acerca de los saiyayíns. ¿Cómo es qué sabes lo que soy, pequeña mujer?, ¿cómo es qué me conoces? —preguntó, su voz suave era una amenaza que envió a cada nervio del cuerpo de Bulma a hormiguear—. ¿Eres una espía colocada por Zabón?, ¿estás trabajando con él para destruirme?
Ella sintió que sus ojos se salían de sus órbitas por el miedo y los dedos de sus pies se curvaron en el suelo. Negó con la cabeza muy rápido y su cabello cayó alrededor de su rostro.
—Gokú es mi mejor amigo o lo era, lo conozco desde que éramos niños. Él siempre ha tenido un gran apetito —respondió en un apuro—. Yo vi como luchaste contra mis amigos antes de la llegada de Frízer a través de una bola de cristal. Juro que no soy una espía.
Vegeta la miró fijamente buscando cualquier mentira en su rostro transparente. Las puntas de su cabello sedoso le rozaron el dorso de las manos y era todo lo que podía hacer para no estremecerse de placer. A pesar de su fragilidad, ella era una pequeña cosa hermosa. Si era una espía, Zabón había elegido bien. Su aspecto exótico y fragilidad apelaron a él de una manera que mujeres guerreras o esclavas sexuales no lo hicieron. No existía engaño en sus cristalinos ojos azules, aun así, lo que vio lo perturbo demasiado. Por supuesto, había miedo, pero hace tiempo aprendió a mirar más allá de eso. Detrás de su miedo había algo más, algo mucho más oscuro. Era la soledad. El tipo de soledad que ocurre cuando se está rodeado de gente y, sin embargo, aislado de ellos. Era el tipo de soledad con la que Vegeta estaba íntimamente familiarizado.
Él la alejó de un empujón y se dio la vuelta para mirar a la puerta.
—¿Bola de cristal? —cuestionó él sin estar interesado en la respuesta. Solo buscaba una transición a un tema diferente.
Bulma liberó el aliento que contenía. La chica valiente en su interior le gritaba que se mantuviera firme y que no lo dejara intimidarla, pero la voz de la razón en su cabeza le advirtió prudencia. Por una vez escuchó a la razón, ella ya había pasado por su primer obstáculo real con Vegeta.
—Es algo así como un dispositivo de visualización remota —dijo, aunque dudó que Vegeta estuviera interesado en las complejidades de la magia antigua. Ella apenas lo hacía. A Bulma le gustaba la ciencia dura y fría, esta nunca mentía y la respuesta era siempre la misma, sin importar cuantas veces ejecutaras la ecuación—. Y en caso de que te lo estés preguntando, mi nombre es Bulma —añadió molesta para cubrir su debilidad y volvió a sentarse en la cama, de repente estaba exhausta. Le sacó la lengua a la espalda de Vegeta cuando él simplemente se encogió de hombros ante su explicación.
Ahora que el ajetreo había terminado, tenía que hacer pis. La confrontación siempre le hacía eso. Algunas personas tenían dolores de vientre por el estrés, en cambio, ella tenía una vejiga con fuga.
Miró alrededor de la celda y observó una pequeña caja y un lavabo en la esquina. Se bajó de la cama asegurándose de mantener la mayor distancia entre los dos. Tan pronto como Bulma se movió, la piel entre los omóplatos de Vegeta se contrajo, él se alejó volviendo a su esquina.
La caja le llegaba hasta las rodillas y estaba cubierta con una tapa. Disgustada arrugó la nariz y la volteó para mirar adentro. Como sospechaba era un inodoro, aunque lucía más limpio de lo que esperaba. Se volvió hacia Vegeta que hacía evidentes esfuerzos para no mirarla. Sin embargo, ella todavía podía ver su perfil y no tenía ninguna duda de que disponía de una excelente visión periférica.
—¿Qué? —espetó él después de que ella siguió mirándolo.
—Tengo que orinar.
—Bien por ti.
Ella cambió su peso de un pie al otro, pero no se movió de su posición.
—¿Qué? —espetó él más fuerte volviéndose para mirarla. Su rostro era una tormenta de molestia que incrementó la presión de la vejiga de Bulma aún más.
—Bueno, yo no puedo, ya sabes. ¿Te puedes dar la vuelta o algo?
—Mujer jodida, como si quisiera verte hacer eso. Solo hazlo y deja de ladrar.
Por un instante pensó que iba a hacer caso omiso de su petición, pero él se dio la vuelta e inclinó un antebrazo sobre la pared del fondo, de espaldas a ella. Bulma solo se quedó mirándolo por un rato, sus ojos siguieron la línea de la columna vertebral de Vegeta, en como esta se curvaba hacia abajo entre sus amplios omóplatos antes de sumergirse en su espalda baja. Podía ver cada patrón y grupo de sus músculos mientras se inclinaba sobre la pared. Él realmente era perfecto hasta los talones.
Ella se sacudió, subió la manta para que pudiera sentarse.
Y esperó.
Por lo general no era tímida. Había hecho pis suficientes veces en servicios públicos para estar acostumbrada a las personas que están en el siguiente puesto de la cola, pero aquellas fueron mujeres. Con toda certeza no tenían enfrente las nalgas desnudas —énfasis en el realmente agradable nalgas desnudas ahora presentadas ante ella— de un hombre que estaba de pie en la misma habitación.
Abrió la llave del grifo a su lado suspirando audiblemente como si eso hiciera truco. Una vez que hubo terminado, se encontró con otro dilema. Cerró el grifo y se aclaró la garganta.
—Maldición, mátame. ¿Ahora qué?
—¿Cómo me limpio? Quiero decir, no veo ningún papel.
Los anchos hombros de Vegeta se sacudieron y ella no podía decir si era de diversión o de rabia. Él dejó caer la frente en su brazo antes de contestar.
—Solo pisa el botón que está por tu pie y no bajes del asiento.
Bulma arrastró los ojos de la fina forma en que Vegeta le era obsequiado y encontró el botón para pisar en el suelo. Oyó la descarga del inodoro, pero de repente un chorro de agua fría se disparó entre sus piernas. Ella chilló y voló fuera de la taza del baño en una ráfaga de cabello azul y pliegues grises.
—¡Eso fue obsceno! —le siseo al baño como si pudiera castigarlo verbalmente por su conducta.
Miró a Vegeta y notó que sus hombros se sacudían de nuevo. Estaba casi segura de que se reía esta vez, no obstante, cuando él se dio la vuelta un momento después, su rostro se veía impasible.
Más que un poco molesta, regresó al catre y procedió a hacer absolutamente nada. Todo el día y la noche en una pequeña celda sin televisión ni libros, sin nada que hacer, sin problemas que resolver: ahora entendía porqué lo llamaban tortura. Suspiró y se echó hacia atrás.
—Caramba, ¿qué se supone que debemos hacer todo el día? —murmuró sin esperar una respuesta de su estoico compañero de celda.
—Ejercicio.
Bulma volvió la cabeza y se quedó asombrada por cómo Vegeta se movía realizando los pasos de una hermosa kata. Sus músculos se tensaron hipnóticamente bajo su piel de caramelo y pronto él brillaba por el sudor. Ella se dio la vuelta y metió las manos debajo de su mejilla para mirar fascinada cada movimiento que hacía.
—Por supuesto, ejercicio —susurró para sí misma mientras pensaba que tal vez la tortura no era tan mala después de todo.