Dragon Ball/Z/GT Fan Fiction ❯ Libre mi corazón ❯ Capítulo cuatro ( Chapter 4 )

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Libre mi corazón

 

Capítulo cuatro

 

—Si no bajas ese trasero gordo y haces algo, tu cuerpo se deteriorará.

—¡Trasero gordo! —gritó Bulma y se sentó erguida tan rápido que la manta cayó a su regazo. Ella se apresuró a cubrirse los senos y el calor bañó sus mejillas—. Pensé que dijiste que parecía escuálida.

Vegeta la miró con atención desde debajo de sus cejas oscuras mientras hacía otra flexión. Él había capturado el descuido y se sentía aliviado de estar de cara al piso. Sus senos eran en verdad magníficos. Su pálida piel de alabastro brillaba bajo la severa luz haciéndola casi etérea. Sus pezones se veían duros y rojos por la piel erosionada debido a la lana áspera de la manta.

Había pasado un largo tiempo desde que tuvo una mujer. No era de ninguna manera un eunuco como sus compañeros creían, simplemente prefería que sus mujeres fueran de una clase diferente. Era típico de él explorar nuevos planetas por horas e incluso días antes de que los purgara. Merodeaba los confiados callejones y visitaba los puntos de reunión donde no le era difícil encontrar a una mujer dispuesta a llevarlo a su casa para pasar la noche. Pura lujuria, sin la mancha del miedo o la codicia. Ni ellas sabían quién era él ni él les pagaba por su tiempo. Solo lo querían por quien era, nada más. Al final las mataba por supuesto. Mataba a su planeta entero, pero por unas pocas horas no serían más que ellos, piel, sudor y sexo crudo.

Cerró los ojos e hizo otra serie rápida de flexiones antes de lograr controlar su cuerpo. Necesitaba dejar de tener esos pensamientos si iba a conseguir pasar la próxima prueba con su dignidad intacta. No importaba como, no podía darles a Zabón y a Jeice la satisfacción de saber que deseaba a la mujer con la que lo encarcelaron. Eso les otorgaría la ventaja que requerían en su permanente lucha por el poder.

Más importante, él no cedería a su deseo de abrirle las piernas a lo ancho y follarla hasta que gritara su nombre lo suficientemente fuerte como para que toda la nave la escuchara. Lo que tenía que hacer era recordarse lo fea que era.

—Puedo ver tu culo desparramado desde aquí, mujer.

—¡Qué! —siseó Bulma y se disparó de su asiento tirando la punta de su manta por detrás como si fuera la cola de un vestido elegante. Se imaginó que ella se vería impresionante en un ambiente opulento. Brillaría en un salón de baile o en el salón del trono. Estaba destinada a ser la esposa de un rey, era una lástima que nunca lo sería.

Ella se paseó por la habitación con sus ojos escupiendo fuego hacia él cada vez que pasaba cerca a su lado. Al menos ahora se movía. Había estado casi inmóvil en la cama durante dos días y solo se levantaba para usar las instalaciones. Por supuesto, su boca siguió moviéndose todo el tiempo. Él no pensó que fuera posible que alguien tuviera tanto que decir, sin embargo, en las últimas horas ella cayó en un misterioso silencio. Sus ojos se oscurecieron y su piel parecía más pálida. Sabía con solo mirarla que su espíritu se estaba rompiendo.

Demasiadas veces vio prisioneros hundirse en el desaliento únicamente por la falta de ejercicio. La actividad física mantiene la sangre en movimiento y eso mantiene al corazón latiendo con fuerza. Lo más importante, mantiene la venganza a la vanguardia de la mente, lo cual era la verdadera táctica para sobrevivir en los calabozos de la nave de Frízer. Había que vivir para el día en que ibas a exigir tu venganza o sería demasiado fácil desvanecerse y morir.

Ella salió de su visión, pero él oía crujir la manta. Estaba bastante seguro de que la mujer no podía hacerle daño, aun así, le disgustaba no ser capaz de ver donde se hallaba. Una vida a la espera de un ataque le enseñó a nunca darle la espalda a nadie sin importar cuan débiles pudieran parecer.

Se paró de un salto y agitó los brazos para aliviar la quemadura en sus músculos. Aunque nunca lo admitiría, ejercitarse mientras su ki se encontraba minado siempre era más gratificante. La fuerza y la resistencia de sus músculos sin su ki infundido era un testimonio de lo poderoso que era.

Sin dar a conocer su propósito, cambió su peso para poder verla de reojo. La mujer había arreglado la manta de tal manera que esta quedó envuelta alrededor de su cuerpo como una toga. Ella cerró los ojos y se puso a tararear, dobló las rodillas con los pies apuntando hacia afuera, se enderezó de la cintura para arriba y rebotó en sus piernas varias veces antes de venir a descansar en la punta de los dedos de sus pies.

Él exploró sus piernas desnudas debajo de la caída de la manta, todo el camino abajo hasta los pies y levantó las cejas como el único reconocimiento a su logro.

La melodía que la escuchaba tararear subía y bajaba, parecía alguna canción de cuna alienígena, la cual se enhebraba dentro de su alma. Bulma empezó a bailar con los brazos por encima de la cabeza y dio vueltas a su alrededor. Ella se sumergió en la música, se balanceó con esta y saltó a través del aire. Su cabello azul flotaba deslizándose por su espalda y le acariciaba los hombros desnudos. Sus ojos estaban cerrados y su rostro era la imagen de la alegría pura mientras hacía círculos alrededor de él en una danza elegante que nunca había visto antes.

Los pliegues de la horrible manta se abrieron un poco y Vegeta fue golpeado por el impulso insano de alcanzarla y agarrar una esquina. Un pequeño tirón y estaría girando en torno a él desnuda, toda la piel blanca y el cabello azul, tan hermosa como un copo de nieve en el viento.

Estar descalza sobre el piso metálico cobró su precio, ella perdió el equilibrio en medio de una pirueta y chocó con fuerza contra él. Vegeta extendió la mano por instinto para estabilizarla y la agarró por el codo. Las manos de Bulma se terminaron posando en su musculoso pecho, eran como pétalos ligeros y tan suaves. Sus ojos de zafiro se abrieron de golpe impresionándolo con la pura intensidad de su color, nunca había visto unos ojos como los suyos antes, eran joyas brillantes e infinitamente profundas. Sus labios rosados se separaron por la falta de aire y él pudo ver que el rubor le teñía la mejilla no dañada.

El lago de los cisnes —le susurró ella como si él debiera saberlo. Vegeta no dijo nada, aunque no la dejó ir tampoco—. Yamcha trató de enseñarme a luchar, pero nunca podía recordar las katas, aun así, conozco cada paso del Lago de los cisnes. Creo que es la música, no hay ningún tono ni ritmo en la lucha, pero cuando escucho el ballet, este vibra a través de cada célula de mi cuerpo. —Inclinó la cabeza hacia un lado para escuchar el eco de las notas en el aire.

Los ojos de Vegeta recorrieron su rostro, mirándola, buscando las respuestas a la infinidad de preguntas que su sola presencia le planteaban. Ella era tan diferente a todas las personas que había conocido en su vida.

—Hay un ritmo en la lucha. Es la sangre y la violencia, este palpita en el aire golpeando más y más fuerte hasta que es lo único que se puede oír.

Bulma apretó los labios y sus cejas se estrecharon.

—La única cosa que tú puedes oír, querrás decir.

—¿Qué diferencia hace?

Ella se encogió de hombros y la manta se deslizó revelando más de su piel.

—Ninguna en absoluto, supongo.

La decepción en su voz lo hizo fruncir el ceño. Él bajó los ojos para mirar las manos de Bulma sobre su pecho. Estaban tan pálidas en contraste con su piel bronceada.

—Los saiyayíns tienen un baile.

—¿Lo tienen? —Vegeta fue recompensado por la golosina de esa información cuando ella disparó sus ojos de regreso a los suyos.

—Sí, pero no es tan delicada.

—¿Cómo es?

Una sonrisa lentamente se dibujó en sus labios carnosos, lo que hizo que ella se turbara.

—Se trata de la sumisión y dominación —ronroneó él.

Bulma podía sentir el calor del aire entre ellos. Su respiración se tornó superficial y no importaba cuantas veces inhalara, no parecía obtener suficiente oxígeno. Sus dedos se cerraron sin darse cuenta sobre el pecho de Vegeta y sus uñas le rozaron los pezones endurecidos.

—Por supuesto, los saiyayíns machos probablemente tienen todo tipo de rituales para mantener a sus mujeres en línea. —Ella trató de sonar despectiva, aunque era difícil cuando su voz se oía entrecortada y ligera.

Él profundizó la sonrisa tornándola más oscura, más depredadora. No había manera de que fuera a decirle que la danza de apareamiento saiyayín era acerca de las hembras permitiendo que sus machos elegidos las dominaran.

El sonido chirriante del pestillo de la puerta siendo jalado los sobresaltó. Los dos se separaron, Vegeta cambió su peso para que sus hombros la protegieran. Obedeciendo su señal tácita, ella retrocedió poniéndose detrás de él.

La puerta se abrió para revelar a Zabón vestido con un traje de seda verde y crema, apoyado en un bastón de plata. Acurrucado a su lado, con una sonrisa enorme, estaba Jeice vestido con un pantalón cómodo y una muy fina camisa blanca.

—¡Es la hora del baño, queridos! —gorgojeó Jeice con una voz cantarina, pero su sonrisa pronto se vino abajo cuando notó a Bulma envuelta en la única manta del cuarto.

—Oh, bueno, ¿es que tengo que hacerlo todo primero? —arrulló él y Zabón sonrió malvadamente en respuesta.

Bulma sintió que algo enfermo aleteaba en la base de su vientre. Zabón miró a su amante y le sonrió con cariño, le besó la punta de la nariz y lo acercó más.

—Tienes razón, amor —le ronroneó.

Más rápido de lo que Bulma pudo seguir con sus ojos, Zabón atacó a Vegeta. La punta de plata del bastón que él sostenía lo golpeó en el centro del pecho, Vegeta cayó de rodillas y convulsionó violentamente. Bulma corrió hacia él, pero se alejó en el último momento cuando se dio cuenta de que había electricidad pulsando a través de su cuerpo.

Zabón retiró el bastón y Vegeta cayó a su lado agarrándose el pecho. Bulma se arrodilló detrás de él, descansó una mano en su cuello y comprobó su pulso. Estaba vivo y por la forma en que apretaba la mandíbula, aún seguía consciente, solo que paralizado por el momento.

—Pobre Vegeta, cuan impotente te debes sentir. Todo ese orgullo, todo ese supuesto poder de tus ancestros reales y, sin embargo, no eres más que un perro callejero esperando a ser pateado. Eres la mierda en el talón de Frízer y no puedo esperar por el día en que él finalmente se limpie la suela.

Bulma miraba a Vegeta mientras hablaba Zabón, por lo que no vio a Jeice venir caminando por detrás. Él tiró de la manta y se rio con crueldad cuando ella se encogió tratando de cubrirse con las manos. La agarró de espaldas sujetándole los brazos a los lados, así toda la parte delantera desnuda era visible para su amante.

—Eres una cosita tan encantadora. Sería divertido jugar contigo, pero nunca tocaría las sobras de Vegeta, podría contraer una enfermedad de mono o algo así —le susurró Jeice al oído. Las rodillas de Bulma se ablandaron y el alivio se desbordó a través de ella. Prácticamente le aseguró que ni él ni Zabón la violarían y cerró los ojos hundiéndose contra su pecho.

»Eso es, por supuesto, si Vegeta te toca. Estamos observando, ya sabes.

Bulma se tensó en los brazos de Jeice como si hubiese hecho contacto con un cable eléctrico vivo. Con una expresión horrorizada observó cómo Zabón enganchaba la punta de su bastón en la parte frontal del collar de Vegeta ajustándolo como si fuera una correa. Ella todavía se sentía aturdida por el terror cuando Zabón arrastró a Vegeta por el piso y salieron por la puerta. Ellos desaparecieron a la vuelta de la esquina abandonándola en el abrazo de Jeice.

»No habrás creído que estabas a salvo, ¿verdad? De una manera u otra vas a ser follada aquí abajo. Y ni bien este hecho, bajarás a los cuartos de esclavos donde pasarás cada día del resto de tu vida separando esos dulces muslitos para cualquier hombre que te quiera.

Él deslizó la mano entre sus piernas y con unos obscenamente largos dedos cubrió su montículo arrastrándose hasta su entrada.

»Tal vez debería hacerlo ahora, antes de que Vegeta se salga con la suya, de esa manera los dos podremos ser felices.

La sensación de visceral repugnancia por esas manos en su cuerpo y el meloso aliento en su cuello envió a Bulma a una rabia frenética. Sin pensar en las consecuencias, se echó hacia atrás lo más que pudo y gritó a todo pulmón.

—¡Suéltame! Te odio, ¡te mataré!

Ella le golpeó la nariz usando la cabeza y le propinó patadas en las piernas. Luchó contra el dominio de Jeice con toda la furia de su alma, pero al final fue insustancial contra la fuerza del hombre. Él se rio burlonamente en su oído, aunque al menos retiró las manos, ahora estaban envueltas alrededor de su cintura para mantenerla quieta. Ella se quitó el cabello del rostro y sus ojos chocaron con los de Vegeta.

Él y Zabón se hallaban de pie en la puerta. Zabón se reía con disimulo, pero Bulma no podía comprender la expresión en el rostro de Vegeta. Era frío, distante y detrás de sus ojos negros, ella pensó que veía fuego.

—Vamos, querido, ya sabes cómo odio que juegues sin mí. —Zabón le puso mala cara a Jeice.

—Tienes razón, mi amor, solo que no pude evitarlo. Es una chica tan dulce, me encanta cuando están sin domar.

—En eso estamos de acuerdo, pero este es tu plan. Si quieres jugar a algo diferente, entonces házmelo saber.

—No, no, este juego es perfecto, finalicémoslo. Estos pequeños esclavos sucios necesitan tomar un baño.

—Por supuesto —ronroneó Zabón y jaló a Vegeta. Para alivio de Bulma, los siguieron de cerca. Tomaron una caminata corta por el pasillo antes de ser empujados a un cuarto no más grande que la celda en la cual acababan de estar. La única diferencia era que en lugar de un piso de acero, este no era más que una rejilla. Los bordes del metal soldado rasgaron las suaves plantas de los pies de Bulma cuando ella con mucho cuidado entró en la habitación.

Se dio la vuelta a fin de hacer frente a la puerta y vio como Zabón y Jeice abrían un panel en la pared para revelar una manguera amarilla muy gruesa. Zabón la sacó y avanzó hacia ellos.

—¿Listos? —preguntó él con una enorme sonrisa.

Bulma tragó saliva con fuerza, había visto suficientes películas para saber lo que le esperaba.

La sonrisa de Zabón se amplió cuando no respondieron y le hizo una seña a Jeice por encima del hombro para que activara el agua. Riendo de buena gana, Jeice giró la perilla naranja.

Bulma vio como la manguera se hinchó justo antes de que un chorro de agua saliera de la boquilla. El agua helada la golpeó con tal velocidad que sacó el aire de sus pulmones cuando la empujó contra la pared del fondo.

Ella gritó de dolor. El agua apedreó su cuerpo hasta que su piel se sintió como si fuera a partirse para que el líquido le lavara los huesos. Giro alrededor de la pared tratando de escapar de la explosión, aun así, esta la siguió sin piedad como cuchillos de hielo que intentaban cortar surcos en su tierna carne. Gritó pidiendo que se detuvieran, pero a través de la inundación de agua solo podía oír las risas.

De repente el ataque fue interrumpido. Bulma se agachó desnuda sintiéndose casi como un animal. Miró sobre su hombro con miedo de lo que pudiera ver. Vegeta estaba parado frente a ella anclado al piso a base de pura fuerza de voluntad cuando él tomó toda la presión de la explosión en el pecho.

—Vaya, ¿no es muy dulce, Zabón? Creo que la ama.

Zabón se rio y giró la perilla para aumentar la presión.

—Tienes razón, él debe amarla.

Vegeta solo ajustó su postura negándose a mirar hacia atrás. Sabía cuan intensa la presión del agua de la manguera podía ser. Había experimentado “la hora del baño” muchas veces antes, pero cuando vio como esta lanzó a Bulma contra la pared, quedó en shock. La forma en que ella hizo piruetas a través del aire le recordó a su baile, aunque sin la gracia o la belleza, solo el terror.

Su primer instinto fue correr hasta Zabón, arrancarle la manguera de las manos y luego golpearlo sangrientamente con ésta. Nunca en su vida entera Vegeta había tenido una reacción de ese tipo en respuesta al ver a alguien herido. Fueron los gritos lo que en verdad lo hizo. Ellos perforaron su cráneo, taladraron hacia abajo a través de sus dientes y chocaron contra su pecho. Tenía que hacer que los gritos pararan.

Como sabía que él era impotente para detener la tortura, hizo la única cosa posible, protegerla de esta. Se sintió enfermo por hacerlo. Las miradas de pura sorpresa y deleite en las caras de Zabón y Jeice eran exasperantes, aun así, parecía que no podía detenerse. Todo lo que tenía que hacer era dar un paso a un lado y la explosión la golpearía otra vez, pero no lo hizo. No podía soportar oírla gritar, no podía soportar verla sufrir.

Su vida y la escasa reputación de orgullo que creó se terminaron. Ellos no se detendrían ante nada ahora para atormentarlo sin cesar. Incluso si la mujer moría aquí abajo, nunca le dejarían olvidar su momentánea debilidad por ella. Bien podría también cortarse la garganta.

Algo frío y húmedo se presionó contra su columna vertebral. Podía sentir las puntas de unos dedos desplegándose sobre su espalda. Una mano, eso era todo. Ella no presionó su cuerpo contra el suyo buscando robar un poco de calor, no se inclinó contra él por la fuerza. Por el contrario, simplemente presionaba la mano para que los dos se tranquilizaran, diciéndole que se encontraban bien, que iban a sobrevivir a esto. Vegeta sintió algo cálido perforar su núcleo y dentro, una frágil semilla de oro creció con fuerza.

—Quédate detrás de mí —gruñó y la sintió doblar los dedos en respuesta.

—Sí. —Él podía oír la frialdad y el miedo en la voz de Bulma y amplió su postura mirando hacia abajo a sus enemigos. Con una mirada sucinta les transmitió su desprecio. No quedaba nada que pudieran hacerle que ya no fuera hecho antes. Estos pequeños juegos eran viejos y trillados.

Zabón sonrió burlonamente en respuesta, sabía que por ahora el juego había terminado. El resultado deseado fue logrado y cuando los esclavos regresaran a la celda, el juego sería acelerado aún más por los elementos.

Jeice cerró el agua y Zabón enrolló la manguera. Una vez hecho esto, Jeice pasó feliz por delante de Vegeta para cargar a Bulma en sus brazos haciendo caso omiso a cuan mojada se hallaba. Él estaba tan tibio, casi caliente al tacto. Ella quería apoyarse en él para disfrutar de su calor, pero el orgullo y la repugnancia la detuvieron. Prefería tener las manos y los pies pudriéndose con hipotermia que dejar que siquiera una fracción de su calor la entibie. Moriría antes de dejar que la tocara.

Un gruñido profundo recorrió el cuarto, tan bajo que apenas era audible y parecía involuntario. Cargaba consigo un significado que Bulma no estaba en condiciones de interpretar. Ella levantó la vista mientras se esforzaba en alejarse de su captor. Vegeta todavía le daba la espalda, su columna vertebral permanecía rígida y tenía los puños apretados con fuerza a los lados. Delante suyo, Zabón se paraba con una sonrisa perfecta adornando sus labios. Él giró el brillante bastón de plata entre sus dedos y los fluorescentes se reflejaron en la esbelta longitud de un modo hipnótico. Ella parpadeó cuando la luz la cegó y alejó la mirada.

—Sabes, Vegeta, que con el collar puesto, si te golpeo con el bastón mientras estás mojado bien puedo matarte con una descarga eléctrica. Tú no vas a hacerme hacer eso, ¿verdad? No vale la pena que mueras por culpa de la pequeña mujer.

Molesto, Vegeta le frunció el ceño a Zabón a través de su frente inclinada. El odio y la furia guerreaban en su sangre, pulsaban en sus venas. Deseaba estar libre del collar que dominaba su poder. Lo que quería era asesinar a todos en el cuarto, incluso a la mujer. En especial a la mujer. Ella sin saberlo expuso su debilidad a sus enemigos: la incomprensible necesidad de protegerla, la necesidad de tenerla.

Vegeta movió la cabeza hacia un lado y usó su visión periférica para mirar detrás de él. Los ojos de la mujer lucían abatidos y su cuerpo se esforzaba en alejarse de su captor. Podía ver que ella estaba helada. Su cuerpo entero temblaba y logró oír el chasquido de sus dientes desde donde se encontraba, sin embargo, se negó a la fácil fuente de calor de su enemigo, al igual que ella se negó a intentar robarle su calor no ofrecido antes. El orgullo la detuvo, el orgullo la hizo fuerte, incluso cuando estaba tan débil.

El ceño fruncido de Vegeta se oscureció. Odiaba a la mujer, pero no pudo evitar sentirse impresionado por la fuerza interior que mostraba. Una parte suya la quería muerta, así ya no podría imponerse por más tiempo en su ya caótica vida, pese a eso, el solo pensamiento de ella sin vida a sus pies lo hacía enfurecerse y querer despedazar el mundo hasta que estuviera hecho jirones sangrientos. No podía intentar por sí mismo entender la situación a la que se enfrentaba. No tenía la experiencia ni marcadores de cómo debía comportarse. Sin ninguna estrategia de batalla, su única acción lógica fue la retirada.

Él se encogió de hombros ante Zabón quien se rio antes de sacarlo del cuarto para llevarlo de regreso a su celda. Bulma los vio salir con unos enormes ojos tristes. Jeice le mordisqueó la oreja y ella se apartó con asco. Él se rio ante esa reacción y su aliento le cosquilleó la piel mojada. Ella tiritó cerrando los ojos cuando el dolor de la soledad y el abandono le atravesaron el pecho.

—¿Por qué me estás haciendo esto? —susurró de repente tan cansada que apenas podía encontrar la fuerza para soportarlo todo.

—¿Tú? Esto nada tiene que ver contigo, bonita. Tú eres solo un peón en nuestro juego de nunca acabar con Vegeta. Nosotros lo atormentamos y él nos deja mal parados ante el señor Frízer. Nosotros tomamos algo que él valora y él vacía nuestras cuentas secretas. Es una hermosa danza que hemos perfeccionado durante años.

Bulma levantó el rostro hacia el techo con los ojos cerrados para orar en silencio. En el dorso de sus párpados podía ver destellos de colores y recordó los días de verano que solía pasar con Gokú cuando era una niña. Ahora tenía la certeza de que estaba en el infierno, su único alivio era el conocimiento de que iba a morir pronto. Sabía en su corazón que no había manera de que pudiera sobrevivir desnuda y mojada en la fría celda de metal a la que Jeice iba a arrojarla.

—Me gustaría pasarle la posición de “peón de maniáticos juegos mentales” a alguien más —murmuró ella sin esperanza.

—Lo siento, solo tú puedes hacerlo. Ya viste como él te acaba de proteger. En todos nuestros años nunca hemos visto a Vegeta hacer tal cosa. Apuesto a que se está mandando a la mierda ahora mismo, que jodidamente fantástico. Tomarte de él será el platillo principal. —Jeice le acarició el cuello justo por debajo de la oreja antes de ronronearle por última vez—. Pero primero, tenemos que ver si Vegeta te salvará o dejara que te congeles hasta la muerte.

Con la cabeza aun colgando hacia atrás, Bulma abrió los ojos. Las luces fluorescentes le apuñalaron las retinas y, aun así, ella no parpadeó. Solo se quedó mirando a la blancura, preguntándose como el cielo podía ser tan ciego.