Dragon Ball/Z/GT Fan Fiction ❯ Libre mi corazón ❯ Capítulo cinco ( Chapter 5 )
ADVERTENCIA: Clasificado por la crudeza de Vegeta y su maleducado comportamiento en general
IE: Lenguaje y conversación de sexo.
Libre mi corazón
Capítulo cinco
Bulma temblaba tanto por el frío intenso que sus huesos se sentían como si fueran a deshacerse. El agua se estaba congelando y se hallaba empapada de la cabeza a los de pies. Jeice la había llevado de vuelta a la celda y la empujó adentro con indiferencia. Ella buscó la manta, pero como era de esperar, esta no se encontraba por ningún lado. Todo lo que dejaron fue el desnudo catre en la esquina de un muy frío cuarto metálico.
Recogió su largo cabello y lo retorció lo mejor que pudo. El agua salpicó en el piso, sonaba como el tintineo de campanillas al viento. Sabía que tenía que secarse con prontitud o la hipotermia iba a establecerse. Pasó las manos sobre sus brazos y sus piernas para enjuagarse la humedad mientras avanzaba hacia el catre. Sus dientes castañeaban y no importaba lo mucho que apretara la mandíbula, no podía hacer que se detengan. Se acostó en el colchón, envolvió los brazos alrededor de las rodillas y se enroscó en un ovillo apretado en un intento por mantener tanto calor como sea posible.
Vegeta miró los movimientos espasmódicos de la mujer. Podía decir que estaba haciendo muy bien el camino a la congelación. Aunque se encontraba tan empapado como Bulma, su temperatura corporal naturalmente alta quemó el exceso de agua con rapidez manteniéndolo caliente. Por el aspecto de la piel azulada alrededor de los labios y por la forma en que ella temblaba, los humanos no tenían las mismas capacidades de los saiyayíns.
Se dio la vuelta para no tener que verla. Su propio comportamiento en el baño le disgustaba, nunca en su vida se había puesto en peligro por proteger a otro. De hecho, pararse delante del agua era de poca importancia para él, aunque eso la salvó. Si la primera explosión de agua sobre el pecho de la mujer no le hubiera roto las costillas, una ráfaga sostenida iba a hacerlo.
Le echó un vistazo de reojo. Podía ver el área alrededor de sus costillas oscureciéndose con la sangre acumulada debajo de la piel. Si ella no se calentaba pronto, moriría. Y si moría ahora, ¿cuál habría sido el punto de salvarla en primer lugar?
Sus dientes castañeaban, pero debajo de eso, la oía murmurar algo repetidas veces. Otra vez con el ruido. La mujer nunca se callaba, aun cuando se estaba muriendo. Sospechaba que ella incluso se pudriría en voz alta.
—¿Qué dijiste?
Él se rehusó a verla mientras hablaba y miró enojado hacia la pared del fondo con los brazos cruzados a la defensiva.
—Nú… números… primos —balbuceó Bulma. Sus palabras eran apenas audibles, lo que provocó que Vegeta volteara y la enfrentara.
—¿Qué?
—Yo… yo estoy re… recitando los números primos. A… a… así no estaré tan… tan frí… fría. E… excepto que… que pa… parece que no… no pu… puedo recordar... —Las palabras eran arrastradas y la mirada que mostraba parecía cada vez más distante. Él frunció el ceño y sus ojos negros la evaluaron con frialdad. Ella se acurrucaba tanto que estaba sorprendido de que su cuerpo no se hubiese pegado. Incluso si intentara levantarla para moverla, sería incapaz de recuperar el calor corporal necesario a tiempo.
Él se acercó y observó el oscurecimiento de sus ojos, ella le devolvió la mirada sin ver. Rápidamente tomó una decisión y una vez establecida, no podía haber ningún cambio en su curso. Era uno de los rasgos que lo convirtieron en un líder despiadado.
Sin palabras, la levantó y se colocó de tal manera que quedó sobre el catre con la espalda apoyada contra la pared. La puso sobre su pecho con la parte inferior del cuerpo entre sus rodillas levantadas y envolvió sus fuertes brazos alrededor de ella. Bulma comenzó a protestar, pero una vez que sintió su ardiente piel, todo lo que pudo hacer fue suspirar de alivio. Se aferró a él y dobló las rodillas hacia arriba por lo que quedaron pegadas al dorso de sus muslos.
Ella enterró el rostro en su pecho y respiró en todo lo que era Vegeta. No olía como cualquier otro hombre que hubiera conocido. Olía al cloro del agua, pero bajo esto había aromas de calor y sangre, sexo y violencia. El hambre y la necesidad. Y debajo de todo, incluso más profundo estaba el palpitante pulso de su poder. Esto le hizo agua la boca y se le humedecieron los ojos. Ella restregó la cara sobre su pecho frotando la nariz contra su piel como un gato satisfecho, bebiéndolo, saboreando cada matiz.
Vegeta se quedó inmóvil. La manera en que ella se estiraba para tocarlo era casi animal. Lo olfateaba, complaciéndose, cubriéndose a sí misma en él. Ya sea que se diera cuenta o no, estaba marcándose como suya.
La alejó congregando los dedos alrededor de sus antebrazos. Los somnolientos ojos de Bulma se encontraron con los suyos duros y calculadores. Su piel empezaba a sonrojarse por el calor, pero por la vacancia en sus ojos, él dudaba de que ella estuviera del todo consciente sobre su entorno. Sus acciones no eran las de una mujer en posesión de todas sus facultades, esto había sido instintivo.
Bulma frunció el ceño y gimió por la pérdida de su calor. Él estrechó los ojos, pero ella no respondió a la amenaza planteada. Resopló con desdén, satisfecho de que no estaba tratando de seducirlo y la acercó de nuevo a su pecho, aliviado cuando ella simplemente encontró un lugar cómodo y permaneció inmóvil.
Sin embargo, esos movimientos habían hecho algo más que despertar su irritación. Su cuerpo generaba aún más calor de lo normal, en parte como respuesta al cuerpo frío que ahora cubría, pero sobre todo porque quería aceptar la invitación y separarle las piernas para follarla a su antojo.
Desplazó la mano de manera que pudiera cubrir su erección con la palma. Estaba duro y la punta ya lloraba de deseo. Creó una brecha entre sus cuerpos y enroscó la cola entre ellos para ocultar su vergüenza. No pasaría mucho tiempo antes de que ella recobrara los sentidos y su pene endurecido fuera obligado a captar la notificación.
Echó la cabeza hacia atrás contra la pared y miró las luces brillantes hasta que vio manchas. Lentamente contó sus respiraciones, deseando que su cuerpo volviera a estar bajo control.
—Dime algo.
El suave aliento cosquilleando sobre su pecho lo trajo de vuelta al presente más que las palabras. Cerró los ojos contra la luz y echó la cabeza aún más hacia atrás.
—¿Qué quieres que te diga? —le preguntó él con acritud. Habría sido más enérgico, pero tenía miedo de excitarse siquiera un poco. Al menos ahora sus dientes no castañeaban y ella podía hablar con frases claras, aunque su carne todavía se sentía fría al tacto y su cabello mojado era una masa helada que se arrastraba por sus costillas.
—Una historia. Cualquier cosa para sacar a mi mente de cuan fría estoy. Háblame de ti.
—Mmm. Mi vida no es un cuento para la hora de dormir, es más una historia de terror en todo caso.
—Aún mejor. Yo solía amar contar historias de fantasmas y las películas de terror ¡son lo máximo! Mejor que algunas mentirosas película para chicas. El verdadero amor, sí como no.
Ella lo oyó suspirar profundamente y se acurrucó en su pecho como respuesta. Unas pequeñas uñas retozonas se arrastraron a lo largo de sus costillas antes de venir a descansar a cada lado de su columna vertebral de nuevo.
—No tengo ni idea de lo que estás hablando —le respondió Vegeta con una voz hueca, aun se ocultaba detrás de sus ojos cerrados.
Ella sonrió y él pudo sentir sus labios acariciarle la piel.
—Cuando salgamos de aquí, te voy a mostrar las maravillas de mi impresionante colección de DVD. Mejor aún, te llevaré al teatro.
Las palabras se cortaron por un sobresalto doloroso y Vegeta sabía que ella estaba recordando que no existía más colección de DVD o teatro. Desplazó la mano por la espalda de Bulma y se dijo que era más sobre calentar su piel expuesta que por el consuelo.
»Voy a morir aquí abajo, ¿verdad? —Las palabras fueron apenas un susurro de aire que le rozaron la piel, aun así, sonaron en voz alta a sus oídos. Él se encogió de hombros en respuesta, no deseaba contestar. Había estado muchas veces en el calabozo y siempre vivió para ver el día siguiente, pero era una persona fuerte, siempre perseveró. Era un guerrero primero y un príncipe en segundo lugar. Nunca se permitiría morir como un prisionero.
»Y si no lo hago, entonces terminaré como la puta de la nave.
Los labios de Vegeta hicieron una mueca al ver en su memoria a Jeice con la mano entre las piernas de Bulma. Tenía tanta ira hirviendo solo esperando estallar. Le era difícil imaginar que pudiera ser capaz de albergar alguna cosa en su alma, pero cuando la vio —el miedo en sus ojos azules, cuan diminuta era comparada con Jeice—, algo en su interior rugió por liberarse. Vio sangre por solo un instante y supo que estaba perdido. En el momento en que sintiera cualquier cosa menos desprecio por otro ser vivo, sería el momento anunciado de su caída.
—No hablas mucho, Vegeta.
—¿Qué quieres que diga? ¿Debo mentirte, sacar cuentos del aire? —le respondió molesto y ella se encogió de hombros, deslizó el rostro hacia abajo y su mejilla le presionó el esternón. Sus suaves senos se apoyaron en el abdomen rígido ante ella y él pudo sentir sus pezones endurecerse. Vegeta se mordió el interior de las mejillas y mantuvo el rostro echado hacia atrás.
—Solo cuéntame una historia.
—No tengo historias, solo verdades. Fui robado de mi casa y me forzaron a la esclavitud. Sirvo a un amo que odio y la única cosa que me da alegría es cuando derramo la sangre de otro. Yo nací en el fuego del infierno y vivo para difundirlo a través del universo, porque al menos si el universo se está quemando, entonces nadie se dará cuenta de cómo mi alma está ardiendo con él.
La última parte se deslizó sin su consentimiento y sus brazos la estrecharon con ira. Aplastó el aire de los pulmones de Bulma, pero ella no trató de liberarse, permaneció lo más quieta posible, jugando a hacerse la muerta ante su lobo. El pecho le ardía y silenciosas lágrimas se deslizaron fuera de las esquinas de sus ojos para terminar mojándolo. Quemaban como ácido, lo que lo forzó a aflojar su agarre. Ella inhaló enseguida, sus dedos se flexionaron y se relajaron con su propio aliento.
—¿Sabes lo que me gusta de ti, Vegeta?
Vegeta desaceleró su respiración intentando recuperar la calma. Inconscientemente se acompasó al ritmo de los dedos de ella que se flexionaban y relajaban.
—Viniendo de ti, saberlo será todo un lujo —murmuró él preguntándose si estaba muerto y esto era el infierno.
—Tú dices la verdad. A diferencia de la mayoría de las personas quienes mienten y engaña para salirse con la suya, solo la dices sin rodeos. Incluso tu cara la dice, aunque en realidad no digas ni una palabra.
—¿En serio? ¿Puedes obtener todo eso de mi cara? Hay bastantes personas allá afuera que podrían discrepar.
—Eso es probablemente porque ellos no te miran a los ojos. Si miras más allá de toda esa oscuridad, lo puedes ver.
—¿Qué? ¿El vacío?
—Fuego. —Que fuese el fuego del infierno dejó de decirse entre ellos. El tiempo transcurrió y el cabello de Bulma comenzó a secarse. Él pasó los dedos por las hebras en silencio, maravillándose de cuan sedosas eran.
»Si te digo mi más profundo y oscuro secreto, ¿prometes no contarlo?
Lo oyó resoplar y sintió que unos dedos trabajaban en su cabello enmarañado. Ella se estiró saboreando su calor y su toque.
»Tú me dijiste el tuyo, me parece adecuado que te diga el mío.
—¿Qué te hace pensar que era un secreto? —Vegeta olfateó su cabello concentrándose en nada más que sus palabras… su comprensión de él. Dejó caer el enredo que sostenía y se presionó contra la pared. No podía escapar porque ella se derramaba sobre su cuerpo como una segunda piel.
Bulma se encogió de hombros y algo de su cabello se deslizó fuera de la suave extensión de su espalda para cosquillear las costillas de Vegeta. Unos pocos días encerrada en una celda con él y ya presumía de conocerlo, incluso sin que hubiera estado dentro de ella todavía.
Todavía
Pero lo estaría, se lo prometió a sí mismo. Poniendo los juegos de Zabón y Jeice a un lado, la mujer que por casualidad reposaba entre su cuerpo iba a enterarse de lo que era ser una presa. Su presa. Nadie que escarbara tan hondo en su mente se saldría con la suya. De hecho, ella estaba caliente ahora. Él debería tirarla al piso como la basura que era.
Y sin embargo.
Y sin embargo, no podía encontrar la fuerza para moverse. Se sentía drogado por su presencia, por el calor entre los dos. Su suave voz y aroma floral innato lo hipnotizaban. Ella habló y él se esforzó por oírla, ella se movió y los músculos de Vegeta se contrajeron en respuesta, ella flexionó los dedos y él exhaló.
—¿Quieres oír mi secreto o no? —Bulma hizo un puchero contra su pecho y se sintió como un beso. Debajo de las palabras, él podía escuchar el dolor y se preguntó si realmente quería oír lo que tenía que decir. ¿Cuáles eran las probabilidades de que alguna vez encontrara a alguien en este universo que no estuviera roto? No respondió y ella lo tomó como su consentimiento.
—Cuando tenía dieciséis años me escapé de casa. Bueno, en verdad me escapé de la universidad donde venía trabajando en mi segundo Ph.D.
Vegeta bajó la barbilla para mirar la coronilla de su cabeza. Podía ver la línea blanca de su cuero cabelludo y su cabello azul agua marina derramándose hacia abajo alrededor de sus hombros y sus costillas en un alboroto de rizos. Su rostro estaba oculto debajo de todo, pero podía sentirla hablar.
—¿Ese es tu gran secreto oscuro?, ¿la princesa se escapó de casa? Pues bien, carajo, no es de extrañar que estés neurótica. —Él se mofó con un sarcasmo tan espeso que prácticamente goteaba sobre ella.
Bulma lo mordió.
Justo en la costilla.
Vegeta se puso tieso como un palo y era todo lo que podía hacer para no saltar, acostarla y empalarla con su pene endurecido en ese mismo momento.
—¡Mierda! Ya basta, mujer.
—Ese no es mi secreto, deja de ser tan malvado.
—¡Malditos Dioses! ¿Sabes quién soy yo? Soy la puta encarnación del mal. De hecho, ya he terminado con este íntimo y esponjoso momento rosa. Suéltame de una jodida vez.
—¡No! —Ella se subió para sentarse entre sus muslos y envolvió los brazos alrededor de su cuello—. No creo que de verdad quieras que me vaya.
En su nueva posición, no había confusión del pene endurecido de Vegeta enclavado firmemente contra la humedad de Bulma. Su cola se hallaba aplastada entre ellos y tuvo que tirar de esta para evitar ser herido. Ella enterraba el rostro debajo de su mentón y él podía sentir una respiración jadeante hacerle cosquillas a su cuello.
La ira hervía en sus venas porque la mujer tenía razón. Él no quería que se vaya, lo que quería era levantarla y deslizar cada centímetro de sí mismo dentro de ella. La deseaba tanto que eso hizo a sus dientes doler y a su pecho contraerse.
En cambio, la agarró del cabello, apretó la mano en un puño y sin piedad la alejó de su pecho hasta que ella estuvo sentada erguida con la cabeza arrastrada hacia atrás. Por primera vez él obtuvo una visión clara de sus senos que no estaba contaminada por la mano de otro hombre. Estos se empujaban hacia delante y unos pezones rojos y duros coronaban la rolliza carne blanca. Eran justo lo suficientemente redondos como para caber en sus manos sin desbordar. A nivel de las costillas y del vientre se extendía un moretón que igualaba al que tenía en la mejilla y él frunció el ceño. El torso largo se cortaba en la cintura y las caderas flameaban hacia afuera de un modo dramático haciendo un nido perfecto para la mata de vello azul entre sus muslos. Ella era realmente hermosa de una manera que Vegeta no había visto en mucho tiempo.
—Bien, si Jeice está en lo correcto, entonces cuanto antes te folle, más pronto serás llevada a los cuartos de las putas. Mierda, tal vez ellos incluso me dejaran salir de aquí. Por lo menos no tendré que aguantar tus lloriqueos y todo lo que tengo que hacer es montarte en mi verga.
Los ojos de Bulma se cerraron por el dolor y su labio inferior tembló. Él sabía que iba a empezar a llorar otra vez. Todo lo que la mujer hacía era llorar. Fanjodidamentetastico.
—Lo siento, no lo hice a propósito. Solo estoy asustada y frustrada, no sé qué hacer. Estoy sola y pensé por un momento que podía trabar amistad contigo.
—No soy un tipo amigable. —Disgustado, la lanzó tratando de no hacer una mueca de dolor cuando ella aterrizó en el piso al lado del catre. Él cruzó los brazos sobre su pecho desnudo ignorando la propagación del frío que se centró en su corazón y se envolvió alrededor de sus costillas.