Dragon Ball/Z/GT Fan Fiction ❯ Libre mi corazón ❯ Capítulo ocho ( Chapter 8 )

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Este capítulo tiene contenido adulto (sí, limones), esta historia tiene clasificación M por una razón.
Exención de responsabilidad: No soy dueña o me beneficio de Dragon Ball Z.
 
 
Libre mi corazón
 
 
Capítulo ocho
 
 

 

Vegeta se paró desafiante en la esquina. Llevaba puesto el pantalón de Thorn que, aunque era demasiado grande, después de haberlo enrollado por la cintura un par de veces, le quedó lo suficientemente apretado. Para acomodar la cola, este montaba debajo de sus caderas acentuando la suave convexidad del vientre que descansaba bajo sus escalonados abdominales. El pantalón dejaba además un atisbo de sombra entre los prominentes huesos de sus caderas y la curva de su ingle, que pedía ser lamido. Por días, Bulma se la pasó mirando discretamente la longitud gruesa y pesada. Ella sabía lo que había debajo de la tela gris y, de alguna manera, ahora que estaba cubierto era mucho peor. Quería correr los dedos por la desnuda piel de las caderas que contemplaba, clavar las uñas en el material y darle un pequeño tirón.

Esos eran sus pensamientos conservándola cuerda en lugar de volverse loca de atar. Sus fantasías mantenían a raya la realidad.

Zabón se paraba justo al lado de la puerta vigilando a los esclavos que se movían a toda prisa para retirar el cuerpo y limpiaban la sangre del piso y de las paredes. Habían trascurrido dos días desde que Vegeta mató a Thorn. Por ese lapso de tiempo él se puso rígido en el piso y se corrompió a menos de un metro de distancia de donde Bulma dormía.

Ella yacía en el catre de espaldas al cuarto negándose a ser movida ya sea por Vegeta o por Zabón. Todavía llevaba puesta la camisa de Thorn, el dobladillo apenas le cubría las nalgas, pero no le importaba, iba a conservarla y Dios ayude a cualquiera que tratara de quitársela. Estaba en su punto de quiebre, cansada de ser vulnerable y de ser incapaz de defenderse de aquellos que querían abusar de ella. Se merecía la dignidad de estar cubierta y no se detendría ante nada para arañar los ojos del siguiente hombre que la tocara.

El olor a descomposición fue reemplazado por el estricto olor del antiséptico. Bulma inhaló hondo y disfrutó como el aroma le quemaban los pulmones. Hasta ahora pensó que el horror era casi ser violada, que el horror era la destrucción de su planeta y el asesinato de su familia, pero ahora lo sabía, el horror era estar atrapada en un pequeño cuarto con un cadáver en descomposición y que sus ojos amarillos te siguieran por donde quiera que ibas.

Los sonidos que hacían los esclavos desaparecieron y, aun así, la puerta no se cerró. Curiosa, miró por encima de su hombro. Sin darse cuenta sus ojos parpadearon donde Thorn había permanecido durante dos días. Los esclavos hicieron un excelente trabajo de limpieza, sin embargo, podía ver la sombra oscura de su cuerpo en el reflejo del acero inoxidable.

Miró a Zabón, quien descansaba en la puerta con un brazo apoyado contra el marco. Era una postura masculina agresiva muy inusual en él y la sorprendió lo suficiente como para hacerla voltear para hacer frente al cuarto. Él miraba con el ceño fruncido a Vegeta, que estaba de pie con los brazos cruzados y su sonrisa burlona marca registrada plantada firmemente en sus labios arrogantes.

Mi bonito está muy molesto ahora. ¿Sabes lo que es tener un compañero que está molesto, Vegeta? —Zabón hizo un gesto desdeñoso y mechones de cabello esmeralda cayeron por su frente plegada—. Por supuesto que no, ¿quién en su sano juicio tendría como compañero a un asqueroso desgraciado como tú?

Un lado de la boca de Vegeta se curvó en una media sonrisa haciendo que incluso Bulma quisiera abofetearlo.

»¿Qué pasa? ¿No puedes poner duro ese pequeño pedazo de carne entre tus piernas? ¿O es que no es lo suficientemente grande para satisfacerte?

Los labios de Zabón se fruncieron sobre sus perfectos dientes de perlas en un gruñido amenazador y Bulma pudo ver algo reptiliano ondular debajo de su piel verde cremosa. Los brazos de Vegeta bajaron de su pecho para descansar sueltos y listos a los costados.

»Por no seguir el juego, has arruinado el nuestro. Ahora Jeice está demasiado ocupado haciendo pucheros para hablar conmigo.

Bulma levantó una ceja ante el tono hosco de Zabón. Si no fuera poco probable, podría pensar que él estaba realmente molesto por el comportamiento de su novio. Quizá eran amantes en el verdadero sentido de la palabra. El pensamiento la hizo meditar. Si incluso el más malvado podía enamorarse, ¿eso significaba que lograría cambiar para mejor? Miró a Vegeta y su mente giró con la idea.

—Yo diría que lo siento, pero eso sería una mentira. —Vegeta estaba de nuevo sonriendo con satisfacción, sin embargo, había algo diferente en él. Había victoria en sus ojos. Ganó la batalla de voluntades contra Zabón, otro punto era contado a su favor.

Bulma bajó la vista a su regazo. Cuando Jeice le dijo que era un peón, se sintió desesperada, pero en este instante se dio cuenta de que Vegeta la veía a la misma luz que sus enemigos: un peón en su continua lucha por el dominio. Ahora, en lugar de desesperación, se sintió traicionada.

Ella escuchó el chirriante sonido de un metal deformándose. Alzó la vista a tiempo para ver como la pesada puerta de acero rebotaba hacia Zabón. El panel inferior por donde la comida era servida estaba abollado. Solo podía asumir que lo había pateado en un arrebato de furia.

—Bueno, el tiempo se ha terminado, hombre mono. Tenemos que bajar a la superficie por unos días, parece que algunos locales están dándole a nuestros chicos problemas. Pero cuando volvamos puedes despedirte de tu compañera de celda, nosotros vamos a tener un poco de tiempo de calidad juntos antes de que sea enviada a los alojamientos de las putas. Será divertido, quizá eso pueda animar a Jeice un poco. —Él se detuvo para recorrer con la mirada a Bulma y sus ojos se quedaron en el dobladillo de la camisa justo a nivel de los muslos. Ella se negó a moverse o a mostrar temor. No lloraría. No ahora, no cuando ellos se la llevaran, jamás.

Él ignoró su desafío y se burló de Vegeta.

»Tú, por otro lado, vas a pasar el resto de tu sentencia en solitario, así podrás pensar acerca de cuan jodido vas a estar ni bien salgas de este lugar. Ya tengo la misión perfecta para ti, solo es cuestión de convencer al señor Frízer a que te envíe allí. Si no mueres, desearas hacerlo.

La aborrecible mirada de Zabón fue grabada a fuego en el cerebro de Bulma cuando cerró la puerta de golpe dejándolos encerrados. Ella se quedó mirando el lugar por donde salió durante un largo rato antes de volverse hacia la pared. Fijó la vista en el acero color plata y, contemplando su reflejo, se preguntó hasta cuando sobreviviría. Con su maravillosa apariencia, era una apuesta segura que sería un éxito en el burdel. Tendría alta demanda. Llevaría tiempo, pero sabía que el dolor y el sufrimiento, la humillación y la inevitable enfermedad la desgastarían. Pronto se convertiría en una cáscara vacía y su aspecto se desvanecería. Desafortunadamente dudaba que eso la salvara, solo sería degradada para servir a los soldados de menor rango.

Se preguntó cuan disponibles eran los narcóticos en la nave. Siempre había sido una de esas chicas buenas de cara fresca díganle no a las drogas niños, sin embargo, ahora parecía lo apropiado. Flotar en un mar de nada sería un sueño hecho realidad. Sin sensación, sin conciencia, solo paz.

—Estás llorando.

Ella no había oído a Vegeta venir por detrás, aunque no se sorprendió. Se sentía demasiado amortiguada para percibir nada.

—¿Lo estoy? —preguntó suavemente tocando sus mejillas con los dedos. En efecto, su rostro estaba bañado de lágrimas silenciosas—. Te juro que será la última vez. —Bajó la mano y volvió a contemplar en silencio su rostro.

Vegeta la miró. Era la primera vez que la veía llorar sin hacer ruido. Por lo general, ella se lamentaba como un alma en pena, pero en esta ocasión la única forma en que lo supo fue por el olor salado de sus lágrimas en el aire. Esta vez era diferente. Esto no era autocompasión, era desesperanza. Era ella renunciando a la vida.

—No puedo salvarte de los cuartos de las putas —dijo él de forma repentina e inexplicablemente enojado.

—No te lo pedí.

Podría comprarla, supuso. Tenía más que suficiente dinero, pero no sabía cuánto tiempo pasaría antes de que consiguiera salir de la mazmorra. Le llevaría días o semanas, para entonces sería demasiado tarde, habría sido violada por decenas de hombres.

Sus puños se apretaron a los lados y, aun así, no se movió. Si la compraba, no trascurriría mucho antes de que ella muriera por asesinato político. Tenía muchos enemigos que tomarían placer en torturar a cualquier persona remotamente conectada a él, en especial a alguien tan débil que no podía protegerse a sí misma. Y tampoco sería capaz de protegerla. Se iba en misiones por meses, incluso años. A ella le iría mejor como puta, quizás viviría más tiempo de esa manera.

—No soy libre de hacer lo que quiero. —Él escupió las palabras con odio. Ella se encogió de hombros frente a su ira y llevó las rodillas hacia su pecho. El silencio lo enfureció aún más—. ¡No puedo salvarte! —gritó de pie ante ella.

Bulma se dio la vuelta con los ojos escupiendo fuego y se arrodilló para estar a su mismo nivel.

—No te lo pedí. —Ella le devolvió el gritó golpeándolo en el pecho con sus diminutos puños—. ¿Por qué lo harías? No soy nada para ti, solo un peón, solo un juguete para sus juegos enfermos. ¡Te odio! ¡Los odio a todos! —le gritó molesta.

Él se echó hacia atrás ante su asalto. Eso era cierto, cuando se dio cuenta de que ganó la batalla de voluntades contra Zabón y Jeice, estuvo eufórico. Aun encarcelado había sido capaz de desafiar las probabilidades y no se quebró. Todo lo que tenía que hacer era permanecer en su esquina durante dos días más. Solo debía alejarse, no tocarla, no sentir y no hacer nada.

La agarró por la parte superior de los brazos y la jaló hacia su amplio pecho. Los senos de Bulma subían y bajaban contra él con cada aliento que tomaba. Tenía las mejillas enrojecidas y la boca abierta por el temor. Ella no tuvo tiempo de luchar cuando él descendió para cubrirle la boca con sus labios carnosos. La besó profundamente aspirando el aire de sus pulmones. Los ojos de Bulma se pusieron en blanco al saborearlo en su lengua. Algo visceral envolvió su bajo vientre. Todo el miedo, la preocupación, la locura acechando en los bordes de su razón desaparecieron con el contacto de la piel caliente de Vegeta, con el sabor de sus labios.

Él se separó justo cuando Bulma lo exploraba y ella sintió la pérdida en lo más profundo donde un dolor insistente había empezado a florecer. Sus brillantes ojos de zafiro se abrieron para mirarlo. Estaba aturdida y esperando todo al mismo tiempo.

—No puedo salvarte del burdel, pero puedo salvarte de Zabón y de Jeice.

Ella parpadeó y se fijó en sus ojos. Miró más allá de la oscuridad al fuego. Se dejó hipnotizar por la danza de las llamas y se paralizó por el calor.

—Si haces eso, perderás.

Él perdería. Perdería el respeto por el que tanto luchó a lo largo de los años, perdería un pedazo de sí mismo si se la llevaban lejos, perdería su orgullo por la debilidad que sentiría en el corazón si ella eventualmente muriera. Pensó en sus trece de nuevo cuando había sido gobernado por las emociones y las hormonas, con todos sus deseos y necesidades enredados en un indescifrable caos en sus entrañas. Como en el momento en que vio su sangre vertida fuera de él y todo lo que quería era morir, porque el conocimiento de que no era adecuado para liderar ardió en su garganta al saber que nunca sería el príncipe que todo el mundo necesitaba.

Bulma no le hizo querer ser un príncipe ni querer luchar por el dominio. Todo lo que hizo fue hacerlo querer ponerse de pie y ser un hombre, su hombre.

El fuego en los ojos de Vegeta se avivó y Bulma sabía que no eran llamas de destrucción, sino de deseo.

—He perdido antes.

Ella se quedó boquiabierta y no fue hasta ese momento en que se dio cuenta de que había estado conteniendo el aliento. Sus palabras la sacudieron hasta la médula. El pensamiento de él sacrificando una parte tan intrínseca de sí mismo, su orgullo, solo para salvarla de una cosa, la conmovió. Eso era lo último que deseaba de Vegeta, nunca se lo pediría. No deseaba ser salvada por él, deseaba ser querida.

Ella se apartó y sus labios temblaron.

—Esto no cambiará nada. Si son Zabón y Jeice o toda la tripulación de hombres, a menos que ocurra un milagro, será hecho. No deseo que sacrifiques tu orgullo porque sientes lástima de una pobre y patética chica de la Tierra. Nunca tomaría algo tan importante para ti y la última cosa que necesito es sexo por piedad.

Los dedos de Vegeta se cerraron sobre la piel sensible debajo de sus manos. No la dejaría caer en un charco de autocompasión en la cama. La obligó a mirarlo, a verlo.

—Es mi elección, no la tuya —dijo con una voz muy grave, sus ojos oscuros parecían piscinas cristalinas.

Bulma oyó su cólera y pudo sentirla vibrar a través de sus dedos. Ella adelgazó los labios con rebeldía y estrechó los ojos.

—Es mi elección decir que no —le escupió las palabras todavía enojada por todo, incluso con él.

Vegeta gruñó bajo y profundo en su garganta y Bulma se estremeció, apenas resistió el impulso de abrazarse a su pecho para que pudiera sentirlo repercutir en su interior. Era un sonido completamente animal, una advertencia mortal de no jugar, no correr ni esconderse, pero todo lo que ella quería hacer era disfrutarlo.

—El universo no gira alrededor tuyo, pequeña mujer. Yo no hago nada por el bien de otros, no siento pena por nadie y no sacrifico nada por mera lástima. ¿No has considerado por una vez mis motivos?

Bulma lo observó con una mirada penetrante. Cayó en sus profundos e interminables ojos y su mente dio vueltas en círculos. No había ningún valor estratégico en dormir con ella. No había nada que pudiera darle y esto disminuiría su fuerza ante sus enemigos. Solo podía haber una razón para que lo hiciera.

—¿Me quieres? —Su voz se quebró y perdió la capacidad de respirar. Temblaba por el deseo líquido esparciéndose a través de su pecho.

—¿Acaso lo dije? —Él la contempló con el ceño fruncido y las cejas oscuras ensombrecidas.

Bulma se ahogó con el aliento atrapado en su garganta y cayó en su amplio y desnudo pecho. Presionó el rostro contra la cálida piel por encima de su corazón y bajó las uñas por sus costillas. Vegeta todavía la sostenía por los brazos, suspendida, pero no separada de él y se quedó quieto bajo su toque, lo que le permitió a ella escuchar los latidos de su corazón.

—Tú me quieres —susurró otra vez sobrecogida, sumergiéndose en el puro y ardiente calor que era él. Supo que así viviera hasta los cien años, nunca conocería una calidez como la suya.

—Hmm. —Vegeta bajó las manos por sus antebrazos hasta que sus fuertes dedos le rodearon las muñecas. Él agachó la cabeza para oler su cabello buscando su esencia femenina floral. Incluso después de días de solo tomar baños en el lavabo allí abajo en la sombría mazmorra, Bulma todavía olía a flores y a lluvia. Era un aroma singular, solo suyo y de nadie más. Ella se inclinó para acariciar su cuello y tocó ligeramente su pulso con los labios. El corazón de Vegeta se aceleró por el contacto y la sensación de su piel de seda contra la suya—. ¿Qué es lo que quieres? —le susurró al oído.

Bulma levantó la cabeza y sus labios lo rozaron.

—A ti, Vegeta. Ser tocada con suavidad por última vez. Quiero que me beses.

Sus labios descendieron sobre ella e indagó profundamente dentro de su boca con la lengua. Ella se fundió en él, dándose entera. Vegeta liberó sus muñecas y la rodeó con los brazos para sostener las curvas de sus nalgas. Era redondeada, suave y encajaba con él a la perfección, llenando su enorme vacío interior con calor líquido. Ella se ajustó a su pecho como si hubiera sido hecha para estar allí. Era tan delicada y elegante, un sueño formado en la realidad solo para él. Vegeta la levantó y tiró de sus caderas, así ella podría sentir la dura presión de su eje contra su hendidura. Así podría sentir lo mucho que la deseaba, la necesitaba, la ansiaba.

El material de su pantalón la rozó seductoramente, burlándose con el pensamiento de su aterciopelada piel justo debajo de la delgada tela. Ella le echó los brazos al cuello y acarició sus músculos estratificados de un modo casi reverente. Él era tan fuerte, tan poderoso, aun sin su ki. La hembra instintiva en su interior ronroneó ante la gruesa protuberancia de los músculos bajo sus palmas y la sensación de su abdomen rígido presionando el suyo más suave. La forma en que la sostenía sobre su pecho la hizo sentir delicada y apreciada, como algo que debía ser manejado con amoroso cuidado.

Lo miró sorprendida al ver sus pestañas sobre sus mejillas bronceadas y el calor explotó en su pecho ante la vista. Vegeta se veía vulnerable y confiando, no tenía miedo de cerrar los ojos al besarla. De alguna manera sabía que el depredador peligroso sosteniéndola normalmente no tomaría ese riesgo. Incluso en sus más íntimos momentos estaría vigilante contra un ataque, pero con ella, él solo vivía el momento, la complacía sin pensar en nada más.

Bulma bajó los párpados poco a poco, no obstante, en el último momento, la oscuridad destelló a través de su línea de visión. Un ahogado sobresalto de angustia emergió de su garganta. Intentó forzarlo a retroceder, pero falló. El recuerdo de Thorn descomponiéndose la enfermó. Apretó sus ojos cerrados, ahogándose en la sensación de escapar de la realidad.

Los hombros de vegeta se endurecieron bajo sus manos y, aun así, no paró de besarla. Sus labios eran cálidos y reconfortantes, aunque agresivos en sus deseos. Él la saboreó deslizando la lengua a través de sus labios antes de devorarla entera. Con un remolino sensual de su lengua logró distraerla de su tristeza encerrando el mundo hasta que solo ellos existieron. La arrastró fuera del catre, los pies de Bulma colgaron por encima del piso mientras se aferraba a él. Vegeta separó los dedos para así poder sentir la mayor parte de su piel y enterró el rostro en la curvatura de su cuello para perderse en la larga maraña de su cabello. La cabeza de Bulma empezó a dar vueltas y puntos negros danzaron a través de sus párpados, pero se negó a dejarlo ir. Quería morir allí mismo, en sus brazos. Era su propio cielo personal.

Vegeta se alejó y ella gimió decepcionada. Él la observó mirando profundamente en su alma.

—¿Puedes ver la oscuridad?

Ella plegó la frente. Sabía que había oscuridad dentro de él, en lo profundo de su alma y, a pesar de eso, cuando lo miraba, todo lo que veía eran las brillantes llamas ardiendo.

—Veo fuego.

Una pequeña sonrisa adornó los labios de Vegeta y el corazón de Bulma latió con fuerza en respuesta. Ella nunca vio esa expresión en su rostro antes. No era burlona ni lasciva, era el más puro reflejo de él del que era testigo. Los ojos de Vegeta se desplazaron a un lado atrayendo su atención hacia el piso detrás suyo.

—Me refería a la oscuridad en el piso. Algunas personas no pueden verlo, pero la muerte siempre deja un remanente.

Ella contuvo el aliento al darse cuenta de que la sombra en el piso no era solo su imaginación. Asintió y sus pestañas descendieron para cubrir sus ojos que brillaban como joyas. Con mucho cuidado, Vegeta la bajó deslizando su cuerpo sobre el suyo en una burla. Ella dobló los dedos sobre sus bíceps para mantenerlo cerca, pero él la tomó de las caderas y la empujó a un lado.

Extendió un brazo y puso el catre de costado. El delgado colchón cayó al piso entre la pared y el marco volcado creando un pequeño espacio oculto. La llevó a los pies del lugar para que así ella pudiera acostarse sobre el colchón. Bulma se quedó por un momento mirando el espacio entre la mancha y la pared que Vegeta había creado.

Él se elevó sobre ella desde atrás, pero Bulma no se sintió intimidada, se sentía protegida. Lo oyó inhalar y se reclinó contra él, sabía que quería su aroma. Sus finos cabellos azules se aferraron al pecho desnudo de Vegeta y ella pudo notar el suave tirón en su cuero cabelludo cuando giró la cabeza para hablar.

—¿Estás poniendo una barrera entre nosotros y la muerte?

Detrás de ella, él se encogió de hombros obligándola a dar la vuelta. Bulma lo miró con una pregunta en los ojos, pero no recibió una respuesta, aun así, se negó a alejarse hasta que obtuviera una. Él se apoyó en el marco de la cama y se inclinó hacia ella, lanzándole su sombra.

—Imposible, soy la muerte —le dijo en un tono que resultaba inquietante—. Y ahora mismo, ni los Dioses se atreverían a interponerse entre tu pequeño cuerpo y yo.

El rostro de Bulma se ruborizó por el evidente deseo que ataba su rica voz y por la pasión en sus ojos oscuros. Ella bajó la mirada ante su intensidad y vio los casi imperceptibles hilos de cabello azul atrapados en sus pectorales que los conectaba. Arrastró las uñas por su marcado abdomen hasta que cogió la pretina de su pantalón.

—No creo que seas la muerte, Vegeta.

Él siguió la trayectoria de los delicados dedos y vio cómo se sumergieron debajo del rollo de su pantalón. Sus ojos se precipitaron hacia el rostro de Bulma, pero ella solo se enfocaba en su propia mano.

—Entonces eres una mujer tonta.

Ella no levantó la mirada, sin embargo, una débil sonrisa se dibujó en sus labios. Apretó el puño en el material y sus nudillos rozaron unos rizados vellos oscuros. Podría ser una mujer tonta, pero estaba a pocos minutos de tenerlo por completo. Aun si solo fuera por un día o dos, ¿quién más en el universo era capaz de jactarse de tal afirmación? Tiró de la tela y quedó complacida cuando los pliegues se deshicieron con facilidad, lo que hizo que el pantalón cayera al suelo. Inhaló profundamente llenando sus pulmones con un almizclado olor masculino.

La longitud larga y gruesa de Vegeta empujó hacia ella y la carnosa corona lagrimeó al ser tocada. Bulma arrastró los dedos por la punta, sonriendo cuando esta dio un brinco anticipado. Se sentía caliente y suave, como terciopelo cálido. Sus brillantes ojos se entrecerraron y ella se humedeció el labio inferior de un modo seductor.

Inesperadamente, él la agarró por la muñeca para obligarla a mirarlo. Lo que ella vio le quitó el aliento. Sus oscuros rasgos magros eran intensos por el deseo y sus ojos ardían con una abrasadora necesidad. Él la tiro hacia su cuerpo y rozó su mejilla con la suya.

—Entre tú y los restos de la muerte, entonces —susurró en su cabello azul, casi como si tratara de apaciguarla admitiendo un pequeño punto antes de reclinarla sobre el colchón.

Bulma se acostó voluntariamente mientras él se extendía sobre ella. Vegeta la besó de nuevo y ella suspiró en su boca. La besó como un Dios, fuerte y enérgico, pero suave y burlón. Él deslizó la lengua a lo largo de los rincones de su boca en busca de sus secretos, aunque ya sabía todo lo que esta tenía para dar.

Cogió la camisa con una gran mano rompiendo el beso para retirársela por encima de la cabeza y la arrojó sobre la barrera, pero Bulma apenas lo notó. Ella pasó las manos por el pecho de Vegeta explorando cada oleaje muscular y cada esculpida hendidura. Se sentían calientes al tacto, casi quemaba y amaba su calor, la suave aridez de su piel. Tocarlo era como tocar una estatua de bronce al sol del mediodía. No había ninguna suavidad en él, ni siquiera en sus labios carnosos burlándose de los suyos. Su calor sofocante estaba en todas partes, incluso en su núcleo.

Él se frotó contra ella y Bulma inhaló audiblemente entre sus pequeños dientes blancos, haciéndolo temblar de pies a cabeza en respuesta. Vegeta pasó la boca por su cuello, sintió su pulso y dispersó besos a través de su clavícula. Tomó sus senos con las manos para que así pudiera girar la lengua sobre los pezones. Sabían a sol, aun en lo profundo de la mazmorra. Su piel de marfil era como la seda y cuando la tocaba, podía sentir el arco de calor entre los dos.

Ella se sacudió contra él, gimió con deleite y arqueó las caderas alisando su humedad contra su grueso pene. Recorrió con las manos sus anchos hombros y sus brazos buscando la perfección y encontrándola. Él la besó y la acarició. La hizo querer gritar de necesidad, pero siempre se mantuvo por delante de ella, siempre mantuvo en control.

—Quiero tocarte por todas partes. Te quiero en mi boca, quiero saborear cada centímetro tuyo —sollozó Bulma cuando él besó su ombligo. Las manos de Vegeta aumentaron la presión alrededor de su cintura y ella pudo sentir cada pulsación individual de sus dedos.

—No —susurró él en un tono áspero y su cálido aliento desordenó sus apretados rizos azules.

—Por favor —le rogó Bulma. Ella sintió algo suave y fuerte envolverse alrededor de su pierna haciéndole cosquillas en la rodilla. Se quedó sin aliento cuando su cola bajó por su pantorrilla para sujetarla del tobillo en un asimiento posesivo.

—No puedo. —Él lamió la cara interna de su muslo y ella separó las piernas—. Todavía no. —Pasó la lengua sobre su hinchado clítoris y ella se sacudió en el piso. Vegeta la sujetó para degustarla otra vez, era tan dulce que le hacía daño—. Tal vez después de la quinta o sexta vez voy a ser capaz de encontrar la fuerza. —Su voz se oía tensa por una dolorosa carencia y Bulma sintió que todo su cuerpo respondía a ello. Necesitaba llenar esa carencia en él, necesitaba calmar su dolor.

—Entonces, por favor, permíteme.

Su cálido aliento sopló contra ella y él pasó la lengua a lo largo de su hendidura. Luz y colores estallaron detrás de los ojos de Bulma y convulsionó en el colchón. Vegeta se incorporó y se sentó con ella separadas de piernas sobre sus muslos. La besó profundamente y ella pudo saborease a sí misma mezclada con su sabor.

Él le puso una mano entre los omóplatos y la otra se apoyó en la curva de sus nalgas para levantarla. Su cola liberó su tobillo y se enroscó alrededor de su torso para ayudarla a sentarse, esta quedó con la punta descansando entre sus senos llenos dando golpecitos entusiastas en su piel sensible. Ella podía sentir una gruesa dureza presionando su entrada y gimió. Él la bajó, pero ella cerró las rodillas rompiendo el beso. Bulma miró el rostro de Vegeta vuelto hacia arriba y lo contempló. Necesitaba verlo cuando se convirtieran en uno. Quería quemarse en el fuego de sus ojos y flotar con él por toda la eternidad. Quería que supiera que era ella y solo ella a quien sostenía.

Vegeta tragó saliva y le devolvió la mirada.

—La última oportunidad, Bulma, di que no y escapa de la oscuridad.

Él estaba listo en su entrada con la punta empujando insistentemente sobre sus tiernos labios. Bulma puso las manos en sus magras mejillas y lo obligó a verla.

—Yo solo veo fuego —le susurró.

Ella dejó caer su cuerpo cuando se fundieron en un beso y Vegeta soltó un gruñido en el momento en que sus caderas se encontraron. Los dos comenzaron a moverse como si fueran uno, el cuerpo ya naturalmente caliente de Vegeta se convirtió en un horno que quemó los muslos y los senos de Bulma, quien sentía que el sudor empezaba a hormiguear bajo su cabello azul y a lo largo de su espalda mientras su pálida piel se volvía roja y resbaladiza. El frenecí que los sacudía los hizo incapaces de mantener la indulgencia de su beso. Ella echó la cabeza hacia atrás dejando que las ondas de su largo cabello bajen hasta su cintura y le clavó las uñas en los hombros a fin de mantenerse estable.

Vegeta enterró el rostro entre los senos turgentes de Bulma para luego saturar con besos sus pezones contraídos. Él la agarraba con más fuerza de las caderas mientras la montaba una y otra vez sobre su pene endurecido. Ella hundió los dedos en sus hombros y él respiró, ella gimió y él empujó, ella sollozó cuando llegó su liberación y él se vino.

Bulma sintió que todo su cuerpo se estremecía y arrojó la cabeza hacia atrás. Las luces del techo ardían en sus párpados cuando de repente se apagaron. Regocijándose en la oscuridad, se inclinó hacia delante y envolvió sus brazos alrededor de los hombros de Vegeta en el momento en que él presionaba el rostro contra su pecho. Ella acarició su cabello y lo besó en la frente. La luz proyectaba sombras, pero la oscuridad le mostró la única verdad.