Dragon Ball/Z/GT Fan Fiction ❯ Punto sin retorno ❯ Cuando el polvo se asentó ( Chapter 21 )
Punto sin retorno
Capítulo veintiuno
Cuando el polvo se asentó
Desde arriba, Frízer vio lo que estaba sucediendo y reaccionó instintivamente lanzando un poderoso aluvión de ráfagas de ki rojo hacia el saiyayín que le disparaba con una furia ciega. El tirano subió más alto en el cielo para obtener una mayor influencia mientras el suelo se sacudía y continuó disparando ráfaga tras ráfaga en su ira y estupefacción por la transformación que acababa de presenciar. Nunca en las décadas pasadas con el príncipe saiyayín había siquiera imaginado que fuera capaz de tal fuerza bruta, porque si ese hubiera sido el caso, lo habría ejecutado personalmente cuando era un niño.
Frízer continuó disparando y alcanzando mayores alturas, su idea era dirigir la trayectoria de su asalto de un lado al otro para no dejar ninguna posibilidad de escape. El humo siguió elevándose en respuesta al ataque mortal mientras jadeaba. Unos segundos después, a través de una pequeña rendija en este, captó un destello dorado y el pánico recorrió su espalda hasta la punta de su cola. Vegeta nunca habría sobrevivido a un ataque de tal magnitud antes. En su histeria febril, Frízer intentó disparar las ráfagas más rápido, solo para darse cuenta de que el impresionante poder que había usado contra Trunks estaba fuera de su alcance con Cooler muerto.
Antes de que pudiera pensar en otra estrategia, sus ojos se abrieron conmocionados cuando Vegeta se disparó lleno de furia a través del humo oscuro de las explosiones, ileso y con un único y vengativo propósito. Todo lo que vio fue una mancha dorada de luz antes de que lo golpeara en la sien con el puñetazo más fuerte que el saiyayín había lanzado en toda su vida. Vegeta permaneció en lo alto del cielo mirando como Frízer caía de cabeza al suelo por el violento golpe. Apretando los dientes, encendió su aura dorada y su odio resquebrajó el aire nocturno junto con su ki.
Lejos de controlar su sed de sangre, el príncipe temblaba de ira mientras echaba las manos hacia atrás donde un brillante ki azul destelló al preparar la Galick Ho con la que atacaría. Ese ki ya latía y crecía con intenciones mortales, incluso antes de que Frízer cayera al suelo. La electricidad se disparó alrededor de Vegeta, quien apenas había notado su propio poder hasta que una voz aterrada y familiar repentinamente atravesó la neblina de odio en sus pensamientos.
¡Vegeta! ¡Ese ataque será demasiado poderoso!, gritó Gokú mentalmente.
¡Sal de mi cabeza, Kakaroto!, fue la respuesta furiosa que recibió.
Pero destruirás todo el plane...
¡NO ME IMPORTA!
Solo para probar su punto, Vegeta puso más poder en el ataque, lo que hizo que chispas de electricidad rodearan sus manos temblorosas. Al mismo tiempo, utilizó su disciplina para tomar el control de su mente y así no ser receptivo a ninguno de los saiyayíns en la tierra. Esta era “su” pelea e iba a lucharla como le diera la gana.
Al hacerlo, sin embargo, una revelación cruzó sus pensamientos. Este ataque iba a matar a Frízer, pero su viejo amo no merecía una muerte tan fácil. ¿Por qué demonios iba a darle una? Sería misericordioso si terminaba rápido con él, no obstante, nadie merecía menos misericordia.
—No va a dar marcha atrás —le dijo Gokú a su hermano. Al instante agarró a Trunks, Raditz agarró a Gohan y rápidamente se apartaron cuando Frízer comenzó a disparar un ataque tipo misil. Ahora estaban arrodillados fuera de vista observando la batalla que se desarrollaba. Gokú tenía los ojos fijos en Vegeta, apretó los dientes y agregó—. No puedo dejar que dispare ese ataque…
—No te involucres, Kakaroto —gruñó Raditz que apenas era consciente de que Gohan estaba detrás de él y se asomaba para ver la pelea. Frente a ellos, el tirano luchaba visiblemente por ponerse de pie otra vez—. Es Frízer de quien hablamos y esta es la pelea de Vegeta. Él te matará si te involucras, créeme.
—Pero va a destruir el pla…
—No lo hará. Ya habría disparado, mira.
Ambos volvieron a alzar las miradas y, en efecto, Vegeta aún no había disparado. El saiyayín estaba demasiado lejos en el cielo para que pudieran ver lo que hacía, pero cuando Gokú miró a Frízer, inmediatamente ató cabos.
—Él va a prolongar esto. —Se dio cuenta—. Hará que dure el mayor tiempo posible.
Raditz asintió. Estaba a punto de decir que esa muerte sería más que merecida, cuando Vegeta abandonó el poder de su Galick Ho y en su lugar voló directamente hacia Frízer con la intención de matarlo usando sus propias manos. Las únicas advertencias que recibió el tirano en el momento que recuperó el equilibrio fueron el aumento del ki de Vegeta y un destello de luz dorada. Luego hubo lo que parecía una explosión masiva, ya que la acción se desarrollaba demasiado rápido para que Gokú y Raditz lo vieran.
Pero incluso antes de que el espeso polvo se despejara, sabían que en esa fracción de nanosegundos, algo había salido muy mal. Y cuando oyeron la risa estridente de Frízer cortando triunfante el aire, supieron que la batalla apenas comenzaba.
—No lo viste venir, ¿verdad, príncipe? —preguntó Frízer riéndose de felicidad. Jadeaba, sus músculos estaban visiblemente tensos y abultados, porque jalaba los brazos de Vegeta hacia atrás. El príncipe se hallaba en un cráter en el suelo, con el pie de Frízer firmemente sobre su espalda y el rostro retorcido de dolor. En un golpe bajo que no había previsto, el tirano formó una larga y afilada cuchilla de ki desde su mano hasta su codo con la que le cortó la armadura y la piel sobre las costillas antes de que él pudiera atacar. Nublado por la ira, Vegeta no lo vio hasta que fue demasiado tarde y se había estrellado contra el suelo dañándose con su propio impulso.
»¿Te atreves a desafiarme? —le gritó Frízer bajando el pie y empujando brutalmente el talón donde sabía que estaría el muñón de la cola de Vegeta. El príncipe se estremeció de agonía, cerró los ojos con fuerza y desesperado, hundió los dientes en el suelo rocoso para no gritar. Intentó acceder al poder en su interior, el cual acababa de usar hace unos momentos, pero su inexperiencia con este lo estaba perjudicando por completo. La profusa hemorragia a nivel de sus costillas tampoco ayudaba y le dificultaba respirar.
»¡Solo porque tengas un nuevo color de cabello y de ojos no significa que puedes vencerme! ¡No eres un super saiyayín, no eres un príncipe, no eres NADA más que un mono sin valor y ahora vas a morir como uno! —gritó Frízer, tras lo cual usó su cola para agarrarle los brazos y disparó una ráfaga de ki en dirección a la zona de la armadura de Vegeta por donde sangraba.
El príncipe mordió más el suelo rocoso mientras su cuerpo temblaba de humillación, agonía y rabia al mismo tiempo. Estaba perdiendo el control sobre su poder a cada segundo y sin que lo supiera, sus ojos verde azulados se volvieron negros por un instante antes de cerrarlos. Con esfuerzo obligó al caos en su mente a establecerse en lo que había desencadenado su poder en primer lugar: su hijo, Trunks. Iba a vengarlo a él y a todos los demás saiyayíns asesinados por Frízer o moriría en el intento.
Y si iba a morir, estaría condenado si lo hacía a los pies de este bastardo.
Frízer trató de mantener su control sobre Vegeta que luchaba furiosamente por liberarse. Era fuerza bruta contra fuerza bruta. El tirano estaba agarrándole las muñecas y jalaba sus brazos hacia atrás de forma antinatural con tanta fuerza que ya se los habría arrancado a cualquier otra persona. Pero Vegeta se resistía al desprendimiento con la misma fuerza y se hallaban en un breve punto muerto hasta que de pronto sus brazos se remecieron y las venas en ellos se pronunciaron cuando su nuevo poder latió lentamente a través de su cuerpo. Frízer comenzó a entrar en pánico al sentir que la fuerza de su enemigo volvía. A toda prisa, le puso un pie entre los omóplatos para mantenerlo en su lugar, pero prácticamente podía sentir las descargas del poder del saiyayín en el aire mientras un aura dorada lo rodeaba una vez más.
Justo cuando Vegeta accedía al poder que necesitaba con desesperación para vencer, Frízer lo dejó ir. De inmediato se dio la vuelta a tiempo para ver como Gohan aterrizaba de espaldas a él. Vegeta se recostó, movió los hombros con el fin de aliviar el dolor abrasador allí y puso una mano en su costado para detener el sangrado. No pudo evitar su sorpresa cuando levantó la mirada y vio a Frízer a unos veinte metros de distancia tragando tierra.
—¡Gohan! —gritaron Gokú y Raditz alarmados. Vegeta apretó los dientes y miró furioso la escena que se desarrollaba frente a él.
—Oh, no —susurró Gohan tan asustado que tragó saliva. Había visto el breve cambio en el color de los ojos de Vegeta y solo quiso ayudar. Sin embargo, ahora se preguntaba cuán inteligente había sido su decisión, ya que Frízer volvió su mirada mortal hacia él. El pequeño dio un paso cauteloso hacia atrás, pero no tuvo tiempo de hacer otra cosa antes de que súbitamente, el tirano gritara como un salvaje:
—¡Pagarás por esto con tu sangre, niño!
Justo cuando Frízer disparó hacia Gohan para matarlo, fue interrumpido por Gokú que apareció frente a su hijo. El saiyayín apenas pudo bloquear el ataque, aunque no pudo detener la rodilla que se clavó en su estómago. Jadeó por aire, se cogió el abdomen y cayó ante Frízer.
—Ustedes, los saiyayíns, simplemente no saben cuándo rendirse —siseó el tirano con la mano en alto y formó un puño para darle el golpe mortal. Gokú lo miró preparado para luchar hasta la muerte por proteger a su hijo y se dispuso a devolver el golpe.
Nunca tuvo la oportunidad. Vegeta apareció de improviso detrás de Frízer, cerró la mano al instante en su muñeca con un agarre de hierro y detuvo el ataque antes de que comenzara. Frízer se congeló, sus ojos se abrieron conmocionados cuando sintió la fuerza en la mano del saiyayín que le rompía la muñeca con deliberada lentitud. Al final aulló de dolor y le lanzó una mirada de rabia pura.
—Lo siento, Frízer, pero Kakaroto morirá por mi mano y la de nadie más, mucho menos por la tuya —gruñó Vegeta, su aura dorada se encendió mientras su ki se elevaba. Con cada momento que pasaba, ganaba más control sobre el poder que antes solo había estado disponible si su ira se intensificaba. Ahora pulsaba en su sangre, ya que se estaba terminando de instalar en su ki normal haciéndolo arder y dándole una fuerza que nunca imaginó.
—¡Cómo te ATREVES! ¡Debería haberte matado cuando tuve la oportunidad junto con toda tu inútil raza! —chilló un Frízer enfurecido luego de lo cual lanzó el codo hacia atrás para golpear la cara de Vegeta y ambos desaparecieron.
Gokú se puso de pie otra vez e inmediatamente se dirigió hacia Gohan para protegerlo. Solo podía ver partes de la batalla debido a que las cosas se movían demasiado rápido. No muy lejos del suelo, Frízer y Vegeta estaban en un encarnizado combate intercambiando brutales golpes en una lucha de resistencia tanto física como mental. Pero mientras Frízer se volvía más lento por sus heridas, Vegeta se nutría de las suyas. El tirano finalmente se abrió paso con su cola al lanzar un salvaje latigazo que cayó en la cara del saiyayín, lo que lo obligó a girar y a caer al suelo. Vegeta aterrizó sobre sus manos y rodillas, sacudió la cabeza para recuperarse, pero Frízer aprovechó la situación, formó una enorme esfera púrpura de ki en la palma de su mano y lo miró con odio puro.
—¡Toma ESTO, mono! —gritó mientras arrojaba la esfera justo cuando Vegeta miraba por encima de su hombro. La esfera de ki dio directo en el blanco y después estalló obligando a Gokú y a Raditz a proteger a Trunks y a Gohan de la onda expansiva que siguió. Frízer flotó lentamente en el aire jadeando, una sonrisa se extendió por su cara y se rio como un loco. No había señales del príncipe ni tampoco debería haberlas. Nadie podría haber sobrevivido a eso.
Le tomó unos segundos darse cuenta de que alguien se reía con él. Frízer parpadeó, dejó su risa loca y luego lo escuchó más claramente. Miró a su alrededor para tratar de ver de dónde venía esa risa, mas no pudo lograrlo.
—¿Sabes lo que en realidad es divertido? —La voz de Vegeta cortó el aire, sonaba como si estuviera justo detrás de Frízer. El tirano se dio la vuelta, pero no vio a nadie. Siseó frustrado mientras Vegeta se seguía riendo—. El hecho de que pensaste que tenías una oportunidad en esta pelea.
—¿Dónde estás? —gruñó Frízer, su cola daba azotes de un lado al otro—. ¡Sal y pelea, cobarde!
Con una rapidez imposible, Vegeta apareció, forzó a Frízer a caer al suelo y le plantó su bota ensangrentada firmemente detrás de la cabeza. El tirano luchó con desesperación, pero la presión aplicada contra él era insoportable. Frízer levantó una mano para tratar de disparar una ráfaga con el fin de obligar a su enemigo a alejarse, sin embargo, Vegeta rápidamente y sin piedad piso esa mano con su otra bota, la aplastó y obtuvo un aullido de dolor. Él había escuchado ese tipo de gritos millones de veces a lo largo de su vida, pero nunca sonaron tan dulce a sus oídos como ahora.
—¿Cobarde? —gritó Vegeta, sus puños enguantados se alzaron de rabia mientras clavaba sin piedad la bota en el cráneo de Frízer obteniendo otro aullido de dolor y furia—. ¡Tú eres el que me separó de mi padre cuando era un niño y luego me mintió sobre salvarle la vida! ¡Aquí solo hay un cobarde y ese eres TÚ!
—¡Vegeta, por favor! —gritó Frízer desesperado, iba a decir lo que fuera necesario para salvarse ahora—. ¡Prácticamente te CRIÉ! Te prote…
—¡CÁLLATE! ¡Mataste a mi familia, a toda mi raza y ahora has matado a mi hijo! —rugió Vegeta mientras desplazaba la pierna hacia abajo para darle un brutal golpe en la espalda. Era un ajuste de cuentas por todas las veces que el tirano casi lo había lisiado más allá de lo que los tanques de regeneración podían curar. El crudo sonido del dolor liberado era música para sus oídos. Vegeta se agachó en un enloquecido intento de causar más dolor arrancando la extremidad más cercana que pudiera alcanzar, que vino a ser el brazo de Frízer. Sin embargo, solo logró agarrarlo, ya que Gokú apareció frente a ellos.
Los ojos del saiyayín más joven se entrecerraron.
—Vegeta, es suficiente, se acabó…
Esas palabras se detuvieron cuando Vegeta soltó el brazo de Frízer y apuntó una pequeña esfera de ki formada en la punta de su dedo directo al corazón de Gokú como advertencia.
—Tú y yo tendremos nuestro día en el futuro, Kakaroto, te lo garantizo —gruñó Vegeta, sus ojos verde azulados se veían llenos de venganza—. Pero ese día no es hoy, no cuando aún no has ascendido y no eres un desafío. Si no retrocedes en este maldito momento, te mataré aquí frente de tu hijo, ¿qué escoges?
Gokú dio un lento paso hacia atrás, más para calmar el temperamento del príncipe que por temor. Si bien Vegeta era más fuerte que él ahora, no le tenía miedo. En todo caso, estaba entendiendo al hombre por primera vez desde que se conocieron.
—Haz lo que quieras, Vegeta, no puedo detenerte —dijo finalmente después de un silencio tenso solo roto por la impotente lucha de Frízer por liberarse—. Pero él está pidiendo piedad y...
Las palabras de Gokú murieron de golpe cuando imágenes de Frízer y Vegeta pasaron por su mente, imágenes terroríficas que le mostraban un dolor y sufrimiento como nunca antes había imaginado. Estaba viendo al príncipe de niño, apenas mayor que su propio hijo, soportando torturas que habrían destrozado a hombres de cinco veces su edad. Era un ciclo interminable de violencia que dejó a Gokú tambaleándose hasta que las imágenes se detuvieron misericordiosamente. Miró a Vegeta sorprendido, no podía creer que él le hubiera proyectado todo eso, cuando escuchó...
¿Ves?, ese es el motivo por el que debes mantenerte al margen de esto.
Excepto que esa no era la voz de Vegeta, ese era Raditz hablando. Gokú giró el rostro hacia su hermano y cuando vio la mirada seria que recibió, asintió pasmado. Volvió a observar a Vegeta y a Frízer, y dio otro paso hacia atrás. Si bien generalmente pensaba que la gente podía cambiar, por lo que Raditz le había dicho —y mostrado—, y por lo que él mismo había visto, Frízer no cumplía con los requisitos.
Vegeta no sabía —y nunca sabría— por qué Gokú retrocedió, pero no le importaba. Regresó su interés a Frízer y levantó la bota haciendo que el tirano respirara aliviado. Su cola temblaba al igual que sus piernas. Vegeta no le prestó atención a eso mientras caminaba lentamente rodeándolo para pararse frente a él y sonrió satisfecho.
—Tú arrodillado ante mí, el príncipe de los saiyayíns. —Se burló—. Quizás haya equilibrio en el universo después de todo.
—¿Crees que has ganado? ¡No has ganado nada! —gritó Frízer levantando la cabeza para hacer contacto visual con él.
—Oh, no creo haber ganado, sé que he ganado. Mira, déjame probarlo.
Vegeta se agachó, agarró bruscamente a Frízer y luego lo lanzó al aire. El tirano logró estabilizarse arriba e hizo una mueca de dolor mientras buscaba a Vegeta, pero no se encontraba por ningún lado.
—¡Maldito seas y tus juegos, saiyayín! —gritó avergonzado e indignado porque ahora estaba jugando con él—. ¡No seré derrotado nunca y mucho menos por un mono asqueroso al cual crie!
—Ten la seguridad de que esto no es un juego —rugió la voz de Vegeta detrás de él. Frízer se dio la vuelta solo para encontrarse mirando una enguantada palma ensangrentada a centímetros de su rostro. El tirano palideció y abrió mucho los ojos. Los ojos de Vegeta se entrecerraron—. Te veré en el infierno, Frízer.
Sin esperar ni un segundo, el príncipe disparó una violenta y poderosa ráfaga de ki que desintegró hasta la última célula de su enemigo. El cielo nocturno se iluminó con la explosión y la luz se irradió a kilómetros por un instante. Luego la luz desapareció y el polvo se asentó, todo había terminado.
Vegeta aterrizó con suavidad en el suelo sintiendo que realmente podía respirar por primera vez en su vida. Era como si le hubieran quitado un insoportable peso de los hombros. Obtuvo su libertad y se rio a carcajadas como un loco ante el estimulante pensamiento. Su cuerpo se inclinó mientras el cabello se le volvía a poner negro, ya que el poder vigorizante retrocedió por el momento. Cansado, apoyó las manos sobre sus rodillas, solo ahora sentía el impacto total de los brutales golpes que recibió. Sin embargo, el dolor se sentía bien. Era una señal de que en verdad todo sucedió. La batalla finalmente había llegado y él había ganado.
—Lo hice. —Se susurró a sí mismo antes de reír de nuevo.
—Lo hiciste —repitió Raditz con orgullo, el sonido de su voz llamó la atención de Vegeta. Gohan y Gokú estaban parados no muy lejos de él luciendo más que satisfechos con el resultado final. El príncipe los miró a los tres, los únicos sobrevivientes que tenían sangre saiyayín: eran todo lo que quedaba de su pueblo. Por un breve momento, deseó que Nappa estuviera allí para compartir su victoria, pero no le gustó la culpa con la que se llenó su pecho ante el pensamiento. Alejó todo eso mientras volvía a mirar el cuerpo de su hijo.
—¿Namekusei? —preguntó en voz alta, estaba listo para irse lo antes posible para deshacerse de esas imágenes duraderas de Trunks.
—Iremos una vez que Bulma arregle algunas naves para hacer el viaje —respondió Gokú siguiendo la mirada del príncipe—. Pero no te preocupes, ahora que Frízer se ha ido, no tenemos nada de qué preocuparnos.
—Hay muchas vainas espaciales esparcidas por todo el planeta.
—Eso es cierto. Entonces probablemente no tomará mucho tiempo.
—Hmm —gruñó Vegeta mientras miraba el desagradable y profundo corte en el lado derecho de su armadura que estaba empapada de sangre—. Maldito golpe bajo —murmuró y sus dedos palparon la herida ensangrentada para evaluar qué tan grave era.
—¿Quieres volver con Bulma para que alguien te revise? Es solo para asegurarnos de que estés bien —le ofreció Raditz.
Vegeta frunció el ceño y luego negó con la cabeza. Lo único que sabía era que la euforia y la adrenalina de su victoria eran dulces, sin embargo, no podía detenerse en eso por mucho tiempo. Había trabajo por hacer para garantizar que su hijo volviera a la vida pronto, pero primero necesitaba descansar y recargar energías. Su ascensión había sido abrumadora y su cuerpo no estaba acostumbrado a ese poder.
—Bueno, cuanto antes podamos llegar a Namekusei, mejor —suspiró Gokú y puso una mano sobre el hombro de Gohan mientras miraba la destrucción de su planeta. Había fuego y gritos a la distancia, pero se curarían y se recuperarían con las esferas del dragón. Volvió a mirar a Vegeta y le ofreció una pequeña sonrisa para sorpresa del príncipe—. Supongo que ahora estamos del mismo lado, ¿no? Como en la época de Trunks.
Los ojos de Vegeta se entrecerraron en señal de advertencia.
—No quiero matarte hasta que te conviertas en un digno retador, Kakaroto. Pero si me tientas, puedo cambiar de opinión.
Sin inmutarse por la amenaza y emocionado ante la perspectiva de una batalla épica en el futuro, Gokú sonrió.
—Esperaré esa pelea con ansias.
—Está bien, ya vámonos de aquí. —Los interrumpió Raditz antes de que alguno de sus compañeros saiyayíns de sangre pura cambiara de opinión y comenzara otra batalla. Se dio la vuelta para ir a buscar a Trunks, dudó un segundo y luego se volvió hacia Vegeta—. Bulma me dio una casa encapsulada que he estado usando, quizás pueda darte una también. Le preguntaré si quieres.
Los labios del príncipe hicieron una mueca de hastío ante lo mucho que su compañero se había aclimatado a la Tierra, negó con la cabeza y les dio la espalda. Raditz captó la indirecta, se volvió hacia Gokú y le indicó a él y a su sobrino que se fueran. Ante eso, Gokú después de encogerse de hombros, puso una mano sobre el hombro de Gohan para llevárselo. Raditz se acercó a Trunks y lo levantó con un renovado respeto. Los hermanos le echaron una última mirada a Vegeta antes de que se marcharan para comenzar a ocuparse de los siguientes pasos.
Vegeta se quedó solo unos veinte minutos en el centro del campo de batalla improvisado. El olor a muerte era espeso en el aire, pero no se dio cuenta, ya que estaba perdido en sus pensamientos sobre lo que iba a hacer ahora. Era ridículo. Este era su momento, su oportunidad para gobernar y cumplir con su destino. Debería haber sido una decisión fácil, no entendía por qué tenía dudas ahora.
Le tomó unos minutos darse cuenta de que estaba mirando la espada de Trunks abandonada a la distancia. Luego de acercarse, se agachó, la recogió y la examinó exactamente de la misma forma en que Trunks lo había hecho antes de viajar en el tiempo. Vegeta no sabía cómo o cuándo él pasó de ser un mestizo sin nombre a un hijo por el que derramaría lágrimas frente a otros. Todo lo que sabía era que no lamentaba el apego y tampoco se avergonzaba de ello. Su relación con su hijo era algo bueno, quizás lo único bueno que tendría en su vida.
Vegeta se quitó un ensangrentado guante roto, le dio la vuelta y de pie, lo usó para limpiar la espada mientras miraba a su alrededor. Podía escuchar el sonido de las sirenas a la distancia acercándose, decidió que era la señal de irse e inmediatamente se lanzó al aire con el objetivo de buscar un refugio en el que descansar. Le llevó mucho tiempo escapar de la muerte, el pánico y la destrucción debajo de él, pero logró encontrar algunos puntos intactos en el planeta. Descendió en el pequeño páramo de una montaña y disfrutó de la paz.
No fue hasta que se sentó contra una pared de roca que el agotamiento finalmente lo alcanzó. Los párpados ya le pesaban cuando rompía un poco de la tela ensangrentada de su uniforme azul a nivel de las rodillas. Metió los jirones debajo de su armadura para ponerlos sobre la herida que más sangraba. También metió los guantes allí, por si acaso. Además de esa molesta lesión, tenía más que unos pocos huesos rotos, ya que luchó contra Cooler, soportó el ataque Kame Hame Ha de Gokú y luchó contra Frízer, pero nada de eso era mortal. Se limpió la sangre de la cara con una mano temblorosa, tomó la espada de Trunks otra vez y se inclinó hacia atrás para contemplar el paisaje.
Aunque el príncipe se quedó profundamente dormido poco tiempo después, su mano derecha nunca soltó el mango de la espada de su hijo.
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Bulma pensó que tenía toda la motivación del mundo para garantizar el viaje a Namekusei, pero cuando Gokú y Raditz trajeron el cuerpo sin vida de su hijo a su casa, resultó que se había equivocado. Su mente, tan brillante y lógica, no podía entender el dolor que la abrumaba. Apenas conocía a Trunks y, sin embargo, se preocupaba por él como si lo hubiera criado ella misma.
Al final dejó de analizar lo que sentía. No importaba, la solución era trabajar más duro para llevarlos a Namekusei lo antes posible. Esa era la única forma de recuperar a su hijo, sin mencionar a sus amigos y a su amoroso novio.
—¿Pueden tener cuidado, saiyayíns cabezas huecas? ¡Las romperán si las dejan caer! —le gritó enojada a Raditz y a Gokú varios días después. Los dos saiyayíns llevaban cada uno una vaina espacial que se había estrellado en el planeta durante el intento de purga, estaban ansiosos por que Bulma y su padre comenzaran a trabajar en ellas de inmediato.
Raditz puso los ojos en blanco mientras seguía a su hermano más allá de la zona en reparación de la Corporación Cápsula.
—Estas cosas son resistentes, no se romperán si se caen unos pocos metros…
—¡Oye, cuando quiera tu opinión, te la pediré! —gritó Bulma—. ¡Ahora pongan las vainas espaciales allí para que podamos comenzar a revisarlas!
Raditz gruñó por lo bajo, pero él y Gokú hicieron lo que ella les pidió. El hermano mayor dejó a Gokú y a Bulma conversando y salió del edificio. Como había estado haciendo varias veces al día, extendió sus sentidos hacia Vegeta y como de costumbre, no pudo localizar al príncipe ni pudo establecer ningún tipo de conexión mental con él. Se hubiera sentido muy preocupado si Gokú no le hubiera dicho que sintió el ki de Vegeta mientras buscaba una vaina espacia funcional el día anterior. Era bajo, aunque constante, así que los guerreros concluyeron que probablemente estaba descansando. Sin embargo, eso no impedía que Raditz lo intentara.
El saiyayín mayor no pudo evitar que el pecho se le hinchara de orgullo al recordar de nuevo la legendaria transformación que Vegeta alcanzó. Había estado reproduciéndola una y otra vez en su mente y no se cansaba. Estaba agradecido de haber vivido lo suficiente en esta línea de tiempo para verla.
—¿Tratas de sentir a Vegeta de nuevo? —Gokú se rio detrás de él.
—No, solo disfruto de la vista —respondió Raditz sarcásticamente cuando su hermano se paró a su lado.
—¿Crees que vendrá con nosotros a Namekusei?
—No estoy seguro de cuáles sean sus planes —admitió Raditz y miró hacia la distancia de nuevo.
—Sí, pero ya sabes lo mucho que quería las esferas del dragón antes. No estoy seguro de que podamos confiar en él, sobre todo con su poder actual —le advirtió Gokú. Si llegaba el momento, podía luchar contra el príncipe. No sería fácil, aun así, su poder estaba justo en la cúspide de la transformación. El desafío probablemente lo empujaría a ascender y en igualdad de condiciones, ¿quién sabía qué podría pasar?
—Él sí es confiable. Vegeta solo quería las esferas del dragón para derrotar a Frízer, ahora todo lo que quiere es revivir a su hijo.
—Sí, Bulma también. Kaiosama me dio las coordenadas para Namekusei y nunca la había visto tan motivada para llevarnos allá —dijo Gokú emocionado—. Iremos a Namekusei en poco tiempo, te lo apuesto.
No es de extrañar que haya llamado la atención de Vegeta, pensó Raditz negando con la cabeza.
—Llevaremos al niño con nosotros, ¿verdad?
Gokú parecía confundido.
—¿Qué niño?, ¿Gohan?
—¿Quién más?
—Oh, bueno, convencí a Milk para que lo dejara venir. No sé si el dragón de Namekusei será lo suficientemente fuerte como para desear que vuelvan todos los que murieron, pero si no es así, entonces solo reviviremos a Píccolo, con eso podremos tener otra vez las esferas del dragón de la Tierra.
—Bueno, pronto lo averiguaremos. Pero primero necesitamos otra vaina espacial. Los humanos ya recogieron y destruyeron la mayoría de ellas, así que consigamos una antes de que se acaben —le ordenó Raditz. Ni siquiera esperó a que su hermano menor respondiera, ya que empezó a volar. Decidió volver a la zona rural a kilómetros de distancia donde habían encontrado las dos vainas espaciales intactas. Con suerte habría otra funcional cerca que los humanos aún no hubieran notado.
El ki de Gokú estalló a su alrededor, estaba a punto de irse tras su hermano cuando se congeló. El saiyayín inclinó la cabeza hacia un lado y se rascó la nuca, luego miró sorprendido hacia el complejo. Se quedó parado un momento más y al final se dio la vuelta para salir detrás de Raditz. Mientras volaba, no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa.
Paralelamente, Bulma estaba trabajando como una loca. Las vainas espaciales eran nuevas y avanzadas, tan avanzadas que Gokú le había dicho que Raditz no reconoció los controles internos. En cualquier otra circunstancia, ella habría estado impresionada y babeando por la avanzada tecnología alienígena. En cambio, ahora trabaja diligentemente en reconfigurar la activación por voz para que los saiyayíns pudieran usarlas. Era un asunto simple, aunque tedioso, pero con su padre de vuelta en la ciudad y sus ingenieros trabajando duro, pensó que podría hacerlo en un día.
Finalmente, después de casi media hora, se animó a tomar un breve descanso. Su mente trabajaba tan rápido que la hacía cometer errores simples, sin mencionar que le tenía poca paciencia a sus ingenieros. Bulma dejó que ellos y su padre se encargaran de la carga de trabajo por un tiempo y decidió salir a fumar un cigarrillo. Sin embargo, se desvió del camino, bajó al subterráneo del ala médica y se detuvo fuera de una puerta que tenía una pequeña ventana. Lentamente, echó un vistazo por el cristal para ver a Trunks. Había pasado los últimos días encargándose del cuerpo de su hijo con el fin de que estuviera en buenas condiciones para cuando lo revivieran. De dónde venían esos fuertes instintos maternales, no estaba segura, pero tampoco luchaba contra ellos.
—No te preocupes, desearemos que regreses en muy poco tiempo, te lo prometo —susurró Bulma que miraba con tristeza a través del cristal. Habían perdido a tantos; no por primera vez, se preguntó qué habrían hecho sin las esferas del dragón.
Minutos después, metió la mano en el bolsillo de su bata de laboratorio y sacó un paquete de cigarrillos mientras volvía al nivel principal. Justo cuando iba a salir para fumar, escuchó un ruido estrepitoso en el pasillo del sótano. La joven murmuró enojada, podría haber jurado que les había dado vacaciones a todo el personal de esa área para que nadie pudiera ver a Trunks. Lo último que necesitaba era dar explicaciones sobre las esferas del dragón.
Marchó por el pasillo y sin siquiera molestarse en tocar, entró en la sala médica con las palabras ya escapando de su boca:
—Oye, mira, aprecio tu ética de trabajo, pero debes...
Se quedó sin habla ante la escena que le dio la bienvenida: sentado en una mesa de exploración con la espalda hacia ella estaba Vegeta. El primer pensamiento de pánico de Bulma fue que no había nadie allí para protegerla. Aunque carecía de todos los detalles, ya conocía en líneas generales la forma en que Frízer fue derrotado y eso no la ayudaba a sentirse cómoda con él, no con lo fuerte que se había vuelto. Bulma lentamente retrocedió un paso, esperaba que no la persiguiera si corría. No tenía ninguna esperanza de dejarlo atrás, pero había un rifle cargado con algunos D-ADN en algún sitio...
—No he venido a matarte, mujer —le dijo Vegeta bruscamente, sin molestarse en mirarla. La parte superior de su cuerpo estaba expuesta y él se miraba el lado derecho, ambas manos atendían una lesión que Bulma no podía ver. Sin embargo, cuando levantó una mano y vio un hilo delgado cubierto de sangre, se dio cuenta de que se estaba cosiendo. Ella se estremeció un poco al notar el tamaño de la aguja que usaba mientras lo oía agregar—. Después de todo, no puedo salir de este maldito planeta sin ti, ¿verdad?
Su miedo disminuyó y, sintiéndose más valiente, preguntó:
—¿Vas a ir con los demás a Namekusei?
La joven esperó una respuesta, pero no la recibió. Vegeta la ignoró, extendió la mano hacia una bandeja a su lado y buscó una compresa limpia arrojando los artículos que no le servían al suelo en el proceso. Bulma se quedó allí, observando cómo limpiaba la sangre de su herida y como la compresa adquiría un color carmesí. Luego Vegeta tomó la aguja y continuó cosiendo. Ella hizo una mueca de dolor, no dejó de advertir la forma en que sus manos se movían de un modo experto y la forma en que él nunca se encogía de dolor, era como si hubiera hecho eso muchas veces antes.
Lentamente, la mirada de Bulma se desplazó por sus brazos y descansó en su espalda desnuda. Las marcas y profundas cicatrices que llevaba sin vergüenza ni pesar destacaban en su piel bronceada a modo de recordatorios permanentes de un pasado del que nunca estaría del todo libre. No pudo evitar preguntarse cómo alguien, y en especial un saiyayín, podría recibir un castigo lo suficientemente extremo para dejar ese tipo de cicatrices. Sin darse cuenta, ella colocó una mano en su pecho y la cerró agarrando un puñado de su bata de laboratorio, era incapaz de apartar los ojos del dolor escrito en su espalda. Por un momento, casi olvidó sus sentimientos personales hacia el príncipe cuando la compasión la abrumó.
—¿Qué estás mirando? —preguntó Vegeta con un tono de voz malhumorado, lo que rompió el momento y devolvió a la joven a sus sentidos.
—Nada —respondió Bulma despectivamente, ella se giró para irse, ya que tenía una sensación de incomodidad por estar en la misma habitación con él, pero se detuvo ni bien él volvió a hablar.
—¿Tienes a Trunks aquí?
—Sí, su cuerpo está siendo cuidado para cuando reviva —le explicó mirando unos gabinetes en la pared con falso interés mientras él mantenía la vista fija en sus puntadas. Bulma conservó su tono casual, como si el príncipe no fuera más que un empleado y continuó—. Primero desearemos que Píccolo…
De improviso, tuvo toda la atención de Vegeta. Bulma miró hacia atrás e intentó no sentir miedo, pero no pudo evitar el hormigueo de temor en su columna vertebral por la forma en que la estaba viendo. La oscura intensidad en sus ojos la asustó aun más. El hombre era el terror en persona. No por primera vez, se preguntó cómo demonios había sido concebido Trunks.
—El primer deseo se usará para devolverle la vida a mi hijo y para nada más. Y si descubro que no es así, me llevaré al muchacho conmigo a Namekusei y destruiré todo este maldito planeta…
—En primer lugar, ¡Trunks no es solo TU hijo! —dijo Bulma de una manera agresiva antes de poder detenerse—. Él es mi hijo también, ¿sabes?, y lo quiero de regreso tanto como tú.
Vegeta arrancó el último hilo de sus puntadas antes de coger los bordes de la mesa en la que se sentaba, estaba tratando de mantener su temperamento bajo control, porque sino lo hacía iba a cubrir literalmente la habitación con su sangre. La mujer terrícola era molesta, por decir lo menos, y no entendía cómo diablos la soportó lo suficiente como para concebir a Trunks. No había nada remotamente tolerable en ella aparte de su buena apariencia. Y si no fuera por el hecho de que volvería a ver a su hijo, ya estaría muerta en un charco de su propia sangre mientras él se paraba a su lado riéndose.
Bulma no pudo ignorar el chirrido de la mesa de metal retorciéndose bajo los dedos de Vegeta, era una pequeña muestra de la enorme fuerza que poseía. Recordándose a sí misma lo que Gokú le había dicho, Bulma se mordió el labio inferior pensativamente por un segundo.
—Mira, para traer las esferas del dragón de nuevo aquí a la Tierra tenemos que desear que Píccolo regrese —suspiró teniendo en cuenta su tono para no enojarlo más—. Pero si el dragón de allá puede hacerlo, entonces desearemos vuelvan todos los que murieron, excepto los monstruos malvados. Píccolo debe ser devuelto de cualquier manera, sabes que eso es lo que Trunks querría que hiciéramos.
—Solo conociste a Trunks por dos malditos segundos —dijo Vegeta con desprecio mientras se levantaba suavemente de la mesa para recoger su armadura sin dejar de darle la espalda—. No finjas saber lo que hubiera querido. El muchacho está muerto…
—Vivirá otra vez —juró Bulma con tanta determinación que él le dio un vistazo por encima de su hombro—. No tienes que creerme y para ser honesta, me importa un bledo si no lo haces. Pero yo también me preocupo por Trunks; ya lo perdí una vez, porque él no nacerá en esta línea de tiempo. No lo volveré a perder.
Vegeta la miró sin hablar, sus ojos se entrecerraron para evaluarla. Bulma valientemente enfrentó su mirada, se negaba a dejarse intimidar mientras en silencio lo retaba a desafiar la legitimidad de sus palabras, aunque le sudaban las manos. ¿Tenía que mirarla así, con un grado de intensidad tan salvaje que iba a matarla en los próximos segundos? Ella hizo todo lo posible para descifrar lo que estaba pensando, pero bien podría haber estado tratando de leer una pared de ladrillos.
Luego de unos segundos que parecieron una eternidad, Vegeta miró hacia otro lado y Bulma dejó escapar un suspiro de alivio. El príncipe rápidamente se puso su armadura, sin importarle el daño que había en el torso donde Frízer le asestó una herida casi mortal.
—Entonces te sugiero que vayas y trabajes en esas vainas espaciales si sabes lo que es bueno para ti —agregó Vegeta con un tono de voz amenazador mientras se ponía sus guantes blancos sucios.
Bulma frunció el ceño, pero sabiamente no empujó el asunto más allá. Después de todo, ella debía volver al trabajo y hablar con Vegeta era como arrancarse los dientes. Se sentía agotada por el esfuerzo y ni siquiera habían conversado por quince minutos. No tenía idea de cómo Trunks pudo manejarlo por tanto tiempo.
La joven abrió la puerta para irse, pero por alguna razón que no entendía, volvió a mirar a Vegeta. Estaba de pie junto a la ventana abierta mirando la destrucción a la distancia. Pasó un momento antes de que ella se diera cuenta de que una de sus manos agarraba la espada de Trunks, la punta tocaba el suelo mientras él la balaceaba por el mango. Para bien o para mal, le importaba su hijo, incluso si no sabía cómo expresarlo o mostrarlo. Casi no lo creyó cuando Gokú se lo había dicho, pero si miraba un instante más allá de su odio por él, podía verlo.
—Vegeta, las cosas entre tú y yo…
La espada de Trunks dejó de moverse. El agarre de Vegeta aumentó visiblemente sobre el mango mientras la interrumpía.
—No existe un tú y yo, mujer, y nunca existirá, así que quítatelo de la cabeza ahora mismo.
—Ya lo sé. No puedo perdonar todo que me has hecho, todo lo que me has lastimado…
—No me impor…
—¡Lo sé, lo sé! ¡No te importa, ya lo sé! ¿Me dejas hablar? —le preguntó exasperada. Bulma guardó silencio por un momento para ordenar sus pensamientos, su tono fue más suave cuando agregó—. Mira, a pesar de todo eso, a pesar de todo lo que te he visto hacer y de todo lo que no te he visto hacer... siento mucho que tuvieras que ver morir a Trunks de esa forma tan violenta. Sé que te preocupas por él y ningún padre se merece eso, ni siquiera tú.
Silencio por unos segundos hasta que él respondió con una voz cortante:
—No pedí tu lástima ni la quiero. Tienes suerte de no estar muerta por eso.
—Yo no…
—Lárgate, “ahora”.
Enojada, Bulma se dio por vencida, se dio la vuelta e hizo lo que le pidió lanzando la puerta al salir para enfatizar. Estaba molesta consigo misma por tratar de entregarle algún tipo de rama de olivo. No se lo merecía, debería haberlo sabido.
Vegeta permaneció plantado frente a la ventana hirviendo de furia por la breve interacción. Pero tenía cosas más importantes por las que preocuparse que la mujer y, con un esfuerzo considerable, se obligó a dejar de pensar en ella. Los terrícolas sabían más sobre las esferas del dragón que él, no tenía dudas de que irían a Namekusei y harían lo que Bulma le dijo. Eso significaba que no debía ir con ellos, así que estaba libre para hacer... ¿exactamente, qué?
Al final, todo se redujo a dos opciones: dejar la Tierra y tomar su lugar como el emperador del universo, restaurando así el legado de la raza saiyayín... o quedarse en la Tierra y destruir a los androides que lo mataron en el futuro, asegurando de esa forma que el terror de la línea de tiempo de Trunks no se repitiera. No podía hacer ambas cosas, ya que tomaría un tiempo valioso prepararse para los androides, tiempo que no tendría si estuviera ocupado en mantener al universo bajo su control.
Haría lo que su padre quiso o lo que su hijo querría. Suspiró.
Los ojos de Vegeta se enfocaron diez minutos después cuando sintió a Gokú y a Raditz volando de regreso con Gohan detrás de ellos. Gokú llevaba una vaina espacial en sus brazos mientras todos descendían sobre la hierba seca. Bulma ya estaba afuera para recibirlos y comenzaron a obedecer su orden de llevar la vaina espacial adentro. Vegeta frunció el ceño por lo pasivos que eran, luego apoyó la espada de Trunks contra la pared y lentamente salió por la ventana abierta.
—¡Raditz! —gritó llamando de inmediato la atención de todos. Raditz se volvió, le dijo algo a su hermano y a Bulma, y al final corrió hacia Vegeta mientras los demás entraban.
—¡Vegeta! He estado tratando de contactarte —dijo Raditz visiblemente complacido de ver a su príncipe de nuevo—. No pude comunicarme contigo. Estaba empezando a pensar que dejaste el planeta —bromeó con una sonrisa.
—Hmm, no quería ser molestado por ustedes, idiotas —respondió Vegeta con brusquedad y cruzó los brazos sobre su pecho. La verdad era que había estado durmiendo para recuperar su fuerza. Le tomaría algún tiempo antes de que pudiera realizar la legendaria transformación tan fácilmente como Trunks. Volvió a mirar el complejo—. Reporte.
—Bulma dice que lo más probable es pueda mandarnos a Namekusei para mañana. Solo tiene que descifrar el código de activación por voz o algo así. Estas vainas espaciales son nuevas, lucen más cómodas también.
—¿Quiénes van?
—Kakaroto, su hijo y yo. Bulma quiere venir, pero Kakaroto dice que es mejor si no lo hace, podría estorbar.
Vegeta frunció el ceño.
—¿Cómo diablos va a estorbar? Ella es una genio, ¿no? Ustedes dos seguramente necesitarán a alguien con habilidades técnicas.
Raditz inclinó la cabeza hacia un lado y miró a Vegeta con una expresión perpleja. Luego levantó una ceja y una sonrisa burlona apareció en su rostro.
—¿Estás defendiendo a la mujer, Vegeta? Nos estamos comenzando a interesar por ella, ¿verdad?
Los ojos del príncipe se abrieron en proporciones casi cómicas y para Raditz hubiera sido gracioso si una furia familiar no se hubiera abalanzado sobre los rasgos que miraba inmediatamente después. Raditz ni siquiera lo vio moverse, pero un dolor agudo lo hizo caer de rodillas, la mano de Vegeta apretó su garganta con más fuerza que el acero al siguiente segundo.
—Nunca… más… insinúes… eso. —La indignación de Vegeta lo hacía aumentar su agarre a medida que soltaba las palabras. Todo esto sucedía mientras su subordinado le arañaba la mano—. Esa perra no significa nada para mí y Trunks no nacerá en esta línea de tiempo. Ya he decidido ser misericordioso contigo, así que no tientes tu suerte.
Raditz apenas logró asentir, su rostro estaba rojo brillante antes de que Vegeta lo liberara. El príncipe se cruzó de brazos, sus rasgos se endurecieron mientras lo veía toser entre jadeos desesperados. El saiyayín miró a Vegeta con cautela. No era la primera vez que recibía ese tipo de reacción del príncipe, pero era la primera vez que había pasado por una mujer. Parecía que bromear sobre una posible relación entre Bulma y él se uniría a la lista de temas que nunca debían mencionarse en su presencia. Con los años, esa lista se había hecho muy larga.
—Namekusei está a las afueras del sector suroeste —continuó Vegeta como si nada hubiera pasado mientras Raditz se levantaba poco a poco—. No te tomará mucho tiempo llegar allí en esas vainas espaciales, especialmente si son nuevas. Quizás ni siquiera te tomará un día de la Tierra. Pero ¿cuánto tiempo hay que esperar hasta que las esferas del dragón de aquí puedan ser usadas nuevamente una vez que sean restauradas?
—No estoy seguro —respondió Raditz con una voz ronca—. Kakaroto tampoco está seguro. No sabemos si se activarán de inmediato o si tendremos que esperar a que se recarguen. En el peor de los casos, podría tomar hasta un año.
—¿Un año? —La incredulidad dejó a Vegeta boquiabierto antes de que sus ojos se estrecharan por la furia mientras gritaba—. ¿Podría tomar un año entero desear que Trunks vuelva?
—Eso es en el peor de los casos —le explicó Raditz tragando un poco de saliva cuando sintió que el ki de Vegeta comenzó a elevarse. Se preparó para el impacto, pero el príncipe se dio la vuelta con el fin de darle la espalda y frustrado, se pasó la mano por el cabello—. Tal vez sea antes. Además, igual podríamos desear que todos regresen.
—Es increíble. —Se quejó Vegeta negando con la cabeza. Odiaba tener que contar con los "tal vez". Había estado haciendo eso toda su vida.
—¿Quieres venir con nosotros?
—No, estoy seguro de que no eres lo suficientemente incompetente como para arruinar un deseo... aunque no creo que pueda decir lo mismo sobre el imbécil de tu hermano.
—No lo arruinará, podemos hacerlo —le aseguró Raditz tratando de no mostrar su sorpresa por el hecho de que Vegeta confiaba en él lo suficiente como para no involucrarse de forma personal. Sutilmente le dio un vistazo una vez más para buscar cualquier lesión persistente de la batalla de hace días, como si eso explicara el cambio en su comportamiento habitual.
Sin embargo, sus ojos se volvieron a sorprender cuando Vegeta preguntó de una manera casual:
—¿Qué opinas de esta mierda de planeta, Raditz?
—¿Qué quieres decir?
—¿Te gustaría quedarte aquí para ayudar a los terrícolas a luchar contra los androides?
Raditz frunció el ceño y se rascó la nuca. Finalmente se encogió de hombros.
—Supongo, ¿a dónde más iría? No es que haya muchas opciones.
—Bueno, estoy considerando reunir los restos del ejército galáctico en lugar de destruirlo y después tomaré el cargo de nuevo emperador —declaró Vegeta con naturalidad. Raditz asintió, no estaba completamente sorprendido, ese siempre había sido el plan que le oyó comentar desde el primer día en que todos fueron puestos al servicio de Frízer. Vegeta luego se volvió para mirarlo a los ojos—. Si tomas ese camino, te convertirás en uno de mis hombres de confianza, pero es tu elección.
—Como saiyayín, no tengo otra opción, tú eres mi príncipe y el Legendario. Haré lo que sea que necesites que haga, Vegeta —dijo Raditz inclinando la cabeza de un modo respetuoso.
—Me servirás directamente o te quedarás aquí para proteger el planeta natal de mi hijo. En cualquiera de los casos, estarías cumpliendo mi voluntad, simplemente te estoy dando la opción de elegir la forma de hacerlo. Piénsalo y déjame saber tu decisión cuando regrese.
—¿Cuándo será eso?
—Antes de tu viaje a Namekusei. Avísame cuando sea eso —le ordenó Vegeta golpeándose la sien dos veces con el dedo índice.
—Lo haré —le aseguró Raditz. Vegeta se dio la vuelta para irse, encendió su ki azul, pero de improviso Raditz gritó—. ¡Vegeta!
El príncipe se detuvo y lo miró por encima del hombro con impaciencia.
—¿Qué?
Raditz permaneció en silencio y luego habló con confianza.
—No tengo que pensarlo, me quedaré en la Tierra. —Vegeta levantó una silenciosa ceja cuestionadora, por lo que Raditz agregó—. Estoy seguro.
—No te sientas muy cómodo con tu hermano, Raditz, cuando ascienda, morirá en mis manos. Independientemente de la decisión que tome, eso no cambiará.
—Esperaré a ver lo que pasa.
—Hmm —gruñó Vegeta con los ojos entrecerrados. Por supuesto que Raditz se pondría del lado de su hermano, ya había demostrado eso. Él se dio la vuelta y le ordenó—: Avísame cuando la bruja chillona termine con sus reparaciones.
Acto seguido encendió su ki y luego se marchó tan rápido que Raditz no pudo decir por dónde se fue. Vegeta apenas se daba cuenta de su velocidad de vuelo, por su mente cruzaban mil pensamientos. Qué fácil había sido para el otro saiyayín tomar una decisión. Tal vez debería ser fácil para él también, pero no era así. No era un soldado de tercera clase, era el último príncipe de su raza, un saiyayín élite. No sería tan simple darle la espalda a eso, independientemente del apego que sentía por su hijo.
De improviso recordó que tendría que ir al espacio de cualquier manera, ya sea para hacerse cargo de los restos del imperio Cold o para destruirlo. Y si iba al espacio...
Como si fuera una señal, vio algo blanco en la arena húmeda junto a un enorme cuerpo de agua. Era redonda e inmediatamente la reconoció como una vaina espacial no reclamada. El agua estaba subiendo hasta meterse por debajo de la nave y la atraía hacía el interior. Ya empezaba a hundirse cuando se detuvo en seco. Vegeta estaba detrás de ella sumergido en el agua hasta la cintura manteniéndola sin esfuerzo en su lugar con una mano. Frunció el ceño pensativamente y luego la rodó hacia la arena.
Se decidió antes de que sus botas tocaran la arena seca. Dejaría el planeta para siempre, los androides serían responsabilidad de otra persona. Y si los terrícolas lograban evitar que Gokú sufriera de la enfermedad cardiaca fatal, entonces regresaría y acabaría personalmente con él después de que los androides fuesen destruidos.
Mientras tanto, tenía un destino que reclamar.