Harry Potter - Series Fan Fiction ❯ Atrapando al Pelirojo ❯ Capítulo 2 ( Chapter 2 )
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Atrapando al Pelirojo
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Capítulo 2
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Los personajes de Harry Potter pertenecen a J. K. Rowling.
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Un pelirojo de mirada fría se sentó junto a sus amigos a la mesa en el Gran Comedor. Habían pasado dos meses desde el incidente en las mazmorras de Slytherin y Ron no les había comentado nada a sus amigos. Sin embargo se temía lo peor. Lo había estado temiendo desde que había sido dejado sólo en la Sala de los Menesteres. Sus padres no sabían que él lo sabía. Su madre había supuesto que era demasiado pequeño para entender pero una noche los había escuchado discutir. No una de esas discusiones de las que su madre era fanática. Molly Weasley era una mujer que gustaba de hacer ruido, sus emociones eran ruido. Si estaba feliz todos se enteraban, si estaba enojada todos se enteraban. Pero esa vez su madre había estado susurrando muy bajo y si algo sabía Ron era que su madre hablaba bajo cuando tenía miedo. El pelirojo tendría unos cuatro años y medio a lo sumo. Su madre hablaba de algo que apenas podía entender pero que se le había grabado en la mente, fertilidad.
Alguna gente no sabía cuán cerca de la verdad estaban cuando se burlaban de los muchos “Weasley” que parecía haber en una sola familia. Más baratos por docena, solía replicar su padre con una sonrisa pero en el fondo de sus ojos Ron podía ver cuánto le dolía. Los Weasley eran magos de sangre pura, ni siquiera tenían rastros de seres mágicos en ella pero en la sangre de cada uno corría una característica inusitada y era la fertilidad. “Ten cuidado, Arthur.” Repetía su madre hasta el cansancio. “Algunos hombres del Ministerio no son lo que parecen.”
Ron siempre había pensado que su madre se preocupaba porque no fueran a engatusar a su padre pero a través de los años había estado uniendo pistas. Leves conversaciones, pequeños fragmentos. Todos relacionados con su hermano Percy. Cuando finalmente Percy se había vuelto contra su padre y su madre las cosas se habían vuelto un tanto más claras. Alguna vez había pensado injusta y sacrílegamente que su madre quizás había cometido un desliz y que Percy era el resultado de ello. Era tan diferente a todos sus hermanos. Por Merlín, pensaba y actuaba tan diferente que Ron lo creía seriamente.
Pero la verdad había llegado en la forma de una carta una noche fría en la madriguera. Arthur había pensado que había destruido el maldito manuscrito pero Ron lo había rescatado de entre las cenizas de la chimenea, el siempre tan curioso. De entre las letras chamuscadas había logrado rescatar nuevamente fragmentos.
...mi hijo Percy en paz... ....como su padre me haré cargo de ahora en... ...no te preocupes más por... ...ahora está donde pertenece. Sabía que tarde o temprano mi sangre se impondría sobre la tuya, Arthur. Espero que esto no sea...
La firma había sido consumida por el fuego pero lo que había quedado había sido suficiente para que Ron investigara más a fondo, no por nada había pasado cinco años al lado de la come libros de Hermione. No le preguntaría a sus padres, no sería justo con ellos si lo hacía, pero había encargado un árbol genealógico muy especial al Departamento de Natalidad Mágica. Uno donde no se hubiera obviado ni una sola de las genealogías e iba hacia atrás como veinte generaciones.
Sí que había visto nombres extraños en aquel pergamino que guardaba celosamente en su baúl de la escuela. Pero el descubrimiento más impactante había sido el saber que algunos de sus ancestros provenían de dos padres y no de una madre y un padre como era de suponer. Tardó en reunir suficiente dinero para comprar un libro que su amiga Hermione tan amablemente le había recomendado pensando tan ingenuamente que finalmente se estaba interesando en aprender acerca de sus propias costumbres y antepasados, Weasley: Historia Completa. En el libro había descubierto la extraña razón y no era de extrañarse, el pergamino que había solicitado, una vez extendido en su plenitud cubría aproximadamente la mitad del cuarto dormitorio de los varones de Gryffindor. Por suerte venía con un hechizo con el cual podía solicitar una línea o ancestros específicos. Era muy sencillo, cada familia Weasley se componían generalmente de nueve a doce hermanos aunque la cantidad había ido disminuyendo de unas quince generaciones hacia la suya. En el libro había aprendido que gracias a una poción mágica la fertilidad de un Weasley podía ser mermada considerablemente.
Había sido en el pergamino que había aprendido que su hermano Percy lo era sólo de padre. Molly Weasley no era la madre sino que el joven tenía dos padres. Ron había querido morir al descubrir el nombre del otro padre. Uno de los Black, no uno como Sirius Black, sino uno que todavía se jactaba de pertenecer a la infame familia. Había muerto hacía poco, pero saber que Percy compartía la sangre de uno era suficiente para entender el por qué su hermano había crecido para convertirse en un lobo del Ministerio. La razón por la cual su madre había aceptado a Percy era obvia para Ron, Molly amaba a su padre.
Pero justo ahora ese no era el problema de Ron. El problema, su problema, era que su padre no había tenido la visión de aclararle, como tan escuetamente le había explicado el libro, que un Weasley podía procrear y no precisamente de la forma tradicional. Quizás su padre no se había preocupado por sus hermanos ni por él porque había pensado que sus hijos carecían de inclinaciones homosexuales y por Merlín que había estado en lo correcto. Sólo que en su ingenuidad no había contado con que alguno de ellos podía caer en una situación como la suya. Bien que se lo repetía su madre, ten cuidado, Arthur.
Empujó la comida sobre su plato. Hermione ya se había cansado de regañarlo por su falta de apetito pero como nada más serio había pasado el asunto se había ido enfriando poco a poco. Continuaba compartiendo con sus amigos, el séptimo año no era momento para alejarse de todos, pero no lo hacía de la misma forma. Harry lo había atribuido, aparentemente, a otro ataque de celos de su parte, uno que aún no se había manifestado del todo puesto que el pelirojo continuaba hablándole con la misma amistad de siempre. Así mismo Hermione no se había visto afectada en lo absoluto, después de todo hacía tiempo que había llegado a entender el tipo de amistad que los unía a los tres y que en nada llevaba a un desenlace romántico con su amiga de escuela.
Sintió unos ojos observarlo y no tuvo que levantar la vista de su plato para saber quién era, rechinó los dientes del coraje. La serpiente aquella continuaba acechándolo. Aún cuando pensara que él no se daba cuenta podía sentir la ardiente mirada sobre su cuerpo con regularidad, no que eso lo hiciera feliz o más miserable, simplemente le hervía la paciencia. Hasta el momento había logrado controlarse efectivamente sin atraer más atención sobre su persona pero había días en que lo único que deseaba era agarrar el atizador de la chimenea y clavárselo en las ambarinas orbes.
Pero hoy se sentía con más ganas que nunca de sujetar a la serpiente del cuello y apretar hasta que no quedara un hálito de vida en su maldito cuerpo. Si la pequeña redondez en su estómago significaba algo no era a causa de la comida que no estaba ingiriendo. De no haber parecido sospechoso hubiera dejado caer la cabeza sobre la mesa con fuerza. Si tenía que pasar algo miserable tenía que simplemente pasarle a él. Si algo tenía que salir mal simplemente tenía que salirle mal a él.
Pero si iba a ser miserable esta vez no sería el único. Para nada, si él tenía que caer bajo los designios de aquello llamado destino entonces arrastrarían consigo al causante del mismo. Por primera vez en dos meses una sonrisa acudió a sus labios, el problema era que la sonrisa estaba manchada de malignidad.
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Luego de la última comida de ese día Ron había enviado una corta nota al Slytherin donde le pedía verlo en la Sala de los Menesteres. Allí se encontraba esperando cuando a la hora justa escuchó la puerta abrirse. Por ella entró un Blaise Zabini tan normal como siempre mientras el cuarto se había convertido en una especie de estancia que aunque hermosamente decorada con todo y chimenea parecía estar más fría de lo normal.
Zabini notó que el pelirojo tenía su varita en la mano y suspiró, luego de cerrar la puerta tras de sí sacó su varita con cuidado y la dejó en un descansador de varitas que había junto a la puerta en un intento por mostrarle al joven que no lo atacaría. Se acercó entonces al Gryffindor y esperó.
“¿Quieres sentarte?” Preguntó con su voz más fría el pelirojo mientras le señalaba unas butacas frente al fuego. Blaise hizo como se le pedía y volvió a esperar pacientemente. Ron estaba algo sorprendido de que se hubiera desarmado tan fácilmente aún sabiendo lo que había sucedido entre ambos y teniendo la certeza que deseaba dañarlo con todo su corazón, su rostro sin embargo no mostró ni la más mínima sorpresa. En su mente tenía una respuesta apropiada para tal acción, el Slytherin no podía estar completamente desarmado, no del todo, eso era lo más lógico, querer engañarlo demostrándole confianza para luego atraparlo cuando más distraído estuviera, una sucia treta digna de una sucia serpiente. Se acercó hasta quedar a unos buenos tres pasos y le extendió un pergamino que Blaise tardó un poco en tomar.
“Pensé que querías hablarme.” Murmuró confundido.
“Así es. Parte de lo que quiero hablarte está en ese papel. ¿Sabes lo que es una prueba casera?”
“¿De embarazo?” El pelirojo asintió mientras el moreno abría el pergamino y comenzaba a leer ávidamente.
“Aquí dice... aquí dice que estás...” Susurró el moreno al parecer incapaz de hablar.
“Dice que estoy esperando.” Completó sin emoción. Los ojos castaños se levantaron para clavarse en su cuerpo como intentando comprobar físicamente lo que decía el papel.
“Soy el padre.” Declaró sin dudarlo y más rápido de lo que le hubiera gustado al pelirojo.
“Estás muy seguro.” Comentó el joven Gryffindor.
“No has estado con nadie.” Declaró esta vez como si hubiera descubierto el secreto más grande y cuando vio que era observado con molestia añadió. “Te he estado observando. No has estado con nadie.”
El pelirojo no podía creer que hubiera sido vigilado a todas horas, simplemente era imposible a menos que el Slytherin tuviera alguna forma oculta de saberlo. “Lo sé.” Aceptó sin emoción y se dejó caer en la butaca contraria, aún con la varita en la mano.
“Entonces soy el padre.” El moreno lo miró con intensidad y Ron abrió los ojos azules enormes al ver cómo se dibujaba una sonrisa en los labios de la serpiente. “¡Soy el padre!” Exclamó de repente y se levantó tan rápido que no pudo recuperar la compostura cuando el moreno se le abalanzó encima y comenzó a besarlo como un desquiciado. Un gruñido amenazador brotó de su garganta y lo empujó al suelo con fuerza.
“¡Estás demente!” Gruñó señalándolo con la varita. “No te me acerques, ¡no vuelvas a tocarme! ¡Jamás!” Era claro que esa no era la reacción que había estado esperando del moreno. Pánico, horror, desesperación tal vez, pero no alegría. ¿Por qué siempre le tenían que tocar los dementes?
“Voy a ser padre.” Murmuró el moreno desde el suelo aún con la tonta sonrisa en su rostro, de pronto su expresión cambió a una de preocupación. “Porque piensas tenerlo, ¿verdad?” Ron se llevó una mano a la frente y se sobó lentamente, comenzaba a darle un dolor de cabeza repentino.
“¿Weasley?” Susurró Blaise mientras se colocaba de rodillas y se acercaba despacio a donde estaba sentado el pelirojo. “Vas a tenerlo, ¿Weasley?” La voz comenzaba a tomar un tono preocupado y cuando la pregunta fue repetida Ron suspiró largamente.
“Sí, pienso tenerlo.” Comentó sin emoción.
“¡Sí!” La exclamación del joven de cabellos negros lo sobresaltó y volvió a apuntarle con la varita haciendo que se tranquilizara. “No puedo esperar a contárselo a Draco.”
“¿Cómo que vas a contárselo al hurón?” Exclamó incrédulo. “¡No vas a ir por ahí diciendo que estoy esperando un bebé!”
“Pero...”
“¡No!” Exclamó vehemente.
“¿Ya tienes ataques de mal humor?”
“¡Yo no tengo ataques de mal humor, esa es mi forma de ser!”
“Está bien, está bien, sólo cálmate.” Le dijo de forma conciliadora. “¿No se te antoja nada? Puedo traerte unas fresas con crema si quieres y podemos divertimos un poco con la crema, ya sabes...”
“Hombre, ¿qué pasa contigo? Estás loco de atar, estás feliz porque estoy esperando un hijo tuyo cuando deberías ser tan miserable como yo. ¡Vas a tener un hijo con un Weasley, nada más y nada menos que un jodido Weasley!” Gritó exasperado mientras se ponía en pie en un intento por verse más amenazante.
“Un Weasley que me trae de cabeza desde el primer momento en que le puse las manos encima.” Ronroneó el moreno también poniéndose en pie y acercándose con pasos cautelosos pero sensuales. “Día y noche no pienso más que en tus ojos... en tu boca... en tu cuerpo...” Cada vez que decía una frase se acercaba peligrosamente y Ron comenzaba a sentirse nervioso por lo que le dio otro fuerte empujón que lo alejó pero no lo suficiente. “¿Puedo... puedo ver?” Susurró expectante.
“¿Ver qué?” Siseó el pelirojo con sospecha.
“Ver... ya sabes...” Murmuró mientras ponía una mano sobre su estómago y Ron sintió que la cabeza le daba vueltas mareado. No podía ni quería creer que Zabini estuviera siendo sincero en esos momentos.
“No.” Contestó finalmente. El moreno se puso lentamente en pie, aún tenía media sonrisa en los labios y lo observaba como si fuera una venerable escultura cosa que terminó por sacar de sus casillas al pelirojo que no pudo contener el movimiento de su puño hacia atrás y luego hacia el frente. Zabini apenas volteó el rostro, como si su golpe no lo hubiera afectado del todo. Cuando se enderezó en su dirección los ojos color caramelo se habían oscurecido con molestia y notó con satisfacción que el labio le sangraba levemente.
Blaise se limpió el labio con lentitud con un dedo para luego pasar la lengua por ellos y comprobar que continuaban sangrando. Sin embargo aquel gesto no opacaba en nada la felicidad que sentía. Desde que había entrado a la habitación había temido alguna forma de represalia pero si el pelirojo se limitaba a ese simple golpe físico entonces él lo aceptaría, después de todo, de haber sido el caso contrario su propia venganza hubiera ido mucho más allá que un simple golpe en el rostro. A pesar del labio partido sonrió, el pelirojo verdaderamente era tan cándido como había estado pensando durante esos dos meses, puro de corazón comparado con algunos de los que conocía y decían ser sus amigos.
Aquel joven estaba esperando un hijo suyo. Un joven de nobles sentimientos como sólo un Gryffindor podía ser. También conocía lo leales que eran los Weasley, ¿pero quién no? Siempre había temido terminar con una mujercita amargada que sólo estuviera tras su fortuna ahora que sus padres habían muerto. Pero Weasley no era así, simplemente no podía ser así, no estaba en su naturaleza y saber que aquel ser tan especial le pertenecía lo llenaba de regocijo y felicidad. Sí, era suyo porque lo había reclamado para sí más de una vez aquella primera noche. Le pertenecía, no era ni había sido de nadie más. En un movimiento rápido sujetó con fuerza la muñeca que tenía la varita y la llevó a su espalda pegándose al cálido cuerpo mientras con la otra lo sujetaba de la nuca y le arrebataba un furioso beso a pesar de su labio partido. “Mío.” Susurró roncamente antes de volver a reclamar la boca. Cuando terminó hizo que los ojos azules lo miraran directamente. Estaban oscurecidos por el coraje pero aún así eran hermosos. “Weasley. Si me necesitas, de cualquier forma, no importa cuál, no dudes en buscarme.” Le dijo de forma que no admitía reparos. “La clave de Slytherin es supremacía y poder. ¿Entendido?” Ron apenas podía moverse, sentía el cuerpo de la serpiente pegado al suyo con tal fuerza que comenzaba a abrumarlo. Finalmente asintió. “Júrame que lo harás.” Volvió a inquirirle el moreno mientras deslizaba la mano con que lo había estado sujetando de la nuca hasta su vientre levemente redondeado. “Júralo.”
“Lo juro.” Susurró casi sin pensarlo.
“Bien.” La fuerza con que había sido atrapado había desaparecido y la mirada turbulenta en el rostro del moreno se había esfumado. “Bien... si necesitas algo ahora... o después, no dudes en decírmelo. ¿Hay alguna otra cosa de la que quieras hablarme?” De pronto el tono del moreno se había vuelto uno diferente, como si hablara con el mismísimo Harry, sin malicia, sin entrelínea, sincero... “¿Puedo quedarme un rato más contigo?”
Ron pareció recuperar un poco la compostura y se soltó de las manos de Blaise con paso inseguro. Tragó fuerte y su rostro recuperó la franqueza e ingenuidad que lo caracterizaba. “No... yo... tengo que pensar en algunas cosas. Quiero estar solo.”
“Entiendo.” Levantó el papel que había estrujado levemente en su alegría. “Espero que no te moleste si me quedo con esto.” Murmuró mientras la tonta sonrisa volvía a resurgir.
“No le dirás a nadie...”
“No, no lo haré. Si eso es lo que quieres.” Se retiró un poco sin dejar de mirar al pelirojo y cuando Ron ya pensaba que se iría volvió sobre sus pasos y se acercó al joven aún confundido. Ron se tensó de inmediato pero Blaise no reclamó su boca. La sensación más extraña lo invadió cuando sintió los labios posarse sobre su frente. “Nos vemos mañana.” Murmuró con calidez la serpiente y esta vez se retiró de la habitación.
Por un largo rato Ron se quedó allí en pie, intentando comprender lo que acababa de sucederle. Cuando volvió en sí la habitación había cambiado y en lugar de la fría estancia se había vuelto cálida y acogedora. En esos momentos sólo quería alguien que lo abrazara y lo acurrucara y le dijera que todo aquello no estaba pasando, que no estaba esperando, que no había pasado aquella noche en la mazmorra... que su cuerpo no lo había traicionado. Se dejó caer suavemente en el sofá que había aparecido frente al fuego, justo como la noche en que Blaise lo había acorralado en la habitación, cuando más vulnerable se sentía.
Quizás no había sido tan buena idea quedarse solo.
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Una semana había pasado desde que hablara con la serpiente y tal y como lo había prometido no le había contado a nadie. El por su parte tampoco le había comentado nada a sus amigos aunque sabía que pronto tendría que hacerlo. A pesar de todo sabía que ese no era el peor de los escenarios, el mismo llegaría cuando tuviera que contárselo a su familia. Pero el problema no sería decirles que serían abuelos sino cuando preguntaran cuándo había conocido a su “enamorado”, cómo se habían “enamorado” y quién era su “enamorado”. Ya veía la escaramuza que se formaría con sólo saber quién era el padre de la criatura. Imaginar la que se formaría si llegaban a enterarse de la forma poco “romántica” en que se habían conocido y había sido concebida la criatura era algo que le daba escalofríos.
Tan absorto estaba en sus pensamientos que casi pasó por alto el constante ruido en la ventana. No fue hasta que Neville llamó su atención que vio la enorme lechuza esperando por entrar al dormitorio. Se levantó de su cama y abrió el ventanal. La lechuza traía un enorme paquete entre sus garras y lo dejó caer sobre su cama, posándose en el alfeizal. La caja estaba elegantemente decorada con la figura de una gacela macho en el momento justo de saltar en color oro y estaba cerrada con una cinta y un moño. Tomó la nota que estaba sujeta bajo la cinta y rompió el sello de cera carmesí. “Eres perfecto cuando sonríes.” Leyó con una expresión seria. Harry se le acercó y lo instó a abrir la caja.
En el interior de la caja había una docena completa de ranas de chocolate de diferentes colores atadas primorosamente con cintas doradas para que no pudieran escapar de sus lugares. “¡Ron! Estas son ranas de chocolate de la fábrica LeChocolatier.” Exclamó Dean entusiasmado.
“Lo sé.” Murmuró el pelirojo confundido.
“Deben haber costado una fortuna. Cada una tiene un relleno diferente y son los rellenos más deliciosos. Al menos eso dicen, nunca he probado una.” Comentó el chico mirando goloso las ranas. Al grupo se había acercado también Seamus. Ron miró todas las ranas con curiosidad.
“¿Cómo sabes de qué están rellenas?” Preguntó Harry que tampoco las había visto. Le parecían comunes y corrientes.
“Lo sabes cuando croan.” Comentó Dean y el resto lo miró extrañado. “Ya saben, cuando croan abren la boca, así puedes ver el relleno.”
“Tomen una.” Les dijo Ron ofreciéndoles la caja.
“Primero escoge una tú.” Exclamó Harry con alegría. Las observó todas y finalmente se decidió por una de chocolate claro. Con cuidado desató la cinta y sujetó la rana a la altura de sus ojos.
“Vamos, abre la boca.” Le instó el pelirojo mientras la apretaba con suavidad por el centro. Con un sonoro croak la rana abrió la boca y Ron pudo ver un relleno de color rojo. “Cerezas.” Murmuró antes de arrancarle la cabeza de un mordisco. Efectivamente era relleno de cerezas y crema. El pelirojo cerró los ojos con deleite y sus amigos se apresuraron a escoger cada uno una golosina. Luego de un rato la caja estaba completamente vacía.
“Demonios sangrientos, son las mejores ranas que he probado en toda mi vida.” Murmuró Seamus mientras se relamía los dedos. “¿Quién te las envió Ron? ¿Una admiradora?”
“No tengo ni la más mínima idea. Pero no me molesta para nada.” Sonrió ampliamente mientras bajaban a la sala común.
Esa noche, con su pijama puesta y sentado sobre su cama, el pelirojo volvió a observar la caja donde habían llegado las ranas de chocolate. Había visto el logo en alguna parte pero no lograba recordar dónde. Por unos momentos tuvo un mal presentimiento y de repente se sacó el medallón que aún llevaba al cuello. Se había convencido a sí mismo de que el objeto no le haría ningún mal y que podría realmente sacarlo de un apuro. Ahora sabía que en su interior había un rubí de color oscuro como la sangre. Lo miró a la tenue luz del dormitorio y sus ojos se abrieron como platos. Sobre la tapa del medallón figuraba una gacela igual a la de la caja de dulces. Dejó caer la caja al suelo y se recostó con un gruñido molesto. Le molestaba que la serpiente esa lo hubiera vuelto a engatusar.
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Tres semanas más habían pasado y los pequeños detalles continuaban llegando con regularidad al dormitorio de los Gryffindor. Los amigos de Ron continuaban preguntándose quién podía estarle enviando regalos pero el joven continuaba diciendo que no tenía ni idea. Harry por su parte no le había dado demasiada importancia al asunto aunque se sentía mucho mejor cuando veía al pelirojo sentado sobre la cama compartiendo las golosinas y sonriendo. Hacía mucho que no lo veía hacerlo y además sus ojos habían recuperado aquella calidez que lo caracterizaban. De esa forma se había deshecho de la sensación de que el pelirojo estuviera celoso nuevamente de él.
Hermione supuso que la pobre muchacha que le estaba enviando regalos a Ron moriría de la desilusión cuando comprendiera que el pelirojo era demasiado lento para captar el mensaje.
Ron por su parte no había devuelto ni uno solo de los regalos. Primeramente que nadie, según él, en su sano juicio, regresaba unos chocolates o cualquier otra golosina, mucho menos si era de tan alta calidad y los dulces eran de los más finos que pudieran hallarse. En segundo lugar no quería ni siquiera hablar con “esa serpiente” como solía llamarle en su mente. En tercer lugar Ron Weasley nunca rechazaba la comida y aunque en los primeros meses su apetito había desaparecido a causa de la depresión, ese tercer mes le había devuelto el hambre perdida.
Pero era imposible que todo continuara sin cambio alguno, por esa razón le había llegado una breve nota con el famoso sello de gacela donde Zabini le solicitaba cortésmente una cita en la Sala de los Menesteres esa misma noche. En un principio había reaccionado como sólo él podía haber reaccionado y la nota fue a parar al fuego de la chimenea de la sala común de los Gryffindor. Pero finalmente y luego de mucho meditar terminó aceptando, aunque fuera por curiosidad. Era por eso que se encontraba en esos momentos esperando sentado en el dichoso sofá que no dejaba de aparecerse frente al fuego en la mágica sala. A la hora exacta la puerta a la Sala se abrió y dejó pasar a un sonriente Blaise.
“Buenas noches.” Susurró antes de acercarse al pelirojo quien le contestó el saludo con una mirada fulminante cosa que en vez de molestar al moreno lo hizo sonreír más.
“¿Para qué me has pedido que venga?” Le preguntó con sequedad. El joven pareció perder la sonrisa de pronto al recordar lo que había ido a pedir al pelirojo. Finalmente tragó con esfuerzo y lo miró fijamente.
“Yo... yo quiero... verlo.” Murmuró inseguro.
“¿Verlo? ¿Para qué?” Exclamó molesto el pelirojo.
“Necesito verlo, Weasley. Estás en tu tercer mes, debe notarse algo.”
“Así es. Se nota lo suficiente. Ya comienzan a darse cuenta que estoy engordando.” Murmuró con fastidio el joven Gryffindor.
“Pues yo quisiera verlo. Aunque fuera una vez. Necesito saber que es cierto.”
“Pero tienes el papel.”
“No es lo mismo. Por favor, Weasley. Pídeme lo que quieras, lo haré con tal de verlo una vez.”
“¿Lo que quiera?” El moreno asintió y por primera vez lo vio dedicarle una sonrisa aunque la verdad la misma le provocó algo de tristeza. Esa sonrisa sólo anunciaba problemas. “Eso es fácil... quiero estar a mano contigo.” Blaise no sabía cómo interpretar las palabras hasta que el joven Gryffindor se puso en pie y repitió de forma clara lo que deseaba. “Quiero tener la satisfacción de hacerte sufrir de la misma forma en que tú lo hiciste conmigo, sin piedad y sin misericordia.” Blaise parpadeó varias veces. Aquel no podía ser el pelirojo de cual estaba profundamente ilusionado pero al mirar los fríos ojos azules llenos de amargura comprendió finalmente todo el daño que le había causado al ser que consideraba tan especial.
Por un largo rato lo único que se escuchó en la habitación era el sonido de las fuertes respiraciones de ambos. Al cabo de un rato Blaise suspiró largamente. “Si eso es lo que tengo que hacer para que entiendas que soy sincero en mi proceder... entonces que así sea.” Susurró con voz entrecortada. Se giró en la dirección opuesta al pelirojo y ahí encontró exactamente lo que había estado necesitando. Una enorme cama de postes de madera. Hacia ella se dirigió mientras se sacaba el suéter del pantalón. Sin voltearse se desató las botas, se quitó el pantalón y la ropa interior. No dejó ni una sola de las prendas que llevaba sobre su cuerpo, dejándolas sobre la ropa que se acababa de quitar incluyendo su varita. No perdió tiempo al tenderse completamente desnudo sobre la cama y estirar sus piernas y manos. Al momento unas sogas mágicas aparecieron y lo ataron efectivamente a la cama dejándolo indefenso.
Ron parpadeó levemente confundido. No esperaba realmente que el moreno simplemente aceptara la torcida propuesta. Dio unos pasos hacia la cama mirando el cuerpo y tratando de captar la esencia de lo que estaba sucediendo. Cuando estuvo cerca se sujetó de uno de los postes sintiendo el cuerpo adormecido. ¿Sería capaz de infligir tal daño? Pero el moreno ya se lo había hecho a él, sin escuchar sus suplicas e ignorando su propio dolor. Sus ojos recuperaron el brillo frío y se acercó al lado de la cama mientras comenzaba a sacarse el suéter sin embargo no quería estar completamente desnudo frente a la serpiente otra vez por lo que sólo se quitó los zapatos y se subió a la cama. Trató de recordar lo que el moreno le había hecho esa noche, había utilizado un frasco y lo había... por Merlín, recordar lo que había sucedido no le hacía bien, con todo el frasco apareció sobre la cama. Lo tomó con mano temblorosa y lo abrió.
Intentó echar a un lado todo sentimiento de duda mientras se desabrochaba el pantalón pero entonces se dio cuenta que tenía otro problema. ¿Cómo no lo había previsto antes de comenzar? Tendría que estar mínimamente excitado para poder comenzar. Suprimió los deseos de golpearse la cabeza por su ingenuidad e intentó cubrir su bochorno acomodándose entre las piernas abiertas del moreno como había visto que hiciera aquella noche. Lo primero sería entonces lo obvio, lograr excitarse. ¿Pero cómo? Por una milésima de segundo pensó en preguntarle a Blaise y tuvo que resistir nuevamente la necesidad de golpearse la cabeza con la mano. Era un tonto, lo sabía, un miserable tonto que no podría vengarse ni siquiera de su atacante. Había cerrado los ojos y lentamente había comenzado a acariciar su sexo en un intento por continuar cuando sintió la cama moverse. Abrió los ojos de inmediato, sus azules orbes se encontraron con unos color caramelo oscuro que lo observaban con fascinación.
No podía entender cómo era que el moreno podía estar tan tranquilo, quizás lo había hecho antes y por eso no le importaba demasiado ofrecérsele. Entrecerró los ojos sorpresivamente enojado sin percatarse que la razón de su enojo era el creer que Blaise ya había estado con alguien antes que él. Ese enojo le dio el valor de continuar, esta vez con los ojos abiertos viendo a los ojos a la serpiente volviendo más audaces sus caricias.
Blaise sabía que estaba siendo torturado aunque no de la forma en que el pelirojo deseaba. El estar atado a la cama mientras el objeto de su deseo estaba arrodillado entre sus piernas acariciándose de aquella forma tan sensual era tortura. Sus manos se tensaron halando levemente las sogas que lo mantenían inmóvil, de la misma forma sus piernas mientras su respiración se volvía más pesada. Era una sensación adictiva, nunca había estado en aquella posición, nunca había cedido el control, menos había pensado en cedérselo al pelirojo que probablemente nunca había hecho aquello con otro chico. Pero en ese momento el deseo de su cuerpo estaba ahogando las alarmas que su lógica le gritaba. Un ronco gemido proveniente del pelirojo hizo que intentara elevar las caderas instintivamente.
Mirar los ojos llenos de deseos del moreno y saber que no podría tocarlo en ese momento había despertado en el Gryffindor unas sensaciones que lo excitaron sin necesidad de pensar en nada más. Sintió la necesidad de mostrarle todo lo que no podría tener y aunque antes no se había desnudado por completo ahora sus manos habían ido al borde del pantalón y comenzaban a bajarlo. Sentía que la piel le ardía con un calor que nunca antes había sentido y gimió suavemente cuando quedó completamente desnudo. Recorrió con la mirada el cuerpo del moreno y tomó en consideración lo que no había visto antes. Tenía el cuerpo algo bronceado pero sin ser oscuro, dándole un suave brillo a la piel sin ser pálido. Los negros cabellos estaba desparramados sobre la cama, relucientes como las plumas de un cuervo, Ron pensó que probablemente así se vería una medusa descansando sobre la arena del mar. El pecho subía y bajaba con cada respiración como si le fuera trabajoso mientras en su vientre se marcaban perfectamente los músculos contraídos. Su rostro se sonrojó al notar que el moreno estaba levemente excitado, su sexo semi endurecido bordeado apenas por lo que podría llamarse una leve capa de vello púdico negrísimo. Los muslos también estaban tensos y los músculos se marcaban perfectamente bajo la piel. Fascinado acercó una mano y pasó con timidez los dedos sobre uno de ellos, el efecto fue inmediato. Blaise se estremeció y volvió a elevar las caderas dejando escapar una especie de lastimero gemido cuyo efecto se reflejó en su propio sexo.
Abrió el frasco y tomó en sus dedos un poco del contenido para luego cubrir su endurecido sexo con la sustancia. Un prolongado suspiro le hizo cerrar los ojos brevemente. Cuando terminó dejó el frasco a un lado y se acomodó más cerca entre las piernas del moreno. Le levantó levemente las piernas y las caderas mientras su sexo rozaba lánguidamente el trasero del moreno. Notó que la respiración de la serpiente se aceleraba notablemente y sus ojos se abrían una fracción adicional. Quizás había imaginado que no lo haría realmente, que podría escapar ileso como no lo había podido hacer él. Además el resto del cuerpo del moreno le decía claramente que estaba tan excitado como él.
La punta de su sexo encontró el lugar donde debía penetrar y el calor que irradiaba era tanto que sentía que en cualquier momento podría consumirlo. Le dio una última mirada y empujó con fuerza hundiéndose en aquella calidez hasta la base de su sexo. Por Merlín, era tan estrecho que dolía. Cerró los ojos con fuerza mientras jadeaba intentando controlarse e impedir así que todo terminara justo antes de comenzar. El interior de Blaise lo comprimía de forma brutal por lo que se quedó quieto, muy quieto, tomando todas las nuevas sensaciones con placer.
Fue un suave sollozo lo que le hizo abrir los ojos al cabo de unos minutos en aquella posición. La visión que lo recibió amenazó con destruirlo en ese preciso instante. Zabini tenía las acarameladas pupilas muy abiertas, como fijas en la nada, su boca abierta en un grito mudo y parecía no respirar. En esos precisos instantes un torrente de lágrimas pareció saltar de sus ojos con la misma facilidad que las lágrimas de un niño cuando se cae al suelo. El sollozo había sido causado por la necesidad de respirar del moreno haciendo que su pecho se moviera violentamente para quedar inmóvil al minuto siguiente.
¿Qué estoy haciendo? Gritó en su mente el pelirojo. ¿Acaso no era eso lo que había estado esperando el moreno? A menos que... A menos que no lo hubiera hecho antes. La realidad volvió a su mente recordándole que en esos momentos su deseo había sido hacerle sentir al moreno lo mismo que él había sentido, dolor. “¿Qué estoy haciendo?” Susurró con pánico su primera reacción fue retirarse de inmediato.
“No.” El quebrantado susurro lo detuvo al instante y volvió a mirar el rostro de la serpiente.
“Te estoy haciendo daño.” Susurró a su vez el pelirojo intentando controlar sus propios deseos de llorar a lágrima viva. Vio cómo el moreno intentaba recuperar el aliento para volverle a hablar.
“Si te mueves ahora me harás más daño.” Dijo con un hilo de voz.
“Pero...”
“Sólo... quédate donde estás.” Si había sido difícil subir a esa cama, quedarse allí en el interior del moreno sin moverse y sabiendo que le estaba haciendo daño era una tortura para él de la misma forma en que lo era para el Slytherin.
“Tú... tú no habías hecho esto antes.” Susurró intentando interrumpir el silencio que amenazaba con asfixiarlo.
“No... nunca.” Respiró superficialmente intentando controlar su voz pero fallando.
“Por Merlín...” Los deseos de reparar el daño que estaba causando hicieron que las sogas que sujetaban al moreno desaparecieran, con todo el cuerpo se quedó en la misma posición.
“Lo siento.” El susurró atrajo nuevamente su atención, esta vez confundiéndolo.
“¿Lo sientes? Soy yo el que... el que...”
“Pero yo te lo hice primero.” La respiración del moreno parecía estarse volviendo más calmada. “Además debí saber que dejarte intentar esto te haría más daño.”
“¿A qué te refieres?”
“Weasley.” Dijo débilmente. “Tú no eres así. Eres cándido. No me malinterpretes, no digo que seas ingenuo. Tus sentimientos son cándidos, transparentes y limpios. Te dije que estaba borracho esa noche, es la única razón por la que lo hice, de haber estado sobrio jamás hubiera podido hacerlo, tienes que creerme. Esto te hace más daño a tí que a mí, la venganza es para los duros de corazón y tú no eres así.” Una débil sonrisa se asomó finalmente a los labios del moreno en un intento por confortar al pelirojo. “Eres especial... a tu manera, única y especial.”
“Perdóname.” Las lágrimas amenazaban con anegarle los ojos. “Yo no sabía... que pudiera doler tanto.” Blaise atinó a arquear una ceja con curiosidad y Ron tragó fuerte antes de continuar. “Tú no... tú no me dañaste así... no sé cómo lo hiciste pero no... no me dolió... así.” Tragó en seco nuevamente sin saber si se había explicado correctamente.
“Ah... es que olvidaste prepararme. Sólo eso.” Ahora Blaise sentía que podía respirar adecuadamente. El dolor había disminuido considerablemente aunque había perdido toda la excitación que minutos antes la visión del pelirojo masturbándose le había provocado. Con lentitud elevó las rodillas intentando una posición más cómoda y de pronto recordó cómo había comenzado todo aquello. El cuerpo del pelirojo continuaba hundido en lo más profundo de su ser y podía observarlo detenidamente. Desde aquella distancia podía ver perfectamente el vientre levemente redondeado que tanto había anhelado admirar. Movió los brazos y acercó sus manos hasta ponerlas sobre la cálida piel de su estómago, acariciándolo suavemente.
“Está aquí.” Sonrió tontamente. Ron observó cómo aquellas manos reverenciaban su cuerpo y la nueva vida que se comenzaba a formar. Le parecía tan irreal, tan extraño. La caricia estaba tan cargada de ternura que se sintió indefenso ante tanto sentimiento y poco a poco se fue recostando sobre el pecho del moreno quien pasó las manos a su espalda.
“Lo siento.” Susurró roncamente. Las manos comenzaron a acariciar su espalda con la misma ternura.
“Ssshh... no es tu culpa. Además ya no duele tanto.” Le aseguró.
“¿No?”
“No.” Le dijo mientras le plantaba un beso en la frente. “Sólo tenía que acostumbrarme.”
“Pero... pensé que...” El moreno lo calló con la punta de sus dedos.
“Te deseo. Te he deseado desde esa noche en la mazmorra. Quizás no de esta forma pero lo hecho, hecho está. Sí, duele un poco, pero pronto se irá si quieres continuar. No me importa si tiene que ser así.” Llevó sus dedos a la lágrima que rebelde había escapado las azules profundidades y la enjugó con el pulgar. “No quiero verte triste. Prometo hacerte olvidar si continuas.” Enredó sus piernas alrededor de la cintura del joven como un abrazo, acercándolo aún más contra su cuerpo y sacándole un ahogado sonido.
Ron no terminaba de entender lo que sucedía pero ahora que el moreno se apretaba contra su carne trajo a su atención que aún se encontraba parcialmente excitado. El sedoso y cálido interior ya no estrangulaba su sexo con brutalidad, se había relajado de forma imperceptible y parecía pulsar suavemente alrededor de su carne. Se retiró levemente para volverlo a penetrar obteniendo un ronco gemido del moreno que movió algo en lo profundo de su pecho. Repitió el movimiento obteniendo idénticos resultados.
La necesidad de tocar el cuerpo que estaba poseyendo venció su fobia inicial de estar tocando a la serpiente y sus manos comenzaron a acariciarlo, con timidez en un principio pero luego con febril deseo. Sus caderas comenzaron a moverse con rítmico placer aunque todavía con gran cuidado y lentitud. No sabía amar de otra forma, nunca se le habría ocurrido que no estaba en su naturaleza no hacer el amor y que su cuerpo no sabía lo que era tener sólo sexo. Los gemidos del moreno se detuvieron abruptamente cuando su boca buscó los labios entreabiertos y comenzó a devorarlos.
“Weasley.” Susurró el moreno cuando pudo articular palabra. “Weasley...” La voz de la serpiente se escuchaba tan sedosa, tan seductora, tan llena de necesidad que instintivamente aceleró el ritmo sintiendo las piernas apretarse alrededor de su cintura y las caderas elevarse para recibir sus aún suaves embestidas.
Continuó el ritmo de aquella forma lánguida y casi perezosa, como quien bebe a sorbos un buen vino y quiere saborear al máximo el dulce néctar. Separó levemente su pecho del cuerpo bajo el suyo y deslizó una mano hasta encontrar el endurecido sexo del moreno y comenzó a masturbarlo con la misma lentitud con la que le hacía el amor provocando que el joven se aferrara de las sábanas y arqueara su espalda en completo abandono. “¡Weasley!” Escuchar su nombre una y otra vez de aquella forma estaba causándole algo que no podía explicar. Todo el deseo que iba tejido en cada una de las sílabas lo golpeaba en su pecho y en su pelvis de forma que no podía describir. Verlo estremecer bajo su cuerpo mientras lo tomaba era la visión más deliciosa que jamás había visto, entregado tan descaradamente al placer de ser poseído de aquella forma...
Su respiración se volvió más entrecortada al sentir que los primeros indicios de su orgasmo se acercaban por lo que aceleró el ritmo de su mano y de sus caderas. Los gemidos se elevaron en su intensidad mientras su nombre se desprendía de aquellos labios como un fervoroso rezo. Finalmente sus embestidas se volvieron erráticas y se inclinó nuevamente sobre el pecho de la serpiente entrelazando los dedos de su mano libre con los del moreno y acercándose a su cuello para susurrarle una única palabra. “Blaise.”
Tan pronto sus labios pronunciaron el nombre el moreno se vino en cálidos chorros mientras su interior se contraía sobre su carne con espasmódico ritmo y ya no pudo más. Con una última embestida lo penetró tanto como pudo para entonces venirse con fuerza dejando su mundo en blanco mientras oleadas de placer recorrían todo su cuerpo de forma interminable. No supo cuándo se dejó caer sobre el cuerpo del moreno ni cuándo, con infinito cuidado, el moreno permitió que su miembro se deslizara fuera de su cuerpo para luego entrelazar sus piernas con las suyas. Sólo supo que una colcha los cubría, que ambos estaban limpios y que unos labios se posaban sobre sus ojos cerrándolos antes de dejarse ir en aquel sentimiento de bienestar y calidez que de pronto le eran familiares.
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