Harry Potter - Series Fan Fiction ❯ En Silencio ❯ Capítulo 4 ( Chapter 4 )
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Capítulo 4
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Los personajes de Harry Potter pertenecen a J. K. Rowling.
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Harry despertó sobresaltado. La luz de la mañana se filtraba por entre las rojas cortinas de su habitación. No recordaba haber llegado a su cama, sólo que estaba jugando ajedrez mágico con Ron. Buscó con la mirada algo borrosa y encontró lo que suponía era el juego aún en el suelo. Se restregó los ojos y extendió su mano hacia la mesita donde encontró sus lentes, sus dedos tocaron también un pedazo de papel. Lo recogió y comenzó a leer. Hermione.
Sonrió levemente y se comenzó a preparar para el desayuno pero a mitad de la tarea se detuvo por completo, los ojos fijos en la nota.
“¿Qué?” Susurró sin poder creer lo que leía, leyó una segunda vez, pasando los dedos sobre lo que estaba escrito. “Imposible.” Una parte de su mente le decía que lo que leía era producto de su imaginación, pero otra parte, una pequeña parte se alegró provocando que su corazón se saltara un latido. Terminó de prepararse lo más rápido que pudo y bajó tan rápido las escaleras que apenas podía creer que no se hubiera tropezado en los escalones. Al llegar frente a las puertas del comedor tomó varias respiraciones pasándose los dedos por el cabello para alisárselos y apretando en la mano del brazo lastimado la nota de Hermione. Finalmente empujó las puertas.
Con paso apenas calmado llegó hasta donde sus amigos estaban sentados desayunando.
“Buenos días, Harry. ¿Cómo está tu brazo?” Preguntó Hermione mientras le untaba mermelada a sus tostadas. Harry movió la extremidad con cuidado mostrándole que aún la tenía sujeta con el protector, luego le mostró la nota.
“Mione, ¿qué significa esto?” El tono de su voz era uno de súplica y la chica sólo sonrió.
“Significa que hoy en la tarde irás con Malfoy a Hogsmeade.”
“¿Pero por qué?” Preguntó Harry confundido aún.
“Necesitamos unos ingredientes que no tenemos aquí y como Malfoy es el único que tiene tiempo libre nos hará el favor.”
“¿Pero por qué tengo que ir con él?”
“Porque necesitamos tu opinión. Al fin y al cabo es a ti a quien beneficiará nuestro castigo.”
“Pero...”
“Harry, por favor.” Gimió la chica cansada. “Ya sé que Malfoy no es la compañía perfecta, pero tampoco es la peor.”
“Casi lo mato, Mione. ¡Dile Ron!” Harry recibió un coscorrón de la chica como respuesta. “Ouch.”
“Ya madura.” Lo regañó la chica. El pelirrojo se encogió de hombros ante la combustión de la joven. Harry a cambio extendió el brazo sano y golpeó a Ron con una sonrisa.
“Vaya amigos que me gasto. En serio Mione, ¿ninguno de ustedes me va a acompañar? ¿Por qué no?”
“Sí, Hermione, ¿por qué...? Ouch.” Otro coscorrón en la cabeza del pelirrojo lo hizo callar.
“Harry tiene que demostrar que el esfuerzo de los profesores no ha sido en vano. Además, un Gryffindor no puede ser vencido tan fácilmente por un Slytherin. Ya va siendo hora que dejes tus temores atrás, así no serás auror o lo que sea que hayas pensado en estudiar cuando termines el séptimo año.” Harry dejó escapar un sonido frustrado y comenzó a servirse de forma algo intempestuosa. Sabía que su amiga tenía razón, pero cómo decirle que ni siquiera tenía pensado qué haría cuando saliera de Hogwarts. Más importante, no sabía si podría ir y venir a Hogsmeade sin matar al rubio. Cómo podían confiar cuando casi lo había hecho era algo que no lograba entender aunque una voz en el interior se reía y le susurraba que aquello era lo mejor que le podía haber pasado.
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Harry observó el reloj de la torre, sabía que estaba más temprano que lo acordado, pero no podía evitarlo. Estaba ansioso y trataba inútilmente de calmarse. Había acordado con Hermione que ignoraría cualquier comentario de Malfoy, sin embargo sabía que no podría ignorar nada de lo que dijera el rubio de los Slytherin. Ignorarlo cuando pasaba a su lado y soltaba un comentario o mientras estaban en la clase de pócimas juntos era una cosa... Ir con Malfoy hasta Hogsmeade, comprar y regresar, eso ya era algo diferente, imposible de ignorar. No sólo iría a acompañarlo, iba a dar su opinión... aún no sabía en qué, pero Malfoy iba a tomar en cuenta lo que él dijera. De repente sonrió, que el rubio tomara en cuenta algo que el dijera era casi inverosímil, absurdo, pero a eso era a lo que irían al poblado y una suave sonrisa adornaba sus labios sin poderlo evitar.
“Potter.” La voz sedosa y clara del Slytherin lo hizo voltear abruptamente.
“Malfoy.” Saludó con lo que pensó era su voz más firme.
“Andando.” El rubio no detuvo sus pasos, simplemente lo pasó de largo y confió en que el moreno lo seguiría. Harry no se hizo esperar y pronto sus pies lo llevaron a exactamente tres pasos tras los pasos de Malfoy. Caminaron un largo trecho hasta que Draco se cansó de ser seguido por Harry. Se detuvo en seco.
“Potter... aún cuando la compañía de Crabe y Goyle me es necesaria en ocasiones, eso no significa que me agrade que se la pasen a mis espaldas todo el día.” Dijo con los dientes apretados y sin voltearse. Cuando no obtuvo respuesta se volteó exasperado y vio que el chico daba un paso atrás con algo de nerviosismo. Su mente le proporcionó la imagen de un cervatillo que descubre al cazador a escasos pasos con el arma cargada y se debate entre la curiosidad y el miedo.
“Potter... no voy a morderte.” Comentó de forma burlona. Lo vio ruborizarse levemente para luego entrecerrar los ojos desafiantes en aquella manera que le era tan familiar. Lo único que le faltó fue la usual respuesta sagaz, cosa que nunca ocurrió pues Harry comenzó a moverse con los puños apretados, hasta llegar a su lado. Sin comentar nada adicional Draco se volteó y ambos comenzaron a caminar al mismo paso. Cuando llegaron a las afueras de Hogsmeade el silencio entre ambos era como una pesada capa.
Draco se desvió de la ruta principal y sacó un papel. Harry le echó un vistazo al papel y para su sorpresa descubrió que era la letra de Ron. Según las direcciones en el pergamino llegaron hasta una tienda cuya prístina fachada parecía una casa de muñecas entre todas las demás tiendas. Draco no le permitió siquiera ver el nombre antes de empujarlo al interior.
“¡Oye!” Se quejó indignado pero el rubio sólo le dio un resoplido impaciente.
“Deja de tontear, Potter. Mientras más pronto regresemos a Hogwarts mejor.” Draco lo escuchó murmurar entre dientes pero no le prestó atención, sus ojos platinados se posaron en los cientos de frascos que llenaban el lugar. Aquella no era la usual tienda de pociones puesto que la mayoría de los frascos no contenía pócimas mágicas, quizás materia prima que podría usarse en pócimas pero nada más.
“¡Señor Potter!” Exclamó la dependienta con evidente alegría. Draco no pudo menos que voltear los ojos fastidiado y se internó un poco más entre los anaqueles. Desde donde se encontraba podía escuchar la tonta conversación que la dependienta intentaba mantener con Potter y de vez en cuando podía escuchar las amables respuestas del joven. Se acercó a un frasco y lo destapó, acercándolo con recelo. Un fuerte olor a nardos inundó sus sentidos y cerró el frasco de golpe. Le recordaba a los cementerios antiguos llenos de lirios y nardos blancos. Definitivamente nada agradable en su opinión. Tomó otro frasco y leyó primeramente la etiqueta. “Aceite de Violetas.” Volvió a sacar el papel que el pelirrojo le había dado con sugerencias de lo que debía buscar, con todo lo que se había quejado durante la sección de lectura había imaginado que el pelirrojo no había hecho nada. “Lavanda... rosas... camomila...” No entendía el por qué de que todas las fragancias tuvieran que ser de flores. Un sonoro estornudo le aguó los ojos. “Malditas flores.”
Minutos más tarde se hallaba con varios frascos en las manos y se acercó hacia donde se hallaba aún el joven de ojos verdes.
“Potter. Necesito que me digas si estas te agradan.” Las palabras le salieron irregulares, tan inusuales como eran. El moreno lo observó como si no entendiera y Draco procedió a colocar los frascos sobre una de las mesas que estaban finamente adornadas con cintas y lazos.
“¿Qué son?”
“Aceites perfumados.”
“¿Para qué?”
“No tienes que saber para qué ahora. Sólo escoge uno que te agrade.” No, Draco no iba a darle más información de la necesaria al joven, actualmente su mente disfrutaba de todas las reacciones posibles que el Gryffindor tendría cuando supiera exactamente qué era lo que les habían asignado como castigo.
“Bien.” Suspiró antes de tomar uno de los frascos y destaparlo. El aroma era uno suave a flores, nada mal, pensó Harry. Destapó un segundo frasco, flores nuevamente. El tercer frasco no tuvo que imaginar nada, unas enormes rosas rosadas estaban dibujadas en el exterior. Lo abrió y aspiró.
“Huele a la pomada de Madame Pomfrey.” Murmuró por lo bajo. No que le desagradara el olor, era simplemente que varios días utilizando la pomada y ya no soportaba las rosas. Cerró los frascos y se dirigió a donde el rubio continuaba buscando entre los anaqueles pero no lo molestó. Se giró y comenzó a buscar en el anaquel del lado contrario. “Pomarrosas. ¿Será algún tipo de rosas?” Lo destapó y un agradable perfume a fruta y flores invadió sus sentidos. Se dirigió a la dependienta con el frasco. “¿Qué es?”
“Es una fruta, señor Potter, ¿le agradan más esas fragancias? Tenemos todo un anaquel de este lado.” Al escucharla el rubio se volteó hacia ella y los siguió mientras la mujer los dirigía a otra sección.
“Estas son fresias, ambrosías, corazones, guayabas, acerolas, piña y otras más comunes como las cerezas, fresas, melocotones, manzanas...” La sonrisa de Harry mientras olía cada uno de los frascos era contagiosa.
“¡Hasta tienen de bananas!” Exclamó sorprendido. El rubio tomó uno de los frascos y pudo comprobar que las fragancias le eran menos molestas que las primeras que había estado buscando. “¿Y estas de qué son?” Preguntó Harry con entusiasmo al tiempo que señalaba unos frascos sellados con etiquetas extrañas en una sección cercana.
“Esos, señor Potter, son comestibles.” Le informó la mujer con una amplia sonrisa.
“¿Comestibles?” Preguntó con toda la inocencia que su edad le permitía.
“Son para ocasiones especiales.” Sonrió pícaramente la mujer sin que el chico se diera por entendido. Draco, que sí había entendido el significado, carraspeó audiblemente.
“Sólo estamos buscando aceites normales.” Interrumpió antes que la mujer pudiera decir nada más. Con una sonrisa entendida la mujer dejó el tema y continuó mostrándoles las demás fragancias. Finalmente Harry se había decidido por varios frascos con olores a fruta y uno con olor a vainilla, sin embargo no dejaba de mirar los frascos de aceites “comestibles”.
“¿Por qué no podemos llevar uno de esos?” Preguntó algo enojado.
“¿Para qué utilizarías una fragancia comestible?” Preguntó divertido el rubio.
“No lo sé. Pero tengo curiosidad.” Dijo encogiéndose de hombros sin tomar en consideración la media sonrisa que le estaba dando el rubio.
“Bien, Potter, creo que puedo complacerte.” Sonrió con malignidad. “Pero sólo un frasco y será del sabor que me agrade a mí.”
“¿Pero por qué escogería uno que te guste a ti? ¿No se supone que soy yo el que elige?”
“El del castigo soy yo, Potter, además este es un caso especial, no es a ti a quien le tiene que gustar el aceite.” Al ver el puchero que hacía el joven tuvo que contener una carcajada. Potter se estaba poniendo en bandeja de plata para que él, Draco Malfoy, le jugara la broma de su vida. “Te diré algo... compraré el frasco y si te portas como un buen Gryffindor te mostraré cómo se usa.” El joven le dio una mirada recelosa y Draco trató de ocultar la sonrisa que se asomaba a su rostro. En su mente imaginaba el rostro de Potter cuando le explicara para qué realmente servía el aceite y todo lo que se divertiría molestándolo una vez descubriera lo que se había antojado en comprar.
“Está bien.” Murmuró finalmente. Con una sonrisa y una leve cortesía, Draco se giró elegantemente hacia el estante donde se encontraban los aceites y leyó cada una de las etiquetas, decidiéndose finalmente por uno con sabor a miel. Siempre le había gustado la miel aunque su padre no le permitiera usarla demasiado. Después de la broma no tendría problemas en encontrar alguien en quien probarlo. Con el frasco seguro se dirigió al mostrador para que envolvieran las compras y les fuera cobrado el precio.
El viaje de regreso fue uno más liviano, al menos para el rubio. Draco no podía dejar se sonreír y el moreno a su lado le daba miradas desconfiadas. Cuando llegaron a las escalinatas, Hermione y Ron los esperaban.
“¡Compañero! ¿Cómo te fue?” Exclamó el pelirrojo echándole una mirada resguardada al rubio y a los paquetes que traía. Malfoy le entregó los paquetes al pelirrojo a excepción de la botella especial y continuó al interior del castillo sin decir palabra. “Es agradable, ¿no?” Comentó Ron con sarcasmo.
“Tan agradable como una semilla de espinas.” Murmuró el moreno mientras se internaban en el interior del colegio. Sin embargo en su mente había guardado con celosa exactitud la sonrisa en los labios del Slytherin.
En el ala que albergaba la casa de los Slytherin el rubio de ojos azules casi plateados se deslizó sigilosamente hasta su propia habitación, cuidando de no ser seguido por ninguno de sus compañeros. Cuando estuvo seguro de que nadie lo interrumpiría sacó el paquete que se había guardado y rompió el papel. Sacó el frasco mientras con su varita encendía un fuego en la pequeña chimenea. Levantó el frasco contra la luz del hogar y lo observó por varios segundos antes de acercarlo y romper el sello. Un suave olor a miel llenó sus sentidos, el aroma lo hizo cerrar los ojos y le provocó cálidas sensaciones que lo hicieron cerrar los ojos momentáneamente. Sonrió complacido para luego acercar un dedo al borde del frasco y empinarlo con cuidado. El líquido a pesar de tener el aroma y el color de la miel era menos espeso. Dejó caer una gota en su dedo y se la llevó a los labios. Ciertamente era dulce, pero no lo suficiente como para empalagarlo.
Los que habían preparado el aceite realmente sabían lo que hacían, pensó. No sólo era miel, había cierto sabor a canela y especias, clavo y anís, pero era tan leve que apenas se insinuaban. También almendras. Seguramente la persona a la cual se lo aplicara no necesitaría ser la más hermosa del mundo, sólo bastaría con desearla un poco, el aceite compensaría lo que faltara. Con sólo pensarlo un leve estremecimiento le recorrió el cuerpo. Decidió sellar nuevamente el frasco, nada sacaba con incitar sus sentidos puesto que no tenía al momento nadie con quien apaciguarlos. Lo guardó con cuidado en uno de sus baúles, seguro bajo llave.
Decidió ducharse y cambiarse, no que lo hiciera por los Gryffindor con los cuales iba a estar, sino porque así eran los Malfoy, impecables, aún cuando tuvieran que mezclarse con criaturas tan bajas como Granger y Weasley.
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Gracias por leer.