Harry Potter - Series Fan Fiction ❯ En Silencio ❯ Capítulo 8 ( Chapter 8 )

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Capítulo 8
 
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Los personajes de Harry Potter pertenecen a J. K. Rowling.
 
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Draco se había quedado allí en el pasillo, recostado de la pared de piedra. Se pasó una mano por los rubios cabellos y finalmente miró al techo del pasillo. Trató de calmarse por largo rato hasta que de un empujón se enderezó y se encaminó a su propia habitación. Acababa de recibir una descarga mágica de parte del Chico Dorado y había sentido lo más extraño del mundo. Lo había tomado desprevenido y vaya que lo había hecho estremecer. Por un momento había sentido cientos de voces en su cabeza hablando todas a la misma vez.
 
Detente. No me toques. Lo siento. Acércate. Tengo miedo. Estoy confundido. No te alejes. Esto es extraño. Acércate. Se siente extraño. Necesito…
 
Un sentimiento absoluto y miles más todo en un sólo toque y lugar; sus dedos sobre la espalda de Harry Potter.
 
Al llegar se desvistió y se adentró en el baño echándose agua en el rostro para aclararse los pensamientos. Luego de una ducha caliente se puso el pijama de seda de arañas negras que su padre le había regalado hacía unos meses atrás y se metió bajo las colchas. Se observó las manos con detenimiento hasta que decidió apagar la luz e intentar dormir. Esa noche sus sueños estuvieron plagados de un rostro sereno de cabellos oscuros y ojos verdes, de extraños conjuros y dolorosas maldiciones.
 
Cuando llegó la mañana, Draco Malfoy se preparó como de costumbre para asistir a clases, una vez terminado el desayuno y antes que comenzara el primer curso se dirigió de inmediato al despacho de su profesor preferido, Severus Snape. Lo encontró doblado sobre el escritorio, escribiendo con precisión sobre un pedazo de pergamino nuevo, el rostro en perfecta concentración mientras los cabellos negros enmarcaban su palidez.
 
“Profesor Snape.” El aludido levantó la vista y al ver al rubio sonrió imperceptiblemente. Sus ojos negros brillaron ligeramente para luego hacerle una seña al joven. Draco pasó y se sentó frente al escritorio que ocupaba el hombre.
 
“¿Se le ofrece algo, joven Draco?” Le habló en aquel tono de voz que reservaba para los de su casa.
 
“Profesor… creo que el castigo no es buena idea. No lo digo por mí, sino por Potter.” Comentó con rápido nerviosismo.
 
“Es… extraño, joven Draco, que se preocupe por el bienestar del señor Potter. ¿Hay algo que lo haya hecho cambiar de parecer?” El profesor sonrió levemente. Podía ver en los atribulados ojos plateados la preocupación del joven. En ellos había algo más y no era preocupación por el prójimo lo que lo motivaba, no. El conocía bien a la familia Malfoy, no eran precisamente unos buenos samaritanos. Los Malfoy se regían por el poder, cualquier persona poderosa los atraía, aunque tenían sus predilecciones… para ellos sólo el más poderoso. En tiempos de Lucius había sido Aquel-que-no-debía-ser-nombrado. ¿Pero qué sucedería ahora que comprobaran que sus sueños de poder se habían desvanecido y que el joven que había vencido a su máxima figura era ahora mucho más poderoso que el mismo Voldemort? Sí, Snape adivinaba lo que el mismo Dumbledore se negaba a ver una y otra vez. Bueno… no tendría que esperar demasiado, estaba seguro que en unos momentos sabría precisamente la respuesta correcta a la pregunta. “Hay algo que lo preocupa, joven Draco.”
 
Draco tragó en seco, sus sonrosados dedos se movieron nerviosos. “Quiero saber cuán poderoso es Potter.” Al grano, nunca su alumno había sido tan directo, era instinto de serpiente irse por la tangente.
 
“¿No se lo ha dicho?” El joven movió la cabeza de forma negativa. “Pensé que se jactaría de ello en cuanto tuviera oportunidad.”
 
“No ha dicho nada. Pero sé… sé que es peligroso, que ha perdido el control anteriormente y que está a punto de hacerlo otra vez.” El profesor levantó una ceja confundido.
 
“¿Qué quieres decir con que está a punto de perderlo otra vez?” Preguntó apenas ocultando la ansiedad.
 
“Está… tenso. Es como un hechizo a punto de reventar. Quiero… tengo derecho a saber si me enfrento a alguien peligroso.” Exigió con incertidumbre.
 
“El señor Potter ciertamente es mucho más poderoso de lo que era antes de enfrentarse con el señor tenebroso. Desde entonces se ha vuelto algo… inestable. Aquí en Hogwarts hemos tratado de controlarlo pero no hemos tenido mucho éxito. La única razón visible es que el joven Potter se ha encerrado en sí mismo desde el nefasto encuentro.”
 
“En otras palabras… está trastornado.” Agregó en tono seco el rubio.
 
“Me gustaría pensar que sólo está un poco aturdido. Aún cuando no le tengo demasiado cariño, tampoco me gustaría verme en la obligación de… enfrentarme a él. Cualquier ayuda que podamos recibir en este asunto sería muy bien vista, joven Draco, no sólo por el decanato de la escuela. El Ministerio de Regulación de la Magia también está al corriente de todo lo que sucede con el señor Potter. No quieren que se repita el mismo lamentable suceso de un mago poderoso volviéndose en contra de los de su propia sangre.”
 
“No… sería algo lamentable.” Dijo con cautela el joven, sus instintos de Slytherin le decían que proclamarse adepto a las preferencias de su padre no era lo más sensato en ese momento. Menos cuando su padre le había encomendado aquella tarea que no sabía del todo si le sería posible cumplir.
 
No, Draco sabía que seguiría las órdenes de su padre, como siempre lo había hecho, como todo buen Malfoy de sangre pura, honraría a su familia. Pero luego de presenciar lo acontecido y de que sus sospechas se vieran prácticamente confirmadas por su profesor tenías sus dudas. Llevar a un Harry Potter poderoso pero inestable, contra su voluntad e intentar retenerlo sería una tarea de locos. Aunque aún le quedaba una opción, una no muy convencional y que quizás desagradaría a su padre, pero un Malfoy haría todo lo que fuera necesario para obtener sus objetivos. Aún cuando el orgullo de Draco fuera mucho mayor que el de su propio padre, tenía la capacidad de entender cuándo mostrarlo y cuándo no.
 
“¿Entonces puedo confiar en que usted, joven Draco, estará dispuesto a cooperar en este asunto?” Murmuró Severus al notarlo pensativo.
 
“Así es profesor.” El rostro del joven tomó un aspecto solemne y con una leve inclinación salió de la presencia del profesor. Al salir su rostro se endureció. Después de todo… la posibilidad de utilizar ese último recurso con el Niño de Oro de Dumbledore de pronto se había vuelto casi un hecho. Ahora sólo tenía que comenzar a ponerlo en práctica.
 
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Harry se encontró esa noche nuevamente acorralado en su propia habitación. Estaba tan nervioso que no atinaba a quitarse la ropa para ducharse, los dedos le temblaban visiblemente y tuvo que respirar profundo varias veces antes de lograr entrar a la ducha de mármol. El vapor caliente le sentó bien a sus pulmones y se recostó brevemente de la pared mientras permitía que el agua escurriera por su cuerpo. ¿Acaso sus amigos no entendían lo difícil que le era permitir que el rubio se le acercara? Su temor no derivaba simplemente de que fuera un Slytherin, ni un Malfoy. No, lo que más temía Harry Potter en esos momentos era perder el control y causar una desgracia de la cual sería completamente culpable. Luego de eso lo que le esperaría sería la prisión de Azkabán.
 
Su estado de nervios le impedía ver otra posible línea de tiempo donde su cuerpo quizás aceptaría el toque del joven que por tanto tiempo había estado observando en silencio sin que nadie lo supiera.
 
Cuando terminó y salió de la ducha se fijó por breves segundos en el espejo que colgaba sobre el lavabo. El reflejo le devolvió una sonrisa pícara como la de Malfoy cuando había comprado el aceite comestible. Gruñó molesto, había vuelto a recordar el maldito aceite y su curiosidad volvía a molestarlo. Se comenzó a secar con más vigor que el de costumbre y se amarró una de las toallas alrededor de la cintura para luego ponerse la batola por encima. Salió del baño con paso indeciso para fijarse en que Malfoy y su amigo Ron estaban encorvados sobre el tablero de ajedrez.
 
Se fijó en Malfoy, el chico se mordía los sonrosados labios en concentración y los mechones de cabello rubio caían suavemente sobre su frente iluminados débilmente por la luz de las velas de su habitación. Llevaba en esa ocasión una camisa verde muy claro y unos pantalones de cuero beige. En la cintura del pantalón relucía su varita. Movió una de las fichas negras sobre el tablero y vio al pelirrojo sonreír con malicia.
 
En ese momento la Reina Blanca de Ron destrozó el Rey Negro de Malfoy mientras el pelirrojo anunciaba un jaque mate. Se dirigió a la cama antes que pudieran notar que estaba allí parado observando. Quizás si se concentraba pudiera dominar las sensaciones que la cercanía del rubio le provocaban.
 
Cuando sus amigos levantaron la vista él ya estaba acostado sobre la cama sin la batola y con sólo la toalla. Esta vez se había tendido sobre las sábanas en vez de sacarlas. Sus dedos, por otra parte, habían agarrado la almohada de forma tal que los nudillos estaban blancos por la presión. Malfoy le echó un vistazo y tuvo que contener las ganas de voltear los ojos. Por la postura del joven sabía que lo que se avecinaba no iba a ser nada fácil, pero luego de echarle un vistazo a su rey destrozado y una mirada rencorosa al pelirrojo se levantó de su lugar.
 
Sin esperar por nadie, tomó uno de los frascos de aceite y lo abrió, un olor a cerezas silvestres inundó el lugar mientras se echaba un poco en las manos. Se las frotó vigorosamente y se sentó en el borde de la cama justo al lado del moreno sin decir palabra. Harry sintió las manos en su espalda de inmediato y emitió un sonido asustado que no pudo reprimir, pero las manos no se retiraron. Hundió la cabeza en la almohada y trató de olvidar quién le estaba masajeando la espalda con tanta suavidad.
 
Ron, que se había levantado de su lugar, observó la escena con interés e incredulidad. Pensó en acercarse pero Hermione lo tomó de la camisa antes que pudiera acercarse y le hizo un gesto negativo, con lo que se contuvo y se volvió a sentar en la butaca.
 
Harry por su parte había cerrado los ojos con todas sus fuerzas mientras Malfoy continuaba repasando los movimientos aprendidos. Luego de un rato y para su sorpresa, comprobó que a pesar de que algunas veces los movimientos le habían molestado, no era lo mismo que la primera vez. Era como si el ritmo le llegara mucho más rápido y que sus tensión se escurría suavemente de su espalda. Poco a poco fue relajando las manos y en un último esfuerzo por mantenerse tranquilo intentó olvidar dónde se encontraba por completo.
 
Las manos del rubio se deslizaban sobre sus hombros y espalda, ejerciendo una presión suave pero firme sobre sus músculos. Sintió un gran alivio cuando los dedos se concentraron en su nuca, justo en la parte posterior del cráneo y continuaron por entre sus húmedos cabellos tersamente. Hubiera querido dejar escapar un gemido placentero, pero recordaba aún la presencia de sus amigos y no quería ni pensar en lo que podría decir el rubio si lo hacía.
Luego de masajear su nuca un rato, Malfoy bajó y comenzó a masajear la parte media de su espalda con largos movimientos que hacían que todo su cuerpo se moviera con suavidad.
 
Ron y Hermione se habían puesto a conversar quedamente, sin dejar de echarles una que otra mirada al par. Ron se acercó al oído de la joven y le susurró algo que la hizo enrojecer de pies a cabeza, procurándose un leve golpe en el pecho.
 
Draco por su parte procuraba concentrarse en lo que hacía. El que Ron Weasley le hubiera ganado la partida de ajedrez no le había sentado nada bien, por lo que parte de su coraje lo estaba descargando en los movimientos rítmicos que se había memorizado. Sin pensarlo demasiado comenzó a masajear la parte de la espalda que no había podido el primer día, la suave curva que precedía su área lumbar. Sintió al moreno tensarse levemente pero no le dio demasiada importancia puesto que segundos más tarde lo sintió relajarse nuevamente.
 
Pronto terminó con la espalda y decidió moverse a los brazos, pero el joven tenía los brazos bajo la almohada donde tenía la cabeza. Con mucho cuidado se inclinó hacia adelante y comenzó a trabajar ambos hombros mientras los movía para acomodarlos en la posición que necesitaba. Harry levantó la cabeza amodorrado y por unos momentos la dejó en el aire, completamente tenso. Draco se detuvo el tiempo suficiente para sentir que los brazos se aflojaban de abajo de la almohada y se movían a la posición en que intentaba ponerlos. Harry dejó caer la cabeza pesadamente en la almohada al cabo de un rato y con un suspiro de alivio cerró los ojos nuevamente. Luego de eso el joven ya no volvió a hacer ningún movimiento y Draco presintió que se había quedado dormido cuando los brazos adquirieron una consistencia pesada. Por una razón que no pudo entender los colocó en la misma posición que habían estado antes de moverlos, bajo la almohada.
 
Mientras se levantaba de la cama escuchó que la joven que los acompañaba murmuraba el hechizo que convertía la toalla que llevaba el chico en un pijama de dormir. Cuando salieron de la habitación, los dos jóvenes Gryffindor desaparecieron más rápido de lo que Draco hubiera imaginado que podían. Cuando pasó frente al retrato de la señora gorda, esta se acomodaba nuevamente en su lugar, observándolo con ojos entrecerrados.
 
Sus pasos lo llevaron lánguidamente por los pasillos de Hogwarts en dirección a las mazmorras. El camino pasaba frente al despacho del profesor Severus Snape. Para su sorpresa la puerta de madera estaba entreabierta. La curiosidad natural de Slytherin y la preocupación que podía haber sentido por el profesor en cuestión lo hizo acercarse con precaución. Escuchó con atención y estuvo a punto de alejarse cuando una especie de gruñidos sordos lo hizo entrar, al hacerlo cerró la puerta tras de sí.
 
“¿Profesor? Llamó suavemente cuando vio la figura del profesor doblada levemente sobre el escritorio, una mano en la espalda y la otra sujetándose del mueble.
 
“¿Quién se atreve…? Malfoy.” La voz airada se había suavizado al distinguir al joven de rubios cabellos. “¿Qué se le ofrece, joven Malfoy?” Dijo enderezándose sin importarle el estado de su cuerpo.
 
“Yo…” Draco no sabía si fingir que no pasaba nada o si acercarse. Por los moretones que ostentaba el rostro y lo poco de las manos que se podía ver el profesor estaba bastante machucado y se preguntó qué podría haber causado semejante daño a su profesor de pociones. Sin embargo y luego de unos minutos recordó. “Potter.” Murmuró.
 
“Sí, Potter.” El profesor se sobó un hombro con vehemencia mientras le daba la vuelta al escritorio para sentarse. La postura algo tiesa por unos segundos lo tentó a reír por lo bajo pero Draco sabía más que eso.
 
“Profesor, si desea puedo…” Murmuró algo inseguro, de inmediato el profesor lo interrumpió.
 
“¿Ayudarme? ¿Crees que necesito ayuda?” Los negros ojos brillaron furiosos por unos segundos y el rostro se contrajo en un gesto airado que controló de inmediato. Ese control de hierro que lo caracterizaba se hacía cargo de todo sentimiento, incluyendo la ira.
 
“No, usted no necesita mi ayuda profesor.” Murmuró el joven acercándose. “Pero quizás sea un buen momento para mostrarle lo que he aprendido de mi castigo.” La suave sonrisa del joven hizo que el profesor arqueara una ceja.
 
“Oh.” Susurró el profesor, mostrando una sonrisa irónica y entretenida. “¿Cree que este sea un buen momento, señor Malfoy?” Estuvo a punto de continuar pero Draco lo interrumpió rodeando el escritorio rápidamente en un susurro de su capa y colocó sus manos en sus hombros. El profesor se tensó de inmediato, su mano fue hacia la varita por instinto. La mano de Draco, con sus reflejos de buscador la siguió y la sujetó sobre el pedazo de madera deteniéndolo efectivamente. Su rostro bajó hasta quedar en el oído de su profesor, pegando los labios hasta que el hombre detuvo todo movimiento y respiración.
 
“Insisto… en que es un buen momento para mostrarle… profesor.” Susurró de forma sugestiva, rozando sus labios sobre el oído. Al ver que el profesor no lo rechazaba volvió a subir la mano y comenzó a deshacer el broche que sujetaba la pesada capa. Con lentitud la deslizó por sus hombros y continuó con la camisa negra que Snape tenía debajo, sacándola con suavidad del borde del pantalón y desatando los lazos que la sujetaban al frente. Sus movimientos eran calculados, llenos de gracia y con toda la intención de subyugar al espectador. Segundos más tarde tenía bajo sus manos la espalda desnuda de Severus Snape, suave al tacto como la seda, pálida como su propia piel pero marcada de anchos moretones. Con todo era diferente a la de Potter. La suavidad de la piel hablaba de madurez y maltrato mientras que la de Harry hablaba de juventud y elasticidad. No menospreció el detalle, aquel era el profesor al que más admiraba y la oportunidad que tenía ahora sería probablemente la única. Se quitó una de las bandas de cuero que llevaba en la muñeca y con ella ató cuidadosamente el cabello negro y laxo.
 
En esos momentos no tenía consigo ningún aceite que pudiera utilizar, Granger se había llevado el que había utilizado con Potter. En su habitación, que era la más cercana, yacía el frasco de aceite de miel. Un inocente frasco, sonrió quedamente, al parecer no iba a tener más opción y qué mejor uso podía darle en ese instante que seducir a su profesor preferido. Extendió su mano al frente dejando la otra sobre los hombros del profesor. “Accio aceite.” A los pocos segundos la botella entraba a la habitación luego de que el profesor permitiera que la puerta se abriera y volviera a cerrarse. La destapó y vertió un poco en la palma de las manos. El agradable aroma llenó el despacho de inmediato y Draco inhaló profundamente antes de poner sus manos sobre los hombros. Empujó la espalda suavemente hasta hacer que el profesor se inclinara sobre el escritorio y descansara la cabeza en sus brazos.
 
Al principio le provocó varios gruñidos cuando sus dedos acariciaron la piel sensitiva que había recibido el maltrato de los hechizos del joven Gryffindor, pero según pasaba el tiempo los gruñidos se convertían en suaves suspiros. Draco comenzó a bajar por la espalda hasta que estuvo seguro de que todos los músculos habían recibido el mismo trato incluyendo la nuca de su profesor. Con suavidad tiró del cuerpo hasta que lo tuvo de nuevo con la espalda en el respaldo del asiento, echando suavemente la cabeza de oscuros cabellos hacia atrás. Echó un poco más del aceite en sus manos y comenzó a masajear el pecho con los movimientos básicos que había aprendido.
 
Snape parecía dormitar con los ojos cerrados delicadamente y sus negras pestañas dándole un aire más joven. Sonrió complacido, el olor de la miel y las especias estaba provocándole sensaciones que pronto no podría evitar complacer. Prosiguió hasta estar seguro que había completado todos los movimientos y que el profesor estaba completamente relajado. Fue entonces que se arriesgó a lo que le parecía inevitable. Con toda la delicadeza y cuidado de que era capaz fue acercando su rostro al que parecía dormido. Al tenerlo cerca aspiró las suaves especias, una sensación placentera y cálida despertando cada uno de sus puntos nerviosos, especialmente los de su boca al sentir la otra tan cerca, intensificado por el conocimiento de lo que estaba a punto de hacer… seducir a Severus Snape aunque fuera por un momento. Unos segundos antes de llegar a su objetivo los ónices se abrieron alarmados al sentir el calor de otro cuerpo acercándose pero Draco terminó de salvar la distancia y depositó un cálido beso en los labios entreabiertos por la sorpresa, rozando el interior con su lengua.
 
“Draco…” Susurró Snape al recuperar el aliento. “Tú no deberías…” Lo silenció con otro beso durante el cual se movió hasta quedar de frente al hombre sin despegar los labios.
 
“Por favor…” Susurró el rubio mientras comenzaba a bajar por la quijada hacia el cuello, provocando dulces temblores en el cuerpo de Snape. “Por favor… Permítame…” Draco llegó hasta donde el aceite cubría el pecho y el más agradable sabor a miel, mezclado con aquel de Severus, terminó por encender su cuerpo. Comenzó a atacar la piel endulzada a consciencia, provocándole un leve suspiro al profesor. Sonrió sobre la piel que probaba… cuando terminara con él aquellos suspiros quizás no llegarían a gritos pero formarían su nombre una y otra vez en un sensual rezo de puro placer. Con aquellos pensamientos en mente comenzó a descender el suave camino que llevaría a Severus Snape al éxtasis total.
 
Lamió el pecho prestándole especial atención a los endurecidos pezones provocando otros suaves gemidos y continuó su descenso. Se aseguró de besar toda la expansión de suave piel sintiendo cómo se tensaban y relajaban los músculos bajo ella. Al llegar a los pantalones se detuvo momentáneamente y miró arriba. Severus había echado la cabeza hacia atrás y tenía los ojos cerrados. “Severus.” Lo llamó y el hombre entreabrió los ojos en su dirección. Draco sonrió y mantuvo la mirada mientras desabrochaba el cierre del pantalón y sacaba de la ropa interior la semi erección. Rompió la conexión para pasar su lengua desde la base hasta la punta de la febril carne atrapándola con los labios y succionando varias veces antes tragarla hasta la base.
 
“Draco.” El ronco susurro estaba cargado de necesidad y las manos de Severus se aferraron al sillón donde estaba sentado y sus caderas respondieron el ataque con un movimiento involuntario. Aquella rosada boca estaba haciendo estragos en su auto control. ¿Dónde demonios había aprendido aquello? Gimió suavemente cuando sintió que la garganta del chico se contraía contra su carne y sus pensamientos comenzaron a irse por la alcantarilla, sólo quería hundirse en aquella ardiente humedad. Por un breve momento el joven se apartó y tomó el borde de sus pantalones instándolo a levantarse, obedeció y ambas piezas de ropa resbalaron por sus piernas. Ahora estaba completamente desnudo frente al heredero de los Malfoy. El joven inclinó su cabeza nuevamente hacia su pelvis y comenzó a lamer la piel de sus testículos con suavidad mordiendo y besando de a ratos el interior de sus muslos. La dulce tortura continuó hasta que su respiración se volvió ahogada y su necesidad se había vuelto imperiosa. “Draco.” Le urgió con voz ronca.
 
El rubio no se hizo esperar y volvió a tomar en su boca el miembro excitado. El ritmo que comenzó fue violento, sin siquiera avisarlo y Severus se arqueó por completo separándose de la silla. Draco le sujetó las caderas con todas las fuerzas que le eran posibles tratando de controlar la sonrisa de satisfacción, no fuera a perder el control de la situación. Después de todo no podía subestimar al maestro de pociones. Sintió una mano sujetarlo por los cabellos pero no para forzarlo. “Draco… Draco…” El rubio pudo sentir que la carne pulsaba con suavidad por lo que deslizó sus dedos hacia el punto entre la base y los testículos presionando con fuerza pero sin lastimarlo. Severus gimió mientras dejaba ir su cabeza hacia atrás, gemidos desesperados ansiosos completar un placer que se le estaba negando pero Draco no se lo podía permitir tan pronto. Continuó torturándolo de aquella forma sin darle descanso hasta que su quijada comenzó a dolerle del esfuerzo. Se retiró un poco y acarició con sus labios la cabeza de la ahora palpitante erección de un rojo intenso y que contrastaba con la hinchada vena que corría a todo lo largo.
 
“Severus…” El hombre pareció volver a sus sentidos pero con mucho esfuerzo y abrió los negros ónices para fijarlos en la visión del joven Malfoy satisfaciéndolo de aquella forma. Al sentir que tenía toda su atención Draco le dio unos suaves lengüetazos a la punta que hacía mucho estaba produciendo el líquido blancuzco y salado que era natural. Snape gruñó suavemente. “Severus…” Los ojos grises lo miraron con intensidad y malicia. “Quiero que te vengas… ahora.” Y el rubio tomó la erección y la tragó hasta su base de una sola vez, soltando sus dedos y succionando con fuerza una… dos… La reacción de saberse ordenado hizo que Severus se tensara de inmediato, un largo y ronco gemido cargado fue la única señal de su orgasmo mientras su cuerpo se arqueaba nuevamente y perdía todo sentido del tiempo.
 
Cuando recuperó el aliento Draco había quitado toda evidencia de placer de su piel, tiró de los rubios cabellos hasta tener el juvenil cuerpo sobre sus caderas y se unió a su boca con avidez. “Un joven tan aplicado merece una recompensa.” Murmuró al cabo de un rato y sus dedos expertos abrieron el pantalón del joven y se deslizaron por el interior de su ropa. “¡Severus!” La excitación de Draco era tanta que las pocas pero firmes caricias lo hicieron gritar su placer mientras se aferraba con desesperación a los hombros del hombre.
 
Se quedaron uno sobre el otro hasta que la respiración de ambos recuperó la serenidad. Con un último beso Draco se levantó con gracia innata. Todo un Malfoy, pensó Severus.
 
“No está nada mal para un profesor de pociones.” Sonrió pícaramente el rubio mientras disfrutaba mirando la forma desnuda y saciada de su profesor favorito.
 
“Eso es lo que gano por complacer los antojos de un niño malcriado hasta la perdición.” Murmuró el profesor mientras se acariciaba el pecho con lentitud.
 
“Malcriado… sexy… perfecto… Malfoy.” Severus se incorporó y comenzó a vestirse. Al ver que los movimientos de su profesor habían recuperado la gracia habitual no pudo menos que recordarse que estaba frente a la cabeza de la casa de la serpiente, incluso su padre estaría de acuerdo en eso si lo viera como ahora.
 
“Ve a dormir, Malfoy.” Gruñó aunque sin poder ocultar una amplia sonrisa. “O perderás los puntos que has ganado.”
 
“Aguafiestas.” Susurró mientras Severus terminaba de arreglarse las ropas.
 
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