Harry Potter - Series Fan Fiction ❯ Indomable ❯ Capítulo 2 ( Chapter 2 )

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Capítulo 2
 
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Draco Malfoy llegó a la oficina de su padre y miró con disgusto a varios de los ejecutivos que salían de la sala de conferencias donde acababa de terminar la reunión mensual de los gerentes de venta.
 
“Llegas tarde.” Le espetó Lucius sin levantar la vista de las carpetas que revisaba. Draco se dejó caer sin mostrar preocupación por el comentario de su padre.
 
“No veo por qué tengo que venir a la reunión cuando de todas formas me vas a hacer un resumen de lo que realmente tiene importancia.” Le dijo con descaro y Lucius dio un largo suspiro con ojos de reproche. El joven sonrió apenas pero sus ojos grises observaron algunas de las carpetas. Una de ellas le atrajo la atención. Tenía fotos de ganado y lo que parecía ser una hacienda muy bien cuidada. Extendió la mano y haló el mazo de documentos. “¿Y esto?” Preguntó hojeando las fotos y encontrando un par de planos de donde pudo asumir que los terrenos donde estaba la hacienda eran aproximadamente unos quince mil acres. Lucius le respondió nuevamente sin levantar la vista y esta vez fue Draco quien dio un el suspiro molesto.
 
“Esa es la hacienda de los Potter, La Doble G.”
 
“Nunca me habías hablado de ella.”
 
“No es algo interesante de lo cual hablar. Tenemos acciones en el negocio de los Potter, pero Harry siempre mantiene los libros limpios.”
 
“Se ve inmensa.” Musitó con curiosidad.
 
“Perfecta para vacacionar, supongo.” Comentó Lucius sin prestarle importancia a la forma en que su hijo hojeaba con atención la carpeta.
 
“¿Cuál es nuestro por ciento de acciones?”
 
“Como un veinticinco por ciento. Son acciones promedio, nada importante.”
 
“¿Puedes prestármela después de la reunión?” Le dijo cerrándola.
 
“¿Para qué la necesitas?”
 
“Se ve interesante.” Comentó como al descuido. Sólo entonces Lucius levantó la vista de los demás documentos y se fijó en su hijo. Lo conocía bien, sabía que no era un mero interés. Algo había captado su atención y no dejaría de investigar hasta que estuviera satisfecho con lo que encontrara.
 
“¿En verdad? Tu madre estaba emparentada con el padrino de Harry. Sirius Black. Nunca hablaba mucho de él, no lo consideraba parte de la familia.” La respuesta de Draco fue un asentimiento. “Mi intención cuando compré las acciones fue ver si podía lograr que me vendieran algunas de las tierras, poner un parador o algo. Son tierras paradisíacas, pero James nunca quiso vender nada. Nunca le he hecho la propuesta a su hijo. Tal vez a él sí le interesaría.”
 
“¿Y por qué no le preguntas?”
 
“Tengo demasiado trabajo, Draco. Demasiadas responsabilidades como para dejar la oficina por más de un par de días y estoy seguro que mínimo necesitaría un par de semanas para hacer la propuesta. No… además, perdí algo de interés en las tierras desde que James murió.” Volvió su vista a los documentos y Draco entendió que la conversación acerca de la hacienda había concluido.
 
Se resignó a esperar que su padre estuviera listo para hacerle un recuento de los detalles importantes del mes. Con todo, mientras su padre hablaba, su mente vagaba por aquellas fotos.
 
Así como había dicho su padre, eran tierras paradisíacas, perfectas para construir un hermoso y exclusivo parador. Además, las instalaciones se veían bastante modernas así que el lugar no podía estar en el fin del mundo si tenía facilidades como aquellas.
 
Le dedicaría un poco de estudio a las posibilidades de convencer a Harry Potter de hacer negocios con él.
 
Cuando la pequeña reunión privada terminó, Draco se estiró levemente y se levantó, teniendo el expediente de la Doble G en mano. Al salir al pasillo tuvo la desagradable sorpresa de encontrarse con Theodore Nott, uno de los asistentes de su padre y uno de los hombres más zalameros que había conocido en su vida. Claro que, vestido de aquella forma y con tanta seriedad en su rostro cualquiera pensaría que realmente era un ejecutivo de nivel en la compañía.
 
“Draco Malfoy. Nuestro hijo predilecto.” Le saludó el hombre con una sonrisa que podía rebotar de caer al suelo. El rubio maldijo su suerte, no tenía deseos de discutir, tenía media resaca para comenzar y era eso lo que le había hecho llegar tarde a la reunión con su padre, cosa que pagaría más tarde, cuando el hombre tuviera tiempo suficiente para sacárselo en cara.
 
“Nott. Nuestro lamebotas oficial. ¿Puedo invitarte algo de tomar? Seguramente tu trabajo te deja algo sediento.” Draco le devolvió la sonrisa.
 
“Con calma, Malfoy, no queremos que te lastimes las neuronas pensando tan temprano en la mañana.” El hombre hizo ademán de ver su reloj y jadeó falsamente. “Pero si ya no es de mañana. Tendremos que enmendar el código de conducta para el resto de los ejecutivos, no molestar al hijo del dueño antes del mediodía.” Draco le dio una mirada sucia.
 
“Siento que hoy estás más idiota que de costumbre, Nott. Tal vez podamos arreglar esto más tarde.”
 
“Seguro, Malfoy. Cuenta con ello.” Dijo al tiempo que le mostraba el pulgar hacia arriba y le daba una expresión ganadora que Draco estuvo a punto de borrar de un golpe de no haber sido porque en esos precisos momentos, su padre salía del salón de conferencias. “Señor Malfoy.” Saludó Nott girándose a tiempo para tomar las carpetas que Lucius le entregaba. Apretó los puños y siguió pasillo abajo antes que su padre tuviera tiempo de notar su presencia. Ya se las arreglaría más tarde con el joven ejecutivo.
 
No tuvo tiempo de revisar la carpeta como deseaba, por lo que la dejó a un lado de su escritorio mientras seguía el trabajo del día de acuerdo a las instrucciones de su padre. Aunque no lo pareciera, Draco no era el tipo que, manejado por su padre, dueño de la empresa, era un pusilánime y un vividor. Simplemente daba esa apariencia y su padre jamás se había preocupado por disiparla. Ya en su oficina, era más implacable que Lucius en sus asuntos laborales.
 
Al final… la empresa le pertenecería un día y quería estar al tanto y poder manejarla. Eso era lo que el resto de los ejecutivos no entendía, que algún día, Draco Malfoy sería su jefe. Pero no le preocupaba al momento. Ya se desquitaría con la mayoría el día que asumiera el mando de la empresa.
 
El día siguió su curso y Draco llegó a su apartamento para notar que le faltaba la carpeta que tanto había deseado hojear. Maldijo, era demasiado tarde para regresar a buscarla. Tendría que esperar al día siguiente para verla.
 
Se quitó la ropa, colgándola nítidamente y se dio una ducha. Se arregló para salir de nuevo. Blaise debía estar ya por llegar y tenía ganas de cogerse al moreno de nuevo. En su opinión, era uno de los muchos talentos de Blaise, no importaba cuántas veces Draco quisiera, el moreno estaba dispuesto. Si había pasado un buen día le dejaba una buena propina, al cabo Blaise era uno de los empleados de su padre y las horas extras estaban incluidas en el contrato.
 
El timbre de la puerta sonó cuando terminaba de ponerse los zapatos. Se extrañó porque Blaise tenía llave del apartamento y nunca tocaba. Se ajustó las mangas de la suave camisa que llevaba y vio por la mirilla de la puerta quién le visitaba.
 
“¿Nott?” Exclamó al ver al moreno que del otro lado de la puerta esperaba. Impaciente, volvió a apretar el botón y lo dejó pegado por un rato con lo que Draco sintió la sangre hervirle y abrió la puerta de golpe sorprendiéndole. “¿Qué quieres?” Preguntó tajante a lo que el moreno respondió mostrándole la carpeta que había olvidado en el trabajo.
 
“Tu padre me pidió que te trajera esto.” Theodore lo observó de arriba abajo para luego extenderle la carpeta que tomó con brusquedad.
 
“¿Qué?” Gruñó hojeando el expediente.
 
“Nada. Nos vemos. Que disfrutes.” Le dio una guiñada y volteó para irse. Apenas hacerlo Draco le dio a una mirada de las suyas. Nott aún andaba con las mismas ropas de esa mañana lo que significaba que se había quedado en la empresa tanto tiempo como su propio padre. Su ojo clínico le dijo que bajo aquellas ropas se escondía un cuerpo agradable.
 
“Espero que no sea envidia.” Nott se detuvo y se giró mostrando curiosidad.
 
“¿Envidia?”
 
“Sí… con lo mucho que te explota mi padre seguramente no tienes tiempo para divertirte. Se nota en tu forma de vestir. Demasiado sobrio como para saber qué ponerte para relajarte.”
 
“Tal vez es que utilizo mis recesos para ligar con tu padre. Eso me relaja bastante.”
 
“No sabía que fueras tan fácil.” Respondió con saña el rubio a lo que el moreno hizo un gesto como si acabara de recibir un golpe al corazón.
 
“Hieres mi sensibilidad. Pero me sorprende que no lo descubrieras antes. Al fin y al cabo, se necesita un facilón para reconocer a otro.” Le replicó con soltura el moreno. “Pero de vez en cuando puedo hacer una excepción. Ya sabes, como eres el hijo del jefe…” Dejó la frase colgando en el aire y aunque sintió rabia, el rubio se la tragó. No era como si no pudiera controlarse frente a un empleaducho como aquel, por más asistente de su padre que fuera.
 
“Entonces no te molestaría acompañarme esta noche.”
 
“¿Con estas fachas?”
 
“Estoy seguro que encontrarás algo en mi guardarropa.”
 
“¡Qué generoso! Pero prefiero mis propios trapos.”
 
“Entonces vamos, esperaré a que te cambies entonces.” Dijo Draco tomando la llave y cerrando el apartamento. Llamaría a Blaise para que lo esperara en la discoteca. Al girarse vio con satisfacción la expresión levemente horrorizada del joven. “¿Qué? Dijiste que preferías tus propios trapos a los míos. Estoy seguro que no te tomará mucho tiempo, no es como si pudieras realmente arreglarte y cambiar esa imagen de empollón que te gastas.”
 
“La verdad, pequeño Malfoy, mañana tengo que estar temprano en la oficina… ya sabes, a esa hora en que tú nunca estás porque te la pasas en asuntos más importantes que los de la compañía. Además, ¿no era esa la carpeta que tanto querías ver? Tu padre me comentó que estabas tan interesado que era una pena que la hubieras olvidado.”
 
Draco jugó con las llaves mientras lo meditaba. Theodore tenía razón, había estado esperando el momento de hojear la carpeta con más calma. “¿Sabes algo de la Doble G?” Preguntó dejando de ser el vividor y convirtiéndose en el hombre de negocios que sólo su padre conocía pues había sido él mismo el que lo adiestrara.
 
“La Doble G, fundada por Godric Gryffindor. Aproximadamente unos quince mil acres de tierra agrícola y cuenta con unos sesenta empleados. Su actual dueño, Harry Potter la heredó de sus padres cuando estos murieron en un accidente. Tu padre intentó comprar una sección específica de la finca pero el hijo de James se negó a vender cuando entró en posesión de las tierras.”
 
“¿Estuviste hojeando los documentos?”
 
“No. Soy quien maneja la cuenta.” Theodore sonrió dramáticamente y volteó. Draco estuvo a punto de detenerlo pero en esos momentos apareció Blaise al final del pasillo. Theodore lo saludó, con mucho más respeto del que alguna vez le había mostrado y Blaise le regaló una sonrisa fácil. El rubio esperó a que el ejecutivo desapareciera para dirigirse a su guardaespaldas.
 
“¿Qué demonios crees que haces saludándole de esa forma?” Gruñó Draco sintiéndose posesivo. El moreno de piel bronceada se encogió de hombros sin molestarse.
 
“Es mi primo, siempre le he saludado así.” Dijo echándole un vistazo a su reloj. “¿Nos vamos?” Draco dio un resoplido y asintió. Al menos ahora tenía un par de datos a su favor.
 
La noche no le supo igual al rubio. Bailó, bebió, se cogió a su guardaespaldas al regresar, pero en su mente sólo estaba la forma en que Theodore lo había estado engañando todo ese tiempo. Sí, lo había estado engañando y tenía que desquitarse. Le había hecho creer que era sólo un asistente de su padre y si tenía una sola de las cuentas personales de su progenitor entonces no podía ser tan inútil como aparentaba. ¿Por qué no se lo había mencionado antes su padre?
 
Observó a Blaise mientras se vestía. Nunca pasaba la noche entera con él, el morocho siempre se aseguraba de salir de su apartamento y dejarlo bien asegurado. Intentó recordar alguna vez que no hubiera sido de aquella forma y su mente le devolvió un espacio en blanco. Draco siempre despertaba solo.
 
“¿Por qué no te quedas esta noche, Blaise?” El aludido no dejó de vestirse pero volteó a verlo con algo de curiosidad.
 
“¿Para qué?” Respondió con aquella voz siempre calmada y profunda.
 
“Para hacerme compañía, imbécil.” Gruñó Draco, preguntándose qué demonios lo había hecho abrir la boca.
 
“Tu padre no me pagaría esas horas extras.” La sangre del rubio hirvió por unos segundos antes de llenarse de veneno.
 
“Eres un maldito chapero.” Esta vez el moreno sonrió, una sonrisa que jamás le había visto, llena de malicia y con un filo peligroso. Draco vio vida en aquellos ojos negros, una vida digna de contar que se mantendría siempre en la oscuridad.
 
“Nunca te has quejado de eso antes.” Lo dejó ir sin comentarle nada más, viéndole vestir con movimientos mínimos, llenos de una gracia suprimida mientras el ambiente en su cuarto seguía cargado. No fue hasta que Blaise cerró la puerta del apartamento que se permitió relajarse.
 
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Esa madrugada, apenas ver los caballos, las reses comenzaron a moverse entre perezosas y aburridas. El limpio silbido de uno de los peones fue lo que las hizo moverse a un paso más vivo. Con otro silbido similar, esta vez proveniente de otro de los peones el grupo de aproximadamente trescientos animales comenzó a avanzar. Era temprano aún y el sol todavía no le ganaba la batalla a la neblina que se posaba en los lugares más bajos del terreno como fantasmales lagunas.
 
Era tiempo de rotar el ganado y llevarlo a otra de las secciones de la finca. Un total de aproximadamente seis peones trabajaban en ese grupo de animales. De los seis, dos tenían cabellos rojizos y prácticamente dirigían a los animales con sus largos silbidos y uno que otro grito cerrero. Un moreno de largos cabellos sujetos en una coleta atizonaba su caballo y disfrutaba haciendo que su animal corriera de un lado al otro. “¡Sirius! Vas a matar a ese animal. Déjalo en paz de una vez.” Le gritó Harry a su padrino mientras cabalgaba un ejemplar de formas recias y color cenizo.
 
“¿Qué dices? A Moreno le gusta quemar energías.” Como si entendiera, el animal hizo ademán de sostenerse en sus cuartos traseros, golpeando el aire con sus cascos delanteros para luego sacudir el brioso cuello. “¿Ves?”
 
El joven que lo había amonestado rodó los ojos y espoleó su propia montura alejándose del revoltoso. “Nunca cambiarás, padrino.” Exclamó el muchacho mientras procuraba alcanzar al líder de los peones.
 
“Cómo es que puede sobrevivir ese animal bajo la silla de Sirius es un misterio para mí, pero tengo el presentimiento que están hechos de lo mismo.” Comentó Bill con una enorme sonrisa.
 
“¿Y eso es?”
 
“¡Problemas!” Exclamó de buen humor el pelirrojo.
 
“Tienes razón.” Secundó Harry. “Por cierto. ¿Ya tienes quiénes van a sustituir a los peones que se nos fueron el mes pasado?” Preguntó con interés el moreno. Bill aguzó la mirada al horizonte antes de darle una mirada negativa.
 
“No he conseguido a nadie con buenas referencias aún. No me gusta reclutar desconocidos… pero parece que esta vez tendré que resignarme.”
 
“Eh, par de tórtolos, ¿qué hablan?” Preguntó uno de los peones con picardía. Harry se volteó a verle con recelo.
 
“¿Qué sucede ahora, Charlie?”
 
“Nada, es que cada vez que los veo chismorroteando se me antoja que son un par de viejas cuqueras.”
 
“Vete a molestar al ganado, Charlie.” El aludido sonrió con malicia y espoleó su caballo mientras la mirada del moreno lo seguía con insistencia.
 
“Uno de estos días…” Susurró para sí mismo mientras catalogaba el viril cuerpo que se alejaba. Charlie era uno de los hermanos de Bill, pero a diferencia de Bill, le gustaba meterse en problemas. Así mismo, era el que trabajaba con la mayoría del ganado difícil cuando llegaba la hora de marcarlos y era reconocido en las fiestas patronales por sus hazañas en las carreras de paso y en la doma de toros. “Un día de estos, Charlie, me vas a encontrar de frente y ¿qué vas a hacer entonces? Porque yo ya sé lo que voy a hacer contigo… montaraz.” Dijo espoleando también su caballo.
 
Cuando terminaron la jornada del día y luego de la cena, Harry se fue a uno de los lugares preferidos que tenía para pasar la pereza entre el atardecer y la noche. Se fue a sentar al terreno seco bajo el enorme tamarindo que les servía algunas veces de merendero. Las raíces del árbol ya viejo, estaban limpias y pulidas de tanto sentarse en ellas para comer. Un pelirrojo, de su mismo porte y dimensiones se le acercó. “¡Hey!”
 
“Ron…” Le sonrió y le hizo un lugar sobre una de las raíces. Comenzaron a charlar, a intercambiar el diario, cosa que se había convertido en una costumbre desde que le asignara al pelirrojo su grupo de peones. Ronald era el menor de los Weasley, hermano de Bill y de Charlie y de todos, con quien mejor se llevaba el moreno puesto que habían crecido juntos. Y no sólo habían crecido juntos, también otras cosas. Mientras le hablaba, comenzó a recordar.
 
Estaban solos, rodeados de cientos de acres de hermosa tierra cubierta tan sólo por hierba florecida. Las esponjadas agujas mecidas por el aire, marcándose en ondas que parecían recorrer como verdes olas las lomas y pequeños valles. Un único árbol irrumpía el paisaje a lo lejos y era el lugar a donde se dirigían. Sus flores rojo fuego iluminaban toda su copa que formaba una suave sombrilla hacia el suelo. El tronco, liso y sinuoso, extendía una gruesa rama en su base a la altura perfecta y ambos jinetes lo sabían.
 
El pelirrojo espoleó su caballo y el moreno que le acompañaba le imitó, superándolo unos segundos más tarde.
 
“Siempre tienes que lucirte.” Bufó Ron al llegar al árbol de flamboyán, desmontando al vuelo y apresurándose a quitarle el freno a su caballo. Harry lo imitó y pronto ambos animales estaban libres para correr a su antojo aunque no desensillados.
 
“Siempre te quejas de lo mismo.” Le respondió Harry atrapándolo por la correa y llevándolo al árbol que esperaba por los jóvenes amantes.
 
“Espera.” Exclamó el pelirrojo con preocupación.
 
“Y siempre te pones nervioso y siempre hago que se te quite. Ron, deja de resistirte tanto. No tengo todo el día.” Con algo de protesta lo llevó hasta el tronco, empujándolo de inmediato contra el mismo para besarlo. “Te extrañé.”
 
“¿No querrás que decir que extrañaste el sexo?”
 
“También.” Los botones de la camisa del pelirrojo fueron abiertos con prisa mientras un moreno ansioso metía sus manos por donde podía. El pelirrojo comenzó a responder con pequeños gemidos a la par de la exploración de aquellas manos y se intensificaron cuando la boca se unió a la exploración.
 
“Harry.” Medio gritó cuando la correa de su pantalón vaquero comenzó a ser soltada y el movimiento provocó estremecimientos de anticipación en su vientre. Segundos más tarde su erección estuvo libre de constricciones, en manos del moreno que sin pensarlo demasiado se arrodilló frente a ella y se la tragó. Las caderas del pelirrojo se movieron sin voluntad, hundiéndose sin remordimientos en la cálida garganta.
 
El moreno terminó de bajarle los pantalones para acariciar los muslos cubiertos aún por un suave vello que a la luz del sol refulgían casi dorados. El pelirrojo comenzó a hablar entre jadeos. “¿Cuándo crees que Bill me permita dirigir uno de los grupos? Ya quisiera poder llevar las riendas de alguno. Me conformo con cinco peones.” La risa profunda del moreno reverberó en su sexo y se encorvó levemente de placer acariciando los crespos cabellos. “Mmhh… cada vez eres mejor en esto.” Le dijo roncamente. Recibió una húmeda caricia justo bajo la cabeza de su sexo que lo hizo echar la cabeza hacia atrás y gritar.
 
“Harry, si continúas no voy a durar nada.” Exclamó con voz trémula. El moreno succionó un poco más y dejó ir su miembro con un sonido húmedo.
 
“Nunca duras nada.”
 
“Es tu culpa.” Replicó con algo de molestia al tiempo que se volteaba y apoyaba su vientre y sus manos en la rama que inclinada crecía partiendo del tronco del árbol y que formaba una especie de banco donde bien podían sentarse ambos a descansar o podían utilizar para asuntos más turbios, como aquel. “¿Qué haces?” Preguntó curioso cuando el moreno no pegó sus caderas de inmediato como solía hacer.
 
“Traje algo.” Dicho lo cual el pelirrojo sintió un par de dedos untados en algo suave y tibio acariciar su entrada.
 
“¿Qué es?” Luego de un momento el moreno le pasó algo que tomó de inmediato. “¡Esta es la crema de mamá!” A sus espaldas el moreno se encogió de hombros.
 
“La tomé prestada.” Acto seguido comenzó a penetrar el bien formado trasero con lentitud y firmeza. Ron se pegó a la rama mientras gruñía su incomodidad en los primeros momentos que era penetrado.
 
“Aahh, Harry, creo que volviste a crecer.” Se aferró con fuerza hasta sentir el ya conocido calor de los testículos de su amigo tras los suyos. Separó las piernas y respiró profundamente. “Creo que jamás podré volver a mirar a ma a la cara cuando se ponga la crema.” El moreno se echó a reír excitado tras su cuello.
 
“¿Piensas que se la voy a devolver? No soy estúpido. Le compraré otra. Le diré que la tomé prestada y la perdí.” Comenzó a moverse con fuerza, entrando y saliendo del estrecho calor que era su amigo. Recordando a veces la primera vez que lo habían hecho y lo mucho que había tardado en volver a convencerlo para que lo repitieran.
 
El pelirrojo aún intentaba negársele a veces, pero él no se lo permitía. Además, era el mejor amigo del pelirrojo, confiaban el uno en el otro como si fueran hermanos. Ahora la intimidad era mayor y eso le agradaba más. Había aprendido a través de aquellos encuentros a leer mejor su lenguaje corporal y a veces se sorprendían entendiéndose sin palabras. Para él no era sólo sexo con su amigo, pero nunca se había preocupado por ponerlo en palabras, no lo consideraba necesario y Ron tampoco se lo había pedido ni se lo había reclamado. Se quejaba a veces de la frecuencia de los encuentros pero siempre terminaba con una sonrisa tonta y dándole besos satisfechos. “Más fuerte.” Le pidió el pelirrojo y se apresuró a complacerlo.
 
Era tan sencillo estar con Ron… sencillo de complacer, sencillo de provocar, sencillo de tomar por un brazo y voltearlo. No que fuera fácil. Harry sabía que el carácter del pelirrojo no era fácil, ni se dejaba montar a nadie, literalmente hablando. Era sólo que para el moreno, Ron estaba al cien por ciento, siempre. Y eso le complacía y multiplicaba su satisfacción cada vez que estaba con él, ya fuera cabalgando… o cabalgando. Sonrió al pensarlo.
 
La suavidad, la familiaridad y la aceptación de su presencia en el cuerpo de Ron fueron suficientes para hacerlo venir en cálidos chorros en el interior del pelirrojo quien instigado por la repentina acción emitió un grito ahogado y lo imitó.
 
Harry no se separó de inmediato, sino que lo besó en el cuello, mordiéndole con lentitud para después ayudarlo a trepar a la rama y hacerlo descansar sobre su pecho. La crema había caído al suelo y el cuerpo desnudo del pelirrojo ronroneaba satisfecho.
 
“¿Alguna vez me dejarás hacértelo?” Preguntó Ron sin abrir los ojos, demasiado cómodo sobre el pecho de Harry como para moverse.
 
“¿Quieres hacérmelo?” Preguntó Harry. El pelirrojo se encogió de hombros.
 
“Parece ser mucho trabajo.” Harry lo golpeó suavemente.
 
“Holgazán. Así jamás te cogerás a ninguno de los peones.”
 
“No me interesa ninguno por el momento. Voy a esperar por uno que sea tranquilo.”
 
“¿Tranquilo?”
 
“Sí. Un peón que tenga la piel tostada y el pelo negro. Que tenga cara de niña y que sea misterioso. Cuando lo encuentre, me lo llevaré a los bambúes al lado del río y lo convertiré en hombre.” Harry se echó a reír de buena gana ante la romántica descripción de su amigo.
 
“Estás loco.” Exclamó sin malicia.
 
“¿Y tú? ¿Piensas buscarte un peón?”
 
“Tal vez. No lo sé. Pero a mí me gustan salvajes.”
 
“Yo no soy salvaje.” Se quejó abriendo un ojo para intentar mirar a Harry de lado.
 
“No lo serás conmigo, pero lo eres…”
 
Un buen empujón sacó al moreno de sus recuerdos y al enfocarse nuevamente en sus alrededores le sorprendió la mirada azul clavada en la suya. “Eres un desgraciado, Harry. Yo intentando ponerte al día y tú pensando con los huevos.” El tono era algo juguetón, pero hacía mucho que entre ambos las cosas se habían calmado y no visitaban el árbol de flamboyán.
 
“Tal vez si me prestaras algo de atención de vez en cuando…” Le sugirió con una sugestiva sonrisa. El pelirrojo miró disimuladamente a su alrededor y al ver que estaban medianamente solos se acercó y le ofreció la boca. Harry aceptó de inmediato, dándole un fiero beso que lo dejó sin aliento. “Tal vez… ¿mañana?” Le dijo con voz ronca.
 
“Nah, tengo que pasar por las reses que están más allá de los tres pinos. Me paso esta noche por tu cuarto.” El moreno asintió, dándole una buena palmada en el trasero al verlo partir. Luego volvió a recostarse del tronco del tamarindo a observar el atardecer.
 
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Gracias por leer.