Rurouni Kenshin Fan Fiction ❯ De seres mágicos y bestias legendarias ❯ Tiempo de decisiones y ajustes de cuenta ( Chapter 28 )
Bueno, ya conocen la rutina... No tengo NADA que ver con RK. Los personajes creados por mí, sin embargo son míos.
En este capítulo como en los posteriores, Enishi esta un poco OOC (fuera de personaje), pero hay que tener en cuenta que acaba de ser derrotado, que sus ideales y su mundo ilusorio de venganza acaban de ser destruidos. Está desorientado y necesita una nueva meta para seguir adelante. Lo único conocido que tiene para aferrase es Asiyah, y es ante la única que desnuda lo que le pasa por dentro. Frente a los demás se sigue comportando duro, intransigente y cruel si es necesario como de costumbre.
Espero comentarios al respecto
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Capítulo 26 : Tiempo de decisiones y ajustes de cuenta
El hipnótico clip-clip de las gotas cayendo desde las tuberías hasta la oxidada cubierta de la celda donde lo mantenía eran su única compañía. Eso y una vieja lámpara ruinosa.
Muy acorde con el resto de su vida, se dijo.
Solitaria y ahora en ruinas oxidadas.
Como a la vieja lámpara, tampoco le quedaba mucho de vida. Sin duda sería ejecutado calladamente por traición.
No le importaba en absoluto.
Todo había terminado.
No de la manera que él había planificado cuidadosamente durante quince años.
No podía entender.
Su hermana siempre había estado feliz y de acuerdo con su Justicia.
¿Por qué lo había abandonado en el último instante, en el momento en que podía haber alcanzado la victoria, la Justicia, la venganza?
El Miburo había ordenado dejar allí la lámpara seguramente para que pudiera torturarse a sí mismo con la lectura del diario de su hermana
El diario... el diario sólo aumentaba su confusión. Era la letra de Tomoe, pero lo que estaba escrito allí era simplemente imposible.
Tomoe jamás, jamás, se hubiese enamorado del que le había robado la felicidad para luego asesinarla.
Pero, por más que su mente tratase de negarlo, su conciencia le recordaba las horas previas a la muerte de Tomoe, su último encuentro en vida... Y aún tratándose de aferrar al último resabio de sus convicciones destrozadas, no podía negar que en el fondo, lo que el diario decía era cierto.
Por primera vez en quince años empezó a admitir la verdad. Su venganza no tenía que ver con los deseos de su hermana.
Tenía que ver con su propio dolor, con su propio deseo de no compartir con nadie al único ser que se había ocupado de él.
Odiaba a Battousai más por el hecho de habérsela robado en todo el sentido de la palabra que tal vez por haberla matado.
Y también estaba su propio sentimiento de culpa.
No había podido hacer nada para devolverle una pizca de la felicidad y el amor que ella le había dado.
No había podido protegerla.
Y eso era tal vez la causa principal de su deseo de venganza. El haberse sentido tan pequeño, tan impotente, tan inútil para evitar su muerte...
- ¿Vas a ser tan patético como mi estúpido alumno y a sentir autocompasión por el resto de tu vida? ¿O vas a levantar tu lamentable trasero de allí y hacer algo con la vida que aún te queda por delante?
La chica Kamiya y los amigos de Battousai tenían razón, quince años de odiar demasiado lo habían sumido en la completa locura. Otra nueva aparición, envuelta en una ridícula capa blanca, le hablaba.
Tal vez si la ignoraba, si fingía que no estaba allí se fuera y lo dejara en paz.
- ¡Oye! ¡Te estoy hablando! ¿Qué ya nadie respeta hoy en día a sus mayores
- No existes más que en mi imaginación. Alguien con una capa tan estúpida como la tuya solo puede ser un delirio de un desequilibrado mental. Como todo lo demás. Vete. No voy a oírte.- volvió a hundirse en las páginas del diario.
El feroz puñetazo que recibió lo mandó volando contra las rejas de madera de la celda, al otro extremo del lugar donde había estado sentado hasta unos momentos antes. El otro tipo, tenía una sonrisa satisfecha en el rostro... y sus resquebrajados anteojos en la mano.
- ¡Nadie se burla de la capa de Hiko Seijuurou el treceavo!- el hombre se frotó los nudillos satisfecho- Ah, eso fue muy... agradable. Casi como una jarra de buen sake.
< Pega demasiado fuerte para ser una mera alucinación... >- pensó Enishi sacudiendo la cabeza y tratando de ponerse en pie nuevamente.
- Espero que ahora estés dispuesto a escuchar y a entrar en razones... Pero puedo seguir golpeándote hasta que reflexiones, si es lo que deseas... Siempre ha servido con mi estúpido alumno cuando se pone más estúpido que de costumbre... Uds. dos son mucho más parecidos de lo que les gustaría admitir. Ambos son obstinados, caprichosos y se comportan más como niños que como hombres.
- No es muy de hombres atacar a un adversario por sorpresa, herido y con el hombro roto.
- Como dije, eres un niño. Te comportas como niño, te quejas como niño. Pero puedo arreglar tu hombro y aún darte la peor paliza de tu vida, chico. En cuanto a atacarte por sorpresa, se supone que eres un maestro en tu propio estilo de kenjutsu, no soy culpable de tu propio descuido frente a un adversario ni de tu propia estupidez.
- Si está aquí para insultarme, le sugiero que se anote en la lista. Hay muchos antes que usted que desean el privilegio.
- Si tu inteligencia fuera la mitad de aguda que tu lengua no estarías sentado ahí.
- ¿Qué, el sicótico del cigarrillo no se divirtió lo suficiente conmigo? ¿Esta es alguna nueva técnica de tortura del gobierno Meiji?
- Bah, al menos conservas algo de espíritu... No eres un desperdicio completo por lo menos. Sin cerebro, pero con espíritu. Es algo. - le arrojó los anteojos- No se para qué los mantienes, están rotos después de todo.
- El marco es de oro. Tal vez me sirva para comprar cosas en prisión. Al menos mientras me dejen vivo.
- ¿Igual que el anillo? ¿También lo conservas para venderlo en prisión, mientras esperas que te ejecuten?
Con amargura pensó en Asiyah.
Al final, ella había querido protegerlo de sí mismo genuinamente.
Y ella nunca sabría lo arrepentido que estaba de no haberla mantenido consigo.
- No.- miró la sortija en su mano. Era lo único que le quedaba de Asiyah. Se iría a la tumba con él.
- Ah... es cierto... Ella te lo regaló. La tonta Yinniyeh que echaste te lo dio... Si lo conservas, ella todavía debe significar algo para ti...
- ¿Quién mierda eres y que quieres?- siseó entre dientes. Inmediatamente se calmó. No le iba a dar más armas para atacarlo. Debía conservar la frialdad. Y tomar aquello como otra cuestión de negocios más. No sabía como el otro conocía sobre Asiyah, pero lo averiguaría aunque tuviese que estrangular con su única mano útil a aquel hombre insufrible
- Ah, parece que ahora capté tu atención.- una mueca entre satisfecha e irónica se instaló en la cara del otro hombre. Como suponía había tocado un nervio sensible- Bien. Entonces, calla de una vez niño, y escucha. He venido aquí a despertarte de tu propia idiotez. Lo primero que haré es contarte la parte de la historia de Kenshin y Tomoe que no conoces.
Con que era eso. Más tormento. Querían verlo quebrado, sin una sola pizca de dignidad...
- ¿No es suficiente que él me haya robado a las dos únicas personas que quise en mi vida? ¿No es suficiente que me haya derrotado y siga libre, sin pagar lo que me hizo?¿También deben torturarme así?
- ¿Y que hay de todo lo que hiciste tú en estos quince años? Exiges que Kenshin enfrente lo que hizo y lo pague. Él lo ha enfrentado. Y lo ha pagado, no de la manera que tú querías, sino de la manera en que tu propia hermana le exigió. Pero no pudiste conformarte con eso, no. Lo querías a tu manera... Eso es el comportamiento de un niño malcriado, el niño que nunca dejaste de ser, el mismo niño malcriado y resentido que dejó Edo tras su hermana. Si debo decirlo, ella hizo un pésimo trabajo criándote.
Eso terminó por quebrar su última pizca de control. Con un grito salvaje se arrojó sobre la figura... que desapareció en un movimiento imposible. Un movimiento familiarmente imposible. Un movimiento del Hiten.
- Siempre he dicho que la diferencia entre un hombre y un niño es que el primero es capaz de reconocer la verdad por más dolorosa que esta sea. El segundo, solo hace berrinches.
- ¡Voy a matarte!
- No sueñes. No podrías tocarme un pelo ni en un millón de años.
- Eres el maldito que le enseño a Battousai... Tú eres el culpable de los cientos de cadáveres que sembró tu discípulo a lo largo y a lo ancho de Japón
- Sus acciones son suyas. Yo solo le enseñé la técnica, lo que mi estúpido alumno hizo con ella es su absoluta responsabilidad. Y por cierto, ha pasado los últimos diez años tratando de enfrentar y hacerse cargo de ellas. ¿Y tú?¿Qué harás? ¿Serás un hombre y te harás cargo de tus acciones o llorarás y echarás la culpa de tus maldades a los otros, como hasta ahora?
- ¡Él... me quitó... lo único... lo único que realmente me importaba!- ¿qué extraño placer les producía a aquellas personas disfrutar no solo de su derrota sino de la muerte de su hermana?
- Supéralo chico, es la vida. ¿Crees que eres el único que sufrió?¿Qué crees que sintió él? ¿Piensas que ha sido fácil para Kenshin? Pero al menos, él trató de hacer algo con su vida. Se lo debía a ella. Y ella también hizo sus elecciones en la vida. Estaba condenada desde el momento en que dejó su casa por la venganza. Casi igual que tú. ¿O crees que los Yaminobu iban a dejarla viva? Vamos, entonces era un niño ingenuo, ahora sigues siendo un niño, pero estás suficientemente conciente de cómo es el mundo real. Si tú hubieras estado en el lugar del líder del clan, ¿qué hubieras hecho? ¿Habrías dejado testigos? Vamos, sé honesto contigo mismo, se quien eres y lo que has estado haciendo en China por más de una década.
Los ojos de Enishi, enormemente abiertos en una dolorida expresión de sorpresa le dieron la pauta de que por primera vez en quince años estaba tomando contacto con la realidad. El golpe que estaba recibiendo el hombre más joven era más devastador que todo los que había recibido desde el primer enfrentamiento con Kenshin. Hiko, siguió adelante, inmisericorde, dándole la dosis de realidad que necesitaba.
- ¿Y que crees que tu hermana hubiese hecho si en verdad los Yaminobu no hubiesen estado utilizándola como carnada viva, para después matarla? Había dejado ir a la guerra a su prometido, y se culpaba por su muerte. Fue a vengarlo, y se deshonró, enamorándose, acostándose con su asesino. Era una dama samurai. Lo único que le quedaba para recuperar el honor era tomar su propia vida. ¿Por qué crees que te envió de vuelta con su sombrilla, hacia tu padre? Sabía que jamás volvería a Edo.
El aullido desgarrador que partió de Enishi, llamó la atención de los guardias. El inspector Fujita- Saitoh Hajime, el último Lobo de Mibu- fue llamado para inspeccionar el estado del prisionero. Hiko Seijuurou se desvaneció en el aire.
- Hijo de puta... hijo de puta... - repetía sin cesar
- Parece seguir obsesionado con Battousai... - comentó una voz
- ¿Qué hacemos con él, señor?
- Feh... ¿Me despertaron por esto? Es... patético... - el Miburo, arrojó una nube de humo a la cara del prisionero, en un gesto de claro disgusto ante la debilidad de aquel hombre- Arrójenle agua fría hasta que se calme. Es lo que usan en los asilos. Átenlo y amordácenlo. Quiero dormir.
- ¿Cree que lo encerrarán en un hospicio?- preguntó el hombre rubio que siempre acompañaba a Saitoh mientras se alejaban de la celda.
- No... Estaba cuerdo cuando vendió las armas a Shishio. Es un traidor. Pagará con su cabeza, este conciente de ello o sea ese despreciable despojo de humanidad que está arrodillado en el piso y no entiende lo que decimos. Estar mentalmente sano no es requisito para ser decapitado. Nada de hospicios para los traidores. Eso es ser débil.
Con el hombro roto, las heridas de ambos duelos con Battousai y su espíritu quebrado, no pudo defenderse de la inmisericorde paliza que los guardias le propinaron en cuanto Saitoh puso un pie fuera de la sentina, mientras casi lo ahogaron con agua de mar.
Cuando terminaron de divertirse con él, solo las cuerdas con las que le habían amarrado brazos y piernas a los barrotes lo mantenían en pie.
Apenas podía ver a través de los ojos hinchados, pero pudo reconocer la figura con la capa blanca, que le quitó la mordaza. Escupiendo sangre de sus labios partidos, increpó al hombre.
- ¿Eres feliz, hechicero hijo de puta? Además de maestro del asesino y de torturador, eres un asqueroso brujo. Ustedes hicieron que todo fallara.
- Tú eres el que se buscó la golpiza. Te dije que escucharas. Te dije que crecieras y como un hombre aceptaras la verdad. Pero elegiste quejarte como un niño, y sigues haciéndolo- dijo el hombre de la capa blanca, mientras lo desataba y lo llevaba al miserable catre que compartía con las ratas y las cucarachas del barco. Enishi casi se desmayó cuando el hombretón colocó el hueso de la clavícula nuevamente en su lugar. Con vendas limpias que traía consigo, le hizo un apretado cabestrillo que mantendría el brazo en el lugar debido y aliviaría el dolor.- Sí, es cierto soy un brujo. Pero deja de echarme la culpa de tus acciones. Tú eres el único responsable de tus errores. Madura de una vez. Aprende de tu hermana.
- ¡Basta!
- ¿No fue suficiente? Si sigues gritando volverán los guardias. Y esta vez te matarán.
- No me importa... prefiero que lo hagan a seguir escuchándote.
- Apuesto a que sí... Pero de todos modos escucharás hasta el final lo que tengo que decir. De allí en más, todo queda en tus manos.
- ¡Guardias!
- Bien, quieres hacerlo difícil... No importa. Ya no pueden oírte. He puesto un hechizo. Y ningún ruido se filtrará desde o hacia tu celda hasta que termine. Así, no habrá distracciones.
- ¿Por qué? ¿Porqué hace esto?
- Alguien trató de hacerlo antes, de manera gentil. Dos personas que realmente te aman y se preocupan por ti. Y te negaste a escucharlas. Por lo que juzgo que tal vez con un poco de más brutalidad empieces a poner en funcionamiento eso que tienes entre los hombros. Si hubieses sido la mitad de inteligente que mi estúpido alumno, no habría tenido que ser tan duro. Ahora cállate de una vez. No tienes opción, porque oirás todo lo que tengo que decirte, te guste o no. Tu decides si quieres que termine rápido o si prefieres interrumpirme y que tarde varias horas más de lo debido.
- Adelante-quería que la tortura que tenía por delante fuese lo más breve posible.
- Tu hermana asumió sus responsabilidades. Sabía lo que hacía. Y eligió dos veces salvar a Kenshin. La primera fue cuando se dirigió a los Yaminobu, tratando de engañarlos sobre la debilidad de Kenshin. La segunda, cuando vio que él no tenía oportunidad, porque estaba ciego, sordo, sin posibilidad de leer los movimientos del atacante y muy debilitado por las heridas que había recibido, entonces eligió defenderlo ella misma, interponiéndose ante su atacante, justo en el momento en que Kenshin atacaba con lo último que le quedaba. Y atacaba, para dejarla libre. Para que ella pudiera salvarse. Él fue a dar su vida por ella, y ella terminó dándola por él. Ambos sabían lo que hacían. Eso pasa cuando la gente se ama, ¿sabes? Sé que no lo aceptas, pero ella lo amaba. Como la chica Kamiya. Ella también se interpuso frente a tu subordinado para protegerlo. Pero Kenshin no es el único que tiene quien esta dispuesto a dar su vida por salvarlo. Tu Yinniyeh también lo hizo por ti, mientras estabas llevando a cabo tu estúpida venganza.
- ¿Q-qué? ¿De que estás hablando?
- Recuerdas a Shishio, ¿verdad? Y recuerdas a su bruja también, supongo. Si creíste que hasta la lucha en el dojo estabas en compañía del espíritu de tu hermana, lamento informarte que fue Yumi todo el tiempo... Tomaron el alma errante entre los mundos, el alma que permanece flotando porque tú no le permites partir, y la encerraron en el mundo de los demonios. - Enishi dio un respingo. ¿Cómo había sido tan estúpido? Sabía que el brujo tenía razón. Él lo había sospechado todo el tiempo.- Yumi logró tomar suficiente información como para manipularte y apartarte de la protección de la Yinniyeh, que por otra parte nunca debió dejarte, no importaba lo que tu hicieras o dijeras pero eso ya es otro tema. Y tú caíste en la trampa como un ganso cebado... Seguiste su plan al pie de la letra. Su intención era destruirte a ti y a las otras dos bestias... Oh, sí Kenshin y Saitoh son tus iguales. De hecho, son tus compañeros... pero hablaremos de esto algún otro día... El hecho es que tu compañera sólo encontró una solución y era rescatar a Tomoe-san. Era a la única que escucharías. Pero como tu sabes, ella no tenía oportunidad contra un demonio del poder de Shishio. Aún así, no le importó. Con la ayuda de una vieja mujer china, encontraron el libro que habías recibido en Mongolia, y con el libro y la espada emprendió un viaje del que no esperaba retornar, solo para salvarte. Y logró su cometido. La Tomoe que no te sonreía, era la verdadera. Era la que fue a salvarte de tu propia estupidez.
Lo que oía era peor que todos los golpes y heridas que latían por todo su cuerpo. Tenía la boca seca, los sentidos adormecidos y estaba a un paso, solo un paso de perder la razón por completo.
Tomoe había vuelto a sufrir, esta vez por su culpa. Asiyah había muerto por su ceguera, tampoco había podido protegerla... ni siquiera había podido protegerla de su enemigo más cercano: él mismo.
- Debo decir que jamás pensé que ella lo lograra. Y realmente admiro las agallas que tiene. Debe quererte mucho para ir por un idiota como tú al lugar al que fue, sin chances de sobrevivir, y con la certeza de quedaría atrapada allí para siempre. Y lo mejor de todo es que le pateó el trasero no solo a los dos, sino a las Venerables también. Y sobrevivió. Eso es lo más extraordinario... Lo cierto es que está viva. Muy maltrecha aún, pero viva. Recibió muchas heridas, heridas que la dejarán marcada para siempre. Fueron hechas en el plano de su cuerpo de Yinn, pero afectan a su forma humana también. Hemos curado casi todas sus quemaduras, pero pedió gran parte de su cabello. Y las cicatrices de la espada de Shishio nunca podrán ser borradas. Va a necesitar mucho más que magia o ungüentos para superar eso. Por eso, después de lo que ella hizo y dio por un hombre como tú, que Bestia o no Bestia dentro, no vale la tierra de la suela de sus zapatos, si no recobras la conciencia y sales de aquí y vas por ella, no hará falta que Saitoh te ejecute. Yo acabaré personalmente contigo. Siempre pensé que ella no te merecía, ahora estoy convencido exactamente de lo contrario. La decisión te pertenece. Si eliges vivir, puedes salir de aquí usando el anillo[1] que ella te dio. Espero que recuerdes las instrucciones. Estaré en las cercanías de Kyoto. No te molestes en buscarme. Yo sabré cuando estés ahí. Y te llevaré con ella. Si antes de que el barco llegue al puerto de Tokio, no saliste de aquí, vendré por ti y te daré lo que mereces.
- Sácame de aquí, llévame con ella.
- No. Tardarás unas horas en poder ponerte de pie. Creo que eso será suficiente tiempo para que pienses en todo lo que te dije, y te des cuenta de la clase de persona que has sido hasta ahora... y en la que deberías convertirte después de lo que tu hermana y tu mujer hicieron por ti. Por otra parte, si ella te interesa, demuéstralo haciendo el esfuerzo de moverte por ti mismo, aunque sea hasta Kyoto. Ya puedes volver a gritar. He levantado el hechizo. Pero no te lo recomiendo... Esperaré tu decisión.
- ¡Aguarda!
Pero el hombretón de la extraña capa ya había desaparecido.
Apretando los dientes por el doloroso esfuerzo, se sentó en el camastro.
Cerró los ojos, cada vez con más fuerza, a medida que las palabras de aquel hombre penetraban en su cerebro más y más profundamente.
Había sólo dos alternativas: seguir siendo la patética, quebrada figura en la que se había convertido desde su derrota frente a Battousai, y esperar la liberación de la muerte, arriesgándose a perder la sonrisa de Tomoe para siempre, o levantarse y volver a andar, e intentar resarcir a su hermana del dolor que sus acciones le habían causado. Eso... y recuperar a Asiyah, que era la única capaz de ayudarlo.
Como el brujo le había dicho, tenía una deuda tanto con Tomoe como con Asiyah. No podía permitir que sus esfuerzos y sacrificios fuesen en vano.
Así que, sería cuestión de levantarse e intentar empezar a reconstruir su existencia.
Pero antes de iniciar su viaje, aún había algo por hacer...
Los tres guardias estaban sentados en el suelo, jugando dados y bebiendo sake cuando oyeron los gritos del prisionero de la sentina.
- ¡Mierda! ¡El loco debió haberse quitado la mordaza!
- Imposible, yo lo até perfectamente...
- Perfectamente... Imbécil... Ya que lo ataste tan perfectamente ve tú y rómpele las piernas, como escarmiento. Tal vez así aprenda la lección... La ducha fría y la paliza parece que no fueron suficientes.
- ¿Y si le cortásemos la lengua?
- ¿Quieres que Fujita te mate? Unos huesos rotos no importan. Le diremos que él mismo se lastimó por su estado de locura o que eran heridas de la pelea que no habíamos notado antes. Pero la lengua... Eso no iba a creerlo. Y la necesita. Va a interrogarlo en cuanto estemos en Tokyo.
- No creo que pueda sacarle mucho a ese guiñapo, pero...
- Ve y haz tu trabajo... En el estado en que está no puede darte ningún trabajo
- ¡Mierda! Si roban mi dinero...
- Tranquilo... ¿No confías en tus compañeros?
Con un gruñido de desconfianza, el guardia se levantó. Tomó un largo bastón. Iba a darle un buen escarmiento al maldito demente de allá abajo...
Cuando llegó a la celda, los ojos casi se le salieron de las órbitas: el hombre no estaba allí. Con desesperación, buscó en el manojo de llaves y abrió la puerta, pensando en lo que le haría Fujita...
Miró a su alrededor y no encontró trazas del hombre. Pero sobre la cama estaba el libro del que no se separaba... dio varios pasos hacia el interior... Y algo increíblemente pesado cayó desde el cielorraso de la celda sobre él, atrapándolo, casi ahogándolo y dejándolo sin la posibilidad de pedir auxilio.
- ¿Me recuerdas, hijo de puta?- Le susurró el recuperado prisionero, mientras le quebraba el brazo- Ahora estamos emparejados... Veremos que tan bueno eres cuando tienes a alguien que puede defenderse enfrente. Y cuando termine contigo, iré a enseñarles la misma lección a tus amigos.
Aún pudiendo usar un solo brazo, esa basura no constituía ningún desafío para él, ahora que estaba resuelto y tenía un motivo para salir adelante.
El guardia estaba furioso. Aunque lo había herido físicamente, lo que más le dolía era su orgullo pisoteado por aquel maldito. No iba a pedir ayuda. Además, él estaba armado y el perro de cabellos blancos no. Lo haría pagar.
Enishi había tomado el bastón del guardia. El otro desenvainó su sable. El gobierno Meiji era tan abyectamente servil a las modas y costumbres occidentales, pensó Enishi, que había obligado a sus fuerzas de seguridad a abandonar las espadas japonesas, superiores en calidad a cualquier otra en el mundo, y habían adoptado los inútiles sables de estilo europeo.
Haría añicos al bastardo arrogante. Con un solo brazo y un bastón de madera sería suficiente.
Efectivamente, en segundos el guardia yacía inconsciente en el suelo, respirando apenas.
Despojó del sable al hombre, tomo el diario de Tomoe, y fue por los otros dos.
Los tomó totalmente por sorpresa.
No los mató, pero les dejó un recordatorio de por vida de lo peligroso que era jugar con bocados más grandes de los que se podían masticar.
- Vine por esto.- Le dijo al segundo guardia, clavado a la pared por el hombro, sostenido sólo por el sable, mientras recuperaba sus anteojos, que le habían robado mientras lo golpeaban
Ninguno de los dos hombres en la cubierta estaba consciente cuando, siguiendo las instrucciones que Asiyah le había dado meses antes, Enishi abrió el portal.
Las familiares colinas que rodeaban Kyoto podían verse claramente.
Dio un paso hacia delante y comenzó un nuevo viaje en su vida.
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El viento jugueteaba con los pliegues de su capa. Las sombras del final de la noche no pudieron ocultar su sonrisa a la mujer que estaba parada a poca distancia de él.
- Ya está aquí. Ve a prepararla. El viaje a la ciudad es largo, y necesitaremos toda la energía para terminar de curarlos a ambos.
- Si, también puedo sentirlo. Debiste ocuparte de él cuando estaba en el barco. Verlo así le hará daño a la chica, sólo la hará sentir más culpable.
- Deben madurar los dos. Toda acción tiene una reacción y uno debe asumir las consecuencias. Es una lección que les vendrá bien a los dos. Además, ya había gastado demasiada energía en abrir el portal. Y si el baka se hubiese callado, no habría tenido que gastar más manteniéndome oculto cuando llegaron los guardias.
- Hiko, te conozco. Y sé que fue lo que hiciste en el barco. Tú hablas de tu estúpido alumno y como ha madurado. Pero tú no lo haces. Te pusiste a la altura de Yukishiro con tu pequeña venganza.
- No fue una venganza, fue una lección. Si hubiese querido venganza, lo hubiese destripado allí mismo. Pero no voy a discutir contigo, mujer. Tú y yo nunca podremos entendernos. Soy demasiado inteligente y sutil para que captes mis verdaderas intenciones.
- Sí, Hiko, seguro.
La mujer se alejó meneando la cabeza, disgustada.
Hiko sonrió.
Molestarla siempre daba resultado.
Pero Tokio tenía razón...
Había llevado adelante su propia pequeña venganza.
Y realmente se había sentido estupendo.
Y todavía se seguía sintiendo estupendo.
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En otras circunstancias, el cerdo grasoso que tenía adelante estaría cortado en trozos y desparramado por toda la habitación. Pero ahora, ahora no tenía otra opción que aceptar su 'generosa' oferta.
Lo único de valor que tenía era el marco de sus recuperadas gafas. Tenía hambre (no lo habían alimentado por tres días en el barco), y quería comprar unas ofrendas para llevar a la tumba de Tomoe, además de algo de ropa, para que Asiyah no lo viese en el estado en que se hallaba.
Así que visitó varias tiendas de empeños tratando de vender la pieza de oro.
Las sumas que le ofrecían eran irrisorias.
Las gafas habían sido especialmente diseñadas para él en Alemania, e incluso el marco había sido hecho por un orfebre famoso. El sello del artista podía verse claramente.
El maldito aprovechado que tenía delante era el último usurero del distrito. Lamentó no haber traído consigo el sable del guardia.
Todos los que había visitado antes, al igual que el que estaba frente a él, sabían por su aspecto, que finalmente no tendría otra alternativa que tomar las míseras monedas que le ofrecían.
- Es todo lo que vale... Acéptalo o vete. Te daré unas monedas más por el anillo.- bajó rápidamente la mano de la mesa. El anillo no estaba incluido, aunque ya no tuviera utilidad mágica- Has estado en alguna gresca y seguro que son robados. Hueles insoportablemente y das mala apariencia a mi negocio. Si la policía te ve aquí, tendré problemas.
Apretando rabiosamente las monedas en su mano salió de la tenducha no sin antes grabar hasta el último detalle el rostro de aquel ser que lucraba con la miseria. Ya se encargaría de que pagase. Al igual que todos los usureros del distrito.
Sólo podría comprar algunas flores, un plato de comida miserable, y tal vez algo de ropa de segunda.
Regateando con algunos buhoneros, finalmente adquirió una hakama de pésima calidad y hechura que solía ser negra en una vida anterior, deshilachada en los bajos y demasiado corta para su estatura (bastante mayor que la del japonés promedio) y un descolorido gi que supo ser en algún momento de un azul intenso.
Al menos, se dijo, estaban limpios.
Cambió sus valiosas botas de lagarto por un par de tabi y sandalias de pésima calidad. También consiguió un pedazo de tela decente con el que hizo un envoltorio en el cual guardar el diario de Tomoe.
Los adquirió por menos de lo que esperaba (tampoco era exactamente lo que deseaba comprar), así que aprovechó la diferencia en el precio para concurrir a los baños públicos y así higienizarse un poco antes de vestirse con su 'ropa nueva'. No quiso arruinar el magnífico, experto vendaje que le había hecho el hechicero, así que sólo se lavó, todo lo concienzudamente posible, y se quitó toda la sangre seca pegada a su cuerpo, la propia y la ajena.
Al menos, aunque estuviese golpeado y herido, limpio no llamaría tanto la atención de posibles patrullas que se cruzasen en su camino. Aunque seguramente tendría varios días de tranquilidad antes de que empezasen a buscarlo seriamente en el área.
Kyoto estaba a una respetable distancia de Tokyo, y él la había recorrido en segundos gracias al portal.
Sin duda, por varios días Kyoto sería el último lugar donde lo buscarían.
No, seguramente empezarían por Tokyo y Yokohama.
Cuando terminó, buscó la tienda de comida más barata del área. Enseguida comprendió el porqué del precio. El lugar era francamente inmundo, podían verse las cucarachas correteando entre los cuencos, y la comida era una grasienta masa indefinida que apenas podía ser tragada.
Pero él había comido cosas mucho peores que aquello, así que se encogió de hombros y dio cuenta del contenido de su cuenco como si se tratase de pato laqueado[2].
Finalmente compró unas flores y gastó las últimas monedas que le quedaban en una botella del perfume favorito de Tomoe.
Luego, con el sol alto en el cielo, se dirigió lentamente hacia el templo a las afueras del cementerio donde reposaba el cuerpo de Tomoe. Encendió varitas de incienso, rezó y repasó las ruedas de oración[3]. No sabía si un ser tan despreciable como él sería escuchado. Tampoco tenía demasiada fe en las divinidades. Había visto demasiadas injusticias en su vida, pero aún así gracias a las experiencias extrañas que venía viviendo en los últimos meses estaba conciente de la existencia de otras realidades y posibilidades, así que ya no descartaba nada de plano. Nunca estaba de más tomar precauciones... Y además, sus ruegos no eran para sí mismo.
Llevando sus ofrendas, visitó por tercera vez desde su llegada a Japón aquella tierra sagrada donde reposaba su hermana.
Limpió la lápida, un simple marcador de piedra sin inscripción alguna, quitó las malas hierbas que habían crecido en los últimos días y dejó las flores y el perfume.
Prendió más incienso, se inclinó respetuosamente y dejó fluir sus pensamientos.
< No puedo decir que siento lo que hice. Sabes mejor que nadie que no es así. Nunca podré olvidar. Nunca voy a perdonarlo. Jamás. Pero voy a respetar tu deseo. Voy a dejarlo en paz. Seguiré adelante con mi vida, como creo que hubieses querido. Trataré de convertirme en un hombre del que hubieses estado orgullosa. No sé si lo logre, no puedo prometerte algo que no sé si seré capaz de cumplir, ya te he decepcionado demasiado para hacerlo una vez más. Pero al menos, haré el intento. Solo te pido perdón a ti por lo que te hecho sufrir con mis acciones. Eso y solo eso es lo que lamento. Eso... y no haber escuchado a Asiyah. Te pido que si aún estás aquí y vas a velar por mí, que me ayudes con ella. No sé si querrá volver a verme, no sé si me perdonará. No confío en lo que dijo el hechicero. Solo cuando la vea, sabré. No he sido un buen hermano para ti. No he sido un buen compañero para ella. Pero te pido que, me ayudes con esto. Sólo con esto. La necesito, es lo único que me queda. He perdido todo lo demás, a ti, a tu sonrisa, nuestra familia, nuestra casa, mi vida, mi propósito, mis creencias... Si después de perderte a ti, y a todo lo demás, también la perdiese a ella, entonces toda mi existencia sería una macabra broma cósmica. Y no quiero ser ya más el payaso de nadie. >
- ¿Cuándo vas a superarlo, chico?
- ¿ Qué, los hechiceros son tan maleducados que no pueden respetar un momento privado de un hombre en un cementerio?
- Bah... Los dos son iguales... Ambos pasaron más de una década sin recordar presentarle sus respetos, y ahora de repente, recibe todas las visitas juntas... - El hombre de la capa se encogió de hombros- Ven, sígueme.
Apretó los dientes, y los ojos se le oscurecieron de ira. Pero se contuvo. El camino que debería transitar no iba a ser fácil. En lo absoluto.
- Al menos, tuviste la inteligencia de lavarte y cambiar de ropa. Incluso, podrías pasar por una persona.
Eso era la gota que rebasaba el vaso. Pero justo cuando iba a lanzarse sobre el hombre, la vio.
Pálida, con espantosas ojeras, y sosteniéndose del brazo de otra mujer, Asiyah apenas se mantenía en pie.
Se le hizo un nudo en la garganta.
Su aspecto tampoco debía ser de los mejores, porque vio el dolor reflejado en sus ojos abiertos enormemente y su mano llevada a la boca para acallar una exclamación.
- ¿Qué esperas? ¿Qué te cargue hasta ella como a un niño?
- ¡Mierda! ¡Déjeme en paz!
- ¡Hiko!- La mujer que estaba con Asiyah escuchó el último intercambio. No parecía complacida con el otro hombre.
- ¡Bah!
No le importaba si estaba mal, si ofendía la sensibilidad pública y pisoteaba las buenas costumbres del Japón, pero no pudo evitar abrazarlo en cuanto lo tuvo cerca. Él le correspondió con la misma intensidad, aferrándola con el brazo sano, y la luz en sus ojos cuando la dejó ir, le dijo a Asiyah que hubiese sido mucho más efusivo de no estar el molesto hechicero en las cercanías.
- Ya tendrán tiempo para las demostraciones tiernas, ahora vayamos a un lugar tranquilo. Tenemos trabajo que hacer con ambos.
En el camino hacia la salida del cementerio, y muy cerca de la tumba de Tomoe, Asiyah notó a un anciano que no apartaba sus ojos de la figura de Enishi. Los ojos le eran extrañamente familiares, a pesar de tener la certeza de nunca haberlo visto antes. No pudo apartar su rostro de su mente por buena parte del camino de regreso, ampliamente aliviado gracias al portal que compasivamente abrió Tokio una vez que estuvieron a las afueras de Kyoto. El estado de ambos era tan calamitoso que la hechicera pensó que sería mejor aligerarles el viaje.
Definitivamente la choza de Hiko no estaba preparada para albergar a otra persona más que a él mismo, y tal vez a algún visitante ocasional.
Enishi estudió atentamente el lugar.
< Así que aquí vivió Battousai antes de la guerra... Y con este hombre... >
El reconfortante pensamiento de lo que su enemigo habría padecido junto al hechicero insufrible lo consoló un poco.
- Bien, tú vienes conmigo- el hombretón lo empujó sin ceremonias hacia su taller, y tuvo que morderse la lengua para no gritar de dolor. No iba a darle ese placer al bastardo
- No- la voz de Asiyah era helada y Hiko se encontró con unos ojos que parecían dos dagas hechas de jade atravesándolo- No deseo sonar desagradecida, ya que realmente aprecio que me hayan ayudado, aún perteneciendo a un clan que ha sido enemigo por generaciones del que me crió. Pero aquí se termina su tarea. Yo me ocupo de él.
- Niña, ni siquiera tú estás en condiciones y...
- Yo me ocupo de él.- los ojos de Asiyah empezaban a tener intensos reflejos dorados.
Enishi sonrió levemente, preguntándose si el hechicero tenía conciencia de lo que le esperaba si la hacía enfadar. Era bueno ver que al menos el espíritu de la Yinniyeh estaba intacto...
- Entiendo tu reticencia. Y también tu necesidad de estar a solas con él. Pero no es sabio que gastes tu propia energía cuando tu misma apenas estas reponiéndote-Tokio decidió intervenir, haciéndole un gesto al impaciente Hiko. Ella era la indicada para manejar la situación.
- Tokio-san, me siento profundamente en deuda con Ud. especialmente y no olvidaré nunca lo mucho que ha hecho por mí, pero esta es mi decisión y le pido que la respete.
- Estaremos en el taller por si nos necesitas o cambias de idea.- Antes de que Hiko pudiera estallar en protestas, Tokio lo arrastró hacia el otro cuarto.
Apenas estuvieron a solas, ella volvió abrazarlo y ya no pudo contener las lágrimas.
- Debí... - cuando se separaron él vio vergüenza en los ojos de Asiyah- Si hubiera cumplido con el papel que me correspondía nada de esto hubiera ocurrido. Todo es mi culpa.
- Shhhh... Ambos sabemos que eso no es cierto.
- Me veo terrible, ¿verdad?- se sentaron en un futón que había sido preparado para cuando los hechiceros se dedicasen a sanar sus heridas.
- Ah... Creo que estoy peor... - Enishi rió suavemente. De pronto dejó de hacerlo y la miró con seriedad - Sé donde fuiste, lo que hiciste y por qué. Nunca, nunca, nunca podré pagarte esa deuda que tengo ahora contigo.
- Es lo menos que...
- Shhhh... No digas nada. Yo fui el que nos metió en esto. Y tú ya no tenías obligaciones conmigo- la detuvo antes de que pudiera protestar- Es cierto. Después de lo ingrato que fui, de las cosas que dije, cualquier otra mujer con gusto hubiese ayudado a cavar mi tumba. Pero tú...
Un escalofrío lo recorrió al recordar donde había ido ella para salvarlo. A él y a su hermana.
Y volvió a recordar por un instante a Tomoe y a Kaoru en la playa, ambas poniendo su cuerpo para proteger a Battousai...
- Hice todo esto para resarcirme de no poder proteger a mi hermana, y ni por un momento pensé en lo que ella hubiese querido verdaderamente. Pasé años diciéndome que lo hacía por ella, cuando siempre supe que lo hacía sólo por mi propia satisfacción... Mira- sacó de entre sus ropas un envoltorio. Asiyah reconoció el diario de Tomoe. Los amigos de Kenshin finalmente se lo habían entregado- Este es su diario... Aquí esta la verdad que me negué a aceptar por quince años. Pisotee su última voluntad.
Las palabras le salían a borbotones, y aunque no había querido derrumbarse delante de Asiyah de aquella forma, no pudo evitarlo. Casi instantáneamente, se encontró envuelto en un cálido abrazo, mientras palabras de confort eran susurradas suavemente en su oído. Hundió su rostro en el hombro de Asiyah y se dejó ir, permitiéndose por primera vez en su vida expresar todo el pesar de su pérdida. No había odio, ni venganza esta vez, solo un desconsuelo irrefrenable. Era todo lo que le quedaba...
Nunca supo el tiempo que pasó abrazado a ella, solo tenía conciencia de lo bien que se sentía descargar tanta tristeza por primera vez en largos quince años. Cuando la soltó vio la congoja en los ojos de ella. Era tan evidente que ni el atisbo de sonrisa con el que trataba de ocultarla podía lograr su cometido.
- Nunca he podido mantenerme fiel a las promesas que he hecho a las personas que he amado en mi vida.- le dijo con amargura mientras sus dedos recorrían su demacrado rostro- Lo que te he hecho... Te dije una vez que no te arrepentirías de tu decisión de aceptarme como tu pareja...
- Dejémonos de echarnos culpas mutuamente. Es cierto, ambos cometimos errores, que fueron muy bien aprovechados por nuestros enemigos. No tiene caso seguir especulando sobre lo que pudo haber sido. De aquí en más, solo hay que tomar las medidas adecuadas, y no volver a correr riesgos.
- Fue imperdonable que dudase de ti... Nunca volverá a suceder.
- Supongo que no... - dijo Asiyah y él vio dolor en su mirada.
- Yo... las cosas que te dije aquel día... Realmente me sentía tan traicionado que solo deseaba que sintieras lo que yo sentía...
- Lo sé... No tienes que disculparte más.
Una profunda melancolía la envolvía. Enishi supo instintivamente que algo no andaba bien.
- No puedes perdonarme...
- Sabes que ya lo he hecho y espero que tú me perdones a mí.
- ¿Qué es lo que no quieres decirme? Hay algo... algo que guardas y me ocultas.
Después de lo ocurrido sus percepciones parecían haberse agudizado.
Seguramente el despertar de la Bestia estaba muy cercano.
Debía actuar rápido.
- Dime de que se trata. Si en verdad me has perdonado, entonces es otra cosa. Y quiero saberlo.
- Remordimientos. Por no haber permanecido contigo, aunque fuese oculta.
- Basta. Sólo recordemos todo esto para no volver a cometer la idiotez de no confiar uno en el otro.-Hubo un pesado silencio y Enishi volvió a hablar- Quiero que sepas, que a pesar de todo, no me arrepiento de nada más que del dolor que les causé a ti y a mi hermana. Sigo sin poder perdonar a Battousai u olvidar lo que hizo. La verdad cruda es que accidentalmente o no, mató a mi hermana. Y nunca, nunca, nunca podré perdonarlo. No voy a dejar de odiarlo jamás. Escupo el suelo que pisa, desprecio al que lo considera su amigo. Pero voy a dejarlo en paz, a él y a los suyos, porque eso es lo que Tomoe deseaba. Quiero tener una vida más allá de Battousai, y voy a hacer lo posible por conseguirlo. Y espero que tú me ayudes.
- Sí... lo haré - a ella se le hizo un nudo en la garganta- Lo haré
Enishi sabía que había algo más, algo que ella callaba, pero sabía cuan testaruda podía ser y que en ese momento no tendría oportunidad de arrancarle más de lo que ya había dicho. Esperaría.
Asiyah sirvió un poco de té que les habían dejado en una tetera, y colocó un poco de arroz en un cuenco.
- Come. Yo voy a empezar a tratar de arreglar un poco el desastre en que te han convertido...
- Tú también deberías...
- Shhhh... Lo haré más tarde. Ahora tengo trabajo- le dijo mientras le quitaba el gi y comenzaba a deshacer los vendajes
- Tengo pasajes reservados para Sudamérica. Sé que preferías Persia, pero quisiera estar tan lejos de Asia como sea posible, al menos por un largo tiempo. Estaremos con un itinerario apretado, porque pensaba que regresaríamos a Shanghai antes, pero de todas formas llegaremos a tiempo para embarcar. Deseaba que nos casásemos aquí, pero podremos hacerlo en el barco. No quiero perder más tiempo del debido en Japón.
- Shhhh... Hablaremos de todos esos planes más tarde.- le puso dos dedos sobre los labios, para que no siguiese adelante
- Volví a cometer el mismo error de tomar esta decisión sin contar con tu opinión. Si deseas esperar por lo.. por lo que ocurrió en Yokohama...te entenderé...- Enishi captó la intención de ella, al evitar nuevamente el tema, como en Shanghai- Lo siento. Esperaré cuanto tiempo tú necesites. Es sólo que pensé que sería conveniente, ya que vamos a empezar de nuevo, en otro lugar y...
- Más tarde, por favor, más tarde. Necesito... necesito concentrarme
- ¿Es una promesa?
- Es una promesa.
- Bien- pero él sentía el aire de incomodidad y angustia alrededor de ella. Tal vez si insistía...- Sudamérica es un buen lugar para empezar de nuevo... Hay muchas cosas por hacer, es un territorio casi virgen. Podremos divertirnos mucho allí... Un lugar salvaje, justo para nosotros... He pensado en plantaciones de caucho... Dicen que es el futuro...
- Necesitaré dormirte para curarte- lo interrumpió ella- Será muy doloroso de otra forma...
- Créeme, puedo soportarlo. Quiero estar despierto contigo cuanto sea posible... - Antes de que él pudiera reaccionar, cayó laxo entre sus brazos.
- Lo siento... lo siento tanto... Pero no puedo seguir adelante con lo que debo hacer, si sigues hablando de un futuro juntos... - pasó suavemente su mano por sus amoratadas facciones, mientras lo acomodaba en el futón.
Ella estaba débil aún pero tenía la suficiente fuerza para curar las principales heridas, con sus recientemente descubiertas habilidades de Marid. Lo primero que hizo fue ocuparse del hombro roto. Había oído de parte de Hiko un recuento de las peores lesiones de Enishi. Luego, se ocupó de su oído, dañado por él mismo en el fragor de su enfrentamiento con Battousai. Palpó sus costillas. A pesar de estar inconsciente, el gesto de dolor le indicó que también había fracturas o al menos fisuras allí. También se hizo cargo de aquello, y de las peores cortaduras y por último se ocupó de su tumefacto rostro. Al menos, llamaría menos la atención de la policía si no parecía salido de una pelea de bar. Era casi el alba cuando terminó con él
El esfuerzo la dejó casi sin aliento. Se recostó un instante contra la pared, con los ojos cerrados. La imagen del anciano del cementerio que tan insistentemente se le había presentado durante el viaje, volvió a manifestarse en su mente.
Y de pronto supo porqué.
Lo había mirado largamente cuando pasaban a su lado, por la insistencia con que observaba a Enishi.
Por lo que recordaba el hombre era mucho más bajo que Enishi, pero a pesar de la larga barba, la similaridad de los rasgos era evidente.
Y los ojos... los ojos eran inconfundibles... el mismo tono de turquesa. No podía creer lo que estaba sucediendo.
< ¿Tomoe-san? ¿Tú lo enviaste? > pensó
Seguramente...
No había dicho ni una palabra de lo que pensaba hacer a nadie, ni siquiera al fantasma, pero suponía que si ella se había filtrado en sus sueños, tal vez hubiese podido 'ver' sus planes de alguna forma.
< Al menos, no estarás solo en tu viaje... >
De entre sus ropas sacó la carta que había estado escribiendo secretamente a lo largo de aquellos días. Redactó un par de párrafos más y en un pequeño trozo de papel dejó unas instrucciones accesorias. Guardó nuevamente la carta y dejó la otra esquela en un lugar visible.
A pesar de estar agotada, abrió un portal y partió hacia la primera y única escala de su viaje final.
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- ¿Aún nada?- preguntó Tokio que había regresado después de pasar la mayor parte de la noche en su propia casa para evitar sospechas de su familia
- Nada. Sospecho que se quedaron dormidos hablando y perdimos tiempo en balde...
- Vayamos por ellos... ¿Preparaste el desayuno?
- ¿Acaso esto es una posada? ¡Por supuesto que no! Qué el niñito bueno para nada mueva su patético trasero, y vaya a buscar el agua. Y que nuestra ilustre visitante Maridah pague su estadía cocinando.
- Hiko, eres insufrible... Además pasó la mayor parte del tiempo en mi casa. Por fortuna, y conociéndote, yo traje lo necesario para que no mueran de hambre gracias a tu hospitalidad.
Tokio golpeó suavemente a la puerta que separaba el pequeño taller de Hiko de su dormitorio, sin obtener respuesta alguna.
- Te lo dije, ya lo sabía... Se quedaron dormidos... No podían esperar el tiempo para el romance...-Gruñó Hiko, apartando a Tokio y entrando como una tromba al cuarto.
Yukishiro estaba dormido y parecía no haber registrado su presencia aún. No había trazas de la Yinniyeh en la habitación.
- ¿Qué sucede aquí? ¿Dónde está la chica? - dijo Hiko, echando después una rápida ojeada sobre el joven notó que sus lesiones habían sanado- Ella parece haberse hecho cargo de sus principales heridas....
- Así parece...- Tokio se detuvo frente a Enishi. Ninguno de los vendajes estaba en su lugar y el rostro aparecía perfectamente normal, sin trazas de la brutal paliza que había recibido horas antes-Ve a buscarla afuera, yo despertaré a Yukishiro y veré que recuerda.
- No crees que pudiese ser tan tonta como para irse, ¿verdad?
- Francamente, no lo sé. No pude sacarle demasiado mientras estuvimos juntas. Pero una cosa es segura, se sentía absolutamente culpable de lo que sucedió. Y ya sabemos que esa idea completamente extraña a la mente de una Yinniyeh solo podía ser asentada en ella por un egomaníaco como tú.
- Bah... Sólo le dije la verdad, que se había equivocado.
- No, no le dijiste eso sino que no era digna de estar con una Bestia, que no servía para nada y que era patética. En vista de lo que sucedió en ese tiempo y después, creo que le quedaron pocas dudas acerca de que no era la consorte adecuada. Realmente no me extrañaría que hubiese huido, después de curarlo como compensación por lo que le hiciste creer que era su culpa.
- Pero después de lo que hizo, cambié de opinión. Y admití que estaba equivocado.
- Por un milagro celestial... Y no pareces haber sido muy convincente
- ¿Qué hicieron con Asiyah? ¿Dónde está? ¿Que ideas le metió este ahou?
< Uh-oh... Estamos en problemas... se despertó y escuchó nuestra conversación... Va a ser difícil explicarle... >
- No tenemos idea de adónde pudo haberse ido...
- Seguramente esta afuera, tal vez tratando de recuperarse del esfuerzo.
- ¿Qué es esto?- Hiko notó la esquela- ¡Demonios! ¡Maldición! ¡No puede ser tan tonta!
- Quiero una explicación y la quiero ahora.- Enishi le había arrancado la nota a Hiko de la mano y estaba furioso.
Por el contenido de la carta y la conversación que había escuchado de los hechiceros mientras fingía dormir todavía, sumado la forma en que Asiyah se había comportado cuando estuvieron a solas, tenía la certeza de que Asiyah hacía un buen rato que se había ido.
Algo no terminaba de encajar allí.
- ¿ Qué fue lo que le dijeron para que haya escrito esto, para que se haya ido?- Tokio y Hiko se miraron y antes de que la mujer pudiera abrir la boca, él la detuvo- No, pensándolo mejor, se lo preguntaré a ella, en cuanto la traiga de vuelta. Voy por ella.
- Te acompañaré.
- Prefiero ir solo
- ¡Baka! Abriré un portal y llegaremos mucho más rápido.
- Usualmente le diría dónde puede meterse el portal, pero como el tiempo apremia...
Las instrucciones que Asiyah había dejado indicaban que Enishi debía volver a la tumba de Tomoe. Solo. Así que Hiko, debió esperarlo en el templo.
Enishi se dirigió resuelto hacia su destino, sus únicas posesiones en su mano, la carta de Asiyah y el diario de Tomoe.
Sentado al lado de la tumba había un extraño anciano. Pero no había rastros de Asiyah. Se preguntaba si no sería alguna trampa que los hechiceros les habían tendido a los dos. Después de todo, estaban en lo que Asiyah denominaba 'territorio enemigo'.
Ella no estaba allí, ni siquiera oculta. No podía sentirla en las cercanías tampoco. Iba a seguir buscando más allá, cerca del templo, cuando el anciano levantó la vista y fijó sus ojos en los suyos.
Tenía la extraña impresión de conocerlo, una sensación de inexplicable familiaridad con el sujeto... Y además el hombre se hallaba justo donde Tomoe... Tal vez no fuese coincidencia.
Y entonces, el viejo se movió hacia él.
- Te esperaba. Tengo algo para ti. - El anciano le entregó una carta y un paquete cuidadosamente envuelto.
Con una desagradable sensación en el estómago, abrió la carta, y la leyó cuidadosamente.
Sus peores temores se habían confirmado.
Ella simplemente se había marchado.
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Ambos lo veían caminar sin rumbo, por las callejuelas de Kyoto, seguido por el hombre del cementerio.
- Debemos llevarlo con nosotros.
- No. Llevárnoslo solo empeorará las cosas. No oirá nada de lo que le digamos. En su mente somos el enemigo, los que tratamos de separarlos.
- Si hubieses mantenido cerrada tu boca...
- ¿Yo? ¡Tú fuiste quien enfermó el cerebro de la niña! Te dije que fueses más delicado, pero no, el gran Hiko Seijuurou no escucha a nadie... Asúmelo, estas demasiado viejo para esto. Y pasaste demasiados años encerrado en tu montaña para tener idea de lo que pasa en el mundo real. Te equivocaste absolutamente en todo en este caso. Creo que Kami-sama decidieron que era hora de darte una lección de humildad... Es una pena que ya no tenga tiempo para quedarme a disfrutarlo. Debo volver sin demora, Hajime regresará pronto ahora que el caso esta cerrado. Temo que tendrás que enfrentar a un muy molesto Marid en breve...
Hiko Seijuurou el Treceavo, consideró la posibilidad cierta de retirarse en cuanto reuniese a los bakas, siempre y cuando no fuese achicharrado por un pequeño Marid furioso...
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Necesitaba descansar. Necesitaba poner sus pensamientos en orden. Y necesitaba decidir que iba a hacer con el resto de su vida, si decidía seguir viviéndola.
Cansado, harto de vagar, sin fuerzas siquiera para quitarse de encima al viejo que lo perseguía desde el cementerio, se sentó contra una pared, aferrando la carta y el diario de Tomoe contra sí. No se había molestado en mirar el contenido del paquete que Asiyah le había dejado. Era dinero para los gastos del viaje a Mongolia. Simplemente, se lo había dejado al viejo.
- ¿Por qué me sigues?
- No lo sé... supongo que porque me pareces familiar... No, pero no es posible...Mi imaginación me esta jugando una mala pasada...
- No creo que sea tu imaginación... también tengo la impresión de conocerte
- Ah,¿ no es magnífico? Somos dos tipos con una gran imaginación...- el hombre desató un paquete propio. Tenía comida, y lo puso delante de Enishi- Parece que necesitas recobrar fuerzas, muchacho. No sé que es lo que pudo haberte sucedido que te ha agotado tanto, y no te preguntaré al respecto. Cada uno tiene una historia de dolor propio. Pero hay cosas que no arrojas, a las que todavía te aferras. Eres como el otro. Y no serás un residente permanente del lugar de los descastados. Llegará un momento en que volverás a ponerte en pie. Hasta entonces, piensa en este encuentro como en una reunión casual... Descansa aquí, tranquilo, muchacho, hasta que encuentres tu respuesta.
Enishi no contestó. Simplemente cerró los ojos. Y durmió.
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Su hija se había aparecido insistentemente en sus sueños desde hacía semanas.
Primero, su 'misión' había sido el espadachín pelirrojo, el que había sido su esposo, el que había cerrado sus ojos, y oído sus últimas palabras.
Luego, ella le pidió que fuese a su tumba en Kyoto.
Y allí vio al tercer actor del drama, al que nunca creyó volver a ver jamás.
Y supo porque Tomoe lo había querido allí.
La jovencita, sin embargo, lo había tomado por sorpresa.
La había visto al lado de él y de otras personas que lo acompañaban. Pero la chica no le había sacado los ojos de encima ni un momento, cosa extraña, ya que nadie solía mirar con tanto detenimiento a un pordiosero vagabundo.
Cuando ella apareció de la nada, supo que no era una persona ordinaria. Y su impresión se confirmó cuando supo quien era él en realidad.
Un escalofrío lo recorrió al recordar el diálogo:
- Sería bueno que Ud. se hiciese cargo de él... al menos por una vez en su vida. Se lo debe. A él... y a ella también.
- ¿Yo? Creo que me estás confundiendo con alguien... Yo solo soy un pobre viejo loco... - el viejo retrocedió en franco estado de pánico
- Yukishiro-sama...- ella lo tomó de la raída manga
- Con que para eso era que Tomoe quería volviese a Kyoto, ¿eh? - dijo el viejo, después de un breve silencio, levantando su ojos lentamente hasta enfrentarlos con los de ella-Y supongo que si vuelvo a huir, ya no tendré excusas. Ni perdón.
- No.- ella lo miró hondamente a los ojos. El hombre ya había tomado una decisión, y ella suspiró aliviada.
- ¿Por qué lo dejas?- preguntó en voz apenas audible
- Es una larga, larga historia. Tal vez, si le pregunta a su hijo, algún día él pueda contársela.-Asiyah suspiró- Por favor. Entréguele la carta... y vea que llegue a Mongolia. Es muy importante que vaya allí. Su vida depende de ello.
- Si preguntan dónde encontrarte...
- No tiene importancia. -ella miró a la distancia con tristeza- Yukishiro-sama... quisiera pedirle algo...
- Hija, hace siglos que nadie me llama por mi nombre, mucho menos con el honorífico... Hoy soy tan solo Oirbore, el viejo loco y tonto del pueblo... Y prefiero ser llamando así. Nunca tuve la fuerza o el valor necesarios y si alguien es culpable de las tristezas de mis hijos, ese soy yo.- la interrumpió el viejo.
- No puedo decirle que no estoy de acuerdo. Lo siento si sueno dura. Pero sus hijos llevaron una vida muy terrible, y tal vez si usted hubiese... Bueno, ya no tiene importancia. El pasado ya no tiene arreglo. Pero el futuro puede ser mejor, con un poco de esfuerzo.
- Sí... tal vez...
- Quiero que tenga esto siempre presente: no importa lo que digan de Enishi, crea en él. Solo tuvo una vida desafortunada. Ha hecho cosas muy terribles, pero merece una segunda oportunidad, como la han tenido muchos de los que hoy lo juzgan.
- Veo que sientes un profundo apego por él... ¿por qué no te quedas con nosotros?
- Es imposible.- Ella meneó suavemente la cabeza en negación.- Me voy por su propio bien.
Sabía que ella estaba equivocada, los años y la experiencia se lo decían. Siempre había una salida, un camino intermedio que evitaba el dolor de los extremos. Pero los jóvenes nunca escuchaban...
Enishi tenía aferrada la carta de la chica, con la misma fuerza que el pequeño libro, el diario de Tomoe, el mismo que él le había regalado cuando se había comprometido con Akira.
No dejaba ir a ninguna de las dos.
Y ambas volverían a él, más tarde o más temprano, cuando hallase sus respuestas.
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El obeso hombre sudaba nerviosamente, mientras un par de depredadores ojos ambarinos parecía desmembrarlo lentamente.
- Sinceramente no puedo explicarme como sucedió... Hemos ordenado una extensa búsqueda en los alrededores del puerto de Tokyo, y entre la comunidad china de Yokohama, por si hubiese buscado refugio allí, pero aún es demasiado pronto para tener novedades. Además, francamente, dudo mucho que haya sobrevivido a los tiburones...
- Capitán, hay algo que me parece curioso... ¿Cómo es posible que un hombre quebrado emocionalmente y malherido en un combate, al que yo ví un rato antes convertido en un mero guiñapo balbuceante, haya encontrado la fuerza no solo para liberarse y escapar de un barco colmado de policías, sino para herir severamente a los tres guardias asignados a su cuidado? De hecho, me pregunto, sólo atacó a los tres guardias. A nadie más... Obviamente, quiero a los tres ahous aquí, para ser interrogados por su negligencia.
- Pero... están el hospital.
- Los quiero aquí, ahora. Hay una parte de la historia que no cierra. Por lo pronto, suspenda la búsqueda del sospechoso. Sólo busquen su cuerpo, si algo quedó de él. Es imposible que haya sobrevivido al mar. Posiblemente, haya buscado un final más rápido allí, sin los meses de proceso. Es una lástima. Hay mucha información faltante en los papeles que obtuvimos. Pero con esto será suficiente para iniciar la aniquilación de su organización en Japón.
Quería interrogar a los estúpidos que habían dejado escapar a Yukishiro. Si no hubiese visto personalmente el estado en que habían quedado, hubiese pensado que el traficante los había sobornado para lograr su libertad.
Había subestimado al hampón. Aún convertido en la patética figura que había hallado en la celda, el hombre era peligroso.
A pesar de lo que le había dicho al hombrecito repulsivo e inútil enfrente de él, no tenía dudas de que el traficante había sobrevivido a su escape.
Sin embargo, en su actual estado mental, el hombre no constituía ninguna amenaza seria para el Japón. Y para cuando se recuperara, si lograba hacerlo alguna vez (de lo cual dudaba seriamente), no quedaría nada de su organización en pie. Tendría que empezar nuevamente, si ese era su objetivo. Y él estaría allí para evitarlo... y ocuparse personalmente de que esta vez no escapara.
Sacó un cigarrillo de su tabaquera, lo encendió parsimoniosamente y esperó a que los tres ahous le fuesen traídos. Con ese último interrogatorio, podía dar su trabajo por terminado por el momento.
Regresaría a su casa, a sus hijos.
A su esposa.
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Pocos meses atrás, la había visitado. Solo.
Su maestro lo había seguido, pero ni siquiera él conocía todo lo que su corazón abrigaba por la persona que yacía allí.
Ahora, Kaoru lo acompañaba.
Y ella sí conocía la historia completa. La había compartido finalmente.
Porque Tomoe le había hecho comprender que negarse a la vida, y negarse a quien le había sido puesto en su camino, no era parte de su penitencia, sino todo lo contrario.
Flores recientemente cortadas, una botella de esencia de capullos de ciruelo blanco y una antigua peineta proclamaban recientes visitas.
- Sobrevivió al escape entonces...
- Es muy probable...- Kenshin tomó la peineta y la miró con detenimiento
Recordaba que en el diario, Tomoe mencionaba un ornamento que Akira le había regalado. Se preguntaba si Enishi... No, solo llevaba el diario consigo cuando fue encerrado en el barco... ¿Otra persona con parentesco con Tomoe? ¿Podría ser...?
- ¿Qué sucede Kenshin? ¿Algo malo?
- Nada, no es nada
Encendieron incienso y rezaron respetuosamente
- Kaoru... ¿Puedo preguntarte algo?
- Si
- ¿Qué vas a decirle a Tomoe?
- Gracias. El hecho de que Enishi no pudiese matar a mujeres de la misma edad de Tomoe-san terminó salvándome la vida. Pero cuando lo pienso detenidamente, me pregunto si no fue Tomoe-san quien me protegió.
Después de un tiempo de recogimiento, ambos se levantaron y se retiraron pausadamente del lugar.
- Yukishiro Enishi...- musitó Kaoru- Me pregunto donde estará... En la isla, durante la pelea dijo algo, algo que de ser cierto debía aplicarse a sí mismo. Él dijo 'No hay otra penitencia que la muerte para el crimen de asesinato.' Pero el mismo mató e incluso cometió el horrendo crimen de vender armas para provocar matanzas masivas. Temo que si realmente piensa de esa manera, cuando tome conciencia de sus propios actos, él mismo se quite la vida...
- El tiempo se congeló para él quince años atrás, y comenzó a moverse de nuevo, después de la pelea en la isla. No tenía real conciencia de lo que hacía, pero ahora ya no será así. Creo que desde ahora, él hará su propia penitencia, no tratando con la muerte sino con la vida. Si no lo hace, Tomoe no sonreirá. Y si él mismo no sonríe, la Tomoe en su interior nunca sonreirá.
- Es difícil ¿verdad?
- Aa. Pero la verdadera Tomoe es más generosa. Seguramente cuidará de Enishi. Y lo hará bajo cualquier circunstancia. Eso es lo que creo.
- Sí...es cierto- dijo Kaoru- Kenshin... ¿qué le dijiste a Tomoe-san?
- Lo mismo que tú... 'Muchas gracias'... Y también 'Lo siento'... y 'adiós'...- él sonrió a la atónita Kaoru y le extendió su mano- ¿Nos vamos?
La expresión de ella se relajó visiblemente. Aceptó la mano que él le tendía y le devolvió la sonrisa. Kaoru sintió que un capítulo acababa de cerrarse en la vida de ambos y que otro nuevo acababa de abrirse.
Uno que transitarían juntos de aquí en adelante.
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Cuando recuperó la conciencia de la que sucedía a su alrededor, el viejo aún seguía allí.
Según el extraño pordiosero habían pasado tres semanas desde que había caído allí, contra aquella pared.
No recordaba haber comido, ni bebido, ni siquiera haberse parado de su lugar.
Conscientemente sabía que era imposible que hubiese sobrevivido sin realizar aquellos actos, solo que no podía recordar.
Parecía como si su mente se hubiese desconectado del mundo exterior durante ese período.
Solo había revivido una y otra vez el frío día de invierno en el bosque, analizándolo desde cada ángulo, recordando cada palabra dicha antes y después, el encuentro con Asiyah, su llegada al Japón, su separación, los días en la isla con la mujer de Battousai, la lucha en la playa, el sacrificio de Kaoru que casi pagó el mismo precio que su hermana por el mismo hombre, las palabras de Battousai y del hechicero, el reencuentro con su pequeña Yinniyeh y el doloroso estado en que la había visto... y la nueva pérdida...
Después de despertar de aquellos días de sopor, por fin podía aceptar que Tomoe había elegido dar la vida por el hombre que amaba, como vio con sus propios ojos a la chica Kamiya hacer lo mismo... y como supo que su propia mujer fue a hacerlo por él al enfrentar a Shishio.
Y fue el ver a Asiyah, y el estado en que había quedado la llave para aceptar y comprender.
Hasta aquel momento, la mera idea de que su hermana hubiese protegido a aquel demonio no solo le parecía imposible, sino que le repugnaba.
Pero, él mismo era un asesino también.
Y sin embargo...
Sin embargo, como Battousai, él también había tenido el regalo de alguien dispuesto a sacrificar su propia vida por salvarlo, por darle una oportunidad de volver a vivir.
Se preguntó si cuando Tomoe estaba agonizando entre sus brazos, Battousai se habría sentido tan indigno, tan poca cosa como él se sentía en aquel momento frente a semejante ofrenda hecha por Asiyah...
No.
No había comparación posible.
Battousai no era como él. No se parecían en nada.
- Despertaste de tu ensueño... ¿Cuando partimos?-
Enishi se sobresaltó. Evidentemente había musitado sus pensamientos en voz alta, y el viejo pensaba que se estaba dirigiendo a él.
- ¿Qué?
- La mujercita dijo que debía ver que llegases a Mongolia de una pieza. Y le prometí que cuando estuvieses listo para volver a la realidad, te acompañaría. Además, nunca salí de Japón... Me gustaría cambiar de aires...
Enishi lo miró de hito en hito, con esa mirada que solía aterrorizar aún al más aguerrido contrincante. Sólo consiguió una sonrisa algo desdentada y los graznidos de protesta de las aves posadas sobre el sombrero del extraño hombre.
Gruñó, frustrado.
Mongolia... Querían que fuese a Mongolia... A los Yinn que le habían dado el libro. A los que desde el principio habían querido que la dejase para unirse a una de los suyos.
Tenía pocas dudas de que se trataba de algún tipo de complot para separarlo de ella. Después de todo, Asiyah había estado en 'territorio enemigo'.
Asumía que los hechiceros habían querido separarlos de una manera definitiva. Y la mejor manera era hacerlo insidiosamente, presentándose como agentes de buena voluntad.
Las partes del rompecabezas empezaban a encajar.
En el tiempo que Asiyah pasó con aquellas personas, era claro que habían metido en ella la engañosa idea de que no era la compañera adecuada que él necesitaba.
Era evidente que querían ponerlo a su servicio, dominarlo, sojuzgarlo para el clan de las Islas.
Y con Asiyah en el medio, aquello sería imposible.
Ahora sabía que si alguien le había sido leal hasta el final era la mujercita Yinn. Ni siquiera su propia hermana se había comportado con tanta fidelidad, porque al final, ella había elegido a Battousai, tanto viva, como muerta.
No iba a permitir que se saliesen con la suya. No iría a Mongolia como le pedía ella que hiciese, influida por aquella gente.
Se levantó. Había tomado una decisión. No importaba el dolor, ya no importaba Battousai, no importaba la venganza, ni la vergüenza de la derrota.
Había una sola oportunidad para recuperar la sonrisa de Tomoe, de que ella lo perdonase.
Y esa única chance era seguir viviendo y tratar de solucionar en parte las cosas que el mismo había causado.
Pero no podía hacerlo sin ella, su propia vaina, la extraña mujer que aunque no había nacido humana, era mucho más humana que él mismo.
El diario decía que Katsura Kogoro, el líder de los Ishin le había señalado a Tomoe que ella era la única capaz de encerrar la locura de Battousai y darle un nuevo sentido a su vida.
Era lo mismo que Kamiya Kaoru le había dicho en la isla y él no había querido escuchar. Pero era cierto. Tomoe había servido para cambiar a Battousai y convertirlo del odiado Hitokiri en el amado Rurouni de la gente del dojo Kamiya.
Si una bestia como Battousai había encontrado una nueva posibilidad a través de su hermana, a él se le había presentado la misma posibilidad en la figura de Asiyah.
Tomoe había redimido a Battousai.
Asiyah lo redimiría a él.
Iba a ir a buscarla.
- ¿Tienes el dinero aún?
- ¡Nos vamos de viaje!
- Lo tienes, ¿sí o no?
- Sólo tome unas pocas monedas para comprar comida. El resto esta intacto.
El viejo revolvió entre sus raída ropas y sacó varios saquitos. Había dividido el dinero para que no fuese tan voluminoso y nadie en el lugar tratase de robarles. Enishi lo miró con curiosidad. El anciano no estaba tan loco, ni era tan tonto como aparentaba. Y aún le seguía pareciendo familiar...
Asiyah lo había elegido por alguna razón que no alcanzaba a descifrar. El viejo lo había cuidado y alimentado, de eso no le cabía duda. Nadie más se le acercaba.
Tenía una deuda con él.
Y no le gustaba dejar deudas pendientes.
Vería como conseguirle algún lugar seguro cuando estuviesen en el Continente, y allí terminaría su asociación con él. Cualquier cosa sería mejor que el hato de cabañas miserables de la parte más pobre de Kyoto.
- ¿Qué harás?
- Cuando llegué aquí dijiste que llegaría un tiempo en que volvería a ponerme en pie. Ese tiempo a llegado.
- ¿Iremos a Mongolia?- El viejo comenzó a seguirlo
- No.
Ambos atravesaron el límite invisible que cercaba el opresivo lugar y entraron a barriadas más prosperas.
- Ah... Buena elección. Irás a buscar a la chica...
Enishi miró al anciano y se preguntó si sería sabio llevarlo consigo. Sería un muy, muy largo viaje.
- ¿Qué haremos ahora?
- Compraremos ropa decente, algo de comer y tomaremos un baño. Tengo que afeitarme, ya parezco un pordiosero... Sin ofender. Luego, iremos a Osaka. Y de allí a Shanghai. Y luego, luego marcharé a Isfahan.
<Hacia Asiyah... >
8*8*8*8*8
La vida se había vuelto peligrosa para Mei Lin desde que habían llegado las noticias de la derrota del amo Yukishiro.
Todos conocían su asociación con el traficante, y muchos en la viciosa ciudad tenían cuentas pendientes con ella, que deseaban saldar.
Había sido una fortuna que la ama Asiyah fuese tan precavida. El dinero y las provisiones que le dejase la habían ayudado a sobrevivir, y aún contaba con algunos amigos que la ayudaban y protegían.
Otro golpe terrible había sido la traición del Taipan de Hong Kong. El amo había vendido la organización a su amigo Xian, la cual le sería entregada oficialmente a su regreso del Japón. Pero ante las noticias de su arresto, Xian decidió tomar las riendas antes de lo previsto, para evitar el caos interno.
Sin embargo, el Taipan hizo una sorpresiva movida fuera de su isla, con apoyo de la Embajada británica en China continental, y masacró al viejo y a su familia, incluida su nueva esposa, que esperaba un hijo suyo. De esa manera, el Taipan, otro perro británico, les aseguraba el dominio absoluto del opio y el cese de los molestos cargamentos de armas hacia los rebeldes de sus colonias asiáticas y gentuza como los afganos que tantos dolores de cabeza les habían causado a los siervos de su Graciosa Majestad Imperial la Reina Victoria, Emperatriz de la India.
La matanza había sido espantosa, como para no dejar dudas de quienes eran los nuevos amos y lo que sucedería a quienes se les opusieran. El nuevo amo británico, había conseguido lealtades inmediatas con su método.
Y ella estaba en la lista de los que debían servir de ejemplo para los que aún tenían dudas.
Por eso, en muy raras ocasiones, salía de su escondite.
Sólo cuando tenía noticias del arribo de algún barco desde el Japón.
Como hoy.
Apurando el paso, llegó al muelle justo cuando el barco atracaba.
Esperó hasta que el último pasajero bajase.
Otra espera en vano.
Dio la vuelta y los vio.
Tres de los asesinos del perro inglés...
Se abrieron en abanico. Venían a cazarla.
La gente supo lo que sucedería, y como siempre en Shanghai, cada uno cuidó su pellejo, mirando hacia otro lado y quitándose del camino de las balas y las espadas.
Oculta en su cayado, una hoja delgada restalló al sol de la mañana.
Sabía que no era rival para aquellos hombres. Pero al menos no se arrodillaría mansamente esperando que le rebanasen la cabeza.
Los tres atacaron al unísono... Y algo extraño sucedió.
Antes de que supiera como, los tres hombres yacían muertos o inconscientes a su alrededor.
- Parece que las noticias de mi derrota llegaron antes de lo esperado al continente...
- ¿Amo?
Apenas podía reconocerlo.
Muy lejos estaba de la figura elegantemente vestida de seda que había dejado Shanghai para ir tras la meta de su vida, la venganza contra su enemigo.
Delgado, demacrado, envuelto en las mucho menos elaboradas ropas japonesas, sin afeitar, era la pálida sombra del hombre que todo Shanghai temía.
Sin embargo, los tres hombres desparramados en el suelo eran testimonio de que aún seguía siendo igual de efectivo...
Y en un gesto impetuoso, no pudo evitar abrazarlo, aliviada. Lo sintió tensarse y emitir una cosa parecida a un gruñido.
- ¡Mei Lin! ¿Qué dem...?
- Oh, Yukishiro-sama, no tiene idea de las cosas que han sucedido... Ya temía que no volvería a verlo- Las palabras salían a borbotones de la boca de Mei Lin
- ¿Por qué Xian no te protege?
- El señor Xian fue traicionado y asesinado por el Taipan, los ingleses lo ayudaron a quedarse con las organizaciones de Xian y la suya, amo...
- ¡Mierda! Debí suponerlo... Negocios y una devolución de favores por la muerte de Lord Berry... ¿Mei Lin, tienes algún lugar seguro donde podamos estar?
- La ama Asiyah preparó un escondite... Ud. debería saberlo... El hombrecito que la sacó de ese lugar horrendo dijo que haría que se reuniesen en Japón... ¿Por qué no está con Ud.? ¿Dónde está?
- Vamos al escondite. Hay mucho de que hablar... - Enishi hizo una seña a alguien, que se escondía tras una montaña de barriles.
Mei Lin observaba al compañero eventual del amo con extrañeza y la habitual desconfianza de costumbre.
- ¿Quien es?
- Uno más en nuestro grupo. Vamos.
- ¿Quién es la chica?- preguntó el viejo en japonés. Por fortuna Mei Lin no hablaba el idioma...
Sin dudas sería un viaje muy, muy, muy largo hasta Isfahán.
8*8*8*8*8
.
Gracias a la previsión de Asiyah, uno de sus tachi había quedado en el escondite que ella preparara antes de ir al encuentro de Shishio. También había pistolas y munición. Armado adecuadamente, aquella misma noche atacó la que había sido su casa hasta poco tiempo atrás. No podía dejar pasar demasiado tiempo, su presencia en Shanghai sería notada de inmediato, y quería contar con el factor sorpresa.
Y lo hizo, aprovechándolo al máximo. Miró a su alrededor. No había dejado vivo más que a la cucaracha temblequeante que tenía delante.
- Dile al Taipan que si alguna vez sale de su isla, yo me encargaré personalmente de cazarlo.
El hedor de las heces del hombre se mezclaba con el aroma metálico de la sangre de los muertos a su alrededor. Sin duda, el mensaje había sido entendido. Su misión allí ya estaba casi completa.
Fue a la caja fuerte y la abrió a golpes de espada. Allí estaba el dinero que Xian le había pagado y una generosa cantidad que sin duda pertenecía a los últimos negocios realizados para el Taipan en Shanghai. Bien, sería un buen resarcimiento por los daños ocasionados...
Por último, pintó en las paredes con la sangre de los caídos una advertencia para aquellos que trabajasen para el Taipan o los ingleses. Quien lo hiciera incurriría en su ira, y eso significaba que el pobre desdichado que lo provocara podía considerarse hombre muerto. Con eso su organización colapsaría. Ahora que sabían que estaba de regreso, tan feroz como siempre, su gente no volvería a obedecer al Taipan ni a los ingleses y así, todas las operaciones de detendrían inmediatamente. De la noche a la mañana había desmantelado su propia operación de tráfico de armas y el tráfico de opio hacia América.
Aquella era la última acción de Yukishiro Enishi como el jefe de tráfico de armas en Shanghai. Nunca más volvería a tener nada que ver con el Sindicato.
Pero, era un hombre que no gustaba de dejar deudas impagas. Y Xian lo había protegido y favorecido durante mucho tiempo. Se lo debía, sobre todo por lo que habían hecho con su joven esposa, la misma que aburría a morir a la pobre Asiyah con sus conversaciones intrascendentes.
Ya no aburriría a nadie más, pensó con no poca tristeza.
Había una profunda congoja en los ojos del viejo cuando lo vio llegar, cubierto de sangre, pero ni una palabra fue dicha.
No hacía falta.
Sabía porqué el viejo se entristecía.
Intuyó quien era en realidad desde el momento en que aún en Kyoto, se vio a un espejo antes de afeitarse la tupida barba que le había crecido en esas tres semanas en el agujero miserable de los descastados y descubrió el asombroso parecido.
Y en el barco confirmó sus peores sospechas, el viejo era sin dudas, su propio padre.
Por eso Tomoe lo había llamado a Kyoto, y por eso lo había puesto en el camino de Asiyah quien supo de inmediato quien era. Por eso también, la Yinniyeh lo confió a su cuidado...
Era curioso como podían suceder las cosas... Solo unos meses atrás, hubiese dejado morir al anciano en la más abyecta miseria, y hasta tal vez, lo hubiese disfrutado.
Pero el tiempo y la vida, enseñaban dolorosas lecciones.
Y aceptó que tal vez, esa era otra oportunidad que le era regalada para rehacer su vida.
El hombre, después de todo, los acompañaría a Isfahan.
Preparó su equipaje. El diario de Tomoe, unas pocas mudas de ropa, provisiones, un par de pistolas y municiones, la daga que Asiyah le había regalado cuando volvieron a encontrarse en Shanghai, el regalo que ella le había hecho para su cumpleaños y el libro mágico. Y las cartas de ella, dobladas y guardadas en su bolsillo, vueltas a leer una y otra vez incluida la que había dejado con Mei Lin antes de enfrentar a Shishio.
Solo había destruido la que contenía las instrucciones para la gente de Mongolia, cuando no pudo abrirla.
Revisó los seis caballos que había tomado de los hombres del Taipan, uno para cada uno, y otro de refresco.
Todo estaba listo.
A la mañana siguiente dejarían Shanghai y partirían hacia Xi'an, cabecera de la Ruta de la Seda, primera escala en su largo viaje a Isfahan.
<Isfahan...>
Fue la última cosa en que pensó antes de que el sueño lo venciese.
[1] Ver capítulo 8
[2] Una exquisitez de la comida de Shanghai
[3] Típico de los templos budistas.