Rurouni Kenshin Fan Fiction ❯ De seres mágicos y bestias legendarias ❯ Redezvous en la Mitad del Mundo ( Chapter 29 )

[ Y - Young Adult: Not suitable for readers under 16 ]

Bueno, ya conocen la rutina... No tengo NADA que ver con RK. Los personajes creados por mí, sin embargo son míos.

Esto va dedicado especialmente a mi amiga Elahe y a su bella ciudad natal, Isfahán, la Mitad del Mundo.

Nota: La pronunciación correcta del sonido 'h' en persa es similar a la misma letra en inglés (una J suave y aspirada). Y la kh suena como la jota española, fuerte.

Aclaración: Se que incluí MUCHAS palabras persas, pero teniendo en cuenta que este es un ambiente extraño a la continuidad de RK, quise marcar el cambio expresamente entre los lugares en que normalmente transcurren las aventuras de RuroKen y este lugar nuevo, y lo hice a través de las descripciones y el uso de vocablos a los que no están acostumbrados... perdón... Sean pacientes...

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Redezvous en la Mitad del Mundo

Llevaban dos meses cabalgando hacia su destino final, tres desde que se había despertado a la realidad gracias a Oibore (¿o debería decir Yukishiro Hiroshi[1], su propio padre?) y a la imprevista 'ayuda' del extraño maestro de Battousai, Hiko Seijuurou, que lo había sacudido con una terrible dosis de realidad.

Después de su arribo a Shanghai y el 'arreglo de cuentas' por la muerte de su amigo Xian Zedong y el robo de su organización por parte del Taipan de Hong Kong, se habían trasladado a Xi'an[2] y había ofrecido sus servicios como guardia contra los bandoleros a algunas de las caravanas que partían hacia el Oeste por el antiguo Camino de la Seda. Finalmente uno de los jefes lo contrató. Fue el único que aceptó que llevara a ambos ancianos con él.

El camino a través de la Ruta de la Seda acompañando caravanas no había sido fácil, y ni Mei Lin ni su padre se lo habían hecho más sencillo.

Por un momento, pensó que había sido un error traerlos consigo, pero fue sólo por un instante.

Los dos habían sido un constante dolor de cabeza desde que volvió a poner el pie en China.

El viejo por sí mismo ya era una molestia considerable con su parloteo.

Bueno, se dijo, no podía culparlo, después de tantos años de separación era comprensible.

Y además, con ese mismo método había metido un poco de razonamiento en su paralizado cerebro, y lo había ayudado a ponerse en pie nuevamente.

Bien, tal vez después de quince años podrían tratar de sanar las viejas heridas.

Sí, seguramente eso ayudaría para que Tomoe le volviera a sonreír.

Mei Lin era una situación completamente aparte. Era la única de entre su gente que había permanecido fiel, y podría decirse que el gesto de esperarlo cada día en cada barco que llegaba desde Japón lo había tocado en cierta manera.

< ¡Mierda! Me estoy poniendo demasiado viejo y sensible para mi propio bien... >

La anciana, aunque leal era realmente otro inconveniente.

Desde el momento en que vio a su padre, no dejó de hostigarlo.

Simplemente, lo detestaba.

En realidad, sabía que aquella reacción era lógica. Era la misma que había tenido hacia Asiyah hasta los acontecimientos con el hechicero Huen.

La vieja mujer detestaba los cambios tanto como a los extraños...

Sin embargo, aproximadamente tres semanas atrás, habían empezado a mantener una especie de tregua, y hasta había cierto atisbo de cordialidad de ella hacia él, porque su padre nunca había perdido el tono jovial y la falsa apariencia despistada. De hecho, Mei Lin había empezado a enseñarle a hablar mandarín.

Enishi sonrió.

El viejo podía parecer tonto, pero no lo era y aprendía con inusitada rapidez para sus años y el desgaste acumulado.

Era extraño como el tiempo y la distancia podían hacerle ver a uno detalles que nunca había considerado... En fin, sólo podía esperar tener el tiempo suficiente para aprender a descubrir a aquel desconocido que cabalgaba a su lado, su propio padre.

Por supuesto, no lo había puesto sobre aviso acerca del descubrimiento de quien era. Si el viejo quería mantenerlo en silencio, por él estaba bien. Todo, se dijo, tenía su momento.

De Dunhuang a Kucha, luego Kashgar, Kokand, la extraordinaria Samarcanda, y Merv.

Luego, por fin, Persia.

Entraron a Tus[3], y luego siguieron hacia la última parada, Nishapur, donde se separaron de la caravana.

Sólo les quedaba el último tramo hasta Isfahán, a la que arribarían antes del atardecer.

El jefe de la caravana trató de convencerlo con un muy generoso pago extra de que los acompañara hasta el destino final de Damasco y Tiro, en la costa del Mediterráneo.

Sus 'servicios' en verdad habían sido muy apreciados.

En poco tiempo y tras un par de escaramuzas por el liderazgo, se había convertido en el jefe indiscutido del grupo de guardias de la caravana, y había organizado a los hombres con puntual eficiencia, a tal punto que aquellos bandidos que se toparon con ellos lamentaron profundamente habérselos encontrado.

< Espero haberlo hecho bien esta vez, 'neesan... >

Esa vez no había puesto sus 'talentos' al servicio de la venganza, o su bienestar personal.

Específicamente había elegido viajar como guardia, como una forma de recuperar así la sonrisa de su hermana, protegiendo a la gente más débil. Si esa era la carga que ella le había impuesto a Battousai, tal vez sirviera para él. Al menos, lo intentaría hasta que recibiera algún tipo de señal que le dijera que era lo que ella esperaba de él.

Precisa e irónicamente había protegido a los mercaderes de la misma gente que usaba las armas que él les había vendido a través de su antigua organización.

A pesar de las ofertas y ruegos del jefe de la caravana, siguieron caminos separados en Nishapur, como estaba previsto porque él sólo se había unido al grupo para llegar a Isfahán.

A Asiyah.

Aún así, el jefe de la caravana había logrado arrancarle una vaga promesa de reencontrase en Nishapur al regreso, en seis meses, si es que él no hallaba lo que venía a buscar.

Pero él sabía que si no encontraba a Asiyah o si ella simplemente se negaba a volver con él, no habría lugar adonde regresar.

Aquel era un viaje sin retorno.

El sonido de Mei Lin y el anciano discutiendo nuevamente (en realidad era como de costumbre una discusión unilateral de parte de ella, mientras él sólo se limitaba a sonreír y responder de vez en cuando, a medida que entendía lo que ella le decía) lo arrancó de sus pensamientos brevemente.

Sacudió levemente la cabeza, pensando en el Yukishiro mayor.

Su padre estaba fascinado. El viejo jamás había dejado Japón y de hecho, sólo había abandonado Edo cuando los Ishin le confiscaron todo y lo arrojaron a las calles, convirtiéndolo no solo en un paria sino en un mendigo.

Ahora, había travesado Asia casi de un extremo al otro, desde el Mar del Japón hasta casi el Golfo Pérsico[4], visto gente de todos los colores y procedencias, con los más extraños atuendos y costumbres.

Increíblemente, había logrado comunicarse con ellos e incluso, veía a muchos buscando concientemente su compañía.

No era de extrañar que se hallase encandilado con todo lo que pasaba ante sus ojos.

Él también había aprovechado el viaje, aprendiendo a hablar un persa básico que les permitiera moverse en la región.

El persa era a aquel lugar lo que el mandarín a China. La mayoría de los idiomas y dialectos de la zona estaban emparentados de alguna manera con aquella lengua, así que todos en alguna medida la utilizaban de alguna forma.

Y de pronto, de entre medio de montañas y ásperos senderos, una explosión de verde y esplendor les arrancó una exclamación a los tres.

Allí estaba su meta y de pronto entendió lo que uno de los hombres de la caravana le había dicho de Isfahán:

Isfahan nesf-i-jahan.[5]

Realmente Asiyah tenía razones de sobra para haber escogido aquel lugar. Y aún ni siquiera habían entrado a la ciudad...

Pero solo podía decir que su esplendor era comparable solo a las grandes ciudades imperiales de China. Nada en Japón podía igualarse a aquella urbe. Ni siquiera la magnífica Kyoto.

Las cúpulas refulgían de brillantes colores aún a la distancia, y nunca había visto minaretes tan altos, a pesar de que a lo largo de China, y en la propia Shanghai había visto enormes mezquitas.

La legendaria Samarcanda, de la que tanto se hablaba en China, ni siquiera podía llamarse ciudad, comparada con aquella joya surgida de en medio de la aridez.

Como le habían sugerido algunos mercaderes de la caravana, se dirigieron al Maidan-e Naghsh-i- jahan[6], la gran plaza central de la ciudad. Era absolutamente gigantesca, casi tan grande como la gran plaza de Beijing[7]

Si hubiera tenido tiempo, se habría quedado horas admirando la indecible belleza del trabajo intrincado en las cúpulas y paredes de los edificios que rodeaban la plaza. Pero no lo tenía. Necesitaba llegar al caravanserallo pronto, dejar a ambos ancianos y comenzar la búsqueda.

Inevitablemente le llevaría días, tal vez semanas, encontrarla.

La ciudad ara inusitadamente grande, y miles de personas se arremolinaban en las pobladas callejuelas, en las enormes plazas, puentes y bazares que habían ido recorriendo en su trayecto.

Y además, estaba el inconveniente de la manera en que las mujeres iban vestidas allí. Como en todas las grandes ciudades musulmanas que habían atravesado, las mujeres iban completamente cubiertas y era muy raro siquiera poder verles los ojos. La propia Mei Lin debió adoptar una de esas túnicas, aunque su edad le permitía el lujo de llevar el rostro descubierto.[8]

Definitivamente, si no utilizaba su habilidad para leer el ki, Asiyah podía pasar a su lado mil veces sin que él la notara...

Aquella vez no podría utilizar una descripción física para hallarla...

- Ahora que estamos aquí, me pregunto como la localizarás...

Enishi, solo lo miró. A veces parecía que el viejo veía a través de él como de un cristal...

- No importa cómo, ni cuanto tiempo me lleve. Simplemente lo haré.

- Estás muy seguro... Y ni siquiera tienes la certeza de que esté aquí.

- que se halla en Isfahán. No hay otro lugar en el mundo en donde pueda estar.

Caminaron por delante del Bazaar Qaisarrieh. Tal vez por la mañana pasasen a comprar aquellas cosas que necesitaran. Por lo pronto, Mei Lin requeriría una vestimenta más acorde con la ciudad, y no aquella que usaba, más apta para las nómades que viajaban con las caravanas.

Por fin, deteniéndose a preguntar a los transeúntes lograron llegar a Chahar Bagh[9], y allí, al lado de la enorme escuela religiosa, se hallaba el caravanserallo[10]. Por fortuna, una caravana acababa de partir, y no se esperaba otra hasta pasados tres días, así que había lugar y suministros abundantes.

Una vez que hizo todos los arreglos para el alojamiento, dejó a los ancianos en una pequeña chai-khana[11] dentro del caravanserallo, rodeada por un bello jardín, y salió a recorrer los alrededores, no sin encontrarse con la férrea protesta de Mei Lin, que deseaba acompañarlo.

- No.

- Amo...

- Esta es la centésima vez que te digo que dejes de llamarme así.

- Yo puedo ayudar. Seguramente confiarán más si cuando pregunta, lo ven acompañado de una mujer vieja.

- Ese es un buen punto, pero tú y Oirbore necesitan descansar. Quiero que te ocupes de que no se meta en problemas

- Ah... ¡Ese viejo! Am...- se corrigió- señor, si me disculpa el atrevimiento, nunca debió haberlo traído desde Japón. Estaríamos mejor si se perdiera. Y sería una boca menos que alimentar.

- Mei Lin, en una ocasión te dije que no quería que volvieras a cuestionar mis motivos. - la miró con severidad- Tengo una muy buena razón para haberlo traído conmigo: él es mi padre. Comprenderás que después de quince años de separación, no estaba dispuesto a perderlo de nuevo. Creo que es hora de que él y yo arreglemos cuentas con el pasado.

- Yo... - el rostro de Mei Lin estaba blanco como el papel después de aquella revelación

- Mei Lin, sólo ocúpate de que no se pierda o se meta en líos. Regresaré en un par de horas.

El sol acababa de ponerse y la ciudad aún bullía de actividad.

Decidió echar un vistazo al Bazar.

Alfombras extraordinarias, junto a ropa de segunda, llamativos abalorios, pequeñas casas de té, el aroma de las especies flotando en el aire, y la gente regateando y discutiendo precios con los ávidos vendedores... Un lugar colorido...

Por supuesto que había notado pequeños cuchitriles y el olor al hashish brotando de ellos, pequeñas tabernas ocultas en callejones discretos y algunos borrachos tirados en la calle. Había mendigos en cantidad, sobre todo a las puertas de las mezquitas, pero con todo la ciudad distaba mucho de Shanghai. Sabía que aquí la prostitución[12] era un delito capital, y que el consumo de embriagantes podía acarrear una dura sentencia de azotes en público, por lo que las cosas sucedían de manera mucho más discreta y en escala mucho menor que en China o el propio Japón.

Una ciudad segura para vivir.

Siguió con su inspección visual.

Las mujeres nunca salían a la calle sin estar adecuadamente cubiertas y sin la compañía de algún pariente varón. Y eso le hizo preguntarse como se las estaría ingeniando Asiyah...

Una idea desagradable cruzó por su cabeza

¿Y si ella estuviera con otro hombre?

Aquella no era una sociedad más difícil que la china o la japonesa para las mujeres, pero había normas sociales que se debían seguir estrictamente.

Una mujer viviendo sola, sin un pariente cercano varón o un marido, era absolutamente inconcebible en aquel lugar.

Dejó de lado el pensamiento. No quería ni siquiera imaginar la posibilidad.

Preguntó dónde podría comprar ropa.

Le indicaron un par de negocios, y eligió nuevas vestimentas para los tres. Las necesitarían, porque después del largo viaje las que traían estaban tan raídas que parecían pordioseros.

No eran exactamente del tipo que acostumbraba a usar, pero tampoco eran esas extrañas túnicas que los hombres lucían por allí. Compró un par de pantalones amplios que se estrechaba hacia los tobillos, una especie de camisa sin botones que lo cubría hasta medio muslo, y un saco parecido a un haori, que le llegaba casi a las rodillas. Para su padre escogió algo similar y un par de largos vestidos, unas pañoletas y un chador para Mei Lin. Había notado que los hombres llevaban una ancha faja similar al obi de las mujeres japonesas (sin su elaborado moño trasero por supuesto), y que la usaban de manera similar a las tiras de una hakama, para sostener sus espadas y sus dagas. Vería si lograba a acostumbrarse a usarlo. Podría ser útil.

Apartó ambos y sacó un pequeño monedero de su bolsillo, repleto de monedas de oro. Los tenderos lo miraron primero con sospecha y luego con franca alegría y no poca avaricia en sus ojos. Era una suerte que además de lo que ella le había dejado con su padre y Mei Lin, él hubiera tomado la precaución de diseminar más de la mitad de sus 'ahorros' personales por gran parte de Asia, en diversos escondites y con distintos banqueros. Y eso sin contar con lo que había tomado del Taipan por su atrevimiento al matar a su amigo y robar su organización. Eso les garantizaba a él y su pequeña y extraña familia un buen pasar en los años por venir, además del establecimiento de un negocio legítimo. Pagó rápidamente, y se marchó.

.

La voz melodiosa del muecín[13] se alzó en medio del bullicio de los compradores y vendedores jugando el juego tradicional persa: el regateo. Aquello marcaba el fin del día de trabajo.

Era la hora de las oraciones del ocaso y de la noche.

Los creyentes se dirigirían a la mezquita, rezarían y volverían a sus casas, a sus familias, para reiniciar el día antes del amanecer, otra vez con la voz cantarina del muecín llamándolos.

La multitud comenzó a moverse como las olas del mar, hacia la salida principal en busca de la gran plaza y las mezquitas a sus extremos, mientras los negocios empezaban a cerrar sus puertas.

Se unió a la masa, hasta que finalmente emergió en el Maidan[14], soberbiamente iluminado[15].

Mientras la mayoría de la gente se dirigía hacia las Mezquitas, él emprendió el camino de regreso, por uno de los laterales de la plaza, más discreto, y más oscuro.

Desde que había estado en la tienda, sabía que alguien lo seguía. Al alguien original se le sumaron tres presencias más. Seguramente, los muy idiotas estaban pensando en robarle. Se habrían figurado que un extranjero con dinero era una presa fácil.

Mal por ellos... Sería una lección que no olvidarían... siempre que alguno de ellos quedase vivo para contarla.

Giró en la entrada de un pequeño callejón justo al final de la explanada de la mezquita. Desenvainó y los esperó, en posición, listo para el ataque.

Justo cuando los cuatro bandoleros aparecían a la entrada del callejón, la sintió.

Era ella.

Estaba en algún lugar allá afuera.

Sintió que la desesperación lo invadía. No habría manera de salir de allí rápidamente sin pelear, y el Ki de ella comenzaba a alejarse. Tenía que terminar la situación a la brevedad.

- No estoy de humor para perder el tiempo con basura, así que sigan mi consejo, y si quieren vivir, váyanse ya por donde vinieron.

- ¡ Ia Jodá![16] El ferinyii[17] nos quiere asustar...

La carcajada de los cuatro hombres lo puso francamente de pésimo humor.

- Bien, pero al menos se los advertí

El primero de sus atacantes desenvainó su shamshir[18] y se adelantó.

- ¡Watoujutsu Kaishitousei!- resonó el gritó de batalla rebotando en las paredes del callejón.

Los tres bandoleros que aún aguardaban su turno para caer sobre él, retrocedieron al ver como detenía el feroz golpe con la empuñadura del tachi, giraba con increíble velocidad y atravesaba de lado a lado a su oponente en solo unas fracciones de segundo.

Cuando el cuerpo del ladrón tocó el piso, ya estaba sin vida.

- Bien, como les dije no tengo tiempo para perder así que por favor, ¿podrían apurase a morir?

Volvió a ponerse en posición, para el siguiente ataque, agazapándose, y se lanzó hacia delante ante la mirada estupefacta de los bandoleros.

- ¡Watoujutsu Senran Tousei!

No tuvieron la más mínima posibilidad. En segundos, los tres atacantes no eran más que una pila irreconocible de miembros despedazados ante la avalancha de golpes imparables que les había propinado.

< Bien... cuatro ladrones menos... >, pensó efectuando un rápido chiburi, para luego envainar.

Sentía no poca satisfacción. Esos tipos no iban a poder lastimar a ninguna persona indefensa más. Los tontos cometieron el error de creer que él era justamente una de sus típicas víctimas. Bien, no sobrevivieron a su error, y posiblemente ya estarían visitando el Infierno...

No importaba lo que Batt... Kenshin le hubiese dicho en aquella playa. En ciertas ocasiones, el mundo debía ser limpiado de la basura.

En ese sentido, estaba mucho más cerca de la filosofía de aquel policía de rasgos lobunos que lo había atrapado después de su derrota con... con... con él.

Aunque todavía tenía mucho para reflexionar hasta hallar la respuesta correcta con la que su hermana estuviera conforme.

La sensación estaba aún ahí cuando volvió al Maidan, corriendo casi. Asiyah estaba aún allí, en alguna parte.

- ¡Mierda!- exclamó con rabia

Se topó con un mar de personas saliendo de las mezquitas, ya realizadas las oraciones y de regreso a sus casas, un torrente de chadores, mayoritariamente oscuros eran la barrera más formidable a su búsqueda.

¿Cómo la localizaría entre tantas mujeres, todas iguales? ¿Cómo avanzaría en medio de ellas, sin meterse en problemas con los sensitivos musulmanes?

Evitando roces accidentales se metió entre ellas y aguzó sus sentidos.

El ki se desvanecía, alejándose hacia algún lugar al este del Maidan. En una arranque de desesperación, gritó su nombre, pero ninguno de los que se detuvo a mirarlo era ella.

Trató de apurar el paso, pero pese a todos sus esfuerzos, finalmente la perdió por completo.

Caminó durante largo rato hacia la dirección donde la había sentido dirigirse, sin éxito.

Con una enorme dosis de frustración decidió retornar al caravanserallo, antes de perderse en el dédalo de tortuosas callejuelas y meterse en más peleas.

Pero al menos, ahora tenía la certeza de que Asiyah estaba realmente en la ciudad.

Por el momento, con eso sería suficiente.

No veía la hora de que amaneciera para reiniciar la búsqueda...

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Hacía semanas que soñaba todas y cada una de las noches con Enishi.

Desde que lo había dejado en los arrabales de Kyoto, había tratado de hacer lo posible y aún lo imposible para sacarlo de su mente, pero él no solo volvía a sus pensamientos, sino que lo hacía cada vez con mayor fuerza.

Aún en un lugar tan apartado de China o Japón como aquel, siempre encontraba cosas o situaciones que le traían recuerdos de sus momentos juntos, así que ahora no solo sus días sino también sus noches lo tenían como un habitante permanente.

< A este paso, voy a perder la razón. >

Estaba tan obsesionada, que aquella noche después de salir de la Mezquita, había creído escucharlo, llamándola.

Pero era imposible.

A esas alturas, ya debía estar en Mongolia, posiblemente con alguna de las Yinniyeh especialmente preparadas, y quien sabe, hasta tal vez ya la Bestia estuviera despierta en él...

La decisión fue dolorosa, pero sin dudas fue la mejor para él.

Todos habían tenido razón. Hasta las Venerables...

¿Cómo había podido pensar que semejante ser podría unirse a alguien tan bajo, insignificante, indigno e incapaz como ella.?

Su estupidez casi lo había convertido en Destructor. Peor aún, casi lo había matado, había puesto en peligro a Tomoe-san, y casi la había arrastrado a ella misma al propio Infierno.

Se pasó la mano por el cabello... o lo que quedaba de su otrora larga cabellera. Tardaría años en crecerle. Un recordatorio a largo plazo de lo afortunada que era. Al menos, a ella le había ido mejor que a Yumi y hasta el propio Shishio aún se estaría lamiendo las heridas que la poderosa espada del Primer Emperador le había causado.

Hiko y Tokio habían hecho un buen trabajo con ella, pero su cuerpo aún ostentaba cicatrices que ni siquiera la magia había podido borrar.

Por suerte le habían servido para que en aquel lugar aceptaran su historia de superviviente huyendo y no cuestionasen demasiado el que ningún pariente varón viviese con ella. Hasta se había ganado la simpatía y ayuda de todos sus vecinos.

Pero las peores cicatrices eran las que quedaban en el alma. Esas eran difíciles de sanar.

Y ella era la causante de profundas heridas en Enishi.

Debió haber escuchado...

Debió haberlo dejado en manos del Clan de Mongolia cuando tuvo la oportunidad.

Ni él, ni Tomoe-san, ni Kenshin, ni Kaoru hubieran sufrido todo lo que sufrieron.

Una ráfaga de tristeza y remordimientos la inundó.

No debía pensar más en él.

Sí, él sin dudas estaba mejor sin ella.

Quizás algún día, pudieran encontrarse... tan solo verse...

Una punzada de dolor le atravesó el pecho.

No.

Era mejor así.

No debían volver a verse jamás.

< ¿Por qué lo que es correcto a veces duele tanto? ¿Por qué no puedo dejar de sentirme tan vacía? ¿Por qué siempre se reconoce el valor de algo justo cuando se lo pierde? >

Sabía que las instrucciones que les había dejado a las consortes del Clan de Mongolia facilitarían la transición. Sólo necesitaba ser tratado con afecto, y a la larga, él tenía formas de tocar el corazón de aquellos a quienes quería.

Por eso Tomoe-san no iba tras Akira, y seguía velando por él.

Por eso, su padre lo cuidó en Kyoto.

Por eso ella aún lo amaba.

Y lo haría siempre.

Enishi se había apegado a ella sólo porque ella lo había tratado como igual y le había demostrado afecto. Cualquiera que hiciera lo mismo, llegaría al corazón del niño solitario y abandonado que aún era.

No había otro motivo para que él se hubiese encariñado con ella.

Las mujeres de Mongolia eran más bellas, habían sido especialmente educadas para servir a la Bestia y nunca lo abandonarían, como ella había hecho.

Porque, lo mirara como lo mirara, simplemente lo había abandonado.

No importaba la dureza de sus palabras, no importaba la forma en que la había tratado y despreciado, no importaba la forma en que había llegado a desconfiar de ella. Nada de lo que él había hecho o dicho justificaba el que lo hubiera dejado.

Una verdadera consorte de una Bestia nunca la abandona, bajo ninguna razón, motivo o circunstancia.

Ella simplemente no era digna.

Los zapatos le calzaban demasiado grandes...

Sí, era mejor así.

Mucho, mucho mejor.

Cuando su sirvienta le trajo la cena, la encontró acurrucada bajo la ventana, temblando bajo incontrolables sollozos.

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Tres semanas.

Tres malditas semanas. Y aún sin rastros de ella.

Salvo aquella primera noche, no había vuelto a encontrar su Ki.

Los primeros diez días los había dedicado a recorrer las áreas más transitadas de la ciudad y los barrios donde era más posible que ella hubiese fijado residencia, todos cercanos al Maidan, porque si ella viviese más alejada, hubiera concurrido a otra mezquita.

Había preguntado, pero como suponía, en aquel lugar cualquier descripción física de una mujer era absolutamente inútil.

Ahora pasaba gran parte del día en las casa de té y los negocios debajo de los puentes que cruzaban el Zayandeh Rud[19], en el Maidan y en el Bazar, con la esperanza de que ella pasase por aquellos lugares, los más concurridos de la ciudad.

Las mañanas las pasaba en el Bazar.

Las tardes, en las chai-khana, mirando correr el agua bajo los puentes hipnotizado ante la fuerza de la corriente.

Todos los atardeceres, a la hora en que el muecín llamaba, se sentaba en la Plaza. Era el momento en que la había sentido.

Dudaba que ella concurriese a la mezquita, pero, teniendo en cuenta que se hallaba en medio de una sociedad profundamente religiosa, posiblemente lo hiciese de vez en cuando, como para no provocar comentarios.

Por eso, a pesar de que su frustración e intranquilidad crecían día con día, aún no perdía las esperanzas.

Mei Lin había sugerido buscar algún contacto entre la gente del bajo mundo, pero Enishi se negó terminantemente.

En primer lugar, porque ya no quería tener nada que ver con esa parte de su pasado, que sólo había utilizado como un medio para lograr una venganza que le fue finalmente negada, y en segundo lugar, porque sabía que ese tipo de métodos no servían con Asiyah. Estando él en la cúspide de su poder no había podido hallarla sino por un capricho del azar, si ahora tenía que comprar los servicios de algún hampón local, que sin duda carecería de los recursos de los que él había dispuesto alguna vez, sin duda sólo serviría para despilfarrar dinero en una causa perdida.

Si ella no deseaba ser encontrada, entonces sería muy difícil hacerlo.

Por ahora su mejor arma eran sus sentidos.

- Te aferras a ella y no la dejas ir. Entonces ella volverá a ti.

- ¿Mmmm?

- Todo aquello que no puedes dejar ir, aquello que no sueltas, al final vuelve a ti. Sólo aquello que arrojas por ti mismo a un costado queda allí y se pierde para siempre.

- ¿Siempre es así?

- Siempre.

- Tú nunca nos dejaste ir del todo, nunca nos soltaste a pesar de todo, ¿verdad... padre?

- Me preguntaba cuanto tiempo tardarías en darte cuenta...- dijo el anciano, la vista perdida en el agua que corría por debajo de ellos.

- No demasiado... Lo sospeché en el barco. Es que recién en ese entonces estaba recuperando el sentido. Para cuando pusimos un pie en Shanghai, dijiste algo que me confirmó lo que creía.

- ¿Por qué esperaste hasta ahora?

- Pensé que era mejor dar un tiempo a las cosas. Todavía todo es muy difícil para mí.

- Sí, es muy difícil... Pero has encontrado algo por lo cual levantarte.

- ¿Y tú? ¿Has encontrado algo por lo cual levantarte?

- Supongo que hay un tiempo en la vida para pagar las cuentas con uno mismo... Y con aquellos a quienes uno no cumplió.

- Hace seis meses, te hubiera dejado pudriéndote en aquellas chozas. Ahora sé cual es el valor de las segundas oportunidades, y planeo aprovecharlas. Pero ciertamente no quiero hablar del pasado. Al menos no por mucho, mucho tiempo.

- Espero que recuerdes estas palabras sobre las 'segundas oportunidades' si las cosas no salen como esperas.

- Pensé que habías dicho que aquello que uno no deja ir, al final siempre retorna.

- Pero no siempre de la forma en que uno desea...- el semblante del anciano, que se había oscurecido, de pronto volvió a tomar la apariencia despreocupada y despistada de siempre. Era hora de cambiar de tema.- Mmmm... Mei Lin me aguarda para cenar. Mejor no la haré esperar... Esa vieja tiene un carácter pésimo... pero es un encanto... ¿no es cierto?

Enishi casi se ahogó con las palabras de su padre.

En verdad había pasado mucho tiempo lejos de los dos. Tanto que no había notado... Bueno, era mejor así. Al menos, el viejo no quedaría solo si...

- Haznos un favor a todos, Enishi. Mantente lejos de los puentes y del río. No arrojes al viento aquello que ya tienes.- Yukishiro Hiroshi hizo una pausa, mirando a su hijo profundamente a los ojos- Te esperaré en el caravanserallo. No tardes mucho.

Apuró el paso. Quería poner tanta distancia entre su padre y él como fuera posible, al menos por un buen rato.

¿Desde cuando era alguien tan predecible?

El viejo efectivamente podía ver a través de él como de un cristal.

Trató de alejarse de aquellos pensamientos, y siguió su camino.

Había notado que las mujeres concurrían a una de las dos grandes mezquitas[20] del Maidan más que la otra, así que buscó un lugar cerca de la entrada.

Era noche de Yum'a, eso significaba no menos de dos horas de rezo comunitario[21].

También quería decir, que además de la larga espera, contaba con mayores posibilidades de que ella concurriera.

La voz del muecín volvió a resonar de extremo a extremo de la plaza y la gente empezó a reunirse. Se tensó, como cada día a aquella hora, aguzando los sentidos al máximo, esperando.

Esperando.

Esperando.

Cuando ya estaba por darse por vencido y emprender el regreso, la sintió.

Era ella, no había posibilidad de error.

El corazón le saltaba en el pecho. Trató de mantener la calma y enfocarse, pero la ansiedad lo desbordaba.

Y de pronto, allí estaba. Iba debajo de una de aquellas mortajas negras que no dejaban ver nada excepto los ojos, y si bien la distancia y la escasa luz del alumbrado le impedían ver las familiares pupilas esmeralda, estaba seguro más allá de toda probabilidad de error de que era ella. La pequeña figura se movía lentamente hacia la entrada del santuario, mezclándose con la masa que se apuraba por llegar a tiempo a las oraciones.

Sin detenerse en cortesía alguna hizo su propio camino entre el río humano, tratando de alcanzarla, sólo para frenarse en seco.

Ella no iba sola. Un hombre la acompañaba.

Justo a la entrada del área del Santuario, se separaron. Ella iba acompañada además de otras dos mujeres.

Se escurrió rápidamente entre la multitud. No quería ser visto por ella. No en ese momento.

Acarició la idea de seguir al hombre y cortarlo en pedazos.

Pero se contuvo.

En primer lugar, no había por que sacar conclusiones apresuradas. Tal vez solo era un vecino, un guardia... alguien que simplemente la acompañaba para que no caminara sola por la noche de regreso a su casa.

Un aguijón de celos y rabia volvió a acicatearlo.

Ese era su papel, y de ningún otro hombre.

Pero, se dijo eso lo llevaba a la otra cuestión. ¿Y si ella ya no deseaba tener nada que ver con él y estaba tratando de rehacer su vida?

¿Qué derecho tenía él sobre ella, después de las cosas horribles que le había dicho, de cómo la había humillado y apartado de su lado?

Ella estaba en toda libertad de hacer con su vida lo que quisiera.

Y si la había perdido, el único culpable era él.

Además, si dañaba al hombre, no sólo se condenaría y arruinaría toda posibilidad de que ella volviera con él, sino que destruiría para siempre toda chance de que su hermana volviese a sonreírle... o desease reunirse con él.

No, esperaría.

Fueron dos horas de horrible tortura, hasta que finalmente emergieron de la Mezquita y emprendieron el regreso.

Cuidando de no ser notado se deslizó a través de las callejuelas apenas iluminadas oculto en sus sombras, siguiéndolos.

Con indecible alivio, vio al hombre y una de las mujeres despedirse junto a la entrada de una casa, y perderse en su interior.

Al menos, se dijo con alivio, no estaba casada.

Tal vez después de todo, sólo fuese un vecino amable...

Unas pocas casas más allá, Asiyah y la otra mujer se internaron el interior de otra vivienda.

Su acompañante debía ser una sirvienta, pensó.

Decidió esperar oculto, hasta tener la certeza de que todos durmieran tanto en la casa, como en los alrededores.

Saltaría el muro, y luego se escurriría en el interior de la casa. Allí sería muy fácil encontrarla.

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La sensación la había acompañado desde que se había acercado al Haram[22].

Era un extraño cosquilleo, algo que no podía definir, y sin embargo sentía como familiar.

Estaba preocupada.

Mucho.

Los sueños con Enishi eran cada vez más frecuentes e insistentes, tanto que aquella noche ya había empezado a tener visiones de él estando plenamente despierta.

Por un momento, le pareció verlo en medio de la multitud a la entrada de la mezquita, vestido como un persa, el tachi cruzado a la espalda. Pero fue un momento brevísimo.

En un instante estaba allí, y al siguiente, había desaparecido. Sólo había sido un espejismo, un delirio de sus sentidos.

< ¿Hasta cuando? ¿Hasta cuando voy a pensar en él? >

¿Sería posible que no hubiese oportunidad de desintoxicarse de él? Sabía que era bastante común entre los suyos volverse adictos a los humanos y quedar obsesionados por ellos hasta el punto de perder la razón o incluso posesionarse del objeto de sus desvelos. También sabía que muchos se convertían en lo que los humanos llamaban apariciones, repitiendo una y otra vez un suceso que los había marcado especialmente, en un acto de locura obsesiva.

¿Sería ese su destino?

Tal vez.

Justo castigo para su soberbia.

Temía volver a dormir. No quería más sueños.

Quería olvidar.

Quería olvidarlo.

Contra su voluntad, el sueño la venció, mientras estaba sentada entre almohadones, su espalda contra la pared, cerca de la enrejada ventana[23]

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Encendió un cerillo y por enésima vez miró el pequeño reloj de bolsillo.

Había transcurrido una hora desde que se habían apagado las luces en la casa y el silencio reinaba por todo el lugar.

Miró el paredón y buscó puntos de apoyo que pudieran sostener el peso de su cuerpo. Luego tomó impulso y con gracia felina, efectuó tres saltos, en el más absoluto de los silencios.

Posteriormente, descendió desde lo alto del tapial amortiguando la caída con un medio giro en el aire, para aterrizar finalmente sobre el césped justo bajo las ventanas traseras.

Registró con sus sentidos la propiedad. Para su alivio, solo había dos personas allí.

Y una de ellas era Asiyah.

Ubicó su cuarto. Estaba en la parte norte de la casa, una gruesa celosía de madera trabajada para dejar pasar la luz pero impedir que desde el exterior se viera a los habitantes de la casa cubría la ventana. Buscó la manera de entrar, sin causar conmoción o dejar trazas de su entrada. No quería que la sirvienta los encontrase y alertase a los vecinos.

Podía ser una situación potencialmente dañina, especialmente para Asiyah.

Finalmente, logró quebrar los seguros de una de las celosías sin hacer demasiado ruido, y la movió lo suficiente como para permitirle el paso a su fornido cuerpo. Luego colocó todo nuevamente en su lugar. Con suerte, su presencia pasaría inadvertida lo suficiente como para arreglar las cosas con Asiyah sin ser interrumpidos.

Moviéndose en las sombras con la misma habilidad que lo convirtieran en el más temido asesino de Shanghai, se deslizó en la casa hasta encontrar la habitación de ella.

Nunca se había sentido así en su vida.

Le faltaba el aire, y el corazón se le subió a la garganta al verla acurrucada entre los almohadones[24] contra la pared, al lado de su ventana, la luz de la luna brillando sobre su rostro.

Se quitó el tachi de la espalda y las botas. Se acercó a ella en el más absoluto silencio, y se arrodilló a su lado.

Quería verla.

Habían pasado cuatro meses desde aquel día fatídico en Yokohama y tres desde su brevísimo reencuentro en Kyoto, donde él había creído ingenuamente en que lo dicho había sido olvida y perdonado, palabras que lamentaba amargamente haber pronunciado alguna vez.

Meses, de locura, derrota, soledad, vacío y confusión, malditos meses que, sin embargo, le habían traído la comprensión de las palabras que Katsura le había dicho a su hermana y esta había guardado en la delicada caligrafía con la que había ornado su diario.

Battousai había necesitado a Tomoe como la funda que encerrara su locura de asesino.

Su saya[25] yacía justo allí, entre los almohadones, durmiendo bajo la pálida luz de la luna.

El brevísimo encuentro en Kyoto había sido demasiado confuso, y ella estaba completamente cubierta, excepto la mayor parte del rostro. Ahora podría tener una mejor idea de su estado.

La luz de la luna la iluminaba claramente. Podía ver las profundas ojeras alrededor de su rostro y la delgadez de su cuerpo.

Su cabello... apenas le pasaba los hombros... Pálidas cicatrices atravesaban la fina piel de su cuello y se perdían bajo la tela de su ropa de noche.

Resabios de su lucha por liberar a su hermana del maldito Azazel-Shishio.

Aún no estaba repuesta. Y ya habían pasado tres meses y medio desde aquella batalla y las heridas, sin embargo, aún seguían frescas.

El maestro de Battousai le había advertido, y por eso el shock había sido menor.

Pero, a pesar de eso, no pudo evitar que una punzada de dolor, rabia y culpa lo atravesaran.

Ella se revolvió entre los almohadones, y musitó algunos sonidos ininteligibles. Se retiró ligeramente. No deseaba tocarla aún.

Sin embargo, aún seguía dormida.

Aunque aún seguía dormida, una parte de su cerebro le dijo que aquel era el sueño más real que hubiera tenido hasta el momento. Hasta podía oler el perfume de él envolviéndola... el familiar peso de su brazo sobre su cintura... sus labios contra su piel... Era casi como si estuviese allí a su lado

Enishi se acomodó lo mejor posible, sentándose a su lado, sólo mirándola dormir.

Ahora que estaba allí, finalmente, no sabía como enfrentar la situación.

¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Despertarla? ¿Esperar a que lo hiciese sola?¿Preguntarle por qué se había dejado engañar por los hechiceros y se había marchado? ¿Tomarla entre sus brazos y decirle que era lo que sentía? La última idea simplemente le dio nauseas...

La amaba, de eso no tenía dudas, pero aquello simplemente no se sentía... correcto.

Además, ella no necesitaba de esas cosas.

El mero hecho de que hubiese atravesado el continente buscándola era suficiente prueba de lo que sentía.

< ¡Mierda! ¿Cómo fue que me metí en esto?>

Pero, aunque tratase de aparentar desprecio por aquellos sentimientos, muy en el fondo, estaba agradecido de poder experimentarlos. Ahora que todo lo demás se había perdido, ella era la única cosa a la que podía aferrarse.

No pudo evitarlo y alargó su mano hacia una línea blancuzca, que surgía sobre su piel.

Una cicatriz...

- Enishi...

- ¿Mmmm? ¿Sí? - le respondió la voz profunda en un susurro bajo, junto a su oído. Bien, ella

-

Abrió los ojos de golpe.

Aquello era demasiado real para ser un sueño...

De pronto, se encontraba de pie, mirando a la familiar y perpleja figura sentada en el suelo, a escasa distancia de donde ella había estado momentos antes. Se frotó los ojos y sacudió la cabeza.

Pero la visión no desaparecía como había desaparecido en el Maidan.

Volvió lentamente hacia el sitio donde él estaba sentado y alargó una mano, tocando su rostro, como si esperara que el espejismo se desvaneciera ante el roce de sus dedos.

Pero aún seguía allí...

- No es posible...

- Soy yo... No es un sueño... - le dijo en apenas un susurro.

Enishi comprendió casi de inmediato la curiosa reacción de ella en el momento en que Asiyah extendió su mano hacia su cara.

- Pero... pero... ¿Cómo... cómo me encontraste?

- Siempre mencionaste que querías que viviésemos aquí una vez que todo terminara con Battousai. Sabía que si te buscaba, no te hallaría en otro lugar que no fuese este.

- Pero... tú deberías... deberías estar en Mongolia... ¿Por qué estas aquí?

- Vaya, pequeña, se ve que estás muy feliz de volver a verme... - dijo en tono sarcástico, lamentando sus palabras en el instante en que terminaron de salir de su boca

- Te expliqué claramente en la carta que por tu bien, debías ira a Mongolia. ¿No te das cuenta de que la Bestia no despertará si te quedas conmigo?

- Oh, sí... la Bestia... es todo lo que parece importarle a todos respecto de mí... Como me sienta o lo que yo quiera no le interesa a nadie...

No pudo evitar que la amargura se filtrara en sus palabras. Deseaba patearse a sí mismo. Se suponía que aquel debía ser un tiempo de regocijo, de alegría por la reunión, de disfrutar su cercanía, su abrazo, su perfume, su calor, todo aquello que había anhelado desesperadamente por cuatro largos meses, y, sin embargo, allí estaban, peleando nuevamente.

No se suponía que las cosas salieran así...

Se levantó, tendiéndole la mano, tratando de cerrar la brecha que los separaba, pero en vez de tomarla, ella retrocedió.

- Así que, pequeña, lo cierto es que no me perdonaste después de todo... - él dejó caer su brazo al costado

- Lo hice. Y en principio, no tengo nada que perdonar. Después de todo, no eras exactamente tú mismo en aquel momento. Y fue mi culpa que eso sucediera

- ¿Entonces por qué demonios te comportas así? ¿Por qué te fuiste? Te necesitaba, pequeña, y me dejaste.

- ¡Eso es lo que estoy tratando de decirte! ¡No soy la adecuada para ti! Te dejé cuando me necesitabas más, te dejé en manos de los demonios y casi mueres. Es por eso que vine aquí, sola, esperando que encontraras con mi partida alguien que te sirviese mejor que yo

- ¡Realmente es un misterio para mí como alguien tan inteligente como tú puede ser tan tonta en situaciones como esta!- él estaba exasperado- Pon esto en esa cabezota dura que tienes sobre tus hombros: no necesito nadie que me sirva. Necesito a alguien que me sostenga como tú solías hacerlo, necesito a alguien que me ayude a entender que debo hacer con mi vida ahora. Eso es lo que necesitaba en Kyoto después del Jinchuu. ¡Pero elegiste escuchar a esos malditos hechiceros, que no sé que demonios pusieron en tu mente, y luego pensaste en toda esa mierda de la magia y la bestia y me dejaste!

- Pero la Bestia

- ¡Cierra la boca, mujer, por una vez escúchame! Estoy harto de toda esa basura de la Bestia- con dos pasos cerró la distancia que los separaba- Lo único que me interesa, lo único que realmente me importa y quiero saber es si alguna vez te importé más allá de mi naturaleza mágica, si te importé como hombre, si alguna vez te importó lo que sentía por ti como mujer...

- Conoces la respuesta...- Su mirada se clavó en las pupilas turquesa con una intensidad quemante. La voz de Asiyah sonaba tensa, quebrada- Si solo me interesase tu naturaleza mágica hubiese aceptado la oferta de los hechiceros en Kyoto. Me hubiese dejado entrenar como tu consorte y te hubiese puesto a su servicio, beneficiándome de ti después del despertar de la Bestia.

Los labios de Enishi se tensaron en una fina línea de ira. Después de todo, no había estado equivocado en lo más mínimo. Los hechiceros habían complotado contra él, habían tratado de esclavizarlo... a él y a ella también.

- Te dejé porque realmente me importas. Mereces a alguien mejor que yo, que pueda servirte, ayudarte y protegerte como yo no he podido.

- Te dije en Kyoto que quería empezar una vida más allá de Battousai- estaba cara a cara con ella, tan cerca que podía sentir su aliento sobre su piel - Ahora te digo que también deseo tener una vida más allá de la Bestia, de los hechiceros, de los Clanes, Concilios y Yinni. Tú sabes y yo sé que no puedo hacerlo solo, no después de lo que sucedió en Japón. Battousai también necesitó ayuda, primero tuvo a Tomoe, y ahora a la chica Kamiya. Yo te necesito a ti. Si ese monstruo merece esa oportunidad, ¿tú me la negarás a mí?

- Si hubiera sido la compañera que realmente necesitas, aún con lo que pasó entre nosotros, nunca te hubiera dejado a merced de los demonios. Habría encontrado la forma de llegar a ti, de protegerte, y de salvarte de tu propia locura. No sirvo para esto. No estoy preparada. Debes ir a Mongolia. Ellos te esperan. Yo les previne

- ¿Cómo te haré entender? No te necesito como una guardiana o protectora, sino como mi compañera. Te dije esto una vez en Shanghai.

- No tienes idea de lo que necesitas...

- ¡Basta!¡Deja de tratarme como a un niño! ¡Odio cuando haces esto!- gritó exasperado- No soy un juguete o un mueble del que se puede disponer, una cosa sin voluntad o libre albedrío. ¡Tú, y todos los demás dejen de decidir por mí que es lo que más me conviene!

- ¿Crees que esto es sencillo para mí? No puedo darte lo que necesitas, entonces debo apartarme, ponerme a un costado. Eso es estar consciente de los propios límites. No te trato como a un niño.

- ¿Y mi opinión no cuenta? ¿Qué hay de lo que yo quiero? Es mi vida ¿sabes? Y si no puedo vivirla como deseo, con quien yo elija tener a mi lado, tomando mis propias decisiones, cometiendo mis propios errores y aciertos, haciéndome responsable de ellos, sin que nadie decida por mí ¿cuál es el punto de seguir viviéndola? Ninguno. Ninguno. No soy un juguete, no soy un esclavo. De nadie. Si no puedo vivir libremente, simplemente no quiero hacerlo en absoluto.

- Debes ir a Mongolia.- Asiyah abrió los ojos ante el significado implícito de aquellas palabras. Con voz temblorosa insistió- Es tu deber hacer que la Bestia camine de vuelta sobre la Tierra como el Guardián protector que tu esencia es. No puedes tomar tu propia vida.

- ¡Cállate mujer!¡Cállate!- Un pesado silencio se instaló en la habitación tras aquella explosión de Enishi. El la había tomado por los hombros, sosteniéndola frente a él, la mirada quemante clavada con firmeza en la de la mujer- Dijiste hace un momento que yo te importaba. Si eso es cierto, vuelve a mí. No sé que te dijeron los hechiceros para hacer que me dejaras. No me importa y no quiero oírlo. Solo sé que eres la que yo escogí para mí, y eso no van a cambiarlo ellos ni nadie.

- ¿Por qué siempre eres tan obstinado?- ella lo había aferrado de la manga y le hablaba reprimiendo los sollozos- ¿Por qué no puedes por una vez escuchar? ¿No te das cuenta de que la Bestia no despertará si te quedas conmigo y que tienes un destino que cumplir?

- Dije '¡Cállate!'

Era absolutamente evidente que ella no entendería sus palabras. Tal vez con hechos la hiciese reflexionar. La tomó por la cintura hasta levantarla a su altura, para darle un beso salvaje.

Ella resistió brevemente, retorciéndose bajo su abrazo, pero muy pronto se encontró respondiéndole de la misma manera apasionada. La mujercita pelirroja cerró los ojos por un instante, mientras sus dedos se enredaban en la rebelde cabellera plateada, cuando los abrió, las pequeñas arrugas que se formaban alrededor de los ojos de él le dijeron que sonreía ante su gesto

Asiyah estaba consciente de que había hecho todo lo posible por cumplir con su deber para con Enishi, tanto para con el hombre como para con su esencia mágica, tratando de hacer lo que era mejor para él al apartarse. Pero allí, en aquel momento, ya no podía negar el propio anhelo por su compañía.

Lo necesitaba, tanto como él a ella. La certeza completa de que ya no podría vivir sin él se asentó en su mente.

Él tenía razón, la magia, la Bestia, los Clanes y sus luchas, todos podían irse al mismísimo infierno. Ambos tenían derecho a elegir su destino después de la forma en que habían jugado con sus vidas...

Se besaron, acariciaron y abrazaron con la desesperada pasión del reencuentro, y muy pronto se encontraron casi arrancándose la ropa el uno al otro.

Enishi apenas pudo ahogar la exclamación cuando ella estuvo desnuda enfrente de él, cubierta con cicatrices desde el cuello a las rodillas.

Avergonzada y al borde de las lágrimas, trató de cubrirse, pero él la detuvo, abrazándola con fuerza.

No dijo nada. No hacía falta.

Volvió a besarla, muy suavemente al principio, para ir muy lentamente profundizando el contacto, hasta que todas las inseguridades de ella se derritieron bajo la insistente caricia de su labios. Y la pasión volvió a explotar una vez más, envolviéndolos en un aterciopelado manto de salvaje fuego líquido.

Asiyah olvidó todo a su alrededor, excepto sus caricias, su reconfortante presencia. Y ya sin dudas, se dedicó a disfrutar de estar nuevamente tan cerca de él.

Muy pronto se encontró hundida entre los almohadones, siendo una con él nuevamente, como nunca debieron dejar de haber sido.

Ambos supieron que algo especial iba a sucederles aquella noche.

Se olía en el aire

Enishi la miró, anticipando lo que sabía instintivamente que sucedería. Ella musitaba suavemente su nombre, con los ojos entrecerrados. Una sonrisa fugaz, irónica cruzó el rostro de Enishi. Después de tantas inseguridades de parte de Asiyah, de huir pensando que sería incapaz de despertarla, finalmente la Bestia dormida decidía caminar de nuevo sobre la Tierra con ella a su lado...

Y así era. La sombra del Gran Tigre flotaba encima de ellos, como ella le había narrado que la había visto durante la noche de la recepción. Ahora, el también podía verla.

Un aura de luz dorada los envolvió a los dos, uniéndolos indisolublemente.

Un rato después, mientras yacía aún unido a ella, Yukishiro Enishi, ahora totalmente conciente de ser el Gran Tigre bajo forma humana, sonrió mientras el sueño comenzaba a apoderarse de él, su cara hundida en la mata de cabellos de fuego, gloriosa en su esplendor una vez más gracias a su transformación. Sabía que las heridas de Asiyah también habían desaparecido por completo, pero ella lo mantenía en un abrazo tan delicioso que no deseaba soltarla para corroborarlo.

Después de más de quinientos años, ahora completamente conciente de quien era, volvía a caminar sobre la Tierra.

Iba a ser divertido... Muy, muy divertido...



[1] En el manga, cuando Oibore es preguntado acerca de su nombre, dice que hace tanto tiempo que no lo usa que lo olvidó. Según se ve, sin embargo, tiene muy en claro quien es él, y quien es Kenshin (y deduzco que a pesar de no haberlo visto desde que éste tenía nueve años, también sabe quien es Enishi (o seguramente lo averiguaría en poco tiempo, el viejo puede simular que es tonto o loco, pero no es ninguna de las dos cosas. Lean atentamente como los sacude a los dos (a Kenshin y a Enishi)). Bueno, el punto es que decidí llamarlo Hiroshi, porque Oibore es el nombre que le dan en Rakuminmura, y significa 'viejo tonto'.

[2] Final (o inicio) de la Ruta de la Seda en China

[3] Tus aunque una ciudad originalmente separada de la ciudad santa de Mashhad (Tumba y santuario del 8° Imam de los musulmanes shiíes, Imam Al Rida (Imam Reza para los iraníes) ) hoy día puede considerarse parte de la misma. Mashhad es un gran centro teológico y el santuario del Imam Reza, con su cúpula de finas láminas de oro y trabajo de mosaico y miniatura de más de 800 años de antigüedad, es un centro de peregrinación vistado por miles de musulmanes al año. Es en cierta forma, el equivalente musulmán de la Gruta de Lourdes, dado que allí ocurren incontables curaciones milagrosas al año.

[4] En realidad, Isfahán esta en el centro de Irán, es decir, a considerable distancia del Golfo, pero comparativamente hablando, es distancia no es nada en relación con lo que se supone que habrían recorrido, así que estaban relativamente cerca del Golfo...

[5] Literalmente: "Isfahán es la mitad del mundo". Los persas decían (y aún dicen), que quien no ha visto Isfahán no ha visto la mitad del mundo). La frase es citada en el persa original, porque la traducción pierde la sonoridad rimada que tiene en persa.

[6] Hoy plaza del Imam. Maidan-e Naghsh-i- jahan significa Plaza de la vista (o visión) del Mundo

[7] El nombre actual es Tiananmen, no sé si tenía ese nombre entonces...

[8] Las mujeres nómadas llevan una ropa mucho más fácil para movilizarse, lo mismo que los trajes típicos de los diversos grupos étnicos del área. Sin embargo, la burqa ( en Pashtun) muy conocida a través de los Talibanes o purdah (en Farsi, Dari y Urdú), era la vestimenta habitual de las mujeres de clase baja y media. Las mujeres de clase alta utilizaban el chador. La diferencia es que uno es como una túnica que cubre de la cabeza a los pies, incluidos los ojos y el otro es como una especie de capa, que si bien llega hasta el suelo como la burqa debe ser sostenido por la mano, o algún accesorio y deja la cara en completa libertad. Las mujeres de clase alta los usaban porque sus diseños (aunque tradicionalmente en colores oscuros) de bordados eran de gran delicadeza y trabajo, es decir, eran muy costosos. La burqa es mucho más simple en sus colores y las telas utilizaban son mucho más económicas.

[9] Cuarto Jardín. Nombre de lo que actualmente es una ancha avenida

[10] La madre de Shah Sultan Hossein, último gobernante de la dinastía Safávida, ordenó la construcción de ese caravanserallo (lugar donde las caravanas y viajeros podían alojarse) y adyancente a él, la muy famosa escuela teológica de Chahar Bagh. Ambas estructuras subsisten aún hoy día, cumpliendo casi idénticas funciones. El caravanserallo fue transformado en el lujosísimo Hotel Abbasí, y de hecho, se puede considerar que debido a sus pasadas funciones como caravanserallo, la estructura en sí constituye el hotel más antiguo del mundo. La dinastía reinante en Irán en esta línea de tiempo dentro del universo de RK era la Qayar, que gobernó hasta el advenimiento de la Pahlavi, en 1935.

[11] Lit. casa de té en Farsi. El concepto es COMPLETAMENTE diferente al de las casas de té japonesas, y por eso utilizo la palabra persa.

[12] No es exactamente así. Una protituta Siempre que no sea una mujer casada) recibe un huddud (castigo establecido en la Shari'ah o ley religiosa) consistente en 100 latigazos dado en público, un ta'zir ( castigo complementario que queda a criterio del juez, puede consistir en prisión, servicio público, etc) y un año de exilio de la ciudad (a donde quiera que vaya es precedida del anuncio de su exilio y condena, para que la comunidad la aisle i no se comporta adecuadamente y la tenga bajo vigilancia). Este es el castigo para cualquier fornicador (hombre o mujer) y no sólo para las prostitutas. Se aplica cuando el zina (fornicación) es comprobada por cuatro testigos, y no importa la cantidad de veces que se haya cometido el acto hasta el momento de ser juzgado. Si se repite la conducta hasta tres veces, se aplica el mismo castigo, sólo que se incrementa el ta'zir. A la cuarta vez, cualquier fornicador, hombre o mujer, reciben la pena del adúltero (hombre o mujer casados), y son sometidos a la pena de muerte. Comprobar la fornicación o adulterio es extremadamente difícil, ya que se requiere de cuatro testigos hábiles (es decir, personas de reputación, y que no tengan ninguna animosidad hacia los acusados), que vean con sus propios ojos la consumación real y efectiva del acto. Encontrar a una pareja desnuda bajo las sábanas no es suficiente para probar la fornicación o el adulterio, aunque se aplica ta'zir en casos como ese. Una pareja o una persona que se presente espontáneamente ante un juez (qadi) y confiese arrepentido puede llegar a obtener una conmutación del castigo por uno menor, en el caso del adulterio. Las penas son severas, porque en la Shari'ah existe la posibilidad del divorcio, la poligamia y el matrimonio por tiempo determinado o temporal (mu'tah), especialmente diseñado para cubrir las necesidades de las parejas jóvenes o los estudiantes, viajeros, etc, respetando los vínculos sagrados de la familia.

[13] Es el que, desde lo alto del minarete de la mezquita llama a la oración.

[14] Plaza

[15] Las ciudades musulmanas tenían iluminación, alcantarillado y sistema de provisión de agua mil años antes que las principales urbes europeas. Aún hoy se utilizan parte de los sistemas de provisión de agua y alcantarillado en algunas ciudades de Al Andalus (Andalucía, España)

[16] ¡Ay, Dios! (persa)

[17] Algo así como el gaijin japonés y el yi chino, con todas sus connotaciones.

[18] sables persas y mongoles.

[19] Río que atraviesa la ciudad. Rud es la palabra persa para río.

[20] Mezquita del Sheij Luftallah o de las Mujeres

[21] Noche del Yum'a. El Yum'a es el día viernes, para los musulmanes, igual que para los judíos el día comienza con la puesta del sol, por ende la noche del Yum'a es en realidad la noche del jueves. El acontecimiento más importante del día el salat Yum'a (oración congregacional o colectiva del viernes) que se realiza el viernes apenas pasado el mediodía y consiste en la lectura de dos jutbas (homilías) y una oración especial de dos rak'ats (ciclos) que reemplaza a las oraciones del mediodía y la tarde de cuatro ciclos cada una. El salat Yu'ma es el equivalente a las misas y servicios dominicales cristianos, y tiene una gran connotación social y espiritual. En el área de rezo (haram) esta prohibido hablar de asuntos de negocios y cuestiones mundanales personales, dando al lugar un halo de onda espiritualidad. Sin embargo, los musulmanes de rito shiita imamita duodecimano (la mayoría en Persia, Irak y Líbano) se reúnen además el jueves por la noche (noche del Yu'ma o del viernes repito) y rezan las oraciones habituales del ocaso (magrib) y noche (Ish'a), tras lo cual se recita en árabe una extensísima súplica (du'a) llamada la súplica de Kumayl (Du'a Kumayl) de notable belleza. Todos los actos devocionales islámicos se realizan en árabe, no importando la nacionalidad u origen del que los lleva a cabo, o el lugar. Por eso, si bien en Persia la lengua hablada es el Farsi (o persa) todo lo religioso esta inextricablemente ligado al árabe. El árabe es a los musulmanes lo que el Latin era a los católicos hasta el Concilio Vaticano segundo. Sin embargo, la diferencia más notable es que todo musulmán tiene un conocimiento aunque sea muy básico de esta lengua, por lo que estos actos no son meras repeticiones rituales. Todo musulmán tiene aunque sea una de las muchas exégesis del Corán en algún estante de su biblioteca, porque esta prohibido interpretarlo sin el conocimiento adecuado de la gramática árabe (daría un significado erróneo a las palabras) y del corpus de la Tradición y la Shari'ah. Por otra parte, el Yum'a es el último día de la semana del calendario islámico.

[22] Santuario

[23] Las casas en todo el mundo islámico tienen ventanas con trabajada celosías de madera, que sirven tanto de reja, como para impedir que se vea hacia dentro.

[24] El mueble más importante de una casa persa es la alfombra. Se sientan en el suelo, sobre cosas similares a los tatamis, y para mayor comodidad usan almohadones y almohadas apoyados contra las paredes para que la espalda no les duela tanto.

Utilizan mesitas bajas, y dentro de la casa se camina sin zapatos. A la entrada de la casa se colocan muebles donde los visitantes o los propios habitantes dejan sus zapatos. Duermen de manera muy similar a los japoneses en algo similar a los futones, pero más grueso, que se desarma cada mañana y se guarda dentro de los muebles.

[25] Funda de la katana