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*****Capítulo 6: Una aventura de a tres II

Bakura desmontó ágilmente, una curvatura perfecta sobre el lomo de Saigril para aterrizar sobre la arena seca, a pesar de medir menos que las 16 manos de la yegua azabache, su seguridad al maniobrar hacía parecer como si fuera un jinete experto. Bueno, eso era lo que era.

Acariciando el hocico del animal e instándole a avanzar por medio de un suave tirón en las riendas, Bakura acercó el animal hacia Atemu, quien le miraba absorto en una admiración infantil.

Al estar frente a frente, Bakura tomó la mano derecha del más pequeño para ponerla sobre Saigril y cubrirla con la suya, comenzando un movimiento ascendente en la piel del animal, el cual cerró sus ojos disfrutando todo el cariño que recibía.

"Encontré a Saigril hace un par de años, era sólo un potrillo y los coyotes la iban a hacer su almuerzo". Explicó Bakura, aún sin quitar su mano de la de Atemu, quien ya tenía más confianza acariciando al animal.

"Siempre has sido muy valiente Kura". Atemu sonrió al niño más alto, era un pensamiento que deseaba vocalizar desde el día anterior, sólo se habían conocido un día, y ya existía un lazo de fuerte amistad entre ellos.

Bakura se sonrojó ante el comentario, jamás pensó que el pequeño le contestara algo así, claro, no era la primera vez que alguien se lo mencionaba, sus padres y hermanos, sin contar varios adulto y niños de la aldea, lo habían hecho en más de una ocasión. Sin embargo, desde los labios de Atemu sonaba diferente, y no sabía por qué.

Todo relacionado con Atemu era diferente a lo demás. Incluso ahora que tenía la mano del pequeño, podía sentir sus delicados deditos protegidos por los suyos, era lo mismo que hacía con sus hermanos cuando deseaban acariciar a Saigril y el porte del animal les intimidaba. Aún así, sostener esa mano tan pequeña, sentir la suave piel y la tibieza que rodeaba al pequeño le provocaba algo extraño en su interior, era como si hubiera tragado libélulas y éstas estuvieran tratando de salir de su estómago.

"Vamos a dar un paseo". Diciendo esto, Bakura acercó a Saigril a un montículo de piedras, eso les ayudaría a subir. "Tu primero Atemu".

Bakura sintió el sentimiento aprensivo del pequeño, con su mano derecha afirmó las riendas y con la otra ayudó a Atemu a subir sobre las rocas. Allí soltó a Saigril, quien se mantuvo quieta para ayudar a los niños, y tomó en sus brazos al príncipe para asegurarlo sobre el lomo del caballo. Luego, de un salto rápido, subió él tras Atemu, rodeándolo con sus brazos para tomar las riendas y ordenar a Saigril comenzar una caminata.

La admiración del príncipe hacia Bakura era tangible, simplemente era increíble, Bakura era increíble, le había tomado en brazos como si no pesara y había subido a Saigril sin ayuda.

Si, Atemu admiraba a Mahaado, Karimu, sus hermanos y todas las personas de Palacio, todos eran especial de cierta forma, pero Bakura lo era aún más. Sabía que el niño era fuerte, y ahora, con su espalda tocando el pecho del albino, ese pensamiento se confirmaba completamente. Se sentía seguro entre sus brazos, la esencia de Bakura le daba fuerzas y valentía.

Pronto la caminata de Saigril se convirtió en un trote, el hermoso animal y sus dos jinetes avanzaban por el acantilado, la larga melena azabache parecía un manto de noche a medida que cubrían mayor terreno. Bakura guió hacia las rampas de tierra que bajaban al Río, un camino inseguro, incluso para un humano caminando. Las piedras y grietas en ese lado de la bajada eran enormes, sin embargo jinete y caballo, complementados en una sola fuerza. Así, obstáculo tras obstáculo, los saltos de Saigril siempre les llevaban a un lugar seguro.

De pronto Bakura detuvo a Saigril.

"Mira". Atemu siguió la sugerencia de Bakura, desde esa altura se podía observar el paisaje más hermoso del Río, una imagen brillante y oscura, los contrastes de luces y colores era impresionante. Por un lado el agua reflejaba a Ra, las suaves corrientes bailaban entorno a las luces, los cambios de profundidad del Río dibujaban líneas de azules y celestes. Mientras que cerca del acantilado, la sombra que este proyectaba sobre las aguas y sobre las Flores de Loto que crecían en su base, enmarcaban el cuadro en una perfecta armonía de forma y textura.

"Es hermoso". Comentó Atemu, sus manitos aún afirmadas de las de Bakura sobre las riendas.

"No tanto como tu". Esta vez fue Atemu quien se sonrojó, luego Bakura, al descubrir que había pensado en voz alta.

Sin embargo era cierto, para él, Atemu era el ser más hermoso del mundo, no, de todos los mundos. Era un regalo de Ra verle sonreír y escuchar su tierna voz, el príncipe era lo que Bakura había estado buscando en su infancia, ese amigo que siempre quiso tener.

Ver a Atemu absorto entre pensar y observar el paisaje, fue lo que necesitó Bakura para darle un beso en la mejilla, sus labios rozaron la piel del rostro de Atemu un segundo antes de dejarla.

Saigril relinchó para hacerse notar, ambos niños se miraron y rieron. Los tobillos de Bakura instaron suavemente a Saigril continuar su camino, finalizando su descenso con un gracioso salto sobre la arena húmeda del lado más oscuro del Río. Allí Bakura tomó las manos de Atemu una vez más e hizo que el pequeño tomara las riendas, luego, las cubrió con sus propias manos.

"Tranquilo". Susurró Bakura al sentir al príncipe dudar. "Suavemente guíala, muéstrale que deseas ir hacia delante con gentileza. Estoy contigo".

La voz de Bakura pareció calmar las dudas del pequeño Atemu, lentamente Saigril siguió la orden de avanzar, el ruido de sus cascos resonando por el eco del acantilado.

A medida que las horas de la mañana pasaban la confianza de Atemu en las riendas aumentaba. Hace pocos minutos que estaba guiando solo, Bakura sentado tras él, con sus brazos rodeando su cintura, sus ojos cerrados disfrutando del viento. Hasta que un ruido alertó a Saigril y a Atemu, parecía un monstruo de las profundidades rugiendo.

"Me habla la pancita". Dijo Bakura riendo. " Debe ser hora de comer".

Si, Ra ya marcaba su posición pasado medio día, la hora del almuerzo se aproximaba y ambos no habían comido nada desde la mañana. Bakura tomó las riendas de Saigril, y tal y como lo hiciera esa mañana, desmontó de un salto. Luego tendió sus brazos a Atemu, para que el pequeño se afirmara y pudiera bajar.

Saigril trotó felizmente hacia el Río, el agua era un de sus gustos, mojarse y beber hasta que su estómago no pudiera más, eran sus objetivos.

Las bolsas de ambos niños se abrieron y la comida para compartir fue servida, una vez más, frutas frescas, algo de pan y bizcochos formaron el almuerzo. Manos y deditos pegajosos producto de los dulces sabores de aquellas frutas, quedaron con migajas, las cuales fueron quitadas por el mejor método, que a la vez dio el cliché a la comida, chuparse los dedos.

Bakura siguió con su ritual, golpearse el pecho dos veces para emitir un sonoro y largo eructo de satisfacción. Sus ojos se centraron en Atemu, quien emuló la acción, superando la emisión gaseosa de su amigo, lo que ganó un aplauso y un relincho.

"Vaya, me has superado". Comentó Bakura mientras se acercaba más al otro niño hasta quedar sentado a su lado, sus manitas infantiles rozando sus dedos meñiques. "Y le has caído bien a Saigril, créeme que eso es algo, tiene un carácter de los mil demonios, cuando le da por patear traseros, lo hace".

Como si el animal hubiera entendido todo lo que Bakura mencionara sobre ella, corrió hasta el niño, y de un mordisco lo alzó de la camisa. Caminado y medio saltando hacia el río, con una carga que se movía hacia todos lados, la yegua le dejó caer en las aguas, para alejarse de ellos y emitir un sonido que se podría haber interpretado como una carcajada.

"Ves lo que te digo". Bakura se levantó un tanto molesto, su largo cabello blanco goteaba sobre sus ojos, la chasquilla rebelde ahora caía en su rostro. Atemu tenía su rostro oculto entre sus manitos, Bakura le miró preocupado, se acercó a él cuando vio sus hombros temblar levemente. Un miedo terrible se apoderó de Bakura pensando en la sola posibilidad de que Atemu estuviera herido.

Todo cambio, cuando descubrió el intentó del pequeño por no reír, el cual falló y terminó con un Bakura molesto. Muy molesto.

"Lo siento Kura, pero fue muy divertido". Dijo el niño entre risas.

"Ahora lo sentirás".

Atemu detuvo sus risas al sentir a Bakura alzarlo sobre su hombro y luego depositarlo en las aguas del Río, empapado de pies a cabeza, fue el turno de Bakura para reír; al final ambos niños no lograban detener sus risas.

Atemu se levantó del agua cuando su respiración volvió a la normalidad, tomando su cabello medianamente largo y exprimiendo el excedente de agua, caminó hasta la arena, sin embargo, algo allí le dejó sin moverse. Bakura se quitaba sus ropas y las dejaba en uno de los puntos donde el sol llegaba por las grietas del acantilado; el niño estaba desnudo, salvo por una muñequera en su brazo izquierdo.

"¿Qué esperas?". Bakura cruzó los brazos sobre su pecho en un gesto de exasperación. "Si no te quitas la ropa, no se secará mientras estés a la sombra".

"Oh". Atemu procedió a imitar a Bakura, a penas si ocultando su vergüenza frente a la apariencia del otro.

"Hey, no es como si nunca te hubieras visto sin ropa". Bakura tenía razón, no había razón para sentir vergüenza, la diferencia entre ellos era mínima. Aún así Atemu no quería que Bakura lo observara sin sus túnicas.

A penas si dejó estirada la túnica café, Bakura le tomó el brazo y lo encaminó al Río, adentrándose en las aguas frescas hasta que el nivel cubriera más arriba de sus cinturas. El calor de la hora de comida aún no se disipaba, así que mientras, pasarían unos momentos en el agua fría del Río.

Bakura hundió su cuerpo completamente en el agua, de un solo impulso desapareció bajo la superficie, buscando llegar al fondo del sector medianamente profundo del Río donde, hace unos minutos atrás, había visto algo brillar con el reflejo del sol. Sus manitas tomaron el objeto brillante antes de salir en busca de aire. Era una piedra color carmín, más oscura que la sangre, pero brillante al sol. Como los ojos de Atemu. Una idea pasó por la mentecilla de Bakura.

Nadando hacia la orilla donde Atemu le esperaba ansiosamente, cortó una Flor de Loto en el camino, una de color rosa pálido con tintes violáceos entre sus pétalos largos. Cuando logró tocar el fondo con sus pies, continuó caminado hacia Atemu, sus manos ocupadas arreglando el adorno.

La diferencia de estaturas obligó a Atemu a mirar ligeramente hacia arriba, el otro niño parecía ensimismado en finalizar algo que tenía entre sus manos. Bakura sonrió, con su mano izquierda quitó varios cabellos del rostro de Atemu, luego colocó su reciente obra entre ellos.

En el reflejo del agua, Atemu vio el regalo de Bakura, parecía un adorno de cabello, como los que Nimrodel usaba diariamente, claro que este era mucho más especial que aquellas pinzas pesadas repletas de piedras de colores. Era un flor natural con una piedra roja en el centro, un detalle delicado hecho por Bakura para él.

Atemu rodeó a Bakura con sus brazos y, tal y como lo hiciera el niño mayor en la mañana, rozó su mejilla con sus labios, un tierno beso de agradecimiento.

"Muchas gracias Kura".

Bakura sonrió a su duendecillo de agua, el adorno era perfecto para el príncipe, la mezcla de colores creaban un efecto de continuidad, como si la Flor y la Piedra fueran una parte de esa brillante criatura.

Entonces los ojos de Bakura cayeron en un moretón y varios raspones en la parte superior del brazo de Atemu. Un sentimiento de furia se apoderó de él, nadie podía dañar a Atemu mientras él, Bakura, estuviera allí para protegerlo.

"¿Qué pasó allí?". Preguntó Bakura en un tono exigente, sus dedos acariciaron la piel dañada, un gesto reconfortante para alguien herido.

"Mi primo siempre me pega".

Un grandulón tratando de aprovecharse de un pequeño tan delicado, que de seguro, no lo golpeaba porque sabía que sus golpes no harían el daño requerido.

"Cuéntame".

"Seth es un pesado, cuando me ve solo me corretea por los pasillos hasta agarrarme". Atemu hizo un pequeño puchero al recordar la pasada sesión de batalla. "Le trato de pegar, pero pareciera que no le duele".

Entonces la sonrisa malvada de Bakura apareció en su rostro, algo tramaba el pequeño egipcio, algo grande y malo.

"Yo te enseñaré un par de trucos para cuando te trate de golpear". Diciendo esto procedió a enseñar algunas cosillas útiles a Atemu.

Mána resopló en cansancio, desintegrar piedras pequeñas era un trabajo sencillo, pero estructuras caídas en tumbas antiguas era otro tema. Con Akunadín a su lado, el malcriado de Seth husmeando por entre las escrituras de la tumba, era una buena idea "fallar" el hechizo y hacer desaparecer al niño. Sin embargo no quería problemas con la corte de sacerdotes, a pesar de que el mundo le daría las gracias por deshacerse de esta peste.

Y hablando de pestes, Atemu parecía muy contento esa mañana sobre ir al Río, bueno el niño no tenía que hacer nada como lo que Mahaado les obligaba a hacer, sólo iba por allí vagando por entre las aguas, observando el mundo con su carita de bebé.

"Tómate un descanso pequeña Mána". La voz de Akunadín le sacó de sus pensamientos. "Revisaré las estatuas y las escrituras de esta pared".

Mána no necesito que se lo repitieran, rápidamente se dirigió a la sombra del risco, dispuesta a dormir un poco disfrutando de aquella paz entre la naturaleza de Egipto, cerró los ojos. Hasta que unas risas le sacaron de su ensueño. Siendo una muchacha curiosa, siguió el ruido, y oh!, la sorpresa del día.

Del otro lado de la orilla, Atemu y otro niño conversaban animadamente, hojas de papiro entre sus manos y pinceles para escribir.

He ahí el gran secreto del pequeño, ambos se veían contentos. Si no hubiera sido por la voz de Akunadín, habría cruzado el río para molestarlos, bueno, siempre hay oportunidades más adelante.

Bakura observó orgullosamente su papiro, los dibujos trazados con precisión eran una maravilla ante sus ojos, claro que le faltaba práctica, sus trazos aún no eran tan finos como los de Atemu, pero era un comienzo.

Ra comenzó a bajar de su posición a media tarde, pronto tendrían que despedirse. Después de que Bakura lo abrazara y saltara de felicidad cuando le dijo que el papiro, el estuche, el pincel y los palitos eran un regalo, el mayor arregló su bolsa, las ropas secas ya estaban en su lugar, Saigril a su lado, dispuesta a regresar a la aldea.

"Fue divertido". Dijo Atemu. "Muchas gracias por enseñarme tantas cosas hoy".

"Si, fue entretenido". Bakura abrazó al pequeño. "Espero verte mañana nuevamente, y recuerda lo que debes hacer con ese gusano".

"Si, lo haré". Contestó Atemu devolviendo el abrazo.

Bakura montó sobre el lomo Saigril, observando a su amigo alejarse rumbo a donde le esperaban sus hermanos y profesor.

"¡¡Recuerda patearle el trasero al gusano y hacerlo comer tierra!!". Le gritó al verlo desaparecer de su vista. Tomando las riendas de la yegua oscura, le instó a avanzar rumbo a su hogar.

La caravana con los hijos del Faraón y los adultos arribó a palacio un poco más temprano que el día anterior, Menfis se encontraba considerablemente desocupada, ese día el mercado cerraba antes del atardecer.

Pronto Atemu se encontró con la sonrisa de Seth al doblar por uno de los largos pasillos de palacio, sin pensarlo salió corriendo, seguido de cerca por el niño mayor. Las piernas largas de Seth le daban la ventaja, tal y como lo había dicho Bakura, debía usar a su favor su poco peso, eso le ayudaría a tomar velocidad si sabía presionar sus piernas.

Una rápida vuelta alrededor de unos jarrones, los pisos resbalosos de palacio rechinaron cuando Atemu dobló, usando el impulso de su carrera para ahorrar energías y continuar corriendo. Atrás quedó Seth, la caída le había dolido y eso le daría tiempo para esconderse y atacar.

Los jarrones amplios de las esquinas de los jardines eran perfectos lugares para ocultarse. Seth pasó de largo frente a Atemu sin darse cuenta.

"¡¡Hey pedazo de intestino podrido!!". Atemu usó uno de los insultos que Bakura le diera para su arsenal, rápidamente obtuvo la atención del oji azul, el muchacho furioso prácticamente lanzaba humo por las narices cuando se lanzó hacia Atemu.

El pequeño volvió a salir corriendo, en línea recta hacia la fuente, allí se encontraba la naciente del río que daba hacia Menfis y el brazo que cruzaba palacio por una ruta subterránea. Era una pequeña caída a tierra blanda, lodo oscuro y asqueroso, un riesgo que debía correr.

"¡¡Ya verás Lombriz!!". Le gritó Seth.

Allí estaba la prueba de fuego, una cornisa, vacío y otra cornisa, varios metros de diferencia entre ellas, debía llegar al otro lado, Bakura confiaba en él y no quería decepcionarlo. Las instrucciones había sido claras, pocos metros de la cornisa, máxima velocidad, luego salta y lanza el cuerpo hacia delante.

Así lo hizo Atemu, su pie derecho llegó al borde, el impulso le lanzó hacia delante, necesitaba avanzar para no caer, instintivamente guió sus brazos hacia el otro borde. Todo parecía en cámara lenta, hasta que llegó al otro lado, aterrizó sobre sus pies como si de un gato se tratara. La velocidad le hizo resbalar por el piso unos metros, luego se volteó para ver a Seth dispuesto a saltar y luego desaparecer, un sonido de algo grande cayendo en el agua y un par de maldiciones.

Si, la vida es dulce, especialmente ahora, que Seth saldría de allí todo sucio.

"¡Qué te sirva para no molestar!". Con eso, Atemu declaró su primera victoria.

Los Artículos del Milenio, el tema seguía rondando a Akunamukanon, parecían la solución para la crisis, pero el precio era algo que no podían pagar.

Según el libro antiguo, son siete objetos mágicos, cada uno con una fracción del gran poder, representando entre si, los siete puntos de energía en el cuerpo humano. Aquel que los usara podría obtener una fuerza invencible.

Sólo tenían que sacrificar 99 almas al Fuego Místico.

99 almas de SU gente.

¿Valdría ese precio tan alto, la victoria sobre esos ejércitos?.