Yu-Gi-Oh! Fan Fiction ❯ A la Orilla del Nilo ❯ La Ira de Ra ( Chapter 9 )

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****Capíulo 9:" La ira de Ra I"

Una noche sin luna ni estrellas, un simple y llano manto oscuro cubría los cielos de Egipto, el desierto sumido en el silencio de aquella aterradora dama de niebla. Los lastimeros rugidos y llantos; gritos y llamados que el viento producía, calaba en los huesos de los habitantes de Menfis mucho más que su misma presencia fría, un frío aterrador los recorría uno a uno. El olor de la tragedia, aquel espeso perfume metálico de la muerte sobre el desierto, proveniente de las manchas en las arenas y manos de los asesinos, ya se había esparcido por todo el Reino.

La noche sin Luna ni estrellas, la definición misma de oscuridad y caos; desesperación y horror, terror.

Aún faltaban varios relojes de arena para que Ra apareciera en el firmamento, cazando las sombras con su luz, dejando al descubierto todos los rincones ocultos bajo la dama oscura nocturna.

El amanecer es el momento más hermoso y más peligroso de todos los tiempos, marca el final e inicio de un ciclo, el sinónimo de la luz y oscuridad, el real caos deslizándose frente a los ojos de los humanos vestido de colores brillantes en vez de aquellos oscuros que se le han otorgado en la imaginación.

El horizonte oscuro, sin estrellas ni luz.

Atemu no dormiría esa noche, tal vez jamás volvería a cerrar sus ojos; el miedo de ver la verdad que tanto intentaba negar una y otra vez era demasiado, la horrible escena donde sus manitas acariciaban el cabello blanco de su mejor y único amigo, aquellas hebras que unas horas antes se enfrentaran al viento y al mismo Nilo, llenas de la esencia rebelde y libre de Bakura. Aquella pintura era una parodia oscura de quien fuera el Bakura que conoció, sin embargo, el líquido que escurría por entre sus dedos y la sensación pegajosa, que dejó cuando este se secó, confirmaban sus dudas.

La sangre, un rojo oscuro que manchaba sus manos, dedos y túnica; un rojo jamás igualado por el ocaso en las pirámides se impregnaba en las arenas del desierto hostil.

Todos los eventos de ese día parecían cambiar la perspectiva del mundo y, por sobre todo, aquella burbuja en la cual vivía Atemu, sólo tenía 5 inviernos, pero sabía lo que significaban el dolor y la tristeza; desesperación e impotencia. Ahora observaría el mundo con otros ojos, esa noche, algo en él cambio, su deseo por salvar a Bakura gatillo algo en lo más profundo de su propio Ka y Ba.

La energía existente dentro de un mortal es capaz de manifestarse dentro del plano metafísico, siempre y cuando exista una perfecta armonía entre los tres cuerpos y elementos, el alma, espíritu y cuerpo físico. Ka y Ba, las dos leyes principales del Reino de las Sombras, necesarias para convocar cualquier criatura desde esa dimensión.

Atemu se deslizó entre las sábanas de seda de su cama, el frío nocturno sobre sus hombros traspasando la fina tela de su túnica para dormir, le obligó a acurrucarse contra los cojines y sábanas. Aún así no lograba cerrar sus ojos, cada vez que observaba sus manos, las veía inmersas en un mar de sangre iluminado por las escamas de aquella criatura que le llevara hasta Kuru Eruna.

Pronto el cansancio emocional del día guió al pequeño príncipe hacia el mundo de los sueños.

El Templo de Horus, las grandes estatuas de los primeros faraones, los dioses guardianes de la luz, la gran plataforma de duelo, las tabletas en las paredes, todo, absolutamente todo parecía extraño a los ojos de los ocupantes de aquella construcción. Todos los sacerdotes de palacio se encontraban allí, en medio de la noche, los preparativos para el amanecer se llevaban a cabo de acuerdo a las instrucciones del Libro del Milenio.

Shaadi, Akunadín y Heishin se encargaron de traducir completamente los cantos y hechizos que debían usar durante el ritual, todos dibujados por el tono sagrado de la voz del Faraón, quien esperaba a la aparición de Ra en el horizonte, sentado sobre el trono de oro y mármol, su postura regia, el gobernante elegido por los Dioses para Reinar sobre las dos tierras.

Karimu y varios aprendices se encontraban ensamblando la estatua y los pilares que llevarían en ellos los Artículos recientemente creados. Siete piezas de oro que correspondían a la corona, el tercer ojo, la llave de la vida, el cetro de la mente, el corazón en forma de pirámide invertida, el alma en forma de un círculo y una pirámide en sentido contrario a su antecesora y por ultimo una balanza en pos de equilibrio perfecto. Cada tallado en piedra formaba la figura de Akunamukanon sosteniendo los objetos, rodeado por un círculo y un hechizo escrito en él.

Akunamekanon observaba a su padre, de pie a la derecha del Faraón debía permanecer como él hijo mayor y heredero al trono. Pronto se llamaría a sus hermanos para presenciar la ceremonia. Una duda en el corazón del joven, una preocupación frente al rostro de aquella figura milenaria que era su padre.

Mahaado no prestó atención a Akundín cuando éste habló de la matanza en Kuru Eruna, en su mente había otras preocupaciones que rondaban, por sobre todo, a su pequeño aprendiz y príncipe, quien parecía controlar cierta parte del poder de las sombras de igual manera que su hermano mayor, que, con 10 años más de experiencia lo hacía. Si, entre ellos no había diferencia alguna, incluso podría ser que Atemu superará a ambos niños en potencial mágico.

El Mago suspiró, la tableta nueva estaba en su lugar en la pared del templo, una bestia impresionante, una criatura de leyenda; un Dragón Blanco de ojos Azules le observaba con sus ojos de piedra, las cuatro marcas en sus esquinas le revelaban la cantidad de especimenes que existían. Sólo 4 Ka eran capaces de llamar tal bestia destructora, y Atemu era uno de ellos, pues, su propia madre formaba parte de aquella energía.

Cabello blanco, ojos azules y piel pálida; características a simple vista de la madre del príncipe, coincidían perfectamente con aquella criatura. Ithil era aquella energía capaz de superar a toda imaginación, un ser de las mil y una leyendas del Juego de las Sombras.

El horizonte tiño el primer indicio de rojo, Ra cazaría los demonios de la noche, el amanecer de Egipto.

Sus ojos rubí se abrieron al mundo nuevamente, las imágenes se abrieron paso frente a él, su realidad en todo sentido desfilaba en perfectas líneas desde el pasado hacia el presente y futuro. Sin embargo, algo estaba mal, un sentimiento de que algo faltaba en aquel cuadro fue lo que desconcertó a Atemu.

Los cielos claros fueron cortados por un relámpago que cruzó el desierto de extremo a extremo, aquella luz deslumbrante surcó Egipto hasta las tierras más allá de las pirámides. Luego todo pareció volver a la normalidad, el cielo y Ra en todo su esplendor, brillando desde lo más alto del firmamento. Entonces una sombra lo cubrió.

Atemu observaba desde su balcón los extraños sucesos que sus ojos captaban. La sorpresa de ver el día convertido en noche era tangible en el aire que se respiraba en palacio, aún así, toda la ciudad permanecía en silencio.

"Tu ves lo que otros no pueden".

Aquellas extrañas palabras melódicamente descritas en el aire sobresaltaron al niño. Tras él, la figura de un ser hermoso le observaba con ojos amables, jamás había visto aquel rostro, sin embargo le inspiraba seguridad y calma, un refugio que ni siquiera los brazos de Isis le dieran.

La mujer se acercó a él, su figura semi transparente extrañamente sólida como para colocar una mano en su hombro; sus pasos seguros sobre el balcón, sus largos cabellos al son del viento, todo era tan real y a la vez imaginario.

"¿Quién es usted?". Preguntó Atemu cuando la extraña se acercó lo suficiente a él.

"Puede que no me conozcas, pero siempre he estado a tu lado". Una sonrisa surcó las finas facciones de la mujer. "Y siempre lo haré, debes saber que tu ves lo que otros no pueden".

Atemu le miró confundido, ver lo que otros no pueden?, pero si los demás no estaba ciegos, cómo se supone que vería lo que ellos no logran divisar?.

"El primer día un trueno surcará los cielos; el segundo amanecer, el día será noche y la noche día; el tercer día será marcado porque el agua será sangre y al cuarto día…".

A medida que Atemu escuchaba las indicaciones de la mujer recordaba las imágenes que vio al tocar la mano del Ministro Heishin esa tarde, y las mismas secuencias que veía ahora, en su sueño. Sin la necesidad de escuchar la voz de la mujer, supo lo que diría, la cuarto día, el cielo se abriría y de él serían liberados la tierra y los cielos, el bien y el mal, la luz y la oscuridad.

"Atemu, ellos te escucharán".

La habitación quedó sumida en silencio, sentado sobre su cama Atemu contempló el primer rayo de amanecer. La sombra de Harther tras las cortinas verdes de la entrada a su habitación se hizo cada vez más nítida, la figura suave y gentil de quien cuidara de él desde su nacimiento y la muerte de su madre; acompañada por la figura de Simón Murray. Ambos abrieron las cortinas, el príncipes les observaba sentado sobre su cama, rodeado de almohadones y cojines de tonos verdes pálidos y oscuros con adornos dorados.

Harther se acercó al príncipe portando entre sus manos, las ropas que debería usar para presenciar el ritual.

"Príncipe Atemu". Comenzó Simón. "Su padre requiere vuestra presencia para los acontecimientos de esta mañana, su deber como 3º heredero en línea al trono es presentarse y presenciar el ritual de creación de los artículos del Milenio".

Atemu asintió obedientemente, rápidamente Harther le ayudó a vestirse con las túnicas blancas, una prenda usada preferentemente por las niñas, colgaba desde los hombros, dejándolos al descubierto, hasta cubrir los pies a modo de que, al caminar, estos no se vieran. Las órdenes del Faraón fueron claras, Atemu usaría maquillaje y joyas por primera vez aquel día. Isis y Mahaado entregaron las prendas a Harther, ahora el cinturón de oro de una sola franja lisa alrededor de la cintura de Atemu, los brazaletes en muñecas compuestos por dos franjas de plata con pequeños detalles en sus bordes con igual diseño que el collar ancho que debía usar alrededor de su cuello y clavícula, ya habían sido colocados; para finalizar una tirara dorada con una piedra roja se perdía entre su cabello, el cual fue peinado por Harther para dejarlo caer suelto sobre sus hombros y espalda.

Simón sonrió al notar la apariencia elegante del pequeño, adornos y joyas en su justa medida sin convertirlo en una estatua viviente, pronto tendrían que cortar el cabello del príncipe para formar la coleta al lado derecho que marcaba su entrada a la adolescencia, una lástima que aquel cabello tan largo tuviera tal fin, pero era parte de la tradición.

Atemu no prestó atención cuando las manos de Harther sostuvieron su rostro y aplicaron las líneas de kohl en sus ojos y las sombras sobre sus párpados. Las largas mangas de la túnica apenas si le permitían ver las puntas de sus dedos. Cuando vio su reflejo en el espejo pulido que Simón le extendiera no pudo evitar hacer una mueca de desagrado frente al maquillaje, ambos adultos rieron.

"Si no se siente cómodo, puede quitárselo más tarde". Sonrió Harther, luego extendió su mano hacia una cajita dorado sobre el tocador y sacó de ella una flor con una piedra roja."Use esto en su cabello, se verá bien".

Aquel adorno fue regalo de Bakura, aquel día en el que había aprendido tantas cosas y había reído junto al niño egipcio. Atemu guardó completo silencio mientras el adorno era equilibrado sobre sus hebras blancas. Mahaado le enseñó un conjuro simple para preservar las flores, ahora poco le servía conocerlo, prefería saber como proteger o revivir a las personas. El adorno y el anillo en su dedo anular eran los únicos recuerdos materiales que tenía de Bakura.

"Ese anillo no se ve bien con el resto de las joyas".

La tosca mano de Simón se extendió para quitar de los dedos de Atemu el preciado tesoro, a pocos centímetros del objeto, una presencia mágica detuvo al adulto, una fuerza que le repelía de alrededor de Atemu. El niño protegía contra su pecho la mano con el símbolo de amistad que le diera Bakura el día anterior.

Akenamon llegó al Templo de Horus acompañado por Mána e Isis, portando vestimentas de la realeza y una cantidad considerable de oro y piedras. Todos los requerimientos para un ritual presentes en su apariencia.

A la derecha del Faraón se encontraba Akunamekanon y Akunadín, a su izquierda, en el mismo nivel, Mahaado e Isis, un peldaño más abajo Karimu, Shaadi, Heishin, Simón y Atemu junto a la Reina Nimrodel.

El primer rayo de Ra entró por el círculo sobre el techo del templo, su luz golpeando directamente la urna de los objetos. Los cantos y mantras comenzaron, Mána e Isis se apresuraron a llenar de un material brillante los moldes, Akunadín y Heishin sostenían los cofres de donde salieron grandes cantidades de energía y fueron mezcladas con las bases sólidas de los Artículos.

La voz Sagrada del Faraón continuó con los cantos en una melodía rígida y penetrante.

"La luz que caza los demonios bajo el cielo despierta el poder que representan las 7 energías potenciales en un ser humano. El Dios y el Demonio nos escuchan, Osiris, Ra y su corte, Horus y Seth, Anubis y Maath, todos ellos nos escuchan. Oh! Grandioso sea tu palabra sobre nosostros, 99 almas os ofrecemos para concedernos el poder del Fuego Místico".

La magia de los Artículos se hizo presente, el portal desde el Reino de las Sombras dejó pasar todo el poder que Ra deseó dar a los humanos, tal fuerza que los 7 Artículos se elevaron de sus posiciones y cayeron a los pies del Faraón.

Heishin sonrió, todo salía como lo planeara hace tantos años en el pasado. Todo de acuerdo a sus planes, el haz de luz cubrió las tierras de Egipto y más allá del horizonte proclamando el Reino todo poderoso del Faraón a todas las almas. Todo era perfecto. Hasta que una luz azul se mezcló con la otra.

La sorpresa de los rostros de todos los presentes, sacerdotes, guardias, ministros y realeza. El temor reflejado por quienes debieran cuidar del niño que permanecía de pie brillando de un extraño azul blanquecino, un segundo portal oscuro a sus espaldas, un vórtice al Reino de las Sombras.

Mahaado fue el primero en reaccionar, la ceremonia olvidada por sobre la seguridad del príncipe Atemu. La energía que le rodeaba sólo lo envió varios metros hacia las murallas al acercarse. Entonces Atemu abrió sus ojos, el color sangre y ocaso que los representaba yacía carcomido por un azul intenso, incluso más que los ojos de Seth, el niño que aún no lograba comprender el despliegue de magia de su primo más pequeño.

El niño caminó hacia el Faraón, todos víctimas de su intenso mirar, los ojos que pertenecieran a Ithil se enfrentaron a los de Akunamukanon.

"Saludos mi Faraón". La voz del niño sonó mezclada con varios coros femeninos y masculinos, una melodía extraña, aterrante y a la vez, incitante.

"¿Quién eres?, ¿cómo te atreves a usar a mi hijo para esto?!". Exigió el Faraón levantándose de su trono de oro.

"Somos mensajeros". Atemu sonrió ante el asombro de sus familiares."Oídnos todos vosotros, han sacrificado 99 almas al Fuego Místico en pos de un poder superior, 7 Artículos les han sido dados por obra y gracia de Ra, derrotarán a los Asirios e Hititas con tal fuerza".

Suspiros de alivio y sonrisas se presentaron por todo el salón.

"El Faraón tiene poder, pero no tiene lealtad y muchos presentes envidian su poder. Ra habla y exige el último rito para este día".

Todos quedaron en silencio, un último rito que no esperaban se les exigía y nadie sabía que era lo que Ra deseaba, salvo una persona que no hablaría jamás.

"100 almas exigía Ra a cambio del equilibrio entre las fuerzas del Demonio y el Dios, faltó una y deberán pagar tal error".

El horror se sintió por todos los rincones del templo y las almas de los ocupantes, frío como los vientos que aúlla junto a los coyotes entre las pirámides y tumbas allá, en el Valle de los Reyes; rápido comos los víboras de las arenas y los halcones mensajeros de los dioses.

En las manos extendidas del príncipe se formaron tres figuras, cada una rodeada por uno de los colores primarios, un gigante alado y dos dragones. Faraón y sacerdotes observaban con cuidado el despliegue frente a ellos.

"Tres son quienes vendrán en nombre de la corte de Ra y los Dioses". Atemu dirigió su vista hacia la izquierda del Faraón, sus ojos fijos en los del Ministro más alto al lado de Isis. "Los traidores se esconden en palacio y muchas veces intentan conseguir el poder por medio de la furia de los inmortales y todopoderosos". El dedo índice de Atemu se elevó para señalar una persona entre los presentes. "El traidor es…".

Antes de que terminara la frase o lograran distinguir al traidor mencionado, una energía de tono rojo golpeó a Atemu directamente, tal golpe le hizo caer hacia delante, donde los brazos de Seth le recibieron rápidamente.

Shaadi alertó a los guardias, encontrar la fuente de esa energía era esencial, en medio de la sorpresa y tumulto interno de muchos, atención distraída fue todo lo que necesito el traidor para callar al espíritu que les hablaba.

Heishin suspiró al notar que nadie se había percatado de su golpe mágico. En el pasado, el nacimiento del príncipe Atemu, sus sueños le advirtieron sobre los poderes precognitivos del niño, un poder que debía temer, incluso sobrepasaría a los Artículos del Milenio; razón suficiente como para intentar provocar su muerte como un recién nacido. Hoy sus miedos se confirmaron, Atemu sabía lo que ocurría.

Atemu abrió los ojos lentamente, los brazos de su primo le sostenían firmemente, en su visual, os siete Artículos que su padre sostendría contra su pecho eran la obra macabra de la tragedia en el desierto. Uno de ellos debía tener parte de Bakura. El sólo pensar en ello hizo llorar a Atemu.

Ese día no iría a jugar a la Orilla del Nilo.

A medida que sus pasos avanzaban por el desierto, su inocencia y travesura quedaba atrás, cada grano de arena en las vastas tierras de Egipto representaba un trozo de su alma carcomido por el nuevo sentimiento que le abarcaba el joven corazón.

Sangre, sudor y lágrimas era todo lo que le quedaba, el dolor, la pérdida y su pequeño hermano envuelto en sus brazos sus consuelos para continuar su travesía sin descanso. Cada paso le arrancaba una alegría, pronto una sonrisa irónica adornó sus facciones infantiles, todo se volvía peor a cada instante. Ahora pronto subiría el sol y no podría continuar viajando por el desierto sin agua y con la precaria salud de Behu en sus brazos, era arriesgar demasiado al pequeño.

Bakura se dirigió a un pequeño oasis compuesto por un poco de agua proveniente de una napa subterránea, un par de rocas y una que otra forma de vegetación, al menos la sombra que proyectaban las enormes piedras serviría de refugio para ellos.

Con sumo cuidado cargó al pequeño y lo depositó suavemente sobre la arena, con su mano sobre su frente se dio cuenta de la fiebre presente en el niño, seguramente las heridas se habrían infectado durante la noche.

Bakura rompió su camisa para formar tiras de tela, una fue mojada para ser puesta sobre la frente de Behu, las otras fueron usadas a medida que Bakura lograba desvestir al pequeño. Las heridas que las espadas y lanzas hicieran sobre su hermano pequeño aún sangraban y un buen número de ellas denotaba una infección. Debía llegar pronto a un lugar donde poder tratar las heridas de Behu, el pequeño sólo tenía 2 años, no sobreviviría por mucho tiempo, y él sabía que no soportaría perder a alguien más.

Cuando Behu comenzó a respirar mejor, Bakura se dirigió al pequeño lago y tratar sus propias heridas. Su reflejo, su rostro cubierto de sangre fresca y seca, aquella espada que le hiriera el rostro, un dolor horrendo le rodeaba, a penas si lograba ver entre toda esa sangre, sus manitas infantiles cubiertas de cortes producto de defender a Behu.

Dos lágrimas mancharon su rostro.

"Mamá, papá, Bausuru, Behu". Los nombres repitiéndose una y otra vez en sus labios y mente. Empuñó sus manos firmemente, una nueva determinación en sus ojos y espíritu. "¡Juró por Ra y Horus que el Faraón y los suyos pagarán por sus muertes!"

El cielo se oscureció y un relámpago cruzó Egipto.

Ese día no iría a jugar a la Orilla del Nilo.