Yu-Gi-Oh! Fan Fiction ❯ A la Orilla del Nilo ❯ El Amanecer de un nuevo día ( Chapter 10 )

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*********Capítulo 10: "Cuatro días más".

El amanecer de un nuevo día, Ra brillante en el cielo, Menfis despierta y presta para comenzar con sus actividades cotidianas. Hombres que salían de sus casas para asistir a sus trabajos, algunos en las plantaciones cerca del Río, otros en los jardines, algunos en las panaderías, los pescadores y guardias también contaban. Funcionarios públicos del gobierno; mujeres que iban y venían hacia el mercado y las hilanderías, más de alguna debía terminar un vestido para una dama de la sangre real.

Risas de niños cantaban por entre el laberinto de casas que Menfis formaba alrededor de las murallas del Palacio del Faraón. Tras las altas e imponentes murallas de piedra pulida, una realidad oculta a los ojos de los egipcios, se apreciaba y sentía en el ambiente.

Ra estaba molesto con el Faraón y los suyos, de cierta manera, Akunamukanon sabía que eso pasaría si aceptaba crear aquellos objetos que, ahora, yacían en manos de sus sacerdotes más capaces. Su hermano Akunadín, quien perdiera su ojo izquierdo en batalla llevaría el ojo dorado para suplir el órgano faltante, éste le permitiría ver en la mente de las personas; el sacerdote del culto a Thot, Shaadi llevaría alrededor de su cuello el peso de la Llave de la Vida, El Anhk, la única llave existente para abrir las puertas del alma y mente; la única sacedotiza, Isis, una capaz mujer con un poder precognitivo muy poderoso llevaría la Corona del Milenio sobre sus cabellos, el objeto que le mostraría el pasado y el futuro; Karimu, el joven Capitán de la Guardia Real y sirviente de Osiris llevaría la Balanza que pesa el corazón de las personas con una pluma como contrapeso, la bondad y la maldad se desplegarían ante él; Mahaado, el Mago y tutor de la Realeza, sirviente y sacerdote de Horus, quien ahora llevaba sobre su pecho la Sortija, una extraña combinación entre su propio objeto y la perfección de un círculo, cuyo poder radica en la búsqueda de los otros Artículos y cierto control sobre la mente de alguno individuos. Por último, Heishin, quien llevará en sus manos el Cetro del Milenio, un objeto poderoso y capaz de controlar la mente de las personas, peligrosa arma en manos de la persona equivocada.

La pirámide sobre su pecho tenía una historia distinta, parecía un colgante, sin embargo, las piezas que la conformaban le daban la apariencia de ser un conjunto de piezas que encajaban entre ellas, una construcción formada por pedazos de oro, extraña manera de resguardar tal poder, un poder que costó 99 vidas y el nuevo castigo de Ra.

Ahora Atemu debería yacer sobre su cama, sanadores y sacerdotes; guardias y sirvientes tenían órdenes estrictas sobre dejarlo sin protección, bastante había sufrido al verle ser un muñequito para un mensaje tan macabro, además aquel golpe de magia oscura le hizo daño considerable.

Akunamukanon sabía que estaba arriesgando a su familia en esta empresa, y aún más, los estaba condenando a la muerte, a ser odiados por los mismos dioses. Tanta responsabilidad sobre sus hombros, era la primera vez en que se arrepentía de ser Faraón y a la vez padre; la corona sobre su cabeza le ordenaba ser el Rey de las Dos Tierras, gobernante, señor y protector de Egipto y su gente, sirviente de los dioses. Por otro lado, sus hijos estaban bajo su alero, no sólo Akunamekanon, Akenamon y Atemu, sino también las niñas, desde la princesa Senefrú hasta la pequeña Hathshet. Al menos él ya había vivido lo que le correspondía, los niños no.

"Tres son quienes vendrán en nombre de Ra y la corte de los Dioses". Fueron las palabras de los mensajeros ante el Concilio, en un comienzo todo parecía tan irreal. Sin embargo, sabio es aquel que siempre se encuentra preparado ante las tragedias, lamentablemente, ya eran demasiadas para estar prestos a evitarlas.

"El cielo se oscurece, las nubes se abren y tres estrellas bajan desde el cielo".Fueron las palabras de Atemu al contarles sobre sus sueños a penas si lograra reaccionar tras aquella posesión. Su hijo más pequeño tenía un poder lo suficientemente inconsciente como para ver algunos eventos del futuro.

El niño en sus brazos lo observó asustado, sus ojitos escarlata mostraban miedo, un sentimiento con tal grado de expresión, que su propia alma se heló al verse reflejado en aquellos ojos.

"El primer día un trueno surcará el cielo de Egipto, más allá de las pirámides y nuestras arenas, aún más largo que el Nilo".

"Al segundo amanecer el día será noche, y la noche día".

"Cuando Ra salga al tercer día las aguas del Nilo se volverá del color de la sangre derramada en el desierto en medio de la tragedia".

"Al cuarto día, los cielos de Egipto se oscurecerán, sin estrellas no será la dama nocturna que cae después de Ra, las nubes y los truenos de una tormenta o terrenal se abrirán, tres estrellas vendrán en nombre de los dioses, el Gigante Alado vestirá con túnicas de azul muerte, el Dragón del cielo de sangre roja bañará las arenas y las murallas de la ciudad, y finalmente el Dragón Alado del sol que trae luz inmortal a nuestro mundo… ellos acabarán con todo, cielo y tierra, luz y oscuridad, bien y mal se unen en tres criaturas que plagan el mundo, cada una con su propio ejercito de sombras".

Palabras de niño que concuerdan con los dioses, una extraña pronosticación para el futuro del Reino de las Arenas y el Sol, si los hechos ocurrieran tal y como Atemu los predecía, y los mensajeros rectificaban, no habría duda alguna que el pequeño poseía un poder más allá de la comprensión humana. Si bien aquellas palabras sonaban demasiado grandes para un niño de sólo 5 inviernos, existía una posibilidad que simplemente fuera una equivocación en el plano metafísico o algún espíritu travieso divirtiéndose a costillas de la angustia de los humanos. No era algo nuevo para Egipto una situación así.

Tantas dudas, tantas preocupaciones y angustias que ocupaban la mente del Faraón, no sólo su reino estaba en peligro, sino también su familia, y eso le apretaba el pecho y hacía sangrar su alma.

Esa mañana todo parecía mejorar para Egipto, ahora, una amenaza tras otra se avecinaban sobre las arenas, cada vez más poderosas y aterradoras. En 5 días llegarían los Asirios e Hititas que masacraron Tebas, y en 4 días Ra descargaría su furia por un error en el ritual de los Artículos del Milenio.

Curioso que objetos tan pequeños trajeran tanto poder y desgracia.

Hace varias horas Mahaado había convocado a la Hada Mística para tratar las heridas de Atemu, si bien, no eran grandes laceraciones en la piel, el entrenamiento de Seth le permitió ver las heridas en el aura del príncipe, si bien una ataque mágico era para causar heridas a nivel físico, mientras mayor sea el nivel del hechicero, las heridas serán a nivel etérico, ya sea en el aura, espíritu o mente.

Si fuera un día como cualquier otro, donde Ra brillando en el cielo fuera signo de bienaventuranza, ellos estarían de vuelta en las riveras del Nilo, los dos príncipes mayores practicarían contra Mahaaado, y Atemu se encontraría con su amiguito para un día de aventuras nuevamente.

Seth se acercó hacia la cama, donde su primo dormía producto de los encantos curativos de los poderes de la Hada Mística. Su pequeña forma cubierta por los cobertores delgado de color verde oscuro sólo acentuaban su palidez, un tono de piel aún más claro que le normal. Seth siempre se había burlado del pequeño, su apariencia no era la de un egipcio, bueno, la de él tampoco, pero al menos su piel era bronceada como la mayoría de los sacerdotes, tal vez un poco más clara que la normal, aunque no dejaba de ser su muestra de Sangre Egipcia. A él no le acompañaba el color castaño de sus cabellos y ojos azules, pero a Atemu se le notaba a leguas que traía más sangre extranjera que egipcia.

El niño mayor se sentó al lado del príncipe, sus dedos infantiles acariciaron los rasgos de Atemu, la yema de sus dedos recorriendo el puente de la nariz, luego los pómulos jóvenes, el contorno de los ojos y por último su largo cabello. El orgullo de Harther y Mána sobre Atemu, su largo cabello blanco, curioso que esas hebras fueran la Némesis del pequeño, era fácil agarrarlo por la espalada usando el cabello como punto de empuje, además se enredaba con las hojas y las ramas de una forma muy divertida.

Tal vez el príncipe subiría sus ánimos si le llevaba con Bakura, sabía que el niño iba todos los días a pescar allí, le había visto con anterioridad. Un muchacho de aldea, de buen corazón y con la naturaleza a flor de piel. Probablemente estaría preocupado por la ausencia de Atemu esa mañana.

"Seth". Una vocecilla le sacó de sus pensamientos, levantó su rostro hacia el origen de la voz. Un par de ojos escarlatas le observaban con curiosidad.

"Estas despierto Atemu". Seth no pudo evitar sonreír ante el alivio que sintió al ver a su primo una vez más con sus ojos abiertos.

Atemu sólo asintió, acariciando ausentemente una joya en uno de sus dedos, parecía un pequeño anillo. Un aire de nostalgia y tristeza le envolvía el alma y se reflejaba en sus ojos con un tímido brillo de amargura.

"¿Y ese anillo?".

La pregunta equivocada, en el momento menos indicado, al menos eso fue lo que pensó Seth cuando vio a su primo retener un par de lágrimas que amenazaban con dejar sus ojos y correr libres por sus mejillas. El niño era pequeño, si, como consecuencia se podía decir que tendía a llorar para defenderse cuando le era menester, sin embargo, casi siempre lo enfrentaba valientemente a pesar de la gran diferencia de estaturas; Atemu a penas si lograba llegar a la altura de su hombro. Llorar no era algo común en el príncipe, rara vez le había visto regalar tantas lágrimas en un día, falso, nunca le había visto lamentarse tanto.

Desde muy pequeño a Seth se le enseñó a ser una mente inteligente, capaz de analizar cualquier situación y leer las expresiones de quienes le rodean, después de todo, si pretendía ser un sacerdote como su padre, debía tener ciertas características y habilidades sobre las personas, además de sus poderes mágicos.

Atemu se comenzó a comportar extraño el día anterior antes del atardecer, eso quiere decir, que algo en ese momento gatillo las emociones en el príncipe.