Yu-Gi-Oh! Fan Fiction ❯ A la Orilla del Nilo ❯ Obelisco, Ra y Osiris ( Chapter 11 )
I know, I know, flojeritis aguditis, esa es mi enfermedad, jeje.
****Capítulo 10 :"Obelisco, Osiris y Ra".
Tragedia, llanto, masacre; oscuridad, temor y horror. Sentimientos que se repiten una y otra vez en los corazones y almas de los habitantes de Menfis casi como un mantra eterno, su esencia capaz de mantenerlos vivos a través de los acontecimientos de aquellos días de ensueño en medio de una pesadilla irreal, mientras Ra salía y se ocultaba sobre el horizonte, pasando sobre las arenas de Egipto, hasta más allá del mar. Los dioses estaban descontentos con ellos, eso era algo que ya habían aceptado desde el momento en que las noticias de la guerra se aproximaban, se podría decir, inclusive que desde la muerte de la esposa favorita del Faraón se avecinaba una era de tragedias, una tras otra, rasgando al Faraón en mil pedazos.
Primero los Asirios e Hititas de los reinos salvajes y guerreros de las arenas más allá del Nilo se acercaban con ansias de conquista y poder. Egipto siempre fue la envidia de las otras tierras; su gente, bendecida por la bondad de Ra y los suyos al hacer correr las aguas del Nilo, y aún más al levantar Menfis y Tebas como ciudades gemelas, ambas de color Blanco prístino, brillantes joyas del desierto que tanto aman. El ejército no era suficiente, Tebas yacía en un lago de sangre y huesos formados por sus propios habitantes, el ataque había sido por sorpresa y los refuerzos no fueron enviados; la amenaza se volvía hacia Menfis, y no lograrían detenerla.
Su Faraón, su amado Rey estaba desesperado por la seguridad de los suyos. La noticia de la Creación de los 7 Artículos del Milenio fue recibida gratamente por la población, salvo por la cantidad de materiales necesarios. Las almas de 99 personas que debían ser sacrificadas en pos de la vida de La Ciudad Blanca y sus alrededores. Nadie sabía que decisión tomaría el gobernante hasta el día en que comenzaron los mensajes del cielo.
Un trueno cruzó el cielo y destruyó el amanecer de un día, convirtiendo el siguiente en una noche casi eterna, hasta que Ra subió en lugar de la noche a su lugar y guardó a los habitantes expectantes, nadie durmió, nadie podría haberlo hecho mientras era tangible el enojo de Ra contra ellos.
Entonces las noticias de la tragedia en las arenas de Kuru Eruna llegaron raudas sobre las alas del viento que corre más allá de las pirámides. La aldea yacía en igual destrucción que Tebas, todos sus habitantes muertos y mezclado con los granos del tiempo y sal del mundo sobre las tierras de Egipto. Muchos proclamaban haber divisado una luz de blancura hechizante aquel atardecer casi noche, una criatura mítica que había volado hasta allí, llevando consigo un tesoro de Egipto; si fueran tiempos más felices habría sido un tema para componer historias y canciones, sobre todo para los niños; pero no lo eran. Los tiempos eran tristes y peligrosos.
Coyotes y chacales rondaban las murallas de Menfis, antes del atardecer del segundo día, que fue amanecer para quienes observaban el extraño comportamiento de Ra, los habitantes se encontraban caminando por los túneles subterráneos de la ciudad. Mientras en la superficie, todo aquel que fuera capaz de sostener una espada o apuntar una flecha era adherido a las huestes de batalla.
Mujeres y niñas se abrazaban a sus hermanos y hombres antes de verlos partir a la batalla, miles de ruegos en pos de la inocencia y niñez de aquellos que apenas si alcanzaban los 12 veranos, serían envestidos de cuero y pinturas de batalla, sostendrían una espada y un escudo, serían muertos o matarían para sobrevivir.
"¡Qué Seth sea maldecido mil veces por este sufrimiento!".
Y aunque Seth se retorciera en su propio infierno, Ra seguría molesto con Egipto.
Las aguas del Nilo se tiñeron de rojo sangre, incluso los alimentos que sus aguas regaban sabían a sangre, aquel empalagoso sabor metálico en el paladar era un recordatorio de todas las tragedias que el desierto guardaría por los milenios a seguir.
Y así llegó el cuarto día, y las palabras de los mensajeros del cielo se hicieron realidad.
Tras la batalla de Los Valles de Menfis, las huestes enemigas habían sido reducidas a cero, la nada misma, la muerte corrió por entre sus filas haciendo caer uno por uno a los soldados extranjeros bañados en su propia sangre y vísceras; estómagos y torsos abiertos al sol, cada músculo, hueso y piel desgarrados por las fuerzas de las criaturas convocadas desde el Reino de las Sombras, un ejército completo de criaturas invencibles y monstruosas como nunca antes se había visto.
Las laderas y valles que rodean Menfis estaba cubiertos por cuerpos inertes. Antes de celebrar una victoria, el paisaje debía ser reparado, por lo que la ardua tarea de instalar nuevamente a las familias y limpiar los cadáveres sería lo que ocuparía los siguientes días de los egipcios.
El cuarto día llegó como un amanecer más en la vida de Khemeth, rayos rojos que anuncian la caída de la dama nocturna frente al Dios Sol, Señor de todos los mundos. Sin embargo en palacio, la historia era distinta, pues aquel día se cumplía la última de las 4 profecías que dieran los mensajeros del cielo al Concilio.
Una vez más la enorme construcción de piedras lisas y resistentes que se alzaba en el centro de los cuatro caminos principales de Menfis yacía sumido en un silencio mortífero. Entre sus pasillos fríos corría la soledad y las sombras de un vacío sin fin, el mensaje de los cielos escrito en el alma de quienes habitaban aquel coloso de roca.
Los sirvientes recorrían los pisos de mármol blanco y crema sin emitir un solo sonido contra ellos, un voto de respecto frente a la desesperación de Sacerdotes, Ministros y el propio Faraón, quienes se encontraban reunidos en el Salón del Trono, puertas cerradas para sus conversaciones, inclusive los guardias debían cumplir su vigilancia varios metros más allá de las puertas. Sus murmullos no debían ser escuchados.
Al salón dorado y blanco no resplandecía con las antorchas de la alegría y felicidad; la majestuosidad de aquella sala cubierta por las finas luces de una esperanza fantasmal se hacía una estancia tenebrosa y a la vez acogedora. Tal vez por la sola presencia del Faraón, sentado sobre el trono de oro, mármol y seda, con su cabeza en alto y corona brillante sobre sus cabellos tricolor, sus manos firmemente sostenían el detalle barandal de los apoya brazos del trono. Horus en la tierra, Ra en el cielo, el Faraón gobierna Egipto y su pueblo le sigue.
El concilio se encontraba reunido entorno al Fuego Místico, una pequeña fuente que en vez de derramar agua, lo hacía con una llamarada azul, la cual corría por entre los relieves como si se escurriera y fuera líquido luminoso. El Fuego Místico era su contacto directo con Ra en el cielo, cuando el primer Faraón subió al trono de Khemet con la ayuda de Ra, se le fue entregado esta porción de su poder, era un oráculo, una alegría, era todo lo que podría necesitar el Reino de las Arenas. Sin embargo, ahora sólo les recordaba el propio error y el destino que les deparaba. Si Ra en lo alto fuera benévolo Khemet y los suyos estarían a salvo, pero si los mensajeros estaba en lo correcto y Ra yacía sumido en la furia por el desequilibrio entre el Dio y el Demonio… Egipto estaría perdido para siempre.
Las llamas azules y su luz reflejada en la inmensidad de los ojos del Faraón era un espectáculo que Nimrodel siempre disfrutaba, ella era la Reina, la madre de los herederos de Akunamukanon; él la amaba, de eso estaba segura, tanto o más que a su propio pueblo y a Egipto, su amada Egipto. Akunamekanon y Akenamon eran sus orgullos, dos niños que provinieran de su vientre y su dolor durante el parto, Isis y Hathor le habían bendecido con un trabajo rápido y dos bebés saludables. El mayor ya tenía la edad para subir al trono en caso de que algo le ocurriera al Faraón actual, a pesar de su juventud, su sabiduría irradiaba una luz propia desde su interior, un ser transparente e inteligente. Akenamon tenía la picardía que al mayor le faltaba, su segundo hijo también era heredero directo al trono; desde un punto frío, su puesto estaba asegurado en el harem y ya nadie podría quitarle el lugar como Reina… a menos que el pequeño Atemu subiera al trono… el único hijo varón que Ithil pudo traer al mundo, aquella muchacha casi le quita su lugar en el escalafón de las esposas de Akunamukanon… y mucho tiempo atrás le quitó el corazón del Faraón.
Ahora, cuando sus hijos eran el centro de atención del Concilio, sus progresos de magia, la edad de Akunamekanon y su inteligencia, todo giraba entorno a ellos, cuando al fin lograba reubicarse en lo más alto del harem; resultaba que el pequeño Atemu tenía poderes precognitivos aún mayores que los de Isis, y para remate, ni siquiera tenía el brazalete catalizador que tanto trabajo le costara ganar a Akunamekanon; y ya convocaba criaturas del Juego de las Sombras con su poder mental. Mahaado no se detenía con sus halagaos para el príncipe, y la sorpresa del Faraón al ver la nueva tableta en el templo no fue menor… sólo 4 mortales podrían convocar tal máquina de destrucción y el ratoncillo de 5 años era uno de ellos, todo porque la bella Ithil había dado su Ka y Ba en pos de la vida de su hijo y sus poderes de las sombras… la vida se le complicaba cada vez más con ese niño alrededor, y la Reina Nimrodel no tiene obstáculos ni enemigos.
Aquel día había sido el sinónimo más completo de aburrimiento para los niños en palacio, después de todo, sólo los adultos tenían permitido conocer la información sobre los acontecimientos pronosticados, los pequeños aún no necesitaban agregar preocupaciones a sus hombros, ya tenían suficiente con la pasada batalla.
Después de sus lecciones de aritmética y las de biología, Atemu se encontró con el resto de la tarde completamente libre, Mahaado y Karimu no estaban en sus estudios, ni en los templos, por lo que sólo le quedaba ir al Salón del Trono, pero no iría a molestarlos por una niñería como estar aburrido, debían estar con su padre discutiendo de asuntos importantes como siempre que no parecieran para las lecciones.
Silencio y temor, dos cosas que se respiraban desde hace mucho en Menfis, pues el palacio estaba recargado con otra esencia y a la larga lo hacía diferente a la ciudad misma. Ni una sola alma entre los corredores, ni un solo ruido salvo por sus propios pasos, el cuero delgado que hace contacto con el mármol en los suelos de palacio.
El jardín interior se apreciaba desde aquella intersección, donde los pasajes que conducen hacia las recámaras de los sacerdotes y el Gran Vestíbulo se juntaban. Los altos techos con sedas doradas y blancas colgando desde las molduras y los tapices que cubrían las paredes, enmarcaban las puertas del Jardín del Harem, allí las más bellas flores se cultivaban y quien creyera que el primer patio era hermoso, allí encontraría el paraíso.
Parte del agua que traía el brazo del Nilo que pasaba bajo la ciudad iba a dar allí, a un pequeño Río que corría y cruzaba completamente por entre las verdes y blancas; azules y amarillas formas que se alimentaban de sus aguas frescas.
Atemu se acercó al agua, proveniente del Río Nilo, verlas allí, corriendo como el tiempo lo hacía y carcomía los días para convertirlos en noche y la noche en día , así sucesivamente hasta el momento en que Ra decida ir más allá de las montañas que arden y abandonar a sus hijos a su suerte. Con sus pies descalzos terminó el trayecto sobre la hierba que crecía entorno a la fluente, sentándose sobre ella, con sus pies sumergidos en las frías aguas, Atemu esperó, sus ojos atentos a los colores del cielo en la majestuosidad de su danza sobre las nubes arreboladas en el firmamento.
Cinco lunas atrás habían quedado sus juegos en la orilla del río Nilo, aquellos días de felicidad estaban en el pasado y permanecerían allí, guardados en la mente y alma de Atemu mientras viviera. El recuerdo de Bakura, su presencia, su voz, su risa, sus travesuras, su paciencia, todo lo que Bakura abarcaba con su mirada, esos detalles que vivían en lo más profundo de su recuerdo salían a la luz del atardecer.
El niño le había enseñado muchas cosas. Atemu tenía la educación necesaria para un hijo de la realeza, es decir, las mejores lecciones de todos los alrededores del reino y los recursos para aprender y obtener una cultura que le hacía superior en muchos ámbitos frente a quienes conformaban el bajo pueblo. Sin embargo, eso le hacía un niño mimado, a penas si conocía las afueras de las altas murallas del Palacio, sabía que frente a cualquier peligro sólo tenía que llorar y un sirviente vendría para ayudarle. Bakura le enseñó a hacer las cosas por si mismo y le mostró las capacidades que podría obtener si se esforzaba.
Apreciar el esfuerzo que cada cual hace para lograr un objetivo, la gran lección de Bakura.
Bakura le había entregado un regalo muy especial, no sólo el anillo que los ligaba como amigos, sino también su propia visión del mundo, aquella donde la otra cara de la moneda era vista, ese mundo donde no existía lo material como importancia principal, eran los sentimientos, la familia, la unión, todo aquello que rodeaba las emociones y el cariño.
Cariño, a esa palabra Atemu sonrió, abrazos y besos entre ellos fue algo que iba y venía fácilmente. Bakura parecía tener una debilidad en abrazarlo en cada momento que pudiera, aunque fuera sólo sostenerlo entre sus brazos, cosa que a él le encantaba, todo en Bakura le encantaba. Cuantas veces se quedaba observando al otro vestirse después de una tarde nadando en el Nilo, le fascinaba la vista de aquella forma infantil con una porción de musculatura marcada, casi como la de Mahaado, más suave… más natural. Besos, todos en las mejillas, una forma de agradecer entre ellos por un favor o por simplemente estar allí… bueno casi todos en las mejillas, el último había sido en los labios, como en las bodas…como dos personas que se aman.
Atemu se sonrojó al pensamiento, pero luego de ver sus manos, una vez más manchadas con la sangre que cubría los cabellos blancos de un cuerpo sobre las arenas de Kuru Eruna, su rostro se volvió pálido y la sonrisa se borró de sus labios.
Dos gotas cayeron sobre su rostro. Nubes cubrían el cielo del atardecer en Egipto, cargas de lluvia, sus formas oscuras que se entremezclaban con los vientos suaves del comienzo de la noche. Pronto el firmamento completo se cubrió por las nubes y su lluvia, el príncipe aún estaba sentado en el jardín, completamente empapado, sus ojos no dejaban el espectáculo frente a él… la lluvia en Khemet era extraña.
"Oye lombriz". La voz de Seth desde el ventanal principal del jardín hizo que Atemu volteara a verle."Te estas mojando imbécil".
"No me digas". Comenzó Atemu mientras se colocaba sus zapatos una vez más. "Fíjate que no me había dado cuenta tonto".
"Bueno eso prueba que eres un imbécil".
"Mira quien lo dice pedazo de excremento de camello".
Antes de que el niño más alto pudiera responder al insulto, un trueno se escuchó resonar entre los muros de palacio, su eco vibrando en cada rincón solo para rebotar con mayor fuerza hasta cubrir todo el espacio con su presencia una y otra vez, hasta que el silencio ganó la batalla una vez más.
Una luz cruzó el cielo, su color dorado bañó Khemet con su brillo, las sombras de ambos niños se dibujaron entre la oscuridad, Atemu volteó para ver por el ventanal, Seth tras él observaba con sus ojos abiertos de par en par lo que ocurría en el cielo.
Entre las nubes oscuras, las gotas de lluvia y los relámpagos se encontraba la forma de un círculo oscuro, una estructura que parecía tragar todo a su paso desde el cielo, era negro, más que la noche, aún más que los mares insondables del tiempo y el Reino de las Sombras, era un monstruo que comería todo lo que a su paso se sostuviera bajo Ra. De pronto tres luces salieron de sus entrañas, la de la derecha era roja, tanto más que el rubí que Ra proyectaba sobre Menfis al morir o nacer en el horizonte; la de la izquierda era azul, tanto o más fría y oscura que los ojos del niño vestido de túnicas verdes y cabello castaño; y la del centro era dorada, Ra brillaba una vez más en el cielo, sólo que esta vez su luz no era tibia y gentil, era hostil, aterradora y mortal.
"Al cuarto día, los cielos de Egipto se oscurecerán, sin estrellas no será la dama nocturna que cae después de Ra, las nubes y los truenos de una tormenta o terrenal se abrirán, tres estrellas vendrán en nombre de los dioses, el Gigante Alado vestirá con túnicas de azul muerte, el Dragón del cielo de sangre roja bañará las arenas y las murallas de la ciudad, y finalmente el Dragón Alado del sol que trae luz inmortal a nuestro mundo... ellos acabarán con todo, cielo y tierra, luz y oscuridad, bien y mal se unen en tres criaturas que plagan el mundo, cada una con su propio ejercito de sombras".
Seth se salio de su estupor y miedo al escuchar la voz infantil de su primo repetir la sentencia que diera hace 4 días frente al Concilio del Milenio. Los tres mensajeros de los dioses estaban aquí, y venían por su venganza.
Seth tomó la mano de Atemu cuando la luz azul desapareció del cielo y la tierra tembló bajo sus pies, cada paso que daban hacia la salida de aquellos corredores atestados con adornos de las paredes, los cuales caían de sus lugares rompiéndose contra el mármol, parecía aumentar la intensidad del terremoto. Las piernas de Atemu apenas si le seguían en sus velocidad, debían salir de allí rápido y encontrar a los adultos que sabrían que hacer.
Las paredes se agrietaron, el suelo se abría en pequeñas grietas; allí, al afrente de ellos se encontraban las puertas que daban hacia los pasillos menos atestados en palacio, el camino hacia el Salón del Trono. Ambos niños corrían sin detenerse, si lo hacían podían hacerse daño.
Sin aviso el techo sobre ellos se agrietó, sus piezas de roca sólida y pesada caían sobre su suelo inmediato, rompiendo cuando estuviera bajo su peso. Un jarrón de porcelana estalló producto del impacto, finos trozos blancos y azules salieron en todas direcciones como proyectiles, la pantorrilla derecha de Seth se cubrió por ellos y sangre, haciéndole caer. Atemu sostuvo a su primo inmediatamente, sus ojos en busca de ayuda para el mayor.
Una sombra se proyectó sobre ellos, la lluvia que entraba al palacio por donde el techo sucumbiera había cesado. La curiosidad hizo que ambos niños miraran hacia arriba y quedaran helados, frente a la criatura que los observaba oscuramente. Era un enorme dragón color sangre, tan largo que rodeaba fácilmente el palacio completo, cu cuerpo enroscado entorno a las murallas blancas del centro de Menfis; pero aún más temible que su tamaño eran sus dos bocas dentadas. Una sobre la otra, ambas provistas de enormes y hambrientos dientes que fácilmente despedazarían cualquier cosa.
La criatura los observaba, sus ojos amarillos muertos eran lo que más asustaba a Atemu, quien no podía moverse del miedo que ello le producía. Seth temía por sus vidas, por el dolor que podría traerle la mordida de aquellos dientes feroces.
Un nuevo temblor sacudió la tierra, esta vez derribó las puertas y murallas, techo y demás paredes que sostenían el Salón del Trono. Sus ocupantes quedaron al descubierto, la lluvia cesaba sobre sus cabezas. La tierra se abrió frente a ellos, una grieta de enorme tamaño para dejar salir de sus entrañas a un gigante de color azul, ojos rojos observaban la destrucción a su alrededor con satisfacción, sus dientes y colmillos sobresaliendo de lo que podría ser su boca.
Atemu vio a su padre ponerse de pie frente a él, la diferencia entre tamaños sólo hacía más aterradora la situación. Los cientos de guardias que habían llegado al lugar rodeaban al monstruo con sus lanzas y espadas, los 6 sacerdotes principales se encontraban entre el Faraón y el.
Con un movimiento de sus manos, el monstruo azul barrió con los guardias, muchos de ellos caían sobre los escombros, sus miembros torcidos en ángulos extraños, ojos abiertos de par en par en su agonía, dolor o muerte. El crujir de los huesos de esos hombres entrenados para la guerra era una melodía tétrica que se mezclaba con la respiración de las dos criaturas extrañas.
Los siete objetos brillaron el la oscuridad, su poder confinado era, una vez más, convocado al plano real contra una amenaza, los pasos del Gigante que hacían temblar la tierra bajo sus movimientos se acercaban al Faraón y los suyos.
"Obelisco". Dijo Atemu al verle avanzar.
"El atormentador". Completó Seth, recordando una de las leyendas en Khemet durante el Reinado de Ra. El gigante alado de color azul era una bestia legendaria, sedienta de sangre como ninguna otra.
"Eso quiere decir, que él es Osiris". Señaló Seth frente al dragón que ya no los observaba, sino que se acercaba con movimientos sinuosos hacia el brillo de los objetos.
La batalla que se libró allí, sería recordada por las generaciones de miles de años, los poderes de ellos eran parejos. Hasta que de la nada se hizo presente un Dragón Alado dorado, su grito de guerra. El dragón de Ra estaba allí para consumar venganza. Su fuego se esparció por las ruinas de Menfis, todo la ciudad yacía en la destrucción, y los objetos del Milenio no habían evitado nada.
El nombre del Faraón Akunamukanon sería recordad por su sucesor, Akunamekanon, quien recibiera la corona de su padre de las manos de Akunadín. La sangre derramada por el antigua Faraón aún estaba fresca aquella terrible mañana, donde Ra los saludó en medio de la destrucción de la Ciudad Blanca.
Obelisco, Osiris y Ra, tres bestias que rondaban por las arenas de Egipto, arrebataron esa noche la vida del gobernante Akunamukanon.
Larga vida al Faraón Akunamekanon, hijo de Osiris.
El Desierto permanece impávido ante el paso de los años, hace tiempo que su niñez había sido dejada a tras, allá donde la sombra de las pirámides toca la tierra al atardecer, en el punto culmine donde Ra desaparece y deja el Reino a la Dama nocturna, entre las arenas se encuentra huesos y ruinas de casas, Entre los granos del tiempo yacen los recuerdos. Kuru Eruna parecía borrada del mapa 10 inundaciones más tarde de la tragedia.
Un grupo de caballos cruzaba el desierto, sus jinetes cubiertos por ropas oscuras y raídas por el tiempo y el uso, alforjas llenas de tesoros en sus monturas. Rostros cubiertos para evitar los rayos de Ra en exceso. Raudos como el viento corrían por allí, dejando a su paso las huellas de sus monturas.
A la cabeza corría un semental negro azabache, su jinete, con las riendas perfectamente tomadas. El animal era una bestia salvaje domada, aunque sin perder su orgullo y dignidad, parecía haber aceptado a quien lo montaba con tal maestría.
Horas de viaje por las arenas, los 15 jinetes se detuvieron en las afueras de Tebas, la ciudad bullía en movimiento, el mercado, la plaza, los Templo, todo estaba repleto de personas.
Los pasos rápidos del líder, sus manos cargadas con bolsas de piel, los hombres que le seguían de cerca, sus espadas a la vista de todo aquel que osara acercarse más de lo debido. Pronto llegaron al final del mercado, donde las plataformas y puestos se llenaban con una mercancía distinta a objetos. Esclavos para vender y comprar.
"Busco a Keone". Anunció con su voz autoritaria, todo temblaron ante él.
"Salió hace dos días para Menfis". Contestó uno de los vendedores, su miedo tangible a su alrededor.
"¿Llevaba al esclavo con él?".
"Si".
Sus dedos quemados por el sol del desierto descubrieron su rostro, facciones de un ser sobre humano, el rasgo característico de él era la cicatriz que cruzaba su ojo derecho, tan inerte como el izquierdo. Una mueca malvada era su deformación de sonrisa, un par de mechones blancos caían sobre su frente.
" El muy maldito". Murmuró bajo su respiración. " Si alguien llegar a verlo, díganle que Zoku le hará una visita".
Los hombres se acercaron a su líder, la admiración y respeto escritos en sus ojos como un libro abierto.
"¿Qué haremos Señor Bakura?".
"Iremos a Menfis, no es mucho el viaje". Dijo acariciando ausentemente el adorno que colgaba de una cuerda en su cuello. "La capital tiene buenas tumbas para saquear".
"Behu, estoy a un paso de recuperarte, hace mucho que no voy a Menfis, esta vez me aseguraré de vengar a los nuestros con la sangre de esos cerdos de la realeza".
Ra les vio viajar sin descanso bajo sus rayos, el desierto recibió en su centro a los ladrones más temidos de todo Khemet; y los dejó pasar por sus arenas camino a Menfis. Sólo debían seguir el Río Nilo y llegarían a la Ciudad Blanca, hogar de los Faraones.
****Notis:
Em… BAKURAAAAA!!!!!! En el nombre de Ra, el otro día encontré una foto muy sexy de Bakura Egipcio, creo que haré una escena con ella y mi mente pervertida, jejeje.
A ver, no tengo escusas para demorar tanto en actualizar, pero es que esta semana comencé mi último año de estudio y esto se me esta poniendo pesado, en fin, cada oveja al rebaño no?.
I need help, I need reviews, I need everything !!!!. a ver, lemon o no lemon?? Ese es el dilemma, ustedes eligen.
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