Yu-Gi-Oh! Fan Fiction ❯ A la Orilla del Nilo ❯ Diez años más tarde ( Chapter 12 )
****Cap. 12: "Diez años más tarde".
La habitación aún se encontraba sumergida en la oscuridad, las estrellas dejaban pasar suficiente luz como para reconocer los objetos que formaban parte del mobiliario; varios cojines sobre bancas de madera apoyadas contra las paredes, una mesa repleta de libros y hojas de papiro sueltas, pinceles y tintas. Contra la pared del lado de la puerta se divisaba un mueble de madera, detalles en sus puertas que brillaban con una luz blanca en medio de la penumbra.
En medio de aquel espacio, la cama de cuatro postes, cortinas semitransparentes la rodeaban dando un toque de privacidad par quien la ocupara, la sombra de los cojines y las sábanas cubriendo una figura entre ellas era todo lo que se podía apreciar. Un suspiro precedió al sonido de sábanas deslizarse contra piel.
Una mañana más que comenzar sumido en la oscuridad que precede al amanecer, antes de que cualquier alma en Menfis despertara. Largas piernas que de deslizan desde el calor de las cobijas al aire de la madrugada, la frescura que la brisa fría trae y queda rondando en las paredes hace bailar las cortinas antes de ser abiertas por las manos del dueño de la habitación.
La niebla aún se encontraba a la altura de la tierra, cubriendo todo el valle del Nilo, su espesa capa de nubes y agua resguardaba las tierras del valle y las afueras de la ciudad. Una vista hermosa desde el balcón del príncipe Atemu, desde donde varios pajarillos blancos alzaron el vuelo al verle acercarse a la baranda. El viento frío le envolvió e hizo tiritar; la túnica blanca de seda brillante a penas si le entregaba algo de calor en aquella madrugada.
En busca de calor, Atemu envolvió sus brazos alrededor de su figura juvenil, observar el mundo antes del amanecer era una costumbre para él, desde la muerte de su padre y la coronación de su hermano mayor sentía la necesidad de observar a Egipto y ver con sus propios ojos que las arenas y su gente estaban a salvo de la furia de las tres criaturas que vagaban en las arenas del salvaje desierto.
Una mirada más sobre la Ciudad Blanca, y Atemu se encamino de vuelta al cuarto, bajo su balcón se desplegaba una escena de rutina diaria desde hacía pocos meses; ya no tenía que observar con sus ojos la alta figura del Sacerdote Azul caminar hacia los Templos a orar antes del amanecer, frente a la tablilla del Dragón, por el descanso de un alma amada.
Antes de que traspasara las cortinas que separaba los ambientes de su balcón y recámara, gorgojeos llamaron su atención. En el borde de la baranda, entre los maseteros y flores que adornaban el lugar le observan variados pajarillos, tan pequeños que serían fácil presa de Horus, el halcón de caza que Seth entrenara junto a Kisara. Una sonrisa triste le acaricio el rostro, tantas muertes que calaban en el corazón de todos, ahora Seth sufría por aquella perdida.
Tantos recuerdos agridulces que abarcaban la mente de los habitantes de Menfis en los últimos años, primero la masacre de Tebas y Kuru Eruna, días después el Faraón caía muerto bajo el poder de tres criaturas que asolan ciudades y pueblos aleatoria mente cuando se enfurecen, Menfis había estado dos veces en esa lista. Hace menos de dos meses los enfrentaron una vez más, y ellos cobraron una vida de palacio. Kisara, una hermosa joven que Seth rescatara de mercaderes de esclavos; tantos planes tenían juntos, el matrimonio sería celebrado a penas Seth se recibiera como sacerdote principal en el Templo… la tragedia azotó la joven pareja, en pos de salvar a su amado de las garras del Dragón Alado de Ra, Kisara dio su Ka para formar un monstruo de sombras para Seth. Así, otro dragón Blanco de Ojos Azules fue agregado a la pared del Templo, al lado de aquel que sólo una vez ha sido convocado. Desde entonces Seth parece un muerto en vida, sus ojos perdieron toda su expresión, es como si Kisara hubiera salvado el cuerpo, pero no el alma del sacerdote.
En medio de sus pensamientos Atemu comenzó su rutina diaria, debía estar listo antes de que algún sirviente fuera a ayudarle a vestir y maquillar, prefería escoger él mismo los colores y así siquiera tener algo de autonomía en palacio.
Primero un baño rápido con agua fría, las fluentes del Nilo le despiertan de tal letargo, saludar a Ra con lucidez era un requisito mínimo en la realeza, o al menos para Atemu. No necesitaba una tina de agua caliente ni aceites aromáticos como acostumbraban a hacerle bañar, sólo la suave tela perfumada y las frescas gotas de agua sobre su piel y cabello.
Un día normal requería túnicas cómodas, nada de largos kilts y pesados adornos, sólo lo esencial para asistir a sus deberes, una túnica violeta con bordes dorados hasta las rodillas y la típica joyería que le identificaba como 2º en línea al trono, y sanador mayor de palacio.
Pasos pesados que resuenan en los pasillos desiertos, ni una sola alma despierta, salvo él, el caminante dormido. Falso, quien le diera ese nombre, también debía estar despierto, observando desde su balcón la inmensidad del desierto cubierto por la niebla del Nilo. El paisaje maravilloso de la madrugada entre las arenas y el agua que caracterizan, bendicen y maldicen a Khemeth.
Seth detuvo sus caminar bajo el balcón de la habitación de su primo Atemu, la figura del otro joven apoyada en el barandal de piedra, ojos perdidos en el horizonte aún oscuro, donde las estrellas brillan y la Dama Luna casi cede su reinado a Ra.
Un susurro del viento frío del desierto le recorrió, manos fantasmales que le acarician la piel que la túnica sacerdotal azul no cubre, brazos y rostro. Cerró los ojos, su imaginación que le proyecta las manos finas de Kisara sobre sus labios en una caricia de amor, la yema de sus dedos curiosos que recorre suavemente su sien y párpados, casi le parece escuchar la voz suave pidiéndole que abriera sus ojos para que ella escudriñara en ellos. Dos meses ya, se sentían como dos eternidades sin ella.
Un suspiro abandonó sus labios antes de continuar su camino hacia la plataforma de Horus y luego a la de Anubis para cumplir con sus deberes matutinos y orar a los dioses.
Ra se asomaba en la línea del horizonte cuando Atemu logró despertar a su pequeño hermano, Anhkenamukanon era su nombre, en honor el Anhk, símbolo de la vida eterna y a Akunamukanon, el Faraón anterior; claro que para un niño pequeño era un nombre muy largo, y Nimrodel decidió darle uno más pequeño y fácil. Fuera de rituales y en familia, era conocido como Yugi, "Juego" en la lengua madre de la Reina; quien le diera a luz 7 ciclos lunares después de la muerte de su esposo. El niño era la imagen de su padre, el único de los 4 que heredó el cabello tricolor que tanto caracterizaba al justo Rey, sin embargo, sus ojos eran violetas y reflejaban tal travesura e inocencia que era difícil relacionarlo con su primer nombre, tal vez por eso, nadie lo usaba y meramente era Yugi.
Atemu observó a su hermano menor caminar a su lado, no le había permitido a la sirvienta aplicarle el maquillaje si aún estaba medio dormido, no era agradable restregarse los ojos y quedar manchados con líneas de kohl oscuras por todo el rostro. Lo madrugador no lo tenían en común, pero si la estatura… Ra decidió que ambos fueran más pequeños que la norma… y que Seth fuera casi tan alto como las estatuas de Osiris en las esquinas del Salón del Trono… definitivamente alguien allá arriba no le apreciaba mucho.
"Atemu". Yugi alcanzó la muñeca de su hermano, había estado tentado de tirarle del pelo, pero sabía que pronto se encontraría con varios cientos de Kuribohs sobre él. Las bolas de pelos solían aparecer de la nada cuando alguien trataba de agarrar el cabello de su hermano, y su ataque era aterrador. "¿qué haremos hoy?".
"Mejor dicho, ¿Qué harás?". Le contesto Atemu sin observarle un solo instante, sus pasos largos y firmes que el llevan hasta la biblioteca. "Simple, Karimu estará para tus lecciones de Aritmética, luego irás con Isis para las de biología y por último podrás ir con Shimón para finalizar con literatura".
"¡Qué aburrido!". Exclamó el pequeño cruzando sus brazos sobre el pecho. "Juega conmigo, por favor".
"Lo haría Yugi". Atemu le sonrió. "Pero debo atender un Concilio antes de desayunar, y créeme, que dudo que desayune hoy".
"¿Heishin otra vez?".
"Si, otra vez, Heishin y sus ideas sobre la fiscalización de los esclavos y las raciones de comida". Atemu suspiró, el tema había sido tratado muchas veces por medio de las leyes de esclavitud y salud que existían en Egipto, aún así el sacerdote continuaba con sus aspiraciones por reducir costos en esclavos, su alimentación, vivienda y familia. " Y después debo ir al Mercado, hoy hay subasta de esclavos y debemos revisar las legalidades".
"Esos tipos que te ponen carga tras carga solo por ser el Sanador de palacio y conocer sobre salud". Yugi frunció el ceño. "Al menos déjame acompañarte al Mercado, estoy aburrido aquí y me he comportado… además…."
"¿Si?".
"Además… nada".
Atemu frunció el seño ante el comportamiento de Yugi, el pequeño jamás dudaba cuando deseaba opinar o pedir algo, pero ahora, algo estaba mal… ¡Claro!, desde hace mucho tiempo que Yugi deseaba tener un amiguito con quien compartir su día y jugar. Tal vez no sería mala idea traer un niño de entre los esclavos, claro que eso sería después de un minucioso análisis de aura.
"No sería mala idea conseguirte aquel amiguito del que tanto hablas".
Los ojos de Yugi se iluminaron, había dado en el punto exacto.
Aritmética con Karimu era algo divertido, el enorme moreno era un haz para los números, algo atolondrado si le sorprendías con algún problema, pero aún así, era capaz de resolver problemas tanto o más grandes que las pirámides.
Yugi estaba sentado al lado del enorme ventanal que da de la biblioteca al Jardín Interior del comedor, la luz de Ra que se filtra por entre las sedas de los cortinajes y el reflejo de sus rayos entre los adornos y el oro de las paredes, le daba al ambiente un toque de tibieza y quietud, una de las grandes razones por las que amaba ese lugar.
"¿Crees que Heishin ya está lanzando humo por las orejas?". La voz de Karimu le sacó de sus cavilaciones, una pregunta que no pasó desapercibida por los demás ocupantes de la habitación, Isis y Shaadi.
"No me sorprendería". Contesto Shaadi, varios papiros transcritos a otros símbolos que Yugi no entendía, le llamaban idiomas extranjeros, pero si no los podía leer no importaban. " Atemu llevaba una cara de los mil demonios cuando escucho sus argumentos, comenzando sobre los partos y la mortalidad del nacimiento para mujeres y niños".
"Ni lo menciones". Comentó Isis. "No esperes que se quede muy callado, todos sabemos que él es uno de los mejores Sanadores de todo Khemeth, y sobre partos, sabe mucho".
"Isis tiene razón". Aportó Yugi, era conocido por todo el reino que Atemu había logrado atender a una esclava, cuyo bebé era demasiado grande como para que naciera en forma natural, era seguro que madre e hijo morirían, pero su hermano se las arregló para que de algún modo ambos sobrevivieran.
"Si, Atemu aprendió mucho cuando fue enviado al campamento de las pirámides como entrenamiento". Isis se levantó de sus cojines y caminó hacia uno de los estantes con libros, de él sacó uno y lo abrió en una página para que Yugi lo observará. Eran las notas de Atemu y Mahaado cuando el aprendiz estaba entrenando en medicina. El dibujo y las notas mostraban claramente el procedimiento a seguir, una incisión en el vientre de la mujer, luego de la mezcla de opio y otras drogas. Una operación arriesgada y exitosa. "Como vez, la vida de los esclavos es muy dura, incluso ella debía trabajar al día siguiente, no es necesario que Heishin les dé más cargas sobre los hombros de ellos, serán esclavos, pero son personas".
"Si".
"Son conceptos que Akenamon te enseñará cuando tengas un esclavo a tu servicio, a pesar de que es tuyo por derecho, hay cosas que se deben respetar en ellos; no es tu obligación, pero por ser humano lo harás".
"Sabias palabras Mahaado". Comentó Isis ante el recién llegado, el Mago de pie cerca de la mesa donde Yugi cumplía con sus deberes. "Supongo que Atemu gano una vez más"
"Ni lo menciones, ardió la hoguera allí, pero el ratoncillo salió victorioso". Una sonrisa agració los rasgos del Mago. "No se podía esperar menos de él".
Yugi no pudo evitar reír ante el sobre nombre de pequeño de su hermano Atemu, sólo los sacerdotes eran capaces de llamarle Ratoncillo, producto de su fascinación por los libros, en más de alguna ocasión los había devorado en pos de obtener conocimientos, esa sabiduría que empleaba en su cargo como Príncipe de Khemeth.
Claro, dile ratón y arde la gran hoguera, no sería una exageración decir que puedes terminar atrapado en el Reino de las Sombras por una eternidad, o tal vez dos.
"Debe estar muy tenso, espero que el presente que le envié le ayude a soltar tensiones". La voz de Isis sonaba melosa, signo de que lago tramaba, algo grande y malo.
"Se podría saber, ¿Qué clase de regalo le has enviado?". Preguntó Mahaado con cierta sospecha en su voz.
"Una cosa muy linda que me mandaron de otro reino, claro, sería para mi uso personal si no encontrara a mi actual esclavo tan fascinante". Comentó Isis observando sus uñas. "Creo que le falta algo de entrenamiento en la cama, pero es del tipo de Atemu, ya sabes, alto, cabellos claros, cierto tono miel de piel".
"O sea, le has mandado un esclavo de cama al príncipe Atemu que ha rechazado muchas esclavas y posibles esposas". Shaadi, le observó con ojos inquisidores. "Y como ha rechazado mujeres le envías un hombre, si serás ciega Isis, si fuera princesa sería el regalo perfecto, tal vez Atemu tiene gustos más refinados en chicas, nada más".
Mahaado tomó el asiento vacío al lado de Yugi, observó al príncipe y le cubrió los oídos con ambas manos.
"Shaadi, a Atemu no le gustan las chicas, eso es demasiado obvio". Luego de esas palabras Mahaado dejó ir a Yugi, quien le observó asesinamente desde su asiento.
"Si al príncipe le atraen los hombres, yo soy un Niwatori". Finalizó Shaadi.
"Pues prepárate para pasar tus días con plumas o en un asado". Finalizó Yugi, sorprendiendo a los adultos mientras continuaba sus deberes como si se tratara de una conversación normal.
Hace horas que estaba allí, esperando, tal y como se lo ordenara su ama. Esperar a que llegara su nuevo amo y complacerle. Parecía tan sencilla la orden, pero era tan complicada para él, no había sido entrenado para complacer a alguien entre sábanas, sólo sabía los métodos para con mujeres, algo básico en la vida… pero tenía entendido que su amo era hombre. ¿Qué tal si su poca experiencia no le agradaba?, ¿si hacía algo mal?.
De pronto escuchó pasos que se dirigen hacia esa habitación, pisadas que hablan de cansancio y exasperación, tensión y malestar. Era obvio que esas emociones serían vertidas sobre él, tal y como la Ama Isis lo hacía con el esclavo de turno cuando pasaba un mal día. Lágrimas se formaron ene sus ojos al pensamiento de ser tocado contra su voluntad, tenía miedo, odiaba admitirlo, pero estaba muy asustado.
Las cortinas se abrieron, la figura de su nuevo amo entró en la habitación. No era alto como lo había imaginado, tampoco viejo ni regordete, no tenía rostro de amargura, era todo lo contrario, una criatura extraña que más que humano parecía un duende.
Cabello blanco suelto tras sus pasos, figura pequeña envuelta en túnicas informales, su mano derecha sostenía la tiara que le identificaba como realeza, la dejó sobre el tocador y simplemente se recostó boca abajo sobre las suaves colchas de la cama. Sus hombros estaban tensos y se veía que la poca mañana ya había sido pesada sobre sus espaldas.
Boca abajo sobre la cama, orden implícita, Jouno se acercó a su amo y suavemente comenzó a masajear su espalda. Sus manos recorrían la suavidad de la túnica y la piel que exponía, no sería mala idea s sus manos eran tan suaves como su espalda y le acariciaban.
"Señorita Teana, creo haberle prohibido hacer…" Jouno se encontró con los ojos carmín del príncipe, la única parte de su cuerpo que no parecía frágil. "…eso…".
Esto se complicaba. Atemu suspiró, la sorpresa del primer momento ya había pasado. En un comienzo pensó que tendría que pedirle a Teana que se alejara una vez más, tenerla en la misma habitación y con una cama era como para invitarla a que tratara de dormir con él, como ya lo había hecho en el pasado festival de Quetech. Ahora si se ponían interesantes las cosas, a este joven no lo conocía… joven…. Si, joven, podría ser hombre o mujer, daba lo mismo, seguía siendo delicado y con un aire de ternura y hermosura a la vez, un interesante invitado a los ojos en primera vista.
"¿Quién eres?". Preguntó Atemu observando detenidamente al rubio frente a él, sus ojos expresaban un temor implícito, era un esclavo, un esclavo inexperto en la materia que le habían asignado. "Puedes hablar".
"S-soy… Soy Jouno, Amo". El titubeo del miedo en su voz, aquella palabra tan lejana que identificaba los dos estamentos sociales.
"¿Qué haces aquí?".
"La Ama Isis me envió a usted".
Isis, la sacerdotisa, la única que podría concebir la idea de enviarle un esclavo para complacerle. La migraña que se estaba gestando en Atemu le envió una honda de dolor para que se acordara de su presencia. Sus sienes fueron masajeadas por el acto reflejo de sus dedos acostumbrados a esa clase de dolor. Descansar, sólo necesitaba unas horas de sueño y pronto pasaría.
Jouno lo interpreto como otra cosa, sus labios temblorosos que recorren el cuello de Atemu para incitarlo. Las manos de Atemu le detuvieron.
"Mira Jouno". Comenzó Atemu. " Esa clase de servicio no me interesa de tu parte".
"Pero Amo". Jouno tenía miedo, miedo de que le ejecutaran por no agradar a su amo.
"Pero nada, no es costumbre mía tomar esclavos de cama, menos si es contra su voluntad". Atemu se sentó al lado de Jouno, por primera vez reparó en la falta de ropa del otro, apenas si usaba un kilt muy corto y los adornos de esclavo, tobilleras y cinturones con cuentas de metal. Era increíble que o le hubiera escuchado antes. "No te devolveré con Isis, servirás para mi, pero en otra función, por ahora me gustaría dormir un poco, puedes quedarte si lo deseas, o cruzar el pasillo y hablar con Sulvi, ella te dará instrucciones de que hacer y que usar".
Diciendo eso Atemu se levantó de la cama para dirigirse hacia el escritorio de madera, de allí sacó un trozo de papiro y escribió algo en él con carbón. Luego se le tendió a Jouno, quien lo tomó y observó, las letras finamente trazadas eran claras en todas sus líneas, pero él no sabía leer.
"Entrégaselo a Sulvi, la joven de cabello oscuro que atiende en el harem del Faraón". Atemu le sonrió con confianza, con la yema de sus dedos tocó el antebrazo de Jouno y le guió hacia las puertas de la habitación. "Tranquilo, ella te dará las instrucciones para que me ayudes más tarde, y entonces hablaremos del asunto con Isis".
Atemu desapareció una vez más tras las cortinas de la entrada cuando Jouno salió al pasillo, ahora más calmado, sin temores inmediatos, el joven esclavo se dirigió hacia su destino, el área de servidumbre en el Harem. A medida que se acercaba a esa ala del palacio, risas de niñas y voces de mujeres llenaban el ambiente.
Luego de pasar por las anchas puertas de caoba y telas de lino, Jouno entró en la siguiente, una puerta más pequeña y humilde, madera de caoba que le separaba de la habitación de las mujeres que atendían a las hijas y esposas del Faraón. Al entrar todas las miradas se centraron en su presencia, un rubor adornó sus mejillas.
"Disculpen… busco a la Señorita Sulvi". Dijo sin mirar a los ojos a los sirvientes de mayor rango que él.
De entre las muchachas se le acercó una mujer, un rostro maduro sin perder ese aire de juventud que acaricia normalmente los rasgos de las jóvenes doncellas. Ojos amables y cabellos recogidos en un moño alto para complementar su figura maternal.
"Soy yo a quien buscas".
Por acto reflejo Jouno hizo una reverencia pequeña ante ella, entre sus manos extendidas el trozo de papiro que Atemu le diera. Ella lo tomó y lo leyó con lentitud, analizando palabra por palabra, letra por letra el significado de las oraciones escritas con símbolos de oscuro carbón.
"Bien pequeño, así que eres un nuevo sirviente para el príncipe Atemu". Comentó ella observándolo de pies a cabeza con su mirada. " Sígueme por favor".
Sulvi caminó hacia el fondo de la habitación, los pasos de los pies descalzos de Jouno le imitaban en todo movimiento. Cruzaron un par de puertas antes de llegar a una habitación espaciosa, en el centro había un desnivel con respecto al piso lleno hasta el tope con agua. En las paredes, varios muebles con adornos de madera y puertas cerradas ocultaban sus contenidos.
Sulvi abrió un compartimiento en una de las paredes, sacando de ella un largo separador de ambientes color verde.
"Puedes tomar un baño tranquilamente". Con esas palabras Sulvi fue a uno de los muebles de de él sacó una túnica verde con bordes dorados. "Usarás esto, joyas y maquillaje las veremos después… cuando termines te daré tus ordenes para servir a nuestro príncipe".
Jouno observó a la mujer desparecer tras la puerta, la situación era demasiado increíble como para ser cierta. Pero allí estaba, apunto de darse el mejor baño de su vida, tenía nueva ropa y hasta cambiaría las tobilleras de esclavo… era increíble. Hace sólo unas horas había llorado tanto pensando en el miedo hacia su nuevo amo, quien resultaba ser gentil y bondadoso.
Ra bendiga al príncipe Atemu.
Dos horas de sueño y un baño de agua tibia fueron lo necesario para esa vieja migraña y el recuerdo de Heishin se borraran de la mente del príncipe. Se sentía mejor, ahora sólo debía ir con Isis para finiquitar el traspaso de Jouno a su servidumbre.
Jouno, el muchacho era especial, tenía un toque de humor y picardía que dejaba a Akenamon corto además de saber comportarse frente a ciertas personas. En un comienzo le tenía horror, Atemu sabía que Jouno le temía; ahora el joven le hablaba con mayor ligereza, claro que para ser un esclavo, pronunciaba palabras sin consentimiento, pero eso eran detalles sin importancia para él; cumplía con sus obligaciones, y lo hacía en una forma magnífica. Fue toda una sorpresa enterarse que era un Esclavo especializado en vestimenta y maquillaje, un rubro que Atemu prefería verlo por si mismo cada mañana, sin embargo, Jouno sabía combinar los colores y los objetos con un gusto refinado, y le agradaba saber que podría confiar en alguien su presentación personal diaria.
Sólo tenía que hablar con Isis y luego ir con Akenamon y Mahaado al Mercado, como todos los días de la segunda semana del mes.
Ra marcaba la posición de mediodía cuando Akenamon se encontró con sus acompañantes en la entrada lateral de palacio, el Mercado abría sus puertas a comerciantes de ciudades y reinos vecinos, sería fácil encontrar esclavos y ese rubro era altamente legalizado en Menfis. Seth, Karimu, Mahaado, Yugi, Shaadi…. Y Atemu?.
"¿En dónde está Atemu?". Preguntó a los presentes. Seth negó con la cabeza, Yugi rió, Shaadi levantó sus hombros en gesto de ignorancia y Mahaado escondió una sonrisa. "Muy bien, quiero saber…".
"No te desesperes Akenamon". Atemu habló su hermano mientras caminaba hacia ellos, un acompañante tras él. "Tenía un asunto pendiente con Isis, creo que Mahaado ya está enterado del problema".
"¿Y a quién traes?". Preguntó Yugi.
"Es el asunto que tenía que discutir con Isis". Respondió Atemu.
Entonces Seth abrió los ojos, no le interesaba de qué hablaran entre ellos, siempre era algo sin sentido, especialmente si se juntaban Atemu y Yugi en una conversación. Pero un asunto con Isis, sería interesante de conocer.
El asombro azotó a Seth, tras Atemu se encontraba la criatura más atrayente que sus ojos visualizaran o que su imaginación conjurara. Era Kisara una vez más ante sus ojos, su amada Kisara estaba desplegada en una belleza exótica, era miel y primavera en un solo ser, la túnica verde de sirviente real le cubría de los hombros a los tobillos, a ambos lados de sus piernas corrían las aberturas para que caminara con mayor facilidad. Tobilleras, brazaletes y esclavas, zapatitos tan delicados como sus pies de flor.
"Jouno es parte de mis sirvientes".
Si, el nombre, Jouno… sirviente de Atemu, eso complicaba las cosas. Definitivamente su primo algo se traía entre manos, aquella mirada escarlata le observaba directamente a los ojos, leyendo en su mente y alma todos sus sentimientos. Grave error, ya había observado a Atemu directamente a los ojos, y la sonrisa en el rostro de su primo le rebeló cuanto sabía el otro de su notoria y súbita atracción al recién llegado.
"Bien, iremos a ver el Mercado, Yugi, no te separes de nosotros".
"¡Si! ".
El calor del mediodía de Menfis era insoportable, gotas de sudor recorrían el cuerpo de todos los presentes, incluyendo a quienes se encontraban a la sombra de los puestos. La Plaza Central del Mercado bullía en vida, no sólo por que era el cruce entre todos los caminos, sino también por el espectáculo, cantantes, cuenta cuentos, bailarines, magos y sobre todo duelos de sombras se efectuaban allí.
Yugi observaba todo a su alrededor, jamás había estado caminado por entre las calles de Menfis sin una escolta real, ahora se movilizaban como si fueran parte del pueblo y no la realeza que gobierna el Reino. Caballos, camellos, frutas, víboras, por doquier, donde observara había algo nuevo e interesante.
"Mira Karimu, hay una aglomeración allí". Comentó Akenamon, luego tomó de la mano a Yugi. "vamos a ver qué hay".
Ambos salieron corriendo hacia allá, atrás quedaron Mahaado, Karimu, Seth, Jouno, Atemu y Shaadi. El comportamiento de Akenamon no dejaba se sorprenderlos, siempre era así de inmaduro.
"Jouno, cubre más tu rostro con esa capa". Ordenó Atemu mientras arreglaba la dichosa capa, que estaba en una posición perfecta, el movimiento causó que Seth no dejara de observar atolondradamente el cabello rubio de Jouno y las manos de Atemu con ciertos celos al verle acariciar el cabello rubio del muchacho.
"Pero si no estoy tan desordenado". Se quejó Jouno por enésima vez ante los cuidados de Atemu.
"Lo sé, lo sé, déjame consentirte un poco". Atemu rió un poco. "Además no siempre encuentro algo con que molestar a Seth, y créeme, mi primo te ha estado observando notoriamente no muy santito que digamos".
"Es.. es..". Jouno no encontró palabras para contestar.
"Si, sé que le gustas". Atemu volvió a sonreír cuando el sonrojo de Jouno se intensificó y sus ojos miel acariciaron con su mirada la figura del alto sacerdote. "Y parece que a ti también te quedó gustando".
"¡Vengan, hay un espectáculo muy bueno!". El grito de Akenamon los atrajo al centro d la Plaza, donde la estatua de Horus y Osiris en la fuente de agua marcaban el Centro de la ciudad.
Alrededor se formaba un círculo de gente, alegres sonidos, de donde la voz de un joven junto a muchos instrumentos formaban un ambiente de energía. Letras sencillas y pegajosas era todo lo que necesitaba un buen músico para hacerse de una muchedumbre a su alrededor.
Discretamente Karimu les abrió paso para que llegaran a ver mejor, parejas bailaban alrededor de los músicos y el cantante, todos Egipcios por la lengua que hablaban y su vestimenta. Jouno y Yugi se encontraban ensimismados observando el despliegue y los aplausos que recibía el joven cantante al finalizar canción tras otra. De pronto gritó algo en un idioma extraño, algo que casi nadie comprendió, Yugi se volteo para preguntar a Atemu.
"Ate…". Se detuvo, el rostro de su hermano le decía todo, había sido relacionada con una canción de amor o algo así, sólo eso explicaba el pequeño sonrojo en las mejillas del peliblanco y su mirada alegre. Jouno también se dio cuenta del detalle, en las pocas horas que había conocido a Atemu, ya lograba leer pequeños detalles en su comportamiento.
"Ahora damas y caballeros, una canción que dedico a vosotros". El Joven cantante se quitó la camisa blanca y dejó al descubierto su pecho acariciado por el sol del desierto, era un viajero, un viajero que sabía sobrevivir en las duras arenas. Una musculatura como esa no era algo que alguien pudiera conseguir fácilmente.
Yugi volvió a observar a Atemu, concluyendo en definitiva la teoría de Mahaado sobre los gustos refinados de su hermano. Pronto la música comenzó una vez más, el traje rojo y blanco del cantante se seguía en todos sus movimientos, su rostro cubierto por la máscara de la esfinge le daba un toque mágico a la historia que contaban. Dos niños que se encuentran en el Nilo, son amigos de la naturaleza, juegan y ríen juntos hasta el atardecer y al amanecer siguiente se vuelven a reunir para jugar. Uno de ellos es un duendecillo de las aguas y el otro es un duendecillo de las arenas del desierto, la historia finaliza con la triste separación de ambos.
La historia tocaba en el corazón de Atemu, el recuerdo de Bakura aún presente en él como si ayer hubieran nadado en el Nilo y esa sonrisa sincera le dedicara un tibio rayo de Ra, acompañado por el típico: Eres un duendecillo del agua Atemu. Aquel recuerdo tan distante en el tiempo…
Bakura aún tenía muchas energías, si no fuera por el calor sofocante del mediodía, saltaría aún más. Sus compañeros tocaban instrumentos que en fogatas construyeran, cuerdas, juncos convertidos en flautas, huesos y trozos de metal que enriquecen la canción que su voz entona. Aquella canción que escribiera para su eterno amigo.
Sus ojos Chocolates se cruzaron con un par escarlata entre la multitud, le pareció reconocer una mirada familiar, sin embargo continuo danzando, pronto tendría la oportunidad de observar en esos ojos una vez más.
Mahaado sintió el aura de confusión por parte de cantante, sus ojos buscaron a su lado a quien le podría causar tal sentimiento a un extraño. Algunas muchachas que reían tontamente en señal de estar perdidas en el juego del cantante y Atemu, quien apenas si se veía bajo la capa verde claro que Akenamon le obligara a usar para salir de palacio… cabellos color blanco no eran comunes entre los egipcios. Entonces escuchó detenidamente las palabras de aquella voz, a historia era parecida a la que transcurriera entre Atemu y… Bakura, pero algo en el tono de la canción, una tristeza reprimida, una nostalgia, un anhelo por otros tiempos… podría ser que frente a él se encontrará el mismo Bakura que Atemu creyó sostener muerto hace 10 años?.
Así, en el Mercado de Menfis, Atemu y Bakura se encontraban, a nos más de cinco pasos de distancia, con 10 inundaciones sobre sus hombros, y ninguno de los dos lo sabía